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domingo, 30 de marzo de 2025

El texto literario. Aportes para su estudio ALONSO RABÍ DO CARMO

 



Al lector

 La pregunta por la literatura es muy antigua e invoca respuestas diversas, no siempre válidas en todos los contextos culturales. De lo que no puede dudarse es que de su estudio se pueden sacar muy provechosas conclusiones sobre la experiencia y la vida social. No significa esto que la literatura sea un simple reflejo de la realidad; muy por el contrario, lo que hace la literatura es devolvernos una versión de esa vida real, una versión tamizada por el lenguaje, la imaginación, la invención u otras figuras, que enriquece nuestra mirada y acentúa la perspectiva crítica con que debe mirarse la existencia. Los profesores que actualmente impartimos esta materia en la Universidad de Lima hemos querido ofrecer al estudiante una síntesis de varios problemas relacionados con el concepto de literatura, una lista parcial de sus características más relevantes y una aproximación a ciertos géneros y tendencias en la escritura de ficción. No se trata de una edición definitiva, ya que con el tiempo iremos añadiendo temas y capítulos que hagan más completa esta incursión por el fascinante mundo de la literatura.

martes, 18 de marzo de 2025

Lecturas de la tradición en la poesía de José Lezama Lima Daniela Evangelina Chazarreta

 


A modo de prólogo 

Lecturas de la tradición en la poesía de José Lezama Lima “La tradición, como en la famosa frase sobre la libertad, fue para él un don, pero también fue una conquista”. Lezama Lima, “García Lorca: la alegría de siempre contra la casa maldita” “La liberación del tiempo es la constante más tenaz de lo sobrenatural.” Lezama Lima, “Confluencias”. Estos cuatro momentos mencionados no pretenden abandonarse a la banalidad de la causalidad, de la sucesión cronológica. 

No son etapas, sino la integración del ser dentro del ser, la identidad de una sustancia consigo misma. Las agrupaciones del tiempo en un escritor corresponden a los momentos en que alcanzó un signo. Lezama Lima, “Nuevo Mallarmé I” Sin duda, acercarse a la obra y especialmente a la poesía de José Lezama Lima (1910-1976) implica muchos interrogantes debido a su hermetismo y complejidad. Frente a este universo, sólo podemos proponer algunos extractos, vislumbrar algunas lecturas, pensando sobre todo en crear aportes que den cuenta de su poesía, atendiendo y esperando contribuir a la interpretación de versos de su poética.1 Los estudios de lengua y cultura griega clásica y nuestros trabajos de investigación previos, que tomaron en cuenta esta presencia, fueron muy beneficiosos para la lectura de la poesía en la medida en que pudimos encontrar rastros concretos de ese mundo y también de una fuerte impregnación católica que matiza la poética de Lezama Lima. 

El trabajo de estas dos vertientes, por tanto, se desarrolla principalmente en la primera mitad de la obra de Lezama, insistiendo en algunos textos y poemas porque creemos que es la forma más viable de plantear estas cuestiones con cierta profundidad y con la mayor riqueza posible. En esta línea, nuestra investigación vuelve ciertamente una y otra vez a un texto inicial, “Muerte de Narciso” que nos llevó a Lezama Lima, de allí a Valéry y a interrogarnos sobre la importancia del linaje en Lezama, presentado en un singular contraste con la estética de vanguardia que insistía en la ruptura que a nivel superficial incluye las grandes figuras modelo. 

El primer epígrafe introduce la línea principal de la tesis: la preocupación del poeta por la tradición y la construcción de su linaje. Más allá de las presencias, nos interesa examinar ciertos modos de selección y apropiación y, sobre todo, el interés de Lezama en subrayar, a través de una sugerencia a menudo directiva, la presencia de figuras -a veces emblemáticas- en su poética; porque está interesado en establecerse en una determinada tradición. Como toda ambición, este propósito de Lezama es excesivo, pues no sólo se atiene a su linaje individual, sino que se considera primordialmente 1 Por la complejidad, extensión e hipótesis que movilizan esta lectura, el contexto de la obra de Lezama apenas se insinúa. Para revisar este aspecto en sus diversas etapas, se puede consultar Álvarez Bravo 1968,14 Lecturas de la tradición en la poesía de José Lezama Lima como figura de la expresión cubana, y luego del continente, cuyo reflejo más manifiesto es el ensayo La expresión americana (1957). Con este objetivo en mente, una de las principales estrategias para lograrlo es, como indica el segundo de los epígrafes, el dibujo de la “banalidad de la causalidad, de la sucesión cronológica”, es decir, el tiempo cronológico -lineal- como eje de la escritura de la historia de la cultura; 

Esta es una preocupación constante de Lezama, pues siente que frente a la supuesta superioridad de la cultura europea, no sólo cualitativa, sino sobre todo cuantitativa, la mirada del estadounidense hacia su pasado sólo encuentra carencia y desvalorización por parte de la europea, instancia vivida en conflicto. Tomando como referencia el tercer apartado, nos interesa también destacar que, si bien hay una llamativa, buscada y lograda cohesión y continuidad en la obra de Lezam, hay ciertos “signos”, categorías significativas que al sistematizarse se convierten en puntos de inflexión sin implicar necesariamente un corte cronológico (y siempre teniendo en cuenta la construcción del linaje que, como otras operaciones culturales, implica el pasado, pero no impone la sucesión, más bien la refuta). Son la isla, la imagen y el poeta. 

Un primer corte corresponde a “Muerte de Narciso” (1937), a Enemigo Rumor (1941) y al intento de burlar la ley, la causalidad de la cadena diacrónica como valoración de lo cultural. Esta cuestión se relaciona con la teoría del insularismo tanto en una lectura simbólica, que considera el aislamiento del hecho literario en su particularidad vinculada a la sucesión en el espacio que geográficamente implica la isla. Un segundo momento significativo corresponde a La fijeza (1949) y la presencia de la teoría de la imagen, otra estrategia fundamental para negar el valor dado al eje cronológico como valoración de lo cultural. La tercera consideración tiene que ver con el alcance del poeta, sus problemas en la obra de Lezama y sus emblemas, haciendo un recorrido por gran parte de su producción. El corpus escogido, por tanto, responde a la elección de modos efectivos de trabajar la poesía hermética de Lezama Lima -incluyendo ciertos ámbitos del Paradiso- y siempre con el aporte de las reflexiones de los ensayos, no pensadas como una explicación mutua, sino como texturas diferentes con las mismas inquietudes poéticas. Sin pretender una lectura unívoca, sino todo lo contrario, la nuestra se centra en textos que, en general, son paradigmáticos de toda la obra de Lezama, concentrándose en ángulos de análisis para luego expandir los universos de significado que surgen de ellos. Teniendo en cuenta estas premisas, al abordar la noción de tradición y su significado en la poética de Lezama, nos centramos particularmente en la manera de procesarla y leerla desde los mecanismos de apropiación y selección para construir un linaje propio, atravesado por lo fragmentario y lo diverso. Allí incluso tenemos en cuenta la noción de pliegue de Deleuze (1989), pues tanto la lectura como el libro -entendido como archivo o reservorio- (Molloy 1996: 26) son una extensión del sujeto poético. 

El pliegue, además, se traduce en una de las figuras privilegiadas de la poética de Lezama, un recurso a partir del cual se “despliegan” los demás y con el que se configura el sujeto poético. Si bien a lo largo de este libro mencionamos los trabajos que nos han ayudado en esta aproximación a Lezama, es necesario remitirse a un breve relato (conocido académicamente como estado de la cuestión). Son diversas las líneas que la crítica ha trabajado en torno al orbe polisémico de Lezama, de las que destacamos, sobre todo por el aporte a nuestra lectura, a Guillermo Sucre, Susana Cella y Emilio de Armas en sus aproximaciones a la obra poética de Lezama. El primero de ellos, Guillermo Sucre –en “Lezama Lima: el Logos de la imaginación” de La máscara y la transparencia (1975)- nos introduce en la poesía del cubano a medida que aborda los textos poéticos teniendo en cuenta el perfil metadiscursivo de su producción, centrándose, por tanto, en el contexto de la poética de Lezama. Sutilmente, desentrañando algunas categorías teóricas importantes como la imagen y la poesía como sobrenatural, analiza toda La fijeza desde la perspectiva mencionada para descubrir cómo la singularidad de la poética de Lezama se desarrolla a partir de la poesía. 

