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jueves, 3 de agosto de 2023

LOS CINCO GRANDES LIBROS DE POLÍTICA, MORAL Y FILOSOFÍA DE LA ANTIGUA CHINA FRAGMENTO




 EL CHU-KING * EL TA HIO * EL LUN-YU

EL TCHUNG-YUNG * EL MENG-TSEU

LOS CINCO GRANDES LIBROS DE POLÍTICA, MORAL

Y FILOSOFÍA DE LA ANTIGUA CHINA

Traducción, noticias preliminares y notas de

JUAN B. BERGUA

No obstante las numerosas notas destinadas a completar el texto,

sería para el lector del mayor interés tener al alcance de la mano el

tomo primero de la HISTORIA DE LAS RELIGIONES, de Juan B.

Bergua, donde en el capítulo destinado a China se trata ampliamente

de las religiones de este país; así como la MITOLOGIA UNIVERSAL,

también de Juan B. Bergua.

Colección «TESORO LITERARIO» núm. 20

CONFUCIO (Kung-Fu-Tsé)

y

MENCÍO (Meng-Tsé)

i - C - ' r . - „ ? * . > * . ' V C O S

CHINOS

LA RELIGION Y LA FILOSOFIA MAS ANTIGUAS

Y LA MORAL Y LA POLÍTICA MAS PERFECTAS

DE LA HUMANIDAD

TRADUCCION, NOTICIAS PRELIMINARES

Y NOTAS DE

JUAN B. BERGUA

SEGUNDA EDICION

C L A S I C O S B E R G U A

www.edicionesibericas.es

© Juan B. Bergua, 1969

Clásicos Bergua-Madrid

(España)

Depósito Legal: AV. 127.— 1969

N úmero de Registro: 3551 - 53

Impreso en España

Printed in Spain

Imprenta «Teresa de Jesús».—Calderón de la Barca, 7. AVILA

NOTICIA PRELIMINAR

EL PAIS DE LOS «HIJOS DEL CIELO»

No se sabe nada sobre los orígenes de la China. La

cronología no ofrece seguridad alguna sino a partir

del siglo V I I I antes de nuestra era. Los chinos, divididos

en pequeños principados feudales, ocupaban entonces

la cuenca media del río Amarillo, rodeados por todas

partes de bárbaros. Los señores reconocían la autoridad

de los «Hijo s del cielo», reyes de la dinastía Tcheu,

que habían sucedido, según parece, a las dinastías Hia

y Yin. Del siglo V I I I al VI, varios Estados feudales trataron

de obtener la supremacía. Del siglo V al siglo II,

la lucha se circunscribió entre dos de ellos: Ts-in y

Tch-u. En el siglo I I I , Ts-in realizó la unidad de China,

creó el Imperio y empezó la lucha contra los Hiong-nu.

A partir de este momento se sucedieron diversas dinastías

imperiales. Los Han (siglo I I a. de ]., I I d. de J.)

acabaron la unificación del Imperio y colonizaron toda

la cuenca del río Azul; tras destruir el poder de los

Hiong-nu, se pusieron en contacto con los tibetanos y

establecieron relaciones con diferentes pueblos de Asia

Central. En esta época fue cuando el budismo se introdujo

en China.

Los Tang (siglos V I I al IX ), tras rehacer la unidad

del Imperio, que había vuelto a dividirse en numerosos

principados, lucharon contra los turcos y conquistaron

la mayor parte de Asia, hasta la Dzungaria; pero luego

fueron vencidos por una coalición de árabes y tibetaños.

Por entonces, el comercio chino penetró profundamente

en Europa por el camino de la seda y por las

vías marítimas. Tras un período aún de feudalismo disgregante,

los Sing (960-1280) gobernaron en toda la China;

pero, vencidos por los tártaros, tuvieron que refugiarse

en la China del Sur; los tártaros fueron vencidos,

a su vez, por la invasión mongola. Con la dinastía

de los Yuan, efímera dinastía mongola, coincidió una

larga expansión política y comercial, y fue entonces,

cuando la China se abrió a los extranjeros y a la propaganda

cristiana. Una reacción nacional trajo al poder

a la dinastía de los Ming, que fueron reemplazados

por otra dinastía extranjera: la de los Ts-ing (1644-1912).

Los primeros emperadores de esta dinastía volvieron

a emprender la conquista del Asia Central; pero sus

sucesores fueron molestados por los progresos rusos en

Siberia y la llegada y establecimiento al sur, con pretextos

culturales y de protección ( comerciales y coloniales

en realidad), de diferentes Estados europeos.

