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martes, 13 de junio de 2023

UNA VIGILIA SOLITARIA. FRAGMENTO. NOVELA. EL ESCARABAJO. RICHARD MARSH

 



UNA VIGILIA SOLITARIA

Fui consciente de que la luz se apagó. Porque lo más singular y más angustiante de mis circunstancias era el hecho de que, por lo que yo sé y creo, jamás perdí la consciencia durante las largas horas que siguieron. Fui consciente de que se apagó la lámpara y de la negra oscuridad que siguió. Escuché un crujido de tela, como si el hombre de la cama estuviera incorporándose entre las sábanas. Entonces, todo quedó en silencio. Y a lo largo de aquella noche interminable permanecí con el cerebro despierto pero el cuerpo muerto, vigilante y a la espera del nuevo día.

martes, 12 de julio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Thomas Mann. Páginas: 928, 929.


¡He aquí a nuestro amigo! ¡He aquí a Hans Castorp! De muy lejos le hemos reconocido a causa de la barbita que se dejó crecer cuando se sentaba a la mesa de los rusos ordinarios. Arde traspasado por la lluvia, como los otros. Corre con los pies pesados por las botas, con la bayoneta en el puño. Ved cómo pisa la mano de un camarada caído; su bota claveteada la hunde en el suelo pantanoso. Sin embargo, es él.
¿Cómo? ¡Canta! Canta sin saberlo, en una excitación embrutecedora, sin pensar en nada, a media voz:
«Y grabé en su corteza.
Más de una palabra querida...»
Ha caído. No; se ha lanzado al suelo porque llega un perro infernal, un gran obús, un atroz pan de azúcar de las tinieblas. Está tendido, con la cara en el barro fresco y las piernas abiertas. El producto de una ciencia que se ha convertido en bárbara, cargado de lo peor que puede haber, penetra a treinta pasos de él oblicuamente en el suelo, como el diablo en persona, y estalla con un espantoso alarde de fuerza, levantando a la altura de una casa una fuente artificial y maligna, una fuente de tierra, fuego, hierro, playa y humanidad despedazada.
¡Oh, vergüenza en nuestra seguridad de sombras! ¡Partamos! ¡No queremos contar eso! ¿Ha sido herido nuestro amigo? Por un instante ha creído estarlo. Un montón de tierra ha ido a chocar contra su pierna. Se levanta, titubea, avanza cojeando, con los pies pesados por el barro y canturreando inconscientemente:
«Y sus ra-mas murmura-ban, como si me hablasen...»
Y de este modo, bajo la lluvia del crepúsculo, le perdemos de vista.
¡Adiós, Hans Castorp, hijo mimado de la vida! Tu historia ha terminado. Hemos acabado de contarla. No ha sido breve ni larga; es una historia hermética. La hemos narrado por ella misma, no por amor a ti, pues tú eras sencillo. Pero en definitiva es tu historia. Puesto que la has vivido, debes sin duda tener la materia necesaria, y no renegamos de la simpatía pedagógica que durante esta historia hemos sentido hacia ti y que podía llevarnos a tomar delicadamente, con la punta del dedo, un ángulo de nuestros ojos, al pensar que ya jamás te volveremos a oír ni a ver.
¡Adiós! ¡Vas a vivir o a caer! Tienes pocas perspectivas; esa danza terrible a la que te has visto arrastrado durará todavía unos cortos años criminales, y no queremos apostar muy alto que puedas escapar. Francamente, nos tiene sin cuidado dejar esta cuestión sin contestar. Las aventuras de la carne y el espíritu, que han elevado tu simplicidad, te han permitido vencer con el espíritu lo que no podrás sobrevivir con la carne. Hubo instantes en que surgió en ti un sueño de amor lleno de presentimientos —sueño que «gobernabas»—, fruto de la muerte y la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de este temible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ¿se elevará algún día el amor?
FINIS OPERIS
Fuente:
Editorial Q Quinteto.

martes, 5 de julio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. NOVELA: LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas: 813,814,815.


