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martes, 1 de agosto de 2023

C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS HISTORIA CRÍTICA CON SELECCIÓN DE TEXTOS VERSIÓN ESPAÑOLA DE JESÚS GARCÍA FERNÁNDEZ SEGUNDA EDICIÓN PARTE II-FRAGMENTO

  

 


 

C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD

 

LOS    FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS

 

HISTORIA CRÍTICA CON SELECCIÓN DE TEXTOS

 

VERSIÓN ESPAÑOLA

 

DE JESÚS GARCÍA FERNÁNDEZ

 

SEGUNDA EDICIÓN

 

 

PARTE II

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL   GREDOS

 

Libera los Libros


 

 

 

 

 

Indice

 

LA FILOSOFÍA EN EL OCCIDENTE (GRIEGO) 3

CAPITULO VII - PITÁGORAS DE SAMOS.. 5

CAPÍTULO VIII - PARMÉNIDES   DE   ELEA.. 39

CAPÍTULO IX  -  ZENÓN  DE  ELEA.. 70

CAPÍTULO X -  EMPÉDOCLES  DE  ACRAGAS.. 93

CAPÍTULO XI - FILOLAO DE CROTONA Y EL PITAGORISMO DEL SIGLO V.. 152

 

nota: si ud. no ve, a continuación de esta nota, la palabra “logos”, escrita  en caracaters griegos, deberá instalar la fuente SPionic que se provee junto a este e-book:

lo/goj

 

LA FILOSOFÍA EN EL OCCIDENTE (GRIEGO)

 

Los dos primeros filósofos conocidos que enseñaron en las ciudades griegas del Sur de Italia fueron dos emigrantes de Jonia, Jenófanes y Pitágoras, que florecieron hacia el final del siglo vi a. C. Pero las filosofías que se desarrollaron en el Sur de Italia fueron, desde el principio, muy diferentes en sus motivos impulsores y en su Índole de las de los Milesios. Mientras que éstos se sintieron impulsados por una curiosidad intelectual y la insatisfacción con las viejas versiones mitológicas, en un intento por procurar una sistemática explicación física de los fenómenos físi­cos, el impulso subyacente al pitagorismo fue de orden religioso y los eleáticos Parménides y Zenón propusieron paradojas metafísicas que destruyeron, de raíz, la creencia en la existencia misma del mundo natural. El único pensador importante que continuó en Occidente la tradición Jonia de investigación sobre la naturaleza, de un modo similar a su espíritu, fue el filósofo siciliano Empédocles. A pesar de todo, experimentó una poderosa influencia tanto del pensamiento pitagórico co­mo del de Parménides; su sistema está enmascarado por preocupaciones metafísicas y religiosas, así como por una imaginación audaz (por no decir fantástica), extraor­dinariamente personal.

 

Resulta tentador conjeturar que estas diferencias entre la filosofía griega occi­dental y la Jonia están en relación con diferencias en las condiciones sociales y políti­cas de la vida en estas partes tan distantes del mundo griego. El Sur de Italia y de Sicilia fue, ciertamente, la residencia de cultos mistéricos vinculados a la muerte y a la adoración de dioses del inframundo, mientras que este tipo de actividad reli­giosa tuvo escasa presencia en las ciudades de la costa ribereña de Jonia. Se ha sugerido que las ciudades occidentales eran inherentemente menos estables y que el compromiso de sus ciudadanos con los valores típicamente políticos de la polis griega estaba menos enraizado que en cualquier otra parte de Grecia (sin duda, la guerra entre los estados de Italia y Sicilia parece haber sido extraordinariamente encarnizada, hasta el punto de que originó deportaciones de poblaciones enteras y el arrasamiento total de sus moradas: la destrucción de Síbaris en el año 510 a.C. fue la más famosa de estas atrocidades). Cualquiera que sea la verdad de estas especulaciones, fue, en el Sur de Italia y no en Jonia, donde nacieron los elementos más distintivos de la moderna concepción de la filosofía. Pitágoras es el arquetipo del filósofo considerado como sabio, que enseña a los hombres el signi­ficado de la vida y de la muerte y Parménides es el fundador de la filosofía, entendi­da no como investigación de primer orden sobre la naturaleza de las cosas (lo que actualmente constituye la parcela de las ciencias naturales), sino como un estudio de segundo orden sobre lo que quiere decir el que algo exista, esté en movimiento o sea una pluralidad. Es significativo que, desde el principio, estas dos preocupacio­nes estuvieron asociadas a dos tipos muy diferentes de mentalidad, actitud que aún subsiste como característica de una misma denominación: la filosofía