Vencidos por Inglaterra, Francia y el Japón, que resucitaba

rápidamente, tuvieron que ceder la soberanía. de

Anam, Corea y Formosa y abrir a los extranjeros las

puertas del resto del Imperio (1839-1895), y con todo

ello encender el avispero que aún zumba, cada día más

amenazador.

Un movimiento nacionalista ( el asunto llamado de los

«Boxers», 1898-1900) contra los intrusos extranjeros que

se habían hecho conceder por la fuerza diversos territorios

chinos en una especie de arriendo, originó la

intervención de ocho naciones, entre ellas el Japón, para

quien aquel vecino enorme, blando y sin organización

ni fuerza, era bocado fácil y apetitoso; terreno ideal para

su expansión (1).

La guerra ruso-japonesa, que tuvo lugar, por cierto, en

territorio chino, dio ocasión al establecimiento de los

japoneses en Manchuria y Corea. Tanta humillación y

desastre hizo impopular a la dinastía reinante, ocasionando

la revolución al sur, en Cantón, dirigida por Sun

Yat-sen, médico chino, educado en Europa, protestante

y socialista, y la proclamación de la República, E l norte,

tras el suicidio de Yuan Che-kai, que de virrey se

había erigido en emperador, comenzó un período de dictaduras

militares y de anarquía, que no acabó sino cuando

Tchang Kai-chek, sucesor de Sun Yat-sen, muerto en

1925, entró en Pekín (1928) y se hizo proclamar presidente

de la República.

Luego fue la ocupación de Manchuria por los japoneses

en 1931, la de la provincia de Jehol en 1932 y la formación

del Estado independiente del Manchukuo, al

frente del cual los invasores pusieron a un rey fantasma:

a Pu-Yi, heredero destronado de la caída dinastía

Mandchu. Resultado de todo ello: la guerra chino-japonesa,

en la que este país no pudo obtener un triunfo

definitivo a causa de la ayuda eficaz y descarada prestada

a los chinos por Inglaterra, los Estados Unidos y

la U.R.S.S.

En 1941, China declaró la guerra al Eje (Alemania,

Italia, Japón) y luchó junto a los aliados en Birmania.

La derrota, de los japoneses devolvió a los chinos cuantos

territorios les habían arrebatado aquéllos; pero al

mismo tiempo estalló la rivalidad entre el partido comunista

(que había aprovechado las luchas y desórdenes

anteriores de su país para organizarse poderosamente,

apoyado por la Rusia soviética) y el nacionalista

de Tchang Kai-chek. Dueños los comunistas de la China

del Norte desde 1947, continuaron progresando, y en

1949, tras apoderarse de Shanghai y amenazar Nankín,

obligaron a Tchang Kai-chek a refugiarse en Formosa,

donde sigue, sostenido por los americanos.

Al punto se inició la supremacía de Mao, que aún

continúa.

LAS PRIMERAS M ISIONES EN CHINA

Como dicho queda, fue la dinastía mongola la que

abrió el misterioso país de Oriente a los extranjeros,

y con ello, a la propaganda cristiana. Recuérdese que

Marco Polo (1254-1323) llegó a China, luego de haberatravesado

Badakhchan y el desierto de Gobi, siendo

recibido favorablemente por el Gran Khan (Kublaikhan),

de cuya personalidad, corte, grandeza y dominios

hizo tan brillante y fabulosa relación en su libro.

Pero esta primera propaganda cristiana, empezada con

los mongoles por misiones tanto católicas como protestantes,

se vio pronto interrumpida, no volviendo a

iniciarse seriamente sino a principios del siglo X V II,

desde cuya época ha continuado de una manera regular,

bien que con suerte varia, hasta el advenimiento de la

República china, en que pudo intensificarse gracias a

la proclamación por el nuevo Estado de la libertad de

cultos. Actualmente, con el comunismo, parece haber

entrado en una fase menos favorable. Pero dejemos

esto, mal conocido aún, para ocuparnos de algo de mucho

interés; eq'decir, del estado social y religioso del

enorme Imperio de los «H ijo s del Cielo» cuando los misioneros

jesuítas, a principios del siglo X V II, volvieron

a pisar el suelo del Celeste Imperio.

LA GRAN SORPRESA

China fue siempre un pueblo, o reunión de pueblos,

misterioso para los europeos. Si hoy mismo no se sabe

gran cosa de la evolución que en él se está realizando,

antes de su « comunización» no estábamos tampoco mucho

mejor informados. Durante siglos, el Lejano Oriente

estuvo totalmente aislado de los focos de civilización

occidental. N i la guerra y el comercio, medios de comunicación

por excelencia entre los pueblos, a los que,

como a los hombres, nada les mueve tanto como el interés,

pudieron quebrantar su aislamiento. Grecia y

Roma no parece que tuvieron, o apenas, contacto con el

remoto Imperio de los « Hijos del Cielo». Alejandro detuvo

sus conquistas muy lejos de sus fronteras de entonces.

