
ESTUDIO PRELIMINAR
«TODOS LE MURMURAN»: EL REINADO
DE CARLOS IIY LA POESÍA DE SÁTIRA POLÍTICA
i .
I n tro d u c c ió n : «Esto, es, señor, u n a v erd ad era B abilonia»1
El 17 septiembre de 1665, cuando falleció Felipe IV y su hijo de
apenas cuatro años le sucedió en el trono, se abría un período institu
cional en la Monarquía que se desconocía desde la Baja Edad Media; es
decir, una regencia femenina como la que había protagonizado María
de Molina a comienzos del siglo xiv. Daba comienzo «un tiempo in
cierto cuyo desenlace podía tener consecuencias fatales para la misma
dinastía y para los territorios de la Corona» (Kalnein, 2001, p. 43). No
obstante, el testamento del rey, firmado el 14 de septiembre, había deja
do muy perfilado el gobierno acorde con la experiencia de los modelos
medievales y a lo dispuesto en las Partidas, pero también ajustado a las
directrices de los pensadores políticos contemporáneos: la reina, Ma
riana de Austria, ejercería como regente hasta que Carlos alcanzara la
mayoría de edad, los catorce años (en noviembre de 1675), asistida por
una Junta de Gobierno compuesta, según ya estaba previsto desde 1658,
por seis miembros, los presidentes de los Consejos de Castilla y Aragón,
el arzobispo de Toledo, el Inquisidor General, un miembro del Consejo
de Estado y un representante de los Grandes:
1 Carta del barón de Lisola, embajador austríaco, al emperador en enero de 1666.
Cit. por Ruiz Rodríguez, 2005, p. 265, n. 372.
Murió el príncipe de Fez [Felipe IV]
que en aquel reino se usa,
aunque el príncipe lo excusa
que lo ejecute una vez.
Por gobernador y juez
un confidente dejó
y seis bajaes mandó
que le asistan por oficio:
el que labró este edificio,
perdone si se cayere
y dé adonde diere, (núm. 65, w . 33-43)
De esta forma, con aquella Junta —compuesta, según Maura (1942,
I, pp. 29, 56), por «tres segundones, un hidalgo de gotera y un grande
de nuevo cuño» o, si se prefiere, «el Político [conde de Castrillo], el
Diplomático [conde de Peñaranda], el Jurisconsulto [Cristóbal Crespí,
vicecanciller de Aragón], el Militar [marqués de Aytona], y el Prelado
[Pascual de Aragón] — , si bien el monarca difunto había intentado evitar
un nuevo valimiento y preservar el legado de su reinado, en realidad «el
testamento se convirtió en plataforma para las disputas políticas de los
años siguientes» (Kalnein, 2001, p. 50). De hecho, con esta medida, el
papel del Consejo de Estado, e incluso el del sistema polisinodial en
su conjunto, había quedado diluido y los equilibrios políticos habían
perdido su estabilidad. Por otra parte, la reina madre, necesitada de
conquistar la regencia y salvaguardar su autoridad ante los prejuicios por
su condición femenina2, procuró «recortar lo más posible el poder de la
Junta asesora, intentando gobernar, si no por sí misma, sí por personas
de su elección», con lo que alimentó las intrigas de sus enemigos y se
debilitó el poder real en una época de minoridad agravada por la mala
salud del heredero3. Esto, al mismo tiempo que alentaba la esperanza
de que la Monarquía derivara en un régimen aristocrático, provocó
el resquemor de los miembros de la grandeza que se habían sentido
relegados del poder, especialmente personajes de gran predicamento
como don Juan José de Austria, hermanastro del rey, o el decano del
Consejo de Estado, el duque de Medina de las Torres, pronto fallecido,
2 Ver para este asunto Olivan Santaliestra, 2006b, pp. 184-185.
3 Castilla Soto, 1992, p. 198; ver también Ribot García, 2000, pp. 78, 85; Graf von
Kalnein, 2001, p. 50; Carrasco Martínez, 1999, p. 91; Olivan Santaliestra, 2006b, p. 186,
2006a, p. 71; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 129, 132; Bégue, 2017, p. 166.
alejados de aquellas instancias, conscientemente quizás, para que, por
su capacidad de liderazgo, no rompieran el equilibrio en las labores
consultivas de la Junta, según apunta Ribot García, (2000, p. 81).
La preponderancia que dio la regente a personas ajenas a esta alta
aristocracia, que se arrogaba el derecho y la obligación de asistir en
exclusiva al rey y tenía una «concepción patrimonial de los puestos y
cargos públicos» (Kalnein, 2001, p. 384), abrió la espita para que pugnara
por sus aspiraciones hasta alcanzarlo.
Que se consienta en la corte
ver que la grandeza calla,
aunque los llamen canalla
un hombre de tan ruin porte
y que no haya en esta corte
quien sane tanto doliente,
malhaya quien lo consiente, (núm. 68, w . 43-49)
Así pues, lejos de que el nuevo estado de cosas fomentara la unidad
entre todos ellos, su cohesión fue coyuntural, esporádica y volátil y con
tribuyó a la división de facciones por las aspiraciones al poder del grupo
de privilegiados. A ello contribuyó también la ausencia de un centro
político firme y referencial aceptado por todos. En efecto, el reinado
de Carlos II puede caracterizarse como un período en el que la activi
dad política de la nobleza consistió en controlar los diferentes cargos y
mecanismos de poder mediante la sujeción de la Monarquía y de sus
instituciones, pues consideraba que tenía el derecho exclusivo y el deber
para ello en su calidad de miembros insignes de este cuerpo político.
Pero alcanzar el dominio, al ser su único objetivo común, implicaba el
enfrentamiento entre las ambiciones de los elementos más destacados
de esta aristocracia. En esta pugna política, los contrincantes, llevados
a veces por odios sarracenos personales, otras por el mero interés, otras
por la desconfianza, otras por la responsabilidad y el compromiso, de
bían hacer frente y templar las divisiones internas, debían lidiar con la
voraz avidez de potencias extranjeras en auge, debían buscar medidas
que sortearan la crisis económica que afectaba a la mayoría de la pobla
ción. Estas circunstancias, en su conjunto, hacen difícil, muchas veces,
determinar la mudable pertenencia de unos y otros a una u otra facción.
Para ejerccitar ese poder se necesitaba estar cerca, física y moral
mente, del rey (y de las reinas).
A pesar de la debilidad de Carlos, ora
por su minoría, ora por su carácter, ora por su salud, el monarca era la
fuente de la que brotaba la legitimidad: la amistad y el ascendiente eran
necesarios para cualquier valimiento, la confinidad permitía amoldar y
sujetar la voluntad del monarca y contar con su anuencia sancionado-
ra. Pero también era necesaria la forja de elaboradas redes clientelares
con las que dominar las instituciones, al frente de las cuales aparecieron
personajes que fueron de la inoperancia, al mesianismo, pasando por el
oportunismo y la capacidad, la ambición y, por qué no, el voluntarioso
servicio al bien común.
Mas en esta lucha política cortesana se fue incorporando a lo largo
de todo el siglo xvn la fuerza de la opinión pública o, si se prefiere,
de una «opinión protomoderna», como apunta Olivari (2014, p. 36),
ciertamente limitada, como una baza para lograr los objetivos de poder.
Y quienes supieron usarla acabaron por alcanzarlo. Para construir un
estado de opinión la sátira fue uno de los mecanismos utilizados en este
período. Como resaltaba Gómez Centurión en un trabajo clásico (1983,
pp. 12,13, 33): «Durante el reinado de Carlos II la profusión de la sátira
es sorprendente», de forma que los libelos y pasquines se convirtieron
«en los instrumentos más idóneos para despertar la murmuración y el
descontento populares», hasta el punto de poder hablar de «campañas
de opinión» que intentaron inclinar la balanza de la lucha de facciones
en los momentos críticos del reinado. ¿Por qué el auge de la expresión
satírica y de la agitación política? Sin duda por la debilidad, cuando no
incapacidad, del monarca y de aquellos más próximos a él en las diferen
tes instituciones. Así lo percibieron, en ocasiones de manera magistral,
hombres como don Juan José de Austria y sus publicistas, o ministros
como el conde de Oropesa o el cardenal Portocarrero que utilizaron
diferentes recursos propagandísticos para atacar a sus enemigos políti
cos y hacerse con las riendas del ansiado gobierno creando un estado
de opinión favorable a sus intereses.
Por eso, si bien las composiciones
no emanaban de la cultura popular sino de las facciones aristocráticas
(Aichinger, 2016, p. 29), sí pueden calificarse como «populares» por el
público al que iban dirigidas (Storrs, 2013, p. 282); así, las sátiras objeto
de nuestra recopilación no fueron tanto el reflejo de una opinión públi
ca sino la útil herramienta que, aprovechando un terreno abonado por
el descontento y la crisis, podía utilizarse con eficacia para contar con el
apoyo de una fuerza, el pueblo, a veces irracional y difícil de domeñar,
con la que lograr los objetivos políticos personales y grupales en una
capital convertida en un hervidero de desazón y malestar y en un centro
de conspiraciones permanentes.
Pero, detrás de esta lucha política, ¿había algo más que ambiciones
personales o la defensa de intereses estamentales y de facción? Es decir,
¿puede adivinarse, al menos a través de las sátiras que estudiamos, un de
bate profundo sobre la manera de entender la Monarquía o una relación
en profundidad de los objetivos concretos y de las ideas sostenedoras de
un gobierno? Aunque algo de esto, como veremos, se intuye, la sátira
en verso, como el pasquín o el cartel, no era el modo de adecuado de
transmitir estos supuestos, más propios de manifiestos, de sermones, de
panfletos de mayor o menor enjundia ligados a la tratadística política
del momento4. La sátira en verso, con vocación divulgadora, tenía, sobre
todo una intencionalidad crítica y humorística que perseguía un fin
inmediato mediante la denigración del contrario. Sus versos sirvieron, a
veces, como recordatorio de los deberes del rey e incluso para criticarle;
sirvieron para la queja por la situación económica (la subida del pan,
la pérdida de valor de la moneda, la corrupción y venta de cargos). La
sátira fue utilizada para atacar al gobierno y personajes de la corte por
su inoperancia o ineptitud al mismo tiempo que para alabar a los oposi
tores, pero no tanto para exponer con detalle un programa político co
herente e ideologizado, aunque sí barruntarlo. Para ello la sátira se servía
de acontecimientos sabidos por todos, de anécdotas y chascarrillos (una
boda, un engaño, un detalle insignificante de protocolo), de burlas y de
fectos físicos (una cojera,la mala vista...), de carencias morales (la luju
ria, la gula...), de taras de carácter (debilidad, soberbia...), de desprecios
por supuestos orígenes o creencias (extranjería, herejía) o simplemente
por las flaquezas de la condición femenina de sus protagonistas (pusila
nimidad, achaques, esterilidad), con apreciables elaboraciones estilísticas,
y el lenguaje eficaz, a veces claro, a veces codificado, para ganarse la
atención y el favor de quien las leía y oía.
En esta relación y selección de sátiras, al margen sus componentes
estéticos y tipológicos que requerirán más demorados análisis5, puede
advertirse una sincronía mediatizada entre estas y los hechos históricos,
4 Algunos aspectos relacionados con esta problemática estudia Alvarez-Ossorio, 2004.
5 En este proyecto apenas hemos podido abordar la edición de un corpus de cierta
entidad. Nuestro propósito era precisamente poner a disposición de los estudiosos un
material capaz de impulsar nuevas valoraciones de esta poesía, a menudo despachada
con juicios despectivos que nos parecen demasiado apresurados, y que necesita mayores
indagaciones. La misma riqueza de paradigmas paródicos que muestra, por ejemplo, a
los que Ignacio Arellano ha dedicado un estudio que se publicará aparte, denuncia una
complejidad estética y de recursos literarios hasta la fecha ignorada por la crítica.
en la medida en que los textos satíricos contribuyen a distorsionar los
hechos, pues esa es en verdad su intención.
Y ciertamente lo logra, pues
muchos de los juicios que todavía hoy se manejan en torno a persona
jes como Nithard, Valenzuela, don Juan José, Mariana de Austria, María
Luisa de Orleáns y Mariana de Neoburgo y otros personajes, se funda
mentan en los escritos sarcásticos de sus opositores y enemigos. Por eso,
a pesar de la distorsión provocadora de las coplas, el objetivo de estas
páginas es el repaso y la comparación de acontecimientos con los versos
y viceversa, pues desde su subjetividad nos puede ayudar a entender el
verdadero significado de las composiciones, así como el trasfondo polí
tico y el ambiente de rivalidad de facciones y las maneras de entender
el gobierno existentes en la corte madrileña, como han puesto de ma
nifiesto diversos y valiosos estudios.
2. E l ciclo de E verardo N ith ard (1666- 1669): U na co rte de
A uSTRIALES y GERARDASb
El jesuíta austríaco Juan Everardo Nithard (1607-1681) llegaba a
Madrid en octubre de 1649 en la comitiva que acompañó a Mariana de
Austria para celebrar su matrimonio con Felipe IV, en calidad de con
fesor de la nueva reina. Nithard había nacido en el seno de una familia
católica de origen tirolés, aunque, según algunos, con un abuelo lutera
no, sospechoso pasado que sería utilizado contra él cuando alcanzó las
más altas cotas de poder en la corte:
un confesor extranjero,
Inquisidor General,
que la bula de la cena
entera se comerá,
cuyos padres protestaron
en Francofour o Amsterdán
contra Carlos V invicto
de Lutero la maldad (núm. 35, w. 49-56)
6 Según un memorial anónimo sobre los acontecimientos de 1668-1669 la divi
sión en facciones en la corte había llegado hasta el mismo cuarto de la reina en donde
unas damas se llaman Austriaíes y otras Gerardos, según apoyasen a don Juan José o al
padre Juan Everardo (Novo Zaballos, 2010, p. 757).
En otros trabajos se habla también
de esta división entre las damas de la corte en bandos de «nitardistas» y «juanistas» (Graf
von Kalnein, 2001, pp. 118-119).Ver también sobre la división entre las damas de la
corte el estudio de López Cordón, 2009.
En 1607, combatió en la guerra de los Treinta Años en el ejército
de la Liga Católica hasta que ingresó en la Compañía de Jesús el 6 de
octubre de 16317. En su seno inició una importante carrera como do
cente en los colegios de la institución que le llevaría a ser nombrado
en 1646 preceptor y confesor de los hijos del emperador Fernando III,
Leopoldo y Mariana.
Fue tras la muerte del rey Felipe IV y con el acceso a la regencia de
su viuda, Mariana, cuando el padre Nithard inició su carrera política,
aunque ya con anterioridad, especialmente desde la muerte de Luis de
Haro, en 1661, había formado parte de la Junta de Reformación de las
Costumbres y de la de Medios y Reservas, donde demostró su capaci
dad para la planificación y gestión de los recursos públicos8. Tras superar
algunos escollos burocráticos por su condición de extranjero —como
expresamente hizo constar Felipe IV en su testamento, en donde or
denaba que no fueran miembros de los consejos «ministros ni jueces
extraños de estos reinos»— y de jesuíta, el «teatino» de las sátiras9 —la
Compañía exigía en sus estatutos que sus miembros renunciaran a los
«oficios y dignidades de la Iglesia»—, en enero de 1666 la reina lo nom
bró, con otros eminentes aristócratas de la corte, consejero de Estado:
Siete de Estado consejeros vi,
escucha, sabio, que te contaré:
[•••]
Y el otro ha sido un pater alemán
que dizque absuelve ya que es bendición:
él está graduado en Abmsterdam (núm. 30, w. 1-2, 9-11)
Además, el 22 septiembre de ese año, una vez lograda la naturaliza
ción como castellano del jesuíta austríaco, doña Mariana, con la anuen
cia de Roma, le entregó el cargo de Inquisidor General (tomó pose
sión en noviembre), después de que don Pascual de Aragón, nombrado
previamente para ese puesto en septiembre de 1665, y sin que llegara a
ejercerlo, fuera elevado a la dignidad de arzobispo de Toledo.
7 Sáenz Berceo, 2005, pp. 323-324; Novo Zaballos, 2010, p. 755.
8 Sáenz Berceo, 2005, p. 325, 2014, p. 17; Oliván Santaliestra, 2006a, pp. 96-98.
J Algunos autores han considerado que la cláusula testamentaria del Felipe IV
recordando la imposibilidad de que los extranjeros ocuparan cargos de gobierno fue un
intento de evitar el ascenso de Nithard por la influencia que este había adquirido sobre la
reina y el rey en los últimos años de la vida de Felipe IV (Lozano Navarro, 2005, p. 303).
Gracias a este nombramiento, el jesuita accedió a ocupar uno de los
seis asientos en la Junta de Gobierno que se había creado para auxiliar a
la reina conforme a lo dispuesto en el testamento del rey10. No en vano,
era la persona (quizás la única) de la que la regente más se fiaba en la
corte, contaba con el apoyo de la Compañía y gozaba de los parabienes
del emperador, pues podía convertirse en uno de sus principales apoyos
para hacer factibles sus aspiraciones en Madrid. De esta forma, en pa
labras del propio Nithard en sus Memorias, para estas fechas «estaba en
reputación de valido y de primer ministro de la monarquía»11, por lo
que se convertiría muy pronto en la diana de los desprecios de sus opo
sitores alimentados por las evidentes y notorias muestras de ambición
personal de Nithard:
¿Para qué la Inquisición
con el Consejo de Estado?
¿Para qué tan elevado
con una y otra ambición?
¿Dónde está la religión?
¿Dónde la humildad está?
¿Mañana el que hoy es, será?
¡Ay de ti, Jerusalén,
que de aquí truecas el bien,
por el infierno de allá! (núm. 37, w . 100-109)
Así pues, muy pronto se extendió el resentimiento y desconfianza
entre diferentes elementos, en especial el de un personaje de sangre real,
con un gran protagonismo político y militar hasta entonces: don Juan
José de Austria, el hijo bastardo del difunto monarca, gran prior de la
Orden de San Juan en Castilla con residencia en Consuegra, pacificador
de las rebeliones de Nápoles y Cataluña y no falto de arrojo, ambición,
vanidad y arrogancia a partes iguales. Como señalaba el embajador ve
neciano en la corte madrileña a finales de 1667:
La reina es mujer de mucho talento, con mucha más autoridad que el
difunto rey; pero ha tenido la culpa de elevar al jesuita Nithard, su confesor,
al cargo de Inquisidor General y de primer ministro, determinando así hos
tilidades, odios y murmuraciones de los súbditos y, más que todo, el odio de
111 Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 136-138; Ruiz Rodríguez, 2011, pp. 81-83; Grafvon
Kalnein, 2001, pp. 85-89; Sáenz Berceo, 2014, pp. 25-40.
11 Cit. por Lozano Navarro, 2012, p. 38.
D.Juan de Austria, que por reconocimiento de Felipe IV tiene derechos casi
iguales a los de los hijos legítimos, y que toda su vida luchará para conseguir
los principales cargos en la monarquía12.
Don Juan José (quien en sus principios tuvo buenas relaciones con
Nithard, que ejerció de mediador entre el príncipe y la regente) supo
atraerse a otros «malcontentos» —facción cuya existencia, como recuer
da Hermant, (2012, p. 31) ya es evidente en abril de 1666— por muy
diferentes motivos y aspiraciones: estos eran miembros de la alta aris
tocracia, el duque de Medina de las Torres, los marqueses de Mortara
y Mondéjar, los duques de Montalto, Osuna, Infantado y Terranova, el
vicecanciller de Aragón, el cardenal de Aragón o el conde de Peñaranda,
entre otros, o elementos de diferentes órdenes religiosas, especialmente
de los dominicos, opuestos a los «codiciosos» jesuítas (núm. 31).
Con
ellos don Juan José creó una red, un grupo de presión, que empren
dió toda una campaña de desprestigio contra aquel jesuíta extranjero
y advenedizo que, sin experiencia política, se había convertido en el
hombre fuerte del gobierno de la Monarquía, no solo por los cargos que
desempeñaba sino por su control de la conciencia real y en especial, de
la reina madre, contra la que también dirigieron las críticas misóginas
más acerbas13:
que se abrasaría todo
si m ujer en cualquier modo
gobernase o presidiere
y dé adonde diere (núm. 65, w. 50-54).
Mientras, el bastardo aspiraba sin éxito —de hecho, sería expulsado
de la corte el 24 de mayo de 1666— a lograr un puesto en la Junta de
Gobierno. No obstante, a pesar de los obstáculos que había puesto el
confesor,lograba finalmente un asiento en el Consejo de Estado en abril
de 1667. Donjuán también atribuyó a Nithard —aunque era obvio que
respondía a la voluntad de la regente y de otros allegados al monarca—
otros desaires, como que se le impidiera acudir al lecho de muerte de su
padre, aunque esta fuera decisión del propio rey dar el pésame al nuevo
monarca, que se le negara el matrimonio con una de las archiduquesas
del Tirol o la orden de alejamiento de la corte y por tanto, del centro
12 Cit. por Sáenz Berceo, 2014, pp. 41-42, n. 74.
13 Ver López-Cordón, 2009, p. 116; Olivan Santaliestra, 2006a, p. 99.
del poder14. Pero a estas diferencias personales hubo que sumar también
diferencias políticas: don Juan José era visto como una amenaza directa
contra la autoridad de la regente y su reclamada presencia en la corte
solo podía traer aparejada la inestabilidad.
Además, en los años del gobierno de Nithard la Monarquía tuvo que
hacer frente a los reveses de dos importantes conflictos: el fin de la gue
rra con Portugal, que terminaría con la firma del tratado de Lisboa de
febrero de 1668 y la llamada Guerra de Devolución con Francia, inicia
da en 1667, por la posesión de diferentes territorios en los Países Bajos,
y que terminó en mayo de 1668 con la firma de la paz de Aquisgrán15.
Sus detractores achacaron al confesor los malos resultados de ambos
tratados para la Monarquía:
Tiró la polla y barato
dio a los que mirando estaban,
a Portugal todo un reino,
todo Flandes le dio a Francia, (núm. 39, w . 45-48)
No era ajeno a todo ello la confrontación entre Madrid entre «hal
cones» y «palomas», los primeros partidarios de una política tradicional
imperial y los segundos (como el duque de Medina de las Torres y es
probable que don Juan José) dispuestos a abandonar las pretensiones
españolas en Flandes o Italia. Además de ser criticado por su condición
de jesuíta y extranjero, también se le atribuyó una serie de decisiones
políticas desacertadas, como promover el matrimonio de Margarita Te
resa con el emperador Leopoldo en 1666, lo que se consideraba un
acercamiento casi «feudatario», al Imperio:
Los que en puridad dan silla
al extraño, y más lo exaltan,
infieles, dicen que faltan
hombres buenos en Castilla.
Arranqúese esta semilla
que produce tal cizaña;
la prudencia no la sana
porque el alemán ignore
lo que se piensa en España, (núm. 37, w. 21-29)
14 Para estas circunstancias ver Castilla Soto, 1992, pp. 196-197, 200-205; Ruiz
Rodríguez, 2008, p. 148.
15 Ver Usunáriz, 2006, pp. 408-433; Sáenz Berceo, 2005, pp. 345-346; 2014, pp. 42-47.
Quien ampara al extranjero
para que el imperio rija
espere que Dios le aflija
con vigor justo y severo.
Si cruel y lisonjero
la espalda vuelve al amigo
del cielo tema el castigo
que llore en amargo llanto,
y escuche al Espíritu Santo,
que yo no soy quien lo digo. (núm. 37, w. 30-39)16.
Sin embargo, a pesar de las acusaciones de connivencia con el Impe
rio, durante los años de su gobierno no se logró que el emperador con
tase con más apoyos en la corte de Madrid17. A esto contribuyó no tanto
el confesor como la misma política errática de Leopoldo hacia Luis XIV,
y la firma de un tratado de reparto en enero de 1668 en caso de morir
Carlos II (Usunáriz, 2006, p. 426), mientras avanzaban las posiciones de
aquellos partidarios hacia un entendimiento con una más que pujante
Francia, con el conde de Peñaranda al frente.