Conocimiento poético. La poesía de José Lezama Lima (2003) de Susana Cella es más diversa y sobre todo considera con destreza el modo en que ciertas inflexiones teóricas como la poesía, el barroco, el cronotopo lezamiano, la isla, la imagen, el cuerpo o el sujeto se funcionalizan y enriquecen en el orbe lezamiano y en algunos de sus poemas. El enfoque principal del libro es la relación problemática entre poesía y conocimiento presente en la facultad del discurso poético de producir formas cognitivas en sus modos de estructurarse. El crítico y poeta aclara que “se trata de una poética que deliberadamente propone una búsqueda de algún tipo de sabiduría y organización del mundo y lo hace, no a través de la racionalización y la abstracción sino desde un singular despliegue sensorial e intelectual, donde la constitución y concepción de la imagen es central para lograr un propósito trascendente (que la separa de una postura purista del arte) —llamado por Lezama Lima hipertelia—, a la vez que mantiene un fuerte anclaje en la inmanencia” (2003: 28). Emilio de Armas, uno de los más importantes críticos de Lezama Lima—en "La poesía del Eros cognoscente" (1992), estudio introductorio a su edición de Poesía—analiza cómo Eros —el impulso erótico de la creación— está presente en toda la poesía de Lezama desde "Muerte de Narciso" hasta Fragmentos a su imán (póstuma, de 1977) en imágenes de reproducción, gestación, sexualidad en un esfuerzo de aprehensión cognitiva. 

De estos críticos destacamos especialmente el saber penetrar, leer la poesía de Lezama, suscitar inquietudes y idear no sólo respuestas, sino incluso preguntas. Creímos relevante analizar el diálogo entre la obra de Lezama y la tradición, ya que esta línea de trabajo ofrecía importantes vacíos y lagunas. Una de las más importantes es la huella del insularismo; Sugerida por primera vez por Cintio Vitier, especialmente en Lo cubano en la poesía de 1970, es la primera en aludir a la teoría que implica una teleología y ciertos tratamientos vinculados a la pertenencia a la isla y al surgimiento de esa expresión magistralmente lograda en “Noche insular: jardines invisibles” de Enemigo rumor y “Pensamientos en La Habana” de La fijeza. Para Vitier, su presencia en la obra de Lezama se relaciona con “la reminiscencia de la imagen mítica de la isla americana, se integra con ese paisaje de generosas transmutaciones, con ese espacio donde la semilla formal hispánica se abre a una tradición de piedras convertidas en guerreros, de objetos convertidos en imágenes, como el ejército del Inca Viracocha, y a una futuridad desconocida” (440). Arnaldo Cruz-Malavé, tanto en su artículo “Lezama Lima y el 'insularismo': un problema de orígenes” de 1988 como en uno de los capítulos de El primitivo implorante. El “Sistema Poético del Mundo” de José Lezama Lima, de 1994, retoma ciertas consideraciones de Vitier. Su análisis gira en torno al ensayo de Lezama “Colloquio con Juan Ramón Jiménez” y sus vínculos con La expresión americana. La reflexión sobre el insularismo interesa a Cruz-Malavé porque representa un primer intento de definir una expresión cubana opuesta a un sentimiento “pesimista” en torno a la creación misma. Estas dos últimas ideas nos permitieron pensar el insularismo como una estética posible presente en los poemas de la primera etapa de Lezama y vinculada a teorías posteriores sobre la imagen y expresión americana, como búsqueda de un discurso propio y trascendente. Estas cualidades confieren aún más coherencia a la obra de Lezama. "Apetitos de Góngora y Lezama" de Roberto González Echevarría (1975) analiza con agudeza la particular lectura de Lezama de "Sierpe de don Luis de Góngora", poniendo el énfasis en cuestionar la autonomía y la alienación del lenguaje poético del Barroco gongorino (1975: 484) para subrayar la imposibilidad del lenguaje y expresar la plenitud que San Juan de la Cruz busca como actitud opuesta a la propuesta gongorina. La apreciación de José Martí en Lezama ha sido observada por Vitier (1985) y Fina García Marruz en La familia de Orígenes 19 Daniela Evangelina Chazarreta (1997) quienes subrayan una lectura sagrada de este poeta como encarnación de la posibilidad infinita.

 A esta postura se suma Gustavo Pellón en “Martí, Lezama Lima y el uso figurativo de la historia” (1991), quien considera “el valor emblemático” (80) que tiene Martí en la configuración de eras imaginarias de Lezama. Como vemos hasta ahora, con la excepción de Vitier sobre el insularismo, la crítica se ha dedicado principalmente al ensayo. Aunque la bibliografía sobre Paradiso (1966) es abundante, no es aquella que aborda su diálogo con la tradición. “La tradición cubana en el mundo novelístico de José Lezama Lima” (1975) de José Juan Arrom es una excepción a esto y fue significativa para nuestra lectura al recuperar la imagen paradisíaca de la isla y sus raíces en los Diarios de Colón. El interés de Pedro Barreda por “Paradiso: Lezama y la reescritura de la oralidad” (1975) contribuyó a la importancia de la oralidad en la novela y al modo en que ésta crea un tiempo y un espacio míticos. Esto nos llevó a nuestras reflexiones sobre el modo en que la saga familiar fue construida como un fuerte soporte autorizador para la escritura de este texto. “«La muerte de Narciso» o el símbolo fatal de la autoconciencia: Ovidio, Schlegel, Valéry, Lezama” (1993) de Joaquín Martínez ofrece importantes reflexiones sobre la impronta de estos textos en el primer poema de Lezama, recuperando sobre todo una textura viva y renovada del mito. El artículo es excelente aunque no aborda la importancia que se le da a la construcción de linajes en Lezama. 

Teniendo muy presente el problema del tiempo, retomamos el análisis de la imagen y las épocas de Lezama en “La historia tejida por la imagen”, un estudio introductorio de Irlemar Chiampi a 20 lecturas de la tradición en la poesía de José Lezama Lima La expresión americana (1993). Aunque esta crítica se centra en los ensayos, algunas de sus conclusiones fueron productivas para el estudio de los textos poéticos. Examinamos en particular su afirmación de que el tejido de la historia aparece como una ficción dirigida por el logos poético; En este contexto, el contrapunto es concreto entre las imágenes y el lugar privilegiado que lo americano encuentra en este nuevo orden establecido por las eras imaginarias: reescribir la tradición.La importancia de esta distinción [la imagen] —indica la crítica— reside en la perspectiva misma que Lezama adopta al abordar el hecho estadounidense. Si una era imaginaria coincidiera necesariamente con una cultura, América no podría aparecer como una era imaginaria, ya que, al carecer del prestigio del milenio requerido, se disolvería, indiferenciada, en el gran trasfondo temporal y bimilenario de Occidente. Por otro lado, si una era imaginaria puede ser un afloramiento dentro de una cultura, entonces es posible detectar el estatuto estadounidense imaginario dentro de Occidente (1993: 20). A lo largo de nuestro texto pasamos del análisis particularizado de poemas, textos, temas y trazos a introducir cuestiones fundamentales de Lezama para luego volver a la consideración detallada y, nuevamente, global de nuestro querido poeta cubano. Ojalá estas líneas hagan brillar -si no otra cosa- la maestría de su obra, superando los placeres y riesgos que entraña el gusto por su palabra poética.

domingo, 16 de marzo de 2025

LETRAS IMPOSTORAS Reflexiones sobre el plagio Camilo Ayala Ochoa

 


Preludio 

 La vergüenza es parte de los aperos intelectua les de los verdaderos historiadores. A partir de la observación constante del rigor intelectual, el ejercicio de la responsabilidad y la verificación de fuentes, el clionauta adquiere un enorme cuidado por lo que expresa en cualquier medio. Bajo ese criterio, cualquier originalidad es cuestionada hasta el límite y su búsqueda conlleva el dar crédito a toda idea, toda frase y toda obra que se utiliza, analiza o contrasta. Por esa razón, a quienes optamos por la historia como profesión nos cuesta tanto trabajo escribir o hablar, por que no sólo se piensan dos veces asertos y argumentaciones sino que se enjuician y ponen a prueba incluso una vez dados a conocer. Cuando era estudiante de historia, al final de la década de 1980, fui parte de diversos juegos y chanzas que ahora veo con nostalgia y también valoro como parte de la formación de la autorregulación cognitiva. Había entre algunos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México algunos di LETRAS IMPOSTORAS chos que no pasaban de serlo: “El que esté libre de plagios que tire la primera tesis” o “Plagiarios somos y en el camino andamos”. 

Con un amigo chileno bromeaba con que era posible sistematizar el futuro en la investigación histórica que nos repugnaba: “Plantar un árbol, tener un hijo y plagiar un libro”. En una ponencia sobre planes de estudios pronuncié las consignas que debíamos evitar: “El plagio es de quien lo trabaja” o “Si he de plagiar mañana, pos, lo plagio de una vez”. Con esto hacíamos escarnio de la vileza que casi todos condenábamos. Plagiar era peor que la muerte. Los plagiarios estaban arrecidos, junto con los traidores, en la zona Caina del noveno círculo del Infierno del Dante; porque quien plagiaba era más que un ladrón, un ladrón carroñero. La estatua de il Sommo Poeta que preside desde 1964 el jardín de ingreso a las instalaciones de Filosofía y Letras, en Ciudad Universitaria, lo recordaba día a día. Había un ambiente en el que incluso no sólo se debía tener cuidado de no caer en algún fraude académico sino en no parecer cometerlo. Recuerdo que un profesor nos increpó a los miembros de un equipo por el título de un trabajo sobre el teatro de género chico en la Revolución Mexicana: “Es más fácil fusilándote”. Tuve la idea de que el nombre, propuesto por un compañero, era un homenaje al libro de breves narraciones De fusilamientos de Julio Torri, pero eso se mal explicaba en las primeras páginas y aquel que lo debía calificar ni siquiera las ojeó antes de rechazarlo. Con los años escuchamos a maestros como Eduardo Blanquel, Antonio Rubial, Lothar Knauth, Eva Uchmany, Manuel Casadero, Rosa Camelo, Federico Bolaños, Teresa Escobar Rohde, Ernesto Lemoine Villicaña, Alfredo López Austin, Juan Antonio Ortega y Medina, Ricardo Pé rez Montfort, Carlos Pereyra, Aurelio de los Reyes, Miguel Soto Estrada, Gloria Villegas, Vera Yamuni Tabush o María Rosa Palazón Mayoral. Ellos hacían comentarios sobre la probidad intelectual pero, sobre todo, nos daban ejemplo 14 Preludio de integridad. Unos cuantos compañeros se olvidaron de aquellas lecciones, pero no por eso perdieron su vigencia. Hace poco discutí con un grupo de estudiantes universitarios que alegaban, muy serios, que lo penoso no era el plagio sino que el plagiario fuera desenmascarado. Algo ha cambiado para que se hable del plagio con esa llaneza. Incluso, como profesional del libro, algunos auto res me han consultado cómo plagiar sin ser descubiertos o cómo ocultar las huellas de un plagio. Muchos creen, al parecer, que al consultar a un especialista en derechos de autor se levantan privilegios de confidencialidad que obligan al consultor a guardar un secreto hasta la muerte. Ante ese extraño cinismo contesto que ya encontrarán solos el modo de salirse con la suya y les recuerdo una frase de Salvador Elizondo: “Todos hemos cometido, mu chas veces, el crimen perfecto”. Si esa ironía no los persuade a actuar mal, por lo menos impide que insistan en su consulta. Al final les recomiendo pedir a su editor que coloquen en la página legal la leyenda: “Hicimos todo lo humanamente posible para no plagiar”. Eso es muy semejante a lo que alguna vez planteaba la irreverente revista mad creada en 1952 por William M. Gaines: “Todos los días rezamos para que no nos demanden”. Unas líneas referenciales. La dedicatoria tiene indudablemente ecos cervantinos. Letras impostoras. Reflexiones sobre el plagio tiene su origen en el artículo “Plagio que te vea” aparecido en Quehacer Editorial 14, libro-revista dirigi do por Alejandro Zenker y publicado en 2015 por Ediciones del Ermitaño, y en el capítulo “Plagiarismo y cultura hac ker. El apremio por publicar en una sociedad ecolálica y confeccionista” del libro Del Ductus al xml coordinado por Isabel Galina, Marina Garone y Laurette Godinas y publi cado en 2022 entre el Instituto de Investigaciones Biblio gráficas y la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la unam. Además, se han recuperado ideas de diversas conferencias: A veces, la falacia, brindada en distintas entidades y dependencias de la unam entre 2012 y 15 LETRAS IMPOSTORAS 2018; Cultura friki, cultura hacker e hipe redición ofrecida en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el 4 de marzo de 2017 y en la Feria Internacional del Li bro del Instituto Politécnico Nacional el 1 de septiembre de 2017; Fe de plagios. Para regocijo de autores, solaz de lectores y divertimiento de editores, efectuada en la Feria Internacional del Libro de la unam (Filuni) el 27 de agosto de 2017; Lo que el plagio se llevó, brindada en la Feria Internacional del Libro del Instituto Politécnico Nacional el 6 de septiembre de 2018; y Plagiar por necesidad, perder por obligación, presentada en la inauguración de la según da generación de la Escuela de Escritores, “Escribir cambia realidades”, organizada por la Facultad de Contaduría y Administración de la unam el 10 de junio de 2019. Hablemos, entonces, de plagio.

viernes, 31 de enero de 2025

CARLOS GARCIA GUAL Las primeras novelas Desde las griegas y latinas hasta la Edad MediA FRAMENTO.

 