Fue preciso llegar al siglo X I I I , en época de la

primera dinastía mongola, para que el remoto y misterioso

país empezase al fin a hacerse permeable a la

curiosidad europea. Entonces, algunas informaciones inciertas

de comerciantes audaces y, sobre todo, los interesantísimos

y seguramente exagerados relatos de Marco

Polo, empezaron a descorrer un poco el velo que

durante tantos siglos había envuelto a quellos nebulosos

países lejanos. En fin, en el siglo X V I I y siguientes, la

audacia, valor y tesón de las misiones, la incontenible

expansión comercial, el avance ruso en Siberia, la rapacidad

del Japón naciente y las codicias e insolencias

europeas en busca de mercados, permitieron descorrer

con alguna amplitud el velo que envolvía a la misteriosa

esfinge. Velo que ha vuelto a caer no menos espeso desde

que el comunismo ha clavado su garra en aquel país.

Pero aquellos ardientes misioneros jesuítas del siglo

X V II, ¿qué encontraron, cómo vieron al pueblo chino,

en el que tan audaz y valerosamente pusieron sus

plantas al comenzar el mencionado siglo? Si juzgamos

por ayer mismo (y puede hacerse sin temor a errores

graves, dado el mortecino evolucionar hasta hace poco

de este pueblo), verían y encontrarían, como fácil es

imaginar, un extraño hormiguero humano, víctima físicamente

del hambre, de la desigualdad social y de la

miseria; espiritualmente, un rebaño oscuro, sumido en

cultos extraños, mágicos y supersticiosos, al que unos

cuantos mandarines, déspotas e insolentes, imponían su

férula arbitraria. Verdadera manada de esclavos, regidos

caprichosamente por gobernadores dependientes de

un soberano tan misterioso como ridículo e inaccesible.

Un pueblo inmenso, cuya religión o religiones eran una

mezcla absurda y disparatada de ceremonias extrañas,

sacrificios torpes, cultos brujos y pagodas llenas de

bonzos pedigüeños e ignorantes y de ídolos grotescos.

Un país ideal, en fin, para ser instruido, redimido y

liberado.

Y luego, poco a poco, a medida que los portadores de

la nueva fe fueron aprendiendo el idioma y conociendo

verdaderamente almas y país, sus costumbres y, sobre

todo, su pasado, ¡la gran sorpresa!

Es decir, la serie de sorpresas sucesivas que les fueron

enseñando: primero, que aquel pueblo, tan necesitado

de ayuda, aquel pueblo hambriento y atrasado,

había sido la cuna de la civilización humana; segundo,

que sus religiones habían tenido como base otras de

una sabiduría y de una moral asombrosamente perfectas.

En fin, que jamás una doctrina religiosa conserva

mucho tiempo su pureza original, sino que pronto, al

contrario, se desfigura y torna imposible de reconocer

a causa de su mezcla con los restos de los elementos

atávicos de las religiones precedentes; de tal modo, que

en el transcurso de los tiempos sus adeptos acaban por

poner «religiosamente» en práctica, o sea con todo celo

y buena fe, preceptos diametralmente opuestos y hasta

contrarios a los de su fundador.

Por muy dichgsos, en efecto, se debieron de dar aquellos

buenos misioneros, de que la casualidad hubiese

hecho nacer en China sabios de una inteligencia tan

clara y de un espíritu tan noble y tolerante cual los fundadores

de los sistemas religiosos y morales seguidos

por los hombres que pretendían evangelizar, pues de

otro modo diversa hubiese sido su suerte y muy distinta

la afable acogida que obtuvieron.

¿Quiere esto decir que las ideas admirables de aquellos

sabios ilustres siguiesen enteramente, en vigor?

Evidentemente, no, puesto que, siendo los ideales de los

pueblos lo que más contribuye a su grandeza, y dominando

siempre a las otras naciones aquellas que poseen

los ideales más elevados, no hubiese podido el pueblo

chino llegar al estado de decadencia y abatimiento espiritual

y material en que le encontraban, de haberse conservado

intacta la grandeza del tesoro moral de aquellos

antiguos filósofos.

Pero veamos un poco estos sistemas religiosos a que

hago referencia, cuya tolerante moral permitió a los

misioneros jesuítas empezar a batir en brecha, sin grave

perjuicio personal para ellos, lo que los hombres

suelen defender de ordinario con más fanático tesón:

sus creencias religiosas.

