jueves, 23 de junio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. La Montaña Mágica. Thomas Mann.


Lecturas. Fragmentos. La Montaña Mágica. PP. 621,622,623.
"Por la tarde, de dos a cuatro, Hans Castorp se hallaba tendido en su balcón, muy bien empaquetado, la nuca apoyada contra el respaldo de su excelente chaise-longue, ni demasiado alta, ni demasiada baja, y miraba, por encima de la balaustrada almohadillada de nieve, el bosque y la montaña. El bosque de pinos, de un verde negro cubierto de nieve, escalaba las vertientes; entre los árboles, el suelo estaba en todas partes cubierto de nieve y en las alturas se elevaba la cresta rocosa, de un gris blancuzco, con inmensas extensiones de nieve que interrumpían aquí y allá algunas rocas más sombrías y picachos que se perdían blandamente en las nubes.
Nevaba dulcemente. Todo se confundía. La mirada se movía dentro de una nada blanda, y se inclinaba fácilmente al sueño. Un estremecimiento acompañaba al sopor, pero luego no había sueño más puro que ese sueño helado, sueño que no estaba afectado por ninguna reminiscencia del peso de la vida, sueño sin sueños, porque la respiración del aire rarificado, inconsistente y sin olor ya no pesaba sobre el organismo, lo mismo que la no respiración del muerto.
Cuando le despertaban, la montaña había desaparecido completamente dentro de la bruma de nieve, y sólo por algunos minutos reaparecían algunos fragmentos, una cima, una arista rocosa, que se velaban luego rápidamente. Ese juego silencioso de fantasmas resultaba divertido. Era preciso aplicar una atención muy aguda para sorprender esa fantasmagoría de velas en sus transformaciones secretas. Salvaje y grandiosa, desprendiéndose de la bruma, aparecía una cadena rocosa de la que no se veía ni la cumbre ni la base, pero, por poco que la abandonasen los ojos, la visión desaparecía.
Algunas veces se desencadenaban tempestades de nieve que impedían permanecer en la galería, porque los blancos torbellinos invadían el balcón y cubrían todo el suelo y los muebles de una espesa capa, pues había también tempestades en aquel alto valle rodeado de montañas. Aquella atmósfera tan inconsistente se hallaba agitada por remolinos, se llenaba de un hervidero de copos y entonces no se veía a un paso de distancia. Ráfagas de una fuerza que cortaba la respiración imprimían a la nieve un movimiento salvaje, la hacían girar oblicuamente, la impelían de abajo arriba, del fondo del valle hacia el cielo, y la hacían bambolear en una loca zarabanda. No era entonces una caída de nieve, era un caos de oscuridad blanca, un monstruoso desorden, el fenómeno de una región fuera de la zona moderada y en la cual sólo el vuelo súbito de una bandada de pájaros de las alturas podía tener una dirección.
Pero Hans Castorp amaba aquella vida en la nieve. Se le aparecía semejante, en muchos aspectos, a la vida en las arenas del mar, pues la monotonía sempiterna del paisaje era común a las dos esferas; la nieve, con su polvo profundo, inmaculado, desempeñaba aquí el mismo papel que, allá abajo, la arena de amarillenta blancura; su contacto no manchaba: se hacía caer de los zapatos y de los vestidos aquel polvo blanco y frío como, allá abajo, el polvo de la piedra y de las conchas del fondo del mar sin que dejase rastro alguno. La marcha por la nieve era penosa como un paseo a través de las dunas, a menos que el ardor de sol la hubiese fundido superficialmente y la noche endurecido. Se marchaba entonces más ligera y más agradablemente que sobre un parqué, con la misma facilidad y ligereza que sobre la arena lisa, firme, mojada y elástica de la orilla del mar".

miércoles, 22 de junio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. n.3.


Carta N.º 3[17]
Muy querido León Ostrov:
No sé qué esfuerzo me exige escribirle, es imposible decirlo con palabras. Hace mucho tiempo que vengo escribiéndole cartas y rompiéndolas, diciéndome: no, no es eso lo que yo quise decir. Lo peor es releer al día siguiente lo que escribo hoy: jamás me puedo reconocer. Pero ahora estoy sentada en el Café de Flore, cerca del correo y enviaré estas líneas, aún sabiendo que me arrepentiré de ellas. He recibido su carta y la he leído y releído. Ella me dio unos deseos furiosos de que mi próxima carta fuera alegre, un mensaje de paz, de serenidad, de bienestar. Tout va bien! Y que usted pensara, al leerla: hizo muy bien en irse a París. Pero no es posible aún. Y tal vez jamás lo sea. Estoy tocando fondo en mi demencia. Las alucinaciones se multiplican, ahora con miedo: qué haré cuando me sumerja en mis mundos fantásticos y no pueda ascender. Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré, siquiera, que hay un «saber volver». Ni lo querré, acaso. Por eso dibujo todos los días. Temor de mi desconexión, de mi indiferencia, de mi soñar pasivo. Estoy enamorada de esta ciudad. Miro, veo, camino. No estoy ociosa. Pero nunca he tenido una conciencia más fuerte de mi enfermedad, de mis imposibilidades.
Esta carta me exige un esfuerzo enorme. Hace tanto tiempo que no hablo —y para mí hablar es hablar de mí— hace tanto que sonrío, digo idioteces con mi maldita familia, o frases ingeniosas con las pocas personas que encuentro, o mentiras en mi correspondencia con mis padres. Hace tanto que no digo «yo» y hablo de mis miserias. Y me hubiera gustado tanto, digo, que mi carta fuera eufórica y maravillada. Pero para eso me tendrían que asesinar antes: «no me podrán quitar el dolorido sentir»… Hice tantas idioteces, he bebido tanto, he gastado todo mi dinero, y ahora no sé qué hacer, si bien no me angustia demasiado. El mes pasado me fui a vivir a un hotel y después tuve que volver chez mon oncle, a causa de carecer de medios. Pero qué puede significar el dinero si estoy luchando cuerpo a cuerpo con mi silencio, con mi desierto, con mi memoria pulverizada, con mi conciencia estragada. Hasta mi cuerpo presenta signos de la lucha: estoy enferma porque bebo y bebo cuando estoy enferma. Además, descubrí que el chocolate me hace mal por lo cual se me convirtió en una necesidad semejante a una droga. A veces me hundo en un cine para escapar, por unas horas, a mis necesidades, mis compulsiones viciosas. Me pregunto por qué no me avergüenzo de decirle estas miserias.
Recibo cartas nostálgicas y llenas de afecto de mi madre: quiere que vuelva. Yo también hasta hace unos días, quería volver. ¿La causa? Mi entrañable correspondencia con Susana, basada esencialmente en el humor negro. Pero hace ya dos semanas que no me escribe, lo que me lleva a sentir un odio profundo por ella. Lo mejor es que no me importa tanto lo que me escribe sino que me escriba. Que no me olvide. Esto podría ilustrar un trabajo sobre la psicología del cobarde: el que se arruina en sus esfuerzos por retener e impedir lo que es imposible de retener y lo que vendrá de todas maneras. Además, siguiendo con Susana, su silencio me impide querer volver.
Le escribo con grandes esfuerzos. Me siento bastante mal y probablemente quisiera estar en mi cuartito de Buenos Aires, en mi cama, con las frazadas cubriéndome la cabeza. Tal vez me exijo demasiado, como si yo fuera el empresario tiránico de una cantante —yo— que no quiere cantar. Pero me pregunto finalmente si todo esto no es bueno. Tal vez me sea fecundo encararme de una vez por todas (y qué irreal es esto: no existe «una vez por todas») con mis delirios.
Esta carta parece la de un espíritu. No hay sangre en ella. No encarna en actos, en sucesos, en nombres propios. Pero se acerca, en parte, a la verdad. Y la envío antes de releerla y romperla. Hasta muy pronto. Abrazos para usted y Aglae,
 Alejandra
8, av. CHASTENAYE
CHATENAY—MALABRY SEINE

