viernes, 31 de mayo de 2019

F. Dostoievski. Diario de un escritor.

 

II

 UN CAPÍTULO PERSONAL

 Más de una vez me han empujado a escribir mis recuerdos literarios. No sé si lo haré. Mi memoria va siendo perezosa, y, además, recordar es triste. En general, me gusta poco recordar. No obstante, algunas veces, ciertos episodios de mi carrera literaria aparecen por sí mismos en mi memoria con increíble claridad. Por ejemplo, he aquí algo que recuerdo. Una mañana de primavera había ido a ver a Iégor Petrovitch Kovalésky. Mi novela Crimen y castigo, que se estaba publicando entonces en el Mensajero ruso, le interesaba mucho. Se puso a felicitarme calurosamente, y me habló de la opinión que de ella tenía un amigo cuyo nombre no puedo dar, pero que me era muy querido. Interin, se presentaron, uno tras otro, dos editores de revistas. Uno de estos periódicos ha adquirido desde entonces un número de lectores ordinariamente desconocido de las revistas rusas, pero entonces estaba en los comienzos de su fortuna. Por el contrario, el otro acababa ya una carrera poco antes gloriosa; pero su editor ignoraba que su obra debiese terminar tan pronto. Este último me llevó a otro cuarto, donde estuvimos hablando. Se había mostrado muy amable conmigo en varias ocasiones, a pesar de que nuestro primer encuentro había sido tormentoso. Una vez, entre otras, me había enseñado versos suyos, los mejores que había escrito, y bien sabe Dios que su apariencia no sugería la idea de hallarse en presencia de un poeta, y, sobre todo, de un poeta doloroso y amargo. Sea lo que sea, entabló su conversación del siguiente modo:
 —¡Bueno! ¡Le hemos vapuleado a usted un poco, en mi revista, a propósito de Crimen y castigo!
 —Lo sé, lo sé... —respondí.
 —Y... ¿sabe usted por qué?
 —Sin duda, cuestión de principios.
 —De ningún modo. Ha sido por culpa de Tchernischevsky.
 Me quedé estupefacto.
 —El señor N... —repuso—, que le ha maltratado a usted en su artículo, fue en mi busca para decirme: "Su novela es buena, pero hace dos años no tuvo inconveniente en injuriar a un infeliz deportado y caricaturizarle. Voy a destrozar su novela."
 —¡Vaya! Ahí tenemos las simplezas que vuelven a comenzar por el asunto de El cocodrilo —exclamé, comprendiendo en seguida de qué se trataba—. Pero ¿ha leído usted mi novela titulada El cocodrilo?
 —No, no la he leído.
 —Pues todo eso proviene de una serie de chismes idiotas. Mas es preciso todo el ingenio, y todo el discernimiento de un Boulgarine para encontrar en esa desdichada novela la menor alusión a Tchernischevsky. ¡Si supiese usted lo idiota que es todo eso! Sin embargo, nunca me perdonaré no haber protestado, hace dos años, apenas lanzada, contra esa calumnia estúpida.
 Y hasta ahora todavía no he protestado. Un día no tenía tiempo, otro encontraba el chisme demasiado despreciable. Sin embargo, esta bajeza que me atribuyen ha llegado a ser, para muchas personas, un agravio contra mí. La historia ha corrido por los periódicos y las revistas, ha penetrado en el público y me ha valido varios disgustos.
 Es ya tiempo de explicar lo que hay en ella, pues mi silencio acabaría por confirmar aquella leyenda.
 La primera vez que encontré a Nicolás Gavrilovitch Tchernischevsky fue en 1859, durante el año que siguió a mi vuelta de Siberia; ya no recuerdo ni dónde ni cómo. Después nos hemos vuelto a encontrar, pero no con mucha frecuencia; apenas si hablamos, pero siempre nos tendimos la mano. Herzen me decía que su persona y sus maneras habíanle producido molesta impresión. Pero yo sentía por él simpatía.
 Una mañana encontré en mi puerta un ejemplar de una publicación que entonces aparecía con bastante frecuencia. Se llama La Joven Generación. Nada más inepto e irritante. Estuve todo el día molesto.
 Hacia las cinco de la tarde fui a casa de Nicolás Gavrilovitch. El mismo salió a abrirme la puerta, me acogió muy amablemente y me condujo a su gabinete de trabajo. Saqué de mi bolsillo la hoja que había encontrado por la mañana y pregunté a Tchernischevsky:
 —Nicolás Gavrilovitch, ¿conoce usted esto?
 Tomó la hoja como una cosa para él perfectamente ignorada, y leyó el texto. Aquella vez no había más que unas diez líneas.
 —¿Qué quiere decir esto? —me preguntó, sonriendo ligeramente.
 —¡Bah! ¡Si serán idiotas esas gentes! —dije—. ¿No habría algún medio de hacerles renunciar a ese género de bromas?
 —Pero ¿se figura usted que tengo algo que ver con ellos, que colaboro con sus tonterías?