LECTURAS. FRAGMENTOS. La Montaña Mágica. Thomas Mann.
 "No es posible explicar los tormentos que sufro, la sed y el deseo que siento de ella; desearía decir que eso será mi muerte, pero no se puede ni vivir ni morir con ello. Durante su ausencia me sentía mejor, la perdía poco a poco de vista. Pero desde que ha regresado y la tengo cada día ante mis ojos, me siento tan desesperado que me muerdo los brazos, gesticulo en el vacío y no sé que hacer. No debería existir semejante cosa, pero no me atrevo a desear que no exista. Cuando uno siente eso no puede desear que este sentimiento no exista, pues sería abolir la propia vida que está amalgamada con él; ¿de que serviría morir? Después sí, ¡con placer! ¡En sus brazos, con mucho gusto! Pero antes es estúpido, pues la vida es el deseo, es el deseo de vivir, que no puede volverse contra sí mismo, y de esta manera, ¡condenación!, nos hallamos continuamente cogidos. Y cuando digo «condenación» no es más que una manera de hablar, lo digo como si fuese otro, pues yo mismo no puedo pensar. Hay muchas torturas, y el que sufre una tortura quiere verse liberado, lo quiero a todo trance, a toda costa. Pero uno no puede verse liberado de la tortura del deseo carnal más que a condición de satisfacerlo, no hay otro medio, no hay otro camino. Cuando uno no experimenta esto, no puede comprenderlo, pero cuando lo experimenta se comprende a Cristo y las lágrimas fluyen a los ojos. ¡Dios del cielo! ¡Qué cosa más singular que nuestra carne desee de ese modo la carne, sencillamente porque no es nuestra carne y pertenece a otra alma! ¡Qué extraño y, mirando más de cerca, qué poca cosa! Se podría decir: si la carne no desea nada más que eso, ¡séale concedido en el nombre de Dios! ¿Es que quiero derramar su sangre? ¡No quiero más que acariciarla! Castorp, mi querido Castorp, perdóneme que gima de esta manera, pero ¿no podría entregárseme? Hay en esto algo muy elevado, no soy una bestia; a mi manera soy yo, a pesar de todo, un hombre. ¡El deseo de la carne va en todos los sentidos, no está atado, no está fijo, y por eso lo llamamos bestial! Pero cuando se ha fijado sobre una persona humana con un rostro, nuestros labios hablan de amor. No es únicamente su torso lo que yo deseo, o la muñeca de carne de su cuerpo, pues si su rostro fuese de una forma tan sólo un poco diferente cesaría tal vez de desearla toda entera, y se ve claramente que es su alma lo que yo amo con mi alma, ya que el amor hacia un rostro es el amor del alma...
—¿Que le pasa, Wehsal? ¡Se halla fuera de sí y habla en un tono extraño!
—Pero por otra parte, y aquí está precisamente la desgracia —continuó diciendo el pobre hombre— es precisamente que ella tenga su alma, que sea un ser humano provisto de cuerpo y alma, ya que su alma no quiere saber nada de la mía, y su cuerpo no quiere saber nada del mío. ¡Qué tristeza y qué miseria! ¡Por eso mi deseo está condenado a la vergüenza y mi cuerpo se retuerce eternamente! ¿Por qué no quiere saber nada de mí, ni por el cuerpo ni por el alma? ¿No soy, acaso, un hombre? Un hombre repugnante, ¿no es un hombre? Soy un hombre en la más alta expresión de la palabra, se lo juro. Soy capaz de realizar proezas sin precedentes si ella me abre el remo de las delicias de sus brazos, que son tan bellos porque forman parte del aspecto de su alma. Le daría todas las voluptuosidades del mundo, Castorp, si no se tratase más que de cuerpos y no de almas, si no hubiese su alma maldita que no quiere saber nada de mí, pero sin la cual yo no desearía tal vez todo su cuerpo. Ése es un infierno de todos los diablos y por eso me retuerzo eternamente...".

domingo, 3 de julio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. Página: 775. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA.


LECTURAS. FRAGMENTOS.  LA MONTAÑA MÁGICA.Thomas Mann.
Pero el italiano desdeñó esos cumplidos y continuó diciendo:
—De todos modos, me permitirá, ingeniero, que admire su objetividad y tranquilidad de espíritu. Casi llega a lo grotesco, creo que estará conforme, pues las cosas, tal como se presentan... Al fin y al cabo, ese grandullón le ha robado a Beatrice... Llamo a las cosas por su nombre... ¿Y usted...? Eso no tiene precedentes.
—Diferencias de temperamento, señor Settembrini. Diferencias de la raza, en lo que se refiere a la galantería caballeresca y al ardor de la sangre. Naturalmente, usted, como hombre del sur, habría recurrido al veneno o al puñal, y en todo caso daría a la aventura un carácter mundano y apasionado; en una palabra, usted obraría como un gallo. Eso sería sin duda muy viril y galante, pero respecto a mí, la cosa es diferente. Yo no soy viril hasta el punto de ver en el rival más que el macho enamorado de la misma mujer; en realidad, tal vez no soy nada viril, o al menos no lo soy de esa manera que llamo a pesar mío, «mundana», no sé por qué. Me pregunto de todo corazón si tengo algo que reprocharle. ¿Me ha ofendido en algo? Una ofensa debe hacerse con intención; de lo contrario, ya no es ofensa. Respecto al hecho tendría que dirigirme a ella. Pero yo no tengo ningún derecho, ni de un modo general ni particularmente, en lo que se refiere a Peeperkorn. En primer lugar, es una personalidad, lo que significa algo para las mujeres, y en segundo lugar no es un civil como yo, es una especie de militar, como mi primo, es decir, que tiene pundonor, es el sentimiento, la vida... Digo tonterías, pero prefiero embrollarme un poco y expresar las cosas difíciles a medias, antes de apelar a los lugares comunes tradicionales. Tal vez hay algún rasgo militar en mi carácter, si me permite decirlo así...
—Dígalo, dígalo —manifestó Settembrini—. En todo caso, sería un rasgo digno de alabanza. El valor de conocerse y expresarse, es literatura, humanismo...
Y se separaron sin añadir más.

viernes, 1 de julio de 2016

Novela. LECTURAS. FRAGMENTOS. La Montaña Mágica. Thomas Mann.


LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas: 709, 710,711.
Pero de la muerte, nadie que volviese de ella podría decir que vale la pena, pues no se la vive. Salimos de las tinieblas y entramos en las tinieblas. Entre esos dos instantes hay cosas vividas, pero nosotros no vivimos ni el principio ni el fin, ni el nacimiento ni la muerte; no tienen carácter subjetivo; como acontecimiento, no se hallan más que en el dominio de lo objetivo. Así pasa la cosa.
Tal era la manera de consolar del consejero. Esperamos que hiciese algún bien a la razonable señora Ziemssen. limbrick
Y sus seguridades se confirmaron, en efecto, bastante exactamente. Joachim, debilitado, durmió largas horas, durante sus últimos días; soñó también todo lo que le era agradable soñar, es decir, suponemos que vio en sueños el país llano y la vida militar, y cuando se despertaba y le preguntaban cómo se encontraba, contestaba siempre, aunque indistintamente, que se sentía bien y feliz, a pesar de que apenas tuviese pulso y no sintiese casi el pinchazo de la jeringa de inyecciones. Su cuerpo habíase vuelto insensible, le hubiesen podido quemar y pellizcar, sin que eso interesara para nada al buen Joachim.
A pesar de esto, desde la llegada de su madre se operaron grandes cambios en él. Como le resultaba muy penoso el afeitarse y había dejado de hacerlo desde hacía ocho o diez días, su rostro estaba ahora encuadrado en una especie de collar de barba negra, de una barba de guerrero, como la que los soldados se dejan crecer en campaña y que, según opinión de todos, le daban una belleza viril. Sí, Joachim, de joven se había convertido en hombre maduro a causa de esa barba, y sin duda no solamente a causa de ella. Vivía deprisa, como un mecanismo de reloj que se estropea, franqueaba al galope las edades que no le era concedido alcanzar en el tiempo, y durante las últimas veinticuatro horas se convirtió en un anciano. La debilidad de su corazón le producía una hinchazón en el rostro, lo que daba a Hans Castorp la impresión de que la muerte debía ser, por lo menos, un esfuerzo muy penoso, a pesar de que Joachim, gracias a los frecuentes eclipses de su conciencia, no parecía darse cuenta. Esta hinchazón alcanzaba principalmente a los labios, y a la sequedad o el enervamiento del interior de la boca contribuía visiblemente a que Joachim balbucease como un viejo, cosa que le irritaba. Si no hubiese tenido esa molestia, decía balbuceando, todo hubiera ido bien, pero eso constituía una fastidiosa contrariedad.
Lo que quería decir al manifestar «que todo hubiera ido bien» no estaba muy claro. La tendencia de su estado al equívoco aparecía de una manera impresionante. Más de una vez dijo cosas de doble sentido. Parecía saber y no saber, y declaró una vez, visiblemente sacudido por un escalofrío de agotamiento, moviendo la cabeza y con una cierta contrición, que «jamás se había sentido tan mal afinado».
Luego su actitud se hizo distante, severa, inabordable, incluso incivil; no se dejaba impresionar por ninguna ficción ni por ningún paliativo, ni contestaba; miraba ante él con un aire ausente. Sobre todo después que el joven pastor, que Luisa Ziemssen había hecho llamar y que, con gran sentimiento de Hans Castorp, no llevaba alzacuello almidonado, sino sencillamente un pequeño cuello, hubo rezado con él, su actitud adquirió un empaque oficial y no expresó sus deseos más que bajo la forma de breves órdenes.
A las seis de la tarde manifestó una manía chocante. Con la mano derecha, cuya muñeca se hallaba más ceñida por un pequeño brazalete, se frotó repetidas veces la región de la cadera, elevando un poco la mano y luego arrastrándola hacia él, sobre la colcha, con un gesto de rascar, como si atrajese o recogiese algo.
A las siete murió, Alfreda Schidlknecht se encontraba en el comedor, y estaban únicamente presentes la madre y el primo. Joachim se había hundido en la cama y ordenó brevemente que le alzasen. Mientras que la señora Ziemssen enlazaba con su brazo la espalda de su hijo, obedeciendo esa orden, dijo éste con apresuramiento que inmediatamente debía redactar y enviar una solicitud de prolongación de su permiso, mientras decía eso, el «breve tránsito» se realizó, observado por Hans Castorp con recogimiento, a la luz de la lamparilla de la cabecera, velada con una pantalla roja. Los ojos giraron, la inconsciente tensión de sus facciones desapareció, la penosa hinchazón de los labios se desvaneció rápidamente, y el mudo rostro de nuestro Joachim recobró la belleza de una juventud viril.

jueves, 30 de junio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas: 701-702.


NOVELA. LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA.  THOMAS MANN.
Diariamente Joachim asistía a la cura. Era un bello otoño; con pantalones de franela blanca y chaqueta azul, llegaba con frecuencia retrasado a las comidas, correcto y marcial, saludaba brevemente, de un modo amable y viril, se excusaba de su inexactitud y se sentaba en su sitio para la comida especial que le era preparada, pues ya no habría podido adaptarse a las comidas ordinarias sin correr el peligro de atragantarse. Le servían potajes, purés y papillas. Los vecinos de mesa comprendieron rápidamente la situación. Contestaban a su saludo con una cortesía y un apresuramiento marcados, le llamaban «teniente». En su ausencia interrogaban a Hans Castorp, y también acudían de las otras mesas para interrogarle. La señora Stoehr acudió retorciéndose las manos y se lamentó trivialmente. Pero Hans Castorp no contestó más que con monosílabos, reconoció la importancia del incidente, pero negó hasta un cierto punto su extrema gravedad; lo hizo por honor, con la sensación de que no tenía derecho a abandonar a Joachim prematuramente.
Paseaban juntos, recorrían tres veces al día la distancia prescrita, a la que el consejero había limitado a Joachim para evitar un gasto inútil de fuerzas. A la izquierda de su primo iba Hans Castorp. Antes hubiera sido así de otra manera, pero ahora Hans Castorp se mantenía con preferencia a su izquierda. No hablaban mucho, pronunciaban las palabras que el día normal del Berghof llevaba a sus labios y nada más. Sobre la cuestión que se hallaba en suspenso entre ellos, no había nada que decir, sobre todo entre gentes inclinadas al pudor y que no se llamaban por sus nombres de pila más que en circunstancias extremas. Sin embargo, la necesidad de expansiones se hacía sentir por instantes, se hallaba próxima a desbordar en el pecho de hombre paisano de Hans Castorp. Pero era imposible. Lo que había afluido dolorosa y tumultuosamente volvía a caer, y permanecía mudo.
Joachim iba a su lado, con la cabeza baja. Miraba al suelo, como si se considerase de la tierra. Era muy extraño: marchaba correctamente, saludaba, a los que pasaban, de un modo caballeresco, mantenía el porte y la corrección de siempre... y pertenecía a la tierra. ¡Dios mío, todos seremos de ella, tarde o temprano!

miércoles, 29 de junio de 2016

Lecturas. Fragmentos. La Montaña Mágica. Páginas: 685, 686,687.


