600 LIBROS DESDE QUE TE CONOCÍ
CORRESPONDENCIA
VIRGINIA WOOLF
LYTTON STRACHEY
TRADUCCIÓN DE
SOCORRO GIMÉNEZ
NOTA A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
La primera versión de esta correspondencia (1956) fue editada por Leonard Woolf y James Strachey, quienes
suprimieron algunos fragmentos para no herir las sensibilidades de personas que aún estaban vivas. Aquí hemos
repuesto los pasajes censurados. También hemos agregado nuevas notas o ampliado las escritas por los dos editores
originales. Para ello hemos empleado varias fuentes, fundamentalmente la correspondencia completa de Virginia
Woolf (editada por Nigel Nicolson y publicada por The Hogart Press), la de Lytton Strachey (editada por Paul Levy
y publicada por Viking) y la edición francesa de estas cartas (preparada por Lionel Leforestier y publicada por Le
Promeneur).
46 Gordon Square
Querido señor Strachey,
Jueves [22 de noviembre, 1906]
Nos gustaría mucho verlo, si pudiera venir algún día. ¿Le vendría bien el próximo domingo alrededor de las seis
de la tarde? Vanessa está mucho mejor y le encantaría conversar con usted.1 Atentamente,
Trevose House
Draycot Terrace
St. Ives, Cornualles
Querido Lytton,
Miércoles [22 de abril, 1908]
VIRGINIA STEPHEN
El único papel de carta que se puede conseguir en el condado de Cornualles es éste: el que llaman comercial. La
verdad es que, si pudieras ver en qué circunstancias escribo cartas, te figurarías que soy una especie de moralista. Mi
despacho es el comedor; hay un aparador, una aceitera y una caja de galletas de plata. Escribo sobre la mesa,
después de haber doblado una esquina del mantel y quitado de en medio varios floreritos de plata. (Éste podría ser el
comienzo de una novela de John Galsworthy.) Mi casera, aunque ya tiene cincuenta años, es madre de nueve niños
—alguna vez fueron once— y el menor es capaz de llorar el día entero. Si consideras que el cuarto de estar de la
familia se encuentra junto al mío, y que tan sólo nos separan unas puertas plegadizas —¿qué te parece esta última
frase?—, comprenderás que me parece difícil escribir acerca de J. T. Delane, «el hombre». Recibí una larga carta
con instrucciones de Smith.2 Me propone que resalte el lado humano, «su lealtad inquebrantable tanto a
subordinados como a superiores; en una palabra: sus grandes virtudes humanas e intelectuales, las cuales», etc., etc.
«No, mi querida señorita Stephen, no hay comparación, en lo que se refiere al auténtico interés humano, que es lo
que la Cornhill Magazine busca, entre Delane y Abercrombie […] De verdad creo, querida señorita Stephen, que si
usted pone cabeza y corazón en ello, conseguirá dejar su impronta en el mundo de la reseña».3 ¿Alguna vez has
recibido un elogio como éste?
Sin embargo, paso la mayor parte del tiempo a solas, con mi Dios, en los páramos. Esta tarde me senté durante
una hora (quizá fueran diez minutos) en una roca y estuve pensando cómo debía describir el color del Atlántico.
Tiene extraños destellos púrpura y verde, pero si uno los llama «rubores», introduce desagradables asociaciones con
la carne enrojecida. Me temo que a ti te conmueve poco la naturaleza. Desde que llegué aquí, he visto un sinfín de
cosas que valdría la pena apuntar: «la retama amarilla y el mar», los árboles recortados contra el océano, pero
seguramente emplearía tantas palabras equivocadas que tendría que volver a escribir esta carta (como Clive).4 He
leído una buena cantidad de libros, me parece. La criada mira con suspicacia tu Pascal. Ayer corté una rama de
flores blancas y le pregunté qué era; me contestó que era espino. Por algún motivo, yo pensaba que el espino era
rosa.
Me haría ilusión que me respondieras. Estoy tremendamente charlatana porque desde que te vi no he vuelto a
hablar salvo para ponerme de acuerdo sobre lo que hay que cocinar.
Tuya,
V. S.
67 Belsize Park Gardens
Hampstead, N.W.
Querida Virginia,
23 de abril, 1908
Tu carta vino a consolarme en mi soledad, causada por un resfriado que ha retornado más virulento y nasal que
nunca. Estoy probando el remedio desesperado de no moverme de la misma habitación. Estuve aquí todo el día de
ayer y me quedaré hoy todo el día, y supongo que mañana, y así para siempre, agazapado contra una estufa de gas y
lloriqueando y maldiciendo y bebiendo quinina. Esto sí parece el final de una novela de algún francés decadente.
