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sábado, 6 de septiembre de 2025

Jean Cohen EL LENGUAJE DE LA POESIA introducción.

 



INTRODUCCIÓN

 La poesía es una segunda potencia del lenguaje, un poder de magia y de encantamiento; la poética tiene como objetivo descubrir sus secretos. Toda teoría se basa en postulados preteóricos implícitos que, sin embargo, le interesa explicitar. El primer postulado de la presente investigación es el postulado de la existencia de su objeto. Si la palabra «poesía» tiene un sentido, si su concepto posee tanto una comprensión como una extensión, es decir, si no designa sólo un conjunto cuyos miembros tienen como única propiedad el pertenecer a este conjunto, es preciso que en todos los objetos designados por esta palabra haya algo idéntico, una o varias invariantes subyacentes que trasciendan la infinita variedad de los textos individuales. 

Al descubrimiento de esta o estas invariantes es a lo que se consagra la poética como ciencia. A esta invariancia puede dársele un nombre. Platón decía que lo bello es «aquello por lo que son bellas todas las cosas bellas» 1. Definición sólo aparentemente tautológica, puesto que, al postular una esencia común a todos los objetos bellos, quita la belleza al relativismo y proporciona un objeto específico a la estética como ciencia. Según el mismo modelo, Jakobson ha forjado el término de «literariedad» para designar «lo que hace de una obra dada una obra literaria»2. El objetivo de la ciencia 1 Hipias Mayor, 287 c. Puede verse la trad. esp. publicada en la Bi blioteca Clásica Gredos, Madrid, 1981, pág. 413. 2 «La poesía es el lenguaje en su función estética. Así, el objeto de 12 El lenguaje de la poesía literaria ya no es, entonces, la clase abierta de los textos singu lares, sino el conjunto finito de los «procedimientos» que los engendran. Ahora bien, dentro de la clase de los textos litera rios se puede recortar una subclase de textos llamados poéticos y, también según el mismo modelo, llamar «poeticidad» a lo que hace de una obra dada una obra poética. Tal definición deja abierto el problema de la relación entre las dos esencias, según se vea entre ellas una diferencia de naturaleza o sola mente de grado, como hacía Valéry, que veía en la poesía «el principio activo» de toda literatura. Quedan por localizar, evidentemente, los miembros de esta subclase, es decir, buscar un criterio teórico válido capaz de distinguir los textos poéticos de los textos no poéticos. Pero, aquí, hay que romper el círculo vicioso. Si el criterio es el objeto de la investigación, constituye su punto de llegada, y no su punto de partida. Ninguna ciencia comienza definiendo su objeto. Si la biología hubiera empezado por buscar un criterio seguro de lo que es la vida, todavía estaría preguntándoselo. Hay que atenerse, pues, aquí, o a la intuición del analista, o bien al con senso que recorta en la totalidad textual un objeto cultural limitado al que da el nombre de poesía. 

También se pueden combinar estos dos criterios empíricos y obtener así un punto de partida metodológicamente cómodo. R. Caillois decía que «creer en la literatura es estimar que hay, a pesar de todo, algo en común entre Homero y Mallarmé». En el mismo sentido, K. Varga escribe: «El moderno aficionado a la poesía aprecia a la vez a Malherbe y a Éluard, es decir dos estados de la poesía diferentes, y los lee con placer, sin pre ocuparse apenas de transformaciones históricas»3. Así queda rían establecidos dos límites de un corpus heurísticamente razonable. Pero podríamos ser más modestos y basarnos en un campo más reducido, por ejemplo, en la gran poesía francesa del siglo xix, digamos Hugo, Nerval, Baudelaire, Rimbaud, Mal la ciencia de la literatura no es la literatura, sino la literariedad, es decir, lo que hace de una obra dada una obra literaria», Questions de poétique, pág. 15. s Les Constantes du poéme, pág. 9. Introducción 13 larmé, Apollinaire. Quizá podríamos incluso limitarnos más y atenernos sólo a Les Fleurs du Mal, texto consumado poética mente desde hace siglo y medio, objeto unánime del acto de amor constituido por la lectura poética. De una teoría que diera cuenta de la poeticidad de este texto, ¿cómo se podría creer que haya tenido la posibilidad de haber fallado en cuanto a la poeticidad en general? Confieso, incluso, que he tenido la tentación de aplicar el análisis a un solo verso, y habría elegido, entonces, este verso sublime de Mallarmé: Et l’avare silence et la massive nuit. [El avaro silencio y la maciza noche]. Pero hay que saber resistir a tales tentaciones. Y, para zanjar toda discusión, diré que el presente estudio tiene como único fin dar cuenta de la poeticidad de los textos en él citados. El lector decidirá si le parecen representativos de lo que él suele llamar poesía. Sin duda, con la época contemporánea, la poesía ha cam biado. Se nos asegura que, desde Rimbaud, ya no es lírica, sino «crítica»4. Si esto es verdad, la teoría que proponemos aquí se contentará con la poesía lírica, que considera como el género más específicamente poético. Y, de todas formas, no es malo para el analista distanciarse de su objeto. «Conocer —decía Valéry, y repetía Sartre— es no ser lo que se conoce». Nosotros somos la modernidad. Y por ello nos es difícil verla como tal. Por otra parte, si en los tiempos clásicos la diferencia poesía/ no-poesía era tajante, hoy tiende a difuminarse. No hallaremos ni una figura, ni un desvío en el Discurso del Método. No ocurre ya lo mismo hoy. Si consideramos una obra actual como Les Mots et les Choses de M. Foucault, cuyo alcance científico 4 J.-F. Lyotard precisa la fecha. 

A partir de 1860 es cuando la poesía deja de ejercer una «función integradora», que consiste en suprimir «a nivel metafórico» las contradicciones que hay en la sociedad, para ejercer la función «crítica», que es una «desconstrucción» del lenguaje, Discours, Figure, págs. 317-318. 14 El lenguaje de la poesía es notorio, encontraremos desde el primer capítulo numerosas figuras, como: immobility attentive [inmovilidad atenta], claire invisibilité [clara invisibilidad], miroir désolé [espejo desolado], etc. Este desbordamiento de la poesía más allá de sus fronteras es altamente significativo. Tendremos que volver a él. De mo mento, está claro que se hace más difícil la aplicación de un método comparativo entre dos lenguajes de los que uno tiende a absorber al otro. Hay también casos fronterizos. ¿Cómo clasificar la obra de Proust o de Kafka? ¿Novela o poema? Pero toda clasificación conoce casos atípicos. La realidad es un continuo cuyas fron teras traza arbitrariamente la lengua. 

El método consiste en tonces en examinar los centros de variación de la clase en cuestión, para estudiar luego los casos marginales a la luz de sus semejanzas y diferencias con los ejemplos típicos. Hay, por último, casos extremos. Tanto Novalis como Mallarmé hallaban poesía en las letras del alfabeto. Pero éste es un tipo de percep ción sofisticada por el que sería metodológicamente poco razo nable comenzar. La elección de un punto de partida heurístico cómodo es esencial para toda investigación que, como ésta, avanza por terreno apenas desbrozado. Una vez construido el modelo, habrá que confrontarlo con los textos excluidos de su corpus, para ver si les es aplicable. Si no lo es, tendremos que retinarlo bastante para que llegue a serlo. Si es imposible, será preciso abandonarlo. Y, aun en este último caso, habrá sido útil, al cerrar una vía de la que habrá revelado que no tiene salida. * * * Todas las teorías poéticas conocidas hasta ahora se basan en un postulado común. Se oponen, desde la Antigüedad, según insistan en el significante o en el significado. Pero, en los dos casos, se unen para aceptar como rasgo pertinente de la dife Introducción 15 rencia poesía/no-poesía (o prosa) un carácter propiamente cuan titativo. La poesía no es algo distinto de la prosa, es más. R. Bar- thes expresa esta concepción, criticada por él, con esta ecua ción: Poesía = prosa + a + b + c5. Valéry había expresado ya con firmeza este punto de vista: Pero ¿de qué se habla cuando se habla de «Poesía»? Me admira que no haya ningún sector de nuestra curiosidad en que la obser vación misma de las cosas esté más descuidada... 

¿Qué se hace? Se trata del poema como si fuera divisible (y como si debiera serlo) en un discurso de prosa que se basta y subsiste por sí mismo y, por otra parte, en un fragmento de una música particular, más o menos próxima a la música propiamente dicha... En cuanto al dis curso en prosa, se considera que se descompone por un lado en un pequeño texto (que puede reducirse a veces a una sola palabra o al título de la obra) y, por otro lado, en una cantidad cualquiera de habla accesoria: adornos, imágenes, figuras, epítetos...6. La definición que daba la antigua retórica está, por lo demás, completamente conforme con el reduccionismo que critica Va léry: Nihil aliud quam fictio, rhetorica, in musica posita [Nada más que la ficción y la retórica puestas en música]. Las teorías difieren sólo en la medida en que ese «algo», esa X que se añade a la prosa para covertirla en poesía, dependa del significante o del significado del signo lingüístico. El primer punto de vista se llama, tradicionalmente, «forma lista». 

El término es ambiguo, ya que forma no se opone a sentido, y hay, como veremos, una «forma del sentido». Pero podemos mantenerlo en la acepción restringida que tuvo al principio. Tal concepción se origina en una aparente evidencia. La poesía se describe convencionalmente como arte de los versos, y la versificación es un conjunto de coacciones suplemen s Le Degré zéro de Vécriture, pág. 39. 6 «Questions de poésie», CEuvres, Pléiade, 1, pág. 1282. 16 El lenguaje de la poesía tarias dedicadas únicamente al significante. Este punto de vista es inaceptable y, hoy en día, inaceptado. Pero la teoría de Jakobson no hace sino extender el tipo de servidumbre de la versificación a los dos niveles sintáctico y semántico. El prin cipio de «proyección del eje de las equivalencias sobre el eje de las combinaciones» generaliza a los tres niveles del lenguaje las recurrencias formales que la versificación reserva sólo al nivel sonoro. Lo que se puede llamar sentido no está afectado, en principio, por la adición de las reglas de equivalencia, y es parafraseable en prosa. 

Tomando uno de sus ejemplos, entre 1) y 2) Affreux Alfred [Espantoso Alfred] Horrible Alfred [Horrible Alfred] hay equivalencia semántica, pero a 1) se añade una estructura sonora repetitiva que no existe en 2). Volvemos a hallar, pues, la ecuación prosa + x, y la poesía no es, ciertamente, sino un «más», una superestructuración o supercodificación del lenguaje corriente. Es, en cierto modo, una «superforma». El fenómeno que se describe aquí, precisémoslo, es poéticamente pertinente. Será tomado de nuevo por nuestro modelo, pero como momento de un proceso de transformación estructural. Para Jakobson y sus discípulos, al contrario, se erige en principio constitutivo. Por ello, la teoría sigue siendo formalista y no se libra de la implicación capital de todo formalismo. Hace del texto poético una especie de juego verbal, un bello objeto lingüístico, des tinado preferentemente al consumo de los expertos. La perspectiva contemporánea, heredada de la teoría de los anagramas de Saussure y llamada comúnmente «paragramática», actúa a la vez sobre las dos caras del signo. No obstante, como el significado se desprende del juego de los significantes, se la puede relacionar con el formalismo. Pero poco importan las etiquetas. Lo pertinente aquí es que, a su vez, no ve en la poesía más que un rasgo suplementario. Si en un texto donde se trata de Escipión tenemos que leer en sobreimpresión el nombre Introducción 17 «Escipión», esto es un signo adicional que convierte al texto en cuestión en el producto de un lenguaje doble o supercodificado, un algo más otra vez. (Lo que no quiere decir que tal fenómeno no exista. 

Se trata sólo, por ahora, de situarlo). Existen igualmente teorías que buscan la poeticidad en el significado. En conjunto, no ven en el sentido de la poesía una especificidad semántica, un sentido cualitativamente distinto, sino sólo un acrecentamiento de sentido. La exégesis de inspira ción psicoanalítica o marxista es fiel a la teoría del doble len guaje. Hay un sentido aparente y un sentido subyacente al que remite aquél, intencionada o inconscientemente, mediante un montaje simbólico que el lector tiene que descodificar. Esta supercodificación constituye la poeticidad del texto, que ya no reside en una «superforma», sino en un «supersentido». La dife rencia, en los dos casos, es cuantitativa. La teoría polisémica, actualmente en boga, es una variante de la anterior. Con la diferencia de que no establece jerarquías entre los sentidos. Le basta que sean varios. Desaparece aquí el valor de verdad concedido por la interpretación freudiana o marxista al segundo sentidq. La multiplicidad —incluso la in finidad— de las lecturas posibles constituye el rasgo pertinente. Teorema que tiene el mérito de descubrir el juego. Es la cantidad y no la calidad del sentido la que constituye la poeticidad. Existe aún otra teoría, llamada del simbolismo fonético, que ha hecho y hará correr mucha tinta. Ha gozado siempre del favor de los poetas. Esto no es una prueba de su validez. 

 Pero es al menos un indicio. Tendremos ocasión de volver a hablar de ella. Quiero sólo señalar aquí que el hecho de con vertirla en el único o esencial rasgo específico de la poesía sigue rindiendo tributo a un enfoque cuantitativista. La ana logía de los dos planos del significante y del significado no hace más que añadir al lenguaje no poético una determinación suple mentaria; lo enriquece, pero no lo transforma. La poesía sigue siendo más, y no distinta. 18 El lenguaje de la poesía El análisis que presentamos aquí continúa otro análisis7* intentando a la vez profundizarlo y sistematizarlo. Quisiera evocar aquel análisis en lo esencial, aprovechando la ocasión para responder a algunas de las objeciones que se le han hecho. Al contrario de las teorías precedentes, tal análisis hace del lenguaje poético no un supercódigo, sino como un anticódigo. Define la poeticidad por la figuralidad, constituyendo la figura misma un proceso en dos tiempos, el primero de los cuales puede ser descrito como «desvío» o «desviación» con respecto a las normas del lenguaje. 