lunes, 31 de julio de 2023

C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS FRAGMENTO

 

 

 

 

 

 




 

C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD

 

LOS    FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS

 

HISTORIA CRÍTICA CON SELECCIÓN DE TEXTOS

 

VERSIÓN ESPAÑOLA

 

DE JESÚS GARCÍA FERNÁNDEZ

 

SEGUNDA EDICIÓN

 

 

PARTE I

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

EDITORIAL   GREDOS

 

Libera los Libros



PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

 

Hace más de veinticinco años que apareció, por primera vez, nuestro estudio sobre Los Filósofos Presocráticos. Sus numerosas reimpresiones han experimentado, desde entonces, correcciones de escasa importancia hasta 1963 y las siguientes se han mantenido inalterables. GSK y JER fueron conscientes, durante los últimos años, de que pronto iba a ser necesaria una edición revisada a fon­do, si no querían que se quedara anticuada. Dado que JER no disfrutaba de buena salud y que sus intereses investigativos se cen­traban exclusivamente en cuestiones botánicas, le pidió a GSK que buscara el momento oportuno para sugerir un tercer colaborador. Resultó, además, que la parte del libro que fue originariamente obra de JER era la que requería una mayor revisión, debido a los nuevos derroteros que los intereses de los estudiosos habían alumbrado; GSK había estado también trabajando en otros campos y necesita­ba un colaborador para el grueso de las cuestiones. MS aceptó, en 1979, participar en la tarea y los tres estuvimos de acuerdo sobre la realización del trabajo.

 

Hay mayores e importantes cambios en esta nueva edición. MS ha reescrito por completo los capítulos referentes a los eleáticos y pitagóricos, debido, sobre todo, a las investigaciones de los filó­sofos analíticos respecto a los primeros y a las de Walter Burkert (en particular) sobre los segundos —investigaciones que han exigi­do una cierta reconsideración valorativa de los puntos de vista de Cornford-Raven en lo tocante a las interrelaciones entre las dos escuelas. Se ha incorporado a Alcméon en estos capítulos. MS ha igualmente reescrito en su totalidad el capítulo sobre Empédocles, a fin de tomar en consideración las reinterpretaciones de J. Bollack, G. Zuntz y otros y la controversia que han provocado. Espe­ramos que la disposición de los fragmentos de Empédocles en su orden original probable resulte más útil al lector. El capítulo sobre Anaxágoras, en cambio, se mantiene, en gran medida, tal como JER lo escribió; MS ha indicado, en notas de pie de página (cf. al respecto su An Essay on Anaxagoras, Cambridge, 1980) sus dife­rentes soluciones ocasionales, pero fue deseo de los tres autores que este capítulo se mantuviera sin cambios en su mayor parte. También Arquelao continúa sin alteración y Diógenes ha sido am­pliado con una simple nota a pie de página; MS ha escrito de nuevo las secciones referentes a los principios metafísicos de los atomistas, los átomos y el vacío y el peso de los átomos (para tener en cuenta la investigación de D. J. Furley, J. Barnes, D. O'Brien y otros) así como las relativas a la epistemología y la ética —la sec­ción sobre la ética ha sido, en gran medida, obra del Dr. J. F. Procopé, a quien expresamos nuestro cálido agradecimiento.