LAS RELIGIONES DE CHINA *

Cuando las doctrinas de los Evangelios empezaron a

intentar abrirse paso en el Imperio chino, había en este

vasto país tres religiones oficiales o, si se quiere, tres

manifestaciones diferentes, puesto que las tres se completaban,

de la religión admitida, a saber: el confucismo,

el taoísmo y él budismo. Las dos primeras, originarias

del país; la última, importada, bien que ya perfectamente

aclimatada y admitida desde el siglo I de

nuestra era.

Digo que se completaban porque cada una de ellas

por sí sola no era capaz de satisfacer esa inquietud espiritual,

mezcla de temor, duda, interés y esperanza que

hace a las criaturas religiosas. Temor y duda de que la

muerte no acabe con las sensaciones; interés y esperanza

de obtener algo bueno en el más allá; y, por ello, el

tratar de atraerse, mediante preces y ofrendas, el favor

de los seres a los que temen y de los que esperan.

E l confucismo, filosofía más que religión propiamente

dicha, sólo hubiese bastado para aquellos que,

seguros de la fuerza de sus creencias, cruzaban la vida

protegidos por una serena calma estoica. Los perseguidos,

en cambio, por dudas ultraterrenas hallaban un

bálsamo consolador en las doctrinas metafísicas del budismo.

Los aún más perseguidos por los temores de lo

desconocido, por las tinieblas del más allá y por la duda

de lo que pudiera existir tras la muerte, éstos encontra*

Véase en el tomo I de mi Historia de las relativo a las de la China y a Confucio, t raRtealdigoio naellsí tcoodno llao debida amplitud.

ban en los dogmas taoístas con qué dar paz a su espíritu

atormentado.

¿Cómo y en qué proporción estaban (y están aún) repartidas

las tres creencias?

Preciso es reconocer, ante todo, que siempre, en el

transcurso de los siglos, el confucismo fue la doctrina

predominante en la corte y entre los hombres letrados.

Como es preciso declarar que si budismo y taoísmo

fueron constantemente tolerantes con su rival, éste

no se mostró asimismo tan transigente, bien que sus

persecuciones no adquiriesen 'jamás el grado de fanatismo

y de crueldad de las persecuciones religiosas en

Occidente. Y ello, sin duda, porque, siendo el confucismo,

como dicho queda, más bien filosofía que religión,

jamás una filosofía empuja a sus adeptos a persecuciones

implacables. Además, si en Occidente las

guerras políticas fueron siempre sostenidas por violentos

celos religiosos, en China, por el contrario, se ha

solido dar carácter religioso, para justificarlas, a la mayor

parte de las luchas políticas (2).

Todo ello daba como resultado que si los letrados

confucistas despreciaban el budismo, el taoismo y a su

clero, muy inferior a ellos en cultura, el pueblo, sin

hacer una distinción especial entre las tres creencias,

usaba las tres religiones, aplicando los preceptos de

cada una como mejor convenía a cada circunstancia y

a cada momento. Así, el dicho chino «las tres religiones

no hacen sino una» era la regla general, regla que permitía

a cada uno ir al templo que más le placía (3).

Por supuesto, ni Confucio ni Laotsé, padre del taoísmo,

fueron verdaderos fundadores de religiones. Cuanto

hicieron, como Sakiamuni, fue modificar y adaptar

a nuevas condiciones de vida y a otras necesidades espirituales

sistemas religiosos ya anticuados. Las religiones,

como todo lo humano, son hijas del tiempo y del

espacio: en éste nacen y en aquél mueren. Confucio, al

infundir nueva vida a la envejecida sabiduría antigua

del pueblo chino, tomó la vía político-religiosa; Laotsé,

la ascético-mística (4). Pero si el confucismo había

degenerado en el transcurso de los siglos, en él taoísmo

no prendió menos pronto el antiguo animismo espiritualista

y mágico que en China, como en todos los

pueblos, -fue la primera religión organizada (5).

De donde resulta que la religión que encontraron

aquellos animosos misioneros del siglo X V I I al llegar

a China, la religión dominante en el país entonces, como

ahora (6), fue una mezcla de las tres grandes doctrinas

implantadas sobre la primitiva magia religiosa, de cuyas

supersticiones tan sólo los letrados confucistas superiores

han estado siempre alejados.

Ahora bien, las tres religiones implantadas sobre la

primitiva magia ¿eran las de aquellos tres hombres eminentes?

En modo alguno. Lo que hallaron fue una torpe amalgama

del antiguo animismo espiritualista y mágico con

las doctrinas ya muy degeneradas y modificadas de los

tres fundadores. Amalgama en la que predominaban las

prácticas mágicas, que no eran, en realidad, ni confucistas

ni taoístas, sino que constituían una mezcla de.

ambos cultos a lo que se añadían prácticas budistas.