 Recuérdese ante todo que la palabra «desvío» o «desviación» es sinónima de lo que la gramática generativo-transformacional ha llamado «agramaticalidad», y es, por consiguiente, paradó jico que la palabra «desvío» haya levantado críticas que sus sinónimos no han conocido8. ¿Es un efecto de connotación? Lejos de mí la idea de negar la existencia de la connotación en el sentido que Hjelmslev da a la palabra. Pero ¿por qué la connotación peyorativa ha afectado a «écart» (desvío) antes que a sus equivalentes? Confieso que soy incapaz de responder a esta pregunta. La definición de la figura como desvío se remonta a Aris tóteles. «Para ton kyrion» o «para to eiothos»9. Y como tal ha atravesado los siglos10. Pero sólo podremos emplearla después de haber disipado una grave confusión. La retórica, en efecto, distingue dos tipos de figuras, según que modifiquen el sentido (tropos) o no lo modifiquen (no-tropos)u. Es ésta una falsa 7 Structure du langage poétique, 1966; trad, esp.: Estructura del len guaje poético, Madrid, Gredos, 1970. Como tendré ocasión de referirme a esta obra con frecuencia, lo haré mediante las siglas: E. L. P. 8 Así, T. Todorov ha podido hablar, a propósito de la noción de des vío, de una verdadera «caza de brujas», que revela, según él, «un oscu rantismo muy antiguo, según el cual la literatura es un objeto incognos cible», «Synecdoques», Communications, 1970, 16, pág. 27. 9 Retórica, 1458a23 y 1458b3. 10 Se hallará una excelente exposición de sus principales etapas en la obra de P. Ricoeur, La Métaphore vive, 1975. 11 Según la terminología de P. Fontanier; cf., Manuel classique pour l'étude des tropes, 1821, Figures autres que les tropes, 1827. Reeditados conjuntamente en Les Figures du Discours, 1968. Introducción 19 dualidad introducida en la teoría entre desvío paradigmático y desvío sintagmático. Cualquier desvío sólo puede ser sintagmá tico y sólo se constituye a partir de la aplicación incorrecta de las reglas combinatorias de las unidades lingüísticas. El tropo o cambio de sentido no es desvío, sino reducción del desvío, y como tal interviene en todas las figuras. Al distinguir dos tiempos en el proceso figural, 1.°) posición del desvío, 2.°) re ducción del desvío, se devuelve su unidad profunda a la figura- lidad12. En el análisis clásico de una frase como el hombre es un lobo para el hombre, se debe distinguir: 1) la incompatibi lidad semántica entre hombre y lobo, 2) la vuelta a la compati bilidad mediante la sustitución de lobo por malvado. Pero en tonces se plantea la pregunta del porqué de la figura. ¿Por qué decir lobo queriendo decir malvado? Cuestión fundamental que la retórica no ha resuelto nunca y a la que todo este estudio tiene como único fin intentar responder. Pero el desvío presupone la norma. Noción que ha suscitado muchas reservas. Y es preciso, ante todo, disipar la confusión que se establece fácilmente entre normatividad y normativismo.

 Existen, sin duda alguna, normas lingüísticas. Se puede ir aún más lejos y pretender que la lengua es toda ella una sistema de normas, que no tiene más existencia que la que le confieren sus «reglas constitutivas». Por oposición a las «reglas norma tivas», que reglamentan un estado de cosas previo, las reglas constitutivas crean el objeto que codifican13. Tales son las reglas del juego, y la comparación que hace Saussure con el ajedrez es en este punto significativa. El juego de ajedrez no tiene existencia concreta. Es, en cuanto tal, objeto abstracto, que sólo existe a partir de las reglas que lo constituyen. Jugar al ajedrez es poner en práctica estas reglas, como hablar es poner en práctica las reglas de la lengua. La diferencia es que no existen infracciones en las reglas del juego de ajedrez, mientras que sí las hay en las del juego 12 Para un desarrollo de esta idea, cf. mi artículo «Théorie de la figure», Communications, 1970, 16, pág. 21. 13 La oposición entre estos dos tipos de reglas se debe a J. Searle, Les Actes de langage, págs. 74 sigs. 20 El lenguaje de la poesía de la lengua. Abundan, en efecto, en el habla corriente. 

Pero se pueden cometer faltas sabiendo que son faltas. Será mejor la comparación con un juego como el fútbol, en el que es nece sario un árbitro para sancionar las numerosas faltas cometidas por los jugadores, lo cual no les impide reconocer la validez de las reglas que han infringido. Del mismo modo, los hablantes cometen faltas, pero saben reconocerlas como tales en función de ese conocimiento implícito del código lingüístico que Chom sky llama «competencia». Estas reglas, al ser implícitas, son más flexibles que las del fútbol, jurídicamente instituidas. Mas no por ello dejan de existir14. Y la comparación puede con tinuarse. Hay, en los dos casos, faltas más o menos graves, lo que introduce la noción de «grado de gramaticalidad» y, corre lativamente, de grado de desvío. Pero la normatividad de la lengua no implica ningún normativismo15. Nadie está obligado a respetar las reglas. Todo depende de la función del lenguaje. Y, precisamente, lo que he querido mostrar es que la fun ción poética no sólo tolera, sino que incluso exige la transgre sión sistemática de estas normas. El lenguaje «normal» no es, pues, el lenguaje «ideal». Muy al contrario; en su destrucción se basa la instauración de lo que Mallarmé llamaba «le haut langage» *. La intuición lingüística del usuario es el único criterio acep table de la desviación. Ningún locutor francés nativo dudará en reconocer como desviadas las expresiones: Attieu, montane (Balzac) Est partí papa (S. 2 años y 3 meses) 14 La comparación sólo es válida en sincronía. Las reglas del fútbol son estables; las de la lengua cambian a cada instante. 15 Chomsky ha respondido precisamente a los reproches de normati vismo que no se trataba de censurar o de prohibir el uso de frases des viadas. Véase «Some methodological remarks on generative grammar», Words, 17, 1961. * Mallarmé llamaba «le haut langage» al lenguaje poético (N. de la T.). Introducción y como normales, por el contrario, adieu, madame [adiós, señora] y papa est partí [papá se ha ido]. 21 Es cierto que la desviación, aquí, actúa sobre los niveles fonológico y sintáctico de la lengua, que están fuertemente ins titucionalizados. Las faltas de pronunciación y de sintaxis son explícitamente sancionadas en el aprendizaje de la lengua, sobre todo en el niño. Pero las cosas se hacen más difíciles al abordar el nivel semántico. ¿Son aún constitutivas, en este nivel, las reglas combinatorias? Comparemos estas tres expresiones: 1) El marido de mi tía es soltero. 2) El marido de mi tía es oro fino. 3) El marido de mi tía es un marciano. Las tres nos resultan, en diferente grado, extrañas, y parecen igualmente susceptibles de una interpretación tropologica, sus tituyendo por un sentido «figurado» el sentido «propio» o «lite ral». Esta oposición plantea un problema, que es esencial para la teoría de la figura. Volveremos a él extensamente. 

Acepté mosla de momento. En interpretación figurada, 1) puede querer decir que mi tío aprovecha la ausencia de su mujer para llevar una vida de soltero; 2) que es una persona estupenda. Estas lecturas no son evidentes, pero lo que es seguro, en cambio, es que ninguna de las dos frases, fuera de contexto, puede aceptar una lectura literal. Por el contrario, 3) tiene dos lecturas posibles: literal, si el destinatario cree que los marcianos exis ten y que uno de ellos ha podido bajar a la tierra para casarse con mi tía; figurada, si sabe que los marcianos no existen y que, por consiguiente, la frase debe significar que mi tío es una persona algo rara. Las tres frases implican, pues, desvío, mas no por la misma razón. La frase 1) viola, indiscutiblemente, una regla semántica. 

 El sentido del predicado es incompatible con el del sujeto. 22 El lenguaje de la poesía Siendo la definición de soltero «persona no casada» y la de marido «persona casada», la frase llega a una contradicción entre los términos. El desvío semántico puede considerarse aquí como un desvío lógico, una infracción del principio de contradicción16. El caso de 2) es menos claro. No puede decir se, en efecto, que el predicado contradiga al sujeto, ya que en la definición de la palabra marido no entra la materia de la que están hechos los maridos. Pero aquí se puede recurrir a las «restricciones selectivas» de Katz y Fodor17. Así, marido posee el rasgo semántico inherente [+ animado], mientras que oro fino tiene el rasgo contextual [ + animado —]. Si estos rasgos entran en la descripción semántica de los dos términos, es posible considerarlos incompatibles según las reglas de la lengua. En cuanto a la frase 3), se puede elegir entre dos inter pretaciones, pero esta elección no depende en modo alguno de las reglas constitutivas de la lengua, y atañe sólo a lo que puede llamarse el saber enciclopédico de los locutores. Existe, pues, una diferencia indudable entre estos tres tipos de anomalía. Pero esta diferencia es quizá más de grado que de naturaleza. Es difícil zanjar la cuestión, ya que las discusiones sobre este problema, actualmente en curso, no han permitido aún resol verlo 18. Hay, sin embargo, una cosa evidente, en la que es preciso insistir mucho. Una teoría semántica sólo será considerada como válida si da cuenta de nuestras intuiciones lingüísticas. No es la teoría la que debe decir al locutor lo que implica desvío o no; es el locutor quien tiene que decírselo a la teoría. La misión de la teoría no es indicar qué expresión implica des vío, sino decir sólo por qué lo implica. El conocimiento del des vío, en cualquier caso, precede al de la regla y no lo implica. 16 Para una tentativa de reducción del conjunto de las figuras semán ticas a formas o grados diferentes de la contradicción, cf. «Théorie de la figure», Art. cit., págs. 4 sigs. 17 «The structure of a semantic theory», Language, 1963, págs. 170-210. 18 

La oposición entre estas frases recuerda la distinción clásica entre «juicio analítico» y «juicio sintético», que tampoco queda libre de crítica. Cf. Quine, Two dogmas of empirism. Introducción 23 Mientras no se haya explicitado la regla en cuestión, el locutor tiene derecho a reconocer como semánticamente desviadas ex presiones como obscure ciarte (Corneille) [oscura claridad], bleus angélus (Mallar mé) [azules ángelus] y poissons chantants (Rimbaud) [peces can tarines], extraídas del corpus poético y que corresponden a los tres tipos de desvío, lógico, semántico y enciclopédico, anteriormente se ñalados. Se ha podido reprochar a la idea de «gramatícalidad» el implicar la existencia de un locutor ideal. Es verdad. Pero hay una idealización necesaria en toda investigación, incluso en el campo de las ciencias de la naturaleza. 

Ningún planeta describe la elipse perfecta que suponen las leyes de Kepler. Y, además, en el caso que nos ocupa, la idealización no es grande. Las desviaciones de que se trata pueden ser percibidas como tales por cualquier locutor nativo, a condición de que no sea analfa beto ni tenga mala fe. Por lo demás, los tipos de desvío analizados en E. L. P*, cualesquiera que sean sus niveles, fónico, sintáctico o semán tico, dependen de una misma categoría desviacional. Rima, no- pertinencia, inversión, etc., pertenecen a la categoría de los des víos en «para», interiores al enunciado. Se oponen como tales a otras dos categorías, relativas a la enunciación, oponibles ellas mismas como desvíos en «hiper» y desvíos en «hipo». Consideremos una frase como: El marido de mi tía es un hombre. Esta frase no tiene nada reprochable desde un punto de vista estrictamente lingüístico. No viola ni el principio de contradic ción, ni las reglas de selección, ni el saber enciclopédico. Y, sin embargo, parece rara. Es una frase que uno no esperaría en * E. L. P. = Estructura del lenguaje poético, Madrid, Gredos, 1970, 2.“ reimpresión, 1977; trad. esp. de Structure du langage poétique, Paris, Flammarion, 1966 (N. de la T.). 24 El lenguaje de la poesía contrar en un contexto ordinario o, al menos, en un discurso de función informativa o didáctica. Aquí reside, en efecto, su anomalía. La frase no es, en grado alguno, portadora de infor mación, ya que el predicado hombre está comprendido en el sujeto marido. Un principio no escrito, que puede llamarse «ley de informatividad», se ha transgredido aquí19. El discurso tole ra, e incluso exige, una tasa de redundancia. Pero no una re dundancia total, que lo haga inútil. Y se puede distinguir aquí redudancia interna, como en la frase citada, y redundancia ex terna, en la que el discurso enuncia una verdad supuestamente conocida por el oyente. Así sucede, por ejemplo, en 2 y 2 son cuatro o en la tierra es redonda en un discurso a cuyo destina tario se considera ya instruido en estas cosas. Ahora bien, el lenguaje poético está lleno de tales redundancias, internas o externas. Este lenguaje dice La nuit est noire (Hugo) [La noche es negra], o incluso 2 et 2 font 4 (Prévert) [2 y 2 son 4], En realidad, como veremos, se puede considerar el discurso poético entero como una inmensa redundancia, una repetición perpetuada. Queda la tercera categoría, quizá la más eficaz, que es la de la elipsis. Es un desvío en hipo; peca no por exceso, como la redundancia, sino por defecto. Así, en la frase: El marido de mi tía es un... Los puntos suspensivos indican que la frase no está termi nada. Pero el carácter incompleto de tal enunciado puede de ducirse de su estructura sintáctica. El artículo indeterminado un exige un predicado nominal, que aquí falta. Y a este déficit sintáctico es a lo que se refiere el sentido estricto de la figura registrada por la retórica con el nombre de elipsis. Pero el aná 19 Así lo llama O. Ducrot, Dire et ne pas dire, pág. 133. Introducción 25 lisis muestra que el desvío sintáctico tiene generalmente su correlato semántico.