 

GSK ha revisado en su totalidad la parte primera del libro, aun­que hay escasas rescripciones completas. El capítulo I, los Precur­sores, ha sido redistribuido, abreviado y simplificado en algunas partes y se le han añadido secciones relativas al nuevo material órfico, al fragmento cosmogónico de Alemán y a la transición del mito a la filosofía. Muchas han sido las publicaciones sobre los Milesios, Jenófanes y Heráclito en el último cuarto de siglo, pero sus consecuencias han sido menos significativas que las referentes a los Pitagóricos, los Eleáticos y Empédocles. Se han tenido en consideración particularmente las contribuciones de C. H. Kahn (so­bre Anaximandro y Heráclito), las de J. Barnes y de W. K. C. Guthrie, pero su interpretación y presentación, no obstante los nu­merosos cambios de detalle, no han supuesto una alteración muy drástica. Todo ello refleja nuestra convicción general de que el libro no debía sufrir un cambio radical en su aproximación y en su énfasis, salvo cuando fuera necesario; en consecuencia, la opi­nión, sin duda retrógrada, de GSK al menos es que, a pesar de todo el polvo del debate, los progresos reales han sido muy peque­ños en lo tocante a estos primeros pensadores.

 

Una mejora definitiva, en especial para los muchos lectores que se sirven de las traducciones más que de los textos griegos, ha con­sistido en introducirlas en el cuerpo del texto[1]. La bibliografía se ha puesto al día y el nuevo «Index Locorum» es obra de Mr. N. O'Sullivan, a quien los autores están muy agradecidos, a sí como también a los que han publicado e imprimido la obra por su ayuda y cuidadoso tratamiento de un texto relativamente complicado. Mas, tristemente, «autores» quiere decir los que sobreviven, ya que JER murió en marzo de 1980, a la edad de 65 años; sus dotes notables y su loable personalidad han sido bien destacados en John Raven by his Friends (publicado en 1981 por su viuda, Faith Raven, Docwra's Manor, Shepreth, Herts., England). Es un placer, en cambio, volver a dedicar el libro al Profesor F. H. Sandbach, cuyo profun­do conocimiento ha sido comprendido y valorado ahora mejor in­cluso que lo fue anteriormente.

 

Junio 1983.  G. S. K.

 

M. S.

 


 

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

 

El presente libro va primordialmente dirigido a aquellos que tienen más que un simple interés por la historia del pensamiento griego antiguo, si bien hemos procurado que sea también de utili­dad para aquellos estudiosos de la historia de la filosofía o de la ciencia que no tienen una familiaridad previa con este campo im­portante y fascinador, mediante la traducción de todas las citas grie­gas y la impresión en letra menuda de las discusiones más detalla­das al final de cada parágrafo.

 

Hemos de resaltar dos puntos. La limitación de nuestro obje­tivo, en primer lugar, a los principales "físicos" presocráticos y sus precursores, cuya preocupación fundamental radicó en el estu­dio de la naturaleza (physis) y de la coherencia de las cosas como una totalidad. A lo largo de los siglos VI y v a. C. se desarrollaron simultáneamente intereses científicos más especializados, sobre todo en el campo de la matemática, la astronomía, la geografía, la medicina y la biología, pero no hemos estudiado sus objetivos más allá de los intereses de los principales físicos debido a la falta de espacio y a una extensión proporcionada del libro. No hemos incluido tampoco a los sofistas, cuya positiva contribución filo­sófica, exagerada con frecuencia, radica fundamentalmente en los campos de la epistemología y de la semántica. En segundo lugar, no hemos pretendido producir una exposición necesariamente orto­doxa (si es que es posible una exposición semejante dentro de un campo en el que cambian con tanta rapidez las opiniones), sino que hemos preferido, en muchas ocasiones, exponer nuestras pro­pias interpretaciones. Al mismo tiempo hemos mencionado, de ordinario, otras interpretaciones a los puntos discutidos y hemos procurado siempre ofrecer al lector los textos principales para que pueda formar su propio juicio.