Tal era la religión del pueblo y del letrado medio confucista,

lleno también de supersticiones, a las que los

taoístas se entregaban asimismo.

Es decir, que el confucismo aquel, lejos de ser el

culto moral de otros tiempos, se entregaba a un animismo

que permitía la adoración de dioses y demonios.

Entre aquéllos estaba el Cielo, divinidad suprema y que

no era en modo alguno el lugar reservado a los justos

tras la muerte, sino que se tomaba esta palabra en un

sentido más lato al que daban los misioneros católicos

a la palabra Providencia; pero sin unir a ella ninguna

idea personal.

P o r supuesto, la religión de Confucio siempre tuvo

sus raíces en el animismo. En aquel animismo primitivo,

que fue. la primera religión propiamente dicha de

China; animismo que inculcaba el culto de las fuerzas

de la Naturaleza y el de los espíritus que mandaban en

los fenómenos naturales (7); espíritus, claro está, que

dependían, a su vez, de un Soberano Supremo personal,

que gobernaba la creación entera. Más tarde, la idolatría

búdica y el culto taoísta a los héroes movieron a canonizar

a los guerreros y a los hombres de Estado (8), lo

que, unido al culto en honor de los muertos y a los sacrificios,

daban aquel caos religioso, tan distinto de las

primitivas doctrinas de Laotsé y de Confucio.

En resumen, él confucismo comprendía entonces,

cuando los misioneros del siglo X V II, cual comprende

aún hoy, además de la forma muy degenerada del primitivo

culto aconsejado y seguido por Confucio mismo,

el culto a él mismo y a algunos de sus discípulos (9).

El taoísmo veneraba a sus divinidades y observaba las

prácticas de su escuela, muy degeneradas a su vez, pues

tras haber abandonado la búsqueda de lo absoluto y

de la inmortalidad, se daba, y sigue dándose, a la brujería,

a la taumaturgia y a la práctica y culto de la

magia anterior a Laotsé y a Confucio. Añádase a esto

las prácticas budistas, muy particularmente sus oficios

por los muertos, y las seguidas por una decena de millones

de musulmanes, y tendremos completo el cuadro

religioso que hallaron al llegar a China aquellos misioneros

jesuítas hace tres siglos. Que, por cierto, una vez

versados en la lengua y ya conocedores de la obra y

méritos de los dos grandes sabios, muy particularmente

de Confucio; admirados de su sorprendente y profunda

sabiduría, de sus enseñanzas tan morales y perfectas y

al darse cuenta de que, gracias a él, que había recogido

en sus libros los documentos más antiguos de la historia

del Mundo, la civilización china podía considerarse

como la primera no solamente en origen, sino en perfección;

en fin, ante la alta razón y sentido eminentemente

moral que presidía la obra del gran Maestro,

propusieron al Papa de Roma que le incluyese entre

los Santos de la Iglesia.

No fueron escuchados, claro; pero el gesto fue generoso

y noble. I r a enseñar y encontrarse que tenían que

aprender; a llevar cultura y enfrentarse con otra que

moralmente no podían sobrepujar; portadores de civilización

y tener que detenerse ante otra más avanzada,

y reconocer todo esto e inclinarse ante ello, fue justo y

fue hermoso. Porque, en efecto, ¿dónde encontrar, fuera

del «Chu-King», ideas más puras sobre la divinidad y

su acción continua y benéfica sobre el Mundo? ¿Dónde

una más elevada filosofía? ¿Dónde que la razón humana

haya estado jamás mejor representada? ¿En qué

libro sagrado de cualquier tiempo, máximas más hermosas?

¿E ideas más nobles y elevadas que en el «Lun-

Yu», ni una filosofía como la de las «Conversaciones»,

que, lejos de perderse en especulaciones vanas, alcanza

con sus preceptos a todas las ocasiones de la vida y a

todas las relaciones sociales, y cuya base primordial es

la constante mejora de sí mismo y de los demás?

He aquí por qué Confucio, tras él, Mencio (10), y más

tarde Tchu-hi (11) deben ocupar puestos preeminentes

entre los genios que han iluminado con su brillo el

camino de la humanidad, guiándola por la senda de la

civilización y del verdadero progreso.

Mientras que otras naciones de la tierra levantaban

por todas partes templos a dioses imaginarios (a animales

muchas veces} o a divinidades imposibles, brutales,

crueles y sanguinarias, es decir, a su imagen, los

chinos los erigían en honor del apóstol de la sabiduría

y de la tolerancia, del gran maestro de la moral y de la

virtud: Confucio.

Veamos quién era y cómo era este gran hombre, a

quien la admiración de sus compatriotas llevó a los

altares.