 Respuesta de León Ostrov

Querida Alejandra:
Su carta muestra cuán profunda es en Ud. su nostalgia por su madre. Lo que me dice de su cuartito de Buenos Aires, de sus frazadas, y el pasaje inmediato a Susana después de contarme sobre las cartas llenas de afecto de su madre, creo que son muestra suficiente. Ahí está en gran parte el problema, oscuro, negado, ambivalente, pero intenso y presente como una herida actual, a pesar de los días y los años. Tendrá que encararlo, inevitablemente. ¿Por ahora qué le puedo decir para ayudarla? Me dice que no está ociosa, que mira, que ve, que camina, que está enamorada de París; todo esto está bien, ya es algo, pero, evidentemente, poco, en la medida en que se le interponen, constantes, sus problemas y melancolías. ¿Me estaré arrepintiendo de haberla instado a que haga el viaje? No me resuelvo todavía. Creo —quiero creer— que, en definitiva, será fecundo, que en una persona como Ud., aún con todas sus dificultades, París no puede quedar como al margen, como mera ciudad interesante. Puede ser que necesite Ud. volver a Buenos Aires para asimilar la experiencia, para poder incorporársela y sentir, recién, ya dentro de Ud., que la aumenta y enriquece.
La imaginé escribiendo la carta en el de Flore, a donde yo iba todas las noches y del cual —no se lo cuente al mozo— conservo un balde de hielo con la inscripción «Café de Flore», que una tarde, en un verano, en un rapto preparado con premeditación y alevosía, y que no quise someter a ninguna consideración moral, me llevé como «souvenir» de ese París del cual no quería separarme.
Escríbame Alejandra, sin romper las cartas; déjese llevar por lo que espontáneamente le surja. No importa que al rato o al día siguiente no se reconozca en lo que escribió. Pese a Ud., Ud. es siempre Alejandra.
Un abrazo de Aglae, Andrea y mío,
León Ostrov


Alejandra: ¿Puedo pedirle un favor? Si no le resulta gravoso, en sus paseos, pregunte en las librerías de viejo si es posible conseguir los siguientes números de La Nouvelle Revue Critique: 3-4-5-13-104-108 y 112. También el número sobre Freud editado por Le Disque Vert, que creo es del año 1924. Hágalos reservar para girarle yo el dinero o que directamente los entreguen a la librería Vrin, 6, Place de la Sorbonne, de la que soy viejo cliente, para que ellos me los manden y girarles el importe.
Una librería que se ocupa de conseguir libros y revistas agotados es Strechert-Hafner, en 16, Rue de Condé, Paris VI.
Muchas gracias

LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA.


Lecturas. La Montaña Mágica. Páginas 612-613.
"Hans Castorp encontró eso encantador y extraordinariamente interesante. Aseguró que el señor Settembrini le había conquistado rápidamente con su teoría plástica, pero se podía decir lo que se quisiese —ciertas cosas podían ser adelantadas, como por ejemplo la enfermedad era una forma de existencia superior y que tenía algo de solemne—, pero una cosa era cierta, a saber: que la enfermedad acentuaba el elemento corporal, que metía al hombre completamente en su cuerpo y que, por consiguiente, perjudicaba a la dignidad del hombre hasta aniquilarle, reduciéndole únicamente al cuerpo. La enfermedad era, por lo tanto, inhumana.
—La enfermedad es perfectamente humana —replicó de inmediato Naphta—, pues ser hombre es estar enfermo. En efecto, el hombre es esencialmente un enfermo, y el hecho de que esté enfermo es precisamente lo que hace de él un hombre, y quien desee curarle, llevarle a hacer la paz con la naturaleza, «volver a la naturaleza» (en realidad no ha sido nunca natural), todo lo que hoy se exhibe en materia de profetas regeneradores, vegetarianos, naturistas y otros, todo ese estilo Rousseau, por consiguiente, no busca otra cosa que deshumanizarle y aproximarle al animal. ¿La humanidad, la nobleza? Lo que distingue al hombre de toda otra forma de vida orgánica es el espíritu, ese ser netamente despegado de la naturaleza y que se siente opuesto a ella. Es, pues, el espíritu de la enfermedad, de lo que depende la dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, es tanto más hombre cuanto más enfermo está, y el genio de la enfermedad es más humano que el genio de la salud".

martes, 21 de junio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas.

 
Carta N.º 2[16]
Raro no pensar en usted. Raro no disolverse en una angustia innombrable al pensar que estoy aquí, más sola que las piedras —aún ellas son besadas por el mar. Pero no estoy muy extrañada. He mirado al mar, lo alabé a pesar de todo, me enfrenté con el sol, y participé seriamente en el sueño de las arenas.
He preguntado a mi sangre si mi vida tiene posibilidades. Y se me ha dicho que sí. Y la palabra libertad tiene sentido. Esto es lo que sentí entre las rocas, junto al mar. He meditado en mi manía de negar la vida, en ese pesimismo mezquino del que quiero salir. No hay duda: lo difícil es aceptar la vida. De allí mis aullidos, mis horribles defensas para execrarla. Pero es solo por comodidad.
Quisiera ahora más que nunca trascender el miedo infantil, la imbecilidad, en suma. Todo es tan incierto y tan frágil que a veces me considero esa niñita perdida en el mar de la que habla Supervielle en un cuento. La única solución es ser valiente. En suma, dejaré de analizarme. No sé si mi decisión es definitiva, ¡cómo puede serlo si todo vuela, si a cada instante mi yo se alimenta de las cenizas de un yo anterior!