 

La parte del libro que trata de la tradición jonia, e incluso sus precursores, así como la referente a los atomistas y Diógenes (i. e. los capítulos I-VI, XVII y XVIII), con sus notas a las fuentes, es obra de G. S. Kirk, mientras que la parte dedicada a la tradición itálica y los capítulos sobre Anaxágoras y Arquelao (i. e. los capítulos VII-XVI) está escrita por J. E. Raven. Las contribuciones de ambos autores han estado sometidas natural­mente a una minuciosa crítica mutua y la estructura general del libro es obra de ambos.

 

La extensión de cada una de las secciones del libro es varia­ble, ya que cuando los testimonios son más abundantes y más claros, sobre todo cuando se conserva un número considerable de fragmentos, tal es el caso de Parménides, p. e., los comenta­rios pueden ser más breves y, cuando las pruebas son más escasas y menos claras, como en el caso de Anaximandro o los pitagó­ricos, p. e., nuestras propias explicaciones tienen que ser necesa­riamente más largas y complicadas. El capítulo I, concerniente a una parte de la temática, a la que, frecuentemente, se le ha prestado poca atención, tiene una extensión tal vez mayor que la que su verdadera importancia exige y recomendamos a los no especialistas que la dejen para el final.

 

Hemos citado únicamente los textos más importantes y, aun así, dentro de una selección personal inevitable. A aquellos lecto­res que deseen una colección casi completa de los fragmentos y de los testimonios los remitimos a H. Diels, Die Fragmente der Vorsokratiker (5.a y última edición, Berlín, 1934-1954, editada por W. Kranz). Nos referiremos a esta obra fundamental mediante las siglas DK, y cuando en la referencia de un pasaje citado en nuestro libro se le añada un numero a las siglas DK (p. e., DK a 12), entiéndase que la cita en cuestión tiene en H. Diels una extensión mayor que en nuestro libro. Omitimos las referencia DK cuando éste aduce menos o no más, y lo mismo en el caso de los fragmentos cuando su número, siguiendo siempre la nume­ración de Diels, es el mismo que el de la correspondiente sección B de DK). Cuando, en los textos citados, aparecen apéndices y no se da ninguna otra información, citamos, de ordinario, por Diels y puede entenderse que nos referimos a las notas textuales de DK.

 

Estamos en deuda, naturalmente, con muchos amigos por sus sugerencias y ayuda; al igual que —no hace falta decirlo— con otros tratadistas anteriores, como Zeller, Burnet, Cornford, Ross y Cherniss; y así lo recordamos muchas veces en el texto. Agra­decemos a la dirección de la editorial Cambridge University Press sus consejos sobre la tipografía y su valiosa asistencia. H. Lloyd-Jones y I. R. D. Mathewson leyeron las pruebas y aportaron suge­rencias estimables. Aportó también una contribución sobresaliente F. H. Sandbach, cuyos numerosos comentarios, doctos y agudos, al esquema final fueron de la mayor importancia y a quien, como un tributo sin mérito, nos gustaría dedicar este libro.

G. S. K.   J. E. R.

Cambridge, Mayo, 1957.

 

 

 

NOTA INTRODUCTORIA

 

LAS  FUENTES  DE  LA  FILOSOFÍA  PRESOCRATICA

 

 

A.    CITAS DIRECTAS

 

Los fragmentos actuales de los pensadores presocráticos se conservan citados en los autores antiguos posteriores a ellos, desde Platón, en el siglo IV a. C, hasta Simplicio, en el siglo VI d. C, e incluso, en raras ocasiones, en los escritores bizantinos tardíos, como Juan Tzetzes. La fecha de una cita no es, naturalmente, una guía fidedigna de la exactitud de su fuente. Así, Platón se muestra extraordinariamente descuidado en sus citas de todo tipo de fuentes; mezcla, con frecuencia, citas con paráfrasis, y su acti­tud para con sus predecesores no es muchas veces objetiva, sino humorística e irónica. El neoplatónico Simplicio, en cambio, que vivió todo un milenio después de los presocráticos, adujo citas evidentemente fieles, en particular de Parménides, Empédocles, Anaxágoras y Diógenes de Apolonia y no por motivos de ornato literario, sino porque, en sus comentarios sobre la Física y el De caelo de Aristóteles, le fue preciso exponer las opiniones de éste sobre sus predecesores, transcribiendo sus propias palabras. Simplicio lo hizo, a veces, con una extensión mayor que la indis­pensable porque, como él mismo nos dice, una determinada obra antigua se había convertido en rareza.