LA VIDA

Kung-Fu-Tsé (12) vio la luz, según se dice, el décimo

mes del año 552 a. de J. (13). Su padre, Schu-Liang-Ho,

antiguo guerrero, viejo ya y temiendo morir sin sucesor

varón que continuase celebrando el culto a los antepasados,

pues de su mujer legítima no tenía sino nueve

hijas (14), repudió a ésta y solicitó en matrimonio a

una de las tres herederas de otra familia honorable:

de cierto caballero de la casa de Yen. Este reunió a sus

hijas y las hizo saber el propósito y cualidades del

setentón, y ante el silencio elocuente de sus hermanas,

la más pequeña aceptó la carga. Meses después nacía

el futuro maestro, que fue denominado primeramente

Kin (15).

A propósito de su infancia se dice que gustaba entretenerse

imitando las ceremonias rituales y limpiando

y ordenando cuidadosamente las vasijas destinadas a

los sacrificios (16). Fuera de este detalle, todo lo relativo

a sus primeros años ha pasado sumido en un razonable

silencio (17).

A los diecinueve años contrajo matrimonio y, como

era pobre, tuvo que aceptar para poder vivir varias

colocaciones subalternas, en las que pronto se hizo notar

a causa de su escrupuloso celo en el cumplimiento

de sus obligaciones (18). Este celo, unido a la inteligencia

y buen juicio que demostró en la administración

de sus cargos,1 debieron atraer ya sobre él la atención

pública. Las diferencias y querellas entre los proveedores

de granos y los pastores, con los cuales tuvo que

tratar, debieron darle ocasión más de una vez para que

demostrase, interviniendo, cualidades de sensatez, prudencia,

buen juicio y rectitud, que empezaron a labrar

en torno suyo la aureola de sabio, que ya no hizo sino

crecer de día en día. Por su parte, pronto debió comprender

claramente cuán necesario era en una época

tan revuelta y turbada cual en la que vivía, simplificar

el enmarañadísimo tinglado de la moral y enseñanzas

tradicionales, y sintiéndose con ánimos para llevar a

cabo tan ardua labor, se aplicó al estudio, con la esperanza

de hacer llegar al pueblo la esencia y virtud de

aquella ciencia antigua que tal cual estaba no comprendían.

Y fue por entonces, en plena juventud y en pleno

ardor, cuando tuvo el atisbo genial de enunciar su «regía

de oro», la sublime máxima sobre la que tantas

veces se ha vuelto después: «N o hagáis a otros lo que no

quisierais que os hiciesen a vosotros mismos» (19).

De su vida privada se sabe muy poco. De su mujer,

nada o casi nada. Tuvo con ella un hijo y dos hijas. El

hijo murió el año 482, año particularmente funesto para

Confucio, puesto que la muerte te arrebató también a

Yan-Hui, su discípulo predilecto, el que mejor le comprendía

(20). En cambio, el hijo de Confucio no tenía

la grandeza de su padre; parece ser que era tranquilo

y poco sobresaliente. Murió a los cincuenta años, tras

haber vivido inadvertido. Dejó un hijo de treinta, llamado

Tsi Si, que llegó a ser, tras la muerte de su abuelo,

un jefe de escuela estimable.

E l matrimonio de Confucio no duró sino cuatro años.

La ruptura debió de tener lugar de un modo efectivo,

y por causa, la larga ausencia de Kungtsé con motivo

de la muerte de su madre.

En efecto, Confucio, siguiendo la costumbre de su

época, que obligaba a los hijos a un prolongado retiro

cuando morían sus padres, permaneció recogido durante

veintisiete meses, y seguramente entregado a la meditación

de sus planes futuros, al morir su madre, a la

que, por ¡o visto (debía de ser una mujer delicada e

inteligente), le unía un afecto singular. La enterró junto

a su padre, en Fang. Por el «L ib ro de los Ritos» y po r

uno de los libros de las «Conversaciones» se tienen

noticias bastantes precisas de todos estos sucesos (21).

Acabado el duelo empezó su verdadera vida de maestro.

Con su mujer no volvió a tener relación alguna;

con otra mujer cualquiera, tampoco. Toda su vida no

fue ya sino ejemplo y enseñanza. Y peregrinación de

un Estado a otro, ofreciendo sus servicios, sus consejos

y su ejemplo.

En realidad, poco después de su matrimonio había

empezado ya a enseñar y a tener discípulos, pese a su

temprana edad (veintidós o veintitrés años), porque

su sabiduría, según se cuenta, era muy grande. Pero,

tras el retiro, su existencia entera no fue ya otra cosa.

Tanto más cuanto que entonces pudo hacer beneficiar

a los que le seguían, cuyo número aumentaba incesantemente

(se cuenta que llegó a tener 3.000 discípulos),

del fruto de sus meditaciones junto a la tumba de sus

padres.