FRAGMENTOS. LECTURAS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA.


La Montaña Mágica. Fragmento. Páginas 597-598.
"Settembrini hablaba de una manera muy cómica y plástica del padre difunto en el rincón de la habitación. Todos se vieron obligados a reír, incluso Ferge, a pesar de que se sintió herido por el desdén que se manifestaba respecto a su infernal aventura.
El humanista, por su parte, sacó partido de aquella animación para comentar y motivar más ampliamente el poco caso que hacía de los alucinados y, en general, de todos los pazzi. Opinaba que esas personas se permitían demasiadas cosas y frecuentemente ellas mismas podrían contener su demencia, como él había podido observar durante las visitas que había hecho a los hospitales de trastornados, pues cuando un extranjero o un médico aparecían por la puerta, el alucinado contenía con frecuencia sus muecas, sus discursos y sus gesticulaciones, y se comportaba convenientemente durante todo el tiempo que se sentía observado, para luego volver a comenzar. La demencia significaba, pues, en muchos casos un abandono, y en ese sentido servía a las naturalezas débiles de refugio y abrigo contra una gran pena o contra una desgracia de la suerte que esos seres no se creían capaces de soportar con toda lucidez. Pero todo el mundo podía decir otro tanto, y él mismo había devuelto a la razón, al menos pasajeramente, a muchos locos, sólo con su mirada y oponiendo a sus divagaciones una actitud despiadamente lógica.
Naphta rió sarcásticamente, mientras que Hans Castorp manifestó que creía al pie de la letra lo que Settembrini había dicho".

domingo, 19 de junio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas.


 Carta N.º 1[15]


Queridísimo León Ostrov:
Todavía me contemplo, asombrada de estar viva. Hubiera querido esperar varios días y después escribirle una hermosa y —dentro de lo posible— poética carta. Pero ahora no quisiera otra cosa que llorar y que usted me pregunte por qué. La verdad es que acá me muero de miedo. No sé si ello responderá a mi inmensa capacidad de temer o si la realidad contiene verdaderamente causas que lo desaten. No estamos en el pueblo sino en un paraje desolado donde no hay más que sonidos, ruidos informes que imitan todo lo que fantasea el miedo. ¿Nos pueden violar por la noche? Enseguida se encuentran ramas serviciales que remedan a la perfección ruidos de pasos. (Siempre que hayan sido las ramas). Es excesivamente solitario este lugar y de noche es una cosa horrenda que me enmudece de terror. Y siempre la voz del mar, una voz desgarradora. Mientras escribo contemplo millares de hormigas que caminan a mis pies. Algunas me escalan. Me muero de náuseas. En verdad, pronto sonreiré, tal vez, de mi estado actual. (Ahora hay una mosca verde que bebe de mi frente). Pero ahora estoy muy desamparada, muy angustiada. Aunque me extrañe sobremanera no interesarme por el aspecto de aventura que presenta la cosa. Anoche creí estar en mi cuarto, sufrí mucho al despertar. Además me empezó a molestar la columna vertebral, tal vez porque duermo en el suelo, no sé… Ayer me dije que debo volver —creo que no hay pasajes hasta fin de mes— y que no me importaría viajar de pie, necesito estar en mi cuarto, lejos de esta monstruosa naturaleza. He visto los médanos. Parecen monstruos de un planeta
«Ne me dites plus rien: pour vous j’ai tout perdu!» (Le Cid)
desconocido. Estoy tan mal que nada me parece válido ya. Creo que voy a irme. ¿Acaso las demás tienen menos miedo que yo? En realidad también están asustadas pero no como yo… ¿Para qué todo esto? Y si me violan, si me asesinan —lo creo probable e imposible a la vez—; lamento estar aquí, lo lamento mucho. Si me ocurre algo y no vuelvo más me gustaría que usted le pidiera mis poemas a mi madre. (Para más referencias: están en la biblioteca, bajo llave). Ayer pensé en usted pero no pude determinar si lo que prefiere es que me quede aquí y luche con el miedo o que me vaya. También cuando viajaba pensé en usted, pero estaba eufórica y todo era muy bueno. Recuerdo que estuve mucho tiempo pensando en Kafka, debido a que el domingo antes de irme terminé de leer un libro que había empezado meses atrás, Cartas a Milena. Cuando viajaba, impresionada por la lectura, se me ocurrió que la diferencia entre Kafka y yo es que él tenía una extraordinaria libertad de pensamiento y una horrenda inhibición para actuar mientras que a mí me sucede lo contrario. De cualquier modo me impresionó mucho, especialmente cuando dice frases como ésta: «Y en verdad es hasta cierto punto una blasfemia construir tanto sobre una persona». (Acaba de pasar Gregorio Samsa ya metamorfoseado).
¡Oh perdón por esta monotonía, perdón por esta carta espantosa, perdón por haberlo conocido, y por haber nacido! Pero ya se arreglará —siempre que se me pasen los dolores, apenas puedo escribirle— de cualquier modo todo seguirá igual.
(He interrumpido la carta y ahora vuelvo más calmada). Creo que sería una verdadera cobardía volver. Pero al mismo tiempo este viaje es una temeridad gratuita. Solo me calmaré completamente si logro leer los libros que he traído. Pero la literatura está lejanísima. (Hay dos hormigas en mi mano. Esta naturaleza es obra de un demonio amargado. Pero usted ha intervenido y ellas se han ido inexplicablemente). Hay un viento atroz, un viento que consume mis deseos, no puedo meditar ni imaginar nada, he cerrado las puertas de mi ser y solo queda una receptibilidad ansiosa y desconfiada. ¿Iría a ser algún mal presagio este viento? Tal vez me diga que usted me olvidó y que nada me queda sino este estar aquí, roída por insectos engendrados por mi culpa. Tal vez ellos busquen redimirse por medio de mi miedo. ¿Y si esta carta fuera nuestra última comunicación? No tengo miedo de morir, tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva, tengo miedo del viento (yo que dije que «hay que salvar al viento» ahora digo que «hay que salvarme del viento»), tengo miedo de los árboles salvajes, nacidos porque sí y para nada. Ahora comprendo que no es posible volver a la era en que se hacía fuego con madera y piedras (como hacemos nosotros) porque tal vez la naturaleza esté agraviada de nuestra huida y cada uno que retorna a ella se ve objeto de su odio causado por el desamparo en que la hemos dejado. Hace siglos que me fui de Bs. As. y hace siglos que lo vi a usted. Y esto último me hace doler el corazón. ¿No puede hacer algo para que el viento se tranquilice? ¿Por qué no les dice a los árboles que soy inocente? ¿Y al mar que no ruja? ¿Y a la noche que no construya complots contra mi miedo? Estoy segura que será bondadoso y hará todo lo que le ruego. Solo que no puedo retribuirle con otra cosa que con mi miedo, con mi falsedad… y si le interesa con mi total adhesión. Estoy en otro planeta y nada en él me enamora. Suya,
 Alejandra