Tampoco le faltaron críticas por despreciar a la nobleza y el sistema
de Consejos en beneficio de juntas o por promover una forma perso
nalista de designar cargos que demostraba su inclinación al clientelismo.
Un ejemplo fue el nombramiento de Diego Sarmiento de Valladares,
obispo de Oviedo, considerado como un hombre de segunda fila y de
escasa capacidad, como presidente del Consejo de Castilla:
El presidente Sarmiento,
sin conciencia y sin justicia,
la silla de la justicia
gobierna como un jumento (núm. 38, w. 13-36)
Pero también recibió reproches por otras cuestiones, como no po
ner en práctica una esperada reforma fiscal en medio de una profunda
depresión económica: «Los tributos se están como solían / y no pueden
pagar lo que podían» (núm. 43, w. 17-18)18.
16 Apoyo al emperador del que también se acusaba a Mariana (núm. 34).
17 Sobre la red del poder imperial en Madrid en torno a su embajador, el conde de
Pótting (1665-1673) ver Olivan Santaliestra, 2006a, pp. 171 y ss.
18 Novo Zaballos, 2010, pp. 772-773; Lozano Navarro, 2012, p. 32; Graf von
Kalnein, 2001, pp. 69, 81, 120; Contaras, 2003, pp. 94-95.
Debido a estos fracasos de Nithard, la Junta de Gobierno se mostró
dividida e incrementó el plantel de sus enemigos (núm. 32).
Así, don
Juan José pudo atraerse a todos: nobles descontentos, a los representantes
deViena, a miembros de otras órdenes religiosas, así como a buen parte
de la población madrileña.
Precisamente fue la guerra contra Francia en los Países Bajos, la gue
rra de Devolución, la ocasión aprovechada por la regente y Nithard para
intentar quitarse la presión de don Juan José. Por decreto de 14 septiem
bre de 1667 se ordenó que fuera enviado a los Países Bajos como Go
bernador y Capitán General de Flandes para dirigir allí la campaña mi
litar contra los franceses.
El decreto marcó un punto de inflexión, pues,
a partir de entonces, don Juan José abandonó cualquier vía tradicional
y ortodoxa de acceder a puestos de poder. Don Juan responsabilizó a
Nithard del decreto y desde el primer momento mostró su resistencia
a partir a Flandes como conocedor de las consecuencias políticas y de
prestigio que tendría para él una probable derrota ante Francia19.
Como réplica esta decisión, don Juan José y los suyos emprendieron,
como veremos, toda una campaña dirigida a minar la credibilidad del
confesor y a ensalzar la del príncipe, mediante lo que un documento
denominó la estrategia de los ratones: «que no hallándose con fuerzas
para acometer descubiertamente al hombre, valiéndose de su multitud
le roían ocultamente los cimientos de la casa hasta que se le cayese a
cuestas el edificio» (Sáenz Berceo, 2014, p. 57). No faltaron tampoco
otras alternativas más radicales, como fueron los planes para secuestrar
e incluso asesinar al padre Nithard impulsados por el propio don Juan.
El primero, encargado a un francés conocido como Santoné (Saint Au
náis), previsto para febrero de 1668 (núm. 112, v. 94), fracasó por la in
tervención de los alcaldes de Corte; para mayo se preparó otro intento
a cargo de un militar al servicio de don Juan, el aragonés José Mallada.
Este último complot también fue descubierto. La ejecución de Mallada
por orden del presidente del Consejo de Castilla a instancias del confe
sor se hizo sin las suficientes garantías judiciales. Esto provocó toda una
tormenta política que llegó a dividir a los miembros de la Junta y dio
argumentos al indignado infante para minar la autoridad del confesor:
19 Hermant, 2012, pp. 38-39; Castilla Soto, 1992, pp. 208-209; Ruiz Rodríguez,
2008, pp. 149-159.
Donde dicen que Everardo
un Abel hizo matar,
y que por orden de Dios
le pusieron la señal (núm. 34, w . 300-303)2".
Como, además, en mayo se había firmado la paz con Francia, don
Juan José —que había marchado en marzo a La Coruña con objeto
de embarcarse para Flandes—, se escudó en este cúmulo de aconteci
mientos internos y externos para negarse a marchar a los Países Bajos y
aprovechar de este modo las oportunidades que se le abrían en la corte
en aquella nueva crisis. Ante su negativa, la regente ordenó que regre
sara a Consuegra.
Desde allí, este urdió, apoyado en Bernardo Patiño,
hermano de su secretario Mateo Patiño, una nueva trama que pretendía
apartar a Nithard de la reina, recluirla en un convento, apoderarse de
la persona del rey y hacerse con la regencia. El 13 de octubre de 1668
fue descubierta toda la conspiración, Patiño fue encarcelado y la reina
ordenó la detención de don Juan. Este, avisado, decidió huir a la espera
de mejor oportunidad:
Quien se aparta no conspira;
no peca, que no se ofrece
cuando su verdad padece,
guardarse bien es cordura,
que después de noche obscura,
más claro el sol amanece, (núm. 37, w . 133-138)
Temeroso de un atentado —«Del enemigo sangriento / fiarse es
temeridad» (núm. 37, w. 149-150)—, huyó de Consuegra a Aragón: en
Zaragoza Nithard se había granjeado gran número de opositores por
diferentes nombramientos arbitrarios, como el del mismo virrey, conde
de Aranda, y por otras decisiones contrarias a los fueros aragoneses. Sin
embargo, y a pesar de la buena acogida de las instituciones locales, el prín
cipe no pudo permanecer en la ciudad por la hostilidad del virrey. De allí
marchó a Barcelona donde había ejercido como virrey en Cataluña, entre
1653 y 1656 y había dejado un buen recuerdo entre los naturales:
Todo Aragón me recibe
desde el chico hasta el jurado,
2(1 Otras referencias al caso Mallada en núms. 2, w . 61-64; 39, v. 40; 98, w . 121-128;
112, w . 91-100.
no podré contar aquí
lo de la plata y regalos, (núm. 98, w . 105-108)
En ese momento se daba inicio a una campaña de pasquines, libelos
y sátiras especialmente virulenta21 que daría lugar «a la primera gran
batalla panfletaria de la historia de España», en palabras de Ribot García
(2000, p. 89. Como en su día apuntó Maura:
a juzgar por el sinnúmero de sus proyectiles llegados hasta nosotros, no
debió de quedar en la corte escritor profesional, ni espontáneo cruzado de
brazos, ni pluma ociosa, ni imprenta sin trabajo, ni ciego pobre sin papeles
que vocear y vender, ni transeúnte adinerado sin sabrosa lectura que adqui
rir, día tras días, durante todos aquellos meses (1942,1, p. 131)
De hecho, en buena parte, la imagen que hoy tenemos de Nithard
nace del contenido de aquellos textos. Designado por sus críticos como
el «padre confesor», autores como Maura y Gamazo y otros22 lo califican
de extranjero ambicioso, jesuita intrigante, arrogante, sin faltar la acusa
ción de vinculación con los herejes, que son calificativos repetidos en
los versos clandestinos.
Atiéndame, su insolencia,
dígame, padre Everardo,
si quema la Inquisición
¿cómo a él no le ha quemado? (núm. 33, w. 17-20)
El hábito de teatino
no es para puesto tan alto,
échese el de San Benito:23
le vendrá como pintado (núm. 33, w. 45-48)
Esta campaña, desarrollada sobre todo entre octubre de 1668 y fe
brero de 1669, sirvió para presionar a la autoridad, pero también para
lograr el apoyo de la opinión pública pues, con la publicación de textos
satíricos se procuraba que «se fuesen habituando los oídos y perdiese
21 Castilla Soto, 1992, pp. 212-222; Sáenz Berceo, 2005, pp. 348-349, 2014, pp. 51-
55, 77-82; Ruiz Rodríguez, 2011, pp. 95-97; Novo Zaballos, 2010, pp. 777-778; Graf
von Kalnein, 2001, p. 71; Egido, 1973, p. 34.
22 Novo Zaballos, 2010, p. 752; Lozano Navarro, 2012, p. 38; Castilla Soto, 1992,
p. 199; Sáenz Berceo, 2014, p. 14.
23 v. 47 Sugiere que le corresponde el sambenito o capotillo infamante de la
Inquisición, por hereje.
poco a poco la disonancia de voces tan insolentes y falsas»24.
Al mismo
tiempo, en los textos se advirtió una creciente radicalización, que se
hizo evidente por el uso cada vez nayor de la violencia verbal.
Las sátiras, además de intereses personales y personalistas, revelan
también que hubo dos maneras de concebir y de entender el gobierno
de la Monarquía, entre los que algún autor ha denominado «conserva
dores», favorables a la completa legitimidad del gobierno de Mariana
y de Nithard, y los «rebeldes» (Kalnein, 2001, p. 117). Además, si bien
al inicio del conflicto lo que predominaba en los panfletos y libelos
eran cuestiones concretas y personales, a partir de enero de 1669 «los
“grandes interrogantes” cobraron progresivamente mayor importancia»
(Kalnein, 2001, pp. 184-185), es decir la cuestión fiscal, el papel de los
órganos de gobierno, la política exterior, etc. (núm. 51).
Este clima de tensión preparó el golpe de mano que provocaría la
caída de Nithard, convirtiéndose, según Tomás y Valiente (1982, p. 23)
en «el primer valido depuesto contra la voluntad real, por la fuerza de
don Juan de Austria y por la fuerza de la opinión».
Mientras la regente
exigía a don Juan José, que residía en Barcelona, que se estableciera en
Consuegra, don Juan José reclamaba el cese del jesuíta y amenazaba con
marchar militarmente hacia Castilla y la capital para lograr su propósito.
El tono lo marcaría la carta que el 21 de octubre de 1668, todavía desde
Consuegra, dirigió don Juan José a sus seguidores, reproducida y distri
buida en Madrid. En ella se calificaba al inquisidor de tirano, calificativo
que se repetiría en un buen número de sátiras, de «fiera indigna», «trai
dor», «mal jesuíta» «peste» o «emponzoñado basilisco»25:
Nunca el tirano repara
para conseguir su afán
a dónde sus líneas van,
porque de intento mudara.
Solo traiciones ampara,
solo al alevoso alienta,
los rigores alimenta,
y en su corazón infiel
solo imagina cruel
cómo hará mayor la afrenta, (núm. 37, w. 208-217)
24 Cit. por Sáenz Berceo, 2014, p. 59.
25 Ver Castilla Soto, 1992, pp. 214-215; Graf von Kalnein, 2001, pp. 118-119; Sáenz
Berceo, 2014, pp. 83-84; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 172-173.
De esta forma el príncipe justificaba su actitud y se presentaba ante
todos como líder de una rebelión no individual o personalista sino
como portavoz de todo un movimiento que buscaba el bien común
de la Monarquía frente a las ambiciones opresivas y arbitrarias de un
oscuro jesuíta.
Los miembros de instituciones como el Consejo de Castilla o de la
Junta de Gobierno —«donde gobiernan siete hombres / que pudieran
gobernar / un regidor deVallecas / o alcalde de Fuencarral» (núm. 35,
w. 25-28)— estaban divididos entre «nitardistas» y «juanistas» mientras
que los del Consejo de Estado solicitaban prudencia antes de tomar
cualquier decisión. La división y la elusión de cualquier compromiso
de las principales instituciones, demostraban la creciente debilidad del
partido real y las sátiras contra los miembros de la Junta, con Nithard a
la cabeza, fueron en aumento:
El confesor Everardo,
con su voz de garapiña,
ha sido a Castilla tiña
y a la monarquía dardo, (núm. 38, w. 1-4)26
Esto desembocó, a su vez, en una evidente parálisis institucional,
aunque ya en diciembre de 1668 los Consejos de Estado, Aragón y Cas
tilla, con la anuencia de la Junta de Gobierno, se mostraban partidarios
de la salida del confesor, con la oposición de la regente27, como la mejor
solución para desatar aquel nudo gordiano. El 30 de enero de 1669 don
Juan José iniciaba desde Barcelona una marcha hacia la Corte acompa
ñado de una escolta de tres centenares de caballeros reclutados, al pare
cer, por el duque de Osuna, virrey de Cataluña: el objetivo, la expulsión
de Nithard y acceder al poder. El contingente fue creciendo al paso de
diversas ciudades y territorios (Lérida, Zaragoza...), convirtiéndose en
una demostración de fuerza. Mientras los libelos contra la reina y los
ministros anti juanistas se multiplicaban:
26 El poema 38 acumula insultos contra el cardenal Pascual de Aragón, «tan simple
como el teatino», contra Cristóbal Crespí, «da su parecer huraño», Diego Sarmiento,
«sin conciencia y sin justicia», Peñaranda, «conde de los bufones», Aytona, «tocará la
castañuela»...
27 Hermant, 2012, pp. 75-76; Castilla Soto, 1992, pp. 220-221; Sáenz Berceo, 2014,
pp. 120-123.
De tu madre, que es temática,
no tomes consejos rápidos,
que se apasiona colérica
por el imperio germánico.
Procura acabar solícita
con todo este reino hispánico
por el dictamen diabólico
de su confesor cismático (núm. 1, w. 5-12)
Y tampoco se veía libre el propio monarca niño, al que se le achaca
ba su demasiado apego a la voluntad de su madre:
De ti, Carlos, es desaire
y mal de tu monarquía
tolerar la alevosía
hoy de la hija del aire. (núm. 4, w . 21-24)
El 19 de febrero el infante llegaba a las proximidades de Madrid —«y
al llegar aTorrejón / ya temblaban más de cuatro» (núm. 98, w. 135-
136)—, en donde el pueblo llano, que culpaba al confesor de la pésima
situación económica que sufría, mostró su inclinación favorable hacia la
figura del infante donjuán José.
Finalmente, la Junta de Gobierno aceptó la mediación del nuncio,
Federico Borromeo, el cual, después de la negativa de don Juan José a
ceder en nada, propuso que Nithard se retirase y marchase de España
a cambió de concederle el capelo cardenalicio (lo que rechazó), con
forme a los deseos que ya habían sido expresados por el Consejo de
Castilla, de Aragón y de Estado. El cardenal de Moneada y el duque de
Alba hicieron un último intento de negociar con el príncipe para que
despidiera su tropa y se alejara de la corte, pero la respuesta de este fue
terminante: exigía la salida de inmediato de Nithard. Como resultado,
hasta más de sesenta grandes y títulos se reunieron en la casa del car
denal de Moneada, eligieron dos comisarios, el duque del Infantado
y el marqués de Carpió, y ordenaron que comunicaran a la Junta de
Gobierno la necesidad de la salida del jesuita: «Señores, esto se pierde si
vuestras excelencias no lo atajan disponiendo que salga hoy sin falta el
padre confesor, y si no se toma esta resolución, nosotros le sacaremos»28.
La reina madre, sin embargo, se negó a recibir a los comisarios, pretex
tando una jaqueca que pronto formó parte de los chascarrillos satíricos:
28 Cit. por Castilla Soto, 1992, p. 225.
La reina madre en esto jamás peca
porque siempre se está con su jaqueca.
Y solo dice: «Mi consuelo aguardo
cuando lleguen las cartas de Everardo»
(núm. 43, w . 21-24)
Pero a pesar de la renuencia real, la situación no dejaba otra alternati
va: el 25 de febrero de 1669 la regente, abandonada por la Junta de Go
bierno y los grandes, cesó a su confesor al que nombraba, en compensa
ción, embajador extraordinario en Roma a modo de cómodo destierro.
Pasando del alegre al hado triste
brevemente subiste, mas bajaste
más brevemente de lo que subiste, (núm. 42, w. 12-14)
«Nithard se convertía, así, en el primer valido depuesto contra la
voluntad real, por la fuerza de don Juan de Austria y de la opinión
pública». Esta opinión se sustentaba en el apoyo de los territorios de la
periferia y en el hábil uso de la publicística como «técnica del golpe de
Estado», según la califica Goméz-Centurión (1983, p. 13), para atraerse
no solo el apoyo de la nobleza, esencial en sus objetivos, sino también
la aprobación de la masa popular de la corte29. Ciertamente, las sátiras
no fueron arma exclusiva del hermanastro real; también Nithard y los
suyos hicieron profusa utilización de textos satíricos contra el bastardo.
Ahora bien ¿cabría justificar el éxito de la campaña juanista a la hábil
utilización del verso, frente a las respuestas exclusivamente en prosa de
los seguidores de Nithard, y ganarse así la voluntad popular? Es una
suposición, difícil de demostrar.
Mas, a pesar de que el hermanastro del rey en lo que algunos autores
han considerado un primer «el primer pronunciamiento de la Historia
moderna de España»3", había logrado sus objetivos de apartar del go
bierno «el mayor monstruo del mundo» (núm. 2, v. 4; núm. 3) y aunque
todos le aconsejaban que entrase en Madrid como vencedor y que se
le nombrase primer ministro, no dio el paso, alejando así el peligro de
una guerra civil que nadie deseaba: se retiró de Torrejón a Guadalajara
29 Otros autores resumen la victoria sobre Nithard como fruto de «la coalición
de oposición federal, aristocrática y popular, formada en torno a Juan José» (Graf von
Kalnein, 2001, p. 338).
311 Castilla Soto, 1992, p. 226. Ver al respecto las reflexiones de Sánchez Marcos,
1981.
y continuó las negociaciones. Finalmente, gracias a la intervención del
cardenal Pascual de Aragón, don Juan José aceptó disolver su tropa. Antes
de retirarse, el hermanastro dejaría, como veremos, todo un manifiesto
programático de reforma económica no muy diferente a otros planes
propuestos en su día por el conde-duque o el mismo padre confesor31.
Mientras, en la corte, no se producían incidentes, en lo que algún au
tor ha descrito como «asombroso potencial de lealtad» en comparación,
por ejemplo, con lo que había sucedido en los tiempos de la Fronda
francesa.
Las razones son varias: no había un motivo ideológico que pu
siera en duda el poder y la soberanía de la Corona, sin que el Consejo
de Castilla aspirase a convertirse en algo más; los Grandes, a pesar de su
oposición al jesuíta, no estaban fuera del gobierno, sino que formaban
parte de los entresijos del sistema polisinodial; y ni la regente ni Nithard
eran comparables a un Mazarino o Ana de Austria que habían logrado
imponerse a sus opositores.
3.
«Es to d a España una chanza»: de la caída de N ith ard a la caída
d e V alenzuela. E l cic lo d el D uende (1674- 1677)
Expulsado el confesor por decisión de la Junta de Gobierno de 25
de febrero 1669 (núms. 44,45), don Juan José, poco antes de partir ha
cia Guadalajara, el 1 de marzo, hacía público un manifiesto en donde,
además de mostrarse contrario al contenido de los acuerdos de Lisboa
y Aquisgrán de 1668, exigía diferentes reformas que afectaban al gasto
público, a la recaudación de tributos, a la reorganización de la adminis
tración y al valor de la moneda32. Un programa que también se quiso
divulgar popularmente en las «Endechas de los pueblos de España a la
reina nuestra señora doña Mariana de Austria»:
Cíñanse los gastos,
quítense las cargas,
lleven las ligeras,
suelten las pesadas, (núm. 52, w . 125-128)
31 Castilla Soto, 1992, pp. 227-230; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 212-219; Sánchez
Belén, 1988.
32 Castilla Soto, 1992, p. 227-230; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 212-219; Bégue,
2017, pp. 149-150.
¿Para qué son tantos
ministros garnachas?
¿Para qué son tantos?
¿Para qué son tantas? (núm. 52, w . 141-144)
Pocos días después se creaba una Junta de Alivios que se encargaría
de estudiar y poner en marcha tales reformas. Aunque aquella junta
apenas estuvo en funcionamiento unos meses, entre marzo y julio de ese
año, compuesta por una docena de miembros (el presidente y tres con
sejeros de Castilla, el Inquisidor General, cuatro del Consejo de Hacien
da, uno del de Guerra y el corregidor y el primer regidor de Madrid) y
de la que fue excluido don Juan José, su patrocinador, sí logró aprobar
medidas con las que se redujeron algunos impuestos y el gasto público
o se mejoró la gestión administrativa. No obstante, desde el inicio, su
actividad fue objeto de no pocos ataques satíricos por la escasa eficacia
e inoperancia de sus miembros (núms. 53, 54).
Pero a pesar de estas iniciativas impulsadas por don Juan José, la reina
madre seguía ejerciendo el poder como regente, en lo que para muchos
era también un signo de debilidad del príncipe. Ante los sucesos vividos
aquellos meses en la corte, Mariana patrocinó, a pesar de la oposición
del Consejo de Castilla y de buena parte de la Junta de Gobierno, la
creación de la conocida guardia chamberga para la protección del rey y
de la legitimidad de la regente —su creación oficial se produjo el 27 de
abril de 1669—, al mando del marqués de Aytona, uno de los principa
les enemigos del príncipe. Esta guardia se convirtió, inmediatamente, en
objeto de ira y de insidias por parte de don Juan José, de sus seguidores
y de la población de Madrid con la excusa de que la tropa era más
necesaria en la frontera y de que los gastos de su mantenimiento eran
onerosos; pero en verdad temían que se convirtiese en una fuerza militar
que pudiera hacerles frente y que contribuyese a la división de bandos:
Tuve noticias también
que una chamberga han formado
para que guardase al rey
porque quería yo robarlo.
Y el señor marqués de Aytona
que me dicen que fue un santo,
por aprobar su mentira
metió la cisma en palacio, (núm. 98, w. 161-169)33
En estas circunstancias resultaba necesario ofrecer a don Juan José
una salida digna que no perjudicara a la regente.
Así, el 4 de junio de
1669 el infante era nombrado Vicario General de la Corona de Aragón,
además de virrey de Aragón (en sustitución de su enemigo, el conde de
Aranda), con lo que se lograba su alejamiento de la corte. El 29 de junio
don Juan José entraba en Zaragoza y allí conservó su cargo hasta 1675,
aunque no se vio libre de peligros, más o menos imaginarios, como los
rumores que hablaron, en 1670, de un intento de envenenamiento de
su persona a instancias del conde de Aranda y del marqués de Aytona34,
hábilmente utilizado por sus propagandistas:
Volvime luego a Aragón
y apenas hube llegado
cuando me echaron veneno
en la estafa que yo salgo, (núm. 98, w . 153-156)
Mientras tanto, la reina madre, aunque gobernó los siguientes cuatro
años con la ayuda de la Junta de Gobierno conforme a las directri
ces del testamento de su marido, al desconfiar de la capacidad de sus
miembros, comenzó a atender, a partir de 1673, los consejos de un
modesto y engatusador hidalgo que servía en la corte, Fernando de Va
lenzuela35. Este, casado desde 1661 con una de las camareras de la reina,
María Ambrosia de Ucedo, llegó a obtener el favor de la reina madre
que le nombró caballerizo, en 1661, en 1671 le concedió un hábito
de Santiago, llegó a convertirse en introductor de embajadores y en
1674 alcanzaba el cargo de alcaide de los sitios reales, superintendente
de las obras de palacio —por lo que tenía la llave de todas las depen
dencias y podía moverse libremente por ellas («vi entrar / a Fernando
Valenzuela/ con una llave dorada/ abriendo todas las puertas», núm. 57,
w. 9-12)— y se incorporaba al Consejo de Italia con una plaza de juez
conservador, lugar en el que consolidaría su formación en materias de
gobierno.
Poco a poco se hizo el mayor confidente de la reina madre,
33 Los ataques contra Aytona y la chamberga se multiplicaron en los primeros me
ses de su existencia: núms. 36, 46, 48, 49, 50, 51.