 

Aristóteles, al igual que Platón, adujo, en comparación con otros autores, citas directas relativamente escasas y su valor prin­cipal radica en su carácter de recapitulador y crítico de los pensa­dores precedentes.

 

Además de Platón, Aristóteles y Simplicio, pueden destacarse, como mención especial, las siguientes fuentes importantes de ex­tractos literales:

 

i) Plutarco, el filósofo académico, historiador y ensayista del siglo II d. C., incorporó a sus extensos Ensayos Morales nume­rosas citas (frecuentemente alargadas, interpoladas o refundidas por él mismo) de los pensadores presocráticos.

 

ii) Sexto Empírico, el filósofo escéptico y físico de finales del siglo II d. C., expuso las teorías de Enesidemo, que vivió dos siglos antes y se basó, en gran medida, en fuentes helenísticas. Cita muchos pasajes antiguos relativos al conocimiento y la credi­bilidad de los sentidos.

 

iii) Clemente de Alejandría, el docto director de la Escuela Catequística, vivió en la segunda mitad del siglo II d. C. y en los primeros años del III. Converso al cristianismo, mantuvo, sin em­bargo, su interés por la literatura griega de todo tipo e hizo gala de un amplio conocimiento y notable memoria en sus compara­ciones entre el paganismo y el cristianismo y adujo frecuentes citas de poetas y filósofos griegos (sobre todo en su Protréptico y en los ocho libros de Stromateis o Misceláneas).

 

iv) Hipólito, teólogo del siglo III d. C., afincado en Roma, escribió una Refutación de todas las herejías en nueve libros; atacó las herejías cristianas, acusándolas de ser renacimiento de la filosofía pagana. La herejía noeciana, por ejemplo, era un resur­gimiento de la teoría de la coincidencia de los opuestos de Heráclito, disputa que trató de demostrar mediante la aducción de diecisiete sentencias de éste, muchas de las cuales hubieran que­dado, de otro modo, desconocidas.

 

v) Diógenes Laercio compiló, probablemente en el siglo III d. C., en diez libros, las Vidas de filósofos famosos, triviales en sí, pero importantes desde nuestro punto de vista. En sus noticias doxográficas y biográficas, que proceden principalmente de fuentes helenísticas, incluyó breves citas ocasionales.

 

vi) El antologista del siglo v d. C, Juan Estobeo, reunió, en su Antología, extractos de carácter educativo procedentes de toda clase de literatura griega, en especial sentencias éticas. Él nos ha conservado, en una forma con frecuencia bastante adulterada, mu­chos fragmentos presocráticos (sobre todo de Demócrito). Sus fuentes principales fueron los manuales y compendios que proli-feraron en el período alejandrino.

 

Además de en las principales fuentes mencionadas, aparecen esporádicamente citas sobre los presocráticos en algunos otros autores: en el epicúreo Filodemo; en los estoicos, como Marco Aurelio, y eclécticos, como Máximo de Tiro; en los escritores cristianos, además de Clemente e Hipólito, por ejemplo en Oríge­nes ; ocasionalmente en Aecio (cf. B, 4, b), si bien son raras en él las citas directas; en autores técnicos, como el médico Galeno, el geógrafo Estrabón y Ateneo, el antologista de los banquetes y simposios; y no menos importantes en escritores neoplatónicos, desde Numenio, Plotino, Porfirio y Jámblico (los dos últimos escribieron sobre Pitágoras) hasta Proclo y, naturalmente, el ines­timable Simplicio.