Prefiero a Galsworthy y estoy muy celoso de ti y de tu Cornualles, con su naturaleza que a mí tan poco me
conmueve. Deberías ver la niebla y la lluvia que hay aquí ahora y sentir el viento frío que te cala hasta la médula.
Pero me atrevo a decir que efectivamente lo sientes, pues tus descripciones me parecieron quizá demasiado
literarias, con eso de la retama —¿de verdad la retama es amarilla?— y el espino blanco que debió haber sido rosa, y
el Atlántico. Y, querida señorita Stephen, no me creo una palabra de lo que dices acerca del pobre señor Smith. Es
una flagrante calumnia, un invento tuyo, y no me lo creeré hasta que lo vea escrito de su puño y letra.
El viernes pasado salí, en parte para recuperarme de mi resfriado; fui al Green Dragon en Salisbury Plain, donde
estaban James, Keynes y otros, por las Pascuas.5 Por supuesto que regresé hecho trizas: los vientos más fuertes que
puedas imaginar arrasando la llanura, mala comida, falta de asientos confortables. Pero, en general, me entretuve.
Los otros eran Bob Trevy, Sanger, Moore, Hawtrey y un joven estudiante llamado Rupert Brooke —¿no es un
nombre romántico?—,6 de mejillas rosadas y brillante pelo amarillo —suena horrible, pero no lo era—. Moore es un
ser magnífico, y además canta y toca maravillosamente, así que las tardes resultaron agradables. Me hubiese gustado
que estuvieras allí —tal vez disfrazada de otro estudiante—. ¿Te habrías muerto del aburrimiento? Hablamos de
política menos de lo que imaginas, pero quizá las bromas te habrían parecido un poco pesadas —yo me reí
muchísimo y, si en algún momento comenzaba a sentirme estúpido, podía contemplar el pelo amarillo y las mejillas
rosadas de Rupert—. James también es una figura interesante: muy misterioso y reservado; a ratos increíblemente
joven, a ratos inconcebiblemente viejo. Estuve todo el tiempo mirando por la ventana, esperando ver llegar a Adrian
atravesando la llanura con sus calzas color lavanda, pero nunca apareció.7 ¿Sabes algo de él? Me pregunto qué
aventuras tendrá en esas tabernas que frecuenta.
¡Ah, las aventuras! ¿Todavía se tienen en estos tiempos? Para mí tu carta fue una aventura, pero no se me ocurre
otra, aunque creo que sí, cada tanto las tengo. ¿Y tú? ¿El Atlántico te basta? Muchas veces pienso que soy un
hombre salvaje de los bosques y que tal vez sea incomprensible para la gente civilizada que vive en Cornualles y
escribe sobre Delane, «el hombre».
Salí al frío para cenar y ahora estoy de vuelta, aterido y sintiéndome desgraciado, deseando no haber puesto un
pie fuera de aquí, con la nieve que cae por la chimenea y gotea sobre el fuego. Me gustaría hablar con alguien. Sería
maravilloso que vinieras ahora, sobre todo porque así podría explicarte exactamente qué quiero decir con eso de que
soy un hombre salvaje de los bosques. Claro que en realidad no te lo explicaría nunca, pero aquí habría una silla para
ti, y un poco de calor, y un poco de conversación. Mientras tanto, te imagino en tu comedor, oyendo a los hijos de tu
casera e inventando cartas escandalosas del señor Smith. ¿O ya te has puesto con la descripción de Cornualles? Eso
sería emocionante. Yo he estado leyendo nuevamente a Racine, con placer casi total. No ha habido jamás un artista
más grande. Y escribe acerca de lo único sobre lo que merece la pena escribir, según mi opinión: el corazón
humano.
«J’aimais jusq’à ses pleurs que je faisais couler.» [«Amé incluso las lágrimas que había hecho brotar.»]8
¡Verdaderamente divino!
Se está haciendo tarde y debo irme a la cama. Esta carta partirá hacia ti mañana por la mañana. Me temo que es
como la carta de un inválido. Me senté a escribirla tan pronto leí la tuya, así que tienes que responderme. ¿De verdad
vives en un sitio llamado Trevose House? Tu letra es un poco confusa. Parece un nombre extraño.