LECTURAS. FRAGMENTOS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA.

Lecturas. Fragmentos.Novela. La Montaña Mágica. Página 560.  (Thomas Mann).
Después llegó la víspera de la partida, día en que Joachim cumplió rígidamente el programa por última vez, las curas, los paseos, y en que se despidió de los médicos y la enfermera jefe. Luego llegó el día mismo. Con los ojos brillantes y las manos frías, Joachim acudió al desayuno, pues no había podido dormir en toda la noche; apenas comía y, cuando la enana anunció que el equipaje se hallaba ya dispuesto, saltó de su silla para decir adiós a sus compañeros de mesa. La señora Stoehr, al despedirse de él, se puso a llorar, lloró las lágrimas fáciles y sin amargura de la ignorancia, pero detrás de la espalda de Joachim, con un signo de cabeza dirigido a la institutriz y balanceando con una mueca su mano de dedos separados, expresó, con un juego de fisonomía vulgar, sus dudas sobre la legitimidad de la partida y las probabilidades de salvación de Joachim. Hans Castorp la vio mientras vaciaba de pie su taza para seguir a su primo. Fue preciso distribuir propinas y contestar en el vestíbulo a los cumplidos oficiales del representante de la administración. Como siempre, algunos pacientes estaban presentes para asistir a la partida: la señora Iltis, con «esterilete»; la señora Levy, de cutis de marfil, y Popof el depravado, con su novia. Agitaron sus pañuelos cuando el coche, frenado en las ruedas traseras, comenzó a bajar la cuesta. Habían ofrecido rosas a Joachim. Éste llevaba sombrero; Hans Castorp, no.
La mañana aparecía espléndida, era el primer día de sol después de tantos días de mal tiempo. El Schiahorn, las Torres Verdes, la cima del Dorfberg, se dibujaban inmóviles sobre el azul, y los ojos de Joachim reposaban sobre ellos.

jueves, 16 de junio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas.


INTRODUCCIÓN
POR ANDREA OSTROV
Entiendo la publicación de estas cartas como un acto de justicia. En primer lugar, hacia sus autores, que mantuvieron una correspondencia ininterrumpida durante la estancia de Alejandra en París (1960-1964). En segundo lugar, hacia las cartas mismas que, a mi entender, concentran una particularidad que las distingue de la correspondencia hasta ahora publicada de Alejandra Pizarnik. Muchas cartas de esta escritora fueron publicadas en distintos momentos por algunos de sus destinatarios en revistas y diarios de países diversos. En 1988, Ivonne Bordelois reunió en Correspondencia Pizarnik una valiosa colección de cartas publicadas e inéditas, organizadas en torno a los diferentes receptores[1]; en 2003, aparece Dos letras[2], una edición de las cartas que Alejandra dirige al poeta, narrador, pintor y editor Antonio Beneyto entre el 2 de septiembre de 1969 y el 12 de septiembre de 1972, intercambio epistolar que surge a propósito de la voluntad de Beneyto de publicar Nombres y figuras en la editorial independiente La esquina y que continúa con el proyecto de la antología El deseo de la palabra, en la que Alejandra y Beneyto trabajan juntos pero que aparecerá póstumamente, en 1975.
León Ostrov fue el primer psicoanalista de Alejandra, quien recurrió a él cuando tenía apenas 18 años, a mediados de 1954. La terapia duró poco más de un año. Cuando ella se instaló en París, entre 1960 y 1964, entabló con él una relación epistolar de la que se han conservado 21 cartas (excepto tres de ellas, todas datan de este período), y lamentablemente sólo cinco de las respuestas de León, que actualmente forman parte del Archivo Pizarnik de la Universidad de Princeton.
Si bien la relación médico-paciente ya había concluido y había surgido una amistad sustentada en el profundo interés de ambos por la literatura y la filosofía, resulta evidente que León Ostrov representaba para Alejandra una figura paterna y contenedora, a quien recurría en los momentos de angustia y desesperación más terribles, cuando surgían los miedos más inmanejables y avasalladores. En estas cartas, la escritora expone con total crudeza sus estados de ánimo más desoladores, cuando la depresión más devastadora la invadía. El «personaje alejandrino» se hace a un lado para dejar oír esa voz «grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos»[3]. Pero además, la lectura cronológicamente ordenada del conjunto permite reconstruir un relato por demás elocuente de su estancia en París, desde las vacilaciones iniciales, los cambios de domicilio, las nuevas amistades, la búsqueda de trabajo, hasta la relación con la familia, las posibilidades de publicación y, por supuesto, los pormenores del proceso creador.
En las pocas respuestas conservadas, se hace evidente el esfuerzo de Ostrov por hacer consistir a ese yo que tantas veces se encuentra a punto de desmembrarse: de distintas maneras, intenta darle ánimos, reforzarla en su autoestima, ayudarla a tomar decisiones, apoyarla en sus esfuerzos, alentarla en sus proyectos. En términos de Ivonne Bordelois, «Ostrov fue una suerte de padre literario para Pizarnik, quien le dedicó La última inocencia (Poesía Buenos Aires), su segundo libro, en 1956, y uno de los poemas de Las aventuras perdidas (Altamar, 1958)»[4].
La amistad continuó después de su regreso de Europa, en 1964. Y en alguna ocasión, Alejandra asistió a las comidas literarias que mis padres solían ofrecer en casa, a donde concurrían también Olga Orozco, Enrique Anderson Imbert, Betina Edelberg, Bernardo Verbitsky, Florencio Escardó, Boleslao Lewin. Recuerdo haberla visto en una oportunidad, durante ese invierno. Yo no había cumplido aún cinco años. Me fascinaba poder presenciar la llegada de los invitados, escuchar las conversaciones, estudiar los vestidos de las señoras y robar uno que otro «bocadito». Mis padres me permitían quedarme despierta hasta el momento de sentarse a la mesa. En esa oportunidad, desde mi lugar en la punta del sofá, la vi entrar y atravesar la sala. La imagen permaneció a través de los años: nada de vestidos elegantes sino pullover y pantalones furiosamente rojos. Caminó torpemente y sin hablar para desplomarse en el primer sillón que encontró libre. A tal punto llamó mi atención, que a la mañana siguiente pregunté a mi mamá «quién era esa señora de pantalones colorados». Recuerdo su respuesta: «¡Alejandra!».