 

Hemos de subrayar, para concluir estas notas sobre las fuentes de las citas directas, que no era necesario que el autor de una cita hubiera visto la obra original, puesto que los sumarios, antologías y compendios de todo tipo, conocidos ya desde Hipias (pág. 147 n. 2) y producidos en gran número en los tres siglos siguientes a la fundación de Alejandría, fueron considerados como un susti­tuto adecuado de la mayoría de los originales de carácter técnico en prosa.

 

 

B.    TESTIMONIOS

 

1)    platón es el primer comentarista de los presocráticos (si bien existían referencias ocasionales en Eurípides y Aristófanes). Sus comentarios, sin embargo, están, en su mayor parte, inspira­dos, al igual que muchas de sus citas, por la ironía o el diverti­miento. Así, sus referencias a Heráclito, Parménides y Empédo-cles son, con más frecuencia que lo contrario, festivos obiter dicta, parciales o exagerados, más que juicios históricos moderados y objetivos.  Hecha esta salvedad, su información es muy valiosa. Un pasaje, Fedón 96 ss., ofrece una perspectiva útil, aunque breve, de las preocupaciones físicas del siglo v.

 

2)    aristóteles prestó más atención que Platón a sus pre­decesores filosóficos y comenzó algunos de sus tratados, sobre todo en la Metafísica A, con un examen formal de sus opiniones. Sus juicios, sin embargo, están frecuentemente deformados debido a su consideración de la filosofía precedente como un titubeante progreso hacia la verdad que él mismo reveló en sus doctrinas físicas,  en  especial  las  concernientes  a  la  causación.   También aporta, naturalmente, muchos juicios críticos agudos y valiosos y un cúmulo de positiva información.

 

3)    teofrasto acometió la empresa de historiar la filosofía precedente, desde Tales a Platón, como parte de su contribución a la actividad enciclopédica organizada por su maestro Aristóteles —lo mismo que Eudemo emprendió la historia de la teología, astronomía y matemáticas, y Menón la de la medicina—. Escribió, según la lista que de sus obras nos da Laercio, dieciséis (o die­ciocho) libros de Opiniones físicas (u Opiniones de los físicos; el genitivo griego es Fusikw~n docw~n); más tarde fueron com­pendiados en dos volúmenes. Sólo subsiste, en su mayor parte, el último libro:  Sobre la sensación. Simplicio copió importantes extractos del primero: Sobre los principios materiales, en su comen­tario a la Física de Aristóteles. (Algunos de estos extractos de Simplicio derivan de comentarios perdidos hechos por el destacado comentarista peripatético Alejandro de Afrodisia.) En su primer libro, Teofrasto trató a los diferentes pensadores en un orden cronológico aproximado, añadiendo su ciudad, patronímico y, a veces, su fecha y mutua relación. En los libros restantes siguió un orden cronológico solamente dentro de las principales divisio­nes lógicas. Además de la historia general, escribió obras espe­ciales sobre Anaxímenes, Empédocles, Anaxágoras, Arquelao y (en varios volúmenes) sobre Demócrito, desgraciadamente perdi­das, y es de suponer que experimentara grandes dificultades para consultar las fuentes originales de estos pensadores. Sus juicios, incluso sobre estos autores, a juzgar por los testimonios disponi­bles, se derivaron, con frecuencia, directamente de Aristóteles, sin que se esforzara mucho por aplicar una crítica nueva y objetiva.

 

4) la tradición doxográfica: a) Su carácter general. — La gran obra de Teofrasto se convirtió para el mundo antiguo en la autoridad normativa de la filosofía presocrática y es la fuente de la mayoría de las colecciones de "opiniones" posteriores ( do/cai, a)re/skonta o placita). Estas colecciones adoptaron formas diferentes, i) Se consideraba, en sección aparte, reproduciéndolos de un modo muy similar a la disposición de Teofrasto, cada uno de los temas más importantes y se trataba sucesivamente a los diferentes pensadores dentro de cada sección. Éste fue el método de Aecio y su fuente los Vetusta Placita (cf. pág. 20). ii) Los doxógrafos biográficos consideraron juntas todas las opiniones de cada filósofo —acompañadas de los detalles de su vida—, opiniones suminis­tradas, en una gran medida, por la febril imaginación de biógrafos e historiadores helenísticos, como Hermipo de Esmirna, Jerónimo de Rodas y Neante de Cícico. Su resultado queda ejemplificado en el revoltijo biográfico de Diógenes Laercio. iii) Otro tipo de obra doxográfica aparece en las Diadoxai/, o cómputos de sucesiones filosóficas. Su creador fue el peripatético Soción de Ale­jandría, que escribió, hacia el año 200 a. C, una clasificación de los filósofos precedentes dispuestos por escuelas y relacionó a los pensadores conocidos en mutua línea descendente de maestro a discípulo (Soción no hizo más que extender y formalizar un pro­ceso comenzado por Teofrasto). Además distinguió claramente la escuela jonia de la itálica. Muchos de los compendios doxográ-ficos patrísticos (en especial los de Eusebio, Ireneo, Arnobio, Teodoreto —que usó también a Aecio— y San Agustín) se basaron en las breves relaciones de los escritores de sucesiones, iv) El cronógrafo Apolodoro de Alejandría compuso, en la mitad del siglo II a. C., una relación métrica de las fechas y opiniones de los filósofos. Se informó, en parte, en la división en escuelas y maestros de Soción y, en parte, en la cronología de Eratóstenes, que había asignado, de un modo razonable, fechas a artistas, filó­sofos y escritores, así como a sucesos políticos. Apolodoro rellenó las lagunas que dejó Eratóstenes basándose en principios comple­tamente arbitrarios: supuso que la acmé, o período de la máxima actividad de un filósofo, tenía lugar a la edad de cuarenta años y la hizo coincidir lo más posible con una fecha de las más im­portantes épocas cronológicas, por ejemplo la toma de Sardes en 546 / 5 a. C. o la fundación de Turios en 444 / 3. Además hizo siempre al supuesto discípulo cuarenta años más joven que su supuesto maestro.

 

b) Aecio y los "Vetusta Placita". — Dos de los compendios doxográficos transmitidos, muy semejantes entre sí, se derivaron independientemente de un original perdido —la colección de Opi­niones, obra de Aecio, un compilador del siglo II d. C. probable­mente, cuyo nombre conocemos por una referencia de Teodoreto y que de no ser por esta circunstancia hubiera quedado totalmente desconocido. Dichos compendios son el Epítome de las opiniones físicas, en cinco libros, falsamente atribuidos a Plutarco, y los Extractos físicos, que, en su mayor parte, aparecen en el libro I de la Antología de Estobeo. (Del primero, muy leído, derivaron algunas de sus informaciones el pseudo-Galeno, Atenágoras, Aquiles y Cirilo.) Diels, en su magna obra Doxographi Graeci, dispuso ambas fuentes en columnas paralelas, como los Placita de Aecio. Ello constituye nuestra autoridad doxográfica más extensa, si bien no es siempre la más precisa.

 

La obra de Aecio no se basó directamente en la historia de Teofrasto, sino en un compendio intermedio de la misma produ­cido probablemente en la escuela posidonia durante el siglo I a. C. A esta obra perdida la llamó Diels los Vetusta Placita. A las opiniones registradas por Teofrasto se añadieron en ella otras estoicas, epicúreas y peripatéticas, y mucho de lo que derivó de Teofrasto fue sometido a reformulación estoica. Aecio mismo añadió más opiniones estoicas y epicúreas, así como unas cuantas definiciones y comentarios introductorios. Varrón hizo un uso directo de los Vetusta Placita (en el de die natali de Censorino) y Cicerón en la breve doxografía Académica priora II, 37, 118.