Es lo que sucede aquí. Si comparamos dos frases como 1) 2) César fue asesinado... Bruto asesinó..., comprobaremos que la primera es sintácticamente completa, mientras que la segunda no lo es. Son, sin embargo, equivalentes desde el punto de vista de su compleción semántica. La frase se define semánticamente como un enunciado provisto de un sentido completo por sí mismo. Pues bien, en los dos casos, el sentido no es completo, en la medida en que a 1 le falta el sujeto agente y a 2 el objeto. Pero si la lengua exige la presencia del objeto, parece que debe ocurrir lo mismo, a fortiori, con el sujeto. Poniéndola en voz activa, la frase 1 resulta: ...asesinó a César, donde la laguna es evidente. Se podría responder que 1 es la transformación de César fue asesinado por alguien, pero lo mismo ocurre con 2: Bruto asesinó a alguien. Se podría enunciar una regla o principio de compleción que obligara al locutor a proporcionar todas las informaciones per tinentes o, lo que es igual, a responder a todas las preguntas pertinentes que susciten sus palabras: quién, por qué, cómo, etc. 

 Este problema, abordado ya por Aristóteles, es muy complejo, y sólo hablaré aquí de él incidentalmente, a propósito de la novela policiaca, en que la elipsis semántica constituye la figura capital, si no la única. Quedan aún desvíos inmediatamente visibles, pero cuya regla correspondiente no aparece con claridad. Si comparamos estas dos frases: 1. Dos cosmonautas americanos desembarcan en la luna 2. Dos cosmonautas rubios desembarcan en la luna, 26 El lenguaje de la poesía y suponemos que cada una de ellas constituye el titular de un periódico informativo, aparece una diferencia. La primera es normal; la segunda no lo es, o lo es mucho menos. ¿Por qué? Intuitivamente responderíamos que es importante saber la na cionalidad de los cosmonautas, sin que importe, por el contra rio, saber cuál es el color de su cabello. 

Pero ¿cómo definir la «importancia» de una información y con qué criterio valorarla? Sin embargo, en la conversación normal, la pertinencia de este rasgo está garantizada, y así lo prueban expresiones como: «Pero ¿qué importancia tiene eso?» o «No veo qué interés puede tener lo que dices», que sancionan precisamente el grado cero de dicho rasgo. Ahora bien, en poesía, las desviaciones de este tipo son innumerables. Un ejemplo, en el célebre soneto Les Conquérants de Heredia: Ou, penchés a l’avant des Manches caraveíles, lis regardaient monter en un ciel ignoré Du fond de l'océan des étoiles nouvelles *. La mención del color blanco de las carabelas recuerda bas tante la del cabello rubio de los cosmonautas. Y, sin embargo, basta suprimir este adjetivo para debilitar gravemente la poe ticidad del verso que lo contiene, como si su significación poé tica fuera proporcional a su escasa significación informativa. Y lo mismo sucede con estos versos de Apollinaire: Je passais aux bords de la Seine Un livre anden sous le bras Le fleuve est pareil a ma peine II s’écoule et ne tarit pas **. ¿A qué viene aquí este libro y por qué es viejo? Sin embargo, si lo suprimimos... * O, apoyados en la proa de las blancas carabelas, / veían ascender por un cielo ignorado / desde el fondo del océano estrellas nuevas. ** Yo pasaba a orillas del Sena / con un viejo libro bajo el brazo; / el río es semejante a mi pena, / fluye y no se agota. Introducción 27 Y no acaba aquí la cosa. Todas las categorías desviacionales examinadas se refieren a cierto tipo de discurso, caracterizado por una misma fuerza «ilocucionaria» (illocutionary force). Se trata de enunciados «informativos» (constatifs), que sólo tien den a describir un estado de cosas, y se oponen así a los enun ciados «actualizadores» (performatifs), que llevan a cabo el acto que describen, como la orden, la promesa, la petición, etc. Pero estos tipos de enunciado tienen sus propias reglas de uso, llamadas «condición de éxito» (felicity conditions), de las que se deriva toda una serie de desvíos posibles Hay que distinguir, por último, subcódigos dentro del código. La lengua escrita no tiene exactamente las mismas reglas que la lengua oral, lo que explica el carácter desviado del «passé composé» («pretérito perfecto compuesto») en El extranjero de Camus, narración escrita que supone normalmente el empleo del «passé simple» («pretérito perfecto simple»). Y, en esta misma perspectiva, podemos hacer justicia a la noción, intro ducida por Rifaterre, de «norma contextual», es decir, de cierto «pattern» inducido por un texto, con respecto al cual una forma normal puede aparecer como desviada. El autor cita, a este propósito, el siguiente poema de Tardieu: la dame qui passit la main qui se tenda le baiser que je pris * en que el pasado correcto del último verso equivale a un desvío con respecto a la serie de desinencias aberrantes que le pre ceden 21. 20 Searle enuncia, para la promesa, nueve reglas de empleo distintas, Op. cit., págs. 98 sigs. * La dama que pasó / la mano que se tendió / el beso que cogí. Las formas correctas de los dos primeros verbos serían passa y tendit (N. de la T.). 21 

Essais de stylistique structurale, pág. 94. Subrayemos con relación a esto que el desvío, expulsado por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. La introducción del «microcontexto» vuelve a introducir, en efecto, el desvío absoluto, como demuestra el ejemplo de «oscura clari dad», del que se nos dice que «en el microcontexto de un epíteto, el nom 28 El lenguaje de la poesía Hay que concluir. Existen reglas, múltiples y diversas, del lenguaje. Su descubrimiento es el fin de la lingüística. Pero la poética no puede esperar a que la lingüística esté completa, y tiene perfecto derecho a confiar en las intuiciones del analista —si es preciso, confirmadas por jueces— para fijar lo que es tima como formas desviadas con respecto a las normas en cues tión. Es lo que ha intentado hacer la primera parte de este aná lisis. Al mismo tiempo, dicho sea de paso, ha tenido la ventaja de esclarecer problemas que habían permanecido en la oscuri dad hasta ahora. Una teoría es fecunda, aunque sea errónea, cuando establece una problemática ignorada por las teorías anteriores. Tal es, por ejemplo, la proscripción de la rima gramatical en la poesía francesa a partir del siglo xvn. ¿Por qué renuncia el poeta a este vasto y cómodo repertorio de rimas constituido por los sufijos y las desinencias? Del mismo modo, ¿por qué la supresión, generalizada en el texto poético contemporáneo, de la puntuación, conjunto de signos necesario para la estruc turación sintáctica del enunciado? Estos problemas, con toda evidencia, deben plantearse. Se puede considerar, desde luego, que tales hechos provienen de una tendencia a la dificultad misma, ya que el arte no es insensible a los valores buscados por los juegos circenses. Pero, si es así, hay que decirlo. Si no, buscar otra cosa. La poética, que yo sepa, no lo ha hecho nunca, y ha tratado estos problemas por preterición. Lo mismo ocurre en los otros dos niveles. La poética, por supuesto, había reconocido la frecuencia de los desvíos sintác ticos y semánticos en poesía; pero los consideraba como re percusiones de otra cosa, consecuencias contingentes de rasgos distintos. Extensión, en cierto modo, del fenómeno de «licencia poética», que permite al poeta algunas libertades frente al có digo en nombre del supercódigo. Queda por explicar, entonces, bre debe ser semánticamente compatible con este epíteto» (pág. 74). 

Por lo demás, el autor mismo declara que este microcontexto constituye una especie de «macrocontexto mental». Se vuelve, por consiguiente, a la norma absoluta. Introducción 29 por qué la frecuencia de tales desviaciones en la poesía francesa aumenta a lo largo de su historia, según prueba la estadística. La teoría propuesta en E. L. P. tiene la ventaja de reducir el conjunto de estos fenómenos a la unidad, mostrando que el desvío es el primer tiempo de la figura y que la figuralidad cons tituye la poeticidad. Esta teoría no es, ciertamente, la única que obedece al imperativo categórico de todo estudio científico: reducir la multiplicidad a la unidad. La teoría jakobsoniana de las equivalencias hace lo mismo. Sólo falta remitirse al segundo imperativo de la cientificidad, que es la verificación. Ahora bien, la poética no tiene generalmente esta preocupa ción. Los poeticistas suelen proceder mediante ejemplos, mé todo que sólo es válido para construir hipótesis, no para veri ficarlas. En un corpus tan vasto como el de la poesía, aunque fuera la de una sola lengua, siempre es posible encontrar ejem plos de cualquier cosa. Así ha sucedido con los anagramas de Saussure. Existen, desde luego, ejemplos irrebatibles, como el que cita Starobinski22: Je sentís ma gorge serrée par la main terrible de Vhystérie (Baudelaire) [Sentí mi garganta apretada por la terrible mano de la histeria], donde encontramos la palabra hystérie repartida entre las dis tintas sílabas de la frase. Pero éste es un hecho excepcional, no atestiguado en la mayor parte de los textos poéticos, a no ser al precio de contorsiones totalmente arbitrarias. Se le puede hacer el mismo tipo de reproche a la teoría de Jakobson. Las equivalencias no se encuentran en toda clase de poemas, por una parte, y, por otra, pueden encontrarse en la prosa, como lo prueba G. Mounin a propósito de «Nicole, apportez-moi mes pantoufles et me donnez mon bonnet de nuit»23. La teoría del desvío, a su vez, basa su propia verificación en tres tipos de hechos: 1.° La conmutación·, ya utilizada por Aristóteles, y sistema tizada por Bally, se apoya en un procedimiento corriente en la 22 Les Mots sous les mots. 23 La Communication poétique, pág. 23. 30 

 El lenguaje de la poesía lingüística estructural. Aquí, se trata de manifestar la correla ción constante entre la anulación del desvío y la desaparición de la poeticidad. Recuérdese un solo ejemplo, el del verso de Virgilio: Ibant obscuri sola sub nocte, traducido literalmente por: Iban oscuros en la noche solitaria. Pero basta con restablecer la pertinencia y escribir Iban solitarios en la noche oscura para matar su poeticidad. Podrá verificarse en todos los ejem plos practicando la misma operación siempre que sea posible. 2.° Los contraejemplos·, constituyen el único medio —muy utilizado en lingüística— de criticar una teoría: producir ejem plos que la contradigan. La teoría debe probar en este caso, si puede, que esos contraejemplos no lo son y que sólo aparecen como tales porque están insuficientemente analizados. Hallare mos, a lo largo del análisis, numerosos ejemplos de estos pseudo* contraejemplos. Me limitaré, una vez más, a citar uno solo. Dumarsais pretende que no hay figura en el verso «sublime» de Corneille: Que voulez-vous qu'il fit contre trois? - Qu'il mourüt! [¿Qué queríais que hiciera contra tres?- ¡Que muriera!]. Es, sin embargo, fácil probar que mourir no contiene el rasgo semántico de «faire» y que, por consiguiente, sólo un verbo factitivo podría responder a la pregunta. Por ejemplo, Qu’il se fit tuer (Que se hiciera matar), y aquí tenemos otro ejemplo de conmutación en que, con el desvío, desaparece la poeticidad24. Por lo demás, es preciso usar el procedimiento 24 He mostrado en otro lugar que figuras como la gradación o la antítesis, presentadas por T. Todorov en calidad de contraejemplos, en realidad no lo eran. Art. cit., Communications, 16, págs. 11 sigs. Introducción 31 adecuadamente. Fontanier alega, para explicar el efecto, el ca rácter elíptico de Qu’il mourüt con respecto a J’aurais voulu qu'il mourüt. Pero en QuHl se fit tuer tenemos la elipsis, y no el efecto. 3.° La estadística: es el único medio de verificación real mente convincente. Se utilizó en E. L. P. de dos maneras: A) comparación con el lenguaje no poético, siendo éste represen tado por el uso científico de la lengua, que es, por consensus omnium, la muestra más representativa de la no-poesía; B) comparación de la poesía consigo misma a lo largo de su propia historia. Me he valido aquí de un «principio de involución» que ha sido criticado25, pero que no es en modo alguno necesa rio para la demostración. Sigo convencido de que todo arte obedece, a lo largo de su evolución, a necesidades internas que lo impulsan a acusar sus rasgos constitutivos, por una especie de proceso endogenético26. Pero la demostración no se basa en este principio, sino en el hecho probado de una densidad poética mayor en los textos de los poetas simbolistas que en los textos más antiguos. Encontramos todavía en Hugo versos ripiosos como: II faut aller voir la-bas ce qui se passe y hallamos aún algunos incluso en Baudelaire. No se encuen tran ya en Rimbaud ni en Mallarmé. Si, por consiguiente, en virtud de este juicio, que es intuitivo pero general, se consti tuye una escala de poeticidad creciente desde los clásicos a los románticos y luego a los simbolistas, es lícito considerar el aumento estadísticamente significativo de los desvíos en los textos de estos tres grupos como una verificación de dicha hipótesis. 

 Una última objeción al método adoptado se basa en la ex tensión de los fenómenos observados. Los desvíos han sido 25 Cf. G. Genette, «Langage poétique, poétique du langage», Figures, II, pág. 128. 26 Para una clarificación de esta endogénesis en música, véase la obra de H. Barraud: Pour comprendre la musique d'aujourd’hui. 32 El lenguaje de la poesía descritos y contados a partir de fragmentos de la obra. ¿Se tiene derecho a considerar la poeticidad como un valor que no está ligado a la totalidad del texto sino que se distribuye entre sus partes? A esto hay que responder apelando a la experiencia efectiva de la consumación poética. Es un hecho que ciertos versos aislados perviven como tales en nuestra memoria. Y que a veces, incluso, su contexto echa a perder su belleza. Lo que obsesiona a la protagonista de Las tres hermanas de Chejov no es el poema de Pushkin, sino estos dos versos: Cerca de una ensenada se alza una encina verde Una cadena de oro está enrollada al árbol, y estos versos pierden magia en cuanto se les añade su contexto. Un ejemplo más llamativo aún es el célebre verso de Corneille: Cette obscure ciarte qui tombe des étoiles [Esta oscura claridad que cae de las estrellas], incomparable logro poético que queda apagado por su contexto: Enfin avec le flux nous fait voir trente voiles [Por fin, con el flujo, nos muestra treinta velas]. Y podemos recurrir, por último, al testimonio de Breton, quien prefería por encima de todos este verso de Poe, que no es más que un segmento de frase: And now the night was senescent [Y ahora la noche envejecía], traducido por Mallarmé: Et maintenant, comme la nuit vieillissait. Pero es cierto que el texto existe y que la integración de la parte en la totalidad textual plantea un problema. Problema que será tratado en su momento. Introducción 33 Se plantea entonces un problema. En el campo del compor tamiento humano, toda estructura cumple cierta función y toda función sólo se lleva a cabo a partir de cierta estructura. Si el rasgo pertinente de la diferencia poesía/no-poesía es el desvío, queda por averiguar cuál es su función. Son posibles dos res puestas. La primera es negativa. Puesto que el desvío es, como tal, pura negatividad, resulta tentador pensar que constituye por sí mismo su propio fin y que la poesía no tiene más objeto que la desconstrucción del lenguaje, la impugnación de esa función de comunicación que asegura la intersubjetividad. Teo ría que ha sido sostenida y presenta la ventaja de inscribirse en la corriente de crítica radical, que es uno de los aspectos de la modernidad. Sin embargo, es una respuesta positiva la que la presente teoría aporta a la cuestión. En la primera parte de este análisis, se le había reconocido a la poesía como función la transformación cualitativa del sen tido, descrita, según una terminología clásica, como paso de un sentido «conceptual» a un sentido «afectivo». Volveremos a estudiar esta descripción de manera más elaborada. A partir de una oposición fenomenológica de los dos lenguajes como «intensidad» vs «neutralidad», se distinguirán dos tipos de sen tido llamados «noético» y «patético», ambos presentes, de ma nera virtual, en las expresiones de la lengua, a partir de los dos componentes de la experiencia en que se origina el sentido. Queda entonces por asegurar el paso de la estructura a la función, del desvío a lo patético. 

Y, para hacerlo, es preciso construir un modelo teórico del funcionamiento del lenguaje, modelo que permitirá al análisis pasar de la descripción a la explicación y constituirse así en auténtica teoría del fenómeno poético. A esta tarea están consagradas las páginas que siguen. Para asegurar mejor su inteligibilidad, creo útil indicar aquí sus articulaciones esenciales. Los dos tipos —o polos— del lenguaje se caracterizan a partir de dos lógicas antitéticas. La no-poesía depende de una lógica de la diferencia, en la que cada unidad se basa en su relación con lo que ella no es, según la fórmula del principio de contradicción: A no es no-A. La poesía, por el contrario, se 34 

 El lenguaje de la poesía rige por una lógica de la identidad, en la que la unidad se basa en sí misma y por sí misma, según la fórmula del principio de identidad: A es A. La lógica de la diferencia es la que inspira al estructuralismo saussuriano, según el cual una unidad semio- lógica sólo funciona por oposición a otra unidad. La presente teoría propone limitar este principio y definir el lenguaje poé tico por la abolición de la estructura opositiva. El modelo comporta dos paneles correlativos pero distintos, relativos a los dos ejes del lenguaje: I) Paradigmático·, constituido también él por dos hipótesis: 1.1.) lingüística: compuesta a su vez por dos procesos inver sos y complementarios, que pueden enunciarse como dos prin cipios: 1.1.a) denegación: el principio de oposición saussuriano sólo funciona en el nivel de lo virtual {in absentia). Su actualiza ción (in praesentia) queda asegurada por la estructura de la frase gramatical —sujeto nominal + predicado verbal—, que restringe la predicación a una parte del universo del discurso y reserva así su sitio al predicado opuesto. 1.1.b) de totalización: la estrategia desviacional tiene como efecto, al bloquear la aplicación del principio anterior, descons truir la estructura opositiva y extender, por consiguiente, la predicación a la totalidad del universo del discurso. La negati- vidad de la desviación poética aparece, pues, paradójicamente, como el medio de asegurar al lenguaje su total positividad se mántica, por un proceso de negación de esta negación inherente a la no-poesía. 1.2) psico-lingüística: esta segunda hipótesis asegura el en lace entre la estructura (totalización) y la función (patetización). Constituye la «neutralidad» prosaica como la resultante de un proceso de neutralización del sentido patético original, por la acción antagonista de su opuesto. Por consiguiente, la intensidad patética de la poesía aparece como el resultado de un proceso inverso de desneutralización, a partir de la anulación de la es tructura opositiva. Introducción 35 Hay que señalar aquí que estas dos hipótesis son indepen dientes27. 

La verdad o la falsedad de la primera no implica la de la segunda. Pero forman juntas, al menos eso espero, un modelo coherente. II) Sintagmático: el discurso poético depende de un prin cipio de coherencia interna o conveniencia del predicado al sujeto. Esta coherencia queda asegurada, en los niveles frás- tico y transfrástico, por la concordancia o «correspondencia» patética de los términos que asocia el discurso. El texto poético puede ser considerado, en este sentido, como una tautología patética, por la que se constituye como lenguaje absoluto. Es cierto, sin embargo, que el lenguaje poético no crea su propia poeticidad, sino que la toma del mundo que describe. Se introduce aquí un segundo postulado preteórico: hablar es comunicar la experiencia. (Tomo esta fórmula de André Mar tinet: «La función fundamental del lenguaje humano es permi tir a cada hombre comunicar a sus semejantes su experiencia personal». La Linguistique synchroriique, pág. 9). Sin duda sabe mos, desde Austin, que el lenguaje es también algo más. Hablar es hacer28.

 Pero la definición del lenguaje como transmisión de la experiencia se aplica sólo a su función descriptiva, que es, como veremos, la función esencial de la poesía. La poesía puede ser, claro está, exhortativa o imprecativa, pero sólo en cuanto descriptiva se opone a la no-poesía. Y, si hay dos tipos de len guaje, es que hay dos tipos de experiencia que cada uno de ellos describe adecuadamente. Por consiguiente, un medio de probar la validez del modelo propuesto es intentar aplicarlo a la experiencia no lingüística misma y pasar del texto al mundo. Tentativa que será abordada al fin del análisis, como un simple esbozo que espero continuar ulteriormente en forma de una poética del mundo y de la existencia en el mundo. 

 Para concluir, esta es la ocasión de denunciar el error en que se ha hundido la poética actual. Definir la literariedad a 27 Por esto el orden lineal de la exposición no es imperioso. Su lectura podría comenzar por el capítulo III, y luego volver al capítulo I. 28 Según la traducción francesa del título de la obra de Austin: How to do things with words, 1962. 36 El lenguaje de la poesía partir de la opacidad o intransitividad del lenguaje es negar el ser mismo del lenguaje. Este es signo, y el signo sólo es tal en cuanto que está desligado de sí mismo, y en él se rompen, se separan para constituirlo como tal sus dos caras; y en cuanto que el significante remite al significado como a un más allá de sí mismo, diferente de sí mismo. Este es el sentido profundo de lo arbitrario saussuriano, en que el signo se anuncia a la vez, paradójicamente, como unidad y dualidad. Unidad, ya que no hay significado sin significante, y también dualidad, puesto que el significado implica un significante, pero no tal significante. Desligamiento y diferencia que fundamentan la posibilidad de un mecanismo de paráfrasis en que el signo lingüístico halla su especificidad: poder de significar su propio sentido y, por con siguiente, de ser al mismo tiempo signo y metasigno. Esto hace de la paráfrasis el criterio del sentido. De donde surge una nueva paradoja. Pues la poesía es a la vez inteligible e intradu cibie. A esta paradoja deberá enfrentarse toda poética, y en su poder de superar tal aporía comprobará su propia validez. 

 Esto sólo puede hacerlo buscando el sentido del sentido a partir de una problemática de la experiencia misma donde se origina y arraiga la poeticidad. Es decir que la teoría que aquí proponemos se sitúa en la antigua tradición de la mimesis. La poesía, como la ciencia, describe el mundo. Es ciencia de su propio mundo —el mundo antropológico—, descrito por ella en su propia lengua. Mallarmé lo dice: «...las cosas existen, no tenemos que crearlas; sólo tenemos que captar sus relaciones; y son los hilos de estas relaciones los que forman los versos y los orquestan»29. Una vez más, poesis ut pictura. 29 «Réponse á des enquétes», Oeuvres completes, Pléiade, pág. 871.

miércoles, 16 de julio de 2025

CARLOS BOUSOÑO EL IRRACIONALISMO POÉTICO FRAGMENTO

 


Carlos Bousoño y el irracionalismo poético

Carlos Bousoño no escribió un tratado: escribió una cartografía del temblor. El irracionalismo poético (El símbolo) no es sólo una obra crítica, sino una tentativa de desentrañar el misterio que ocurre cuando el lenguaje deja de obedecer a la lógica y se convierte en emoción preconsciente.

¿Qué propone Bousoño?

  • Que el símbolo poético no necesita ser entendido para conmover.
  • Que la imagen poética opera en el lector como un eco oscuro, no como una fórmula racional.
  • Que la poesía moderna, desde Baudelaire hasta los surrealistas, ha abandonado la claridad para abrazar la ambigüedad fértil.

  • DR. ENRICO PUGLIATTI


Capítulo I 

 CONSIDERACIONES INICIALES SIMBOLISMO COMO USO DE CIERTO PROCEDIMIENTO RETÓRICO (EL SÍMBOLO) 

Y SIMBOLISMO COMO NOM BRE DE UNA ESCUELA LITERARIA FINISECULAR

 El presente libro se propone hablar de una de las técnicas más originales y propias de la poesía contemporánea, a partir de Baudelaire: la técnica simbolizadora, de naturaleza irra cional. Debo aclarar, de entrada, que una cosa es este simbo lismo o irracionalismo técnico, que consiste exclusivamente en la utilización de símbolos dentro de la expresión poemática, y otra cosa muy diferente el simbolismo de la escuela simbo lista francesa, que aunque pueda utilizar, claro está, símbolos, en el exacto sentido de «procedimiento retórico» que esta pala bra tiene en nuestra terminología (de ahí el nombre del movi miento en cuestión), no consiste en tal uso: abarca también otros elementos que se hallan en una relación estructural (y eso es lo decisivo) con el mencionado 

l. Como se sabe, el sim 1 Mi tesis acerca del carácter estructural de las épocas literarias y la relación de estas con las obras concretas de los autores individuales puede verse en varios trabajos míos, que paso a enumerar: Teoría de la expresión poética, 6.a edición, Madrid, ed. Gredos, 1977; La poesía de Vicente Aleixandre, 3.a edición (2.a de Gredos), Madrid, 1968; «El impre sionismo poético de Juan Ramón Jiménez (una estructura cosmovisio- naria)», Cuadernos Hispanoamericanos, oct.-dic. 1973, núms. 280-282; 8 El irracionalismo poético bolismo francés, la escuela simbolista en lengua francesa de fines del siglo xix y comienzos del xx (exactamente la escuela formada por la generación llamada de 1885 2) es una tendencia «Prólogo» a las Obras Completas de Vicente Aleixandre, Madrid, ed. Aguilar, 1968; «Prólogo» al libro Poesía. Ensayo de una despedida, de Francisco Brines, Barcelona, Plaza y Janés, 1974; y, en fin, «Prólogo» a la Antología Poética de Carlos Bousoño, Barcelona, Plaza y Janés, 1976. No es cosa de repetir aquí lo dicho en esas obras. Sólo recordaré, aun que sucintamente, dos cosas: 1.°, el fundamento que me guió en la expo sición doctrinal y

 2.°, cuál sea la más importante innovación, a mi jui cio, de ésta. El fundamento de que hablo consiste en mostrar que toda época artística se manifiesta como una determinada organización de sus características, a partir de un elemento central que las ha producido, como meras consecuencias psicológicas suyas en el ánimo del autor. Esto, aunque referido no a las épocas, sino a las obras individuales, estaba, en alguna medida, dicho ya por Bergson, para la filosofía, y por Ortega, y luego por Pedro Salinas, para la literatura. Lo nuevo, a mi entender, es esto otro. Tal elemento central, germen, foco o motor de cada época es siempre, en todo instante histórico, el mismo en cuanto a lo genérico, un cierto impulso individualista (individualismo: confian za que tengo en mí mismo en cuanto hombre). La diferencia entre unas épocas y otras viene entonces dada, exclusivamente, por el diferente grado con que ese individualismo se ofrece, grado que, a su vez, tiene origen social, y eso es lo que confiere a aquél la indispensable objeti vidad y lo hace vinculante para todos los hombres que viven un deter minado tiempo histórico.

 (Véase la nota 22 a la pág. 87 del presente libro y sobre todo el cap. XIV de éste y su nota final.) El sistema cosmovisioftario de cada época permanece cualitativa mente inmóvil y sólo sufre desarrollos cuantitativos mientras el indivi dualismo se halle situado entre dos puntos de una escala, esto es, mien tras pase, en su graduación, de un cierto nivel y no llegue a otro que hace de punto crítico, pues, cuando esto último sucede, sobreviene una reestructuración, y lo que aparece es una época nueva, con una diversa colocación de sus elementos en una trama. No son, pues, tales elementos los que constituyen la época, sino su disposición en un sistema o estruc tura.

 El romanticismo, por ejemplo (o el simbolismo) no consiste, por consiguiente, en la suma de sus características, sino en el sistema de relaciones que entre sí esas características establecen. Y es que, una vez nacida del modo dicho, cada característica influye estructuralmente sobre el sentido de todas las otras. 2 La constituirían ciertos poetas nacidos, digamos, entre 1855 y 1870. Si no distinguimos entre decadentes, simbolistas propiamente dichos y «escuela romana», la lista, como es bien sabido, sería, más o menos, Consideraciones iniciales 9 literaria (y no sólo literaria) afín al modernismo, aunque de ninguna manera coincidente con él. Creo que difícilmente po dríamos hallar vocablos más confusos y equívocos, de entre los de la terminología crítica, que estos de «modernismo» y «simbolismo». La razón de tal equivocidad yace, a mi juicio, en el carácter escasamente científico con que se ha abordado hasta ahora el estudio de las épocas literarias. Sólo una con sideración estructural podría orillar, acaso con éxito, esas dificultades3. Lo que me importa de momento decir es que ésta: Verhaeren, Rodenbach, Laforgue, Khan, Moréas, Ghil, Samain, Stuart Merril, Vielé-Griffin, Regnier, Saint-Pol-Roux, Lerberghe, Raynaud, du Plessys y Maurras. 3 De un mismo grado de individualismo pueden surgir muy diversas opciones, que se darán o no, según la psicología (profunda y no pro funda), la biografía (consciente e inconsciente), la clase social, etc., de cada artista, y según la capacidad de éste para superar o no tales con dicionantes; e incluso según la «forma» social de la época como tal, e incluso la del país o región específicos. Las estructuras cosmovisionarias son, pues, resultado de un sistema de posibilidades, no de forzosida- des. Lo único forzoso en cada época es el grado de individualismo que en ella objetivamente se vive, pues tal grado es fruto, tal como indiqué en nota a la página anterior, del acondicionamiento social, que objeti- viza, efectivamente, en la sociedad, una cierta idea de las posibilidades humanas como tales. 

Del grado individualista de que se trate (llamé moslo A) brotará, pongo por caso, la característica B, que, a su vez, dará origen a otra C, y ésta a otra D, y así sucesivamente. Pero en vez de esta rama A-B-C-D podría darse otra A-B’-C'-D’, o, frecuentemente, las dos de modo simultáneo, o incluso muchas más (aquí no hay límite alguno). Por su parte, cada término B, C, D (o B', C' o D') puede pro- liferar en todas direcciones. Así, por ejemplo, B en lugar de producir sólo un miembro C podría engendrar varios: C1( C2, C3, etc. Y lo propio les acontecerá a los miembros C, D, etc., que se desarrollarían, en nues tro supuesto, en las series, digamos, Cj, C2, C3 y Dj, D2, D3, etc. Ahora bien: tanto el modernismo como el simbolismo consisten en una «rece ta» ideal en que entran varias de estas posibilidades en una determinada dosis. Pero como cada persona particular, cada poeta, por ejemplo, contraría o puede contrariar esa dosis en algún punto o en alguna proporción (pues, como digo, tal dosis sólo existe en el sistema como una posibilidad, y no como algo obligatorio), las mencionadas variacio nes habrán de sumir en confusión al crítico que suponga al modernismo o al simbolismo un carácter de entidad absoluta. El simbolismo o el modernismo, etc., son sólo posibilidades, o, si se prefiere, probabili 10 El ir racionalismo poético la utilización de símbolos como procedimiento técnico de la expresión poemática es algo que excede amplísimamente, y por sitios diversos, a la llamada escuela simbolista. Por lo pronto, el uso de símbolos es anterior a esta última.

 Aparte de San Juan de la Cruz, que los utilizó de modo generoso y siste mático 4, los símbolos se dan, aunque esporádicamente, en algunos románticos5, y luego en Baudelaire6, Verlaine7, Rim baud, Mallarmé, etc. Pero si en vez de mirar hacia atrás, nuestra mirada se desplaza hacia adelante, aún es más evidente el des bordamiento de que hablamos, ya que la frecuencia y la com plejidad de la simbolización en poesía no hizo sino crecer después del cese de la escuela simbolista. Son muchísimo más simbolizadores, y de manera bastante más complicada y clades de una época dada, precisamente la finisecular, época que admitía también otras soluciones individuales, más o menos afines (y acaso poco o nada afines) al modelo ideal. Lo que de veras hay en cada pe ríodo es un grado de individualismo y la suma (innumerable) de sus posibles consecuencias, una de las cuales, para el período indicado, sería ese dechado de conducta estética que denominamos, repito, simbolis mo o modernismo. En la época fin de siglo había, a mi juicio, entre otras, estas tres probabilidades más evidentes: 1.°, la rama irracionalista (uso de símbolos, etc.); 2.°, la rama esteticista (que pone el arte, la belleza, en cuanto impresión artística, por encima de la vida); y 3.°, la rama impresionista (remito a mi artículo antes citado sobre el impresionis mo de Juan Ramón). Según la frecuencia y la intensidad con que se recayese en estas tres ramas de posibilidades, o prácticamente se rehu yese y anulase alguna de ellas, se era modernista y no simbolista, o al revés, o bien impresionista, ctc. (Por supuesto, el tema, para su ade cuada inteligibilidad, requeriría desarrollos que la economía de este libro me impide.) 4 Véase Jean Baruzi: Saint Jean de la Croix et le probléme de l’expé- rience mystique, 2.a ed., París, 1931, pág. 223; véase también Dámaso Alonso: La poesía de San Juan de la Cruz, Consejo Superior de Investi gaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942, pági nas 215-217. Véase asimismo mi libro Teoría de la expresión poética, 5.a ed., Madrid, ed. Gredos, 1970, t. I, capítulo XI, titulado «San Juan de la Cruz, poeta contemporáneo», págs. 280-302. 5 Véanse las págs. 106, 113, 134, 135 y 141 (notas). 6 Véanse las págs. 73 (y nota 11), 85-86, 101, 106 y 114 de este libro. 7 Véanse las págs. 74-75, 76, 102, 107, 108 y 136. Consideraciones iniciales 11 ardua, por ejemplo, los superrealistas que los simbolistas finiseculares 8. No vale tampoco hablar de «epigonismo»9: los miembros de la generación del 27 en España, o, digamos, Neruda en Chile, o el Eliot de Four Quartets o de Waste Land, o el Rilke de las Elegías del Duino, o, por supuesto, Breton, Aragon o Éluard, de ninguna manera deben considerarse como epígonos del sim bolismo finisecular, aunque utilicen, o puedan utilizar los símbolos en cantidades abrumadoramente mayores y, sobre todo, en formas mucho más arborescentes, «difíciles» y espec taculares que en esta última tendencia. 

Hablar de epigonismo para casos como los indicados, por razón del uso de símbolos me parece tan erróneo como llamar «renacentista» a Dante o bien a Espronceda, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Cernuda, Cuillén, etc., por la mera razón de que to dos ellos coincidan en el empleo de endecasílabos. Lo mismo que el Renacimiento se manifiesta como una estructura, dentro (y no fuera) de la cual el endecasílabo es sólo un ingrediente, el símbolo surge como uno, y sólo uno, de los muchos elementos que, en relación estructural, constituyen la llamada «escuela simbolista». Sacados de la estructura en la que constan, ni el endecasílabo es «renacentista» ni el símbolo (procedimiento retórico) es «simbolista» (escuela literaria)10. 8 Ese será uno de los puntos que trataré extensamente en mi libro de inmediata publicación Superrealismo poético y simbolización. 9 Tal como hace J. M. Aguirre en su libro Antonio Machado, poeta simbolista, Madrid, Taurus Ediciones, 1973, en las págs. 55 («otro de los epígonos del simbolismo, Jorge Guillén»), 64 («Gerardo Diego... un epí gono del simbolismo»), etc. 1° Ya hemos dicho que las características, por sí mismas, no tienen nada que ver con época alguna, pues una época es sólo una estructura. Es la relación de la característica con la estructura, o, enunciado de forma algo distinta, es la incorporación de la característica a la estructura lo que hace a aquella renacentista, simbolista, etc. Repito lo afirmado en el texto: el endecasílabo o el soneto de Dante no son, en absoluto, renacentistas; como tampoco lo son, y por los mismos motivos, el en decasílabo o el soneto de Lorca o de Guillén. Apliqúese idéntico crite rio a la consideración del símbolo. Lo mismo que el endecasílabo se dio 12 El ir racionalismo poético BIBLIOGRAFÍA SOBRE EL SÍMBOLO La bibliografía sobre el simbolismo-escuela resulta ya con siderable n; pero el análisis que desde esa perspectiva se ha hecho de lo que sea el «símbolo-procedimiento retórico» deja al lector bastante insatisfecho, por la pobreza, extemidad, simplicidad y vaguedad de sus conclusiones. Algo, en cierto modo, parecido ocurre, si de aquí pasamos a la bibliografía que del lado de la Lingüística se nos ofrece: encontramos en ella más precisión, pero en una dirección que, contemplada des de nuestros intereses, se nos antoja no menos externa que la otra. 

El problema se ve también, en efecto, desde fuera: se habla con bastante exactitud de las diferencias y semejanzas que unen y separan a los signos-símbolos de los otros signos: los alegóricos, los emblemáticos y los puramente indicativos. Pero nada hay que se refiera a lo que sean en sí mismo y desde dentro los símbolos; es decir, a lo que nosotros vamos a denominar «proceso preconsciente» que los origina; en con secuencia a cómo se producen y por qué tales recursos en la mente del autor y del lector; ni a cuál sea la razón de sus misteriosas propiedades. Alguna vez, incluso, confunden los lin güistas simbolismo y connotación12. tanto antes como después del Renacimiento, el símbolo se dio tanto antes (San Juan de la Cruz, ciertos poetas románticos, y luego Baudelai re, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé) como después de la escuela simbolista. Buenos ejemplos de ello los tendríamos en nombres como los de Va léry, Guillén, Aragon, Éluard, Lorca, Cernuda, Aleixandre, etc., etc. Hoy mismo han vuelto a utilizar con frecuencia la simbolización numerosos poetas; pero ni aun en la época realista de la posguerra, tan denodada mente antisimbolizadora, cayó en completo desuso la técnica que nos ocupa. 11 Véase la bibliografía que recojo en las páginas finales de este libro. 12 Los lingüistas, como es natural, se han ocupado mucho más, al entrar más de lleno en su principal competencia, de las connotaciones que de los símbolos. Ahora bien: al estudiar las connotaciones se desli zan a veces hacia la consideración del símbolo sin percatarse de que el símbolo es otra cosa muy distinta, pariente de la connotación (y Consideraciones iniciales 13 El Psicoanálisis y la Etnología, y aun la Historia de ciertos períodos, por ejemplo, la Edad Media 13 han mostrado, por su parte, en nuestro siglo, la importancia extrema de la simboli zación como tendencia general humana; se han estudiado (y más aún a partir de 1964) las tendencias simbolizantes de la mente primitiva y sus relaciones con las costumbres tribales, con los mitos, etc. Pero todo esto, y, como digo, los trabajos, tan distintos, de los psicoanalistas (Freud, Jung, etc.), aunque, desde otro punto de vista, sean, por supuesto, de gran valor y profundidad (y hasta genialidad en algún caso), no han aña dido tampoco gran cosa al conocimiento que a nosotros nos importa más. Aquello en que consista el símbolo como tal símbolo en su última y decisiva almendra ha seguido ofre ciéndose, de hecho, como asunto intocado. 

 De todos estos trabajos (bastantes de sumo interés) proce dentes de tan distintas disciplinas, saca el estudioso una idea, supongamos que suficiente, de los efectos que produce el sím bolo en el ánimo de su receptor (lector o espectador) y hasta el conocimiento de algunos (y sólo algunos) de sus numero sos atributos. Pero nada o muy poco se aprende, insisto, sobre lo que resultaría más sustancial y provechoso para nosotros, a saber: la causa de tales atributos y efectos. Se habla, por ejemplo, de que el símbolo es «la cifra de un misterio» 14; de de ahí la confusión) pero diferente de ella en puntos esencialísimos. Esta confusión se halla en forma implícita en todos aquellos lingüistas que extienden el concepto de connotación hasta abarcar a cuantas aso ciaciones, del orden que sea, ostente la palabra. Así, por ejemplo, A. Martinet («Connotation, poésie et culture», en To honor R. Jacobson, vol. II, Mouton, 1967). Entre nosotros, el reciente libro de J. A. Mar tínez (Propiedades del lenguaje poético, Universidad de Oviedo, 1975) incurre en idéntica confusión de una manera especialmente explícita (págs. 172, 189 y 450, entre otras). Véase más adelante, el cap. IX del presente libro, donde trato el tema en forma extensa. 13 J. Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, ed. Revista de Occidente, 1961, págs. 277-293. m p. Godet, «Sujet et symbole dans les arts plastiques», en Signe et symbole, pág. 128. Aluden a esta cualidad de los símbolos numerosos críticos. P. ej., Jean-Baptiste Landriot, Le symbolisme, 3.a ed., 1970, pá· 14 El ir racionalismo poético su tendencia a la repetición 15; de su naturaleza proliferante 16, emotiva 17, no comparativa sino identificativa 18, de su capacidad para expresar de modo sugerente19 estados de alma comple gina 227; J. M. Aguirre, op. cit., págs. 40, 86, 92, etc.; Ernest Raynaud, La. Mélée symboliste (1890-1900), París, 1920, pág. 92; Charles Múrice, «Notations», Vers et Prose, t. VII, septiembre-noviembre, 1906, pági na 81, etc. Entre nosotros, Machado (poema LXI: «el alma del poeta / se orienta hacia el misterio»), Rubén Darío (habla de Machado: «misterioso y silencioso — iba una y otra vez»), etc. 15 Svend Johansen, Le symbolisme. Étude sur le style des symbolistes frangais, Copenhague, 1945, pág. 219; Anna Balakian, El movimiento sim bolista, Madrid, ed. Guadarrama, 1969, pág. 134.

 Precisamente, la repe tición hace perder a los símbolos su cualidad de misterio y opacidad, como ya indicó Amiel en Fragments d’un journal intime, 27-XII-1880 («cuando los símbolos devienen transparentes ya no vinculan: se ve en ellos ... una alegoría y se deja de creer en ellos»). La conversión del símbolo en alegoría a fuerza de repeticiones explica la división que hace Maeterlinck de los símbolos en dos categorías: símbolos «a priori» (deliberados) y símbolos «más bien inconscientes» (en Jules Huret, Enquéte sur l’évolution littéraire, 1891, págs. 124-125). Véase también T. de Visan, Paysages introspectifs. Avec un essai sur le symbolisme, París, 1904, págs. L-LII. 16 Jean Baruzi, op. cit., pág. 223; Dámaso Alonso, op. cit., págs. 215 217; Johansen, op. cit., pág. 131; Maeterlinck (en el libro antes mencio nado de Jules Huret, Enquéte..., pág. 127); Verhaeren (en Guy Michaud, La doctrine symboliste. Documents, París, 1947, pág. 89). 17 A. Thibaudet: «Remarques sur le Symbole», Nouvelle Revue Fran- gaise, 1912, pág. 896; H. de Régnier, Poetes d’aujourd'hui, 1900. Citado por Guy Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76. 18 T. de Visan, Paysages..., ed. cit., pág. LII; Marcel Raymond, De Baudelaire al surrealismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pág. 43; Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Notas de un curso, Mé xico, 1962, pág. 174. 19 Es frecuente que los críticos hablen de sugerencia refiriéndose al símbolo, pero sin precisar nunca qué clase de sugerencia es la suya. En mi Teoría de la expresión poética, ed. cit., t. II, págs. 320-337, he intentado establecer el carácter irracional de la sugerencia simbólica, a diferencia de otro tipo de sugerencia (precisamente la más frecuente en poesía) que tiene carácter lógico, en cuanto que lo sugerido aparece como tal en la conciencia, y no sólo en la emoción, característica esta última de la sugerencia irracional de los símbolos. No se hace esta dis tinción (que considero indispensable) entre lo irracional y lo lógico de Consideraciones iniciales 15 j o s20 o una multiplicidad semántica21, etc.; o, como ya dije, la diferencia con la alegoría22, o con los signos indicativos de la lengua23. 

Nosotros aludiremos también, por supuesto, a las propiedades de los símbolos; pero sólo en cuanto consecuen cias de la índole misma de estos, la cual es, precisamente, en mi criterio, su irracionalismo (dando a tal expresión un deter minado sentido, que pronto hemos de ver). De este enfoque la sugerencia en la bibliografía sobre el símbolo. Se habla ele sugeren cia, y nada más. Así, Mallarmé en un texto muy conocido (Huret, op. cit., pág. óO); Régnier, Poetes d’aujourd’hui, 1900 Citado por Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76; Charles Morice, en Huret, op. cit., pág. 85; Visan, op. cit., pág. XLIX. . Y sin embargo, la relación entre el símbolo y lo inconsciente ha sido manifestada por varios autores (por ejemplo, Philip Wheelwright, Meta phor and Reality, Indiana University Press, 6.a ed., 1975, pág. 94; dice en esa página que el símbolo «se nutre de una multiplicidad de asocia ciones relacionadas la mayor parte de las veces de manera subconscien te y sutil»); esa relación con el inconsciente aparece más manifiesta y estudiada en los psicoanalistas, a partir de Freud. Jung llega a la espe cificación (a la que me incorporo) de «preconsciente» (C. C. Jung, «Introduction» a Victor White, O. P., God and the unconscious, 1952, Collected Works, vol. II, Londres, 1958, pág. 306). Otros autores son mucho más imprecisos. Hemos visto a Maeterlinck decir que los verda deros símbolos son «más bien inconscientes», involuntarios (Huret, op. cit., pág. 124-125). Algo semejante en Visan, op. cit., págs. L-LIII. 

Durand habla de que «el inconsciente es el órgano de la estructuración simbó lica» (Gilbert Durand: L’Imagination symbolique, París, Presses Uni versitaires de France, 1976, pág. 56). La posible concienciación de los sím bolos era también cosa conocida (Amiel, op. cit., 27-XII-1880). Pero de estas consideraciones generales no se pasaba nunca hacia mayores pre cisiones. 20 22 Edmund Wilson, Axel's Castle, Nueva York, 1936, págs. 21-22; Marcel Raymond, op. cit., pág. 41; Georges Pellisier, «L’évolution de la poésie dans le dernier quart de siécle», Revue de revues, 15-111-1901; Mallarmé (en Huret, op. cit., pág. 60). 21 Barbara Seward, The symbolic rose, New York, 1960, pág. 3. Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19; Albert Mockel, Propos de littérature, 1894 (en Michaud, op. cit., pág. 52); Fr. Creuzer, Symbolik und Mythologie der alten Volker, I, pág. 70; P. Godet, op. cit., pág. 125; Olivier Beigbeder, La symbolique, París, Presses Universitaires de Fran ce, 1975, pág. 5; J. Huizinga, op. cit., pág. 281. 23 Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19. 16 El ir racionalismo poético diferente, nuevo en lo esencial, nacerán todas las demás dis crepancias entre el presente libro y cuantos le han precedido en el estudio del tema. Creo, por eso, poder decir que la obra que ahora emprendemos intenta explorar la naturaleza del símbolo literario en una dirección prácticamente desconocida que espero habrá de rendirnos un conocimiento más exacto y complejo de nuestra específica cuestión, conocimiento que, además, tal vez, de rechazo y mutatis mutandis, pueda ser generalizado con provecho hacia las otras disciplinas intere sadas hoy en el simbolismo.

 LAS FRONTERAS DE NUESTRO ESTUDIO Un último punto debo tocar aún brevemente antes de dar por terminado este primer capítulo. Me refiero a los límites estrictos que nos impondremos en la consideración del objeto de nuestro estudio. Lo que me propongo investigar es el irra- cionalismo o simbolismo poético contemporáneo, pero sólo en una como vista panorámica general, sin entrar para nada, en principio, ni en problemas de historia, ni en las diferencias específicas que evidentemente existen entre las varias ma neras de producirse ese simbolismo o irracionalismo en las sucesivas etapas que, en el desarrollo de tal recurso a lo largo del tiempo, pueden fijarse, y que son, en nuestra cuenta (de jando aparte su último rebrote en la actualidad), tres: 1.°, el simbolismo de los simbolistas de la escuela francesa así llama da y sus allegados de otros países (en España, A. Machado, por ejemplo, o el primer Juan Ramón Jiménez); 2.°, el simbo lismo de los poetas aún no vanguardistas, pero posteriores a los considerados en el punto precedente (así, el Lorca de las Canciones y del Romancero Gitano, o el Juan Ramón de algu nas de las «Canciones de la nueva luz»); y 3.°, el simbolismo de los superrealistas. Este enfoque especificador de discrepan cias constitucionales, entre los diversos irracionalismos que se han venido sucediendo, merecía, en mi criterio, un libro apar te, que tengo ya escrito y pronto aparecerá con el título de Consideraciones iniciales 17 Superrealismo poético y simbolización. Y es extraño: al reali zar la equiparación entre las distintas formas de la irraciona lidad poemática resulta que, según he creído comprobar, se arranca tal vez al símbolo en su aspecto general un inesperado último secreto más significativo y recóndito, que, curiosamente, sólo podía reconocerse desde ese enfoque comparativo. Pero antes de llegar a ese punto final era preciso deslindar, minu ciosamente, otros importantes extremos, que van a constituir, justamente, la materia de nuestras actuales reflexiones.

 Como acerca del símbolo había hablado yo ya en mi Teoría de la expresión poéticaM, y antes en mi libro sobre Aleixan d re25, y aún en El comentario de textos26, no. sorprenderá al lector que en algunas de las presentes páginas me haya visto precisado a repetir conceptos establecidos por mí mismo en tales obras, aunque por supuesto, he procurado que tales rei teraciones se limiten a lo ineludible. Para ampliar los puntos ya tratados por mí antes y ahora sólo esquematizados, el lec tor deberá, en consecuencia, ir, si así lo desea, a las mencio nadas publicaciones. 24 Desde su primera edición en Gredos (1952) hasta la 6.a (Credos, 1977), que casi cuadriplica su tamaño inicial y donde trato el tema, por tanto, con bastante más extensión. 25 Primera edición, Madrid, ed. Insula, 1950; 2.a ed. de Gredos, Ma drid, 1968. 26 El comentario de textos, de varios autores, Madrid, Editorial Cas talia, 1973, págs. 305-338. El capítulo firmado por mí al que aludo se titula «En torno a 'Malestar y noche' de García Lorca» (págs. 305- 338).

miércoles, 23 de abril de 2025

HEINRICH LAUSBERG MANUAL DE RETORICA LITERARIA FUNDAMENTOS DE UNA CIENCIA DE LA LITERATURA VERSIÓN ESPA'IQOLA DE JOSJ! PJ!REZ RIESCO

 



PRÓLOGO

 L' ancienne rhétorique regardait comme des orne me nis et des artifices ces figures et ces relations que les raf!i nements successifs de la poésie ont fait en/in co1111a1trc comme l'essentiel de son obiet; et que les progres de l'analyse trouveront un iour comme effets de propriétés profondes, ou de ce qu'on pourrait nommer: "sensibilitt5 formelle". P. Valéry, Tel quel I, Paris 1941, p. 150. 

 El presente Manual de retórica se propone un fin pedagó• gico: pretende allanar al principiante el camino (viam rationem que: v. más abajo § 3) para un estudio inteligente y razonado, f enomenológica e históricamente, de la ciencia de la literatura ; y, además de esto, quiere servir de auxiliar y orientación al filó logo que se ocupa en la práctica de la interpretación de textos. Esta finalidad trae aparejada la necesidad de la limitación. Primeramente, era imposible ofrecer una historia de la retórica en la Antigüedad, en la Edad Media y en la Edad Moderna; una historia así debería abarcar no sólo los sistemas de ense ñanza, sino también los fenómenos de detalle (así, por ejemplo, el "zeugma"; v. §§ 692-708) en la teoría y en la práctica. 

Ahora bien, ello únicamente sería factible a lo largo de una exposición de muchos tornos. Por otro lado, el limitar cronológicamente la exposición a un período de la Edad Media o de la Edad Moderna haría problemática su utilización general incluso para la Edad Media y para la Edad Moderna. Por ello se ha intentado una 10 Retórica literaria exposición de la retórica antigua proyectada hacia la Edad Media y la Edad Moderna. La amplitud de los fenómenos de la Anti güedad permite una inserción radical de fenómenos de detalle incluso postantiguos, con los que el intérprete de la literatura medieval y moderna habrá de tropezar. En todo caso, el intér prete que elige la Antigüedad como base de partida se siente en terreno más seguro. Mostrar ese terreno constituye la finalidad de esta exposición. La historia interna de la antigua retórica será estudiada por Vinzenz Buchheit en su "Historische Einführung in die antike Rhetorik" (que publica la ed. Max Hueber, de München). 

 La presente exposición no se presenta tampoco con la prcten- • sión de abarcar en forma exhaustiva ni siquiera todos los fenó menos y toda la terminología de la antigua retórica: la limitación material del espacio disponible me obligaba ya, sin más, a limi tarme a lo ejemplar. Por otro lado, habida cuenta de la impor tancia literaria de la retórica, se imponía la necesidad de rebasar el marco de la retórica para tocar, siquiera fuera en forma de esbozo, los vecinos campos de la gramática y poética.

 Se halla en preparación un "Handbuch der Iiterarischen Dialektik" dedi cado concretamente a este tema. El valor del presente ensayo, nacido de una práctica activa de la enseñanza de la literatura en Münster a lo largo de diez años, quiere ser contrastado con la práctica, sobre todo, la práctica de la interpretación de textos. 

El viejo tronco de la retórica, con sus más de dos mil años, conserva todavía su savia y su fecundidad. En efecto, sería realmente sorprendente que los ininterrumpidos esfuerzos de la reflexión de los antiguos sobre el lenguaje y la literatura -entre 450 a. C. - 600 d. C. aproximadamente- no hubiesen desembocado en adquisiciones científicas aun hoy esti mables, sobre todo, en el sector donde la enseñanza del lenguaje y la educación literaria de la Antigüedad se mantuvo en contacto vivo con el público: la retorización de la literatura fue una con secuencia necesaria de ese contacto. 

La retórica se convirtió en "periodismo" (tomado muy en serio), en crisol de la literatura, la filosofía, el público y la escuela. Por lo demás, a este encuentro entre la literatura y la retórica es aplicable la afirmación de que Prólogo 11 el intérprete de la literatura no podrá salir airoso con sólo la retórica literaria ni respecto a la formación de las ideas y del lenguaje ni, mucho menos, respecto a los contenidos modelados en la literatura en su más amplio sentido.

 La iniciación en la retórica literaria ha de entenderse como un antídoto, como una cautela contra la actualización demasiado rápida del contacto con la individualidad de la obra de arte y con su creador individual. La retórica pretende señalar la langue, que es el medio conven cional de expresión de la paro/e. Una langue sin paro/e está muerta ; una paro/e sin langue es inhumana : lenguaje, arte, vida social e individual muestran una interdependencia dialéctica entre langue y paro/e. 

El presente Manual se propone la misión de hacer posible una visión panorámica del conjunto de los fenó menos literarios. Cf. también § 1246, s. vv. rhétorique, course. Expreso aquí mi gratitud a Wolfgang Babilas por su leal ayuda en la vigilancia de la impresión, por sus valiosas indica ciones bibliográficas y por su eficaz colaboración crítica en la materia misma del libro. Quedo también singularmente obligado a Alfons Weische y Bemd-Reiner Voss por su intervención en la impresión, y a Peter Ronge, Barbara Ronge-Tilmann y Christa Kriele-Grothues por haber organizado los materiales de los índices.

jueves, 10 de abril de 2025

MANUAL DE CREATIVIDAD LITERARIA DE LA MANO DE LOS GRANDES AUTORES FRAGMENTO


 


Literatura y vida Prólogo de Alicia Mariño Espuelas 

 Leer para vivir, como decía Gustave Flaubert, y como reza al comienzo de este libro, es también una máxima de vida para el autor de la obra que presentamos: mi querido y admirado amigo Fernando Calvo González-Regueral. Muchas veces he afirmado que la lectura no sólo nos facilita la tarea de vivir, sino que además puede servirnos de paliativo cuando la hermosa dama que es la vida nos hace una fea mueca.

 Así es que con este convencimiento mío no es difícil creer que mi primer encuentro con Fernando supusiera el comienzo de una larga amistad, que mantenemos desde hace ya muchos años y que estoy segura de que se mantendrá viva más allá de la inexorable venganza del tiempo. Mi querido Fernando es un sabio de la Historia: estudioso, erudito y excelente divulgador de esta disciplina. Pero además ama la poesía, ha escrito novelas, conoce el teatro, disfruta con la pintura y no se le escapa nada que tenga que ver con cualquier tipo de música.

Todo el arte, incluso el séptimo, es vida para Fernando, y su vida es puro arte. Su entusiasmo vital y su generosidad están fuera de dudas. Esta excelente calidad humana es la que lleva al autor de la obra que presentamos a crear el Taller de Literatura y Vida en el que durante tres años fue transmitiendo a los asiduos de la calle de Berlín, número 5, el interés por las distintas formas de contar en las novelas, la emoción que suscitan los buenos poemas y las variadas dimensiones de la vida que recoge el teatro. Los asistentes al centro del barrio de La Guindalera fueron aumentando por el arte de la magia comunicativa de Fernando Calvo, hasta el punto de no faltar a una sola de las citas semanales de Literatura y Vida. Todos ellos convivieron con Stevenson, con Verne, con Galdós y con Cela, con Rosalía de Castro, con Baudelaire, con Neruda y con Lorca, con Shakespeare o con el propio Cervantes, y eso sólo por citar algunos nombres que el lector encontrará recopilados en este libro que recoge la experiencia humana y artística de esos años de taller literario. En aquel taller de La Guindalera, Fernando explicaba, recopilaba, sintetizaba movimientos artísticos y literarios, pero también leía en voz alta y entusiasmaba a su auditorio que se consideraba auténtico alumnado. Un alumnado que, al regresar a casa con la curiosidad más que espabilada, continuaba en soledad las lecturas iniciadas por su maestro de los miércoles.

Tuve el honor de ser invitada a una de esas sesiones de lectura de textos para recitar poemas. Leí algunos de mis Haikus después de haber explicado el origen, la historia y el presente de esta estrofa japonesa, y recité también algunos de mis poemas-fetiche de Amado Nervo, de Lorca, de Miguel d’Ors, de Amalia Bautista, de Roger Wolfe, de Luis Alberto de Cuenca y de algún otro poeta más. No podré olvidar nunca el interés con el que me escucharon los alumnos de Fernando, las preguntas que me plantearon y el cariño con el que me trataron.

Y luego, cuando pasamos a brindar con la copita ilustrada que me ofrecieron, fue mucho más que una fantástica charla distendida con todos ellos. Era de noche cuando regresé a casa, pero tuve tiempo de mirar al cielo y dar gracias por el regalo que, de manos de la invitación de Fernando Calvo, me había hecho la vida al comprobar que la curiosidad, el entusiasmo y la generosidad salvaguardan la salud y la pervivencia de la Humanidad. De aquella sesión me queda un recuerdo imborrable de belleza, ilusión, cariño y paz. Emociones que deseo para el lector que ahora inicia su recorrido por Literatura y vida. Madrid, 13 de enero de 2019 1.

Puerto de embarque: Calle de Berlín, 5 duplicado La historia es siempre la misma o, al menos, siempre comienza de igual manera: una página en blanco, un lapicero y alguien con ganas de narrar una aventura, de lanzar su botella a la mar. La que hoy les quiero contar comenzó cuando Mina, mi mujer, me propuso uno de los retos más maravillosos a que me he enfrentado nunca: impartir un taller sobre literatura en la asociación Psiquiatría y Vida de Madrid, de la que ella era a la sazón secretaria. No dijo de, preposición que denota posesión, sino sobre, que significa «acerca de», y, desde luego, no se refería a uno de esos cursillos en los que se enseña a componer con mejor o peor fortuna un cuento o un soneto. Se trataba de compartir con más corazón que cabeza la pasión por leer que sintió desde niño el lletraferit que esto escribe. Empezó la travesía sin agujas de marear ni precisas cartas de navegación, sólo con la voluntad del piloto de someter la expedición a los vientos de una rosa con cuatro puntos cardinales señalados por sendos lemas: al Norte, no jugar nunca a la chica, que bajar la apuesta empequeñece a las personas; al Sur, sacar los libros a airearse al lugar del que salieron: calles, plazas y tabernas. Una preparación minuciosa de cada clase —esa forma de creación— a Levante y la ilusión de ir más allá, siempre más allá, hacia Poniente, donde rinden viaje las historias inmortales sin finalizar nunca del todo. Tan pronto comprendieron el espíritu del proyecto los alumnos, enseguida amigos y compañeros de tripulación, que ellos mismos decidieron bautizar la nave.

 Ocurrió en el Parque del Retiro, durante un paseo al atardecer y en algún lugar entre las estatuas de Benito Pérez Galdós y Pío Baroja, cuando Parsifal, barba patriarcal, abrazos de oso, purito en la comisura de los labios, sentenció: —No le deis más vueltas: este velero, bajel pirata bravo y temido, será famoso, «en todo el mar conocido / del uno al otro confín», como Literatura y Vida. 2. Pero… ¿qué es la Literatura? Luminoso a la entrada de la casa-museo del escritor Dylan Thomas en Swansea, País de Gales. Dogmático: «En la literatura, arte que trata de reflejar la vida, nada sucede por casualidad, por más que su materia prima sea una suma infinita de casualidades».

Paradójico: «Leer es, ante todo, entretenerse, pero —¡cuidado!— con la literatura no se juega». Melancólico: «La literatura es un embuste que hace tolerable la vida… sin otra condición que la de que el embeleco sea hermoso». Estas y otras disquisiciones va rumiando el monitor camino de su primera clase: es otoño y la ciudad luce más linda que nunca. El monitor no es ni alto ni bajo, ni guapo ni excesivamente feo. El monitor es un tipo de lo más corriente y, nervioso pero ilusionado, carga con un macuto lleno de textos de los sabios de Macedonia: el Diccionario de la lengua española (el DLE de la Real), el María Moliner, el Ideológico de Casares —más útil que nunca en estos tiempos del cólera internáutico—, el Etimológico de Joan Coromines y el Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón, con su inconfundible cubierta color naranja chillón. —Pues se va usted a deslomar: le calculo fácilmente ocho o nueve kilos de peso a las espaldas. El local de la calle Berlín es modesto pero acogedor y Yogui, guardiana de las esencias de la asociación, ha dispuesto en el aula con su proverbial diligencia todo lo que necesita el monitor para comenzar: un encerado de los de siempre, un lienzo en blanco de grandes dimensiones fijado a una pared lateral y una porción de sillas desde las que quince pares de ojos escudriñarán sus movimientos. —¿Hay alguien en esta sala al que no le guste leer? Silencio.

Alguna sonrisa. Cuchicheos que parecen decir: «Rara pregunta para dar inicio a un taller sobre literatura». —No es nada malo. Este monitor ha conocido a lo largo de su vida gente que se jactaba de no haber leído jamás un libro entero y otros, en cambio, que se ufanaban de leer varios a la vez; también lectores de un solo libro: ojo con éstos, son peligrosos. Conoce personas que prefieren a la lectura el cine o los cómics, amantes de la música o fanáticos de las finales de fútbol y los que se extasían ante lienzos, catedrales y esculturas… Pero lo que nunca ha visto ni espera ver este monitor es a persona alguna a la que no le guste que le cuenten una historia bien narrada, adopte ésta la forma que adopte. Empiezan a comprender los alumnos al monitor, o eso quiere pensar él. Aquí no le pondremos puertas al mar ni rótulos de ningún tipo a los libros; todo lo que sea contar una historia con cierta belleza o provecho será, a los efectos de este taller, Literatura.

Acto seguido se impone una tormenta de ideas, con reflexiones dichas en alta voz por los alumnos en demanda de una definición sobre la que levantar las bases del taller: —Para mí, los libros son libertad, huida, una forma de escapar de la realidad — rompe el hielo Ken, lector voraz y amante de las narraciones de aventuras. —Pues para mí significan lo contrario: un escondite, el lugar donde nada malo te puede ocurrir, algo así como un refugio en el que encontrar consuelo. —Aprendizaje, conocimiento. —Reflexión. —Espejo. —Duda…, pero una duda que me impulsa a saber más —añade Mare con timidez, mas con mucho tino. —Oración. —Terapia. —Inquietud, a veces tormento. —Pues para mí son, fundamentalmente, diversión: yo leo para entretenerme, no para sufrir. Leo para evadirme. Yo leo libros para pasármelo bien.

 —A mí me encantaba cuando, siendo niño, mi abuela me contaba historias tradicionales en catalán hasta quedar dormido en su regazo —concluye Morfeo, el hombre tranquilo, el alumno siempre dispuesto a ayudar a los demás. El monitor ha ido escribiendo en el encerado las palabras clave, agrupándolas por afinidad en tres círculos: el primero, bien delimitado, nos habla de la trasmisión de conocimientos que supone el acto en virtud del cual alguien traspasa sus saberes a la tribu. En el segundo, jardín florido pero asimétrico, reina el deleite, que no significa necesariamente entretenimiento: rosas, cardos, orquídeas, amapolas y plantas carnívoras se entremezclan y aun conviven con cierta armonía. El último está lleno de aristas y se alza como amenazador poliedro; en su interior, las preguntas: ¿Quiénes somos?, ¿qué buscamos?, ¿hay alguien al otro lado del espejo?, ¿existe algún barquero que, una vez retiradas las monedas de los párpados, nos transporte al más allá? Sanjuán rebusca en los textos de los sabios de Macedonia; quiere saber si andamos o no descaminados. El monitor, con sumo gusto, le deja hacer: enseguida ha percibido que sus alumnos son despiertos, bien leídos y, sobre todo, muy dispuestos al juego de complicidades del que surgen las más instructivas clases. 

 —El Diccionario de la lengua española de la Real Academia define literatura como el arte que emplea por instrumento la palabra. El María Moliner viene a decir lo mismo pero añadiendo un matiz, tan sabio como su creadora: literatura es el arte que emplea como medio de expresión la palabra… hablada o escrita. Y el profesor Estébanez Calderón nos informa sobre el origen de la voz: literatura es un derivado del latino littera, calco del griego gramatike, esto es, arte de hablar y escribir correctamente. —Hace una pausa, se concentra hondamente y concluye para asombro de todos con la siguiente proposición—: Podríamos decir, pues, que Literatura es el arte que emplea como instrumento la palabra, hablada o escrita, para: 1) trasmitir conocimientos; 2) deleitar a un público y 3) tratar de comprender el sentido último de la existencia. Aplauso cerrado.

Una pausa para meditar. El monitor transcribe en el centro del lienzo fijado a la pared lateral las últimas palabras dichas por Sanjuán, subrayando las ideas fuerza… y aclarando después que todo dogma de fe vendrá siempre contrapesado en este taller por una definición más escéptica o subjetiva a cargo de algún maestro, pues la literatura —no tanto la vida— gusta de reírse de sí misma: «Siempre que enseñes, enseña también a la vez a dudar de lo que enseñas», decía Ortega y Gasset. Lee a continuación el monitor un pasaje de la Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, donde el homero argentino ensayaba sobre el concepto de literatura no desde el punto de vista del gramático, ni siquiera del creador, sino del más obvio —y, por ello mismo, olvidado— del lector: A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara.

Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. […]

Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. «La rosa es sin porqué», dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía: «El arte sucede». Ojalá seas el lector que este libro aguardaba. Me jacto de aquellos libros que me fue dado leer. Melquíades, el niño que lleva siempre un fajo de cromos en el bolsillo y se encarga de agitar la campanilla que anuncia el fin de clase, entra en el aula y nos regala la primera estampa con que el lienzo del taller Literatura y Vida será decorado.

 Melquíades no sonríe; Melquíades no pronuncia palabra alguna. Melquíades se limita a cumplir con puntualidad su cometido. Todo arte es una forma de literatura, porque todo arte consiste en decir algo. 4Fernando Pessoa José de Almada Negreiros: Retrato de Fernando Pessoa, 1964, Museu Calouste Gulbenkian, Lisboa. *** Antes de entrar de lleno en el asunto que nos ocupa —las obras maestras, los grandes autores— cree conveniente el monitor dedicar dos lecciones a sendas materias que considera fundamentales para que la nave no naufrague cuando los vientos arrecien. La primera de ellas versa sobre un milagro. 

 No es casual, viene a decir el monitor a los alumnos quitándose por un momento sus gafas de pasta, que el hito que separa lo que se ha dado en llamar Prehistoria de la Historia sea precisamente el de la aparición de los primeros documentos escritos. Habría que matizar que por prehistoria entendemos aquella larguísima noche de los tiempos en que una criatura esencialmente débil —carece de garras o colmillos, muestra al descubierto los órganos vitales, su cuerpo está arropado no más que por una fina mata de pelo— se va convirtiendo de forma paulatina en el ser supremo de la creación. Ayudarán a ello una serie de cambios evolutivos y otra, acaso más importante, de transformaciones alimenticias, reproductoras, socio-culturales, mágicas o rituales.

Son cambios —¿sucesivos?, ¿inconexos?, ¿simultáneos?— que los paleoantropólogos no logran, quizá nunca podrán conseguirlo, delimitar con precisión en fechas o periodos cerrados. Lo cierto es que cuando un primate básicamente insectívoro y recolector se vio impelido a bajar de los árboles a la llanura para convertirse en cazador adoptó la opción más ingeniosa para sobrevivir en el nuevo hábitat: erguirse. Porque en ese erguirse, que le facilita ver más allá, fortalecerá la columna vertebral y, con ella, su capacidad craneal, lo que le llevará a perfeccionar las señales de comunicación que ha ido desarrollando para cooperar en la tarea de la supervivencia de la especie: gruñidos, gestos, voces onomatopéyicas. Su aparato fonador —pulmones, laringe, paladar, nariz, lengua, dientes y labios— se transforma en una caja de resonancia capaz de producir y modular sonidos a base del aire que respira; su pensamiento convertirá esa música en símbolos para designar objetos, animales, emociones y, al fin, ideas. Ha nacido la materia prima de la literatura: el lenguaje, esa herramienta, ese don, esa suprema abstracción, ese juguete, esa arma cargada de futuro. Conjetura Hendrix, perito en melodías y movimientos de ajedrez, aplicadísimo estudiante, sobre el contenido de los primeros textos de que se tiene constancia: 

 —Yo pienso que serían códigos o leyes, documentos de propiedad, a lo mejor recetarios o saberes empleados para la cosecha o la caza de animales. Conocimientos prácticos antes que literatura —y acierta de pleno. Primero, el milagro del lenguaje oral; después el de las lenguas escritas que fijan saberes acumulados, sólo al final las epopeyas y las sagas, los cuentos y leyendas. La ficción, en una palabra. Recita a continuación el monitor el comienzo de un antiquísimo cuento africano: «Voy a referiros, hijos míos, lo que me enseñó mi padre, que, a su vez, lo oyó de labios de mi abuelo, el cual conocía esta historia desde mucho, muchísimo tiempo atrás, ocurriéndoles lo mismo a sus antepasados, de modo que puedo asegurar que la historia fue conocida desde el principio…».

Esta larga tradición oral de chamanes narrando a la aterida tribu las historias que oyeron a sus ancestros y éstos a los suyos explicaría el que la literatura escrita naciera de pie, como arte perfectamente acabado, donde la vocación de estilo, el propósito de embellecer lo contado es tan importante como la propia narración: Aquel que todo lo ha visto, que ha experimentado todas las emociones, del júbilo a la desesperación, ha recibido la merced de ver dentro del gran misterio, de los lugares secretos, de los días antes del Diluvio. Ha viajado hasta los confines del mundo y ha regresado, exhausto pero entero. Ha grabado sus hazañas en estelas de piedra, ha vuelto a erigir el sagrado templo del Eanna, así como las gruesas murallas de Uruk, ciudad con la que ninguna otra de la tierra puede compararse. 

 Mira cómo sus baluartes brillan como cobre al sol. Asciende por la escalera de piedra, más antigua de lo que la mente pueda imaginar; llégate al templo consagrado a Ishtar […]. Busca su piedra angular y, debajo de ella, el cofre de cobre que indica su nombre. Ábrelo. Levanta su tapa. Saca de él la tablilla de lapislázuli. Lee cómo Gilgamesh todo lo sufrió y todo lo superó. Bellas, sugerentes, frescas, casi vírgenes, he aquí las palabras inaugurales de la literatura (escrita) correspondientes al primer párrafo de la Epopeya de Gilgamesh. Compuesta con toda probabilidad hace más de dos mil años antes de Cristo, la obra figuraba ya en la biblioteca del rey babilonio Hammurabi hacedor de códigos. Desde el Creciente Fértil, origen de la civilización, llegó hasta la Grecia continental, donde serviría de modelo para que otros autores, ahora con nombre conocido, no anónimos, tomaran la antorcha entre sus manos: «Homero (autor de la Ilíada y la Odisea) inventó, en el sentido de encontrar, la literatura en la gesta de unos hombres que él no conoció, pero que inevitablemente lo fascinaron, pues representaban la aventura de todo un pueblo, de todos los hombres…

A partir de él, todo es reescritura», nos enseña el maestro Luis Alberto de Cuenca en uno de sus ensayos sobre los primeros textos. El autor paraguayo Augusto Roa Bastos abundaba en la misma idea aportando algún dato más sobre el aedo (o aedos colectivos): «En aquellos tiempos, el escritor no era un individuo solo. Era un pueblo. Trasmitía sus misterios de edad en edad. Así fueron escritos los Libros Antiguos. Siempre nuevos. Siempre actuales. Siempre futuros. El pueblo Homero compuso la Ilíada [y] por más vueltas que se les dé a las palabras, siempre se escribe la misma historia». Se dice que el mismísimo Alejandro Magno danzó desnudo en Troya en torno al sepulcro de Patroclo y Aquiles, «el de los pies alados», y murió a los treinta y tres años de edad con un ejemplar de la Ilíada en la mano tras haber derrotado a dioses y daríos, conquistado imperios, fundado ciudades y amado hasta el dolor. La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves —y así se cumplía el plan de Zeus—, desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus. 

 De casi todas las literaturas, por no decir todas, valdría afirmar lo mismo, es decir, que nacen como arte refinado, con una pureza que nos asombra; he aquí la primera descripción escrita de un amanecer en castellano: «Ixie el sol, ¡Dios, que fermoso apuntava!» (del Poema de Mio Cid). Después, la campanilla de Melquíades cerrando la segunda lección y dos estampas por el precio de una para ser fijadas en el lienzo de la pared. Tablilla de la Epopeya de Gilgamesh y busto de Homero, el ciego, ambas piezas pertenecientes al Museo Británico de Londres. «Homero fue el primero y el último de los poetas», Montaigne. *** 

 La tercera clase, última de las preparatorias antes de que el galeón se aventure en alta mar, no trata de milagros, casi sobre lo contrario, pues versará sobre taxonomía. Los sabios de Macedonia gustan de agrupar en cajitas conceptos e ideas, de aprehender en definiciones estancas escurridizas realidades, de enclaustrar en una jaula de oro ese animal que nunca se está quieto llamado arte (justo reflejo de ese otro animal llamado vida). Es su deber y a ellos hay que acudir con respeto… sin perjuicio del siempre saludable espíritu crítico que preside el taller. Serranilla ha preparado la lección con el esmero que derrocha en cada cosa que realiza; Serranilla es rubia, siempre sonríe y sus ojos claros serenan todo lo que miran, a todos relajan: —Los géneros literarios clásicos son tres: Épica, Lírica y Dramática.

El primero se asocia a cuentos y novelas, a la narrativa. El segundo, a la poesía, que busca las formas más expresivas y bellas del lenguaje. Y el último al teatro, ya sea escrito o representado, que alude fundamentalmente al sentimiento del lector o espectador—. Y aceptamos de momento esta clasificación pues nos servirá de brújula durante el tiempo que dure la travesía. El monitor se acerca al lienzo que los alumnos ya llaman de Melquíades y dibuja en torno a la definición de Literatura fijada en la sesión inaugural tres objetos: el primero tiene forma rectangular, como de libro, y en su interior escribe las palabras ÉPICA y, debajo, Narrativa. En el siguiente, con forma de estrella, LÍRICA y Poesía. Y en el tercero, un cubo, las voces DRAMÁTICA y Teatro. «Éstos serán los temas de los tres cursos que compartiremos», dice luego, y añade:

 «Ya habrá tiempo de discutir sobre lo acertado o erróneo de la clasificación, pero de momento aceptaremos su validez y las definiciones que el Diccionario de la Española propone para cada uno de los géneros». Son éstas: «Narrativa.- (Del lat. tardío narratīvus.) f. Género literario constituido por la novela, la novela corta y el cuento».

Donde cabrían desde el microrrelato, como El dinosaurio, de Augusto Monterroso («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»), hasta las fábulas de Samaniego; de las Novelas ejemplares de Cervantes a las de las hermanas Brontë, desde los cuentos populares y las leyendas hasta obras tan experimentales, distintas y distantes entre sí como el Ulises de Joyce o El cuaderno dorado de Doris Lessing (sin olvidar esas delicadas cumbres que, como El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, no sabemos si calificar de novelas breves o de relatos largos). Esta idea globalizadora es la defendida por un novelista de nuestro tiempo, Camilo José Cela, cuando decía en su artículo «A vueltas con la novela» (Ínsula, Revista de Ciencias y Letras fundada por don Enrique Canito, 15 de mayo de 1947): 

 Nadie sabe qué es la novela. […] La novela es un algo fluctuante, eternamente en danza, que no se puede sujetar porque es la vida misma o lo que tomamos, en cada instante, por la vida misma: un algo que no ha cuajado, como la vida misma no ha cuajado tampoco. Querer encasillar lo incasillable es tanto como querer ponerle puertas al campo. […]

Es posible que la única definición sensata que sobre este género pudiera darse, fuera la de decir que «novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis, la palabra novela». «Lírica.- (Del lat. lyrĭcus, y este del gr. λυρικός lyrikós.) f. Género literario, generalmente en verso, que trata de comunicar mediante el ritmo e imágenes los sentimientos o emociones íntimas del autor». Safo o Catulo, romanceros y cancioneros tradicionales, Petrarca, Jorge Manrique, santa Teresa de Jesús, Bécquer, los sublimes poemas de Emily Dickinson, El corsario de Lord Byron, Las flores del mal de Baudelaire, los Cantos de vida y esperanza de Rubén Rubén, Vicente Aleixandre e Ida Vitale… entran aquí; incluso, según los sabios de la Macedonia sueca, cantautores tan modernos como Bob Dylan, el premiado, o Leonard Cohen, el no-premiado.

Federico García Lorca confesaba a Gerardo Diego en una carta de poeta a poeta que «ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. […] Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura». Por ser, quizá, el género más sublime de todos resulta perfectamente indefinible y los intentos que se han hecho de hacerlo se nos antojan insuficientes.

 «Dramática.- (Del lat. tardío dramatĭcus, y este del gr. δραματικός dramatikós.) f. Género literario al que pertenecen las obras destinadas a la representación escénica». Definición que incluiría a los autores de los textos (Eurípides, Calderón de la Barca, Ibsen, por poner ejemplos de diferentes épocas y lugares) pero también actrices y actores (desde Tespis, primer intérprete de la historia, a Sarah Bernhardt, José Bódalo, Blanca Portillo o David Mamet), directores de escena (Cipriano de Rivas Cherif, Tatiana Pávlova, Gustavo Pérez Puig) y otras muchas figuras, incluyendo una fundamental, la de los espectadores, pues como nos explica Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios, «el teatro implica un espacio escénico, unos actores, una acción dramática y un público asistente que entra en el juego de la “ilusión de realidad”, participando en la experiencia de la acción representada». —Queridos alumnos, ya tenemos todo lo necesario para aproar hacia Poniente: una definición de Literatura, una aproximación al milagro del lenguaje y un compás que nos orientará en la exploración de los tres continentes que aquí dejamos definidos en forma de géneros.

 Ende, puro corazón, simpatía hecha persona, conocedor de todas las tradiciones orales del universo mundo, solicita permiso para declamar la historia que oyó en su juventud misionera a unos guaraníes en las bancadas del Paraná hace muchos, muchos años… Con ella nos recuerda que ninguna definición podrá contener jamás el sagrado misterio de la literatura: —El trueno cae y se queda entre las hojas. Los animales comen las hojas y se ponen violentos. Los hombres comen los animales y se ponen violentos. La tierra se come a los hombres y empieza a rugir como el trueno. Aplausos, la campana, Melquíades —el niño que no habla, el chaval que nunca ríe— con sus estampas y… avante toda. La Colección Austral de Espasa-Calpe en España y Penguin Books en Gran Bretaña idearon unos códigos de formas y colores para diferenciar desde la misma portada a qué género se adscribía cada obra.

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