jueves, 2 de junio de 2016

Thomas Mann. La Montaña Mágica. Lecturas. Fragmentos.


"Hacía frío y Hans Castorp escribía con el abrigo puesto, envuelto en las mantas y con las manos enrojecidas. A veces separaba los ojos del papel, que se iba cubriendo de frases razonables y persuasivas, y miraba el paisaje familiar: aquel valle alargado, con las lejanas cumbres pálidas, su fondo sembrado de construcciones claras que el sol hacía brillar por instantes, las vertientes rugosas de los bosques, y las praderas de donde venían sonidos de clarines. A cada momento escribía con más facilidad y no comprendía cómo había podido retroceder ante aquella carta. Al escribir se convencía a sí mismo de que sus explicaciones eran absolutamente concluyentes y que encontrarían en casa de sus tíos una completa aprobación. Un joven de su clase y en su situación se cuidaba cuando parecía necesario, y usaba de las comodidades especialmente hechas para las gentes de su condición. Era de ese modo cómo había que obrar. Si hubiese descendido y dado cuenta de su viaje, no le hubieran dejado volver. Pidió que se le mandasen las cosas de que tenía necesidad. Rogó también que le enviasen regularmente el dinero necesario. Una mensualidad de 800 francos cubriría todas sus necesidades.
Firmó. Ya estaba hecho. Aquella carta era suficiente para los de allá abajo, aunque no lo era según los conceptos de tiempo que reinaban en el llano; pero sí según los que se hallaban en vigor aquí, en la montaña. Consolidaba la libertad de Hans Castorp. Tal era la palabra de que se sirvió, no pronunciándola, sino formando interiormente las sílabas, pero la empleó en su sentido más amplio, tal como lo había aprendido a hacer aquí, en un sentido que no tenía nada de común con el que Settembrini le daba. Y un vago espanto y emoción, que ya le eran conocidos, pasaron por su interior e hicieron estremecer su pecho, hinchado por un suspiro"
. Páginas 294-295.

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