Adolfo Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.


Continuación.
1949
Martes, 26 de julio. No pude asistir a la conferencia de Borges sobre
Schopenhauer, por estar levemente resfriado: la conferencia que más me
interesaba.
Jueves, 4 de agosto. Conferencia de Borges sobre Max Nordau.
Lunes, 8 de agosto. El poeta cordobés Sosa López habló a Borges de un
tío suyo (de Sosa López), que había pasado casi toda la vida en el campo.
De visita en la ciudad de Córdoba, un día que paseaba en tranvía con el padre
de Sosa López, explicó al guarda: «Yo soy hermano de este señor».
Borges y Sosa López hablaban de Ulyses Petit de Murat. Sosa López,
refiriéndose a la cara risueña de Ulyses, dijo: «Terminamos por comprender
que su cara sonriente es la puerta del cinematógrafo, afable y cerrada
para todos sus amigos».
A la noche, escribí (hasta las doce) con Borges, para la antología de
los gauchescos, la noticia biográfica sobre Lussich.
Domingo, 21 de agosto. Para celebrar mi vuelta a la salud, curado de
paperas, vinieron a comer, y trajeron champagne, Borges, Peyrou, Marta
Mosquera y Estela Canto. El anfitrión reservaba una sorpresa a esos amigos
(salvo a Borges, que ya la había visto): su barba roja, crecida durante
la enfermedad y que mañana será modestamente podada (y abolida).
Brindamos por nosotros y por gente absurda, como Sigfrido Radaelli y
René Lafleur. Bailamos tangos, aun Borges. Estela dijo que, cuando Cecilia
Ingenieros daba una vuelta en sus danzas, las personas que la querían
temblaban.
Borges dijo que un imitador poco inteligente, inspirado por títulos
como El ingenioso hidalgo don Miguel de Cervantes Saavedra, The Innocence of
G. K. Chesterton, o À la recherche de Marcel Proust,1 podría escribir William
Shakespeare, Prince of Denmark.
Miércoles, 24 de agosto. Para festejar el cumpleaños de Borges, vinieron
a comer Wilcock, Estela, Marta Mosquera, Haydée Lange, Peyrou,
man that ever lived upon this earth had been given a definite and peculiar confidence of God. Each one
of us [...] had a peculiar message [Browning creía que a cada hombre que había vivido en este mundo
Dios le había hecho una confidencia definitiva y particular. Cada uno de nosotros (...) era portador
de un mensaje exclusivo]».
1. Obras de Francisco Navarro y Ledesma (1905), Gerard Bullett (1923) y André Mau¬
rois (1949), respectivamente.
40
1949
Elsa Molsser y, por cierto, Borges. Haydée y Estela, muy borrachas. Elsa
Molsser cantó admirablemente canciones francesas, norteamericanas, inglesas,
alemanas (de la Ópera de Tres Centavos, etcétera). Alegría, pero
también sensación de impending disaster, debido a Haydée, que, como un
ancient mariner,1 quería cantar tangos y hacía comentarios hoscos sobre el
canto de Elsa.
Miércoles, 31 de agosto. Es evidente que Borges está enojado con Silvina.
Preocupado por esto. Melancolía ante la actitud de Borges.
Jueves, 1º de septiembre. Como, en casa, con Silvina; hablamos melancólicamente
de su pelea con Borges. Silvina quería enojarse con Estela, porque
tal vez así Borges comprendería su inocencia. Le dije que era inútil: Estela
es irresponsable. Más tarde llegó Marta Mosquera, que había comido
con Borges, a buscar al perro de Silvina, Constantino, para sacarlo a pasear.
Lunes, 5 de septiembre. A la mañana, a la casa de Borges, a escribir
algo para Emecé. Borges abundaba en anécdotas de su reciente viaje a
Montevideo;2 cuando por fin pude proponerle trabajar, dijo que era
tarde y que quería ir a una peluquería. Salimos juntos. A las pocas cuadras
me dijo: «La peluquería se va a convertir, muy pronto, en la esquina
próxima, en Estela».
Almorcé en casa de mis padres; inmediatamente después fui a lo de
Borges, que estaba en una peluquería; volvió; escribimos; a las tres y media
fuimos a Emecé; después fui a casa de mis padres, a despedirme de
mi madre que partió para Córdoba; después, a la conferencia de Borges
sobre Joyce; a mi lado, Estela. Borges declaró que el Ulysses era prácticamente
intraducibie al español y al francés, idiomas de palabras polisilábicas
y sin palabras compuestas.
Martes, 6 de septiembre. A la mañana, trabajo con Borges. Me
cuenta que, al pasar junto a la sala en que Wally Zenner dicta su clase de
arte dramático, oyó las palabras: «¡Vigor, Carmuega!». Esta frase fue
transformándose hasta parar en el siguiente soneto:
1. Alusión a la insistencia en referir su historia del protagonista de The Rime of the Ancient
Mariner (1798) de S.T. Coleridge.
2. El 2 de septiembre dio allí una conferencia sobre La literatura fantástica, recogida en
El País (Montevideo) del día siguiente.
41
1949
¡Vigor, vigor, vigor, vigor Carmuega!
Vigora tu apocado sentimiento,
tu floja carne y tu arrastrado acento.
Vigor y más vigor. ¡Vigor, Carmuega!
Carmuega hoy, mañana de Noruega
Peer Gynt serás y ¿ cómo, sin aliento,
vigor tendrás para dar voz al viento
si te falta vigor, feble Carmuega ?
Hoy apenas te sobra bizarría
para rodar de la camilla al suelo
y agitar, tant soit peu, la otra muleta.
¡Vigórate, gigante de afonía!
¡Que tu yacente voz logre del cielo
vigor para ser brazo, arco, saeta!
Miércoles, 7 de septiembre. A la mañana, trabajo con Borges en una
contratapa para Emecé.
Sábado, 10 de septiembre. A la tarde, en tren, solo, a Lomas de Zamora,
a oír la conferencia de Borges sobre Goethe. Allí, breves momentos
con él y con Estela. Borges, fraternal y agradecido. Me invitaron a comer
allí con el presidente del Centro donde ocurrió la conferencia; no
pude aceptar, porque tenía gente a comer en casa. Borges me propuso
como conferenciante. Más entusiasmo en él que en los directores del
Centro. Caminamos unas cuadras por la calle Almirante Brown, con Borges
y Estela y vagos personajes locales.
En la conferencia dijo:1 «A imitación de las religiones, las literaturas
de cada país tienen su libro o su autor canónico. Italia, y acaso el mundo,
a Dante; Inglaterra, a Shakespeare; España, a Cervantes; Francia, a Ra¬
cine, Hugo o Baudelaire; nosotros, acaso a Hernández; Alemania, a Goethe.
El caso de Italia es justo y benéfico; tal vez Dante sea el más extraordinario
de los autores y el estudio de la Divina Comedia comporte el
de la teología cristiana, el de las literaturas clásicas (y, en particular, el de
Virgilio), etcétera. Shakespeare es un caso curioso ya que se trata de un
autor que, por razones de época, no podía verse a sí mismo como literato.