Las enseñanzas de Confucio, sin contar las ocasiones

que su vida errante le ofrecía de decir y aconsejar,

comprendían conocimientos fijos a propósito de historia,

literatura, moral y, sobre todo, música y política.

Hasta él podían llegar y ser sus discípulos no solamente

los hijos de las familias ricas, sino los pobres. Amor

hacia la virtud y espíritu de t/abajo era cuanto exigía

para ser seguido. El secreto de su éxito estaba, por lo

demás, tanto en su palabra como en su ejemplo (22).

Como Sókrates, Confucio debía de ser uno de esos hombres

de tan certero juicio y perfecta honradez cívica,

de tan austera moral y tal pureza de vida, de costumbres

tan equilibradas y sanas, que se buscaba con avidez

su compañía y su consejo. Por otra parte, su talento

natural y su innato conocimiento de los hombres

le habían dadoi'sin duda desde muy pronto, esa experiencia

de la vida que de ordinario tan sólo se consigue

a fuerza de tiempo, de dolores y de desengaños. Todo

ello, unido a su certero instinto pedagógico, hacía de él

un maestro perfecto. Además, un fondo de segura razón

y un perfecto equilibrio espiritual que le hacían huir

siempre tanto de lo sobrenatural como de lo revolucionario

y violento, su delicadeza de sentimientos y su

profunda humanidad, hacían de él un refugio tan placentero

como razonable y seguro (23).

Por entonces, tendría Confucio treinta años, puede

situarse su gran viaje a Lo, capital del antiguo reino

Tschu (24), viaje que le permitió, entre otras grandes

emociones, conocer a Laotsé o Lao Tan, que era a la sazón

bibliotecario de la corte y que gozaba de grandísimo

prestigio (25).

Laotsé, que no creía en los dioses ni en los seres

sobrenaturales, dio sabios consejos a su visitante (26).

Tras esta entrevista viene un período de cerca de

veinte años, durante los cuales el maestro viaja, enseña

y se pone en contacto con diferentes príncipes, en cuyas

rivalidades y querellas interviene, solicitado por

ellos. Cierto que, en general, de modo no muy fructuoso,

pues nada más arisco a los ambiciosos y violentos

que los consejos prudentes. Y doblaba ya los cincuenta

cuando el príncipe de Lu le hizo, primero, ministro de

Trabajos Públicos (27), y un año más tarde, ministro

de Justicia (28). En este cargo sus ideas se revelaron

no menos prácticas que en el anterior, y sus procedimientos

de administración de justicia dieron resultado

excelente (29).

No obstante, Confucio no ejerció el cargo sino cuatro

años. Cuando en el vecino Estado de Ts-i supieron que

había sido elevado a tan importante puesto, temiendo

que, gracias a sus consejos, el país que los recibía se

engrandeciese demasiado, llenos de recelo y de temor,

pues nada más peligroso para el débil que la proximidad

del fuerte, decidieron anularle. Es decir, contrarrestar

su obra de rectitud y depuración de costumbres.

Y escogiendo para ello una compañía de ochenta danzarinas

diestras no solamente en tocar toda clase de

instrumentos sino en las artes de seducción, se las enviaron

al duque de Lu, sabiendo muy bien cuál era el

flaco de este príncipe. Y, en efecto, no tardó el libertino

en abandonar con alegría la severa vida a que Confucio

le había constreñido con sus consejos y ejemplos, para

entregarse de nuevo a los placeres carnales y a toda

suerte de desarreglos y extravíos. Entonces, Confucio,

al ver, tras varios días en que inútilmente trató de obtener

audiencia de su soberano, que cuanto había hecho

durante muchos meses se había venido al suelo, abandonó

su cargo y hasta el país, y se marchó desilusionado

y decidido a no ofrecer sus servicios sino a un hombre

íntegro, si le encontraba. Luego, tras trece años de

buscar en vano, volvió a Lu. Pero, en vez de entrar otra

vez al servicio del duque, dedicó el tiempo que le quedó

de vida, de sesenta y ocho a setenta y dos años, a continuar

su magna labor de extractar los textos clásicos.

Al comenzar el verano del año 419 se extinguió la vida

terrenal del maestro. Parece ser que ciertos ensueños

que tuvo le anunciaron su próximo fin y le prepararon

a él. Según se afirma, se vio* en ellos sentado en el

templo entre pilastras rojas. También se dice que una

mañana se levantó al alba y paseó por el patio, cantando,

dificultosamente: «E l taischan se derrumba, la viga

se rompe, el sabio termina su vida.» Luego volvió a su

habitación y guardó silencio. Tsi Kung le preguntó qué

significaba su canción. Entonces Confucio, tras referirle

su sueño, añadió: «N o veo ningún rey sabio. ¿Quién

podría escucharme? ¡Tengo que m o rir!» Luego se acostó

en su lecho y tras lenta agonía, que duró siete días,

acabó (30).

jueves, 20 de abril de 2023

Zhang Jie - Galera Titulo Original: Fang zhou Autora: Zhang Jie . CAPÍTULO I. NOVELA.