34 Ribot García, 2000, p. 95; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 244-248.
35 Para los detalles de sus orígenes y ascenso ver el trabajo de Ruiz Rodríguez,
2008, cap. II y pp. 257-262.
«el duende de palacio», de tal forma que ya en 1673 era considerado su
favorito. Desde su posición, emprendió una serie de políticas encamina
das a asegurar el abastecimiento de la corte, a impulsar las obras públicas
(como la reconstrucción de la plaza Mayor de Madrid, objeto de burla
en el núm. 70) y a patrocinar las fiestas y el programa teatral de palacio
(«Con plumas desvergonzadas / es toda España una chanza», núm. 11,
w. 9-10). Estas energías, con las que se pretendía aumentar el prestigio
de la monarquía y de la autoridad real, desamparaban, en opinión de
sus críticos, otras preocupaciones más apremiantes, como los avances
franceses en diferentes frentes bélicos o los graves problemas financieros
de la monarquía, como se enumeraban con detalle en la composición
«Los cuatro evangelios españoles donde se declaran los daños y causas
del menoscabo de la Corona» (núm. 6):
Los vasallos oprimidos
con pechos y derechos mueren
y de impuestos acosados
míseramente fallecen, (núm. 6, w . 21-24)
Muy pronto hubo protestas por el poder alcanzado por Valenzuela
y no faltaron las críticas satíricas hacia don Juan José quien, una vez
expulsado el confesor Nithard, y retirado en Aragón, parecía ajeno a los
sucesos cortesanos, como se le achacaba, en las «Décimas satíricas contra
el gobierno dirigidas al señor donjuán de Austria (núm. 56):
Su alteza, con gran valor,
usó de su omnipotencia,
contra la simple inocencia
del buen padre confesor;
pero pues este señor
tomó en la mano el azote
para echar un sacerdote,
¿cómo consiente un truhán?
¿No nos dirán
qué se hace el señor donjuán? (núm. 56, w. 15-24)
La cercana fecha de la mayoría de edad del rey fue aprovechada por
el valido para forjar una red clientelar que asegurara su posición frente a
sus enemigos, de tal forma que «el régimen llegó a ser el de una presta
distribución de honores y el de un intento de ganar popularidad por
todos lados» (Kamen, 1981, p. 534). Así, ante la inminente creación de
la Casa del Rey, fueron promocionados hombres como el duque de
Medinaceli (sumiller de corps), el duque de Alburquerque (mayordomo
mayor) o el Almirante de Castilla (caballerizo mayor), entre otros gen-
tileshombres y mayordomos. También patrocinó a otros miembros de la
aristocracia para el Consejo de Estado.
Y soñé que aquesta villa
se aumentaba de manera
de diferentes personas
que el gran palacio sustenta, (núm. 57, w . 5-8)
De estos simples señores que he nombrado
[Alburquerque, el Almirante...]
píldoras se han de hacer y con su paga
las dorará la Junta, y con cuidado,
y a pares sin que nadie las deshaga
trague el señor donjuán,y de purgado
sienta el efecto el rey pues él lo caga. (núm. 63, w . 9-14)
Pero otros muchos, como el cardenal Pascual de Aragón, el duque
de Alba o los condes de Monterrey y Talhara, entre otros, eran desaira
dos por no contar con ellos o por ser relegados de un puesto o cargo
cercano al rey:
El Condestable y Infantado
y Liche mal persuadidos
pensaron ser escogidos,
mas ninguno fue llamado, (núm. 58, w . 1-4)
A pesar de todo, tanto para unos como para otros, la política del
favorito chocaba con las aspiraciones de una alta aristocracia ansiosa de
monopolizar el poder, que rechazaba estar subordinada a una persona
de las características y origen social de Valenzuela. En esto, la proximi
dad de la mayoría del rey sirvió para delimitar los diferentes bandos: los
partidarios de prolongar la regencia, los que favorecían al cardenal de
Aragón, Pascual de Aragón, como el conde de Medellín, y los que apo
yaban, como el duque de Alba o el conde de Monterrey, que Juan José
de Austria se convirtiera en el primer ministro.
Esta amenaza sirvió a la reina de justificada excusa para, de nuevo,
intentar alejar de la corte al más peligroso de sus rivales. Fue en el otoño
de 1674 cuando la regente propuso a don Juan José convertirse en el
nuevo gobernador de Flandes, pues su mandato como vicario general
de Aragón finalizaba en 1675. El momento era especialmente delicado:
en 1672 Francia había invadido las Provincias Unidas dando inicio a
una guerra (la guerra de Holanda) en la que España participó para hacer
frente a las pretensiones de Luis XIV. Sin embargo, como en el verano
de 1674 había estallado la rebelión de Mesina3b el gobierno decidió que
el infante se dirigiera primero a Sicilia antes de partir a su destino de
finitivo en los Países Bajos37. El 22 de marzo de 1675, con un conside
rable retraso, la reina madre nombraba al hermanastro de Carlos Vicario
General de Italia, con el objetivo de pacificar la isla, dado el prestigio del
que gozaba en el territorio desde sus tiempos de virrey de Ñapóles. Sin
embargo, ante la proximidad de la mayoría de edad del rey prevista para
el 6 de noviembre de 1675, don Juan José utilizó todo tipo de excusas
para permanecer en Zaragoza38:
Han pretendido también
vaya a Mecina a ajustarlo
y mirando los navios
hallo que están todos falsos, (núm. 98, w . 185-188)
En este estado de cosas, diferentes sátiras difundidas en la Cor
te clamaban contra un Valenzuela dispensador y vendedor de cargos
—«¿Quién en las presidencias es propuesto? / El que compra su Es
tado o que le vende»—, se quejaban de que el rey estuviera sometido
como un niño a la voluntad de la madre —«¿Y dónde vive el rey una
por una? / Entre dueñas y damas aforrado»— (núm. 72, w. 3-4, 8-9) y
reclamaban al joven Carlos la ansiada reforma económica (núms. 8, 10)
y sobre todo, que se aproximase a su hermanastro como solución a los
problemas de la Monarquía:
36 La rebelión de Mesina, fruto del enfrentamiento entre los partidarios del Senado
de la ciudad y su autonomía (los nmívezis) y el estraticó, o gobernador municipal que
nombraba Madrid, y los que defendían un control español más férreo (los merlos), a
la que hacen referencia algunos versos satíricos —como la décima «A la pérdida de
Mesina», núm. 5— había dado lugar a que la ciudad se declarara república bajo la pro
tección de Luis XIV quien envió una expedición de apoyo. Sin embargo, la evolución
de la guerra en Europa hizo que, finalmente, el rey francés ordenara la salida de sus
hombres de Sicilia, lo que supuso una vuelta al dominio de la Monarquía Hispánica en
1678 (Ribot García, 2002; Graf von Kalnein, 2001, p. 350; Bégue, 2017, pp. 157-160).
37 Castilla Soto, 1992, pp. 236-237, 242-247; Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 262-270.
38 Castilla Soto, 1992, pp. 244-245.
Ame vuestra majestad
de corazón a su hermano,
que el reino ha estado en su mano
pero no en su voluntad.
Arrimadle a vuestro lado
para que aplique el sentido
a un reino tan consumido
un príncipe consumado, (núm. 7, w. 129-136)
La decisión del principe se demostró oportuna: a finales de octubre
Carlos II escribió a su hermanastro una carta, sin conocimiento de su
madre, por la que le emplazaba a reunirse con él en Madrid.
Día seis de noviembre juro y entro al gobierno de mis estados. Necesito
de vuestra persona a mi lado para esta función y despedida de la reina, mi
señora y madre; y así, miércoles 6, a las diez y tres cuartos, os hallaréis en mi
antecámara y os encargo el secreto. Dios os guarde. Yo, el rey39.
No ha muchos días también
que me llamara mi hermano
aguardando tres decretos
pensando no fuera chasco.
Vino otro luego corriendo
con que se juntaron cuatro,
que importaba a su servicio
el que me hallara a sus años. (núm. 98, w. 193-200)
Mientras tanto, la reina madre jugaba sus cartas: el 3 de noviembre
Valenzuela recibía el título de marqués de Villasierra y el 4 la Junta de
Gobierno propuso al rey un decreto para prorrogar la regencia dos años
más, que este se negó a firmar. El 6 de noviembre por la mañana el rey
recibió a don Juan José en el Alcázar de Madrid en medio de grandes
aclamaciones populares. Sin embargo, en una edición a la española de
la journée des dupes, tras una lacrimógena conversación del rey con su
madre —en la que esta convenció a su hijo de las ambiciones usurpa
doras del hermanastro— , donjuán José, alojado en el palacio del Buen
Retiro, recibía por la tarde, de boca del duque de Medinaceli, ante su
desolación y sorpresa, la humillante orden real, sin posibilidad de répli
ca, de que marchara a Italia, tal y como estaba previsto. Ese mismo día
39 Cit. por Castilla Soto, 1992,p. 246; Kamen, 1981, p. 535; Graf von Kalnem, 2001,
p. 354; Ribot García, 2000, pp. 101-102.
la disposición fue refrendada por los Consejos de Estado y de Castilla,
que ordenaban también que, si bien a partir de aquel momento los de
cretos serían firmados por el rey, durante dos años María y la Junta de
Gobierno seguirían asistiendo al monarca en lo que, de hecho, era una
prolongación de la regencia:
Cumplió los años el rey
para llegar a reinar,
pero de lego le tienen
pues que sin corona está. (núm. 59, w . 1-4)
El rey a su hermano llama
para que venga a curar
este mal, y los tiranos
más le quieren derrotar.
Como niño el rey se muda
viendo a su madre llorar
sin atender que este llanto
será causa de su mal. (núm. 59, w. 17-24)
Vosotros sois los traidores
porque robando a cual más
al rey quitáis la corona
y a España la libertad, (núm. 59, w . 61-64)
Don Juan José, consciente de las graves consecuencias de un enfren
tamiento, poco pudo hacer, pues la reina contaba además con la guardia
chamberga, entonces bajo el mando del conde de Aguilar, dispuesta a
defender los intereses de la regente.
Pregunta
Respuesta
¿Es verdad que una soldadesca ordena
para que del rey guarde la persona?
¡Y cómo que es verdad! ¡Es gran matrona
y a donjuán de Austria le pondrá en cadena!
(núm. 36, w . 5-8)
De vuelta a Zaragoza, el infante se resistió, de nuevo, a viajar hasta
Sicilia. El mismo día 6 de noviembre los Consejos de Estado y Casti
lla, a fin de acallar las voces de protesta de los opositores, decretaron
también la salida de Valenzuela de la corte: el «duende» recibía el 12 de
noviembre el cargo de embajador enVenecia. Sin embargo, no lo ocu
pó nunca: el 13 de marzo de 1676 recibía del rey el título de capitán
general de Granada a modo de «exilio ficticio»40. Pero las represalias se
dirigieron sobre todo contra otros conspiradores: los condes de Talhara,
Medellín o Monterrey fueron desterrados de la Corte. Otros recibían su
recompensa por el apoyo prestado a la regente (núm. 71): Medinaceli, el
gran vencedor, entraba en el Consejo de Estado, el conde de Aguilar era
nombrado mayordomo del rey, el condestable de Castilla se convertía
en presidente del Consejo de Flandes, y se nombró un nuevo confesor
real, fray Tomás Carbonell.
Aunque Valenzuela se mantuvo un tiempo en Andalucía, en la Al-
hambra, con un cargo militar en el que demostró su inoperancia, no por
eso dejó de influir en los entresijos de palacio
Este es aquel Duende
aquel que en la máscara,
presidió insolente
y a Saldaña daña.
Que se fue a la guerra
cerca de Granada,
dejando aVenecia
y a Madrid con saña.
Y aunque lejos vive
muy cerca nos manda,
porque la matrona
le quiere que rabia, (núm. 61, w . 1-12)
Tras aquel breve exilio, en abril de 1676 Valenzuela estaba de nuevo
en la corte. Desde entonces recibió una serie de cargos que no hicie
ron sino confirmar su posición de nuevo valido por encima de quienes
durante aquellos meses había desempeñado el poder, el triunvirato for
mado por el duque de Medinaceli, el conde de Villaumbrosa y el mar
qués de Mejorada41 que habían intentado impedir su regreso a la corte:
en junio Valenzuela era nombrado caballerizo mayor del rey, quizás en
40 Ruiz Rodríguez, 2008, pp. 283-287.
41 De hecho, el marqués de Mejorada fue obligado en agosto a jubilarse de su car
go de Secretario de Despacho de lo Universal por un incidente afrentoso aValenzuela
(Maura Gamazo, 2018, 2, p. 275), de lo que se burlaba una de las sátiras: «Sepa que
aunque del Duende el culo bese, / en covachuela no hay que entrar, cerróse» (núm. 66
w. 7-8).
compensación a las heridas que había sufrido por un disparo errado del
rey durante una cacería en El Escorial, anécdota que pronto se incorpo
ró a las composiciones satíricas:
Que porque el rey un balazo
le dio en una montería,
que todo fue niñería,
sirva de tanto embarazo
y que porque él diga «cazo»,
haya quien le avise gente,
malhaya quien lo consiente, (núm. 68, w . 29-35)
En julio se le nombraba gentilhombre de la cámara del rey, con pre
cedencias sobre el resto. En estos meses, Valenzuela volvió a dar pasos
parar lograr una clientela de fieles mediante el reparto de mercedes en
tre miembros de la aristocracia en consejos y virreinatos —«Valenzuela
a los grandes da fortuna» / «Valenzuela es quien guisa la cazuela» (núm.
69, w. 1-4)—. Gracias a ello consiguió el aparente apoyo del Almirante,
del duque de Alburquerque, del Condestable, del marqués de Mondéjar,
del conde de Aguilar, o de los duques de Osuna y Pastrana:
De Valenzuela es Aguilar amigo
y Saldaña y su padre confidentes,
el Almirante y él son muy parientes
Liche se fue dejando en él su abrigo.
Ningún grande dirá que es su enemigo;
muchos sí de su gracia pretendientes;
(núm. 67, w . 1-7)
En este estado, para muchos, incluido su propio hermanastro, parecía
que, desde los acontecimientos del 6 de noviembre de 1675, el joven Carlos
II estaba preso bajo el dominio materno y otras influencias (núm. 59):
Pareces rey de tramoya
y no serás rey de veras
mientras el monjil veneras
negro con la pez de Moya. (núm. 11, w. 25-28).
Pero el rey —«pero de un rey tan cordero / ¿quién extraña tal va
lido» (núm. 64 v 19)—, o, más bien, su madre, seguía confiando plena
mente en Valenzuela: este era el recurso de la reina viuda para conservar
su poder tras la mayoría de edad de su hijo y limitar la influencia de la
alta aristocracia: así, el 31 de octubre de 1676 aquel humilde hidalgo de
origen era elevado a la categoría de grande de España de primera clase
(núm. 75):
Sueño es la suma grandeza
y no obstante hay quien logró
grandeza que aun no soñó
ni pasó por su cabeza, (núm. 90, w . 5-8)
Pocos días después era nombrado primer ministro —«Ya el belleguín
es privado» (núm. 64 v 11)—, hecho que suponía la disolución de la
Junta de Gobierno y una victoria de la reina madre que lograba que su
«criatura» se impusiera en aquella corte repleta de aspirantes ansiosos de
acabar con el control de Mariana. En unos meses Valenzuela había ex
perimentado un ascenso prodigioso: «Embajador de Venecia... / Gen
tilhombre sobre doce... / Perpetuo Gobernador... / Grande tusón,
valido / todo en cincuenta semanas» (núm. 74), ante las protestas, cada
vez más airadas de una humillada aristocracia:
Aspira a cargos mayores
pues no será maravilla
que los reales favores
te hagan grande de Castilla
cuando hay falta de señores.
Justamente galardona
el rey tus nobles servicios
de que tu lealtad blasona,
pues le vendes los oficios
y le empeñas la corona, (núm. 60, w . 6-15)
Estos últimos nombramientos obligaban a todos los presidentes de
los Consejos (salvo el de Castilla) a despachar directamente con él, lo
que provocó la reacción contraria de todos ellos: hombres como Pedro
de Aragón o el duque de Alba organizaban, con el apoyo del duque de
Medinaceli o de los condes de Oropesa y Medellín, reuniones conspi
radoras contra el que consideraban un advenedizo. Los grandes multi
plicaron los gestos de oposición: ni acompañaron al rey a la real capilla,
ni le felicitaron el día de su cumpleaños, ni besaron su mano el día de
la Inmaculada, 8 de diciembre. A su vez, diferentes campañas de libelos
patrocinadas por ellos tenían a Valenzuela «por un anticristo, Herodes»
(núm. 11, v. 47), corneja, por un criptojudío», «grande animal» (núm. 92,
v. 4), ambicioso, delincuente, tirano, «cornado» (núm. 64, v. 39), epítetos
que al identificar de inmediato al odiado rival, pretendían ganarse a
la opinión pública madrileña; unos textos en los que se compartía un
cierto mesianismo en torno a la figura de don Juan José, publicitada
como imprescindible para salvar a la Monarquía, utilizado por aquella
aristocracia para salvaguardar sus intereses buscando el apoyo del pueblo:
Llama a Juan, tu precursor,
si bien quieres gobernar,
que para entrar a reinar
hizo lo mismo el Señor, (núm. 11, w. 69-72)
Como ordago final, el 15 de diciembre redactaron una desafiante
misiva (todo un manifiesto) dirigida al rey, firmada por veinticuatro
Grandes (algunos de ellos, hasta fecha reciente favorables al ministro)42
—puesto en verso en el «Memorial que habla la verdad del rey Carlos
segundo», núm. 12—, en la que le exigían que se separase de su madre
—«porque la reina ha sido la ruina» (núm. 12, v. 18)—, que Valenzuela
fuera apresado —«No quede memoria de aqueste tirano» (núm. 12,
v. 199)— y don Juan José ocupara un puesto de prevalencia junto al
rey —«el ángel de la guarda de la monarquía / católico Atlante, Alcides
cristiano, / fiad el gobierno a su vida y a su mano» (núm. 12, w. 216-
218)—.Aquel texto era «en realidad, un ultimátum, una proclama al
soberano, sin precedentes en la política del siglo» en donde los nobles
reivindicaban su derecho a intervenir decisivamente el gobierno del
reino (Carrasco Martínez, 1999, p. 100). Supuso, además, un punto de
inflexión: si hasta entonces los textos satíricos de habían limitado a criti
car acontecimientos, a partir de ahora se convertirían «en un arma eficaz
para constituir un partido de descontentos» (Hermant, 2010, p. 456).Y,
como en 1668 y 1669, la propaganda política, a través de sátiras y pas
quines, se convirtió en arma esencial para el ascenso de don Juan José.
A los firmantes se sumaron, dos días después, los Consejos de Estado y
de Castilla, aunque estos últimos advertían a don Juan José para que no
iniciase una marcha armada contra la corte so pena de ser acusado de
un delito de lesa majestad.
42 Otros, aun siendo enemigos del favorito, como el duque de Medinaceli o el
conde de Oropesa, no lo firmaron en una taimada maniobra que pretendía asegurar sus
propios intereses personales a juicio de algunos historiadores (Grafvon Kalnein, 2001,
p. 402).
Los últimos días de aquel año de 1676 y del año nuevo fueron tre
pidantes y los papeles satíricos se multiplicaron haciendo gala de una
indignación general y unánime contra Valenzuela y la reina madre, hasta
el punto de que, a diferencia de lo ocurrido en 1668-69, «los límites
entre una crítica de la regente y de la dinastía empezaban a borrarse»43,
en lo que sería un adelanto de los ataques contra el mismo rey ya en la
década de los ochenta44:
No obstante, el gobierno de España declina,
porque la reina ha sido la ruina,
un necio capricho le ha hecho por tema
empresa de madre, de madrastra emblema.
Después que apartó del lado o retrete
a el padre Verardo, que fue gran bonete,
por solo su gusto que el diablo le entiende
un trasto introdujo en palacio, duende.
Aquesta figura, ilusión o espantajo,
todo lo vuelve de arriba hacia abajo.
La tierra y el aire con presto pie vuela,
Pegaso es aquí y allá Valenzuela. (núm. 12, w . 17-28)
Estos papeles, conforme al acuerdo de los Grandes, ‘aconsejaban’ al
privado, con veladas amenazas, su retirada:
Un continuo movimiento
la matemática enseña
que quien ya subir no puede
haya de bajar por fuerza,
y pidiendo un mismo caso
la pregunta y la respuesta
a tan violenta subida
se sigue caída violenta, (núm. 62, w . 13-20)
La reina madre, en un intento desesperado de responder a los ata
ques, exigió al Consejo de Castilla la detención de los conjuradores,
aunque su presidente, el conde de Villaumbrosa, temeroso de que se
provocara un conflicto civil, se resistió. Fue entonces cuando Mariana
propuso al cardenal y arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, el
23 de diciembre, la presidencia de una nueva Junta de la que formarían
43 Graf von Kalnein, 2001; Ribot García, 2000, p. 105.
44 Ver Usunáriz, en prensa (a).
parte el Almirante de Castilla, el Condestable y el duque de Medinaceli
para afrontar la crisis. Esta Junta, reunida el 24 de diciembre, decretó,
muy a pesar de la reina madre, la prisión de Valenzuela. Advertido, el
«duende» optó por huir y refugiarse, el día 25, en el monasterio de El
Escorial acogiéndose a sagrado (núm. 78):
Predominé los grandes de Castilla;
hasta el rey a mi gusto sujetaba,
mas ¡ay!, que cuando el sol más me alumbraba
caí lucero de suprema silla,
y fue que del Alba no previne
ardientes rayos y al Escurial vine. (núm. 77, w . 9-14)
Dos días después, el 27, a instancias del Almirante y del arzobispo,
Carlos II escribía a su hermanastro y le pedía su apoyo en el gobierno.
El 2 de enero de 1677, don Juan José salía de Zaragoza acompañado de
una tropa que fue aumentando a lo largo de su camino hacia Madrid,
hasta reunir el 11 de enero más de diez mil hombres. Aquel segundo
pronunciamiento del hermanastro había logrado aunar a todos los des
contentos con el gobierno de aquel advenedizo. Pero,
su oposición no tenía nervio político en el sentido más amplio de la palabra;
para los Grandes se trataba tan solo de defender intereses de grupo, y para
don Juan, de alcanzar el poder personal que ya en dos ocasiones (en 1669,
a la caída de Nithard por él mismo provocada, y en 1675, al producirse la
mayoría de edad de Carlos II), se le había escapado de las manos. (Tomás y
Valiente, 1982, p. 27)
Pocos días después el rey trasladado al palacio del Buen Retiro, or
denaba la salida de la guardia chamberga de la capital, en medio del
desprecio y las mofas de la población:
escuadrón de tapabocas,
ejércitos de chitón
que lleváis cuerpo y librea
del rey y la Inquisición, (núm. 99, w . 5-9)
El 17 de enero una tropa de medio millar de hombres al mando del
duque de Medina Sidonia y de Antonio Álvarez de Toledo, hijo del du
que de Alba, marchó a El Escorial y tras varios días de asedio y negocia
ciones, el 22 apresaban al marqués deVillasierra violando la inmunidad
eclesiástica. Caía así el odiado favorito, el infame «Judas traidor» entre
burlas y desprecios de la aristocracia juanista triunfante:
ícaro, Fernando, fuiste
del sol subiste a la esfera,
eran las alas de cera:
derritiéronse, caíste (núm. 80).
En jaula está el ruiseñor
con pigüelas que le hieren
y sus amigos le quieren
antes mudo que cantor (núm. 81)45.