 —Estaba completamente seguro de lo contrario, y creo inútil asegurárselo. Pero me parece que debieran disuadirles de continuar su publicación. Sé muy bien que usted nada tiene que ver con los redactores de esta hoja, pero usted los conoce un poco, y, para ellos, su opinión tiene mucho peso; ¿no podría usted?...
 —Pero ¡si no conozco a ninguno de ellos!
 —¡Ah! ¡Si usted lo dice!... ¿Habrá que hablarles directamente?... ¿Acaso una queja procedente de un hombre de la situación de usted?
 —¡Bah! No produciría ningún efecto... Todo eso es inevitable...
 —Sin embargo, hacen daño a todo y a todos...
 En aquel momento llegó un nuevo visitante y me marché. Estaba completamente convencido de que Tchernischevsky no era en modo alguno solidario de las bromas pesadas. Me había recibido muy bien y vino pronto a devolverme la visita. Pasó cerca de una hora en mi casa, y debo decir que pocas veces he visto un carácter más suave y más amable que el suyo. Nada me asombraba tanto como el oírlo tratar, en algunas partes, de hombre duro e insociable. Estaba cierto de que deseaba hacerse amigo mío, y no me molestaba por ello. Pronto hube de trasladarme a Moscú; pasé allí nueve meses, y, naturalmente, mis relaciones con Tchernischevsky no siguieron adelante.
 Un buen día supe la detención y después la deportación de Nicolás Gavrilovitch, sin conocer los motivos, que hoy todavía ignoro.
 Hace año y medio pensé escribir un cuento humorístico-fantástico, por estilo de Nariz, de Gogol. Nunca había escrito nada de ese carácter. Mi novela no pretendía ser más que una broma literaria. Tenía que desarrollar en ella algunas situaciones cómicas. Aunque todo ello no tenga gran importancia, contaré aquí el asunto de mi cuento, para que se comprendan las conclusiones que de él se sacaron:
 "Había por entonces, decía mi novela, en Petersburgo un alemán que exhibía un cocodrilo mediante el desembolso de cierta cantidad. Un funcionario petersburgués, antes de salir para el extranjero, quiso ir a gozar de aquel espectáculo en compañía de su joven esposa y de un amigo. El funcionario pertenecía a la clase media; tenía algún dinero, era todavía joven, lleno de amor propio, pero tan idiota como el famoso "Jefe Kovalov que había perdido su nariz". Se creía un hombre notable y, aunque medianamente instruido, considerábase como un genio. En la oficina pasaba por el ser más nulo que se podía hallar. Como si quisiera vengarse de aquel desdén, había tomado la costumbre de tiranizar al amigo que le acompañaba a todas partes, tratándole como a inferior. El amigo le odiaba, pero lo soportaba todo por causa de la joven esposa, a la que amaba infinitamente. Pues mientras esta linda persona, que pertenecía a un tipo completamente petersburgués —el de la coqueta clase media—, mientra esta linda persona se aturdía con las gracias de los monos que enseñaban al mismo tiempo que El cocodrilo, su genial esposo hacía de las suyas. Consiguió despertar y molestar al cocodrilo, hasta entonces dormido y tan inquieto como un leño. El saurio abrió una boca enorme y se engulló al marido. El gran hombre, por la más extraña de las casualidades, no había sufrido el menor daño, y, por efecto de su carácter, encontróse maravillosamente bien en el interior del cocodrilo. El amigo y la mujer, sabiendo que estaba a salvo por haberle oído alabarse de su felicidad en el vientre del reptil, fueron a dar cerca de las autoridades los pasos necesarios para obtener la libertad del involuntario explorador. Para eso, primero era preciso matar al cocodrilo, y después despedazarle delicadamente para extraer de él al gran hombre. Pero había que indemnizar al alemán, propietario del saurio. Este germano comenzó por enfadarse formidablemente. Declaró, jurando, que seguramente su cocodrilo moriría de una indigestión de funcionario. Pero pronto comprendió que el brillante burócrata, tragado sin recibir daño podría procurarle grandes entradas en toda Europa. Exigió, a cambio de su cocodrilo, una suma considerable, más el grado de coronel ruso. Mientras tanto las autoridades se mostraban apenadas, pues ningún funcionario recordaba haber visto nunca un caso parecido. ¡No había precedente ninguno!
 Después se sospechó si el funcionario se habría metido en el cuerpo del cocodrilo para causar molestias al Gobierno. ¡Debía ser algún subversivo "liberal"!