 




Zhang Jie - Galera

 

Titulo Original: Fang zhou

 

Autora: Zhang Jie

 

Año: 1983

 

Traductora: Isabel Alonso

 

Editorial: Txalaparta

 

Año: 1995

 

Galera

 

¿Que es eso?

 

¡Fuego!

 

¿Debo atravesarlo?

 

¡Si!

 

Tengo miedo.

 

Es así como te purificas

 

Capítulo I

 

Galera.

 

1. Carro grande para transportar personas.

 

2. Cárcel de mujeres.

 

3. Embarcación de vela y remo.

 

¿Otro día nublado? Jinghua siempre se asusta al ver cómo se oscurece el cielo en señal de lluvia. Cuando llueve siente un dolor insoportable en la espalda. El médico ya le ha avisado que en unos años se puede quedar paralítica debido a una artrosis de la región lumbar, al viento y a la humedad del clima. Y luego, ¿qué será de ella? Jinghua no entiende cómo los médicos se empeñan en alargar la vida de las personas. Sería verdaderamente aburrido vivir eternamente. Cuando llegue el momento en que se convierta en un ser inservible, desea morir para no ser una carga para otros. Si la gente entendiera que el sentido de la vida consiste en dar y no en recibir, todo sería más simple.

 

Jinghua estira sus piernas dormidas después de una noche de sueño. Intenta encontrar el reloj colocado cerca de la cabecera de la cama. ¡Las cinco menos diez! ¡Ah! ¡Menos mal! No es que esté nublado sino que simplemente se ha despertado demasiado pronto. Intenta incorporarse pero su espalda está muy rígida, como si fuese una tabla. Menos mal que todavía tiene fuerza en los brazos y al estirarlos consigue enderezar el resto del cuerpo sin demasiado esfuerzo. No han pasado los años en balde, sobre todo los 10 años del exilio en las zonas fronterizas{[1]}... Tal vez llegue un día en que deba jubilar a sus piernas y dar ese trabajo a sus brazos tal como lo vio hacer a los inválidos privados de sus dos piernas.

 

Afortunadamente todavía tiene dos brazos llenos de fuerza; sino, ¿qué sería de ella?... Recuerda unos poemas de Maiakovsky{[2]} de carácter social que dicen algo así como «vivir dependiendo de quien está y de quien se va». Si las mujeres tuviesen unos brazos potentes como las atletas ya no aparecerían en el cuerpo de la mujer curvas femeninas. Jinghua no sabe qué opinarían los hombres sobre este tema. Algunos se esconderían detrás del delantal de la mujer. A veces le viene a la cabeza la idea de que la humanidad va a volver a la época en que las mujeres llevaban los pantalones. La evolución del universo consiste en un eterno recomienzo y ¿es impensable que la sociedad vuelve al matriarcado?

 

Jinghua agarra el aparato de rayos infrarrojos que ha dejado sobre la cabecera de la cama. Lo enciende. Crea un tenue halo alrededor de la carcasa de plástico de un amarillo cremoso. Los comerciantes de Shanghai son realmente gente muy lista y hay que ver cómo hacen que sea atractivo un simple aparato médico.

 

A pesar de que este delicado aparato es uno de los pocos lujos de su existencia no hace sino acrecentar su ansiedad. Cada vez que utiliza ese aparato, algo le recuerda que está enferma y de nuevo evoca unos poemas en los que el poeta Lermontov{[3]} cuenta cómo en todo momento, tanto de día como de noche, con buen o mal tiempo, siempre se sentía como un viudo, como un huérfano, como una roca solitaria.

 

Al ver que el aparato empieza a irradiar calor, se lo pone en la espalda y ese calor se propaga hasta la parte anterior del cuerpo. Sea cual sea la estación del año, siempre lo usa y de esa forma desaparece la energía negativa de su cuerpo.

 

Gracias, Laoan, por encargar a otra persona traer este aparato desde Shanghai. Cuando se lo entregó no supo cómo darle las gracias. Laoan le dijo que no tenía que dárselas, pues ese favor sólo se lo hizo porque no le gusta ver sufrir a la gente, sin más. Jinghua siempre ha pensado que Laoan no es un secretario del partido como los demás. No se parece en nada a lo que normalmente se entiende por secretario del partido. