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viernes, 21 de junio de 2013

Salvador Elizondo Alcalde




Salvador Elizondo Alcalde (Ciudad de México; 19 de diciembre de 1932- 29 de marzo de 2006) fue un escritor, traductor y crítico literario mexicano, autor de novelas como Farabeuf o la crónica de un instante, El hipogeo secreto y Narda o el verano, y de reputados relatos breves, como El grafógrafo. Fue considerado el escritor más original y vanguardista de la generación de los años 60 en México. Desarrolló un estilo literario cosmopolita, al margen de las corrientes realistas y nacionalistas que imperaban en la época, con importantes influencias de autores como James Joyce o Ezra Pound.


Salvador Elizondo
Farabeuf o la crónica de un instante (fragmento)

" "-¿Ve usted? Esa mujer no puede estar del todo equivocada. Su inquietud, maestro, proviene del hecho de que aquellos hombres realizaban un acto semejante a los que usted realiza en los sótanos de la Escuela cuando sus alumnos se han marchado y usted se queda a solas con todos los cadáveres de hombres y mujeres. Sólo que ellos aplicaban el filo a la carne sin método. En ello descubrió usted una pasión más intensa que la de la simple investigación, y es por eso que valido de su uniforme azul y sus polainas blancas, abriéndose paso a codazos y a empellones se colocó usted frente al "hecho" para crear en medio de él un espacio de horror después de haber colocado pacientemente su enorme aparato fotográfico.
(…)
Todas aquellas filosísimas navajas y aquellos artilugios, investidos de una crueldad necesaria a la función a la que estaban destinados, adquirían una belleza dorada, como orfebrerías barrocas brillando en un ámbito de terciopelo negro, fastuosos como los joyeles de un príncipe oriental que se sirviera de ellos para provocar sensaciones voluptuosas en los cuerpos de sus concubinas, o para provocar torturas inefables en la carne anónima y tensa de un supliciado.
(…)
La mirada todo lo invadiría con una sensación de amor extremo, con el paroxismo de un dolor que está colocado justo en el punto en que la tortura se vuelve un placer exquisito y en que la muerte no es sino una figuración precaria del orgasmo.
(…)
No pensaste jamás que ese espejo eran mis ojos, que esa puerta que el viento abate era mi corazón, latiendo, puesto al desnudo por la habilidad de un cirujano que llega en la noche a ejercitar su destreza en la carroña ansiosa de nuestros cuerpos.
"





 

Farabeuf o la crónica de un instante
Rebeca Becerra
 


Salvador Elizondo (1932-2006) es uno de los principales renovadores de la narrativa mexicana contemporánea, que antes de los años 50 se encontraba inmersa en la técnica del realismo y era espacio donde primaba un mundo desolado, desesperado e introspectivo. En sus obras (El hipogeo secreto, El retrato de Zoe y otras mentiras, Narda o el verano, El grafógrafo) se mezcla lúdicamente la perspectiva erudita con la genuina preocupación filosófica.
Pero, ¿qué es Farabeuf? En este libro, Elizondo va a la búsqueda o, mejor dicho, al encuentro de las fuerzas oscuras de la naturaleza del ser humano. Es un libro oscuro, perturbador, y no terrorífico sino siniestro. Para comprenderlo, si de eso se trata −y no solamente de impresionar, incomodar e inquietar−, es necesario entender o descifrar la fábula, de la cual el lector bebe a cuentagotas. La componen varias oposiciones: recuerdo-olvido, dolor-placer, vida-muerte, noche-día, sueño-realidad..., oposiciones cuya dinámica rige la novela. Farabeuf es "una cita concertada a través de las edades", donde los personajes tratan de evocar a través de los recuerdos un tiempo primordial, porque sólo así pueden saber quiénes o qué son. Esto remite al concepto de mito-creencia como "espacio simbólico por excelencia, en el cual se recrea el tiempo primordial; ese tiempo en el que los seres adquirieron sus características inmutables surgidas del mundo sagrado de los dioses" . En Farabeuf, ese tiempo primordial de los personajes está asentado en la oposición polar "recuerdo-olvido". Los recuerdos, al igual que en el mito-creencia, están conectados a través de símbolos. El símbolo, elemento indispensable para comprender la fábula, es el ideograma chino, el mismo que aparece dibujado en la ventana y evocado a través de un personaje femenino. Los símbolos son polisémicos, es decir portadores de diferentes significados. Son elementos que han perdido su significado cotidiano y pasan a formar parte de un plano simbólico. El ideograma representa la muerte y el suplicio-placer, pero también el número seis. El escritor se vale de este objeto para rompernos la mente en mil pedazos. "El mito, además de ser creencia, es una creación narrativa que se refiere a la historia del proceso de incorporación de las esencias y la aparición de seres mundanos en el tiempo primigenio. "El texto mítico si es ubicable en el tiempo y en el espacio, es mensurable, posee formas canónicas de expresión" . Sin embargo, esta novela no es ubicable en el tiempo −me refiero al tiempo textual−, pero sí en el espacio. El espacio de acción del mito-creencia son los rituales. En ellos se conjugan diferentes tiempos en un solo plano: pasado, presente y futuro. En Farabeuf se están evocando recuerdos del tiempo primordial, aquel donde los personajes adquirieron ciertas características que hoy tratan inútilmente de recordar; tales recuerdos se traen a un presente narrativo: en él tendrá lugar un rito donde placer y suplicio son la misma cosa; dicho ritual va a ser representado como lo ha hecho el Dr. Farabeuf, en algún momento y en algún tiempo, en "el Teatro Instantáneo del Maestro Farabeuf". Empleando artilugios, se supliciará a una mujer (la amante) que ha sido seducida por medio de la fotografía de un supliciado en China, hombre que ha conocido el Leng Tch’é o suplicio de los cien cortes, que consiste en el desmembramiento. La mujer es utilizada como objeto de deseo y llevada a la vieja casa para realizarle el mismo rito.

Elizondo es un mito en sí mismo, y con esta novela hace de la escritura un mito. "En Farabeuf se combinan los elementos que han estimulado la sensibilidad artística de Elizondo: el interés que naciera en Europa por las técnicas cinematográficas; el estudio profundo de la cultura y los ideogramas chinos; la curiosidad por el mundo científico decimonónico en general y el Précis de Manuel Opératoire del Dr. Farabeuf en particular"
. Farabeuf remite al nouveau roman, entre cuyas líneas características destaca la propuesta de un mundo narrativo caótico, en el que no hay una solución narrativa ni imaginativa de la fábula. Además, cabe recordar la complejidad que ve tejerse entre el espacio-tiempo. La del nouveau roman era una literatura de ruptura que abogaba por la muerte del narrador y el cambio total del referente literario, o sea pasar de ser la realidad a algo totalmente irreal o ficticio; en resumidas cuentas, el relato en sí es el que crea el mundo y no al revés. En una primera lectura, Farabeuf produce la impresión de un caos; sin embargo, tras una segunda lectura o una relectura más atenta, es indudable que existe una coherencia interna. La estructura narrativa desconcierta y aterroriza al lector, pues no se sabe a ciencia cierta quién narra. Se habla desde la tercera persona (de él), así como de tú, de usted, de nosotros, inclusive desde la primera persona, el yo, y a veces pareciera que alguien, algo o una fuerza oculta narrara por encima de nuestros hombros. Es una estructura fragmentada en muchos pedazos que emula el suplicio chino de los cien cortes, o el reflejo infinito de un espejo dentro de otro espejo. Al igual que los personajes, las voces narrativas son fantasmagóricas. Hay una mezcla inexplicable de voces femeninas y masculinas, de narradores intra y extradiegéticos, y no hay una voz que unifique las demás; sin embargo, todas tienen el mismo nivel de importancia y de presencia. En alguna parte de la narración, estamos frente a narradores que se cuestionan; en otra, frente a narradores que explican algunos hechos al lector; en otra más, varios narradores relatan al mismo tiempo y también se cuestionan la narración del otro. Para enmarañar más la historia, el autor recurre a mecanismos expositivos tales como fragmentos de cartas, un extracto de la condena al Leng T'ché y la fotografía de dicho acto. De igual forma, a elementos paratextuales: el epígrafe del Breviario de podredumbre de Cioran, los iconos de una pierna cortada con una sierra y un fragmento del libro del propio maestro Farabeuf sobre la tortura.

Al parecer Farabeuf y la Enfermera, personajes principales de la novela, se desdoblan en el tiempo y en el espacio, como el reflejo del cuadro de Tiziano Amor Sagrado y Amor Profano en el espejo, presentándonos las posibilidades de diferentes mundos. Los personajes buscan ser, buscan un tiempo y un espacio, un lugar que han olvidado, que se les ha negado; buscan la respuesta a su olvido, a sus recuerdos. Son personajes "sin identidad" que nadan en medio de una narración que sale de sus propias bocas. Entidades que se cuestionan esa falta de "ser":

"¿Somos la materialización del deseo de alguien que nos ha convocado, de alguien que nos ha construido en sus recuerdos, con sombras que nada significan?" ¿Es que somos acaso una mentira?... Personajes de un relato fantástico que han cobrado vida, sueños que están siendo soñados por seres diversos en diferentes lugares del mundo. Somos el sueño de otro. ¿Por qué no? O una mentira. O somos la concreción, en términos humanos, de una partida de ajedrez cerrada en tablas, somos una película cinematográfica que dura apenas un instante. O la imagen de otros, que no somos nosotros en un espejo. Somos el pensamiento de un demente. Alguno de nosotros es real y los demás somos su alucinación. Esto también es posible. Somos una errata que ha pasado inadvertida que hace confuso un texto, por lo demás, muy claro; el trastocamiento de las líneas de un texto que nos hace cobrar vida de esta manera prodigiosa; o un texto que por estar reflejado en un espejo cobra un sentido totalmente diferente del que en realidad tiene. Somos una premonición; la imagen que se forma en la mente de alguien mucho antes de que los acontecimientos, mediante los cuales nosotros participamos en su vida, tengan lugar; un hecho fortuito que aún no se realiza, que apenas se está gestando en los resquicios del tiempo; un hecho futuro que aún no acontece. Somos un signo incomprensible trazado sobre un vidrio empañado en una tarde de lluvia: Somos el recuerdo, casi perdido, de un hecho remoto. Somos seres y cosas invocadas mediante una fórmula de nigromancia. Somos algo que ha sido olvidado. Somos una acumulación de palabras, un hecho consignado mediante una escritura ilegible; un testimonio que nadie escucha. Somos parte de un espectáculo de magia recreativa. Una cuenta errada. Somos la imagen fugaz e involuntaria que cruza la mente de los amantes cuando se encuentran, en el instante en que se gozan, en el momento en que mueren. Somos un pensamiento secreto..."


Se buscan en sus propios recuerdos, y esos recuerdos evocan otros, y todo se vuelve una cadena infinita, como un sueño dentro de otro sueño, pero no se sabe quién sueña esos sueños ni quién recuerda. Pero cuántas veces nos hemos planteado las mismas preguntas: ¿somos nosotros esos personajes sin respuestas a su "ser"? Y es que, de repente, nos descubrimos insertos en la narración de una forma misteriosa. Los personajes crean mundos irreales para encontrar un significado de sí mismos.

Farabeuf
es una serie de instantes o epifanías, como las llamaba Joyce, que permiten ver lo poético en el objeto, o la materia en el momento preciso en que esta produce una ensoñación. Es decir que escritor y epifanía deben coincidir en el espacio y en el tiempo para interconectarse. Los instantes resumen hechos contemplativos, y por ello Farabeuf es modelo de novela contemplativa: surge y resurge de de un modo de contemplar no una materia original o pura, sino un elemento material conductor que transfiere emociones, pasiones, terror, horror, etc.; como de la contemplación de la fotografía del supliciado en China los personajes extraen pensamientos, deseos, sadismo y obsesión. Se contempla, además, un cuadro de Tiziano (Amor Sagrado y Amor Profano), el inagotable reflejo de esta misma pintura en un espejo, el ideograma en la ventana y elementos de origen natural (la estrella de mar, por ejemplo); habría que agregar la imagen de sí mismos en la limpia superficie, donde las identidades desaparecen. Estas contemplaciones se vinculan diversamente con situaciones, instantes y personajes, caracterizando de una manera oscura la narración y ensombreciendo su atmósfera. De este enmarañamiento resurge con arrolladora fuerza el olvidado sentido de viejas preguntas: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos?, ¿dónde estamos?
Dentro de los instantes aparecen, con recurrencia, dos personajes que representan diferentes papeles, pero son siempre un hombre y una mujer; o puede ser Farabeuf y la Enfermera, o él y ella, o usted y nosotros, inclusive tú y yo. Los personajes femeninos no evolucionan en el tiempo, solamente se desdoblan en diferentes voces (ella, la enfermera Melanie Dessaignes, la señora Farabeuf y Sor Paulina) o en el pronombre personal tú. Farabeuf es el único personaje que envejece en el tiempo. Esto se percibe ya desde el inicio de la narración, cuando sube las escaleras, cansado y arrastrando los pies, para llevar a cabo el encuentro. Más adelante se le nombrará como a un anciano. La presencia femenina es la encarnación del deseo y el principio masculino está representado, efectiva e indistintamente, por el Dr. Farabeuf, el Maestro y Paul Belcour: amante y victimario, personificación de la muerte y, a todas luces, el personaje más complejo de la narración. ¿Es él quien toma la fotografía del supliciado?, ¿es el hombre de la playa?, ¿es el mismo que lleva a cabo el teatro instantáneo? ¿Quién es realmente Farabeuf? Es todos y cada uno al mismo tiempo, la cara de la muerte.

El libro es decididamente experimental. Decidida y exquisitamente, habría que decir. Una obra de laboratorio donde el escritor teje y desteje personajes e historia. Se presta para conjeturar y encontrar múltiples interpretaciones, e invita a ello. Lanza a su lector a la caza de respuestas que no existen en su imaginación, aunque las mismas permanezcan agazapadas dentro del texto y por eso pasen inadvertidas. Y no importa que, al final, la desesperación de los personajes no encuentre ninguna respuesta, ninguna salida. Farabeuf es un rompecabezas que se arma y desarma, una experiencia mental que, como se enuncia en las últimas páginas:
"está concebida para hacerte comprender todas las posibilidades de la multiplicidad del mundo: trata de concebir este cuadro reflejado en el espejo"


El carácter visual de la novela hace pensar en una película que rueda ante nuestros ojos, y a la cual tenemos que seguir hacia donde vaya. Es un libro complejo y de complejidad probada durante cuarenta años. Imposible hablar de él en pocas páginas y aun en bastantes, ya que su posibilidad multiplicadora se dispara desde que entramos en la materia narrativa; y por mucho que calemos en reflexión e intelección, siempre nos dejará con una pregunta lista en los labios.





La Autora, Rebeca Becerra:
Rebeca Becerra nació en Tegucigalpa, en 1970. Licenciada en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y egresada de la Academia Nacional de Arte Dramático En 1992 recibió el Premio Único Centroamericano de Poesía "Hugo Lindo" en San Salvador, El Salvador. Es socia-fundadora de la editorial Ixbalam y tiene a su cargo la revista del mismo nombre. Ha publicado Sobre las mismas piedras (2004, poesía) y está en proceso de edición Las palabras de aire.

_ftnref1Elizondo, Salvador. Farabeuf. México, 1965. p. 13

_ftnref2López, Alfredo: en María Ana Portal. Ciudadanos desde el pueblo. 1997. p. 60.

_ftnref3(López, Alfredo. En Op.Cit. p. 5.

_ftnref4Zavala, Daniela. "Salvador Elizondo: la conversación como autobiografía", Tranvía. Revista de Literatura, núm. 5, 2002

_ftnref5Elizondo, Salvador. Op. cit., p. 121.

_ftnref6Ibid, pp. 93-94.

_ftnref7Ibid, p. 151.

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