 Mientras, la joven viuda hallaba que su situación de "casi viuda" no carecía de interés. El esposo tragado —a través del caparazón del cocodrilo— acababa de declarar a su amigo que prefería infinitamente su estancia en el interior del saurio a su vida de funcionario. Su veraneo en el vientre de una bestia feroz atraía sobre él, por fin, la atención que en vano solicitaba, cuando quedaba alguna vacante, sobre sus ocupaciones burocráticas. Insistió para que su mujer diese veladas en las que apareciese su tumba viviente. Todo Petersburgo iría a sus veladas, y a todos los hombres de Estado les sorprendería el fenómeno. Él, el "tragado" interesante, hablaría siempre a través de la escamosa coraza del cocodrilo, o mejor, por la garganta del monstruo: aconsejaría a sus jefes y les demostraría sus capacidades. A la insidiosa pregunta de su amigo, que le preguntaba qué haría si un buen día se viese evacuado de su ataúd de una u otra manera..., respondió que estaría siempre en guardia contra una solución demasiado conforme a las leyes de la naturaleza... ¡y que se resistiría a ello!
 La mujer se sentía cada vez más encantada con su papel de falsa viuda: todo el mundo le demostraba su simpatía; el jefe directo de su marido le hacía frecuentes visitas, jugaba a las cartas con ella, etc."
 Aquí terminaba el primer episodio de mi novela, que dejé sin terminar, pero que un día u otro habré de seguir.
 Sin embargo, he aquí el partido que han sacado de esta broma:
 Apenas lo que había escrito de este relato apareció en la revista La Época (era en 1865), que el periódico Goloss (La Voz) entregóse a los más extraños comentarios sobre el asunto de la novela. Ya no me acuerdo exactamente del texto del memorial, pero su redactor se expresaba, al principio de su artículo, poco más o menos como sigue:
 "En vano es que el autor de El cocodrilo se ejercite en un género de humorismo nuevo para él: no recogerá con ello ni el honor ni los provechos que busca" etcétera; luego, después de haberme infligido algunos pinchazos de amor propio bastante envenenados, el revistero recurría a embrolladas acusaciones, seguramente pérfidas, pero incomprensibles para mí. Una semana más tarde encontré al señor N. N., que me dijo: "¿Sabe usted lo que creen en algunas partes? Pues bien, afirman que su Cocodrilo no es más que una alegoría: se trata de la deportación de Tchernischevsky, ¿verdad?" Completamente consternado por semejante interpretación, juzgué, no obstante, despreciable una opinión tan fantástica; semejante ruido no podía hallar eco. Sin embargo, nunca me perdonaré mi negligencia y mi desdén en aquella ocasión, pues aquella tonta invención no hizo más que tomar cuerpo y adornarse cada vez más; mi mismo silencio ha dado ánimos a los comentadores. "¡Calumniad! ¡Calumniad! ¡Siempre quedará algo!"
 ¿Dónde está la alegoría? ¡Ah! Indudablemente, el cocodrilo representa la Siberia, y el funcionario presuntuoso e inútil no es otro que Tchernischevsky. Ha sido tragado por El cocodrilo sin renunciar a la esperanza de dar una lección a todo el mundo. El amigo débil y tiranizado por él simboliza a los que le rodeaban, a los que creía regentar. La mujer linda, pero tonta, que se regocijaba con su situación de seudo viuda, es... Pero aquí entramos en detalles tan sucios que no quiero mancharme continuando la explicación de la alegoría. Y, sin embargo, quizá sea esta última alusión la que tuvo más éxito. Tengo mis razones para creerlo.
 ¡Han supuesto que yo, antiguo forzado, no solamente he tenido la bajeza de alegrarme pensando en la situación de un infortunado deportado, sino hasta la cobardía de publicar mi regocijo escribiendo para ello un libelo injurioso! Pero... ¿en qué terreno se colocan para acusarme de semejante villanía? Pero traedme cualquier obra; tomad de ella diez líneas, y con un poco de buena voluntad podréis explicar al público que han querido retozar sobre la guerra francoprusiana, burlarse del actor Gorbounov o entregarse a todas las estúpidas bromas que os agrade idear.
 Recordad con qué espíritu examinaban los censores los manuscritos de los autores durante los años cuarenta. No había ni una línea, ni una coma, en que estos hombres perspicaces no descubriesen una alusión política. ¿Irán a decir que yo odiaba a Tchernischevsky? He demostrado que nuestras relaciones fueron siempre afectuosas. ¡Dadme al menos una de las razones que hubiera podido tener para guardarle rencor por algo, fuese lo que fuese! Todo eso es mentira.
 ¿Querrán insinuar que esperaba ganar algo en "elevado lugar" el día en que publiqué esa bufonería de doble sentido? ¡Eso sería decirme que he vendido mi pluma, y nadie lo probará!
 Si vienen a decirme que me creí autorizado por causa de ciertos asuntos de familia que no importaban más que a Tchernischevsky, evitaré cuidadosamente defenderme de haber tenido un pensamiento tan abyecto, pues, lo repito, mi misma defensa me mancharía.