Al día siguiente, Juan José entraba en Madrid, se alojaba, como el
rey, en el palacio del Buen Retiro y se ponía al servicio de su joven
hermano:
Lloraba afligida España
su evidente perdición
mas ya cualquier corazón
en gozo alegre se baña,
cuando con celo y con maña
políticos capitanes
al rey libraron de afanes,
y coronando el trofeo
fuit homo missus a Dea
cui notnen erat Joannes. (núm. 90, w . 45-54)
Valenzuela, privado de sus títulos y mercedes, fue trasladado a Con
suegra y tras un juicio sumario se ordenó su destierro a las islas Filipinas
hacia las que partía, desde Cádiz, el 14 de julio de 1677, y las que llegaba
en noviembre de ese año (núm. 97) —«en Manila, cantando sus falsetes,
está por hijo de Eva desterrado» (núm. 146, w. 5-6)—. En definitiva,
aquellos días de enero
constituyeron algo más que un pronunciamiento; se trataba del primer gol
pe de estado de la Historia moderna española, el cual contó además con el
45 Caída a la que se hacía mención en otras composiciones, en muchas de las cuales
se hacía un repaso crítico a su gobierno y a los sucesos de diciembre-enero: núms. 79,
82,84,85,86, 87, 88,89,91.
abrumador apoyo tanto de las clases dirigente como del pueblo de España.
(Kamen, 1981, p. 539)
Al menos en apariencia, con la caída de Valenzuela y el fin de la
regencia de la reina madre, la aristocracia había consolidado su poder;
pero, en consecuencia, lo sucedido aquellos días también alentaría las lu
chas internas entre sus miembros por lograr cargos y mercedes que asen
taran su prestigio y dominio, en un fenómeno que no tendría vuelta atrás.
4.
«¿A qué vino el señor donJuan?»: el breve gobierno de d o n Ju an
J o sé de A ustria (1677- 1679)
Tras el 23 de enero de 1677, fecha de la entrada de don Juan José de
Austria en Madrid, con Valenzuela fuera de combate, su primer objetivo
fue alejar a la reina madre del rey. A pesar de su resistencia y de algunas
maniobras conspiradoras, Mariana de Austria se dirigió, en marzo, hacia
su nueva residencia Toledo:
Entró a gobernar su alteza
haciendo oficio de padre
y aunque al Duende no le cuadre
un rey sin enfermedad
curará con propiedad
achaques de mal de madre.
De su madre se apartó
y fuese al Buen Retiro;
ese sí que fue buen tiro
pues dos pájaros mató. (núm. 93, w . 15-24)
En la llegada al poder del hermanastro todo eran parabienes adula
dores (núms. 101, 102, 103) pero no faltaron avisos de ficticias amena
zas de asesinato contra él y el rey (núm. 13). Ahora bien, si el príncipe
quería ejercer el poder debía deshacerse de todos aquellos que, desde
sus cargos, se le habían opuesto y habían apoyado aValenzuela: unos fue
ron desterrados, como el Almirante de Castilla, obligado a marchar a sus
señoríos en Rioseco —«Ya el Admirante ha marchado» (núm. 83)—; el
príncipe de Astillano, hasta entonces presidente del Consejo de Flandes,
a León; el conde de Aguilar marchaba a Logroño y dejaba su cargo al
frente de la guardia chamberga; otros eran destituidos como el vicecan
ciller de Aragón, Melchor de Navarra; Pedro Gil de Alfaro abandonó la
presidencia del Consejo de Hacienda (núm. 96); el conde deVillaum
brosa era exonerado de la presidencia del Consejo de Castilla; el conde
de Aranda cesaba del gobierno de Galicia y el principe de Parma del
virreinato de Cataluña. Como unos versos ponían en boca del valido
desterrado:
¿Dónde está el Almirante,
que aseguraba firme mi grandeza?
¿Qué se hizo el Condestable?
Aguilar, ¿dónde queda
que con su regimiento
mi fortuna afirmaba ser eterna?
¿Dónde se fue el de Astorga?
¿Astillano qué espera,
que con sus rendimientos
indignos aumentaban mi soberbia? (núm. 88, w. 31-40)
En su lugar, otras personas partidarias de don Juan José eran elevadas
a estos puestos u ocupaban asientos en el Consejo de Estado o recibían
diversas gratificaciones: como el conde de Monterrey, nuevo virrey de
Cataluña, el duque de Alba, presidente del Consejo de Italia, Pascual de
Aragón vicecanciller de Aragón, el duque de Medinaceli, presidente del
Consejo de Indias, etc.46. El objetivo de todas estas primeras decisiones
era claro: se pretendía restaurar, en un difícil equilibrio, un supuesto
pacto o consenso entre la aristocracia y la monarquía con don Juan José
como árbitro indiscutible, apoyado en sus partidarios de la Corona de
Aragón: no en vano «los Grandes representaban, probablemente, tanto
por el poder que detentaban en Castilla como por su disposición a
formar facciones, el grupo más determinante en la política de Madrid»
y de hecho, aristócratas y aragoneses fueron los principales agraciados
de las primeras medidas del príncipe47, como quedó atestiguado en la
celebración de las cortes aragonesas de 1677-78.
Las reformas políticas y económicas emprendidas por don Juan José
—Ribot (2000, p. 109) califica este periodo como de «auge del refor-
mismo»— se ocuparon de establecer cambios en los procedimientos
sobre nombramientos de cargos civiles y militares y su venalidad y sobre
todo, en Hacienda, para acabar con la corrupción administrativa. Se im
46 Castilla Soto, 1992, p. 261; Graf von Kalnein, 2001, pp. 421-428; Bégue, 2017,
p. 170; Manescau Martín, 2005, pp. 513-516; Ribot García, 2000, pp. 109,112-113.
47 Graf von Kalnein, 2001, pp. 421, 424.
pulsó también una política de austeridad y ahorro que consistió en una
reducción de plantillas y de los sueldos públicos, en la disminución de
la concesión de mercedes, en un control riguroso de ingresos y gastos
al mismo tiempo que se daban los primeros pasos para disminuir los
tributos pagados por la población; se aplicaron medidas para el fomento
de la industria y el comercio y para lograr la repoblación: por ejemplo,
a finales de 1677 se creaba una junta para el fomento de la minería y
en enero de 1679 se ponía en marcha una Junta de Comercio con el
objetivo de reducir las contribuciones de los comerciantes, mejorar la
calidad de la producción y prohibir la entrada de géneros extranjeros;
además se dieron los primeros pasos para una reforma monetaria con
el fin de frenar la galopante inflación. Su ministerio patrocinó también
una importante regeneración moral: a la par que se dictaban medidas
contra la ostentación de la nobleza, se emitían directrices, con resultados
escasos, de reforma del clero.
Desde el primer momento no faltaron los descontentos y las protes
tas ante, según algunos autores, como Maravall, un don Juan José —«el
idolillo» (núm. 105 v 9)— que «emergía como una figura próxima al
dictador moderno»48:
En sus designios penetro
por una y por otra acción
que no tiene otra intención
donJuan que empuñar el cetro.
¡Abrenuncio! ¡Vade retro!
hi de puta para él. (núm. 112, w. 61-66)
En cualquier caso, el reparto de cargos por parte del príncipe no
se hizo al gusto de todos —«a los fieles mata / y de los rebeldes huye»
(núm. 112, w. 72-73)—: un sector importante de la aristocracia acusó al
bastardo, apelando a la plebe, como en su día hiciera el propio príncipe,
de intentar acaparar y controlar al monarca, de aprovecharse como un
ser vengativo de sus enemigos, de exigir a los nobles y a todos contribu
ciones excesivas, de apoyar decisiones desfavorables a las ansias de poder
y de privilegio de la alta aristocracia, en beneficio de personas ajenas al
48 Manescau Martín, 2005, p. 509;Tomás yValiente, 1982, p. 28; Castilla Soto, 1992,
p. 256.
interés del grupo, como la elevación de Juan de la Puente a presidente
del Consejo de Castilla, en 1677 y, en definitiva, de proponer quimeras
que no podría cumplir.
Echó bandos, decretos, provisiones
por los reinos, ciudades y partidos.
Convocó mal contentos forajidos
para el intento santo y las misiones.
Ha sacado gran fruto de doblones
para que no sé qué intento venidero,
y otras cosas que dejo en el tintero, (núm. 104, w. 12-18)
Los gastos, las profusiones,
las locuras y quimeras
empresas en las banderas
y las altas pretensiones
son suficientes razones
para que el discurso entre
en la verdad y la encuentre,
pues cuanto aquí he referido
y que callo, siempre ha sido
todo a costa de tu vientre, (núm. 100, w . 61-70)
Además, la Compañía de Jesús, perjudicada por las medidas y ame
nazas del ministro, protagonizó la resistencia crítica hacia el bastardo
real, como el caso del polemista jesuíta Juan Cortés Osorio, autor de las
sátiras más corrosivas y logradas contra don Juan José, víctima ahora de
sus propias armas, como las contenidas en las «Desvergüenzas de la plaza
en el senado de picaros presidiendo la Barrabasera», que se le atribuyen
(núms. 113, 114):
Vendiósenos por gran médico,
pero el miserable físico,
al ejercer lo metódico,
mostró que era un pobre empírico.
(núm. 113, w . 43-46)
Muchos de aquellos opositores encontraron el apoyo de la reina ma
dre exiliada en Toledo que, poco a poco, fue recuperando la influencia
política perdida en los aciagos días del gobierno de Valenzuela. Se rom
pía así «el equilibrio de fuerzas políticas mantenido por breve tiempo»
(Aichinger, 2016, p. 23).
Así pues, el viaje a Zaragoza del monarca y de su hermano para la
celebración de Cortes, en la primavera de 1677, por todos los gastos
ocasionados, añadió más argumentos al descontento generalizado por
la carestía de los alimentos, y en los mentideros se hablaba incluso de
la posibilidad de un levantamiento. De hecho, los panfletos, pasquines y
sátiras cobraron un nuevo vigor a partir de febrero de 1678 y cualquier
anécdota como el traslado de la estatua ecuestre de Felipe IV desde el
Alcázar (donde había sido colocada por orden de Valenzuela) hasta su
emplazamiento original, el palacio de Buen Retiro sirvió de excusa para
hacer mella en los fracasos del príncipe. En efecto, las reformas econó
micas del hermanastro real apenas alcanzaban los objetivos previstos: las
malas cosechas de los años 1677-79 provocaron un alza de los precios
del grano y el desabastecimiento de la capital; una epidemia de peste
paralizó la actividad comercial en algunas regiones. Estos y otros hechos
dieron al traste con las esperanzas del pueblo llano de que se diera un
milagro y lo pusieron en contra del gobierno:
¿A qué vino el señor donjuán?
A bajar el caballo y subir el pan. (núm. 109)
La carne el año pasado
valía solo a catorce;
¿el pan no vale a sus once?,
y en este no se ha bajado
más que el caballo de bronce, (núm. 110)
Por otra parte, el enfrentamiento con Francia en diferentes focos y
frentes —como en Mesina (núm. 111) que no se resolvería hasta 1678,
o como la pérdida de Puigcerdá en mayo de 1678 (núm. 14)— solo
acumulaba fracasos ante lo que algunos consideraban inoperancia del
hermanastro (núm. 107):
Bajó el caballo, restauróse España:
gracias a Dios que dimos en la vena;
no ha de quedar en toda Francia almena,
pues hemos hecho cosa tan extraña, (núm. 107, w. 1-4)
El enfrentamiento con Francia, finalizó con la firma del tratado de
Nimega de 17 de septiembre de 167849. Por este la Monarquía se obligó
a realizar humillantes renuncias territoriales, como la cesión del Franco
49 Ver Usunáriz, 2006, pp. 433-455.
Condado y de diferentes plazas en Flandes y con ellas, la persona de
don Juan José quedó desprestigiada al mismo tiempo que sus críticos lo
acusaban de connivencia con el enemigo:
Lo que infiero yo de aquí
no es más que, del mismo modo
que don Juan lo perdió todo
se quiso perder a sí.
Váyase a Francia, que allí
hallará mucho favor,
que es prueba de gran valor
para aquel vulgo hugonote
el matar a un sacerdote
y a un Supremo Inquisidor, (núm. 112, w. 81-90)
No es mucho que el pueblo clame
con un gobierno tan tibio,
que no ha fraguado su alivio
después de paz tan infame, (núm. 112, w. 111-114)
En respuesta a sus detractores, donjuán José quiso acallar las voces de
la disidencia con todos los instrumentos de censura, vigilancia y repre
sión a su alcance. Se apoyó también en un importante aparato de propa
ganda, dirigido por su secretario flamenco Francisco Fabro Bremundán,
a través de la Gaceta de Madrid, que contó con publicistas como el
trinitario Manuel Guerra. Pero no logró su objetivo, pues los panfletos,
pasquines y sátiras contra su persona y su gobierno se multiplicaron a
instancias de la nobleza, los grandes, y del clero malcontentos.
Dicen que está muy colérico,
porque cierto papel crítico,
le corrigió los dictámenes
de sus errores políticos, (núm. 113, w. 8-11)
Mucho siente Juanillo,
que digan mal dél;
pues el hijo de puta
¿por qué no obra bien? (núm. 114, w. 5-8)
Fue precisamente tras la firma de la paz de Nimega, cuando se hizo
pública una decisión tomada por el Consejo de Estado en agosto de
1677 y ratificada en enero de 1679: el matrimonio del rey con María
Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV50 a pesar de las reticencias que
causó esta elección. Con ello ese perseguía mejorar y estabilizar las con
flictivas relaciones con Francia, sin valorar suficientemente el peligro de
lo que era el primer paso para la configuración de un partido francés en
Madrid inclinado a los intereses de aquel monarca. La boda se celebró
por poderes en agosto de 1679 y, finalmente, la nueva pareja celebraba
su matrimonio en Quintanapalla, cerca de Burgos, el 18 de septiembre
de 1679. Un día antes, el 17 de septiembre, moría don Juan José, con
cincuenta años, tras treinta y tres meses de gobierno, ante la indiferen
cia de gran parte de la población. Para entonces, el alejamiento de los
dos hermanos era un hecho. Poco después, Carlos marchó presuroso a
Toledo para reencontrarse con su madre que volvía, por fin, a la corte y
recuperaba así parte de su predicamento político, ante el resquemor de
sus viejos enemigos:
Niño criado sin padre,
fácil al amor y al miedo,
¿para qué fuiste a Toledo
a traer un mal de madre? (núm. 15)
5. U na «testa de cuatro coronas»: el duque de M edinaceli y su
GOBIERNO (1680- 1685)
Tras la muerte de don Juan José, la corte se convirtió, una vez más,
«en un hervidero de intrigas. Las minorías dirigentes de palacio entraron
en una frenética lucha por el poder, lo que se tradujo en despliegues de
estrategias cortesanas con el fin de instrumentalizar la voluntad regia»
(Álamo Martell, 2005, p. 557). Como resultado, el VIII duque de Me
dinaceli, Juan Francisco de la Cerda, presidente del Consejo de Indias,
consejero de Estado y Guerra, sumiller de corps desde 1675, caballerizo
mayor desde 1683, entre otros cargos, de notoria riqueza, con un pasado
511 Manescau Martín, 2005, pp. 535-536. Hubo otras candidatas, en especial,
María Antonia, hija del emperador Leopoldo y de Margarita Teresa, y sobrina nieta de
Mariana (Ribot García, 2000, p. 115). Sin embargo, su escasa edad, tenía diez años, y la
necesidad de que el rey se casara y tuviera descendencia cuanto antes la descartó como
esposa, aunque tal posibilidad ya había sido contemplada cuando nació, en 1669, como
recuerdan algunos versos satíricos contra el padre Nithard (núm. 44).
familiar que lo enlazaba orgullosamente con cuatro monarcas medieva
les y por tanto, merecedor de la confianza del rey fue nombrado el 21
de febrero de 1680 primer ministro de la Monarquía.
he reconocido — escribió el rey— que la formalidad del gobierno de mi
monarquía y las ocurrencias de ahora necesitan de primer ministro.
Y ha
biendo de tenerle, he dado en encargarte me ayudes en esta forma, así por
tus grandes obligaciones como por lo que en ti he experimentado51.
En la victoria de Medinaceli no faltó su capacidad para adaptarse
a las circunstancias en cada momento sin comprometerse ciegamente
con nadie.
Esto le granjeó la oposición del condestable de Castilla (que también
pretendió el cargo), y del que se burlaba el «Soneto en que el Con
destable expresa sus sentimientos al marqués de Palacios y al duque de
Osuna, pidiéndoles le aconsejen» (núm. 117):
Condestable
¡Que teniendo las manos en la masa
y siendo como soy, caso notable,
de Castilla y de León el Condestable
no me den un repulgo de la casa!
¡Que se muestre la reina tan escasa
conmigo habiendo sido su parciable
que no envíe un enano que me hable
en siquiera un oficio por la tasa! (w. 1-8)
Pero también se ganó la enemistad de otros eminentes aristócratas,
como el Almirante de Castilla, el conde de Chinchón, el marqués de
Mancera, el principe de Astillano, el conde de Monterrey y especial
mente, como veremos, el duque de Osuna, que contarían con el apoyo
de doña Mariana, la reina madre —que nunca olvidó que Medinaceli
apoyó su destierro a Toledo—, y sobre todo, el de la esposa del rey Ma
ría Luisa de Orleáns, que, frente a la visión historiográfica tradicional
también se involucró en las dinámicas políticas cortesana. Hubo tam
bién otros sectores, fundamentalmente eclesiásticos, como los jesuítas,
que alimentaron la oposición contrarios todos a que se reinstaurase o
reforzase un nuevo valimiento y se mostraban partidarios de un gobier
51 Cit. por Conteras 2003, pp. 205-206. Una reflexión sobre el título de primer
ministro de Medinaceli en Álamo Martell, 2005, pp. 558-560.
no personal del monarca apoyado en los Grandes52. Pero, Medinaceli, al
mismo tiempo que hacía frente a sus contradictores, tuvo que adoptar
duras decisiones.
Con el fin de afrontar la grave crisis económica (acompañada de una
epidemia de peste, y malas cosechas), y apoyado en un equipo eficaz con
hombres como don Carlos Herrera y Ramírez de Arellano, presidente
del Consejo de Hacienda en 1680, y don José Veitia y Linaje, elevado al
cargo de secretario del Despacho Universal en 1682, Medinaceli optó,
como su antecesor, por una política de austeridad y de reforma fiscal.
En primer lugar, hizo frente a la devaluación de la moneda decretada
poco antes de su llegada al poder (el 10 de febrero de 1680) con la que
se pretendía combatir la inflación y dar al reino una moneda estable53.
Esto provocó numerosos descontentos por la gran pérdida de muchos
ahorros, la quiebra de algunos mercaderes, al mismo tiempo que se hacía
notoria la escasez de pan y de carne, con el consiguiente malestar de la
población. Como se recogía en un papel anónimo de 1680:
Verdad
Inorancia
Discurso
Experiencia
Reparo
Lisonja
Prudencia
Malicia
Moneda subida,
España perdida.
¿En qué va errada
si no pierde nada?
Inorante,
mira adelante.
Mejor lo verás
si miras atrás.
No sé qué me diga
en tanta fatiga.
Yo solo quiero
que haya dinero.
Este extremo
mucho lo temo.
Todo se ataja
con una baja. (núm. 115, w . 1-16)
Para paliar las consecuencias de la devaluación se creó una Junta de
Encabezamiento con la misión de nombrar ministros superintendentes
encargados de negociar con las ciudades nuevas formas de tributación
a fin de rebajar la carga fiscal y disminuir el fraude. Tales medidas «su
52 García Pérez, 2018, p. 17; Echavarren Fernández, 2014, p. 173.
53 Sánchez Belén, 2011, p. 25; Sanz Ayán, 1996, pp. 167-168; Bégue, 2017, pp. 192-
197; Peña Izquierdo, 2004, pp. 230-234.
pusieron, de hecho, una transferencia de poder fiscal a corporaciones,
municipios, provincias o grupos aristocráticos»54 y, a la larga, una lenta
recuperación económica gracias a la estabilización del sistema moneta
rio y la reactivación del comercio.
Para contener la oposición de los grandes, el duque concedió a al
gunos de ellos mercedes y pensiones. Además, llevó a cabo una hábil
política matrimonial al casar a siete de sus diez hijas con miembros
importantes de la aristocracia, lo que reforzó sus alianzas, pero también
multiplicó el número de críticas sarcásticas: «en este tiempo ha logrado
para el ejército de sus hijas más desposorios que una parroquia; para sus
criados, mercedes; para su mujer, parentescos y regalos; para sus arcas,
tesoros»55. Por ejemplo, el matrimonio de don Pedro de Aragón con
Catalina de la Cerda, con el que se ponía fin a la disputa por la sucesión
de los títulos de la casa de Cardona y Segorbe a la que también aspira
ba la esposa de Medinaceli, fue objeto de burlas y comentarios por la
escandalosa diferencia de edad de los contrayentes (núm. 116), pero es
una muestra más de las alianzas estratégicas de la aristocracia cortesana.
Al mismo tiempo, con el objeto de lograr un mayor control del rey,
Medinaceli recomendó al monarca que adoptase de forma estricta la
etiqueta cortesana de Felipe IV, lo que obligaba a que Carlos II hiciera
vida separado de la reina, la Petite Mademoiselle, y a que esta se viera
sometida al protocolo borgoñón bajo la vigilante mirada de la camarera
mayor, la duquesa de Terranova, con la que las relaciones fueron siempre
muy tirantes. Esto reforzaba la proximidad y ascendiente del ministro
sobre el rey, al que alejaba no solo de las cuestiones de gobierno sino,
sobre todo, de la notoria influencia de la joven reina francesa y, por ende,
deVersalles. Con este propósito redujo el número de sirvientes franceses
de la reina —en los primeros años en la corte, ella había logrado colocar
en puestos claves de su casa a un buen número hombres y mujeres de su
confianza— a los que Medinaceli hizo regresar a Francia en marzo de
1680, con el objetivo de frenar así los intentos de Luis XIV de promover
un partido francés en Madrid. En agosto de 1680 la reina lograba el cese
de su antipática y rigurosa camarera mayor, la duquesa de Terranova y el
nombramiento de la duquesa de Alburquerque, en lo que fue una vic
toria de la nueva reina frente al control impuesto por el duque. Pero al
conocerse que María Luisa daba información muy valiosa al embajador
54 Conteras, 2003, p. 208; Kamen, 1981, pp. 573-575; Sanz Ayán, 1996, pp. 166-
167; Bégue, 2017, p. 194.
55 Ver García Pérez, 2018, p. 16.
francésVillars y a su esposa Marie de BeUefonds, convertidos en sus con
fidentes56, Medinaceli recomendó a Carlos II que escribiera a Luis XIV
para que estos abandonaran la corte: Marie Villars lo hizo en marzo de
1681 y su marido nueve meses después, algo que la reina ni olvidó ni
perdonó. Mas, a pesar del escaso número de servidores franceses, estos
siguieron teniendo un papel importante, como la viuda Nicole Quen
tin. Esta, conocida popularmente como la Cantina, dueña del retrete de
la reina, desempeñó funciones más allá de su oficio: con la ayuda de una
dama española de la corte, Mariana de Aguirre (casada con Bernardino
deValdés, miembro del Consejo de Cámara), muy próxima al duque de
Medinaceli, influyó no poco en la concesión de diferentes mercedes.
A estas dos se sumó también otro francés, Juan de Viremont, hasta en
tonces al servicio de la embajada francesa en Madrid, que comenzó a
trabajar en las caballerizas de la reina y que muy pronto se convirtió en
el amante de Nicole Quentin57.
Pero fue a partir de 1683 cuando por razones personales —Medina
celi se vio afectado por una hemiplejía— y por cuestiones de política
externa e interna, cuando el gobierno del ministro sufrió un mayor nú
mero de ataques. Un ejemplo de estas rivalidades se dio en la primavera
de 1683 cuando Osuna logró que sus dos hijas, Mariana y Catalina, fue
ran nombradas damas de honor de la reina. Medinaceli se había opuesto
a ello para alejar a la reina de cualquier influencia del partido de sus
rivales. Poco después un incidente sirvió para que Medinaceli pudiera
resarcirse: un pleito por el pago de unas obras en el palacio de Osuna en
Madrid y las amenazas del duque a los oficiales que exigían el abono de
la deuda, acabó ante el Consejo de Castilla, el cual, por intermediación
de Medinaceli, dictó una sentencia que obligaba a Osuna al pago de una
onerosa multa y al destierro en Segovia, al que partía en agosto de 1683.
Esta decisión fue considerada por la reina María Luisa como un nuevo
ataque personal, en lo que suponía una evidente muestra de la política
francófoba de Medinaceli.
De hecho, esto quedó reflejado en un incidente anecdótico en la
corte entre dos damas de la cámara de reina: durante la comida de la rei
na el ceremonial marcaba que solo la dama copera podía poner la copa
de vino en manos de la reina, en aquel momento, Andrea de Guzmán,
56 Ver al respecto el estudio de Lobato, 2007 y en especial pp. 18-20.
57 Para todo el caso escandaloso de la Cantina ver infni, y el completo estudio de
Echavarren Fernández, 2015a.
hija del IV marques de Villamanrique y emparentada con Medinaceli.
Pero como en aquel día y en aquel momento la dama copera no es
taba presente, fue Mariana Girón, hija del ya desterrado Osuna, quien
ofreció la copa a la reina María Luisa. Al entrar Andrea de Guzmán y
ver aquella escena, amenazó a Mariana con altas voces, una muestra de
destemplanza que fue castigada por la reina al hacer recluir a Andrea de
Guzmán en sus aposentos. Gracias a la intermediación de Medinaceli
se le levantó el castigo a Andrea de Guzmán.
Pero esta, que, conforme
a la costumbre, debía haber expresado su gratitud a la reina besando su
mano, no lo hizo, ofendiendo a María Luisa. La reina se negó a beber
los días siguientes de la copa que le ofrecía aquella insolente dama de
honor. A pesar de la intervención del confesor de la reina e incluso del
propio rey, finalmente Andrea fue exonerada de su puesto y en su lu
gar fue nombrada Francisca Enríquez de Almansa, hija del marqués de
Alcañices, próximo a la facción de Medinaceli58. La anécdota dio lugar
a un buen número de composiciones satíricas, el «ciclo de la copa»,
intercambiadas por ambas partes y en el que participaron poetas como
Bances Candamo, que sirvieron para criticar a Medinaceli y sus fieles
(núms. 120, 121,122,123), como se refleja en el soneto en el que el rey
preguntaba a los miembros del Consejo de Estado:
—Decid ¿qué hacéis? —En vano discurrimos.
—¿Pensáis en algún medio? —No sabemos.
—¿Buscáis en la justicia? — No podemos.
—¿Esforzáis la milicia? —No la vimos.
—¿Dónde está el bien común? —No le sentimos.
—¿La honra dónde está? —No la tenemos.
(núm. 119, w . 1-7)
El duque de Osuna volvía en octubre a la corte de su exilio segovia-
no a causa de la grave enfermedad de su primogénito; pero, recuperado
su vástago, a finales de mes se decretaba de nuevo su destierro, al parecer
porque durante aquellos días el duque recibió en su palacio madrileño
numerosas visitas que hicieron sospechar que se preparaba una conjura
contra el primer ministro. Como respuesta, el duque pidió asilo eclesiás
tico en el convento de los carmelitas descalzos de Madrid.
58 Para el caso de la copa ver Echavarren Fernández, 2018, pp. 73-75.
Que se meta a sacristán
Osuna por retraído
¿qué se le dará al valido
ni a la burra de Balán?
Y que por el qué dirán
en manifiestos se emplee,
pues bendito el que posee
porque en todo caso hallo
que el valido será gallo
aunque Osuna cacaree, (núm. 124, w . 1-10)
Mientras la reina madre y la reina mediaban por él ante Carlos II, se
decretó el secuestro de sus estados y se le privó del oficio de caballeri
zo mayor de la reina en favor del marqués de losVélez, ante el enojo e
indignación de la monarca. En respuesta, el duque de Osuna organizó
desde su refugio toda una campaña de escritos para su defensa, en es
pecial el conocido «manifiesto de Osuna» contra el gobierno del mi
nistro —«Sum quien destruir intenta demasías. / Amo la libertad a esta
corona» (núm. 125, w. 1-2)— y patrocinó otros, como el texto titulado
Crisol de la verdad, atribuido al trinitario Manuel de Guerra y Ribera,
en donde exigía al rey que se librase de aquel valido al que acusaban
de usurpar la autoridad real y patrocinase un gobierno colegiado del
rey y de los nobles. Para colmo, Osuna contaba con el apoyo de otros
nobles, además del de la reina. Finalmente, en la primavera de 1684 el
duque decidió cumplir con el destierro en Montánchez al que había
sido sentenciado, aunque, poco después, en julio, era indultado por el
rey. De hecho, en la corte la situación política había cambiado: el conde
de Oropesa, nombrado en junio presidente del Consejo de Castilla, era
la figura emergente, con el apoyo de la reina madre y gran parte de la
aristocracia.
Pero mientras la corte madrileña se centraba en la crisis de Osuna o
en anécdotas como la disputa de la copa, otros nubarrones, más impor
tantes amenazaban a la Monarquía:
Que ofrezcan tantos cuidados
de consecuencias tan grandes
las Indias, Italia y Flandes
y estos reinos asolados,
y que estén abandonados
tantos males sin consuelo
costando tanto desvelo
quién la copa ha de servir,
mejor es reír. (núm. 123, w . 23-31)
En efecto, Medinaceli, entre otros problemas, tenía que hacer frente
a una guerra con Francia que marcaría el inicio de su declive personal.
Tras la firma de la paz de Nimega había aumentado la tensión entre
ambas coronas por la política de «reuniones» francesa, mediante la cual
Luis XIV inició la anexión de territorios que, según una particular in
terpretación del derecho, habían tenido en el pasado una vinculación
feudal con Francia. En consecuencia, el 11 diciembre de 1683, Carlos
II declaraba la guerra al francés. En agosto de 1684, tras una desastrosa
campaña militar española, ambas partes firmaban la tregua de Ratisbona
que venía a ratificar las anexiones francesas y con ellas, la pérdida de
Luxemburgo y varias ciudades flamencas59. Mientras tanto, el empera
dor, con el apoyo del rey de Polonia o del duque de Lorena respondía
exitosamente al sitio deViena por los turcos.
Prosigue el noble César sus hazañas
con ira, con valor, con celo ardiente,
de sangre, de cadáveres y gente
inundando del Asia las campañas, (núm. 126, w . 1-4)
De esta forma, ante los acontecimientos, crecía un sentimiento fran-
cófobo en la corte —«Cristianísimo llaman y es tirano / el rey que
aclama Francia en esta era» (núm. 118, w. 1-2)— , al que contribuyeron
otros hechos, como la falta de apoyo de Luis XIV al emperador ante la
amenaza otomana o el cruel bombardeo de Génova por la flota francesa
en mayo de 1684.
Que esté un sátrapa lozano [Luis XIV]
recibiendo norabuenas
de las victorias ajenas
en que no puso la mano,
y piense que al otomano
se resiste sin murallas
y que se ganan batallas
con afectar y fingir,
mejor es reír. (núm. 123, w . 41-49)
59 Usunáriz, 2006, pp. 455-462.
A fin de salvar Flandes de la presión francesa, de la «francesa sinra
zón» (núm. 123, v. 232), sin abandonar los intereses de los Habsburgo,
Medinaceli y también Viena abrieron la posibilidad de que los Países
Bajos españoles, como en tiempos de Isabel Clara Eugenia y el archidu
que Alberto, se convirtieran en un territorio soberano bajo el gobierno
del elector Maximiliano de Baviera casado con la archiduquesa María
Antonia, hija del emperador Leopoldo y de su primera esposa, Marga
rita Teresa, hija de Felipe IV. Esto provocó las iras del nuevo embajador
francés Feuquiéres (llegado a Madrid en marzo de 1685), contrario a la
presencia de Viena en los Países Bajos. Esto también causó la irritación
de la reina María Luisa contra Medinaceli, pues ante la falta de descen
dencia de la reina —las coplas hacían irónica referencia a ello como la
conocida «Parid bella flor de lis» (núm. 129)—, las maniobras del mi
nistro parecían concebir la posibilidad de una futura sucesión austríaca
y debilitaban los derechos y aspiraciones de Francia tanto en Flandes
como en Madrid. De hecho, una de las misiones de Feuquiéres era la de
influir en la reina para que esta lograra que Carlos II nombrara un nue
vo ministro más inclinado a ser condescendiente con la política francesa.
Sin embargo, el embajador chocó con Nicole Quentin y Mariana de
Aguirre, que controlaban por completo la voluntad de María Luisa.
Medinaceli no logró, a pesar de sus últimos intentos, una alianza
con la reina para poder mantenerse en el gobierno y dimitía en abril de
1685, en medio de la desilusión general y con Oropesa como fulgurante
figura de reemplazo:
Monstruosa monarquía desgraciada,
donde reinan los pies, no la cabeza,
al término más vil de la flaqueza
y a la ambición sin término entregada, (núm. 128, w. 1-4)
Mientras en Francia amaga un Luis potente
reina en España Carlos el amante,
una francesa es reina dominante,
un portugués, valido y presidente, (núm. 131, w . 1-4)
En junio el duque era desterrado a Cogolludo, localidad de la que
ostentaba el título de marqués. Solo pudo volver a la corte en 1691, ya
muy enfermo, en donde murió el 20 de febrero. La manifiesta ascen
dencia de la reina María Luisa sobre su marido, su enemistad con el
ministro por la expulsión de los Villars, por el control sobre sus damas,
los ataques a Osuna, la presión de una parte importante de la aristocra
cia cortesana, la crisis económica y la pérdida de prestigio internacional
ante la maquinaria bélica francesa, influyeron, sin duda, en esta decisión.
6.
«A VUESTRO AUSTRÍACO TRONO / NI DAIS FRUTO NI DAIS GRANO».
D el gobierno de O ropesa a la m uerte de C arlos II (1685- 1700)
6.1. El primer gobierno de un «conde prematiquero»: Oropesa (1685-1691)
Aunque no faltaban candidatos para ocupar el puesto de Medinaceli
(núm. 127), fue el VIII conde de Oropesa, Manuel Joaquín Álvarez de
Toledo, emparentado con la casa portuguesa de Braganza —lo que sería
utilizado por sus enemigos: «que el conde es portugués sin ser judío»
(núm. 145, v. 3)— , se convertía en primer ministro sin tal título —«sin
querer declararse primer ministro, siéndolo en el común sentir, con que
ni es valido ni presidente, siéndolo todo», según una carta del duque de
Montalto al embajador en Inglaterra, Pedro Ronquillo, en septiembre
de 16 8 560—, gracias a que contaba con el apoyo del rey y de parte de
la corte:
Engañó a Rodrigo un conde
y por no creer agüeros
Carlos se deja engañar
de un conde tan lisonjero, (núm. 20, w . 17-20)
Aunque la desilusión y la desconfianza hacia todo y todos parecía
hacer mella en la población
los Consejos peijuros y venales.
Mira, infeliz España, y cuáles fines
te podrás prometer por medios tales,
y cuán a los umbrales del castigo
estás como en los tiempos de Rodrigo.
(núm. 130, w . 9-16)61
611 Testino-Zafiropoulos, 2015, p. 4.
61 La desconfianza hacia los hombres del gobierno en estos primeros momentos
del ministerio de Oropesa se reitera en otras composiciones llenas de improperios como
los núms. 132,134, 144,147, 152.
Oropesa afrontó el reto has convertirse en el artífice de una política
reformista. Esta se apoyó en la creación de juntas y en la aprobación de
un conjunto de decretos que alimentó un creciente malestar:
Un conde prematiquero
a este dolor me condena
que piense este majadero
que su testa y mi trasero
ha de parir cosa buena (núm. 155, w . 11-15)
Para ello tuvo el apoyo de hombres como el marqués de los Vélez,
el conde de Humanes desde Hacienda o Manuel Francisco de Lira,
convertido en secretario del Despacho Universal, quienes, como su su
perior, también fueron sancionados por la sátira:
Oprimen al imperio en las Españas
de un rey, con previlegio de pupilo,
un conde [Oropesa] de aquí corto, aquí trasquilo,
que con la risa encubre malas mañas.
Un marqués [Vélez] cuyos robos sin hazañas,
boca de ganso con rapante estilo,
otros vivos que cortan con el filo
de juntas de reformas y patrañas (núm. 157, w . 1-8)62.
Las juntas creadas tenían como objetivo la reducción del gasto y de
la deuda pública; para ello se optó por el rigor presupuestario a fin de
disminuir la presión fiscal, por la reducción de mercedes y del gasto
público:
Dando por esas paredes
andan en aquestos días,
muchas vanas señorías
llorando por sus mercedes, (núm. 148)
Se procuró una nueva reforma monetaria (en 1686), se aprobaron
medidas para estimular la exportación y proteger los intereses de los
productores nacionales, es decir, se imponían las directrices de lo que
se consideraba una política mercantilista. Para ello también reformó el
Consejo de Hacienda al establecer la figura de unos superintendentes
62 Otras referencias críticas a las reformas de estas juntas impulsadas por Oropesa y
a sus ministros en núms. 150, 151,155,158 y 159.
de distrito, supervisados por un superintendente mayor (el marqués de
los Vélez), encargados de inspeccionar las rentas provinciales, se redujo
el número de funcionarios civiles y militares e incluso pensó en elimi
nar el servicio de millones tan oneroso para la población63:
Hermano Perico,
dime con qué alma
se echan a vasallos
cargas tan pesadas.
Cientos y millones,
sisas y alcabalas,
con nuevos impuestos
y otras zarandajas, (núm. 172, w . 25-32)
Tales medidas llegaron a provocar el descontento popular, pues la
población no se vio libre den encarecimiento de las subsistencias, como
resumía el romance «Carta a un amigo»:
El trigo se va subiendo;
el pan bajando se va...
de peso; digo que así
se suele bajar el pan.
Que se sube por las nubes
el trigo no hay que dudar
porque vemos que nos tratan
las nubes con sequedad, (núm. 154, w. 53-60)
La crisis social y económica coincidió con el inicio de la guerra de
los Nueve Años en 1688 que, en los primeros momentos, fue testigo
de derrotas españolas en los Países Bajos —como la de Mons en 1691
(núm. 20, w. 37-40)—, en Italia y la entrada de tropas francesas en Ca
taluña64. Esto se sumó a la pérdida de Larache y de otras plazas en no
viembre de 1689 con lo que peligraba la posesión española de diferentes
enclaves norteafricanos
63 Contreras, 2003, pp. 236-238; Sanz Ayán, 1996, pp. 168-70; Bégue, 2017,
pp. 198-201.
64 Un ejemplo de este malestar sería la conocida como revuelta de los barretines,
entre 1688 en Cataluña, protagonizada por una población cansada de la presencia perma
nente de un ejército en la frontera francesa que había que mantener y afectada por malas
cosechas, una plaga de langosta y el aumento de la mortalidad (Bégue, 2017, pp. 201-203).
Y Alarache, si se ha perdido ahora,
¿qué presagio fatal puede haber sido?
Si Melilla se pierde, ¿qué hay perdido
¿Y si este mismo riesgo Ceuta llora,
si Orán también, que al evangelio adora,
al Alcorán se viere reducido? (núm. 162, w . 5-10)
Oropesa tampoco se vio libre, como su antecesor, de los escándalos y
tensiones en el seno de la corte, que, sin bien parecían, en su superficie,
hechos anecdóticos, reflejaban las luchas de poder, y tenían su altavoz a
través de la sátira. Casi al mismo tiempo de la dimisión de Medinaceli,
en abril de 1685, llegaba a su clímax un nuevo escándalo en la Corte:
Nicole Quentin, la conocida servidora y confidente de la reina, fue lle
vada a casa de su amiga Mariana de Aguirre en donde dio a luz un niño
fruto de las relaciones con su amante, el caballerizo Juan Viremont, con
quien finalmente se casaba poco después con el beneplácito de la reina.
Esta se hizo cargo de la dote de la dama y la readmitía, en contra de la
etiqueta de palacio, a su servicio. La pareja de amantes mantenía una
gran rivalidad con otro matrimonio de servidores franceses, Margarita
Lautier y Pedro Levillane.
Fueron estos quienes con el objeto de quitar
se de en medio el principal obstáculo en sus aspiraciones, comenzaron a
hacer correr el rumor de que Viremont era un espía al servicio de Fran
cia y que su esposa, la Cantina, había proporcionado diferentes bebidas y
píldoras abortivas a la reina. Esto desembocó en un cruce de fantasiosas
acusaciones entre ambos matrimonios en el que se vieron implicadas la
esposa del duque de Medinaceli, la duquesa de Alburquerque y Maria
na de Aguirre. Ante la presión de Mariana de Aguirre y de sus criados,
Levillane, acusado de robo, y su mujer abandonaron la corte camino de
Valencia en junio de 1685. En el viaje, Levillane redactó un nuevo me
morial en el que acusó a la Cantina no solo de proporcionar abortivos
a la reina, sino de intentar envenenar al rey. Esta denuncia la hizo llegar
a la reina madre y a Oropesa, que le dieron poca importancia, pero
también al embajador imperial, el conde de Mansfeldt, que hábilmente
aprovechó la coyuntura para difundir la denuncia y acusar a Luis XIV
de conspirar contra el rey español lo que no dejó libre de sospechas a
la propia reina por las connivencias con su tío (núm. 160). De ello se
hizo eco una población indignada previamente contra la política ex
pansionista de Luis XIV que afectaba a los intereses españoles y su falta
de apoyo a los esfuerzos imperiales en la lucha contra el turco, en esos
momentos a las puertas de Buda (núm. 153).
Esto sería aprovechado e impulsado por el conde de Oropesa, ins
pirador de una actitud «fervientemente proportuguesa, declaradamente
antiborbónica y disimuladamente antiaustríaca»b5, que, a instancias del
rey encargó a una Junta extraordinaria la instrucción de un sumario que
le serviría para minar la influencia francesa en la corte y para demostrar
también su propio poder frente a los grupos afines al cesado Medinaceli.
Se inició así un juicio que consiguió la atención de la población. De
hecho, a principios de julio de 1685 se iniciaba un motín impulsado por
la facción austracista de la corte y por el propio conde, en el que fueron
saqueados comercios franceses y apedreados todos aquellos vestidos a la
francesa al grito de «¡Viva el rey! ¡Mueran los franceses!». La revuelta se
calmaría días después: al mismo tiempo que se hacía pública la sentencia,
se difundía un decreto por el que se prohibía el maltrato a los extranje
ros y llegaban rumores de un supuesto embarazo de la reina que nunca
se produjo. El caso dio lugar también a la multiplicación de sátiras en lo
que algunos autores han denominado el «ciclo de la Cantina» (núms. 16,
18, 133, 135, 136, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 143).
La Cantina y su marido fueron encarcelados y ella llegó a ser someti
da a un duro tormento, aunque en todo momento sostuvo su inocencia.
Si bien en un principio la Junta se inclinaba por ejecutar la pena de
muerte contra la Cantina, el rey preocupado por la reacción de la reina
y por la presencia de tropas francesas en la frontera, ordenó el 30 de
julio el destierro de la servidora, de sus colaboradores y de toda la ser
vidumbre francesa. Enterada la reina, sufrió un ataque de nervios, hasta
el punto de que el rey a pesar de las protestas de Oropesa, concedió
que permaneciera con la reina un muy pequeño grupo de franceses:
su criada, Susana Duperroy, su confesor, un cocinero y un boticario. El
ascendiente de María Luisa sobre el monarca contribuyó a que creciera
entre la población la aversión hacia la reina —«la reina es sobrina de su
tío» (núm. 145, v. 2)— y que el partido francés perdiera peso e influen
cia durante años.
Que estiméis a vuestra esposa
como amante cosa es justa,
65 Bernardo Ares, 2008, p. 125; ver también Echavarren Fernández, 2021, p. 802.
mas no el dominio del cetro
sujetarle a su coyunda.
Como a español rey España
rendiros su cerviz gusta,
mas a extranjero dominio
es incapaz que le sufra, (núm. 19, w . 25-32)
Pero esta crisis también contribuyó al desprestigio de la figura del pro
pio rey, algo que no era nuevo —«¿Y el rey su majestad? Es un pobrete»
(núm. 132, v. 14)—, acusado de incapacidad y de falta de autoridad.
No extraña, por tanto, que la muerte sin sucesión de María Luisa de
Orleáns el 12 de febrero de 168966 fuera vista con alivio por muchos,
que no se privaron de publicar coplas infamatorias contra la memoria
de la reina:
De un accidente impensado,
bien curado y mal temido,
si una reina ha fallecido,
todo un reino se ha salvado.
Poco ha sido lo llorado
y mucho el luto funesto,
y el que hubiere echado el resto
sintiendo el fatal través,
lo más que han llorado es
porque no murió más presto, (núm. 161, w. 1-10)
Su muerte hizo que Luis XIV perdiera su más importante baza en
la corte madrileña, aunque hasta entonces la gestión de sus embajadores
no hubiera logrado frenar una creciente francofobia que aumentó con
el inicio de la guerra en abril de ese mismo año. La defunción, «porten
toso milagro en favor de la causa imperial» (Contreras, 2003, p. 240), fue
aprovechada por los Habsburgo centroeuropeos: el emperador Leopol
do en plena campaña de enfrentamiento con Francia, al igual que su
embajador, vieron en ello una oportunidad para reforzar la alianza entre
los miembros de la Casa de Austria, mediante un nuevo matrimonio.
66 Si bien se ha considerado, a partir de diferentes estudios médicos, que el falle
cimiento de la reina pudo deberse a una afección de apendicitis o a una gastroenteritis
(Ribot García, 2000, p. 124), para otros autores, en virtud de las sospechas del entonces
embajador francés en Madrid, Rébenac, fue producto de un envenenamiento provo
cado por la condesa de Soissons e inspirado por el propio conde de Oropesa. Ver al
respecto el trabajo de Bernardo Ares, 2008, pp. 128-129.
La candidata elegida fue Mariana de Neoburgo (entre otras cosas por la
gran fecundidad familiar, pues su madre había dado a luz diecisiete hi
jos), hija del elector del Palatinado, Felipe Guillermo de Baviera. Aquella
mujer contó con la anuencia no solo del emperador (que estaba casado
con una hermana de Mariana, Leonor) sino de los miembros de la Liga
antifrancesa de Augsburgo, aunque no provocó el entusiasmo del minis
tro Oropesa, más inclinado a una solución portuguesa, «ibérica», encar
nada en la figura de la infanta María, hija del rey Pedro II. La boda tenía
lugar por poderes en Ingolstadt el 28 de agosto de 1689. En palabras de
Contreras (2003, p. 275) «se iniciaba así el período político más confuso
de todo el reinado», pues la reina y los suyos no dejaron de intervenir en
la toma de decisiones: «aquellos años no fueron políticamente otra cosa
sino el ejercicio del señorío desordenado de doña Mariana», alrededor
del cual se formaron, nuevamente, facciones volátiles.
Una primera cuestión se planteó incluso antes de que la reina llegara
a España, cuando esta se propuso lograr para su hermano Juan Guiller
mo el gobierno de los Países Bajos, territorio que tanto el emperador,
como el rey o como la reina madre, y el ministro, Oropesa, pretendían,
como hemos señalado, para María Antonia y su esposo Maximiliano
Manuel de Baviera, quien finalmente lograría el nombramiento de
gobernador en 1692. Estos primeros envites convirtieron al conde de
Oropesa en el objetivo a batir por parte de la reina, que contaba con sus
propios aliados: estos, integrantes del partido austríaco —el Almirante
de Castilla y los duques de Arcos y del Infantado— elaboraron en junio
de 1691 un manifiesto de agravios y acusaron al conde de ambicioso.
Gracias a esto y a una campaña de sátiras preparada por sus enemigos
(núm. 163, 164), en junio de 1691 el conde, que ya había dejado el
cargo de presidente de Castilla por el de Consejo de Italia, renunciaba
finalmente a sus cargos:
Este que a España llenará de lutos
a Italia se pasó desde Castilla:
albricias, putas, y cuidado, putos, (núm. 164, w . 12-14)
Y con él, sus colaboradores, como Manuel de Lira:
Vese del rey gobernada
y de Oropesa en su modo
nuestra España ya arruinada:
uno bueno para nada
y otro malo para todo.
Del despacho se retira
quien con lealtad puso extraña
en el acierto la mira
con que nuestra pobre España
faltando Lira, delira, (núm. 165).
Poco después Oropesa salía de la corte camino a La Puebla de Mon-
talbán:
Gobierno
España
6.2.
A Italia te has retirado
y a Castilla dejas presa;
no huyas, conde ofensor,
homicida... ¡ah, traidor!,
él se es-conde.
Y Oro-pesa. (núm. 180, w. 34-39)
Mariana de Neoburgo y su camarilla (1691-1697): «Un laberinto el
gobierno ¡ una confusión, un caos»
Tras la caída de Oropesa, Carlos optó por gobernar por sí mismo, sin
nombrar primer ministro, aunque, en realidad, quien tomó las riendas
del gobierno fue la propia reina, apoyada en un grupo de alemanes que
formaban parte del séquito que había acompañado a la reina hasta Ma
drid: Enrique Xavier Wiser, apodado «el cojo», secretario particular de
la reina; María Josefa Gertrudis Bohl von Gutenberg, condesa viuda de
Berlepsch, llamada popularmente «la Berlips» o «la Perdiz, su camarera
mayor; el menos conocido, Christian van Geleen, su médico de cámara;
y su confesor, de origen italiano, el capuchino, de ahí su apodo «el bar
bón», fray Gabriel de Chiusa o Gabriel Pontifeser.
En aqueste maremágnum
la Perliz es linda pesca,
el Cojo rige la caña
y el anzuelo madama le maneja.
No sé cómo esta corona
gota de sangre conserva
conjurándose a chuparla
a enjambres sangrientas sanguijuelas.
(núm. 170, w . 69-76)
A estos se sumaron quienes habían sido los enemigos de Oropesa
y que ocupaban puestos en el Consejo de Estado como el duque de
Arcos, el duque de Montalto, el marqués de Villafranca y, en especial, el
Almirante de Castilla y IX el conde de Melgar, Juan Tomás Enríquez
de Cabrera. Pero también otros personajes, como el conde de Baños, el
influyente confesor del rey desde 1686, el dominico fray Pedro Matilla,
el conde de Adanero, el conde de Frigiliana, o el nuevo secretario del
Despacho Universal en lugar de Lira, Juan de Angulo, alias «el Mulo»,
entre otros (núm. 174). Es más, como han señalado algunos autores, la
nueva situación derivó en una lucha abierta de la nobleza por la defensa
de sus intereses personales que desembocó en «una poliarquía en su ver
sión más caótica» aprovechando la multiplicación de junta y el control
que la reina y los suyos ejercían sobre los resortes de la administración
(Carrasco Martínez, 1999, p. 130).
Todos ellos fueron objetos de una intensa campaña de sátiras acu
sados de desgobierno y ambición (núm. 166, 167), en especial las que
tenían como narradores protagonistas a las máscaras satíricas de Perico
y Marica, testigos transmisores de los sucesos de la villa y corte (núms.
169-179). Los más atacados fueron los componentes de aquella cama
rilla alemana, acusada de ambiciosa, mentirosa e, incluso, de hereje, por
ser, precisamente un grupo ajeno a los sectores tradicionales del poder
(Belmonte, 2016). No se vio libre tampoco el sector de los Grandes,
inoperantes y desprestigiados que participaban en la lucha del poder
por un mero interés personal, ni de nuevo, el propio rey —«Dispertad,
señor» (núm. 26)—67.
Por otra parte, la dinastía se enfrentaba a su propio futuro: a pesar de
todos los esfuerzos, recursos y fingimientos, la reina no quedaba emba
razada.
Hubo un preñado duende
que se deshizo aun no hecho
piábamos por un pollo
y hallámonos con un huero.
No sé qué revelación
dizque anduvo de por medio
con unas faltas hechizas,
unos antojos supuestos, (núm. 176, w . 209-216)
67 Contra la camarilla alemana, otros ministros y el propio rey, por ejemplo los
núms. 22, 23, 24, 25.
El problema fue mayor cuando María Antonia, nieta de Felipe IV
e hija del emperador, y su esposo, el gobernador de los Países Bajos,
Maximiliano Manuel de Baviera tuvieron un hijo el 28 de octubre de
1692, José Fernando, convertido muy pronto en el principal candidato
a heredar la Monarquía, con el apoyo decidido de su bisabuela, la reina
madre, que preparó toda una estrategia con la connivencia de gran nú
mero de aristócratas y de miembros de los Consejos —como el cardenal
Portocarrero, el duque de Montalto, el caído Oropesa o el marqués de
los Balbases, que conformarían el partido bávaro— , para lograr que, en
caso de que su hijo no tuviera descendencia, como parecía probable,
fuera José Fernando el designado como sucesor.
La sucesión deseada,
si acaso el cielo decreta,
¿no cabrá tener más vidas
que caben en la línea de Baviera?
(núm. 170, w . 129-132)
Esto contribuyó a acrecentar la enemistad entre las dos Marianas
que desembocó en una batalla política abierta, al mismo tiempo que el
sector austríaco se veía dividido por las serias diferencias entre la reina
Mariana de Neoburgo, defensora de los intereses de su propia Casa
y el embajador Lobkowitz, al que despreciaba (López Anguita, 2011,
p. 1117).A estas alturas podría hablarse incluso de la existencia de cuatro
partidos enfrentados entre sí: una facción imperial, dirigida por el em
bajador y una propalatina, la de la reina Neoburgo, ambas defensoras de
que la sucesión recayera en el archiduque Carlos, aunque con estrategias
enfrentadas y más antojadiza e inconsecuente la de la palatina; una pro-
bávara, defendida por la reina madre Mariana; y una profrancesa, la más
débil en este momento (Kozák, 2018, pp. 269-270).
A finales de 1692 moría María Antonia, mal recuperada del parto,
de fiebre puerperal. Pronto llegaron las noticias a la corte de Madrid y
entre ellas, que el emperador Leopoldo había obligado a su hija, poco
antes de morir, a renunciar a sus derechos sobre la monarquía hispánica.
Esto provocó la indignación de Mariana de Austria que, una vez asegu
rada de que la renuncia no invalidaba los derechos del recién nacido, se
empeñó en defender la causa de José Fernando contra viento y marea,
especialmente contra Mariana de Neoburgo, cada una de ellas apoyada,
como ya hemos visto, en diferentes grupos aristocráticos, en especial los
encabezados por Portocarrero y el Almirante. Estos bandos, ni muchos
menos inamovibles ni unidos, protagonizarían la lucha política entre
1693 y 1697, que se dejó ver en la difusión de textos satíricos de la más
variada índole.
En octubre de 1693 se procuró una reforma del gobierno, cuando
fueron nombrados cuatro tenientes generales para los reinos de España:
el Condestable para Castilla la Vieja, el duque de Montalto para Castilla
la Nueva, el conde de Melgar y Almirante de Castilla para Andalucía
y Canarias y el conde de Monterrey para la Corona de Aragón. Pero,
paralelamente, los abusos de la camarilla alemana provocaron protestas
(núm. 185) y la reacción de los Consejos de Castilla y Estado varios de
cuyos miembros, encabezados por Portocarrero, escandalizados por las
clamorosas corruptelas del grupo, pidieron su expulsión, como así se
aprobó con la sola negativa de otro de los componentes de la camarilla,
el Almirante. Wiser, el cojo, salía desterrado en febrero de 1695 mientras
la figura del rey salía cada vez más debilitada:
Señor dice autoridad,
superioridad y mando,
y en vez de mandarlos vos
os mandan vuestros criados, (núm. 23, w . 5-8)
Sin embargo, uno de los apoyos de la reina, el Almirante, a mediados
de 1695, se convertía en la figura más poderosa del gobierno gracias a
su acercamiento a la reina y según las malas lenguas, a la mediación de
la condesa de Berlips y del defenestrado Wiser a quien había apoyado:
Una estatua inmortal se le dedique
que todo el Almirante lo merece,
pues le honran la Berlips y don Enrique.
(núm. 182, w . 12-14)
Por otra parte, la cuestión sucesoria tuvo también sus consecuencias
a nivel internacional. Dos de los principales contrincantes en la guerra
de la Liga de Augsburgo, Luis XIV y el emperador Leopoldo, no veían
con buenos ojos la candidatura de José Fernando, pues les privaba de
sus aspiraciones a la herencia española.
En aquella guerra, en diferentes
frentes, Cataluña se convirtió en uno de los principales escenarios del
enfrentamiento: Barcelona caía en manos francesas el 10 de agosto de
1697 cuando las tropas españolas, encabezadas por Jorge de Hesse, prín
cipe de Darmstad, sin el apoyo imperial, se vieron obligadas a capitular:
«Toda Cataluña / se la engulló Francia» (núm. 175, w. 61-62). Bien es
cierto que poco después, el 20 de septiembre de 1697 se firmaba la paz
de Ryswick68: las fronteras volvían a la situación de 1659 y Luxembur-
go se mantenía en manos españolas. Detrás de estas cesiones francesas
estaba la esperanza de Luis XIV de mantener las aspiraciones sobre la
sucesión, conocedor de las debilidades de Carlos:
Sabe Luis cómo su primo
es un rey de mojiganga,
las palabras, sin razones,
sin razones, las palabras.
En todo cuanto decreta
por la mucha ineficacia
ni hay substancia de decretos
ni decretos de substancia.
Todo es juego, fiesta y risa
y en la racional baraja
juega mal y de barato
pues todo lo malbarata, (núm. 177, w. 21-32)
El «equilibrio» de las facciones se rompería al conocerse la grave
enfermedad de la reina madre que acabaría con su vida el 16 mayo de
1696. Mariana de Neoburgo y los suyos tomaron la iniciativa al con
trolar al rey en exclusiva, pero sin una perspectiva clara, salvo la de su
propio interés de camarilla —cada vez más criticada por sus abusos— y
al margen de la estrategia de la corte deViena que quería aprovechar
la ocasión para incrementar el número de sus partidarios a fin de con
seguir que el archiduque Carlos fuese proclamado heredero. Mientras,
los seguidores de la difunta reina madre —el partido bávaro— se man
tenían a la defensiva. Aun y todo, estos lograron una primera victoria:
tras una grave enfermedad del rey y de la reina que causó conmoción
entre los cortesanos (núm. 189) lograron, desde el Consejo de Estado,
que Carlos II hiciera testamento en favor de su sobrino José Fernando,
el 13 de septiembre de 1696, ante la indignación de la reina palatina
que no había sido tenida en cuenta. Por otra parte, como consecuencia
de la pérdida de Barcelona en agosto de 1697, la reina se vio obligada a
aceptar que un triunvirato, formado por el Almirante, el cardenal Por
tocarrero y el duque de Montalto, se hiciera cargo del gobierno, lo que
le restaba poder.
68 Usunáriz, 2006, pp. 463-482.
Si tan imposible es
(y esto sin pretexto alguno)
partir el reino con uno,
¿qué será partirlo en tres? (núm. 26, w . 279-282).
Es más, a pesar de que el Almirante se impuso, poco después, sobre el
triunvirato (el duque de Montalto llegó a ser desterrado), la facción de
Portocarrero lograría una nueva victoria en 1698. En febrero, el rey cayó
gravemente enfermó lo que convulsionó la corte y produjo escenas de
nerviosismo en las que el embajador austríaco, Aloys Harrach, llegó a
presionar a la reina, que se mostraba ambigua, para que esta lograra que
el rey en un momento de lucidez, redactara un nuevo testamento en
favor del archiduque Carlos, hijo del emperador. No lo consiguió, pero
sí, a cambio, aumentar el distanciamiento entre el emperador y la reina
Mariana que resultaría muy perjudicial para los intereses austríacos en el
futuro. Mientras, el cardenal daba importantes pasos para controlar cada
vez más los entresijos de la corte. De este modo conseguía que Carlos
II, cada vez más deteriorado y envejecido, decidiera cambiar de confe
sor: el padre fray Pedro Matilla, del entorno de Mariana de Neoburgo,
atacado y criticado como intrigante y ambicioso —aspiró a ser Inqui
sidor General como paso previo para obtener la púrpura cardenalicia
(núms. 186, 187)— en una campaña de libelos inspirada por el cardenal
Portocarrero, era destituido (moría pocos días después de su cese), en
favor del dominico fray Froilán Díaz, propuesto por el cardenal (López
Arandia, 2010):
Señor, don Pedro Matilla,
fraile, hablando con perdón,
no padre de confesión,
rey sí, del rey de Castilla,
el que con mala capilla
cubre una grande nobleza,
frailón de horrible corteza,
dizque sabe teología
y es hasta en fisonomía
tonto de pies a cabeza, (núm. 186, w. 1-10)69
69 Aparecen otras referencias críticas en numerosas sátiras como núms. 20-25,168-
178, 183, 184, 186, 187, 190, 191, 193, 194.
Este acontecimiento fue considerado por todos como un golpe muy
duro contra los intereses del partido de la reina, pues, no en vano, el
confesor tenía en sus manos el influir en la voluntad y en las decisiones
del monarca. La actitud antiaustríaca era cada vez más evidente: fueron
muchos los que criticaron el nombramiento de Jorge de Hesse, defensor
de Barcelona, como virrey de Cataluña en 1698. Incluso fue el partido
de Portocarrero quien alimentó el rumor de las posibles relaciones ín
timas de la reina con Hesse a fin de desprestigiar la facción de la reina.
No se ignoran los amores
de allá en su tiernas infancias
y esto hace más sospechosa
la humanidad que se gasta, (núm. 178, w. 89-92)
En este ambiente, el nuevo embajador de Luis XIV, Harcourt, daba
los primeros pasos para establecer la influencia francesa.
Ese mismo año de 1698, en marzo, volvía a la presidencia del Con
sejo de Castilla el conde de Oropesa, quien tras la muerte de la reina
madre, alejado ya la sucesión bávara, fue atraído por el partido austríaco
encabezado por el embajador Harrach, con el apoyo del Almirante. La
reina, sin embargo, siguió vigilando estrechamente a todo aquel que
pretendiera acercarse al monarca y mantenía un gran control sobre él,
como así lo percibían los embajadores francés e imperial. Así pues, ella
y el Almirante parecían mantener sus posiciones. Mas la situación en
Madrid era muy tensa, tanto por razones económicas como políticas, lo
que hacía presagiar un levantamiento. Así lo escribía el conde Harrach
en agosto de 1698 al emperador: «prosigue la música gatera contra Oro-
pesa y el Almirante. Se teme que sea el comienzo de algún motín que
derribe a entrambos»7".
Mientras, las potencias diseñaban sus propias estrategias, como el tra
tado de reparto acordado entre Guillermo de Orange y Luis XIV el 11
de octubre de 1698, que reconocía la herencia de José Fernando, pero,
a cambio, el francés recibiría Nápoles, Sicilia y Guipúzcoa, mientras
que el ducado de Milán quedaría para el imperio71. Así las cosas, el 11
de noviembre de 1698 Carlos firmaba su testamento en el que, además
de sostener (frente a los tratados de reparto), la indivisibilidad de la
Monarquía, designaba como sucesor a su sobrino José Fernando y a su
7(1 Cit. porTestino-Zafiropoulos, 2015, p. 12.
71 Usunáriz, 2006, p. 508.
padre, Maximiliano Manuel, como gobernador durante su minoría; en
caso de faltar aquel niño designaba como sucesor al emperador y sus
sucesores y, finalmente, en caso de fallar esta línea serían llamados los
miembros de la casa de Saboya. Los Borbones eran excluidos en virtud
de las renuncias que habían hecho en sus capitulaciones matrimoniales
tanto Ana como María Teresa de Austria. Aunque hubo protestas airadas
de franceses y austríacos, en la corte se iba configurando una oposición
cada vez más numerosa: frente a la reina y su camarilla se unieron los
partidarios de la solución bávara y francesa, encabezados por Portoca
rrero, e incluso proimperiales, como los marqueses de Leganés y Quin
tana y el mismo embajador Aloys Harrach, que veían a la reina como
un obstáculo para la sucesión habsbúrgica, hartos todos de los manejos
de Mariana y los suyos.
Mas todo se iría al traste cuando el 6 de febrero de 1699 fallecía
José Fernando, lo que obligó a todos a un nuevo replanteamiento de
las estrategias externas e internas. La desaparición de aquella tercera
vía ponía en peligro el endeble equilibrio conseguido tras la firma de
la paz de Ryswick. En mayo de 1699 nuevas negociaciones de reparto
se intercambiaban entre Luis XIV y Guillermo de Orange, en las que a
cambio de reconocer al archiduque Carlos como el heredero, el francés
reclamaba sus derechos sobre Nápoles, Sicilia y Guipúzcoa, y dejaba al
imperio el ducado de Milán.
Una solución que no mantendría durante
mucho tiempo, pues la muerte del príncipe bávaro estuvo detrás de
cambios en el complejo rompecabezas de las facciones cortesanas y se
hizo presente en los acontecimientos que sucedieron en Madrid y que
contribuirían a un giro decisivo.
6.3. «El pueblo se ha alborotado»: el motín de los Gatos. El fin de un reinado
y de una dinastía
En medio de una corte llena de intrigas de propios y extraños por la
incógnita de la sucesión, el 28 de abril de 1699 una madre de familia an
gustiada por los altos precios del pan —el precio del trigo experimentó
una subida del 100% entre 1697 y 169972— y por su escasez, protestó a
voz en grito en la Plaza Mayor de Madrid porque no podía alimentar a
su marido e hijos.
72 Egido López, 1980, p. 257. Sobre el abasto y el precio del pan en el Madrid del
siglo XVII y la defensa de su regulación tras los incidentes de 1699 en Andrés Ucendo y
Lanza García, 2012, p. 84.
pues entre las seis o siete
de la mañana se andaban
con dimes y con diretes
los pobretes tras el pan
y con ellos sus mujeres
azuzando porque el hambre
es la que los enfurece, (núm. 205, w . 6-12)
A estas quejas respondió displicente el corregidor, Francisco Vargas, y
le recomendó castrar a su marido para que no le diese tantos hijos (Peña
Izquierdo, 2004, p. 294). Esto provocó la indignación popular, insultos,
golpes y al poco tiempo se iniciaba un motín, el conocido como «motín
de los gatos», en el que participaron miles de personas (se habla de diez
mil y más) que llenaron las céntricas calles de la capital, al grito de «pan,
pan, queremos pan», de cuya carencia hacían responsable, entre otros al
ministro Oropesa y a los encargados de su abastecimiento, en especial la
familia de «los Prieto» y en concreto, el asentista Juan Prieto Haedo, «el
Atila de Madrid», encargado del abasto de carne:
Los Afilas de Madrid,
los que llaman obligados,
os tiranizan el pueblo
con el pretexto de abastos.
Arrastran los comestibles
de las ferias y mercados,
pagando el valor al dueño,
a plazos y precios bajos, (núm. 23, w . 97-104)73
Pero, además de una protesta por el precio de las subsistencias, sus
protagonistas no se vieron libres de la manipulación de las élites, pues
el tumulto también revelaba la lucha política de al menos tres facciones,
el partido francés, el partido de los austríacos y el de la camarilla de la
reina74, en lo que, al fin y al cabo, se convirtió en un «motín de corte»
73 Otras alusiones a los abusos Juan Prieto y a sus aspiraciones a un hábito de
Santiago en núms. 196, w. 12-14; 198, w. 125-127 y 137-140; 201, w. 149-156: «y a
Prieto también le den / de tizonazos los diablos / que a los pobres cada día / quitaba seis
mil ducados / que si el dinero exprimieran / que en el abasto ha ganado / de la sangre
que cayera / se le inundara su cuarto».
74 Para Ribot la interpretación del motín como el de dos bandos enfrentados, el
austríaco y el francés, en el que el segundo, encabezado por Portocarrero, logró la vic
toria, es erróneo. A esas alturas, 1699, no se podía hablar que alrededor de la reina exis
al albur de potencias extranjeras. La victoria fue para los dos primeros,
agrupados en torno a «la cabala» o el «“partido de los celosos” padres de
la patria» (Egido, 1980, p. 277), liderados por el cardenal Portocarrero
y por hombres como los condes de Monterrey el conde de Benaven
te o el duque de Montalto. Los objetivos del cardenal tras la muerte
del candidato bávaro eran claros: «desbaratar la sucesión-reparto que las
potencias pretendían imponer a España, e instaurar un gobierno fuerte
con una única voz». Para ello debía forjarse un nuevo pacto entre la alta
nobleza con el que se pretendía la destitución de Oropesa, la forma
ción de un nuevo Consejo de Estado y conseguir un consenso sobre
la sucesión basado en la firma de un testamento aceptado por todos, y
sin que quedara subordinada a un arreglo internacional al margen de
la voluntad de España (Peña Izquierdo, 2004, pp. 292-293). A este fin,
Portocarrero redactó varios memoriales dirigidos al rey en los que cul
paba de los males de la Monarquía a la reina, a la camarilla alemana y a
Oropesa. Casi al mismo tiempo organizó un golpe de estado en el que
participaron, entre otros, el marqués de Leganés y los condes de Mon
terrey y Benavente. Es más, incluso el embajador Harcourt se reunió
con Monterrey para planear un levantamiento popular que comenzó
aquel día de abril en la Plaza Mayor y en el que los pasquines y sátiras
divulgaron las pretensiones de los conspiradores:
El Almirante caiga,
la Berlips vaya fuera,
el de Oropesa salga,
el de Montalto vuelva,
el rey esté constante,
que no mande la reina, (núm. 218, w. 1-6)
Fue precisamente el de Benavente el que cuando la masa hambrienta
fue a palacio por primera vez, les rogó que acudiesen a casa del presi
dente de Castilla, en esos momentos Oropesa, pues él les haría justicia.
Fue esta una maniobra sibilina de consecuencias inmediatas que con
tiera un partido austríaco, sino el suyo propio. Frente a ellos, además del partido francés
estaba el de los partidarios de solución imperial, impulsada por el embajador Harrach
y apoyada por hombres como el conde de Benavente o los marqueses de Leganés y
Monterrey, que veían en Mariana de Neoburgo un obstáculo a sus intereses. Es decir,
de alguna manera, ambas facciones se habrían deshecho de una tercera, la de Oropesa, el
Almirante, el conde de Aguilar, la Berlips y el padre Chiusa, aprovechando la coyuntura
del motín (Ribot García, 2000, pp. 133-134). En esta misma línea, López Anguita, 2011.
virtió un motín de subsistencias en una revuelta política, de tal forma
que a los gritos pidiendo pan se sumaron otros de «¡Viva el rey y muera
el mal gobierno!»:
«Y que muera el de Oropesa»
apellidan los parciales,
«salga fuera la Berlips,
no gobierne el Almirante» (núm. 201, w . 33-36)
La casa del conde de Oropesa fue asaltada —«Por de fuera las vidrie
ras / se hicieron dos mil pedazos / y también las celosías / y ventanas
de su cuerpo (núm. 201, w. 129-132)— y las masas no se apaciguaron
hasta que el propio rey, desde el balcón de su palacio, se disculpó por
desconocer los problemas de sus súbditos, en lo que fue un golpe deci
sivo contra el gobierno de Oropesa y sus principales apoyos:
Casi llorando les dice,
«Hijos míos, perdonadme,
mi poder doy a Ronquillo
para que los precios baje. (núm. 201, w . 45-48)
A la reina, ambiciosa, dilapiladora y sin sucesión, tiránica esposa de
un rey dominado, se la pinta con los colores más negativos:
Pero es, según lo imagino,
que como dos nombres tienes,
haces partición de bienes
y al rey le haces femenino,
y siendo vos por destino
Mari Ana, sois Mari Anas:
el primer nombre le das
publicando desde hoy
«Yo don Carlos Anas soy
que hago al rey con tiranía»,
María, (núm. 195, w . 12-22)
así como todos los miembros de la camarilla alemana (la Berlips y sus
hijos,los «perdigones», el confesor Chiusa, el Almirante...), y el ministro
Oropesa recibieron todo tipo de censuras y afrentas (núms. 195-217):
A todos compartiendo su destino
repite el pueblo castiguen al instante
a Oropesa, la reina y Almirante,
la Berliz, Aguilar y capuchino, (núm. 202, w. 16-20)
Aunque los incidentes acabaron con escasos muertos, muchos heri
dos, daños materiales y vagas promesas de rebaja de los precios pronto
incumplidas, las consecuencias políticas fueron más que relevantes: Oro-
pesa, que tras la muerte de José Fernando se había inclinado a favor de
una solución austríaca con el apoyo de la reina, fue calificado de súbdito
del «insigne Maquiavelo» (núm. 223, w. 6-7), acusado de defraudar a
la Hacienda, cesado el 9 de mayo y tras consulta al Consejo de Estado,
expulsado de la corte —«Madrid desterró este día, otro Loth que en ella
había» (núm. 221, w. 8-9); «Albricias, España / que cayó Luzbel (núm.
219, w. 36-45).
Fue sustituido por Manuel Arias en la presidencia del Consejo de
Castilla —«Venga en buen hora / a presidir el de Lora» (núm. 222,
w. 8-9)— y en especial, por Portocarrero quien al frente del gobierno
dirigiría los designios de la Monarquía en unos meses cruciales. Con
forme a los objetivos planteados por el cardenal, el Consejo de Estado
fue remodelado. Mientras, otro de los principales enemigos del minis
tro Oropesa, Pedro de Ronquillo, que había tenido un importante y
demagógico papel durante los incidentes —«héroe sabio y justiciero, /
viva aplaudido del mundo / siendo de pobres remedio» (núm. 198,
w. 134-136)75—, se convertía en el nuevo corregidor de Madrid a pe
tición de la población:
Que a un ministro cual Ronquillo
no quieran antes poner
por corregidor perpetuo
con absoluto poder,
¿qué es? (núm. 220, w . 21-25)
El otrora poderoso Almirante, criticado antes y sobre todo aquellos días
por cobarde, pretencioso y afeminado —«el Narciso en las campañas, /
el de la cara bruñida, / el de los labios de nácar» (núm. 224, w. 3-6)— ,
también fue obligado a salir de la corte el 23 de mayo:
75 Con numerosas referencias a su valentía y entrega a los pobres en la mayoría de
las coplas: núms. 199, v. 8; 201, v. 22; 203, w . 15-16; 205, w . 65-72; 207, w . 1-4; 208,
w. 21-28; 218, v 8.
Que el Almirante gallina
que priva o privada es
viéndole tan buen vinagre
no hagan escabeche de él,
¿qué es?
Y que este diablo soberbio
aun más diablo que Luzbel
pues inficiona el imperio
no le hayan hecho caer,
¿qué es? (núm. 220, w . 36-45)
Poco después, era despedida la condesa de Berlips —«...una vieja
picarona, / villana, ruin hasta en fe» (núm. 220, w. 76-77)— que aban
donaba de Madrid en marzo de 1700, casi un año después de los acon
tecimientos, gracias al apoyo que le siguió dispensando la reina durante
aquel tiempo.
La cabeza de aquel partido, la reina Mariana concentró, no pocos
ataques por su personalidad y sobre todo, por el control que había ejer
cido sobre el rey y por tanto, sobre el gobierno:
Que una reina palatina,
que una Ana Bolena es
pues hace faltar de España
desde que reina la fe,
¿qué es?
Que se meta en gobernar
este marimacho, pues
no vino por bien a España
sino por coger el tres,
¿qué es?
Que a todos pierda el respeto
solo por el interés
sin reparar que un convento
centro del no parir es,
¿qué es?
Es tener reina avarienta
y rey de si es no es,
ladrones pies y cabeza,
y leales solo tres.
Esto es. (núm. 220, w . 56-75)
Pero, a pesar de todo, se mantuvo firme al conservar su influencia
sobre el rey.
Así pues, los amotinados o, mejor dicho, los inspiradores, lograron
gran parte de sus objetivos contra la camarilla de la reina (núms. 28,29).
¿Quién fue el vencedor? Si bien algunos autores han apoyado que fue
un éxito de los partidarios del emperador, la campaña de sátiras, antes y
después de la revuelta, solo venía a distinguir un partido alemán, en la
que se incluía a la camarilla y a todos los que apoyaban una solución aus
tríaca, incluidos quienes habían intrigado contra la propia reina, sin las dis
tinciones y matices que han hecho los historiadores en los últimos años:
Los extranjerillos,
heces de Alemania,
venden las mercedes,
esquilman a España.
Sufren españoles
inmundas infamias,
siendo menos viles
los que los ultrajan, (núm. 175, w . 161-168)
De este modo, a corto y medio plazo, los que apoyaban la sucesión
francesa fueron los grandes vencedores en la batalla por hacerse con la
opinión pública. Así las cosas, a estas alturas, frente a la posibilidad del
reparto de la Monarquía hispánica, solución por la que se había inclina
do Luis XIV, su gran inspirador, la fortaleza demostrada por el partido
profrancés en la corte resultante del motín abría ahora la esperanza de
lograr que aquel Imperio al completo recayese en un Borbón, en el
nieto del rey de Francia, Felipe, duque de Anjou, como así fue, aunque
hasta entonces todavía quedaban unos meses decisivos en los que el ob
jetivo fue marginar a la reina de cualquier toma de decisión.
De hecho, cuando en junio de 1699 llegaban a Madrid las noticias
de la firma de un nuevo tratado de reparto, el remodelado Consejo
de Estado, con Portocarrero al frente, consideró que era el momento
oportuno para lograr que el duque de Anjou fuera nombrado sucesor,
como así lo aprobaron por mayoría el 6 de junio de 1699, si se quería
evitar la desintegración de la Monarquía. Los sucesivos cambios en el
Consejo de Estado entre junio y diciembre de ese año no hicieron sino
corroborar el control de Portocarrero y el progresivo quebranto y de
clive del partido austracista, a pesar de los últimos intentos de la reina
por colocar a los suyos e impedir la sucesión francesa. Solo restaba, y no
era poco, obstaculizar nuevos tratados de reparto, como el firmado el 3
de marzo de 1700, que se había convertido en una nueva espada de Da-
mocles sobre la unidad territorial de la Monarquía, y lograr la anuencia
del monarca a la resolución sucesoria del Consejo de Estado, algo que
no se lograría hasta el día 2 de octubre tras la decisiva intervención del
cardenal y que se haría pública a la muerte del monarca el 1 de noviem
bre de 170076.
En consecuencia, durante el motín politizado, «no hay duda de que
los “Partidos” (entiéndase clanes, bandos, clientelas) jugaron todas las
bazas posibles de la bajeza, de la intriga, de vergonzosas aberraciones»
(Egido, 1980, p. 276). Las sátiras —una sátira, una vez más, aristocrática,
impulsada e inspirada por las élites cortesanas— se multiplicaron du
rante al motín en lo que puede considerarse el culmen de una práctica
y cultura política de creación de opinión pública o, si se quiere, de
manipulación, iniciada en los estertores del gobierno de Felipe III en
las luchas de poder de las facciones nobiliarias. Gracias a la propaganda
y a una bien dirigida campaña de protesta «el poder de Portocarrero se
impuso al derecho de Oropesa» (Bernardo Ares, 2008, p. 137). De aque
lla experiencia, la autoridad pública que nacía de la legitimidad que le
otorgaba la soberanía real quedó gravemente debilitada, la alta nobleza
salió desprestigiada por su falta de coordinación, por su evidente divi
sión y nula perspectiva común que sería determinante en la resolución
de la cuestión sucesoria.Y con ello la dinastía de los Austrias herida de
muerte (núm. 27).
7.
Fin: «es p ru d en cia en m inistros y señores / ganar la boca a los
MORMURADORES»
Este conjunto de sátiras que ha acompañado el recorrido histórico
del reinado del último Austria demuestra que tales composiciones, al
margen de su mayor o menor calidad, eran algo más que una anécdota
banal o un divertimento pasajero: respondían a una forma de hacer po
lítica que se fue imponiendo a lo largo del siglo xvn y que culminó y se
desarrolló durante los cuarenta años del reinado Carlos II.
Los textos contenidos a esta edición se acoplaron a los aconteci
mientos más relevantes, hasta el punto de que pueden agruparse en
76 En él también se dispuso una salida honrosa para la reina Mariana, aunque no
faltaron versos jocosos sobre su destino final (núm. 225).
ciclos, a la manera de los sucesos de las tradiciones épicas, alguno de
ellos ya mencionado: el ciclo de Everardo (Nithard) (1668-1669), el
ciclo del Duende (Valenzuela) (1674-1676), el ciclo de don Juan José
(1677-1679), el ciclo de la Copa (durante el gobierno de Medinaceli)
(1680-1681), el ciclo de la Cantina (en los inicios del gobierno de Oro-
pesa) (1685) y el ciclo del motín de los gatos (1699); es decir, que los
textos satíricos se multiplicaron en momentos especialmente delicados
en la historia del reinado. En estos «ciclos», se dirimieron problemas
«constitucionales» como la regencia, la mayoría de edad o la sucesión, se
abordaron los problemas internacionales marcados por las ansias expan-
sionistas francesas, y no se olvidaron de las cuestiones derivadas de una
pertinaz crisis económica y social.
Tanto el rey como sus protagonistas, fueron juzgados, criticados y
vilipendiados aprovechando tanto los grandes fracasos como las peque
ñas e insignificantes anécdotas de la vida cortesana, en una yuxtaposi
ción de asuntos externos, internos, personales y privados. A pesar de ser
textos subjetivos y parciales, sus juicios de valor han servido para que,
hasta hoy la imagen popular sobre el reinado de Carlos II —al margen
los cambios en las actitudes historiográficas (Ribot García, 2009)— se
haya mantenido ajena a los matices y precisiones que ha introducido la
investigación documental de los últimos años.
Mas no hay que olvidar que tras estas sátiras lo que se subyacía era
una lucha por el poder en donde hubo estrategias, pero no ideologías
(Carrasco, 1999, p. 129), en donde se adivinan formas e ideas de en
tender el futuro de la Monarquía. Así, aprovechando la debilidad de la
persona regia, una aristocracia movilizada en grupos y facciones fue
protagonista, para bien, y sobre todo, para mal, del diseño de las sendas
por las que la Monarquía tenía que discurrir en medio de una tremenda
crisis económica, social, política y de valores. Lejos de «ganar la boca» o
de callar a los murmuradores, la alta aristocracia patrocinó la murmura
ción, supo utilizar las habladurías calumniadoras a través del pasquín, el
libelo, y el verso en sus más variadas tipologías para señalar a los enemi
gos y ganarse el apoyo de una primigenia opinión pública manipulada
por los intereses de aquellos que aspiraban a hacerse con el control de
la monarquía.
Gracias a campañas bien manejadas en las que se concen
traron las sátiras, hombres como Nithard, como Valenzuela, Medinaceli,
Oropesa o el Almirante cayeron en desgracia; don Juan José es probable
que hubiese tenido el mismo destino si la parca no se lo hubiera llevado
antes; el rey se nos muestra en los versos como un personaje débil y
dominado por las reinas, su madre y sus esposas, mujeres ambiciosas y
dominantes, sabedoras de su ascendiente sobre el hijo y marido y por
tanto, de su mano en la política interna y externa; precisamente por ello,
estas también estuvieron en el ojo del huracán, al mismo tiempo que
eran manejadas como peones por las diferentes facciones en la metáfora
del «juego del hombre» (núms. 39,76) que fue la partida de naipes por la
sucesión. En estas luchas banderizas, la autoridad real se vio sumamente
mermada al quedar relegada a ser comparsa de las decisiones de otros:
de la reina madre, de las esposas, de las potencias extranjeras, del her
manastro, de los primeros ministros o validos, de los consejeros, de una
población sublevada.Todo esto, y mucho más, se refleja en las doscientas
cincuenta sátiras seleccionadas para esta edición, protagonistas de un
período del que todavía queda mucho por decir.
8.
Algunas observaciones sobre la anotación de los poemas
En el primer volumen se han señalado algunas características de este
corpus, que hacen especialmente difícil la tarea de su anotación y es
pecialmente monótona en muchas ocasiones. Una muy marcada es la
reiteración de unos mismos nombres o, mejor dicho, de unos mismos
títulos nobiliarios, que son los de las grandes familias que forman la
estructura de poder y gobierno de la época. Por un lado, identificar
exactamente cuál es el duque, conde o marqués mencionado o aludido
por el título es tarea que requiere estar atentos a muchos detalles y refe
rencias cronológicas que no siempre son nítidas o no siempre aparecen.
Por otra parte, en muchos casos es irrelevante para la comprensión de
un poema quién sea el personaje concreto, si abuelo, padre o hijo...
Otro problema, estético si así se quiere llamar, supone la pesada reitera
ción de los personajes, nobles o no: ¡cuántas veces aparece la Berlips o el
padre Matilla, o el Cojo o el Barbón, o el conde de Oropesa! ¿Se anotará
cada vez que aparezca uno de estos o bastará anotarlos la primera vez y
remitir luego a ese lugar? A este propósito escribíamos en el prólogo del
primer volumen (p. 47):
Un detalle más: muchos personajes y sucesos se reiteran caudalosamente
en muchos poemas. Dado que una antología de este tipo está destinada se
guramente más a consultas y lecturas fragmentadas que a una lectura segui
da, hemos preferido repetir en los distintos lugares muchas informaciones e
identificaciones de personajes, a riesgo de una redundancia superflua, para
evitar al lector la fatiga de buscar el lugar preciso del aparato de notas en
el que se explicara por primera —y única— vez un motivo determinado.
En el proceso de nuestra tarea hemos advertido, además, que en
la vorágine de nombres, fechas, cargos, y variedad de referencias a un
mismo personaje que ostenta numerosos títulos y que por tanto puede
aparecer como duque de N, y a la vez como conde de X o marqués de
Y, resultaba difícil retener una identificación, aunque el personaje fuera
el mismo en distintos poemas, lo que aconsejaba repetir a cada paso al
gún dato ilustrativo.
Pero por otra parte resultaba tediosa la multiplicada
reiteración de una misma o muy semejante ficha biográfica. Así que
hemos optado por una aproximación más o menos práctica: se repiten
las identificaciones e informaciones cuando se repite la mención de
un determinado personaje en las primeras ocurrencias y cuando estas
ocurrencias están separadas en textos distintos y el lector ha olvidado
seguramente un detalle; cuando los textos componen un ciclo más ní
tido (por ejemplo el ciclo de la Cantina, o el del motín de los Gatos)
en cuyos poemas se repiten con bastante cercanía algunos nombres y
títulos, entonces no insistimos sistemáticamente en las informaciones
correspondientes: el lector que se haya despistado siempre puede acudir
al índice onomástico y localizar los lugares donde se mencionan, en los
cuales hallará suficientes notas.
Hemos procurado que las informaciones más completas aparezcan
en la primera ocurrencia de un personaje o motivo, pero no siempre,
porque puede suceder que en esas primeras ocurrencias baste con una
somera indicación, mientras que en poemas colocados más adelante la
densidad de alusiones requieran mayores explanaciones.
Por lo demás en infinidad de ocurrencias habría que redactar notas
muy complejas para poder captar en su entera dimensión las alusiones
implicadas, convirtiendo esta antología en un laberinto de referencias
con su aguja de marear correspondiente, lo cual, además de quedar le
jos de nuestro alcance, haría de este volumen un texto inmanejable. Los
conflictos que estos poemas revelan están llenos de matices, sometidos a
mudanzas constantes, definidos por maquinaciones sin cuento, con en
frentamientos larvados o explícitos, en una multiplicidad de escenarios y
de intereses que hacen muy difícil transitar por un territorio semejante,
de arenas movedizas y sembrado de minas. Nos contentaremos si nuestro
trabajo supone una aportación útil, por más que sea parcial e incompleta.
Un rasgo muy llamativo de este segundo volumen es que la mayoría
de los poemas llevan datación, lo que no sucedía en las sátiras de los
reinados de Felipe III y Felipe IV incluidas en el primer volumen de
nuestra antología.
Hemos ordenado nuestra selección en varias etapas según la crono
logía, con dos excepciones: la primera sección se compone de poemas
dirigidos al rey directamente y en este caso la cronología ordena las
composiciones dentro de esa sección sin tener en cuenta el resto de
los poemas de las otras secciones. En las demás etapas (de la muerte de
Felipe IV hasta la caída de Nithard, etapa de Valenzuela, de don Juan
José de Austria, del duque de Medinaceli o del conde de Oropesa) los
poemas se ordenan cronológicamente salvo en la serie de «Perico y
Marica», cuyos textos pertenecen a distintos momentos, pero se unifican
por las «máscaras» de sus locutores, por lo cual nos ha parecido mejor
colocarlos juntos, aunque en este caso se quebrara algo la sucesión de
las fechas. Este mismo tipo de alteraciones, en menor medida, se dan de
vez en cuando, si consideramos mejor ordenar los poemas de un ciclo
de modo más unitario, aunque haya que sacrificar detalles menores de
una cronología que a la fuerza es aproximada.
Estas fechas, en efecto, no son incontrovertibles ni gozan de una
precisión total, pero nos parecen bastante aceptables en general. Cuan
do se asigna una fecha a un poema en algún manuscrito la aceptamos.
Cuando no, procuramos datarlo por referencias internas. Casi todos los
poemas llevan una fecha que nos parece plausible. Los pocos que no
se pueden o no hemos sabido datar los editamos al final de su sección.
Como en el primer volumen, no intentamos una edición «crítica»
por lo allí expuesto. Consultamos variantes en casos de dudas, pero no
las apuntamos sistemáticamente, por los mismos motivos explicados en
el volumen anterior.
Recordamos igualmente que a menudo un manuscrito ofrece varias
foliaciones o paginaciones. Damos una sola referencia; es posible que
otros estudiosos utilicen una numeración distinta, pero creemos que
este detalle no supondrá dificultades insalvables.
En cuanto a los criterios de tratamiento del texto, son de nuevo los
establecidos por el GRISO en numerosas ediciones previas77. Se ha pro
curado no sobrecargar de marcas el texto: no se indican, pues, con crema
las diéresis, dejando a la discreción del lector el adecuado tratamiento
77 Ver .
prosódico; usamos la cursiva lo menos posible (en glosas de oraciones
para destacar el juego paródico, pero no en estribillos y otros casos).
Creemos que los lectores tendrán menos dificultades con estos detalles
que molestias si multiplicáramos las marcas críticas innecesarias.
Una última observación, la misma que hicimos en el volumen pri
mero: se advertirá la relativa frecuencia de versos largos o cortos y de al
gunas fallas de rima. En algunos casos revelan lagunas textuales, en otros
descuidos del copista o del anónimo autor. Podríamos haber intentado
enmiendas sistemáticas, pero hemos preferido en ciertas ocasiones dejar
los textos con su defecto, en parte por no ser clara en dichos casos la
enmienda más pertinente, y en parte por reflejar una característica del
corpus, que es el poco cuidado que a menudo muestran los autores, más
preocupados por el ataque satírico que por mantener meticulosamente
los detalles de la métrica.
BIBLIOGRAFÍA CITADA EN ESTUDIO Y NOTAS
Aichinger, Wolfram, «La cara oculta de la opinión pública: avisos, pasquines y
cartas interceptadas en la corte española del siglo xvn», Memoria y Civiliza
ción, 19, 2016, pp. 17-49.
Álamo Martell, María Dolores, «El VIII duque de Medinacelli: primer mi
nistro de Carlos II», en Los validos, coord. José Antonio Escudero, Madrid,
Dykinson, 2005, pp. 547-572.
Álvarez O sorio AlvariÑo, Antonio, «Facciones cortesanas y arte del buen go
bierno en los sermones predicados en la Capilla Real en tiempos de Carlos
II», Criticón, 90, 2004, pp. 99-123.
Álvarez-O sorio AlvariÑo, Antonio, «La Chamberga: el regimiento de la guar
dia del rey y la salvaguarda de la majestad (1668-1677)», en Carlos IIy el arte
de su tiempo, coord. Alfonso Rodríguez G. de Ceballos y Ángel Rodríguez
Rebollo, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2013, pp. 23-106.
Álvarez-O ssorio AlvariÑo, Antonio, «Precedencia ceremonial y dirección del
gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la corte de
Carlos II», en Vísperas de sucesión. Europa y la Monarquía de II, ed. por Ber
nardo J. García García y Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño, Madrid, Fun
dación Carlos de Amberes, 2015, pp. 21-55.
Álvarez y Baena, José Antonio, Hijos de Madrid ilustres, vol. II, Madrid, Benito
Cano, 1790.
Amado, Joaquín, «El papel sellado español», Academus, 22, 2018, pp. 143-156.
Andrés U cendo, José Ignacio, «Estructura y evolución de los ingresos de la
Real Hacienda de Castilla en el siglo xvn», Studia Histórica. Historia Moder
na, 30,2008, pp. 147-190.
Andrés U cendo,José Ignacio, y Lanza García, Ramón, «El Abasto de pan en el
Madrid del siglo xvn», Studia Histórica. Historia Moderna, 34, 2012, pp. 61-97.
AndÚjar Castillo, Francisco, «Reformar la hacienda en tiempos de crisis. Las
propuestas de Antonio de la Riva Herrera, presidente del Consejo de Casti
lla (1690-1692)», en Familias, élites y redes de poder cosmopolitas de la monarquía
hispánica en la Edad Moderna, ed. Francisco Sánchez-Montes, Julián J. Loza
no Navarro y Antonio Jiménez Estrella, Granada, Comares, 2016, pp. 5-26.
Andújar Castillo, Francisco, ElAtila de Madrid. La forja de un banquero en la
crisis de la monarquía (1685-1715), Madrid, Marcial Pons, 2021.
Arellano, Ignacio, «Sobre Quevedo: cuatro pasajes satíricos», Revista de Litera
tura, 43,^1981, pp. 165-179.
Arellano, Ignacio (dir.), Poesía de sátira política y clandestina del Siglo de Oro.
Antología esencial. Volumen I. Reinados de Felipe 111 y Felipe IV, New York,
Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA), 2023.
Arellano, Ignacio,«La Verdad y el Tiempo en tiempo, sátira clandestina parateatral
(que no fiesta palaciega) del reinado de Carlos II», en prensa.
Aut = Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, Madrid, Credos,
1990,3 vols.
Avalle-Arce,Juan Bautista, «Una nueva pieza en “títulos de comedias"», Nueva
Revista de Filología Hispánica, 2, 1947, pp. 148-165.
Bances Candamo, Francisco Antonio de, Teatro de los teatros, ed. Duncan Moir,
London,Tamesis, 1970.
Baranda, Nieves, «El espejismo del Preste Juan de las Indias en su reflejo litera
rio en España», en Actas del X Congreso de laAIH, coord. Antonio Vilanova
Andreu,Barcelona, PPU, 1992, vol. I, pp- 359-364. Disponible en: .
BÉgue, Alain, Carlos II (1665-1700): la defensa de la Monarquía Hispánica en el
ocaso de una dinastía, Paris, Belin, 2017.
Bernardo Ares, José Manuel de, Luis X IV rey de España. De los imperiosplurina-
cionales a los estados unitarios (1665-1714), M adrid, Iustel, 2008.
Bernardo Ares, José Manuel de, «Manuel Joaquín Álvarez de Toledo y Por
tugal», en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico Español,
.
Bernat, Antonio, y Cull, John T., Enciclopedia de emblemas españoles ilustrados,
Madrid,Akal, 1999.
BolaÑos, Piedad, «A vueltas con las comedias: Estado de la Monarquía y pro
piedades que se hallan en el Rey... con títulos de comedias.
Estudio y edición»,
Anagnórisis. Revista de investigación teatral, 21, 2020, pp. 14-51.
Borgognoni, Ezequiel, «María Luisa de Orleáns: acción política y diplomacia
en la corte de Carlos II de España», en Reinas, virreinas y aristócratas en las
monarquías ibéricas. Estudios sobre mujer, cultura y diplomacia en la Edad Moderna,
ed. Ezequiel Borgognoni, Madrid, Dykinson, 2022, pp. 183-213.
Campa, Mariano de la, «Los sonetos satíricos de Villamediana en la Biblioteca
Nacional de Madrid. Hacia un catálogo-edición», en Crítica textual y ano
tación filológica en obras del Siglo de Oro. Actas del Seminario Internacional...,
coord. Jesús Cañedo Fernández e Ignacio Arellano, Madrid, Castalia, 1991,
pp. 47-88.
Candelas, Manuel Angel, «La poesía española en los manuscritos de la Biblio
teca Nazionale di Napoli: noticias y textos», en Docta y sabia Atenea. Stiidia
in honorem Ua Schwartz, ed. Sagrario López Poza, Nieves Pena Sueiro, Ma
riano de la Campa, Isabel Pérez Cuenca, Susan Byrne y AlmudenaVidorre-
ta, La Coruña, Universidad de La Coruña, 2019, pp. 145-166.
Carrasco Martínez, Adolfo, «Los Grandes, el poder y la cultura política de
la nobleza en el reinado de Carlos II», Stiidia histórica. Historia moderna, 20,
1999, pp. 77-136.
Castilla Soto, Josefina, Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV): su
labor política y militar, Madrid, UNED, 1992.
Castillo Gómez,Antonio, «“Amanecieron en todas las partes públicas...". Un
viaje al país de las denuncias», en Escribir y leer en el siglo de Cervantes, comp.
Antonio Castillo Gómez, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 143-192.
Chevalier, Máxime, «Cuentecillos y chistes tradicionales en la obra de Queve
dos, Nueva Revista de Filología Hispánica, 25, 1976, pp. 17-44.
Contreras, Jaime, Carlos II el Hechizado:poder y melancolía en la corte del último
Austria, Madrid, Lemas de Hoy, 2003.
CORDE = Real Academia Española, Banco de datos Corpus diacrónico del espa
ñol (CORDE), en línea:
Correas, Gonzalo, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. digital Rafael
Zafra, Pamplona / Kassel, Universidad de Navarra / Edition Reichenber-
ger, 2000.
Cov. = Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana o española, ed.
Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoameri
cana /Vervuert / Real Academia Española, 2006.
Di Pinto, Elena, «El mundo del hampa en el siglo xvn y su reflejo en la jácara.
¿Realidad o ficción literaria?», en Literatura y música del hampa en los Siglos
de Oro, ed. María Luisa Lobato y Alain Bégue, Madrid, Visor Libros, 2014,
pp. 195-217.
Di Pinto, Elena, La tradición escarramanesca en el teatro del Siglo de Oro, M adrid /
Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2005.
DLE = Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, en línea:
.
Domínguez Moreno, José María, «Virtudes mágicas y curativas del lobo en
Extremadura», Revista de Folklore, 142, 1992, pp. 122-125. Disponible en:
.
Duarte, J. Enrique, «Fuentes y representación de La restauración de Buda, come
dia bélica de Bances Candamo», en Guerra y paz en la comedia española, ed.
Felipe B. Pedraza Jiménez, Rafael González Cañal y Elena Marcello, Alma
gro (Ciudad Real), Universidad de Castilla-La Mancha, 2007, pp. 259-274.
Duakte, J. Enrique, ed., Bances Candamo, Francisco Antonio de, La restauración
de Buda, en Francisco Antonio de Bances Candamo, Poesías cómicas, 1, 1.
Obras completas, ed. Blanca Oteiza, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoame
ricana /Vervuert, 2014.
Duarte, Enrique, «La perspectiva del género: héroes literarios en tres obras so
bre la conquista de Buda y Pest (1686)», Hispanófila, 175, 2015, pp. 89-102.
DurÁn, Agustín, ed., Romancero general, Madrid, Rivadeneira, 1877.
Echavarren Fernández, Arturo, «El gran destierro de Gaspar Téllez-Girón,V
Duque de Osuna», Bulletin Hispanique, 116.1, 2014, pp. 169-189.
Echavarren Fernández,Arturo, «Poesía satírico-política en el reinado de Car
los II. El ciclo de la Cantina», Boletín de la Real Academia Española, 95,2015a,
pp. 37-60.
Echavarren Fernández, Arturo, «El caso de la Cantina. Un escándalo palacie
go en el Madrid de Carlos II», Cuadernos de Historia Moderna, 40, 2015b,
pp. 125-152.
Echavarren Fernández, Arturo, «La copa de la discordia. Un ciclo de poesía
satírica en la corte de Carlos II», Boletín de la Real Academia Española, 98,
2018, pp. 69-112.
Echavarren Fernández, Arturo, «Notas sobre el motín francófobo de 1685 en
Madrid», Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, 9.2, 2021,
pp. 797-822.
Egido López, Teófanes, Sátiras políticas de la España moderna, Madrid, Alianza,
1973.
Egido López,Teófanes, «El motín madrileño de 1699», Investigaciones históricas:
Epoca moderna y contemporánea, 2, 1980, pp. 253-294.
E tienvre, Jean-Pierre, Márgenes literarios del juego. Una poética del naipe. Siglos Al 7-
XVUI, London,Tamesis, 1990.
Etreros, Mercedes, La sátira política en el siglo xm , Madrid, Fundación Univer
sitaria Española, 1983.
Etreros, Mercedes, Invectiva política contra D.Juan José de Austria, Madrid, Edi
tora Nacional, 1984.
Fernández Jiménez, Camino, «Fernando Valenzuela y Enciso», en Real Aca
demia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, .
Fernández Talaya, María Teresa, El real sitio de La Florida y La Moncha. Evolu
ción histórica y artística de un lugar madrileño, Madrid, Fundación Caja Madrid,
1999.
Fernández Valladares, Mercedes, Catálogo bibliográfico y estudio literario de la
sátira política popular madrileña, Madrid, Universidad Complutense de Ma
drid, 1987. Disponible en: .
Flórez Asensio, María Asunción, «Libelos en torno a María de Navas, “la co-
medianta". Realidad social y situación profesional de un arte controverti
do», Janus, 7, 2018, pp. 191-215.
Francisco O lmos, José María de, «La sucesión de Carlos II y la archiduquesa
María Antonia de Austria (1669-1692): una reina de España en potencia»,
Hidalguía: la rei’ista de genealogía, nobleza y armas, 354, 2012, pp. 613-183.
García Guerra, Elena María, «Las bajas de la moneda de vellón en la Corona
de Castilla durante el siglo xvn: una aproximación a sus efectos económi-
co-fiscales y sociales», Gaceta numismática, 181, 2011, pp. 21-32.
García Hernán, Enrique, «Guillen Ramón de Moneada y Castro», en Real
Academia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, .
García Pérez, Francisco José, «La imagen del ministro-favorito en el pulpito
regio durante el reinado de Carlos II», Tiempos modernos. Revista electrónica de
Historia Moderna, 9, 2018, s. p., .
Gómez Centurión, Carlos M., «La sátira política durante el reinado de Carlos
II», Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, 4, 1983, pp. 11-33.
Gómez OreÑa, Mercedes, La casa y negocios de Juan Bautista Cassani. Un finan
ciero genovés en la España del siglo Al ir, Tesis doctoral, Madrid, UNED, 2015.
Disponible en: .
Góngora, Luis de, Romances, ed. Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Cre
ma, 1998, 4 vols.
Graf von KALNElN,Albrecht,Jnrt» José de Austria en la España de Carlos II: histo
ria de una regencia, Lleida, Milenio, 2001.
Grau Torras, Sergi, «Una breve disertación sobre los valdenses de Josep M er
cader (1764)», Hispania Sacra, 129, 2012, pp. 279-307.
Hamilton, Gertrude H., «Political Satire in the Seventeenth Century», Bulletin
qf Spanish Studies, 8, 1931, pp. 150-157.
Hermant, Héloíse, «La función de los libelos en la lucha política de los Grandes
y de donjuán frente a la Reina y su valido Valenzuela: publicidad, polémica
y transacción (1676-1677)», en Opinión pública y espacio urbano en la Edad
Moderna, ed. Antonio Castillo Gómez, James S. Amelang y Carmen Serrano
Sánchez, Gijón,Trea, 2010, pp. 455-472.
Hermant, Héloíse, Guerres de pin mes, Madrid, Casa deVelázquez, 2012. Dispo
nible en: .
Herrero García, Miguel, Madrid en el teatro, Madrid, CSIC, 1963.
Herrero García, Miguel, Ideas de los españoles del siglo xmi, Madrid, Credos,
1966.
Ivorra, Carlos, «La sucesión de Carlos II». Disponible en: .
Kamen, Henry, La España de Carlos II, Barcelona, Crítica, 1981.
KozÁk, Valentina Marguerite, «La corrupción en la camarilla alemana en la
corte de Carlos II: enriquecimiento privado y venalidad de cargos entre
1690 y 1700», en Debates sobre la corrupción en el mundo ibérico. Siglos xn-xvn,
coord. Francisco Andújar Castillo y Pilar Ponce Leiva, Alicante, Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes, 2018, pp. 269-281.
Léxico = Alonso Hernández, José Luis, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 1977.
Lobato, María Luisa, «Miradas de mujer: María Luisa de Orleáns, esposa de
Carlos II, vista por la marquesa deVillars (1679-1689)», en Teatro y poder en
la época de Carlos II. Fiestas en tomo a reyes y virreyes, ed. Judith Farré Vidal,
Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana /Vervuert, 2007, pp. 13-44.
López Anguita, José Antonio, «Madrid y Viena ante la sucesión de Carlos II:
Mariana de Neoburgo, los condes de Harrach y la crisis del partido alemán
en la corte española (1696-1700)», en La dinastía de los Austrias: las relaciones
entre la Monarquía Católica y el Imperio, ed. José Martínez Millán y Rubén
González Cuerva, Madrid, Polifemo, 2011, pp. 1111-1153.
López Arandia, María Amparo, «“El sacrilego tirano de la conciencia del mo
narca". Pedro Matilla, confesor de Carlos II (1686-1698)», en Opinión pú
blica y espacio urbano en la Edad Moderna, coord. Antonio Castillo Gómez y
James S. Amelang, Gijón,Trea, 2010, pp. 473-500.
López Baralt, Luce, «Las problemáticas “profecías" de san Isidoro de Sevilla
y de Ali Ibnu Yebir Alferesiyo en torno al islam español del siglo xvi: tres
aljofores del ms. aljamiado 774 de la Biblioteca Nacional de París», Nueva
Rei’ista de Filología Hispánica, 29.2, 1980, pp. 343-366.
López DE Úbeda, Francisco, Libro de entretenimiento de la picara Justina, ed. David
Mañero Lozano, Madrid, Cátedra, 2012.
López-C ordón Cortezo, María Victoria, «Las mujeres en la vida de Carlos II»,
en Carlos II: el rey y su entorno cortesano, ed. Luis A. Ribot García, Madrid,
Centro de Estudios Europa Hispánica, 2009, pp. 109-140.
Lozano Navarro, Julián José, «Un personaje en tierra de nadie: Juan Everardo
Nithard. Status social, Iglesia y política en la Europa barroca», en Iglesia,
poder y fortuna: clero y movilidad social en la España Moderna, ed. Enrique Soria
Mesa y Antonio J. Díaz Rodríguez, Granada, Comares, 2012, pp. 29-50.
Lozano Navarro, Julián José, La Compañía de Jesús y el poder en la España de los
Austrias, Madrid, Cátedra, 2005.
Manescau M artín, María Teresa, «Don Juan José de Austria, ¿valido o dicta
dor?» en Los validos, coord. José Antonio Escudero, Madrid, Dykinson, 2005,
pp. 447-546.
Martínez Ruiz, Adolfo, «Francisco Ramos del Manzano y la educación de
Carlos II», Chronica Nova, 12, 1981, pp. 127-133.
Maura Gamazo, Gabriel, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Espasa Calpe,
1942, 2 vols.
Maura Gamazo, Gabriel, Documentos referentes a las postrimerías de la Casa de
Austria en España [1696], (Continuación), Alicante, BibliotecaVirtual Miguel
de Cervantes, 2011. Disponible en: .
Maura Gamazo, Gabriel, Carlos II y su corte. Ensayo de reconstrucción biográfica,
Madrid, Boletín Oficial del Estado / Real Academia de la Historia, 2018,
2 vols.
MexÍa, Pero, Silva de varia lección, ed. Antonio Castro, Madrid, Cátedra, 1989-
1990, 2 vols. (vol. I: 1989; vol. II: 1990).
Moragues Coscoiia, Montserrat, La influencia de la historiografía renacentista
italiana en las monarquías occidentales. El caso de Francesco Guicciardini (1483-
1540), Barcelona, Universidad de Barcelona, 2016.
Navarro Brotons, Víctor, «José de Zaragoza», en Real Academia de la His
toria, Diccionario Biográfico Español, .
Nieremberg, Juan Eusebio, Curiosa y oculta filosofía, Alcalá., María Fernández,
1639.
Noticias generales de Europa, agosto de 1690. Disponible en: .
Novo Zaballos, José Rufino, Las Casas reales en tiempos de Carlos II. La Casa
de la reina Mariana de Austria, Tesis doctoral, Madrid, Universidad Autónoma
de Madrid, 2015. Disponible en: .
OlivÁn Santaliestra, Laura, Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo
ATIr, M adrid, Universidad Complutense de Madrid, 2006a.
OlivÁn Santaliestra, Laura, Mariana de Austria: imagen, poder y diplomacia de
una reina cortesana, M adrid, Universidad Complutense de Madrid, 2006b.
Peña Izquierdo, Antonio Ramón, La Casa de Palma: la familia Portocarrero en
el gobierno de la Monarquía Hispánica (1665-1700), Córdoba, Universidad de
Córdoba, 2004.
Pérez Camarma, «Fray Juan de Santo Tomás, la madre Agreda y los visionarios
de Aragón: utilización de las profecías a mediados del siglo xvn», Itinerantes,
9, 2018, pp. 43-80.
Pérez de Guzmán, Juan, Cancionero de príncipes y señores, Madrid, Tipografía de
Manuel Ginés Hernández, 1892.
Pérez de Montoro, José, Obras postumas líricas humanas de don Josef Pérez de
Montero, Madrid, Juan de Moya, 1736.
Pilo Gallisai, Rafaella, «El Cauterio: un memorial anónimo para la reina re
gente Mariana de Austria», en Actas de la X I Reunión Científica de la Funda
ción Española de Historia Moderna. Comunicaciones, coord. Antonio Jiménez
Estrella y Julián José Lozano Navarro, Granada, Universidad de Granada,
2012, vol. l,pp. 153-165.
PINC = Villamediana, conde de, Poesía inédita completa, ed. José Francisco Ruiz
Casanova, Madrid, Cátedra, 1994.
Poesía erótica del Siglo de Oro, ed. Pierre Alzieu, Robert Jammes eYvan Lissor-
gues, Barcelona, Crítica, 2000.
Prosa festiva = Quevedo, Francisco de, Prosa festiva completa, ed. Celsa C. García
Valdés, Madrid, Cátedra, 1993.
Quevedo, Francisco de, El Parnaso español, ed. Ignacio Arellano, Madrid, Real
Academia Española, 2020.
Quevedo, Francisco de, Los sueños, ed. Ignacio Arellano, Madrid, Cátedra, 1996.
Quevedo, Francisco de, Prosa festiva completa, ed. Celsa C. García Valdés, Madrid,
Cátedra, 1993.
Quiñones de Benavente, Luis, La jocoseria, ed. Ignacio Arellano, Juan Manuel
Escudero y Abraham Madroñal, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoameri
cana /Vervuert, 2000.
R edondo Pérez, Germán, «Creación de una imagen pública en dos diálogos:
Juan José de Austria entre encomio y vituperio», Bulletin Hispanique, 121,
2019, pp. 505-518.
R estori, Antonio, Piezas de títulos de comedias. Saggi e documenti inediti o rari del
teatro spagnuolo dei secoli Allí e xm i, Messina,Vincenzo Muglia, 1903.
Ribot García, Luis A., La revuelta antiespañola de Mesina. Causas y antecedentes
(1591-1674),VatizdoM, Universidad deValladolid, 1982.
Ribot García, Luis A., «La España de Carlos II», en La transición del siglo a i ii
al a i i n: entre la decadencia y la reconstrucción, ed. Pere Molas Ribalta, Madrid,
Espasa Calpe, 2000, pp. 61-203.
Ribot García, Luis A., La monarquía de España y la guerra de Mesina (1674-
1678), Madrid, Actas, 2002.
Ribot García, Luis A., «El rey ante el espejo. Historia y memoria de Carlos II»,
en Carlos II y su entorno cortesano, ed. Luis Ribot García, Madrid, Centro de
Estudios Europa Hispánica, 2008, pp. 13-54.
Ribot García, Luis A., «Gaspar de Bracamonte y Guzmán», en RealAcademia
de la Historia, Diccionario Biográfico Español, .
Rodríguez de la Flor, Fernando, «El cetro con ojos. La representación del
poder pastoral y de la monarquía vigilante en el barroco hispano», en Vi
siones de la monarquía hispánica, coord. Víctor Mínguez Cornelles, Valencia,
Universidad Jaime I, 2007, pp. 57-86.
Rodríguez Villa, Antonio, La corte y monarquía de España en los años de 1636 y
1637, Madrid, Luis Navarro, 1886.
Rojo Alique, Pedro C., «Notas sobre don Marcos Lanuza Mendoza y Arellano,
conde de Clavijo», Criticón, 103-104, 2008, pp. 171-206.
Ruiz Rodríguez,José Ignacio, Juan José de Austria: un bastardo regio en el gobierno
de un imperio, Madrid, Dykinson, 2005.
Ruiz Rodríguez, José Ignacio, Femando de Valenzuela: orígenes, ascenso y caída de
un duende en la corte del rey hechizado, M adrid, Universidad Rey Juan Carlos /
Dykinson, 2008.
Ruiz Rodríguez, José Ignacio, «Juan Everardo Nithard, un jesuíta al frente
de la Monarquía Hispánica», en Reflexiones sobre poder,guerra y religión en la
Historia de España, coord. Leandro Martínez Peñas y Manuela Fernández
Rodríguez, Madrid, Universidad Rey Juan Carlos, 2011, pp. 75-110.
SÁenz Berceo, María del Carmen, «Juan Everardo Nithard, un valido extranje
ro», en Los validos, coord. José Antonio Escudero, Madrid, Dykinson, 2005,
pp. 323-352.
SÁenz Berceo, María del Carmen, Confesonario y poder en la España del siglo xm :
Juan Everardo Nithard, Logroño, Universidad de La Rioja, 2014.
SÁenz Berceo, María del Carmen, «Juan Everardo Nithard», en Real Acade
mia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, .
SÁEZ R aposo, Francisco, «Mariana Romero», en Real Academia de la His
toria, Diccionario Biográfico Español, .
Sánchez Belén, Juan Antonio, «La Junta de Alivios de 1669 y las primeras
reformas de la regencia», Espacio, tiempo y forma. Serie IV* Historia moderna, 1,
1988, pp. 639-668.
Sánchez Belén, Juan Antonio, «Medidas extraordinarias para una crisis eco
nómica a finales del reinado de Carlos II: las reformas del Duque de M e
dinaceli y del Conde de Oropesa», Trocadero. Revista de historia moderna y
contemporánea, 23, 2011, pp. 7-36.
Sánchez Gómez, Rosa Isabel, Delincuencia y seguridad en el Madrid de Carlos II,
Tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2002.
Sánchez Marcos, Fernando, «El apoyo de Cataluña a donjuán de Austria en
1668-69, ¿la hora de la periferia?», Pedralbes, 1, 1981, pp. 127-166.
Sánchez Mateos, Zoraida, Estudio y edición crítica de la poesía de fray Da
mián Cornejo, Tesis doctoral, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2020.
Disponible en: .
Santiago Beimonte, Beatriz, «Los extranjeros en la corte: la red alemana en
torno a la reina Mariana de Neoburgo (1690-1700)», en Familia, cultura ma
terial y formas de poder en la España Moderna, ed. Máximo García Fernández,
Madrid, Fundación Española de Historia Moderna, 2016, pp. 1181-1190.
Sanz AyÁn, Carmen, «Reformismo y Real Hacienda: Oropesa y Medinaceli»,
en Nobleza y sociedad en la España moderna, ed. María del Carmen Iglesias,
Oviedo, Nobel, 1996, pp. 157-184.
Sanz AyÁn, Carmen, «La evolución de los juros en el reinado de Carlos II», en
La decadencia de la monarquía hispánica en el siglo A 'lli: viejas imágenes y nueras
aportaciones, coord. María del Carmen Saavedra, Madrid, Libros de la Corte,
2016, pp. 147-164.
Sanz AyÁn, Carmen, «Francisco Centani», en Real Academia de la Historia,
Diccionario Biográfico Español, .
Schwartz Lerner, Lía, «Confluencias culturales de la sátira áurea de transmi
sión manuscrita», en Culturas en la Edad de Oro, dir. José María Diez Borque,
Madrid, Editorial Complutense, 1995, pp. 149-168.
Sevilla González,María del Carmen,«Cristóbal Crespí deValldaura y Brizue-
la», en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, .
Tenivelli, Cario, Biografía piemontese, decade quarta, parte prima, Torino, Giammi-
chele Briolo, 1789.
Testino-Zafiropoulos, Alexandra, «Querellas políticas en torno al Conde de
Oropesa en las postrimerías del reinado de Carlos II», Atlante. Revue d'études
romanes, 2015, 2,pp. 264-291.
Tomás y Valiente, Francisco, Los validos en la monarquía española del siglo x m
(Estudio institucional), M adrid, Siglo Veintiuno, 1982.
Torrijos, José María, «El Escorial en la literatura española», en Literatura e imagen
en el Escorial, coord. Francisco Javier Campos, San Lorenzo del Escorial, Insti
tuto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, 1996, pp. 87-146.
TrÁpaga M onchet, Koldo, «Las Casas reales de donjuán de Austria en la mo
narquía católica (1642-1659)», en La corte de Felipe IV (1621-1665), dir.
José Martínez Millán y José Eloy Hortal Muñoz, Madrid, Polifemo, 2015,
pp. 1781-1868.
UrzÁiz, Héctor, Catálogo de autores teatrales del siglo xm , Madrid, Fundación
Universitaria Española, 2002.
UsunÁriz, Jesús M., España y sus tratados internacionales, 1516-1700, Pamplona,
Eunsa, 2006.
UsunÁriz, Jesús M., «Sátiras contra el rey en la España del siglo xvn», Calíope,
en prensa (a).
UsunÁriz, Jesús M., «“Un ave de menos precio": la sátira política en verso
contra la “corneja" Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II (1675-
1676)», Romance Notes, en prensa (b).
Vega, Lope de, La Dorotea, ed. Edwin S. Morby, Madrid, Castalia, 1988.
Vega, Lope de, Obras poéticas, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1960.
Villamediana, conde de, Poesía inédita completa, ed. José Francisco Ruiz Casa-
nova, Madrid, Cátedra, 1994.