El teatro, entonces, estaba al margen de la literatura; era una actividad
1. Las informaciones biográficas provienen de LEWES, G. H., The Life of Goethe (1855),
en especial caps. III a VI.
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vidad análoga a la actual composición de libretos para el cinematógrafo;
los contemporáneos de Ben Jonson se mofaron de éste porque publicó
sus piezas y las tituló Obras (la palabra les parecía presuntuosa para un
género tan humilde). Tal vez esa libertad, surgida del desdén que Shakespeare
sentía por su trabajo, le permitía volcarse enteramente en él y
lograr sus bruscas y prodigiosas iluminaciones. El caso de Cervantes y del
Quijote es más discutible; Don Quijote es una de las personas más vividas
y también más queribles y más nobles de la literatura: estéticamente, la
elección es inobjetable. Por sus resultados sobre sus lectores —que, en
los casos de estos libros máximos, son todas las personas que hablan el
idioma— la elección no es tan feliz, ya que la actividad crítica que permite
el libro es pobre; la prueba de este aserto, los cervantistas: gente
ocupada en gramática y paremiología. Tampoco es demasiado feliz la
elección del Martín Fierro para nosotros, si bien del tono general de la
obra se desprende una nobleza que sentimos como una buena posibilidad
de nuestra alma (no desmentida por algunos episodios en que el
personaje aparece pendenciero y sanguinario, y que se nos olvidan). El
estudio del Martín Fierro nos ocupará en miserias como la de averiguar
quiénes poblaban las estancias de la frontera o en determinar si se dice
contramilla o cantramilla, o en algún otro problema de la terminología de
los aperos. En cuanto a la elección de Goethe —aunque en su país hay
escritores mayores: Schopenhauer, Nietzsche, Heine— es acertadísima
por razones que ya se verán. Goethe se ocupó de muchos temas; como filósofo
defrauda un poco: cuando Schopenhauer trató de explicarle el
idealismo, nada consiguió. Goethe confiesa que intentó la lectura de
Kant pero que después de pocas páginas de la Crítica de la razón pura comprendió
que el libro, aunque admirable, no lo mejoraba y dejó de leer.
De Spinoza, "ese hombre excelente" que tanto influyó en él, sólo pudo
leer, desordenadamente, algunas páginas; lo comprendió, trató de comprender
el pensamiento de Spinoza, casi de ser Spinoza, y se conformó
con eso. En botánica estudió las plantas fanerógamas; en cuanto a las
criptógamas, tan parecidas entre sí y tan numerosas, él, como admirador
de las formas claras, llegó a mirarlas con verdadera aversión. Creía que
bastaba estudiar el proceso que ocurría en una planta, imaginarlo bien,
imaginarlo casi como lo había imaginado Dios al crearla; así conocería
uno todas las plantas. Quería estudiar la Naturaleza, pero los experimentos
le repugnaban; eran como las preguntas intencionadas de un interrogatorio.
Por eso desdeñaba a Newton y a sus discípulos. Habían investigado
la luz por medio de experimentos, de hendijas, de prismas, y
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¡hasta en un cuarto oscuro! No era extraordinario que hubieran llegado
a resultados tan absurdos como descomponer la luz en los colores del espectro
solar. Había colores más claros y colores más oscuros: el celeste
más claro que el azul; el rosado, que el rojo. La luz es más clara que todos
los colores y sería absurdo encontrarlos en ella; equivaldría a encontrar
oscuridad en la luz. Llevó a las letras la idea de que bastaba imaginar
algo perfectamente para conocerlo. Muy joven, escribió Shakespeare und
kein Ende, Shakespeare infinitamente, un vehemente elogio, aunque sólo conocía
unas pocas piezas del autor. Cuando hizo representar, años después,
Hamlet o Macbeth introdujo cambios en los textos. Creía que, en el
arte, la imitación de la Naturaleza era errónea: siempre se descubrirían
deficiencias. No hizo literatura realista o naturalista; no examinó censos
sobre lo que hacía, por ejemplo, un criminal en la noche del asesinato;
trataba de imaginarse en las situaciones. En sus novelas, personajes alemanes
llevan nombres italianos. En el teatro impuso a los actores reglas
severísimas: no debían mirarse entre ellos al hablar; sólo debían mirar al
público; siempre debían estar de frente al público (un perfil, con un solo
ojo, una sola oreja, media nariz y media boca era algo monstruoso). Los
actores no debían representar sino recitar. Imponía detenciones, por medio
de centinelas, a quienes no observaban estas reglas. Cuando el príncipe
de Weimar quiso ver en el teatro un perro amaestrado, Goethe señaló
un letrero que decía: "No se admiten perros". El príncipe insistió y
Goethe abandonó la dirección del teatro. No buscaba el énfasis, sino la
exactitud. "Si llovizna —decía— no agregaré truenos." Hay admirables
metáforas para el poniente; él escribió "la hora en que las cosas cercanas
se alejan":1 no será muy prodigioso pero es muy justo. Cuando viejo fue
a Italia —aunque trataba de comprender a todos los pueblos no viajaba;
viajar le parecía una suerte de experimento— y se enamoró de una muchacha
joven, a la que ayudó pecuniariamente; además, para congraciarse
con ella, conversaba largamente con la madre. Todo esto, sin adornos,
sin mejorar su papel, es el asunto de las Elegías romanas, un bellísimo
poema. Conoció a los poetas persas a través de malas traducciones alemanas;
los comprendió; advirtió que lo esencial en ellos era la intempo¬
ralidad; escribió el Diván de Oriente y Occidente, escribió poemas chinos,
poemas persas y poemas árabes. No le molestó parecer un imitador; fue
algo más: fue un poeta chino, un poeta persa, un poeta árabe. Trató de
1. «Dämmrung senkte sich von oben, / Schon ist alle Nähe fern» [Chinesisch-deutsche Jahresund
Tageszeiten (1827), VIII].
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imaginar lo que esos hombres lejanos habían sentido, trató de ser ellos.
Por eso puede decirse que, como San Pablo, fue todo para todos los hombres.
1 No era un apasionado ni un fanático. Las guerras napoleónicas fueron,
en Alemania, guerras por la independencia nacional, que despertaron
mucho fervor patriótico: Goethe no tuvo inconveniente en
entrevistarse con Napoleón. Por todo esto, para un pueblo fanático como
es el alemán, la elección de Goethe como autor nacional es acertadísima».
Fuente: Editorial Destino. 2006. Barcelona.

FRAGMENTOS. LECTURAS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA. Página 496.


"El extranjero, que tenía aproximadamente la edad de Settembrini, era un vecino de éste, el segundo realquilado del sastre modista Lukacek, un señor llamado Naphta, según les pareció oír a los dos jóvenes.
Era un hombre de baja estatura y delgado, iba afeitado y era de una fealdad tan acusada que uno se sentía tentado de calificarla de corrosiva. Los dos primos estaban sorprendidos. Todo en él era penetrante: la nariz curva que dominaba su rostro, la boca, de labios delgados y apretados, las lentes convexas de sus antiparras, muy ligeras, que defendían sus ojos de un gris claro, y el mismo silencio que guardaba y del que se podía deducir que su palabra sería tajante y lógica. No llevaba sombrero, como era costumbre. El traje era elegante, un vestido de franela azul marino, con estrechas rayas blancas muy bien cortado, de una elegancia discretamente adaptada a la moda, como pudieron comprobar, con su discreta mirada de hombre de sociedad, los dos primos que, al mismo tiempo, sufrieron un examen de su propia persona, aunque más rápido y penetrante por parte de Naphta".

miércoles, 15 de junio de 2016

CONTINUACIÓN. ADOLFO BIOY CASARES. DIARIOS ÍNTIMOS. BORGES.


CONTINUACIÓN. ADOLFO BIOY CASARES. DIARIOS ÍNTIMOS. BORGES. Fuente: Editorial Destino. 2006. Barcelona.

1949
[Enero a junio. Silvina Ocampo y Bioy Casares viajan a los Estados
Unidos y a Europa.]

Martes, 5 de julio. Borges anda muy ocupado con sus clases. No lee
en publico; habla. Ha dictado un curso sobre escritores norteamericanos;
dicta uno sobre escritores ingleses modernos, otro sobre místicos,
otro sobre literatura inglesa. Dio en el Rosario una conferencia sobre literatura
fantástica; dará, en la ciudad de Córdoba, otra sobre Dante; en
otra parte una sobre Martín Fierro. Interviene en debates públicos; improvisa
en banquetes.

Jueves, 21 de julio. Hoy, por primera vez, oí una conferencia de Borges.
Hablo sobre George Moore. Hablo tan naturalmente que me hizo
pensar que la dificultad de hablar en publico debía de ser ficticia. No habla
con énfasis de orador: conversa, razonando libre e inteligentemente.
Viernes, 22 de julio. En Buenos Aires. Come en casa Borges. Después
de comer, vino Susana Soca: una especie de fantasma abúlico, con manía
expositiva, evidente debilidad de juicio, dificultad casi penosa para hablar
y extraña pronunciación (.carasho!).1 Cuando se iban, en un aparte
demasiado cercano, Borges me confió: «Es una opa. No por lo que dice.
1. Cf. GRONDONA, Mariana, El chal violeta y otros relatos [Centro Cultural Corregidor,
1982: 92]: «[Susana Soca] tenia un modo de hablar muy particular y la convivencia con la
sociedad no era su fuerte. Era demasiado personal, un tanto absurda [...]».
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La inteligencia no esta en lo que las personas dicen: es una cuestión facial.
Todo el mundo dice las estupideces de Schopenhauer».
Julio. La madre de Borges creía que a Estela Canto le interesaba en
particular el male element o, como decía mi suegra, el male elephant.
Borges accionaba con la taza sobre la elegantísima Ema Risso Platero;
esta exclamo: «Una sola gota de café sobre Marcel Rochas y te
mato». (El vestido era de la casa Marcel Rochas.)
En Buenos Aires, las mujeres se habían puesto a escribir. Una señora
le dijo a Borges: «Antes de Victoria, esto no se usaba».
«No me gusta este señor —decía Norah Borges de un viejo vecino de
Palermo— porque es débil y sanguinario. Lo imagino solo en su casa, tocando
un tamborcito y gritando: ".A degüello! .A degüello!".»
Según Borges, cuando Ibarra señalaba un error en un autor famoso,
añadía: «El genio no esta para pavadas».
Un rematador, según Borges, decía: «Es uno de esos tipos que llevan
pantalones como ventilador».
Por teléfono, leo a Borges una frase de Anderson Imbert en un articulo
sobre la Celestina:1 «Yo lo admiro a Fernando de Rojas por la violencia
con que le abre las braguetas al mundo». Al rato, Borges llama para
preguntarme como era la frase. Cuando se la leo, comenta: «Ah, dice
mundo. Yo creí que decía vida. Hubiera sido otro error. Pero, sin embargo,
mundo esta mal. Sin duda, quiso escribir vida o realidad, pero eran palabras
femeninas. Sin duda, escribió vida y a la semana advirtió el error y
corrigió». Del mismo dice: «.Lo conoces? Es una persona muy inculta.
Viéndolo, uno piensa, como decía no se quien, que tiene menos porvenir
en la literatura que un malevo con anteojos negros».
Escribiendo los cuentos de Bustos Domecq, creimos descubrir que
los personajes se definen por la manera de hablar: si el autor imagina
1. «Comedia de Calisto y Melibea» [Realidad, n° 15 (1949)]. Reseña la edición [Estrada
(«Clásicos castellanos»), 1949] prologada por Bioy.
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como hablan, los conoce, no se equivoca sobre su psicología. Borges
opina que una prueba de esto se encuentra en el Martín Fierra a pesar de
que en todo libro los episodios son como adjetivos, a pesar de que los episodios
del Martín Fierro describen al héroe como un hombre pendenciero
y sanguinario, si dijésemos que Martín Fierro es un simple Juan Mo
reira u Hormiga Negra cualquier argentino nos desmentiría. Hay una
nobleza estoica en el tono del libro, o de lo mejor del libro, que ha creado
el personaje; y las circunstancias de su biografía —o las intenciones
del autor— se dejan de lado o se olvidan.
Con Borges inventamos estas frases:
«Señorita, su nariz brilla como si nosotros tuviéramos anteojos negros».
«Usted se da buena vida, don Sopa Seca.»
«A usted no lo desvela el detalle del calzado, don Dedo Gordo.»
«Usted no me va a negar que le gusta la sociedad de las damas, don
Pellizco.»
«No lo recuerdo al señor. Me parece un desconocido visto de atrás.»
También dimos en inventar este tipo de frases:1
EN MENOS QUE trepa un cerdo
pongo un huevo
suda un negro
crece un callo
caga un feo
robo un queso
meto un dedo
cuento un dedo
baila un conde
suena un pedo
mata un hongo
nace un chino
trago un bollo
huelo un queso
trago un pelo
1. Cf. las frases de Mario Bonfanti en «Las previsiones de Sangiacomo» (1942) [«en menos
que trepa un cerdo», «...que tose un viejo», «...que cuento un dedo»] y en B-BC
(1946a) [«En menos que baila un conde»].
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calzo un gorro
duermo un rato
baja un corto
tarda un rengo
mira un tuerto
encuentro un bizco
olvido un pedo
afeito a un calvo
pido un queso
pasa un ano.
Frase para Gervasio Montenegro: «Esa noche, cuando entre en mi
cuarto, tuve la sorpresa de recibir un solo balazo».
Con Borges y Silvina inventamos este juego: decir:
«Que deliciosas uvas, tienen gusto a queso de chancho».
«Que agua mas agradable, parece bizcochitos secos.»
«Trajeron un champagne tan rico que parecía queso de garbanzos.»
Caminábamos con Borges por un barrio de quintas, en Mar del
Plata, y de pronto sentí un olor que me conmovió. Borges me dijo que
los recuerdos que mas nos emocionan son los de olores y gustos, porque
suelen estar rodeados de abismos de olvido: hay que oler el mismo olor
para recordar un olor, hay que sentir el mismo gusto para recordar un
gusto (no ocurre así con imágenes y sonidos). .Con que emoción volvemos
a oler el mismo olor que por ultima vez olimos en tiempos lejanos,
en lugares a los que nunca volveremos! (Comparar con Proust, A la recherche
du temps perdu, I, 1, in fine.)
Borges le conto a Martínez Estrada que habíamos recibido anónimos
por la Antología poética. Martinez Estrada le dijo que «ya se sabe, todos los
anónimos estan escritos por Manuel Galvez o por Ramon Doll, y que nadie
esta libre —ni Enrique Larreta».
Borges, de una lista de obras de Hugh Walpole incluibles en nuestra
colección de novelas («La Puerta de Marfil»), quiso omitir The Killer and
the Slain, por grosera e inconclusa (en el sentido de terminación). Yo le
dije que seria la ultima que excluiría: su argumento deja un agradable dibujo
en la mente del lector.
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Nos confesamos uno a otro que cuanto interlocutor nos hablaba de la
Antología de la literatura fantástica nos preguntaba por que no habíamos incluido
«El sincope blanco» de Quiroga, y que para no decirles que ese
cuento nos parecía una estupidez, simulábamos no conocerlo, y tomábamos
nota para la inclusión en futuras ediciones. .Como ese cuento, que es
una ostensible estupidez, pudo gustar tanto? Creo que las razones son:
poca experiencia de la gente de aquí en la literatura fantástica; basta la
idea de una especie de estación ferroviaria de la otra vida. El lector imagina
sobre ese dato y prescinde de las torpes particularidades de la lectura.
Lunes, 25 de julio. Anoche Borges dio una excelente conferencia sobre
Swedenborg. Después conversamos un rato —Borges, Estela Canto,
Marta Mosquera, Wilcock, Silvina y yo— en un café de la calle Santa Fe,
entre Libertad y Cerrito. Referi, como tantas veces, el apócrifo origen
bestial de los apodos el Gallo y el Pollo.1 Borges contó el caso del comisario
Bertoni. Se decía que hombres como el comisario Bertoni se habían
acabado, que ya no habría mas funcionarios con ese sentido del deber,
de la justicia y de la responsabilidad. Una anécdota ilustraba estas prendas
del comisario. Junto a la comisaria había un baldío y allá pastaba una
potranca a la que le había echado el ojo un muchacho del barrio, un
mozo pierna. Una madrugada, en la seguridad de que no habria nadie, el
mozo se le acerco sigilosamente, la volteo y se la cogio. Bertoni, que no
era sonso y que estaba en todo, había maliciado las intenciones del joven
vecino y esa mañana había madrugado mas de lo habitual. Desde el alero
de la comisaria, donde mateaba, vigilaba el potrerito. En el momento
oportuno se apareció en el lugar del hecho y sorprendió al mozo. Con
aquel sentido del deber y de la responsabilidad que ya no volvera a verse,
le dijo al mozo: «Bajate los pantalones» y ahí nomás le rompió el culo.
Borges recordó riendo que también en la Biblia se dice que hay que matar
con la misma arma a la persona y al animal.2
BORGES: «Casi todas las personas deben de sentir que tienen algo
que expresar aunque —seguramente— ese mensaje secreto3 es ilusorio.
Por ejemplo: .que podría revelar Urena?».
1. «Aniceto el Gallo» fue uno de los seudónimos de Hilario Ascasubi [en su Aniceto el
Gallo (1872)]; «Anastasio el Pollo», el de su declarado discípulo Estanislao del Campo. El apócrifo
origen se refiere a supuestas copulas con aves de corral.
2. Levitico 20:15-16.
3. Cf. CHESTERTON, G. K., Robert Browning (1903), VIII: «Browning believed that to every

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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