LECTURAS. FRAGMENTOS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA. Thomas Mann.
Los cuatro pensionistas del Berghof habían encontrado a Settembrini y, por casualidad, Naphta se había reunido a ellos. Se hallaban sentados todos en torno de una mesita de hierro cargada de aperitivos, anís y vermut. Naphta se había hecho servir vino y pasteles. Joachim humedecía con frecuencia su garganta enferma con limonada, que bebía muy cargada y muy ácida, porque así contraía los tejidos y le aliviaba. Settembrini bebía únicamente agua azucarada; la bebía por medio de una paja, con una gracia glotona, como si hubiese degustado el más precioso de los refrescos.
Dijo en broma:
—¿Qué he oído, ingeniero? ¿Qué rumor es ese que ha llegado hasta mis oídos? ¿Va a volver Beatrice? ¿Vuestra guía a través de las nueve esferas giratorias del paraíso? ¡Espero que, a pesar de eso, no desdeñará completamente la mano amistosa de su Virgilio! Nuestro eclesiástico, aquí presente, le confirmará que el universo del medioevo no queda completo si falta, al misticismo franciscano, el polo contrario del conocimiento tomista.
Todos rieron al oír tan chusca pedantería y miraron a Hans Castorp, que también se reía y que levantó su copa de vermut a la salud de «su Virgilio».
Difícilmente puede creerse el inagotable conflicto de ideas que debía producirse, a la hora siguiente, a causa de palabras inofensivas y rebuscadas de Settembrini, pues Naphta, que en cierta manera había sido provocado, pasó inmediatamente al ataque y arremetió contra el poeta latino —que Settembrini adoraba notoriamente— hasta colocarle por debajo de Homero; Naphta había manifestado más de una vez su desdén por la poesía latina en general, y aprovechó de nuevo, con malicia y rapidez, la ocasión que se le ofrecía.
—Constituía un prejuicio del gran Dante —dijo— eso de rodear de tanta solemnidad a ese mediocre versificador y concederle, en una significación demasiado masónica. ¿Qué tenía de particular ese laureado cortesano, ese lamedor de suelas de la casa Juliana, ese literato de metrópoli y polemista de aparato, desprovisto de la menor chispa creadora, cuya alma, si la poseía, era seguramente de segunda mano, y que no había sido, en manera alguna, poeta, sino un francés de peluca empolvada de la época de Augusto?
Settembrini no dudó de que su honorable interlocutor poseía medios de conciliar su desprecio hacia el período romano de la más alta civilización con sus funciones de profesor de latín. Pero le parecía necesario llamar la atención de Naphta sobre la contradicción más grave que se desprendía de tales juicios y que le ponían en desacuerdo con sus siglos preferidos, en los cuales no solamente no se había despreciado a Virgilio, sino que se le había hecho justicia bastante ingenuamente, convirtiéndole en un mago y un sabio.
—Es en vano —replicó Naphta— que Settembrini llame en su socorro a la ingenuidad de esa joven y victoriosa época que había demostrado su fuerza creadora hasta la «demonización» de lo que vencía. Por otra parte, los doctores de la joven Iglesia no se cansaban de poner en guardia contra las mentiras de los filósofos y de los poetas de la antigüedad, y en particular contra la elocuencia voluptuosa de Virgilio. ¡Y en nuestros días, en que termina una era y aparece un alba proletaria, se es favorable a esos sentimientos! M. Lodovico podía estar persuadido —para zanjar la cuestión— de que él, Naphta, se entregaba a su profesión privada, a la que había aludido, con toda la reservatio mentalis conveniente. No era más que por ironía por lo que participaba en un sistema de educación clásica y oratoria al que el mayor optimismo no podía usted prometer más que algunos decenios de existencia.
—Usted los ha estudiado —exclamó Settembrini—, usted ha estudiado a costa del sudor de su frente a esos viejos poetas y filósofos; usted ha intentado apropiarse su preciosa herencia, de la misma manera que usted ha utilizado el material de construcción antiguo para sus casas de piedra. Habéis comprendido que no seríais capaces de producir una nueva forma de arte con las solas fuerzas de vuestra alma proletaria, y habéis confiado en derrotar a la antigüedad con sus propias armas. ¡Eso es lo que pasa siempre! Vuestra juventud inculta deberá estudiar en la escuela lo que vosotros desearíais poder desdeñar y hacer que los demás desdeñasen, pues sin cultura no podéis imponeros a la humanidad y no hay más que una sola cultura, la que llamáis cultura burguesa, que es la cultura humana. ¡Y os atrevéis a calcular por decenios el tiempo de vida que queda a las humanidades!
La cortesía impedía a Settembrini acompañar sus palabras con una risa burlona. Una Europa que sabía administrar su patrimonio eterno pasaría, con toda tranquilidad, al orden del día de la razón clásica, despreciando el apocalipsis proletario que algunos se imaginaban gustosos.

lunes, 27 de junio de 2016

Thomas Mann. La Montaña Mágica. Lecturas. Fragmentos.


LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas: 655,656,657.
Hans Castorp se apoyó en un codo, tendió enérgicamente las rodillas, tiró, se apoyó y se puso en pie. Pisoteó las nieves con sus plantas, se golpeó los brazos y sacudió los hombros, lanzando animadas miradas curiosas por todas partes y hacia el cielo, en donde un azul pálido aparecía entre los velos sutiles de las nubes de un gris azul que resbalaba suavemente y que descubrían los delgados cuernos de la luna.
Ligero crepúsculo. ¡Nada de tempestad de nieve! La pared rocosa del otro lado con su espalda erizada de pinos, era visible plenamente y reposaba en paz. La sombra subía hasta media altura y la otra mitad se hallaba delicadamente iluminada de rosa. ¿Qué pasaba, cómo se comportaba, pues, el mundo? ¿Era por la mañana? ¿Había pasado Hans Castorp la noche en la nieve, sin morir de frío, como ocurría siempre, según podía leerse en los libros? Ninguno de sus miembros estaba muerto, ninguno se rompía con un ruido seco, mientras él se debatía, se movía y se esforzaba en reflexionar sobre su situación. Sus orejas, las puntas de sus dedos, los dedos de sus pies estaban entumecidos sin duda, pero nada más, cosa que ya le había ocurrido con frecuencia cuando permanecía tendido en el balcón.
Consiguió sacar el reloj. Andaba. No se había detenido como acostumbraba hacer cuando se olvidaba de darle cuerda. No marcaba todavía las cinco, ni mucho menos. Faltaban aún doce o trece minutos. ¡Sorprendente! ¿Era, pues, posible que no hubiese permanecido aquí, tendido en la nieve, más que diez minutos o un poco más, y que hubiese inventado tantas imágenes alegres y espantosas y tantos pensamientos temerarios, mientras el tumulto hexagonal se disipaba con la misma rapidez con que había llegado? Además, había tenido una gran suerte para hacer posible su regreso, pues por dos veces sus sueños y sus fábulas habían adquirido tal aspecto que le habían sobresaltado, reanimado el cuerpo, primero de espanto, luego de alegría. Parecía que la vida había tenido buenas intenciones para con su hijo mimado y extraviado...
Sea lo que sea, y aunque fuese por la mañana o por la tarde —sin duda alguna era el principio del crepúsculo vespertino— no había nada en las circunstancias ni en el estado personal que pudiese impedir a Hans Castorp regresar al Sanatorio, y esto es lo que hizo.
Con un empuje magnífico, con una especie de vuelo de pájaro, descendió hacia el valle, donde ya brillaban las luces cuando llegó, a pesar de que los restos de una claridad conservada por la nieve hubiese bastado plenamente. Descendió por el Brehmenbühl, a lo largo del Mattenwald, y llegó a las cinco y media a Dorf, dejando los esquíes en la tienda y descansando en la celda del desván de Settembrini, al que dio cuenta de la tempestad de nieve por la que se había dejado sorprender.
El humanista se mostró muy alarmado. Movió la mano por encima de su cabeza, riñó enérgicamente al imprudente que había corrido tal peligro y encendió la lámpara de alcohol, que dejaba oír pequeñas explosiones, para preparar café al joven agotado, un café cuya fuerza no impidió a Hans Castorp el dormirse sobre la silla.
La atmósfera civilizada del Berghof le rodeaba, una hora más tarde, con su aliento acariciador. En la comida mostró un gran apetito. Lo que había soñado empezó a palidecerse. Aquella misma noche ya no comprendía muy bien lo que había pasado.

jueves, 23 de junio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. La Montaña Mágica. Thomas Mann.


Lecturas. Fragmentos. La Montaña Mágica. PP. 621,622,623.
"Por la tarde, de dos a cuatro, Hans Castorp se hallaba tendido en su balcón, muy bien empaquetado, la nuca apoyada contra el respaldo de su excelente chaise-longue, ni demasiado alta, ni demasiada baja, y miraba, por encima de la balaustrada almohadillada de nieve, el bosque y la montaña. El bosque de pinos, de un verde negro cubierto de nieve, escalaba las vertientes; entre los árboles, el suelo estaba en todas partes cubierto de nieve y en las alturas se elevaba la cresta rocosa, de un gris blancuzco, con inmensas extensiones de nieve que interrumpían aquí y allá algunas rocas más sombrías y picachos que se perdían blandamente en las nubes.
Nevaba dulcemente. Todo se confundía. La mirada se movía dentro de una nada blanda, y se inclinaba fácilmente al sueño. Un estremecimiento acompañaba al sopor, pero luego no había sueño más puro que ese sueño helado, sueño que no estaba afectado por ninguna reminiscencia del peso de la vida, sueño sin sueños, porque la respiración del aire rarificado, inconsistente y sin olor ya no pesaba sobre el organismo, lo mismo que la no respiración del muerto.
Cuando le despertaban, la montaña había desaparecido completamente dentro de la bruma de nieve, y sólo por algunos minutos reaparecían algunos fragmentos, una cima, una arista rocosa, que se velaban luego rápidamente. Ese juego silencioso de fantasmas resultaba divertido. Era preciso aplicar una atención muy aguda para sorprender esa fantasmagoría de velas en sus transformaciones secretas. Salvaje y grandiosa, desprendiéndose de la bruma, aparecía una cadena rocosa de la que no se veía ni la cumbre ni la base, pero, por poco que la abandonasen los ojos, la visión desaparecía.
Algunas veces se desencadenaban tempestades de nieve que impedían permanecer en la galería, porque los blancos torbellinos invadían el balcón y cubrían todo el suelo y los muebles de una espesa capa, pues había también tempestades en aquel alto valle rodeado de montañas. Aquella atmósfera tan inconsistente se hallaba agitada por remolinos, se llenaba de un hervidero de copos y entonces no se veía a un paso de distancia. Ráfagas de una fuerza que cortaba la respiración imprimían a la nieve un movimiento salvaje, la hacían girar oblicuamente, la impelían de abajo arriba, del fondo del valle hacia el cielo, y la hacían bambolear en una loca zarabanda. No era entonces una caída de nieve, era un caos de oscuridad blanca, un monstruoso desorden, el fenómeno de una región fuera de la zona moderada y en la cual sólo el vuelo súbito de una bandada de pájaros de las alturas podía tener una dirección.
Pero Hans Castorp amaba aquella vida en la nieve. Se le aparecía semejante, en muchos aspectos, a la vida en las arenas del mar, pues la monotonía sempiterna del paisaje era común a las dos esferas; la nieve, con su polvo profundo, inmaculado, desempeñaba aquí el mismo papel que, allá abajo, la arena de amarillenta blancura; su contacto no manchaba: se hacía caer de los zapatos y de los vestidos aquel polvo blanco y frío como, allá abajo, el polvo de la piedra y de las conchas del fondo del mar sin que dejase rastro alguno. La marcha por la nieve era penosa como un paseo a través de las dunas, a menos que el ardor de sol la hubiese fundido superficialmente y la noche endurecido. Se marchaba entonces más ligera y más agradablemente que sobre un parqué, con la misma facilidad y ligereza que sobre la arena lisa, firme, mojada y elástica de la orilla del mar".

miércoles, 22 de junio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA.


Lecturas. La Montaña Mágica. Páginas 612-613.
"Hans Castorp encontró eso encantador y extraordinariamente interesante. Aseguró que el señor Settembrini le había conquistado rápidamente con su teoría plástica, pero se podía decir lo que se quisiese —ciertas cosas podían ser adelantadas, como por ejemplo la enfermedad era una forma de existencia superior y que tenía algo de solemne—, pero una cosa era cierta, a saber: que la enfermedad acentuaba el elemento corporal, que metía al hombre completamente en su cuerpo y que, por consiguiente, perjudicaba a la dignidad del hombre hasta aniquilarle, reduciéndole únicamente al cuerpo. La enfermedad era, por lo tanto, inhumana.
—La enfermedad es perfectamente humana —replicó de inmediato Naphta—, pues ser hombre es estar enfermo. En efecto, el hombre es esencialmente un enfermo, y el hecho de que esté enfermo es precisamente lo que hace de él un hombre, y quien desee curarle, llevarle a hacer la paz con la naturaleza, «volver a la naturaleza» (en realidad no ha sido nunca natural), todo lo que hoy se exhibe en materia de profetas regeneradores, vegetarianos, naturistas y otros, todo ese estilo Rousseau, por consiguiente, no busca otra cosa que deshumanizarle y aproximarle al animal. ¿La humanidad, la nobleza? Lo que distingue al hombre de toda otra forma de vida orgánica es el espíritu, ese ser netamente despegado de la naturaleza y que se siente opuesto a ella. Es, pues, el espíritu de la enfermedad, de lo que depende la dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, es tanto más hombre cuanto más enfermo está, y el genio de la enfermedad es más humano que el genio de la salud".

martes, 21 de junio de 2016

FRAGMENTOS. LECTURAS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA.


La Montaña Mágica. Fragmento. Páginas 597-598.
"Settembrini hablaba de una manera muy cómica y plástica del padre difunto en el rincón de la habitación. Todos se vieron obligados a reír, incluso Ferge, a pesar de que se sintió herido por el desdén que se manifestaba respecto a su infernal aventura.
El humanista, por su parte, sacó partido de aquella animación para comentar y motivar más ampliamente el poco caso que hacía de los alucinados y, en general, de todos los pazzi. Opinaba que esas personas se permitían demasiadas cosas y frecuentemente ellas mismas podrían contener su demencia, como él había podido observar durante las visitas que había hecho a los hospitales de trastornados, pues cuando un extranjero o un médico aparecían por la puerta, el alucinado contenía con frecuencia sus muecas, sus discursos y sus gesticulaciones, y se comportaba convenientemente durante todo el tiempo que se sentía observado, para luego volver a comenzar. La demencia significaba, pues, en muchos casos un abandono, y en ese sentido servía a las naturalezas débiles de refugio y abrigo contra una gran pena o contra una desgracia de la suerte que esos seres no se creían capaces de soportar con toda lucidez. Pero todo el mundo podía decir otro tanto, y él mismo había devuelto a la razón, al menos pasajeramente, a muchos locos, sólo con su mirada y oponiendo a sus divagaciones una actitud despiadamente lógica.
Naphta rió sarcásticamente, mientras que Hans Castorp manifestó que creía al pie de la letra lo que Settembrini había dicho".

domingo, 19 de junio de 2016

LECTURAS. FRAGMENTOS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA.

Lecturas. Fragmentos.Novela. La Montaña Mágica. Página 560.  (Thomas Mann).
Después llegó la víspera de la partida, día en que Joachim cumplió rígidamente el programa por última vez, las curas, los paseos, y en que se despidió de los médicos y la enfermera jefe. Luego llegó el día mismo. Con los ojos brillantes y las manos frías, Joachim acudió al desayuno, pues no había podido dormir en toda la noche; apenas comía y, cuando la enana anunció que el equipaje se hallaba ya dispuesto, saltó de su silla para decir adiós a sus compañeros de mesa. La señora Stoehr, al despedirse de él, se puso a llorar, lloró las lágrimas fáciles y sin amargura de la ignorancia, pero detrás de la espalda de Joachim, con un signo de cabeza dirigido a la institutriz y balanceando con una mueca su mano de dedos separados, expresó, con un juego de fisonomía vulgar, sus dudas sobre la legitimidad de la partida y las probabilidades de salvación de Joachim. Hans Castorp la vio mientras vaciaba de pie su taza para seguir a su primo. Fue preciso distribuir propinas y contestar en el vestíbulo a los cumplidos oficiales del representante de la administración. Como siempre, algunos pacientes estaban presentes para asistir a la partida: la señora Iltis, con «esterilete»; la señora Levy, de cutis de marfil, y Popof el depravado, con su novia. Agitaron sus pañuelos cuando el coche, frenado en las ruedas traseras, comenzó a bajar la cuesta. Habían ofrecido rosas a Joachim. Éste llevaba sombrero; Hans Castorp, no.
La mañana aparecía espléndida, era el primer día de sol después de tantos días de mal tiempo. El Schiahorn, las Torres Verdes, la cima del Dorfberg, se dibujaban inmóviles sobre el azul, y los ojos de Joachim reposaban sobre ellos.

jueves, 16 de junio de 2016

FRAGMENTOS. LECTURAS. NOVELA. LA MONTAÑA MÁGICA. Página 496.


"El extranjero, que tenía aproximadamente la edad de Settembrini, era un vecino de éste, el segundo realquilado del sastre modista Lukacek, un señor llamado Naphta, según les pareció oír a los dos jóvenes.
Era un hombre de baja estatura y delgado, iba afeitado y era de una fealdad tan acusada que uno se sentía tentado de calificarla de corrosiva. Los dos primos estaban sorprendidos. Todo en él era penetrante: la nariz curva que dominaba su rostro, la boca, de labios delgados y apretados, las lentes convexas de sus antiparras, muy ligeras, que defendían sus ojos de un gris claro, y el mismo silencio que guardaba y del que se podía deducir que su palabra sería tajante y lógica. No llevaba sombrero, como era costumbre. El traje era elegante, un vestido de franela azul marino, con estrechas rayas blancas muy bien cortado, de una elegancia discretamente adaptada a la moda, como pudieron comprobar, con su discreta mirada de hombre de sociedad, los dos primos que, al mismo tiempo, sufrieron un examen de su propia persona, aunque más rápido y penetrante por parte de Naphta".

martes, 14 de junio de 2016

Fragmentos. Lecturas. Novela. La Montaña Mágica. Thomas Mann.

Fragmentos. Lecturas. Novela. La Montaña Mágica. Thomas Mann.
"...¿Qué es el tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¡Es inútil preguntar! ¿Es el tiempo función del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? ¡Es inútil continuar preguntando! El tiempo es activo, produce. ¿Qué produce? Produce el cambio. El ahora no es el entonces, el aquí no es el allí, pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento. Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo e inmovilidad. El entonces se repite sin cesar en el ahora, y el allá se repite en el aquí. Y, como por otra parte, a pesar de los más desesperados esfuerzos, no se ha podido representar un tiempo finito ni un espacio limitado, se ha decidido creer que el tiempo y el espacio son eternos e infinitos con la esperanza de conseguir una explicación un poco más perfecta. Pero al establecer el postulado de lo eterno y lo infinito, ¿no destruye lógica y matemáticamente todo lo infinito y limitado? ¿No queda todo reducido a cero? ¿Es posible una sucesión en lo eterno? ¿Es posible una superposición en lo finito? ¿Cómo armonizar estas hipótesis auxiliares de lo eterno y lo infinito con los conceptos de distancia, movimiento y cambio? ¿No queda más que la presencia de los cuerpos limitados en el universo? ¡Es inútil preguntar!
Hans Castorp se planteaba estas cuestiones y otras semejantes. Su cerebro, desde su llegada a estas alturas, se había mostrado siempre dispuesto a tales disquisiciones y sutilezas, y para experimentar un placer peligroso, pero inmenso, que había pagado muy caro, se había dedicado a tales cuestiones y enfrascado en especulaciones temerarias. Se interrogaba a sí mismo, al buen Joachim y al valle cubierto, desde tiempos inmemoriales, por una nieve espesa; pero ya sabía que no podía esperar contestación alguna a sus preguntas. Por eso se interrogaba a sí mismo, porque no encontraba ninguna respuesta".

domingo, 12 de junio de 2016

Fragmento. LA MONTAÑA MÁGICA. Thomas Mann.


Fragmento. La Montaña Mágica. Páginas 425-426.
"La señora Chauchat, que estaba allí, frente a él, se había arreglado para el Carnaval. Llevaba un vestido nuevo, al menos Hans Castorp no se lo había visto llevar nunca, una seda ligera y oscura, casi negra, que no brillaba más que de vez en cuando con un reflejo moreno, dorado y acariciante, un vestido de escote redondo y discreto que no descubría más que el cuello hasta la unión con las clavículas y, por detrás, las vértebras de la nuca ligeramente salientes bajo los cabellos cuando inclinaba la cabeza. Pero los brazos de Clawdia estaban desnudos hasta los hombros; sus brazos, que eran a la vez frágiles y llenos, y al mismo tiempo frescos y cuya extraordinaria blancura se destacaba sobre la seda sombría de una manera tan seductora que Hans Castorp cerró los ojos y murmuró interiormente: «¡Dios mío!»
Jamás había visto aquello. Conocía los vestidos de baile, los escotes admitidos y solemnes, «reglamentarios», que eran mucho más grandes que ése, sin ser, ni mucho menos, tan provocativos.
Quedaba plenamente demostrado el error de la antigua suposición de Hans Castorp considerando que el atractivo formidable de los brazos que había visto a través de un velo de gasas, no hubiera sido tan profundo sin aquella «transfiguración» sugestiva. ¡Error! ¡Fatal extravío! La desnudez completa, impresionante, de esos admirables miembros de un organismo enfermo y envenenado, constituía una seducción mucho más emocionante que la transformación de antes, una aparición a la que no se podía contestar de otra manera que bajando la cabeza y exclamando sin voz: «¡Dios mío!»".

martes, 7 de junio de 2016

Lecturas. Fragmentos. Thomas Mann. La Montaña Mágica.


Lecturas. Fragmentos. Thomas Mann. La Montaña Mágica.
Página: 355.
Había cesado de nevar. El cielo aparecía, en parte, descubierto. Nubes de un gris azul, desgarradas, dejaban filtrar los rayos del sol, que coloreaban el paisaje. Luego el tiempo se hizo completamente despejado. Reinó un frío sereno, un esplendor invernal puro y tenaz en pleno noviembre, y el panorama a través de los arcos de la galería: las selvas empolvadas, los barracones llenos de nieve blanda, el valle blanco soleado bajo el cielo azul y resplandeciente, era magnífico. El brillo cristalino, el resplandor diamantino reinaban por todas partes. Muy blancas y muy negras, las selvas estaban inmóviles. En la noche, los parajes del cielo alejados de la luna se hallaban bordados de estrellas. Sombras agudas, precisas e intensas, que parecían más reales e importantes que los objetos mismos, caían de las casas, los árboles y los postes telegráficos sobre la llanura resplandeciente. Unas horas después de la puesta del sol, la temperatura descendía a siete u ocho grados bajo cero. El mundo parecía envuelto en una pureza helada, su suciedad natural aparecía oculta y hundida en el ensueño de una fantasía casi macabra.

lunes, 6 de junio de 2016

THOMAS MANN. LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas 351-352.


THOMAS MANN. LECTURAS. FRAGMENTOS. LA MONTAÑA MÁGICA. Páginas 351-352.
"Era a principios de noviembre, en la proximidad de Todos los Santos. Y no ocurría nada nuevo. En agosto ya había pasado lo mismo y, desde hacía tiempo, uno ya estaba desacostumbrado a considerar la nieve como un privilegio del invierno. Sin cesar y en todas las estaciones, aunque a veces desde lejos, se tenía la nieve ante los ojos, pues siempre restos de ella brillaban en las hendiduras y los barrancos de la cadena rocosa del Raetikon, que parecía cerrar la entrada del valle, y siempre las majestades montañosas más lejanas del sur resplandecían nevadas.
Pero esta vez la caída de la nieve y el descenso de la temperatura se hicieron duraderos. El cielo pesaba, gris pálido y bajo, sobre el valle, se deshacía en copos que caían silenciosamente y sin descanso, con una abundancia exagerada y un poco inquietante, y de hora en hora aumentaba el frío".

sábado, 4 de junio de 2016

Lecturas. Fragmentos. La Montaña Mágica. Thomas Mann.


FRAGMENTO. Páginas 338-339. La Montaña Mágica.
"Sin embargo, el elogio de Hans Castorp era justificado. El esplendor mate de los blancos de ese busto delicado, pero no delgado, que se perdía en la tela azulada de la blusa, tenía mucha naturalidad, visiblemente había sido pintado con sentimiento y, a pesar de su carácter un poco dulzón, el artista había sabido darle una especie de realidad científica y precisión viviente. Se había servido, en particular, de la superficie ligeramente rugosa de la tela, sacando partido a través del color al óleo, en particular en la región de la clavícula, bastante saliente, como de una aspereza natural de la superficie de la piel. Un lunar, en la parte izquierda, allí donde el pecho comenzaba a dividirse, no había sido olvidado, y entre las prominencias se creía ver cómo se transparentaban ligeramente las venas azuladas. Se hubiera dicho que, ante las miradas del espectador, un estremecimiento apenas perceptible de sensualidad recorría aquella desnudez. Se podía imaginar que se percibía la emanación invisible y viva, la evaporación de aquella carne, de tal manera que si se hubiesen apoyado en ella se habría respirado, no un olor de pintura y barniz, sino el olor de un cuerpo humano. Al decir esto, no hacemos más que revelar las impresiones de Hans Castorp. Pero aunque él estuviese particularmente dispuesto a recibir tales impresiones, hay que hacer constar objetivamente de que el escote de madame Chauchat era, en efecto, la parte mejor conseguida del cuadro".

viernes, 3 de junio de 2016

LECTURAS-FRAGMENTOS. NOVELA: "INSACIABILIDAD".


"... te voy a flagelar con tu propio deseo, flagelaré a muerte tu imaginación de cerdo. Puedes revolcarte en mí en pensamiento, rugir de rabia, pero jamás me tocarás. Es precisamente en ese “jamás” que anida el goce. Aúlla de dolor y suplícame para que roce con un solo cabello tus tripas irritadas hasta la locura...”
Stanisław Ignacy Witkiewicz.

jueves, 2 de junio de 2016

Thomas Mann. La Montaña Mágica. Lecturas. Fragmentos.


"Hacía frío y Hans Castorp escribía con el abrigo puesto, envuelto en las mantas y con las manos enrojecidas. A veces separaba los ojos del papel, que se iba cubriendo de frases razonables y persuasivas, y miraba el paisaje familiar: aquel valle alargado, con las lejanas cumbres pálidas, su fondo sembrado de construcciones claras que el sol hacía brillar por instantes, las vertientes rugosas de los bosques, y las praderas de donde venían sonidos de clarines. A cada momento escribía con más facilidad y no comprendía cómo había podido retroceder ante aquella carta. Al escribir se convencía a sí mismo de que sus explicaciones eran absolutamente concluyentes y que encontrarían en casa de sus tíos una completa aprobación. Un joven de su clase y en su situación se cuidaba cuando parecía necesario, y usaba de las comodidades especialmente hechas para las gentes de su condición. Era de ese modo cómo había que obrar. Si hubiese descendido y dado cuenta de su viaje, no le hubieran dejado volver. Pidió que se le mandasen las cosas de que tenía necesidad. Rogó también que le enviasen regularmente el dinero necesario. Una mensualidad de 800 francos cubriría todas sus necesidades.
Firmó. Ya estaba hecho. Aquella carta era suficiente para los de allá abajo, aunque no lo era según los conceptos de tiempo que reinaban en el llano; pero sí según los que se hallaban en vigor aquí, en la montaña. Consolidaba la libertad de Hans Castorp. Tal era la palabra de que se sirvió, no pronunciándola, sino formando interiormente las sílabas, pero la empleó en su sentido más amplio, tal como lo había aprendido a hacer aquí, en un sentido que no tenía nada de común con el que Settembrini le daba. Y un vago espanto y emoción, que ya le eran conocidos, pasaron por su interior e hicieron estremecer su pecho, hinchado por un suspiro"
. Páginas 294-295.

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INTRODUCCIÓN A BROWNING TRADUCIDO Por Armando Uribe Arce

  INTRODUCCIÓN A BROWNING TRADUCIDO Por Armando Uribe Arce El traductor de poesía es poeta; o, no resulta más que transcribidor de palabras,...

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