 Estoy enfadado por haberme dejado arrastrar a ocuparme de estos hechos personales. He ahí lo que ocurre yendo a buscar sus recuerdos literarios. No me sucederá más.

jueves, 30 de mayo de 2019

Dickens, Hugo, Antonio Machado, Barajo. Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.


Martes 11 de diciembre de 1956. Come en casa Borges. BORGES: «Algunas
personas escriben un poema o un verso admirable. Se dice que eso vale
toda la obra de otro. Se compara una pieza muy breve con una obra
como la de Dickens o la de Hugo. Se finge que en la comparación la ventaja
está del lado de la obra grande. Esto es falso. Un verso, un poema, a
cualquiera puede salirle bien, sin languideces; en una obra vasta tiene
que haber altos y bajos».
***
Miercoles, 12 de diciembre de 1956.
BORGES: «¿Será peor que Antonio Machado? Sí». BIOY: «LO malo es
que es peor que Capdevila, a quien él tanto desprecia».
***
Admira obras y autores por la idea (general) que
tiene de ellos».
***
Leemos a Baroja: el primer capítulo de El árbol de la ciencia. Es notablemente
insulso, pobre; todo parece de lejos; hay alguna sensación de
realidad, porque nada es divertido, ni extraño, ni hermoso. BORGES:
«Quién sabe contra cuántos libros está escrito. Para admirarlo hay que
pensar, quizá, en Ricardo León, quizá en los imitadores de Cervantes. Baroja
dijo que Unamuno era deshonesto, que atacaba a Goethe y sin inconveniente
admiraba la prosa de un presidente Pérez, general de la
pampa (Sarmiento). Durante la primera guerra, al menos, fue germanófilo.
Escribió Horas solitarias: el título era un desafío porque Baroja tenía
fama de onanista». Recuerda que cuando leyó, hace muchos años, El

árbol de la ciencia, le gustó enormemente.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Mallea, Juan Ramón Jiménez, Víctor Hugo, Premioi Nacional de Poesía de Argentina, Guillermo de Torre.


Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.
***
«La obra de Mallea es de esas
obras que beneficia y se beneficia de la vida de su autor. Cada ano aparece
una novela; que esa novela sea ilegible no importa; acaso conviene:
es toda una garantia. Mallea asciende sentado en lo alto de esa torre de
letras siempre creciente; como el es una persona importante, influyente
y agradable, los criticos lo tratan con respeto. Desde luego, el dia en que
Mallea muera esa biblioteca de novelas ilegibles, esa obra copiosa y por
lo mismo repulsiva para los editores, que no querrán gastar en reimprimirla,
lo hundirá con su peso en plomo al fondo del olvido».
Página 205-206
***
Jueves, 25 de octubre de 1956. Borges me dice: «Le dieron el Premio Nobel
a Juan Ramon Jimenez». BIOY: «Que verguenza...». BORGES: «...para Estocolmo.
Primero a Gabriela, ahora a Juan Ramon. Son mejores para
inventar la dinamita, que para dar premios». BIOY: «De cualquier modo,
Juan Ramon es mucho mejor que Gabriela Mistral. Los malos poemas
de Juan Ramon son malos; pero los mejores son bastante buenos.
Gabriela Mistral no ha escrito ningun poema bastante bueno.
***
LUNES 12 DE NOVIEMBRE DE 1956.
Pags: 243-244.
Editorial: Destino.
Hablamos de novelas. Wilcock dice que empezo a escribir una; que
esta leyendo Aspects of the Novel de Forster, para prepararse; que este libro
es oro en polvo; que debo releerlo; que Garnett parece haber aplicado
sus recetas meticulosamente en Aspects of Love.
Hablamos del punto de vista. Forster dice que respetar o no esa convencion
depende del vigor del autor. Que Tolstoi empieza La guerra y la
paz omnisciente, en el capitulo segundo sabe lo que puede saber un observador,
en el tercero sabe un poco mas, etcetera; y que Tolstoi puede
permitirselo.1 BORGES: «Al fin y al cabo es una convencion inventada,
creo, por Henry James, y antes de Henry James se escribieron buenas novelas.
En Los miserables alguien tiene un sueno, el lector conoce ese sueno
y el personaje lo olvida:2 tampoco esto esta mal».
Hablamos del dialogo en las novelas. WILCOCK: «Las paginas quedan
mejor, mas construidas, si uno cuenta las cosas, en lugar de comunicarlas
por medio del dialogo de los personajes». BIOY: «Cada pagina, cada
frase, tal vez quede mejor, pero la novela, no». BORGES: «Es claro. Por el
dialogo uno se acerca a los personajes. Se los oye hablar. No hay como
crear el caracter de un personaje sino por la manera en que se le hace
hablar. .Por que va a privarse de eso el autor? Si el cuenta todo, queda lejos
». Wilcock pregunta si creemos necesario hablar de lo que los personajes
comen; que Forster dice que un aspecto tan importante de la vida
se ha descuidado en las novelas;3 Wilcock opina que es tan molesto que
le digan a uno lo que los personajes estan comiendo como que le digan
que estan haciendo el amor. A eso no contestamos. Continua: Garnett
parece haber aceptado plenamente el consejo de Forster; en Aspects of
Love continuamente se habla de comidas. Observa tambien Wilcock que
los autores obligan a los personajes a comer o beber lo que a ellos (los
autores) les gusta; que los bebedores exageradamente hacen beber whiskie
a los personajes; que el, como traductor, sabe esto, porque a cada momento
se le presenta el problema de traducir la palabra drink, que es intraducibie.
«Trago», dice Borges, y opina que las comidas y bebidas sirven
para caracterizar a los personajes. A Dickens, sin duda, le gustaba la
cerveza y la carne y los pasteles, y sus personajes continuamente beben cerveza
y se dan comilonas de carne y de pasteles. A Borges le parece agradable.
Tambien recordamos que el encanto de algunas novelas policiales
de Anthony Gilbert reside principalmente en un protagonista que es
hombre de gran vulgaridad y gran bebedor de cerveza negra.1 Wilcock
dice que segun Forster el momento mas debil de los autores es cuando
hablan a espaldas de los personajes y nos comunican que estos son buenos
o malos o lo que sea. Borges replica que Butler hace muy bien eso;
resulta agradabilisimo en The Way of All Flesh: «Una cosa extrana en esta
novela es que el narrador, que nos dicen que es un pariente del protagonista,
sabe demasiadas cosas; pero esto es una convencion del libro, y
se acepta».
***
Martes, 13 de noviembre de 1956.
Pags: 246-247.
Borges dice que para el Premio Nacional ha surgido un nuevo escollo:
Nalé Roxlo, bruscamente llamado al jurado. BORGES: «Odia a todo el
mundo. A mí más que a nadie. Quería que lo mandaran a Portugal.
Como no le hicieron caso, siente que la Revolución fracasó. Es capaz de
no querer premiar a Silvina, porque la verá como a una muchacha de familia
conocida o pudiente. Tiene conciencia de ser un muchacho de barrio,
como Ledesma, un cafisho de lechería. Parece que es muy devoto de
Molinari». SILVINA: «¿Y ha escrito algo bueno?». Borges y yo le decimos
que tiene poemas extraordinarios, entre otros uno que incluimos en la
antología. Y aquello de:
mi caballo, lo suelto, y a mi lira, la rompo
o algo por el estilo.
***
Lunes 10 de diciembre de 1956.
Habla de Roberto Arlt: «Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por
cualquier plan para ganar mucha plata, por descabellado que fuera, a
condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo, se interesó
mucho en el proyecto de instalar una feria para rematar caballos, en
Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente
cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones.
Un negocio adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían
un insecticida infalible.
»Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena
nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un
malevo desagradable, extraordinariamente inculto. Hablábamos una noche
con Ricardo Güiraldes y con Evar Méndez de un posible título para
una revista. Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: "¿Por qué no le
ponen El Cocodrilo? Ja, ja". Era un imbécil.
»En Crítica, estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada.
No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que sólo en El Mundo
supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las
páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus aguafuertes
porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario.
Imaginate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre
lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió.
»Me aseguran que después se cultivó y leyó a Faulkner, y que eso lo
demostró en un artículo de dos páginas, algo magnífico, en que estaba
todo: "Sobre la crisis de la novela". Qué título. Ya te podés imaginar la
idiotez que sería eso. Lo que pasa, según Arlt, es que la gente no comprende
lo que es la novela, por eso hay crisis de novelas. En la novela
cada personaje debe tener un destino claro, como el destino del tigre es
matar. ¿Te das cuenta? Tiene que valerse de un animal para significar la
sencillez del destino. Más que personajes describiría muñecos».
De Ricardo Molinari dice: «Amenazó con no seguir escribiendo si no
le daban el premio de poesía. Si no le daban el premio, ya verían, él se
declararía en huelga y todo el mundo saldría perjudicado».
De Guillermo de Torre dice: «Recorrió América. No trae de todo el
viaje una experiencia memorable, una frase quotable. Mero énfasis. ¿Se interesó
por el papiamento? No. Visitó la Casa de España y el Centro de
Profesores. Únicamente trajo esta observación sobre Reyes, no sé si memorable:
"Se ha dejado crecer la barba. Como es de estatura tan baja, parece
un gnomo"».

***

F. Dostoievski. DIARIO DE UN ESCRITOR.



 DIARIO DE UN ESCRITOR

 (1873)

 I


 INTRODUCCIÓN

 El 20 de diciembre supe que todo estaba arreglado y que llegaba a ser director de la revista Grajdanine (El Ciudadano). Este acontecimiento extraordinario —al menos para mí— ocurrió de un modo bastante sencillo.
 Precisamente aquel mismo 20 de diciembre acababa de leer un artículo del Boletín de Moscú sobre el matrimonio del emperador de la China, que me produjo una gran impresión. Aquel maravilloso suceso, tan complejo, había ocurrido también del modo más sencillo, estando todo previsto, hasta en sus menores detalles, desde lo menos mil años antes, en los doscientos volúmenes del Libro de las Ceremonias.
 Comparando el importante acontecimiento que ocurría en China con mi nombramiento de director de periódico, me sentí de repente muy ingrato para con las instituciones de mi país, a pesar de que la autorización para publicar la revista me fue concedida por el Gobierno sin dificultad.
 Pensaba que para nosotros —me refiero al príncipe Mestchersky y a mí— hubiera sido preferible cien veces el editar El Ciudadano en China mejor que en Rusia. Allá lejos todo es muy claro; nos presentaríamos, el príncipe y yo, en el día fijado, en la Cancillería principal de la Imprenta. Prosternándonos, golpearíamos el suelo con nuestras frentes y después pasaríamos por él la lengua repetidas veces; luego, poniéndonos en pie, alzaríamos un índice cada uno, bajando respetuosamente la cabeza. Es indudable que el director de la Cancillería haría tanto caso de nosotros como de las moscas. Pero entonces surgiría un tercer adjunto de su tercer secretario, el cual, teniendo en la mano el diploma de mi nombramiento de director, nos recitaría, con voz noble, pero suave, la alocución de rigor sacada del Libro de las Ceremonias. Este trozo de elocuencia sería tan claro y tan completo, que daría gozo escucharlo. En el caso en que yo, chino, fuese lo bastante ingenuo, lo bastante niño para experimentar algún remordimiento de conciencia ante la idea de aceptar una dirección como aquélla sin poseer las condiciones requeridas, pronto me probarían que semejantes escrúpulos eran grotescos. ¡Qué digo! El texto oficial me convencería inmediatamente de una inmensa verdad; a saber: que si por una gran casualidad tuviera yo algún ingenio, lo mejor sería no emplearlo nunca. E indudablemente sería encantador oírse despedir por medio de estas deliciosas palabras: "Vete, director; desde ahora ya puedes comer arroz y beber té con una conciencia más tranquila que nunca".
 El tercer adjunto del tercer secretario me entregaría entonces el lindo diploma escrito con letras de oro sobre rojo pergamino, el príncipe Mestchersky entregaría un copioso jarro de vino, y, volviéndonos los dos a nuestra casa, nos apresuraríamos a editar inmediatamente el espléndido primer número de El Ciudadano, mejor que todo lo aquí editado; ¡no hay como China para el periodismo!
 En China, de todos modos, creería capaz al príncipe Mestchersky de hacerme una mala partida al bombearme como director de su periódico; no me proveería, quizá, tan finamente, más que con la sola intención de hacerse reemplazar por mí cuando se tratase de ir a a Cancillería para recibir cierto número de golpes de bambú en los talones. En cambio, quizá allá tendría la ventaja de no escribir artículos de doce a catorce columnas como aquí, e indudablemente tendría derecho a ser inteligible, cosa prohibida en Rusia, a no ser al Boletín de Moscú.
 Ahora, tenemos en nuestra casa, al menos hoy, un principio completamente chino: aquí también vale más no ser demasiado inteligente. Por ejemplo, antes en nuestro país la frase "no comprendo nada" daba una reputación de necedad a aquel que de ella se servía. Ahora honra grandemente a quien la emplea. Basta pronunciar las tres palabras precitadas con un tono seguro, hasta altivo. Un señor os dirá orgullosamente: "No comprendo nada de la religión, nada de Rusia, nada del Arte...", y en seguida se le colocará sobre un pedestal. Somos chinos, si queréis, pero en una China sin orden. Apenas si comenzamos la obra que China ha realizado. Verdad es que nosotros llegaremos al mismo resultado; pero... ¿cuándo? Creo que para llegar a aceptar como código moral los doscientos volúmenes del Libro de las Ceremonias, con el fin de tener derecho a no pensar en nada, todavía necesitaremos lo menos mil años de ininteligentes y desordenadas reflexiones; sin embargo, es posible no tengamos que hacer más que dejar pasar las cosas sin reflexionar nada, pues en este país, cuando ocurre que un hombre quiere expresar una idea, se ve abandonado por todos. No le queda más que buscar una persona menos antipática que la masa, halagarla y no hablar más que con ella, editando un periódico sólo para esta persona. Yo voy más lejos: creo capaz a El Ciudadano de hablar solo y para su propio placer. Y, si consultáis a los médicos, os dirán que la manía del monólogo es un signo seguro de locura.
 ¡He aquí el periódico que me he encargado de editar! ¡Adelante! ¡Hablaré conmigo mismo para mi propio placer! ¡Ocurra lo que ocurra!
 ¿De qué hablar? De todo cuanto me conmueva, de todo cuanto me haga reflexionar. Tanto mejor si encuentro un lector y, si Dios quiere, un contradictor. En este último caso, me veré obligado a aprender a hablar y a saber con quién y cómo debo hablar. Me aplicaré a ello, porque para nosotros los literatos esto es lo más difícil. Los contradictores son de diferentes especies: no se puede argumentar con todos de la misma manera.
 Quiero decir aquí una fábula que he oído estos últimos tiempos. Se afirma que esta fábula es muy antigua, y se agrega que quizá ha venido de la India, lo cual es muy consolador.
 Un día un cerdo riñó con el león y lo desafió. Al volver a su casa reflexionó y se sintió lleno de terror. Reunióse todo el rebaño, deliberó y dio su solución del siguiente modo:
 "Mira, cerdo, muy cerca de aquí hay un agujero lleno de basuras: vete allí, revuélcate bien dentro del agujero e inmediatamente después preséntate en el lugar donde el duelo debe celebrarse."
 El cerdo siguió este consejo. Llegó el león, lo olfateó, hizo un gesto y se fue. Largo tiempo después el cerdo se alababa de que el león había tenido miedo y se había escapado en lugar de aceptar la lucha.
 Indudablemente, entre nosotros no hay leones: se opone a ello el clima, y además sería para nosotros una caza demasiado majestuosa. Pero reemplazad al león por un hombre bien educado, y la moraleja será la misma.
 Todavía quiero contaros algo sobre este asunto: Un día hablaba yo con Herzen y le elogiaba mucho una de sus obras, De la otra orilla, de la que, con gran satisfacción mía, Mikhaíl Petrovítch Pogodine había hablado en términos muy halagadores en un excelente artículo, muy interesante. El libro estaba escrito en forma de conversación entre dos personajes: Herzen y un contradictor cualquiera.
 —Lo que particularmente me agrada —hacía yo notar— es que vuestro contradictor es, como usted, un hombre de mucho talento. Confiese usted que más del una vez le pone en grave apuro.
 —Ese es todo el secreto de la cuestión —replicó Herzen, riéndose—. Oiga usted una breve historia: Un día, en la época en que vivía en Petersburgo, Bielinsky me llevó a su casa para leerme un artículo por lo demás lleno de talento. Se titulaba: Diálogo entre los señores A y B y se ha reproducido en sus obras completas.
 En ese diálogo Bielinsky se mostraba sumamente inteligente y listo. El señor B, su contradictor, tenía un papel mucho menos brillante.
 Cuando mi huésped hubo terminado su lectura, me preguntó, no sin cierta ansiedad:
 —¡Bueno! ¿Qué te parece?
 —Es excelente, excelente —le respondí—, y has sabido mostrarte tan inteligente como eres. Pero.., ¿qué gusto has podido tener en perder el tiempo con semejante imbécil?
 Bielinsky se arrojó sobre el sofá, hundió su rostro en un cojín, y exclamó, reventando de risa:

 —¡Me has matado! ¡Me has matado!

Edición popular para la COLECCIÓN AUSTRAL
 Versión española de J. García Mercadal
 @ Cía. Editora Espasa-Calpe Argentina, S. A. Buenos Aires, 1960
 IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINE

martes, 28 de mayo de 2019

Escritores: Sabato, Pedro Antonio de Alarcón, Benito Pérez Galdós, Valle Inclán, Menéndez y Pelayo, BIOY CASARES DIARIOS ÍNTIMOS. BORGES.


SABATO. ADOLFO BIOY CASARES. DIARIOS ÍNTIMOS. BORGES.
PAG.198.
Editorial: Destino.
Miércoles, 5 de septiembre, año: 1956.
Borges me asegura que le ha tomado tanto odio a Sabato, que ya no imagina su
cara tal como es, sino en caricatura.
***
Sábado, 15 de septiembre de 1956.
Hablamos de literatura española. Enumeramos a autores y libros: Escenas
matritenses de Mesonero Romanos. Larra. Pereda, Peñas arriba, Sotileza.
Ricardo León, La escuela de los sofistas. BORGES: «Qué bien, sabía que
hubo sofistas». Benavente, Los intereses creados:
Alma del silencio, que yo reverencio...'
BORGES: «Qué versos, qué animal». Palacio Valdés, La hermana San
Sulpicio. Alarcón, «El amigo de la muerte». BORGES: «Ese cuento está muy
bien». El sombrero de tres picos, una idiotez; El capitán Veneno, otra. Las Sonatas
de Valle-Inclán, cursis y groseras. Galdós, Marianela, tan débil. BOR¬
GES: «Norah, por obediencia a Guillermo, leyó Fortunata y Jacinta, pero
después no pudo menos que rebelarse: "No hay una sola escena poética",
exclamó. "Es una novela realista", replicó Guillermo. "También es realista
Dostoievski", contestó Norah».
***
Nombro a Baroja; convenimos en que El árbol de la ciencia
es un libro muy superior a todos los mencionados. Borges y Bianco hablan
de otras novelas de Baroja, que ellos leyeron y yo no; tratan de estudiantes
pobres y de anarquistas; las recuerdan con afecto.
***
Sobre Menéndez y Pelayo digo que siempre es agradable de
leer, pero que a veces sus juicios y su información son superficiales —véase
Stendhal en Historia de las ideas estéticas en España—.2 En contra de la
opinión general, creo que su mejor obra es la «Epístola a Horacio»; tampoco
es mala la otra, la «Epístola a mis amigos de Santander», en que les
agradece el regalo de una biblioteca. Pasamos a Unamuno. BIANCO: «Miren que son malas sus novelas». Yo murmuro «Niebla» y Borges alega que
Unamuno las llamo nivolas;1 despues elogia algunos ensayos de Una¬
muno y recita, riendo, sus peores versos. Digo que el estilo de Unamuno

me cansa y que sus ideas me parecen tan falsas como sus antitesis.

domingo, 26 de mayo de 2019

T.S. Eliot, Mallea, Sabato. Diarios íntimos. Bioy Casares. Borges.


Viernes, 10 de agosto. Año: 1956.
 Come en casa Borges. BORGES: «El estilo de
[T. S.] Eliot es desesperante. Dice algo y en seguida lo atenúa con un
quizá o un según creo, o le resta importancia reconociendo que en ocasiones
lo contrario es cierto. A veces me parece que lo hace para llenar
papel, porque hay que escribir un artículo». BIOY: «YO creo que es porque
en cuanto dice algo teme exponerse, por haber cometido una inexactitud.
A mí, por lo menos, me pasa eso, pero creo que los autores deben
atenerse a hacer afirmaciones un poco audaces, en la inteligencia de
que el lector comprenderá que no hay que tomar todo literalmente y
contribuirá con las dudas. Por un ideal de nitidez y simplificación hay
que tener ese coraje de afirmar algo a veces». BORGES: «Goethe declaró que
esas palabras como tal vez, quizá, según me parece, si no me equivoco, deben
estar sobreentendidas en todos los escritos; que el lector puede distribuirlas
donde lo juzgue conveniente y que él escribía cómodamente sin
ellas».
***
Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.
NOTA: SOBRE BORGES, AL FINAL  BORGES Y BIOY CASARES HOMBRES DE CARNE Y HUESO CON SUS VIRTUDES, ODIOS, DEFECTOS.
Viernes 10 de agosto de 1956.
BIOY: «Si viviera cien años ya no podría publicar en ninguna parte. Parece
lo contrario de Mallea, quien, insistiendo con sus novelas ilegibles,
se mantiene en el recuerdo. Mientras viva, Mallea será un escritor de algún
nombre; después se hundirá en el olvido, como si fuera de plomo.
¿Quién se atreverá a reeditar sus novelas? Nadie. Sabato también desaparecerá,
sin dejar rastro, después de la muerte. Es curioso el caso de Sabato:
ha escrito poco, pero ese poco es tan vulgar que nos abruma como
una obra copiosa». BORGES: «Nunca le tuve afecto.
Página 187.
Editorial: Destino.
***
Sabato. Adolfo Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.
Sábado, 25 de agosto. Año: 1956.
Página: 193. Editorial: Destino.
Bioy: Hoy se habla de Sabato, de su grotesca actuacion en una audicion de
radio, en la que pierde los estribos. Convenimos en que podriamos juntar
firmas para un petitorio de los amigos de Sabato, para que le apliquen
un puntapie atrás.
***
Martes, 4 de septiembre. Año: 1956
BORGES: «Nunca hubiera creído que iba a odiar tanto a Sabato». BIOY:
«A mi no me extraña. Nunca le tuviste buena voluntad. Y yo he hecho un
descubrimiento: en contra de lo que se afirma, la antipatía está más cerca

del odio que del amor». Se ríe y dice: «Tenes razón».

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