miércoles, 16 de julio de 2025

CARLOS BOUSOÑO EL IRRACIONALISMO POÉTICO FRAGMENTO

 


Carlos Bousoño y el irracionalismo poético

Carlos Bousoño no escribió un tratado: escribió una cartografía del temblor. El irracionalismo poético (El símbolo) no es sólo una obra crítica, sino una tentativa de desentrañar el misterio que ocurre cuando el lenguaje deja de obedecer a la lógica y se convierte en emoción preconsciente.

¿Qué propone Bousoño?

  • Que el símbolo poético no necesita ser entendido para conmover.
  • Que la imagen poética opera en el lector como un eco oscuro, no como una fórmula racional.
  • Que la poesía moderna, desde Baudelaire hasta los surrealistas, ha abandonado la claridad para abrazar la ambigüedad fértil.

  • DR. ENRICO PUGLIATTI


Capítulo I 

 CONSIDERACIONES INICIALES SIMBOLISMO COMO USO DE CIERTO PROCEDIMIENTO RETÓRICO (EL SÍMBOLO) 

Y SIMBOLISMO COMO NOM BRE DE UNA ESCUELA LITERARIA FINISECULAR

 El presente libro se propone hablar de una de las técnicas más originales y propias de la poesía contemporánea, a partir de Baudelaire: la técnica simbolizadora, de naturaleza irra cional. Debo aclarar, de entrada, que una cosa es este simbo lismo o irracionalismo técnico, que consiste exclusivamente en la utilización de símbolos dentro de la expresión poemática, y otra cosa muy diferente el simbolismo de la escuela simbo lista francesa, que aunque pueda utilizar, claro está, símbolos, en el exacto sentido de «procedimiento retórico» que esta pala bra tiene en nuestra terminología (de ahí el nombre del movi miento en cuestión), no consiste en tal uso: abarca también otros elementos que se hallan en una relación estructural (y eso es lo decisivo) con el mencionado 

l. Como se sabe, el sim 1 Mi tesis acerca del carácter estructural de las épocas literarias y la relación de estas con las obras concretas de los autores individuales puede verse en varios trabajos míos, que paso a enumerar: Teoría de la expresión poética, 6.a edición, Madrid, ed. Gredos, 1977; La poesía de Vicente Aleixandre, 3.a edición (2.a de Gredos), Madrid, 1968; «El impre sionismo poético de Juan Ramón Jiménez (una estructura cosmovisio- naria)», Cuadernos Hispanoamericanos, oct.-dic. 1973, núms. 280-282; 8 El irracionalismo poético bolismo francés, la escuela simbolista en lengua francesa de fines del siglo xix y comienzos del xx (exactamente la escuela formada por la generación llamada de 1885 2) es una tendencia «Prólogo» a las Obras Completas de Vicente Aleixandre, Madrid, ed. Aguilar, 1968; «Prólogo» al libro Poesía. Ensayo de una despedida, de Francisco Brines, Barcelona, Plaza y Janés, 1974; y, en fin, «Prólogo» a la Antología Poética de Carlos Bousoño, Barcelona, Plaza y Janés, 1976. No es cosa de repetir aquí lo dicho en esas obras. Sólo recordaré, aun que sucintamente, dos cosas: 1.°, el fundamento que me guió en la expo sición doctrinal y

 2.°, cuál sea la más importante innovación, a mi jui cio, de ésta. El fundamento de que hablo consiste en mostrar que toda época artística se manifiesta como una determinada organización de sus características, a partir de un elemento central que las ha producido, como meras consecuencias psicológicas suyas en el ánimo del autor. Esto, aunque referido no a las épocas, sino a las obras individuales, estaba, en alguna medida, dicho ya por Bergson, para la filosofía, y por Ortega, y luego por Pedro Salinas, para la literatura. Lo nuevo, a mi entender, es esto otro. Tal elemento central, germen, foco o motor de cada época es siempre, en todo instante histórico, el mismo en cuanto a lo genérico, un cierto impulso individualista (individualismo: confian za que tengo en mí mismo en cuanto hombre). La diferencia entre unas épocas y otras viene entonces dada, exclusivamente, por el diferente grado con que ese individualismo se ofrece, grado que, a su vez, tiene origen social, y eso es lo que confiere a aquél la indispensable objeti vidad y lo hace vinculante para todos los hombres que viven un deter minado tiempo histórico.

 (Véase la nota 22 a la pág. 87 del presente libro y sobre todo el cap. XIV de éste y su nota final.) El sistema cosmovisioftario de cada época permanece cualitativa mente inmóvil y sólo sufre desarrollos cuantitativos mientras el indivi dualismo se halle situado entre dos puntos de una escala, esto es, mien tras pase, en su graduación, de un cierto nivel y no llegue a otro que hace de punto crítico, pues, cuando esto último sucede, sobreviene una reestructuración, y lo que aparece es una época nueva, con una diversa colocación de sus elementos en una trama. No son, pues, tales elementos los que constituyen la época, sino su disposición en un sistema o estruc tura.

 El romanticismo, por ejemplo (o el simbolismo) no consiste, por consiguiente, en la suma de sus características, sino en el sistema de relaciones que entre sí esas características establecen. Y es que, una vez nacida del modo dicho, cada característica influye estructuralmente sobre el sentido de todas las otras. 2 La constituirían ciertos poetas nacidos, digamos, entre 1855 y 1870. Si no distinguimos entre decadentes, simbolistas propiamente dichos y «escuela romana», la lista, como es bien sabido, sería, más o menos, Consideraciones iniciales 9 literaria (y no sólo literaria) afín al modernismo, aunque de ninguna manera coincidente con él. Creo que difícilmente po dríamos hallar vocablos más confusos y equívocos, de entre los de la terminología crítica, que estos de «modernismo» y «simbolismo». La razón de tal equivocidad yace, a mi juicio, en el carácter escasamente científico con que se ha abordado hasta ahora el estudio de las épocas literarias. Sólo una con sideración estructural podría orillar, acaso con éxito, esas dificultades3. Lo que me importa de momento decir es que ésta: Verhaeren, Rodenbach, Laforgue, Khan, Moréas, Ghil, Samain, Stuart Merril, Vielé-Griffin, Regnier, Saint-Pol-Roux, Lerberghe, Raynaud, du Plessys y Maurras. 3 De un mismo grado de individualismo pueden surgir muy diversas opciones, que se darán o no, según la psicología (profunda y no pro funda), la biografía (consciente e inconsciente), la clase social, etc., de cada artista, y según la capacidad de éste para superar o no tales con dicionantes; e incluso según la «forma» social de la época como tal, e incluso la del país o región específicos. Las estructuras cosmovisionarias son, pues, resultado de un sistema de posibilidades, no de forzosida- des. Lo único forzoso en cada época es el grado de individualismo que en ella objetivamente se vive, pues tal grado es fruto, tal como indiqué en nota a la página anterior, del acondicionamiento social, que objeti- viza, efectivamente, en la sociedad, una cierta idea de las posibilidades humanas como tales. 

Del grado individualista de que se trate (llamé moslo A) brotará, pongo por caso, la característica B, que, a su vez, dará origen a otra C, y ésta a otra D, y así sucesivamente. Pero en vez de esta rama A-B-C-D podría darse otra A-B’-C'-D’, o, frecuentemente, las dos de modo simultáneo, o incluso muchas más (aquí no hay límite alguno). Por su parte, cada término B, C, D (o B', C' o D') puede pro- liferar en todas direcciones. Así, por ejemplo, B en lugar de producir sólo un miembro C podría engendrar varios: C1( C2, C3, etc. Y lo propio les acontecerá a los miembros C, D, etc., que se desarrollarían, en nues tro supuesto, en las series, digamos, Cj, C2, C3 y Dj, D2, D3, etc. Ahora bien: tanto el modernismo como el simbolismo consisten en una «rece ta» ideal en que entran varias de estas posibilidades en una determinada dosis. Pero como cada persona particular, cada poeta, por ejemplo, contraría o puede contrariar esa dosis en algún punto o en alguna proporción (pues, como digo, tal dosis sólo existe en el sistema como una posibilidad, y no como algo obligatorio), las mencionadas variacio nes habrán de sumir en confusión al crítico que suponga al modernismo o al simbolismo un carácter de entidad absoluta. El simbolismo o el modernismo, etc., son sólo posibilidades, o, si se prefiere, probabili 10 El ir racionalismo poético la utilización de símbolos como procedimiento técnico de la expresión poemática es algo que excede amplísimamente, y por sitios diversos, a la llamada escuela simbolista. Por lo pronto, el uso de símbolos es anterior a esta última.

 Aparte de San Juan de la Cruz, que los utilizó de modo generoso y siste mático 4, los símbolos se dan, aunque esporádicamente, en algunos románticos5, y luego en Baudelaire6, Verlaine7, Rim baud, Mallarmé, etc. Pero si en vez de mirar hacia atrás, nuestra mirada se desplaza hacia adelante, aún es más evidente el des bordamiento de que hablamos, ya que la frecuencia y la com plejidad de la simbolización en poesía no hizo sino crecer después del cese de la escuela simbolista. Son muchísimo más simbolizadores, y de manera bastante más complicada y clades de una época dada, precisamente la finisecular, época que admitía también otras soluciones individuales, más o menos afines (y acaso poco o nada afines) al modelo ideal. Lo que de veras hay en cada pe ríodo es un grado de individualismo y la suma (innumerable) de sus posibles consecuencias, una de las cuales, para el período indicado, sería ese dechado de conducta estética que denominamos, repito, simbolis mo o modernismo. En la época fin de siglo había, a mi juicio, entre otras, estas tres probabilidades más evidentes: 1.°, la rama irracionalista (uso de símbolos, etc.); 2.°, la rama esteticista (que pone el arte, la belleza, en cuanto impresión artística, por encima de la vida); y 3.°, la rama impresionista (remito a mi artículo antes citado sobre el impresionis mo de Juan Ramón). Según la frecuencia y la intensidad con que se recayese en estas tres ramas de posibilidades, o prácticamente se rehu yese y anulase alguna de ellas, se era modernista y no simbolista, o al revés, o bien impresionista, ctc. (Por supuesto, el tema, para su ade cuada inteligibilidad, requeriría desarrollos que la economía de este libro me impide.) 4 Véase Jean Baruzi: Saint Jean de la Croix et le probléme de l’expé- rience mystique, 2.a ed., París, 1931, pág. 223; véase también Dámaso Alonso: La poesía de San Juan de la Cruz, Consejo Superior de Investi gaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942, pági nas 215-217. Véase asimismo mi libro Teoría de la expresión poética, 5.a ed., Madrid, ed. Gredos, 1970, t. I, capítulo XI, titulado «San Juan de la Cruz, poeta contemporáneo», págs. 280-302. 5 Véanse las págs. 106, 113, 134, 135 y 141 (notas). 6 Véanse las págs. 73 (y nota 11), 85-86, 101, 106 y 114 de este libro. 7 Véanse las págs. 74-75, 76, 102, 107, 108 y 136. Consideraciones iniciales 11 ardua, por ejemplo, los superrealistas que los simbolistas finiseculares 8. No vale tampoco hablar de «epigonismo»9: los miembros de la generación del 27 en España, o, digamos, Neruda en Chile, o el Eliot de Four Quartets o de Waste Land, o el Rilke de las Elegías del Duino, o, por supuesto, Breton, Aragon o Éluard, de ninguna manera deben considerarse como epígonos del sim bolismo finisecular, aunque utilicen, o puedan utilizar los símbolos en cantidades abrumadoramente mayores y, sobre todo, en formas mucho más arborescentes, «difíciles» y espec taculares que en esta última tendencia. 

Hablar de epigonismo para casos como los indicados, por razón del uso de símbolos me parece tan erróneo como llamar «renacentista» a Dante o bien a Espronceda, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Cernuda, Cuillén, etc., por la mera razón de que to dos ellos coincidan en el empleo de endecasílabos. Lo mismo que el Renacimiento se manifiesta como una estructura, dentro (y no fuera) de la cual el endecasílabo es sólo un ingrediente, el símbolo surge como uno, y sólo uno, de los muchos elementos que, en relación estructural, constituyen la llamada «escuela simbolista». Sacados de la estructura en la que constan, ni el endecasílabo es «renacentista» ni el símbolo (procedimiento retórico) es «simbolista» (escuela literaria)10. 8 Ese será uno de los puntos que trataré extensamente en mi libro de inmediata publicación Superrealismo poético y simbolización. 9 Tal como hace J. M. Aguirre en su libro Antonio Machado, poeta simbolista, Madrid, Taurus Ediciones, 1973, en las págs. 55 («otro de los epígonos del simbolismo, Jorge Guillén»), 64 («Gerardo Diego... un epí gono del simbolismo»), etc. 1° Ya hemos dicho que las características, por sí mismas, no tienen nada que ver con época alguna, pues una época es sólo una estructura. Es la relación de la característica con la estructura, o, enunciado de forma algo distinta, es la incorporación de la característica a la estructura lo que hace a aquella renacentista, simbolista, etc. Repito lo afirmado en el texto: el endecasílabo o el soneto de Dante no son, en absoluto, renacentistas; como tampoco lo son, y por los mismos motivos, el en decasílabo o el soneto de Lorca o de Guillén. Apliqúese idéntico crite rio a la consideración del símbolo. Lo mismo que el endecasílabo se dio 12 El ir racionalismo poético BIBLIOGRAFÍA SOBRE EL SÍMBOLO La bibliografía sobre el simbolismo-escuela resulta ya con siderable n; pero el análisis que desde esa perspectiva se ha hecho de lo que sea el «símbolo-procedimiento retórico» deja al lector bastante insatisfecho, por la pobreza, extemidad, simplicidad y vaguedad de sus conclusiones. Algo, en cierto modo, parecido ocurre, si de aquí pasamos a la bibliografía que del lado de la Lingüística se nos ofrece: encontramos en ella más precisión, pero en una dirección que, contemplada des de nuestros intereses, se nos antoja no menos externa que la otra. 

El problema se ve también, en efecto, desde fuera: se habla con bastante exactitud de las diferencias y semejanzas que unen y separan a los signos-símbolos de los otros signos: los alegóricos, los emblemáticos y los puramente indicativos. Pero nada hay que se refiera a lo que sean en sí mismo y desde dentro los símbolos; es decir, a lo que nosotros vamos a denominar «proceso preconsciente» que los origina; en con secuencia a cómo se producen y por qué tales recursos en la mente del autor y del lector; ni a cuál sea la razón de sus misteriosas propiedades. Alguna vez, incluso, confunden los lin güistas simbolismo y connotación12. tanto antes como después del Renacimiento, el símbolo se dio tanto antes (San Juan de la Cruz, ciertos poetas románticos, y luego Baudelai re, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé) como después de la escuela simbolista. Buenos ejemplos de ello los tendríamos en nombres como los de Va léry, Guillén, Aragon, Éluard, Lorca, Cernuda, Aleixandre, etc., etc. Hoy mismo han vuelto a utilizar con frecuencia la simbolización numerosos poetas; pero ni aun en la época realista de la posguerra, tan denodada mente antisimbolizadora, cayó en completo desuso la técnica que nos ocupa. 11 Véase la bibliografía que recojo en las páginas finales de este libro. 12 Los lingüistas, como es natural, se han ocupado mucho más, al entrar más de lleno en su principal competencia, de las connotaciones que de los símbolos. Ahora bien: al estudiar las connotaciones se desli zan a veces hacia la consideración del símbolo sin percatarse de que el símbolo es otra cosa muy distinta, pariente de la connotación (y Consideraciones iniciales 13 El Psicoanálisis y la Etnología, y aun la Historia de ciertos períodos, por ejemplo, la Edad Media 13 han mostrado, por su parte, en nuestro siglo, la importancia extrema de la simboli zación como tendencia general humana; se han estudiado (y más aún a partir de 1964) las tendencias simbolizantes de la mente primitiva y sus relaciones con las costumbres tribales, con los mitos, etc. Pero todo esto, y, como digo, los trabajos, tan distintos, de los psicoanalistas (Freud, Jung, etc.), aunque, desde otro punto de vista, sean, por supuesto, de gran valor y profundidad (y hasta genialidad en algún caso), no han aña dido tampoco gran cosa al conocimiento que a nosotros nos importa más. Aquello en que consista el símbolo como tal símbolo en su última y decisiva almendra ha seguido ofre ciéndose, de hecho, como asunto intocado. 

 De todos estos trabajos (bastantes de sumo interés) proce dentes de tan distintas disciplinas, saca el estudioso una idea, supongamos que suficiente, de los efectos que produce el sím bolo en el ánimo de su receptor (lector o espectador) y hasta el conocimiento de algunos (y sólo algunos) de sus numero sos atributos. Pero nada o muy poco se aprende, insisto, sobre lo que resultaría más sustancial y provechoso para nosotros, a saber: la causa de tales atributos y efectos. Se habla, por ejemplo, de que el símbolo es «la cifra de un misterio» 14; de de ahí la confusión) pero diferente de ella en puntos esencialísimos. Esta confusión se halla en forma implícita en todos aquellos lingüistas que extienden el concepto de connotación hasta abarcar a cuantas aso ciaciones, del orden que sea, ostente la palabra. Así, por ejemplo, A. Martinet («Connotation, poésie et culture», en To honor R. Jacobson, vol. II, Mouton, 1967). Entre nosotros, el reciente libro de J. A. Mar tínez (Propiedades del lenguaje poético, Universidad de Oviedo, 1975) incurre en idéntica confusión de una manera especialmente explícita (págs. 172, 189 y 450, entre otras). Véase más adelante, el cap. IX del presente libro, donde trato el tema en forma extensa. 13 J. Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, ed. Revista de Occidente, 1961, págs. 277-293. m p. Godet, «Sujet et symbole dans les arts plastiques», en Signe et symbole, pág. 128. Aluden a esta cualidad de los símbolos numerosos críticos. P. ej., Jean-Baptiste Landriot, Le symbolisme, 3.a ed., 1970, pá· 14 El ir racionalismo poético su tendencia a la repetición 15; de su naturaleza proliferante 16, emotiva 17, no comparativa sino identificativa 18, de su capacidad para expresar de modo sugerente19 estados de alma comple gina 227; J. M. Aguirre, op. cit., págs. 40, 86, 92, etc.; Ernest Raynaud, La. Mélée symboliste (1890-1900), París, 1920, pág. 92; Charles Múrice, «Notations», Vers et Prose, t. VII, septiembre-noviembre, 1906, pági na 81, etc. Entre nosotros, Machado (poema LXI: «el alma del poeta / se orienta hacia el misterio»), Rubén Darío (habla de Machado: «misterioso y silencioso — iba una y otra vez»), etc. 15 Svend Johansen, Le symbolisme. Étude sur le style des symbolistes frangais, Copenhague, 1945, pág. 219; Anna Balakian, El movimiento sim bolista, Madrid, ed. Guadarrama, 1969, pág. 134.

 Precisamente, la repe tición hace perder a los símbolos su cualidad de misterio y opacidad, como ya indicó Amiel en Fragments d’un journal intime, 27-XII-1880 («cuando los símbolos devienen transparentes ya no vinculan: se ve en ellos ... una alegoría y se deja de creer en ellos»). La conversión del símbolo en alegoría a fuerza de repeticiones explica la división que hace Maeterlinck de los símbolos en dos categorías: símbolos «a priori» (deliberados) y símbolos «más bien inconscientes» (en Jules Huret, Enquéte sur l’évolution littéraire, 1891, págs. 124-125). Véase también T. de Visan, Paysages introspectifs. Avec un essai sur le symbolisme, París, 1904, págs. L-LII. 16 Jean Baruzi, op. cit., pág. 223; Dámaso Alonso, op. cit., págs. 215 217; Johansen, op. cit., pág. 131; Maeterlinck (en el libro antes mencio nado de Jules Huret, Enquéte..., pág. 127); Verhaeren (en Guy Michaud, La doctrine symboliste. Documents, París, 1947, pág. 89). 17 A. Thibaudet: «Remarques sur le Symbole», Nouvelle Revue Fran- gaise, 1912, pág. 896; H. de Régnier, Poetes d’aujourd'hui, 1900. Citado por Guy Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76. 18 T. de Visan, Paysages..., ed. cit., pág. LII; Marcel Raymond, De Baudelaire al surrealismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pág. 43; Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Notas de un curso, Mé xico, 1962, pág. 174. 19 Es frecuente que los críticos hablen de sugerencia refiriéndose al símbolo, pero sin precisar nunca qué clase de sugerencia es la suya. En mi Teoría de la expresión poética, ed. cit., t. II, págs. 320-337, he intentado establecer el carácter irracional de la sugerencia simbólica, a diferencia de otro tipo de sugerencia (precisamente la más frecuente en poesía) que tiene carácter lógico, en cuanto que lo sugerido aparece como tal en la conciencia, y no sólo en la emoción, característica esta última de la sugerencia irracional de los símbolos. No se hace esta dis tinción (que considero indispensable) entre lo irracional y lo lógico de Consideraciones iniciales 15 j o s20 o una multiplicidad semántica21, etc.; o, como ya dije, la diferencia con la alegoría22, o con los signos indicativos de la lengua23. 

Nosotros aludiremos también, por supuesto, a las propiedades de los símbolos; pero sólo en cuanto consecuen cias de la índole misma de estos, la cual es, precisamente, en mi criterio, su irracionalismo (dando a tal expresión un deter minado sentido, que pronto hemos de ver). De este enfoque la sugerencia en la bibliografía sobre el símbolo. Se habla ele sugeren cia, y nada más. Así, Mallarmé en un texto muy conocido (Huret, op. cit., pág. óO); Régnier, Poetes d’aujourd’hui, 1900 Citado por Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76; Charles Morice, en Huret, op. cit., pág. 85; Visan, op. cit., pág. XLIX. . Y sin embargo, la relación entre el símbolo y lo inconsciente ha sido manifestada por varios autores (por ejemplo, Philip Wheelwright, Meta phor and Reality, Indiana University Press, 6.a ed., 1975, pág. 94; dice en esa página que el símbolo «se nutre de una multiplicidad de asocia ciones relacionadas la mayor parte de las veces de manera subconscien te y sutil»); esa relación con el inconsciente aparece más manifiesta y estudiada en los psicoanalistas, a partir de Freud. Jung llega a la espe cificación (a la que me incorporo) de «preconsciente» (C. C. Jung, «Introduction» a Victor White, O. P., God and the unconscious, 1952, Collected Works, vol. II, Londres, 1958, pág. 306). Otros autores son mucho más imprecisos. Hemos visto a Maeterlinck decir que los verda deros símbolos son «más bien inconscientes», involuntarios (Huret, op. cit., pág. 124-125). Algo semejante en Visan, op. cit., págs. L-LIII. 

Durand habla de que «el inconsciente es el órgano de la estructuración simbó lica» (Gilbert Durand: L’Imagination symbolique, París, Presses Uni versitaires de France, 1976, pág. 56). La posible concienciación de los sím bolos era también cosa conocida (Amiel, op. cit., 27-XII-1880). Pero de estas consideraciones generales no se pasaba nunca hacia mayores pre cisiones. 20 22 Edmund Wilson, Axel's Castle, Nueva York, 1936, págs. 21-22; Marcel Raymond, op. cit., pág. 41; Georges Pellisier, «L’évolution de la poésie dans le dernier quart de siécle», Revue de revues, 15-111-1901; Mallarmé (en Huret, op. cit., pág. 60). 21 Barbara Seward, The symbolic rose, New York, 1960, pág. 3. Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19; Albert Mockel, Propos de littérature, 1894 (en Michaud, op. cit., pág. 52); Fr. Creuzer, Symbolik und Mythologie der alten Volker, I, pág. 70; P. Godet, op. cit., pág. 125; Olivier Beigbeder, La symbolique, París, Presses Universitaires de Fran ce, 1975, pág. 5; J. Huizinga, op. cit., pág. 281. 23 Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19. 16 El ir racionalismo poético diferente, nuevo en lo esencial, nacerán todas las demás dis crepancias entre el presente libro y cuantos le han precedido en el estudio del tema. Creo, por eso, poder decir que la obra que ahora emprendemos intenta explorar la naturaleza del símbolo literario en una dirección prácticamente desconocida que espero habrá de rendirnos un conocimiento más exacto y complejo de nuestra específica cuestión, conocimiento que, además, tal vez, de rechazo y mutatis mutandis, pueda ser generalizado con provecho hacia las otras disciplinas intere sadas hoy en el simbolismo.

 LAS FRONTERAS DE NUESTRO ESTUDIO Un último punto debo tocar aún brevemente antes de dar por terminado este primer capítulo. Me refiero a los límites estrictos que nos impondremos en la consideración del objeto de nuestro estudio. Lo que me propongo investigar es el irra- cionalismo o simbolismo poético contemporáneo, pero sólo en una como vista panorámica general, sin entrar para nada, en principio, ni en problemas de historia, ni en las diferencias específicas que evidentemente existen entre las varias ma neras de producirse ese simbolismo o irracionalismo en las sucesivas etapas que, en el desarrollo de tal recurso a lo largo del tiempo, pueden fijarse, y que son, en nuestra cuenta (de jando aparte su último rebrote en la actualidad), tres: 1.°, el simbolismo de los simbolistas de la escuela francesa así llama da y sus allegados de otros países (en España, A. Machado, por ejemplo, o el primer Juan Ramón Jiménez); 2.°, el simbo lismo de los poetas aún no vanguardistas, pero posteriores a los considerados en el punto precedente (así, el Lorca de las Canciones y del Romancero Gitano, o el Juan Ramón de algu nas de las «Canciones de la nueva luz»); y 3.°, el simbolismo de los superrealistas. Este enfoque especificador de discrepan cias constitucionales, entre los diversos irracionalismos que se han venido sucediendo, merecía, en mi criterio, un libro apar te, que tengo ya escrito y pronto aparecerá con el título de Consideraciones iniciales 17 Superrealismo poético y simbolización. Y es extraño: al reali zar la equiparación entre las distintas formas de la irraciona lidad poemática resulta que, según he creído comprobar, se arranca tal vez al símbolo en su aspecto general un inesperado último secreto más significativo y recóndito, que, curiosamente, sólo podía reconocerse desde ese enfoque comparativo. Pero antes de llegar a ese punto final era preciso deslindar, minu ciosamente, otros importantes extremos, que van a constituir, justamente, la materia de nuestras actuales reflexiones.

 Como acerca del símbolo había hablado yo ya en mi Teoría de la expresión poéticaM, y antes en mi libro sobre Aleixan d re25, y aún en El comentario de textos26, no. sorprenderá al lector que en algunas de las presentes páginas me haya visto precisado a repetir conceptos establecidos por mí mismo en tales obras, aunque por supuesto, he procurado que tales rei teraciones se limiten a lo ineludible. Para ampliar los puntos ya tratados por mí antes y ahora sólo esquematizados, el lec tor deberá, en consecuencia, ir, si así lo desea, a las mencio nadas publicaciones. 24 Desde su primera edición en Gredos (1952) hasta la 6.a (Credos, 1977), que casi cuadriplica su tamaño inicial y donde trato el tema, por tanto, con bastante más extensión. 25 Primera edición, Madrid, ed. Insula, 1950; 2.a ed. de Gredos, Ma drid, 1968. 26 El comentario de textos, de varios autores, Madrid, Editorial Cas talia, 1973, págs. 305-338. El capítulo firmado por mí al que aludo se titula «En torno a 'Malestar y noche' de García Lorca» (págs. 305- 338).

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