Tuyo siempre,
G[iles] L[ytton] S[trachey]
Trevose House
Draycot Terrace
St. Ives, Cornualles
Querido Lytton,
Martes [28 de abril, 1908]
Tu carta fue un gran consuelo. Había comenzado a dudar de mi propia identidad: me imaginaba que era una
gaviota y por la noche soñaba con estanques profundos de agua azul llenos de anguilas. Pero de pronto, ese mismo
día, llegó Adrian, como una adusta figura salida de una saga del Norte —eso me pareció—: un explorador que
hubiera viajado durante siglos con la barba congelada. Le habían caído encima nieve, lluvia y granizo, y cuando,
hacia la tarde, recalaba en alguna granja solitaria, las mujeres se escondían detrás de la puerta y se recordaban a sí
mismas que eran honradas. Algunas veces conseguían convencerse y él se veía obligado a caminar varios kilómetros
más por la noche, luego de la travesía diurna. En cualquier caso, lo había pasado bien, había conocido a muchas
personas ilustres y tenía muchas historias para contar. Luego vinieron Nessa y Clive con el bebé y la nodriza, y
hemos estado tan domésticos que no he leído ni escrito nada. Mi artículo sobre Delane ha quedado abandonado a
mitad de una página, así que, para responder a esa pregunta tuya «Pero ¿y qué pasa con “el hombre”?», será
necesario que regreses —el sábado—; aquí tendrás tiempo de escribir y de aprender que mi b es así y mi v, así. Los
niños son como el mismísimo diablo: alientan, me parece, las peores y más inexplicables pasiones de sus padres —y
de su tía—. Cuando estamos conversando sobre el matrimonio, la amistad o la prosa, de pronto Nessa nos
interrumpe porque ha oído un llanto, y entonces todos debemos intentar distinguir si el que solloza es Julian o el
pequeñito de dos años [Quentin],9 que tiene un absceso y por lo tanto llora en una escala diferente.
Adrian volvió anoche a tomar té con S[idney-] T[urner], a cenar con S[idney-] T[urner] y a hablar de ópera con
S[idney-] T[urner].10 Le envié un gran cazo de nata y espero recibir en cualquier momento una carta en latín
ciceroniano: «¿Qué opinas de mi uso de cur [¿?] con el dativo, o te parece demasiado tacitano?». En cuanto a ti, me
aterroriza lo que me cuentas sobre la congregación de intelectos en Salisbury Plain. Mi devoción por los jóvenes
inteligentes me provoca una especie de parálisis mental, hasta el punto de que no puedo ni imaginarme lo que son
capaces de producir en una conversación las mentes de todos los que nombras. ¿Tú sí puedes…? Yo no, ni por un
momento. Una vez atisbé a Rupert Brooke en Newnham, inclinado sobre una baranda y mirando a la galería entre la
señorita Reeves y algunos miembros de la Sociedad Fabiana.11
Vamos a ir a un sitio llamado The Gurnard’s Head esta tarde, pero ahora miro al cielo y ¡he aquí que llueve! Así
que, en vez de salir, nos sentaremos junto al fuego, y yo diré cosas muy agudas, y Clive y Nessa me tratarán como a
un monito adorable, y el bebé llorará. Seguramente Hampstead está cubierta de nieve, ¿cómo sigue tu resfriado? A
mí me dio tortícolis después de mi paseo por las rocas, pero ya se me pasó.
Tuya siempre,
Querido Lytton,
A[deline] V[irginia] S[tephen]
Fitzroy Square, 29, W.
Martes [18 de mayo, 1908]
¿Podrías venir a tomar el té conmigo el jueves?12 Estoy tan miserablemente enfrascada en la ópera y la lengua
alemana que creo que sólo podré tener esa tarde libre, pero sería maravilloso si pudieras venir. Te alegrará saber que
he estado ordenando mis libros: los huecos entre los libros son horribles.
Tuya siempre,
Querido Lytton,
Fitzroy Square, 29, W.
[28 de julio, 1908]
V. S.
Estaré en casa el jueves a las 16.30, encantada de que vengas. ¿Por qué te pones pedigüeño? Ése no es el Lytton
que conozco.
El sábado me marcho a pasar un mes en el colegio teológico de Wells.
Tuya siempre,
Milton Cottage
Rothiemurchus
Aviemore, N. B.
Querida Virginia,
24 de agosto, 1908
A. V. S.
Hace algún tiempo le sugerí a Frank Sidgwick que publicara un libro con las cartas de Boswell. Él estuvo de
acuerdo, me pidió que escribiera una introducción por la que me ofreció cinco guineas y me dijo que debía estar lista
para el 15 de septiembre, a lo que me negué. Entonces me preguntó si conocía a alguien que pudiera hacer el trabajo.
Acabo de escribirle sugiriéndole que quizá tú querrías, así que prepárate a tener noticias suyas.13 La paga me parece
miserable, pero lo que terminó de disuadirme fue tener que hacerlo tan pronto. No puedo soportar la prisa y la
preocupación: tengo que respirar. Últimamente apenas respiro, pero cuando lo hago es aire escocés, fresco y puro, lo
que no es poco. Creo que llevo aquí unos quince días, luego de una semana horriblemente húmeda en Skye. Como
lugar, esto es la perfección: aquí uno comienza a darse cuenta de que la naturaleza puede ser romántica y hermosa.
Me paso el día entero contemplando lagos y escalando montañas, y las noches junto a una estufa de carbón,
escribiendo cartas interminables a las que —me parece— nadie responde. ¿Tú estás en Gales? Si es así, quizá te
encuentres con mi hermano James y un grupo de fabianos, pero no lo creo. Llegó carta de Clive, desde Wiltshire; me
dice (entre otras cosas) que después de los de Catulo «y quizá algunos otros», mis poemas son los que le han
gustado más. Eso es muy alentador. Supongo que ahora mismo él y Vanessa están jugando al bridge en algún
pabellón de caza. Qué cosas más curiosas hacemos todos. Yo he estado leyendo a Voltaire, Vathek, de William
Beckford, y a mademoiselle de Lespinasse, y creo que debería continuar con Darwin (Emma).14 ¿De veras te vas a
Italia pasado mañana? Quelle joie! [¡Qué alegría!] Cuando estés entre tus olivos, piensa de tanto en tanto en este
aterrorizado espectro que garabatea sin cesar y de cuyo fantasmal cerebro no dejan de brotar delirios en vano, ¡en
vano!
Para mi imaginación algo arruinada, en este preciso momento tú eres una mujer de un sentido común sólido y
firme. Yo desvarío y tú pides pastillas para el hígado. ¿Es así? Todo mi ser es tan débil y frágil que no se me ocurre
ni una sola idea. Mi único consuelo es que mi salud, de hecho, es casi tolerable. Estoy bronceado por el sol y
consigo digerir los alimentos. Escríbeme si puedes. Pippa y Pernel están en una casa a un kilómetro de aquí, y
cientos de conocidos acechan detrás de cada arbusto.15 Los hay de todo tipo: condesas, primos del campo, criados
marchitos y respetuosos, y jóvenes herederos de bienes raíces. Todos son sumamente repugnantes. Creo que haré
una enciclopedia de todos ellos. Será muy voluminosa.
Tuyo,
Querido Lytton,
LYTTON STRACHEY
Manorbier, Gales
Domingo [30 de agosto, 1908]
No he sabido nada de Frank Sidgwick, así que supongo que debe de haber encontrado a alguien más. Sería
maravilloso escribir la introducción de ese libro, pero no veo cómo podría acabarla a tiempo. Andaré vagando por
posadas italianas, sin tintero, ni papel borrador, ni secante, ni —supongo— una sola novela francesa.
En fin, he pasado unas vacaciones deliciosas, entregada a la reflexión y a las bellezas naturales. Ni siquiera sé
cómo conseguiré volver a salir a la superficie, o si lo haré hablando sólo con monosílabos. No vivo muy
confortablemente, pero he alquilado una habitación en otra casa, adonde me retiro a hablar entre dientes mientras leo
a George Moore, y a exclamar «¡por Dios, qué hombre!» cuando leo a Racine. Aventuras no tengo ninguna, a menos
que cuente como tal una correspondencia filosófica con Saxon [Sydney-Turner] acerca del estilo de la escuela
holandesa de pintura. Él me envía un inventario de los muebles de su dormitorio y yo le respondo —es mi única
defensa— con la metáfora más licenciosa posible. También me invitaron a pasar una semana con los Russell para
conocer a Gilbert Murray y a su esposa; a Jane Harrison, F. M. Cornford y Mary Sheepshanks.16 Todo era
demasiado rancio: no fui capaz de enfrentarlo. Sí, Clive habló bien de tus poemas, y por fin conseguí que Nessa me
los diera. Están aquí, sobre la mesa, frente a mí, y los leo cuando me siento suficientemente pura. Sé que los elogios
no significan nada para ti, ni mis rubores verdes, ni ninguna otra forma de adulación. Dices que soy una mujer firme
y sensata, pues yo también tengo una imagen muy clara de ti: un potentado oriental en bata floreada.
Nessa y Clive parecen estar aburriéndose horriblemente en los Highlands, y no me extraña. Los escoceses son
gente asombrosa. Me pasé la mañana esforzándome con unas escocesas, incluida tu pariente, la señora Grant de
Laggan,17 y tuve que recurrir muchísimo a mi imaginación.
Ah, qué bendición sería dejar de escribir y, en cambio, recostarse en un viñedo y echarse uvas a la boca. Pero
debo ir a hacer las maletas, mañana parto para Londres.
Tuya siempre,
Querida Virginia,
V. S.