 

c) Otras fuentes doxográficas importantes. — i) Hipólito. El primer libro de su Refutación de todas las herejías, llamado Philosophoumena, en otro tiempo atribuido a Orígenes, es una doxografía biográfica que contiene informaciones aisladas de los principales filósofos. Las secciones sobre Tales, Pitágoras, Empé-docles, Heráclito, los eléatas y los atomistas proceden de un compendio biográfico banal y son de escaso valor, mientras que las dedicadas a Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras, Arquelao y Jenófanes, que proceden de una fuente biográfica más com­pleta, son de mucho más valor. Sus comentarios sobre el segundo grupo son, en muchos puntos, más detallados y menos imprecisos que los correspondientes de Aecio. ii) Los Stromateis pseudo-plutarqueos. Estas breves "Misceláneas" (que hay que distinguir del Epítome, procedente de Aecio y también atribuido a Plutarco) están conservadas en Eusebio y proceden de una fuente semejante a la del segundo grupo de Hipólito. Difieren de éste en que se concentran sobre el contenido de los primeros libros de Teofrasto, los que se ocupan del principio material, la cosmogonía y los cuerpos celestes; están llenos de verbosidad y son de una hin­chada interpretación, si bien contienen algunos detalles impor­tantes que no aparecen en ninguna otra parte, iii) Diógenes Laer-cio. Aparte de detalles biográficos tomados de muchas fuentes, de algunos datos cronológicos útiles procedentes de Apolodoro y epigramas deplorables nacidos de la pluma de Diógenes mismo, aduce normalmente las opiniones de cada pensador en dos apun­tes doxográficos distintos: el primero (que él mismo denominó kefalaiw/dhj o versión compendiada) procede de una fuente bio­gráfica sin valor, similar a la que usó Hipólito en el primer grupo, y la segunda (la e)pi\ me/rouj o exposición detallada) proviene de un epítome más completo y fidedigno, semejante al que Hipólito empleó para su segundo grupo.

 

5) conclusión. — Conviene recordar que se conocen muchos escritores que, independientes de la tradición directa de Teofrasto, dedicaron obras especiales a los primeros filósofos. Heráclides Póntico, por ejemplo, académico del siglo IV a. C, escribió cuatro libros sobre Heráclito, y lo mismo hizo el estoico Cleantes, mien­tras que Aristóxeno, el discípulo de Aristóteles, escribió biografías, entre las que incluye una sobre Pitágoras. Debe admitirse, en consecuencia, la posibilidad de que aparezcan juicios esporádicos no procedentes de Teofrasto en fuentes eclécticas tardías, como Plutarco o Clemente, si bien dichos juicios, en su mayoría y en la medida en que podemos reconocerlos, manifiestan señales de influencia aristotélica, estoica, epicúrea o escéptica. La fuente principal de información sigue siendo Teofrasto y su obra nos es conocida a través de los doxógrafos, las citas de Simplicio y el de sensu, cuya transmisión ha llegado hasta nosotros. De todo ello se deduce, con absoluta evidencia, que experimentó un inten­so influjo aristotélico —quien, como ya se ha dicho, no pretende, como debió pretenderlo Teofrasto, una extrema objetividad his­tórica.

 

No tuvo Teofrasto un éxito mayor que el que cabía esperar en la inteligencia de los móviles de un período anterior al suyo y con un mundo de pensamiento diferente. Otro defecto suyo con­sistió en que, una vez acuñado un canon general de explicaciones, en especial para los hechos cosmológicos, propendió a imponerlo, tal vez con demasiada audacia, en casos en que carecía en abso­luto de pruebas, casos que no parecen haber sido infrecuentes. Es, por consiguiente, legítimo sentirse completamente seguro de la intelección de un pensador presocrático sólo cuando la interpreta­ción de Aristóteles o de Teofrasto, incluso en el caso en que ésta pueda reconstruirse con toda precisión, queda confirmada por los extractos correspondientes, completamente auténticos, procedentes del filósofo en cuestión.



[1]  Esta mejora no ha podido introducirse en la versión española porque habría supuesto el reajuste total de la obra. (Nota: en  la versión digital hemos puesto a la par, texto griego y texto español).

 

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