PRÓLOGO 

 Al presentar ahora reunidos en un volumen estos dos estudios publicados originalmente en la editorial Istmo, Los orígenes de la novela (1972) y Prime ras novelas europeas (1974), quisiera sugerir a sus lectores un ejercicio de lite ratura comparada sobre un tema histórico de un extraordinario atractivo, el de los orígenes de la novela, ese proteico género literario que es, sin nin guna duda, el más moderno y prolífico de la tradición europea. En dos mo mentos históricos, alejados entre sí casi diez siglos, se ha producido, en épocas y sociedades muy distintas y distantes, el surgir y resurgir de una li teratura de ficción caracterizada por su libertad narrativa y su sentimenta lismo. Este fenómeno del doble nacimiento de la novela occidental invita a una reflexión que resulta más fácil al reunir y contrastar estas dos intro ducciones a los dos contextos y épocas. La invención de la novela no es, resulta obvio decirlo, una ocurrencia ca sual, sino el producto de un proceso cultural, y la aparición de esos relatos que llamamos novelas se sitúa de manera significativa al cabo de una desarrolla da tradición literaria. En las páginas siguientes intentamos caracterizar las dos épocas aurórales del género y explicar por qué y cómo en un determina do contexto surgieron unas y otras novelas. Desde un comienzo conviene destacar que las circunstancias en que surgió la novela en Grecia y Roma son muy diferentes de las que favorecen su reaparición al final de la Alta Edad Media europea. Y, sin embargo, cabe destacar también curiosas afinidades. Como es bien sabido, resulta muy difícil definir qué es una novela, pero es muy fácil advertir que se trata de un género de relatos que se distancia, por su estilo y sus temas, de la antigua épica y de otras formas literarias. Ese tipo de larga ficción no se apoya en normas clásicas, sino que respira desde sus inicios una cierta novedad en la libre relación con sus lectores. En sus 9 10 Prólogo comienzos aparece la novela como una literatura algo frívola y marginal frente a los géneros anteriores, más formales, serios y prestigiosos, pero pronto se revela como una invención literaria de inmenso atractivo que descubre a su público nuevos horizontes. Junto a una fresca y notable liber tad formal, lo novelesco trata insistentemente dos grandes temas ligados al género desde sus comienzos y al parecer imprescindibles en sus tramas: el amor y la aventura individual. Se dirige a los individuos y se ocupa de pa siones privadas y aventuras individuales. Ya en el que consideramos el primer ensayo moderno y docto sobre la historia de la novela desde sus orígenes griegos, el Traité sur I’origine des ro mans (1670) de Pierre Daniel Huet, se comienza por definir las novelas como «Historias fingidas de aventuras amorosas, escritas en prosa con arte, para el placer y la instrucción de los lectores». El sabio obispo Huet, pionero en tratar de un género olvidado por las poéticas clásicas, insiste desde el co mienzo en que «el amor debe ser el tema principal de la novela». Tan ro tunda sentencia vale para las novelas antiguas, y no menos para las medie vales. (Ya sabemos que tiene un valor mucho más limitado respecto de las novelas de la modernidad, aunque aún ahora vale para aquellas más popu lares.) En ambos casos, en las peripecias y aventuras de los jóvenes protago nistas de los relatos románticos el amor es el hilo con el que se enhebra la trama patética de sus avatares, más o menos complicada. El primer nove lista griego define su obra como el relato de una «experiencia amorosa», un páthos erotikpn. Las novelas contribuyen a crear una nueva imagen del amor y las rela ciones amorosas, y marcan una singular sensibilidad frente a esa pasión, que se nos presenta estilizada con pautas novelescas. Todo esto es bien co nocido, pero resulta muy interesante advertir cómo el surgir y el resurgir de la novela son fenómenos con notoria similitud en sus esquemas básicos, y, a la vez, con claras diferencias, pues nos remiten a dos escenarios históri cos muy alejados. La pasión erótica se presenta estilizada sobre un patrón sentimental común en unas y otras novelas. Descubre un nuevo heroísmo, más burgués, al buscar como protagonistas a jóvenes ansiosos de amor y no de guerra. No obstante, entre el eros del helenismo tardío y el amour cortés de los siglos xii y xm hay claras distancias. La idílica Lesbos está muy lejos del artúrico Camelot. Aun así, hay afinidades muy notables en esos casos Prólogo de amor y aventura que se presentan ejemplares y conmovedores, casi siem pre con un feliz final para la fiel pareja. El roman courtois está más cerca de la épica que las novelas griegas y la tinas. Y en esa aurora medieval de la novela surgen figuras de un prestigio so perfil mítico, como Tristán, Lanzarote y Perceval, héroes inolvidables que reaparecen en versiones varias. Su personalidad no tiene paralelo entre los jóvenes amantes de las novelas antiguas. Sin lugar a dudas, las hazañas de esos héroes caballerescos son más gloriosas que las peripecias viajeras de los antiguos y virtuosos amantes perseguidos por el azar hasta el final de la boda feliz. Si en el alba del folletín de las novelas griegas tenemos una fór mula narrativa destinada a un éxito popular de larga duración, en las no velas medievales hay más tensión dramática. Los romans corteses darán un nuevo impulso a las aventuras de sus protagonistas y, a veces, también una resonancia trágica, como en el mito de Tristán e Isolda, o en los relatos de la búsqueda desaforada del Grial. En fin, de todo eso, intentando explicar el significado de los textos a partir de sus autores y sus respectivos contextos históricos, tratan las páginas siguientes. Seguramente esta perspectiva sobre las novelas podría prolon garse si ampliáramos el enfoque y tratáramos de sus reflejos posteriores. Las novelas griegas encuentran decididos ecos e imitaciones en las novelas bizan tinas (de los siglos xn, xm y xiv), mientras que las novelas corteses se con tinúan con muy prolífica descendencia en nuestros enrevesados libros de caballerías (de notable auge editorial en el siglo xvi). Lo que aquí apunta mos es un panorama que queda abierto. Al reeditar estas páginas he querido dejarlas tal como fueron escritas hace ya más de treinta años. No pretenden ser un manual académico, sino un ensayo que invita a la reflexión. Y también a la lectura o relectura de textos de muy singular atractivo. Cuando redacté estos capítulos el lector español no disponía de traducciones de la mayoría. De ahí que entonces ofreciera mis breves resúmenes de los mismos. Ahora, en cambio, conta mos con buenas traducciones de todos ellos (tanto de las novelas griegas y latinas como de los textos novelescos medievales. De los últimos, por ejem plo, hay excelentes versiones publicadas por la editorial Siruela en una se rie admirable, y también por Alianza Editorial. Entre los estudios sobre novelas del Medievo es justo destacar como ejemplo los trabajos de algu 12 Prólogo nos medievalistas, como Carlos Alvar, que ha publicado no sólo notables traducciones, sino varios libros de consulta muy bien documentados sobre el universo artúrico.) Aun así, creo que estos escuetos resúmenes aclaran los comentarios y pueden ser de utilidad al lector que quiere hacerse una idea clara y rápida de la variedad de lances y personajes que van y vienen en ese repertorio, de sus motivos y horizontes, y no ha emprendido todavía lecturas más amplias. Por otra parte, el interés por la narrativa fantástica — a menudo de te mas y decorados medievales— ha tenido cierto renacer en estos últimos tiempos. No está mal, aprovechando ese gusto por ese tipo de ficciones, re cordar algunos de sus prototipos literarios. C.G.G. Diciembre de 2007 NOTA BIBLIOGRÁFICA Sería muy arduo actualizar cumplidamente las referencias bibliográficas sobre las novelas medievales, porque son muchísimos los estudios que debería mencionar. Vuelvo a dejar constancia de los libros que me fueron útiles y sugerentes cuando escribí estos ensayos, inspirado por lecturas inolvidables de grandes medievalistas, como R.R. Bezzola, R.S. Loomis, J. Frappier, E. Köhler, etc. Sé muy bien que son estudios que tienen ya bastantes años a cuestas, pero casi todos me siguen pareciendo de muy gran interés. Y tan sólo aña diré aquí algunas notas concretas, que pueden ser oportunas. Ahora ya está bien traduci do a nuestra lengua el espléndido libro de E. Köhler, La aventura caballeresca. Ideal y rea lidad en la narrativa cortés, Barcelona, Sirmio, 1996. Y también están traducidos, como he señalado, todos los textos novelescos desde la Historia de los reyes de Bretaña (traducido por Luis Alberto de Cuenca en 1984) y todos los romans de Chrétien de Troyes, también el ex tenso Lanzarote del Lago (que trasladó Carlos Alvar, en siete tomos, 1987-1988), las Conti nuaciones del Perceval (en excelente versión de Isabel de Riquer) y La muerte de Arturo de T. Malory (en la clara traducción de Francisco Torres Oliver). Entre los más atractivos estudios españoles de estos años quiero destacar el ameno libro de J.E. Ruiz-Doménec, La novela y el espíritu de la caballería, Madrid, 1993; el diccionario de mitología artúrica ti tulado El rey Arturo y su mundo, de C. Alvar, Madrid, Alianza, 1991; y el docto ensayo de Isabel Lozano-Renieblas, Novelas de aventuras medievales, Kassel, Reichenberger, 2003. Sobre los ecos del universo novelesco artúrico en la literatura moderna el libro más su- gerente me parece el de Mark Girouard, The Return to Camelot. Chivalry and the English Prólogo !3 Gentleman, Yale University Press, 1981, pero hay desde luego otros muchos. También los hay sobre la influencia de los libros de caballerías de abolengo medieval en la novela de Cervantes, que significa a la vez una parodia y una superación de todo ese entramado novelesco y de sus tópicos e ideales. Valga como ejemplo el ya añejo de E. Williamson, El Quijote y los libros de caballerías, Madrid, Alfaguara, 1991, o el más reciente de J. Gutié rrez Ceballos, El Quijote cervantino y los libros de caballerías, Alcalá, CEC, 2007. Pero no es mi intención ofrecer un panorama actualizado y crítico de la enorme producción sobre es tos temas. Cito estos títulos porque su lectura me ha sido muy útil y me gusta recomendar los. Sin duda hay otros que merecerían ser citados.

lunes, 20 de enero de 2025

CRÍTICA LITERARIA LA NOVELA EXISTENCIAL ESPAÑOLA DE POSGUERRA FRAGMENTO




 INTRODUCCIÓN

Entre 1946 y 1955 se escribe en España un conjunto de novelas 

en las que el clima de angustia y pesimismo característico de la 

posguerra mundial se refleja, con mayor o menor nitidez, en plan￾teamientos difusamente existencialistas, proyectados temáticamente 

en puntos como el individualismo radical, la introversión psicológi￾ca, la soledad, el fracaso o la preocupación por los problemas de 

la trascendencia, la muerte, el dolor.

Si la directa influencia del existencialismo es claramente perceptible en Lázaro calla, la novela inicial de Gabriel Celaya, y, con 

otro objeto, en Las últimas horas, de José Suárez Carreño, así como, tal vez, en las dos primeras publicadas en España por Alejan￾dro Núñez Alonso, y si tal filosofía es expresamente mencionada 

en las dos con las que José Luis Castillo-Puche da inicio a su carre￾ra literaria, menos preciso habrá de ser su reflejo en algunas obras 

de autores como Delibes, Pombo Angulo, Darío Fernández Flórez, 

Fernández de la Reguera, García Luengo o Nácher, coincidentes 

todos ellos en una cierta profundización metafísica, ajena por en￾tonces a las preocupaciones de la narrativa española.

El entorno, poco o nada propicio (cuando no hostil) a la asimi￾lación de las ideas existencialistas, siempre en franca desventaja frente 

al neotomismo dominante en el panorama filosófico español dé la 

época, no habría de favorecer, ciertamente, la penetración en nues￾tra novelística de finales de los años cuarenta y principios de los

10 La novela existencial española de posguerra

cincuenta de tales inquietudes. El surgimiento de una tendencia lite￾raria autónoma, el tremendismo, tantas veces erróneamente identi￾ficado como variante española del existencialismo francés, sería la 

violenta respuesta de aquella narrativa a la imposibilidad de crear 

a partir de moldes forjados por la contemporaneidad más que por 

la herencia de un pasado, por otra parte, de difícil recuperación.

Prácticamente silenciada entre los literariamente oscuros años 

cuarenta y la pujante corriente social de los cincuenta, nuestra novela existencial (de representación numérica obviamente reducida) 

integra, sin embargo, algunos de los títulos más sobresalientes de 

aquel tiempo característico de una generación de escritores a veces 

un tanto perdidos, como sus propios personajes, en el vacío del 

recuerdo lejano o en el olvido absoluto. Su recuperación, a efectos 

históricos, tal vez pueda contribuir a la organización del confuso 

panorama de tendencias anteriores a la narrativa social de la déca￾da de los cincuenta. En la cadena que quizá algún día sea posible 

establecer, dentro de nuestra reciente novelística, como eje de una 

interiorización en la angustiosa realidad de la condición humana, 

las obras aquí evocadas habrán de presentarse como un eslabón

l.;

insoslayable.

jueves, 2 de enero de 2025

Cedomil Goic Estudios de poesía Cartas poéticas, otros poemas largos y poesía breve

 



Palabras preliminares

Los estudios reunidos en este volumen fueron publicados originalmente entre

1957 y 2010. Mas allá de sus fechas de publicación, los ordenamos conforme a

ciertos determinantes genéricos. En primer término, siete estudios sobre cartas

poéticas, género trimilenario que se remonta a Horacio, y que abarcan desde el

arte poética hasta las cuestiones más variadas en notables poemas de Andrés

Bello, Guillermo Blest Gana, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y

Gonzalo Rojas. Les siguen otros estudios del poema largo en su variedad

moderna, hímnica y elegíaca: uno de los Himnos Americanos de Gabriela

Mistral, “Cordillera”, y “Alturas de Machu Picchu”, de Pablo Neruda. Los

poemas largos de diferentes tipos se definen por su extensión y por lo que E. A.

Poe consideraba una ruptura de la unidad de atención en la lectura del poema.

La poesía breve, en tercer lugar, ordena el estudio de cuatro poemas de Gabriela

Mistral, de sus libros Desolación y Ternura; el de tres poetas, Huidobro, Neruda

y Miguel Arteche, a la luz de un motivo similar; de la antipoesía de Nicanor

Parra, en los que abordamos tempranamente la comprensión del antipoema; y

por último, la visión crítica y textual de la publicación póstuma y reciente de

Enrique Lihn, Una nota estridente.

Nuestro método de análisis se aproxima a la retórica y a la semiótica textual.

Desde este punto de vista, las cartas poéticas y otros poemas largos son textos en

los que las derivaciones de la matriz del poema dan lugar a amplificaciones

múltiples de variada extensión. El análisis de las cartas poéticas sigue las normas

retóricas de las tradicionales artes de escribir epístolas e intenta mostrar cómo se

emplean en las cartas muchas de sus partes y de sus figuras características. Los

poemas breves en cambio tienen una amplificación reducida derivada de la

matriz o bien se ciñen a sistemas de ordenación bien definidos en formas

paralelísticas, concatenadas o de sistemas diseminativos recolectivos.

sábado, 23 de noviembre de 2024

DOMINGO MTLTANT USLAR PIETRI renovador del cuento venezolano FRAGMENTO




 DOMINGO MTLTANT

USLAR PIETRI

renovador

del cuento venezolano

MONTE ÁVILA EDITORES, C. A.

ÍT1 Copyright para todos ¡los países!

by Monte Avila Editores C. A.,

Caracas / Venezuela

Portada / José Ramón Sánchez

Impreso en Venezuela por Editorial Arte

DEUDA Y JUSTIFICACIÓN

El presente trabajo fue la tesis doctoral que hube de

presentar ante la Universidad Nacional Autónoma de

México, en 1966. Sus páginas crecieron bajo el estímulo

más noble: la amistad y la gratitud.

Los contenidos originales de su primera edición, en

offset, fueron aumentados para esta publicación en libro.

Algunos capítulos resultaron modificados en su

totalidad; entre ellos, el IV, que fue incluido en la Revista

Nacional de Cultura, N? 185. Después de la

redacción original, apareció un nuevo volumen de cuentos

de Uslar Pietri : Pasos y pasajeros; su estructura

110 altera los puntos de vista y planteamientos que aquí

se sostienen; por el contrario, los ratifican. La urgencia

de la edición que hoy se presenta, impidió alargar

el comentario hasta esa cuarta obra del autor estudiado;

quede para otro momento.

Todo el esfuerzo de estudiante extranjero —nunca en

tierra extraña— que aquí se expone, fue posible, gracias

a la ayuda que recibí de la Unión Panamericana,

del Ministerio de Educación de Venezuela y del Centro

Mexicano de Escritores, instituciones de las (fue fui

becario en años sucesivos.

Si el trabajo logró redondez y coherencia —en caso

de poseerlas— fue porque siempre tuve al lado consejo

honesto, crítica sincera y aliento franco, en Sergio

Fernández, que dirigió la tesis y supo ser maestro sin

detrimento del amigo. Igual asesoría y ayuda obtuve

del Dr. Francisco Monterde, de Juan José Arreóla y

Juan Rulfo, que escucharon la lectura de los capítulos

en las sesiones del Centro Mexicano de Escritores.

Agradezco del mismo modo al Dr. Arturo Uslar Pietri,

su amabilidad al responder un cuestionario confidencial

que le remití desde México, el envío de valiosos

materiales para completar la documentación y el

prestar su nombre al aprendizaje valorativo.

En lo documental, debo mucho a Óscar Sambrano

Urdaneta, compañero entrañable, a las Bibliotecas Conmemorativa

de Colón, de El Colegio de México y del

Centro de Estudios Literarios de la UNAM.

El porqué de haber elegido precisamente a Arturo

Uslar Pietri, como expresión de un movimiento renovador

del cuento venezolano —pregunta que muchos

me han formulado—. deberá quedar deducido del propio

contexto, si se admite la argumentación. Lo mismo,

en cuanto al haber omitido el estudio de su novelística.

Tengo conciencia de que, con semejante omisión, el libro

perdió la oportunidad de convertirse en un estudio

integral de un autor; pero no fue ese el objetivo a seguir,

sino la aproximación a lo que me parece más perdurable

de su obra.

Para concluir, dejo, al final del trabajo, el acopio de

datos biográficos y hemerobibliográficos sobre el autor

y su obra, como simple contribución a la ficha biobibliográfica

del mismo, tarea ingente por nuestra carencia

de repertorios de referencias bien ordenados, en

relación a la literatura nacional.

Méridn. 1968.

martes, 5 de noviembre de 2024

LOS CONTEMPORÁNEOS.

 


El grupo poético de los Contemporáneos fue una vanguardia poética mexicana muy influyente en las décadas de 1920 y 1930. Este grupo se formó en torno a la revista "Contemporáneos", que se publicó entre 1928 y 1931. Sus miembros más destacados incluyeron a José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Gilberto Owen y Jorge Cuesta.


Xavier Villaurrutia

Xavier Villaurrutia (1903-1950) fue uno de los miembros más emblemáticos del grupo. Su poesía se caracteriza por una profunda angustia existencial y una reflexión sobre la muerte. Villaurrutia logró combinar el rigor intelectual con una emoción intensa, evitando las efusiones sentimentales. Algunos de sus poemas más conocidos incluyen "Desvelo" y "Poemas de guerra y esperanza".

José Gorostiza

José Gorostiza (1901-1973) es quizás más conocido por su extenso poema "Muerte sin fin". Este poema es una exploración filosófica y metafísica del sentido de la vida y la muerte. Gorostiza combina un profundo intelecto con una sensibilidad poética impresionante, creando una obra que sigue siendo relevante y estudiada.

Los Contemporáneos, en su conjunto, influyeron significativamente en la literatura mexicana al promover una poesía que integraba la complejidad emocional y conceptual, alejándose de las formas tradicionales. Su trabajo ayudó a sentar las bases para la modernidad literaria en México.

 MUERTE SIN FIN.

"Muerte sin fin" de José Gorostiza es uno de los poemas más emblemáticos de la poesía mexicana y una de las obras más importantes del grupo de los Contemporáneos. Este extenso poema es una reflexión filosófica y metafísica sobre la vida, la muerte y la existencia.


Temas Principales

La Muerte: El poema explora la muerte desde múltiples perspectivas, no solo como un evento final, sino como una presencia constante en la vida.


La Vida: Gorostiza también reflexiona sobre la vida y su relación con la muerte, sugiriendo que la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda.


El Tiempo: El concepto del tiempo es fundamental en el poema, donde se presenta como un flujo continuo que conecta la vida y la muerte.


Estructura y Forma

El poema está compuesto por dos silvas extensas con versos libres intercalados, separadas por estrofas seguidillas. Esta estructura permite una fluidez y una variedad rítmica que reflejan la complejidad de los temas tratados.


Simbolismo

Gorostiza utiliza una rica simbología para transmitir sus ideas. Por ejemplo, el agua es un símbolo recurrente que representa tanto la vida como la muerte, y el cristal simboliza la transparencia y la claridad.


Influencia y Legado

"Muerte sin fin" ha sido ampliamente estudiado y admirado por su profundidad filosófica y su belleza poética. Octavio Paz, uno de los más grandes poetas mexicanos, describió el poema como un "reloj de cristal de roca", destacando su precisión y su capacidad para capturar la esencia de la existencia humana.

ARTÍCULO EN COLABORACIÓN: DR. ENRICO PUGLIATTI Y MÉNDEZ-LIMBRICK.

sábado, 31 de agosto de 2024

La Mujer y el Amor en Bécquer y en Baudelaire Mª Del Rosario Delgado Suárez

 


El presente estudio gira en torno al análisis de dos conceptos vitales de la poesía, el amor y la mujer, vistos desde la perspectiva arrolladora y feroz de un poeta destrozado por las noches de alcohol y deseos inconfesables, que inmortaliza tanto a damas imposibles como a conocidas rameras, y por otro lado, bajo el tamiz etéreo de un poeta que en su soledad y enfermedad sublima a la mujer más cálida como a la más infernal. Parecería descabellado realizar un estudio comparativo entre dos genios a priori distanciados, pero nada más lejos de la realidad, estos dos “Padres del Modernismo” coinciden en puntos vitales y artísticos y es sorprendente comprobar las analogías tanto biográficas como literarias, aunque eso sí, manteniendo cada uno su propio perfil inconfundible. A través de sus versos descubrimos el maravilloso universo que regalan los poetas a sus musas y éstas le conceden el don de la inmortalidad ofreciendo al lector, la bienvenida a las cavernas de estos dos artistas. Desvelamos pues, el alma rota, los versos negros, las musas de luna y el apasionante viaje por los senderos literarios de dos genios que nunca antes estuvieron tan cerca.


viernes, 30 de agosto de 2024

Manuel García Viñó TEORÍA DE LA NOVELA




Manuel García Viñó

TEORÍA DE LA NOVELA

INTRODUCCIÓN

Mi interés por encontrar lo específico novelístico, es

decir, aquello por lo que una narración no solamente

es una novela, sino una novela con valores estéticos estrictamente

novelísticos, data de los años sesenta, cuando se

dio la circunstancia de que varios novelistas, en artículos y

entrevistas, coincidieron en negar el carácter artístico de

la novela. Mi amor por el género y mi afición a los problemas

de la estética me llevaron a aquella búsqueda, con la

intención de demostrar que estaban equivocados. Unos

treinta años he tardado en comprender que, atendiendo a

las obras concretas, aunque no fuesen de las desdeñables,

por carecer por completo de literariedad, ellos llevaban

razón. Algún tiempo más, en aislar, en un sentido químico,

una serie de obras narrativas que sí merecen ser consideradas

obras de arte —insisto: puramente novelístico— v

que ni mucho menos son todas cuantas se consideran,

y con razón, grandes novelas. No es lo normal, pero las

novelas como manifestaciones puras de la bella arte de la

literatura pueden existir y existen.

No fue injusto Aristóteles al dejar la novela fuera de su

Poética. Tampoco se equivocaron los neoclásicos, en el siglo

XVIII, al empeñarse en no alinearla junto a los géneros

literarios —epopeya, tragedia— más nobles. Y las razones

por las que Paúl Valérv rechazaba la novela como integrante

del arte literario por su prosaísmo antiartístico son plausi9

bles. La novela, para el autor de El cementerio marino, quedaba

al margen de la magia de lo poético. Sin duda, Valérv

no tuvo tiempo de alcanzar a conocer lo que empezaba a

emerger a su alrededor. Hov, sin embargo, ¿quién sostendría

que, aun aplicándoles el medidor más exigente de los

valores estético-literarios, La metamorfosis, El ruido y la

furia, Hacia el faro, Hacedor de estrellas, El viejo y el mar,

La celosía, El tambor de hojalata, El hombre sin atributos,

La conciencia de Zeno, Modéralo Cantábile, El empleo del

tiempo, Los acantilados de mármol, Planetarium, La muerte

supitaña, El círculo vicioso, Un espacio erótico, El laberinto

del Quetzal, Adolfo Hitler está en mi casa, La revuelta,

Un nudo en la eclíptica no entran dentro del ámbito mágico

de lo poético, sobre todo de lo poético entendido en el

sentido esencial en que lo entendió Emil Stciger? Entran,

ciertamente. Entre otras razones, por implicar altas dosis

de extrañamiento —siendo el extrañamiento uno de los

principales, si no el principal, manantiales de valores estéticos—,

de magia, de atmósfera, que la sitúan al margen

de la mera artesanía literaria. Toda obra de arte, es lo que

quiero decir, ha de crear un clima surreal, transrreal o

suprarreal, que le permita envolver en algo muy parecido

a un campo magnético, emanante del libro, al que con término

genérico podemos llamar espectador. Es cuando, cerrada

en sí misma, y envolviendo en su unidad, en su

completez, al contemplador, pasa a constituirse en un símbolo

—un símbolo de sí misma— que, lejos de no significar

nada, significa, como dice Juan Plazaola, todo. Es decir,

«el arte encarnado en una obra maestra confiere a un

fragmento de la realidad la dignidad de un absoluto». En

el sentido de Steiger, esto es, de tomar lo poético como

esencia y raíz de todo lo artístico, digo que la novela-novela

del siglo XX se basa en eso: en una poética, como la del

XIX se apoyó en una novelística, que no tenía por qué ser

plenamente estética en un sentido novelístico, aunque pudiera

serlo en uno épico, lírico o dramático. (Entre las obras

10

de los grandes novelistas intelectuales del XIX, tales las de

Dostoieskv, Stendahl, Balzac, Dickens, Thackerav, Galdós,

Clarin, o del XX —Mann, Hesse, Pavese, Julien Green,

Mauriac, Hnxley, Morgan, Steinbeck, Scott Fitgerald...—

habría que establecer una casuística.) Cuidado entonces

con reducir lo estético-novelístico, lo poético-novelístico

—error muy frecuente entre los críticos y los lectores, cualificados

o no, españoles— a la belleza del lenguaje. El lenguaje

en la novela tiene que tender a ser más funcional que

bello, lírico o musical. De hecho, escribir «con pluma galana

», con muchos tropos e ingeniosas ocurrencias, más bien

dificulta la tarea del verdadero novelista, mejor dicho, del

novelista artista de la novela. Los elementos decisivos en

estética novelística vienen de otro lado: de unos factores a

los que me referiré a lo largo de este libro, especialmente

el de composición o forma de presentación, con los necesarios

bulto, consistencia y expresividad, de la realidad:

realidad literaria, claro, que es algo que nada tiene que ver

con el realismo de que adolecen algunas, muchas, obras

particulares. Y ya que me he referido varias veces, de manera

diferente, a la novela-obra-de-arte y al novelista-artista,

diré que estoy dispuesto a obedecer a Occam cuando

decía —Quaestiones Quodlibetales— que no se deben multiplicar

los seres sin necesidad, v recurriré a la perífrasis

siempre que tenga que distinguir una y otro de lo que

comunmente se entiende por novela y novelista.

Decía que mis reflexiones sobre el tema comenzaron

en los años sesenta. Algunas ideas quedaron desperdigadas

por artículos publicados en periódicos y revistas especializadas,

y en mi libro Novela española actual: Madrid,

Guadarrama, 1967. Pero, antes y después de la publicación

de éste, mantuve una correspondencia, en la que tratamos

bastante del tema v que duró unos cinco años, con

Andrés Bosch, que, para mí, es quien primero reflexionó

entre nosotros sobre la novela en un sentido artístico, a

partir de unas ideas suyas muy claras sobre la obra de

11

Proust, Jovce, Virginia Wooll—de quien fue el mejor traductor

al español—, Faulkner, Kafka, Musil y Svevov, más

tarde, los miembros del guipo del nouveau román. Su novela

La revuelta constituye, a mi juicio, el paradigma de la

novela-obra-de-arte en España, junto con El círculo vicioso,

Un espacio erótico, El laberinto del Quetzal, Adolfo Hitler

está en mi casa y Un nudo en la eclíptica y, fuera. El empleo

del tiempo, La celosía, Malone muere, La ruta de Flandes,

La metamorfosis, El viejo y el mar o El ruido y la furia, entre

otras. Fruto de aquella correspondencia y de no pocas

conversaciones fue el libro El realismo y la novela actual,

compuesto por una introducción y un ensayo de Andrés y

dos ensayos míos, publicado por la Universidad de Sevilla

en 1973. Los que se refieren al contenido de este libro se

reseñan en su bibliografía.

En el tránsito de los siglos XX a XX1, se ha puesto de

moda, entre escritores, críticos, profesores, académicos y

otras personas relacionadas, al menos aparentemente, con

la literatura, pronosticar la desaparición de la novela. Ya

en los años setenta, cuando bullía la famosa «tesis de la

muerte del arte», igualmente se habló de la desaparición

del que se dice es el género literario más joven. Si hemos de

creer las informaciones de los periódicos, cada año, desde

hace varios, esa defunción se anuncia en los cursos de verano

de la Universidad Internacional Menéndez Pelavo de

Santander y en los de la Complutense en El Escorial. En

los días en que redacto este prólogo me entero de que ha

sido el académico y novelista Francisco Avala, quien ha asegurado

con contundencia que la novela pertenece al pasado,

porque ha perdido su función oricntativa, sin la cual,

según él, para nada sirve.

Ninguna preceptiva antigua, ninguna teoría moderna,

ninguna razón estética o histórica, sobre todo, ha relacio-

12

nado el ser de la novela con ninguna función orientativa,

que vo sepa. ¿Orientativa de qué, de quién y para qué?

Supongo que del lector, pero ¿en qué sentido? Avala es profesor

de derecho político v tiende a reducirlo todo a una

sociología bañada de un cierto paternalismo. En ello radica

su error. En los demás, sin duda en el hecho de que

consideran elementos esenciales de la novela (para ellos,

es evidente que novelar consiste en ponerse a contar cosas)

el tema, la peripecia, el argumento. En rigor, tampoco

lo que se llama el contenido lo es. Seguro que nadie en el

coro fúnebre se ha planteado que la novela pudiera llegar

a tener algo que ver con esa rama desgajada de la filosofía

hace por lo menos dos siglos, que es la estética. Y son los

valores estéticos, v no el interés, novedad o carácter ejemplar

de la «historia» que el autor cuenta, lo que dota a la

novela de su densidad ontológica. Valores estéticos de los

que no siempre se han adornado las consideradas, con toda

justicia por lo demás, grandes novelas, aunque sí en parte

algunas de ellas, desde el Quijote a No soy Stiller, pasando

por Crimen y castigo, La educación sentimental, Rojo y negro,

La montaña mágica, Contrapunto, Las uvas de la ira,

etc., que sin duda los poseen, como he dicho, épicos, líricos

y dramáticos, aparte ser grandes construcciones intelectuales,

expresivas de una concepción del mundo, antes

que de una concepción estética.

Pero no es ése el único error en que incurren los agoreros.

Hay otro de más calibre, que consiste en basar sus

conclusiones en la novela tradicional, esa novela a la que

sólo se le exige ser entretenida y estar escrita en un lenguaje

que se entienda: la que ocupaba el lugar que después

ocuparon la radio y la televisión y que ahora, por conveniencia

de la industria cultural, se quiere volver a imponer.

Hacen por ello de la ficcionalidad un absoluto, lo que se

traduce en proposiciones como éstas, suyas o que aceptan

de otros: la novela es un sustitutivo de la vida para el lector

aburrido; la novela es un espejo a lo largo del camino (Saint-

13

Real); la novela es una ficción en prosa de determinada

extensión (Forster), de todo lo cual se derivan otros grandes

errores, como que novela es todo libro debajo de cuyo

título se pueda poner la palabra novela (Cela), la novela es

un saco donde cabe todo (Baroja), la novela es cosa ética,

no estética, por lo que en ella no se busca la belleza, sino la

verdad, o la novela es un híbrido de los demás géneros. De

refutar todo esto me ocuparé en su momento.

Para dejar clara mi propuesta desde el principio, he estado

a punto de titular este libro El Quijote no es una obra

de puro arte novelístico. Y es que pienso que la gran obra

ceivantina es una ciclópea creación intelectual, pero no estética,

aunque contiene valores estéticos, pero fundamentalmente

de carácter lírico, épico o dramático, no estrictamente

novelísticos o en mucha menor medida. Lo mismo se

puede decir de Los hermanos Karamazov, La montaña mágica,

El tiempo debe detenerse, El gran Gatsbv, Fortunata y

Jacinta, etc. Las primeras novelas-novelas, es decir, que valen

por sus valores estéticos puramente novelísticos —y esto

no es una redundancia— son todavía muv pocas v todas del

siglo XX. Voy a decir por qué pudieron surgir.

Como va he señalado, todas las opiniones que se vierten

sobre el género novelístico se basan en un concepto del

mismo asentado en la producción, fundamentalmente realista,

del siglo XIX: la novela como creación de un segundo

mundo. Pero ya estamos en el XXI. Y en medio se levanta el

XX, en cuyos primeros tramos se produjo un suceso trascendental:

nada menos que el derrumbe de la cosmovisión

newtoniana, que había imperado durante cinco siglos, y

su sustitución por otra propiciada por la nueva física. En

efecto: merced a la teoría de la relatividad y a la mecánica

cuántica, los absolutos clásicos —tiempo, espacio, movimiento—

se relativizan, el hombre recupera el puesto central

que le otorgara Protágoras v la realidad se torna borrosa.

De hecho, la realidad, en último término, no existe:

su existencia depende del observador.

14

Suceso tan descomunal no tenía más remedio que influir

en las artes. En la pintura v en la novela, por supuesto,

influye. Hasta tal punto en esta última, que propició

que un género desterrado, con razón, de las bellas artes

ingresara en ellas. Ahora bien, en cuanto la nueva visión

del mundo permite, hasta grados nunca experimentados,

la extrañeza de Kafka y del nouveau román, la mirada desnuda

faulkneriana, el empleo del tiempo de Butor, unas

nuevas formas novelísticas —que tienen antecedentes en

Proust, Jovce, Svevo v hasta, si se quiere, en Flaubert y en

Clarín— llegan de la pluma de Kafka, Virginia Woolf,

Faulkner, Henrv James, Michel Butor, Claude Simón, Alain

Robbe-Grillet, Samuel Beckett, Carlos Rojas, Antonio Risco,

Andrés Bosch v algún otro.

No conozco bien lo que ha pasado y está pasando en o tías

literaturas, pero tengo muv claro lo que ha ocurrido v ocurre

en la española, como para que se pueda hablar hasta con

razones —distintas ciertamente a las que emplean los pregoneros

del fúnebre presagio— de la muerte de la novela. En el

discurrir del género novelístico hacia el dominio de la estética,

el «boom» de la narrativa hispanoamericana, que aquí

todo el mundo tomó como un avance, significó en realidad

un retroceso. Con todos sus valores de estilo, imaginación,

etc., un paso atrás, en estricto sentido novelístico, salvo en

Cortázar. Un regreso a la fábula. Y luego vino la nefasta imipción

de la industria cultural, su empleo del marketing y su

reducción del libro a la ínfima categoría de valor de cambio,

con la complicidad de los propios «novelistas», los críticos,

los profesores y los académicos. Entre todos han hecho retroceder

la novela a un estadio decimonónico, pregaldosiano,

con unas características, por ende, que ni siquiera entonces

hubiesen sido buenas. Fundamentalmente, por medio de conceder

una primacía al tema, a la anécdota, a las peripecias,

que en la época de la televisión no tendría porqué tener. Todo

ello por buscar un extenso público lector en el que los valores

literarios no despiertan el menor interés.

15

Tal vez sea lógico, humanamente hablando, que los escritores

que se han sometido a tan perverso sistema no

quieran acordarse de la existencia de Kafka, Camus,

Stapledon, Butor, Beckelt v los demás nombrados con anterioridad;

de que aún existen escritores que, en los años

sesenta, se comprometieron en la creación de un tipo de

novela que hacía ingresar el género, por fin, en el terreno

de la estética; escritores que siguen trabajando al margen

del posible éxito social y económico, porque toman la del

escritor como una misión, no como una profesión. Los que

hacen esto, tendrían que saber que, como dijo Nietzsche,

tomar como una profesión el estado de escritor viene a ser,

cuando menos, una forma de estulticia.

Soy consciente de que puede parecer contradictorio que

haya hablado de «grandes novelas» al referirme a obras a

las que niego el carácter de obras puras de arte novelístico.

La razón es exclusivamente terminológica. Es evidente que,

para poder llevar a cabo una exposición clara de mi teoría,

lo primero que tendría que haber hecho sería inventar un

término para designar las obras narrativas con valores estético-

novelísticos estrictos y no de otra índole, puesto que

va se viene llamando desde hace mucho tiempo novelas a

«las otras». No lo voy hacer. Dando por descontado que,

aun sin hacerlo, el eslablishment literario, especialmente

el universitario y el académico, ambos especialmente suspicaces

ante las ideas nuevas v personales, no me va a hacer

el menor caso, imagínese lo que ocurriría si además

me dejo caer con algún neologismo. Aparte mi decisión de

obedecer a Occam, no cobro de la universidad, ni soy ni lo

bastante checo ni lo bastante tonto. Pero a donde quiero ir

a parar—después de decir que pienso que tampoco la que

llamaré novela-crcación-intelectual tiene por qué morir—

es a decir que, sobre la base de lo que es y no de lo que

interesa decir, resulta paradójico que se hable de la muerte

de una especie literaria —la Novela con mayúsculas, la

novela obra de arle— que apenas si está comenzando su

16

andadura —sin duda muv frenada ahora por causa de las

descritas circunstancias—v tiene unas posibilidades infinitas.

Si la novela es, aunque sea todavía en unos pocos

especímenes, un producto estético, una obra de arte, nos

encontramos más bien con que es inmortal. Es metafísicamente

imposible que un arte muera. Si la obra de arte es,

como decía Hegel, la manifestación de un espíritu individual

en forma sensible, antes tendría que morir el espíritu

y, como consecuencia, la cultura, para que una sola de las

formas del arte dejara de existir. Aunque, en un momento

dado, no se escribiera en todo el mundo una sola novela

digna de ese nombre, la novela no habría muerto —parodiando

a Bécqucr, diríamos: podrá no haber novelistas, pero

siempre habrá novela—: su existencia estaría en la esencia,

como la Medea de Séneca, cuando ya no queda nada.

En esta Teoría de la novela recojo, en primero y segundo

lugar —y quizá tenga que pedir disculpas por algunas

inevitables repeticiones—, dos trabajos ya publicados, pero

de no fácil acceso hoy: el ensayo Introducción a una teoría

de la novela, que lo fue en la revista Arbor (enero, 1984), y

las partes primera y segunda del manual Cómo escribir una

novela, editado por Ibérico Europea de Ediciones. Ambos

constituyen un asedio a una teoría de la novela. Insisto:

entendida como obra de arte literario, no como simple obra

narrativa. El primero es el único que lleva notas a pie de

página. Del segundo, aparte la excepcional reelaboración

de algún pasaje, he suprimido algunos párrafos. En él, que

no lleva notas a pie de página, porque su índole y función

no lo hacía aconsejable, apelo a algunos autores—siempre

citados entre comillas y vueltos a citar en una Bibliografía

al final—, especialmente en la parte histórica, que no es la

que ofrece mayor interés para lo que se trata aquí. Para

componer el tercero, he preferido limitarme, salvo alguna

excepción, a mi propia experiencia de autor de más de dos

docenas de novelas y mis reflexiones sobre el proceso de

su creación. Ello sobre la base de la estética filosófica y de

17

todo cuanto asumí de una vez por todas, al principio de mi

andadura literaria, de las obras de creación y las teorías de

Gustavo Adolfo Bécquer y Edgar Alian Poe, especialmente

del segundo. Hoy día, parece estar de moda rechazar la

Filosofía de la composición (Cómo no se debe escribir un

poema, ha titulado alguien un comentario de la misma),

sobre la que pienso que no se ha reflexionado suficientemente.

Habría que partir de la base de que es absolutamente

imposible admitir que una inteligencia fuera de serie,

como la de Poe, no cayera en la cuenta de lo que cualquiera

advierte a primera vista: que las leves de la composición

de El cuervo no podrían resultar de ninguna manera

válidas para todos los poemas que se escriban o se hayan

escrito en el mundo. Ni siquiera para Ulalume, El Coliseo o

Annabel Lee. Pienso que Poe quiso señalar una forma de

hacer, no la forma de hacer, señalando que cada cual tiene

que buscar la que corresponde a cada composición. Esto

es lo decisivo: que tiene que haber una composición, que

ésta ha de avanzar con rigor hacia un fin y que el transcurso

ha de obedecer a unas leyes por ese fin determinadas en

cada caso concreto. Decía Ortega, en su Introducción a una

estimativa, que el conocimiento de los valores es absoluto

v cuasi matemático. Yo pienso que su creación también.

Que Poe recurriera a El cuervo y no a otro poema es anecdótico.

Lo importante es la existencia de leyes, no las leves,

distintas en cada caso concreto v dependientes de la

lógica interna de la obra en cuestión. En último término,

junto a las leyes de la creación de El cuervo, en el ensayo

poevano pueden encontrarse enunciados de valor universal.

Enunciados que, a mi modo de ver, resultan más útiles

para el novelista-artista que para el poeta.

Las teorías de la novela que conozco, o no son propiamente

teorías, sino simples descripciones fenomenológicas,

o son tratados de sociología o historias comentadas. Ante

algunos tratados, como —quizá resulte paradigmático—

la Teoría de la narrativa (Una introducción a la narratología),

18

de Mieke Bal (Cátedra, Madrid, 1995) ni siquiera he llegado

a comprender por qué se escriben, como no sea para lo

mismo para lo que se hace un solitario. No contienen una

sola línea útil para los lectores ni, por supuesto, para los

novelistas. Su destino aparenta ser martirizar a los estudiantes.

Estoy convencido, sin la menor reserva, de que si

el señor (o señora) Bal hubiese escrito alguna vez una novela,

no hubiese urdido jamás semejante sarta de neologismos

pedantes, tautologías y obviedades. No quiero, en cualquier

caso, generalizar en exceso y ser injusto. Y achaco

mi desinterés a una fuerte prevención. Prevención que no

actuó —el título era demasiado sugerente—, v he de alegrarme,

ante el excelente libro de María del Carmen Bobes

Naves, Teoría general de la novela. Semiología de La Regenta

(Madrid, Gredos, 1985). Ella, como antes Menéndez

Pelavo, en alguna medida Mariano Baquero Goyanes y, más

extensamente, Andrés Bosch, Juan Ignacio Ferreras v yo

mismo, es la única autora, entre los españoles, en quien he

encontrado reflexiones de estética novelística; en otras palabras,

la única que sabe no sólo lo que la novela es, sino

por lo que una novela vale. Otros hablan sólo de sociología,

de historia, incluso de política, amén del estilo.

Aunque, dados los materiales de que se compone este

libro, casi no tendría por qué justificar ciertas repeticiones

que, al estar situadas en contextos diversos, tal vez resulten

hasta de utilidad, quiero hacerlo respecto al capítulo

titulado De la novela como obra de arte, así como el cierto

desorden que creo advertir en éste, producto de la forma

en que fue escrito, con interrupciones a veces hasta de años.

xMe acuerdo ahora de Cenantes, cuando afirmó con

sencillez: soy el primero en novelar en lengua castellana.

Madrid, setiembre, 2002

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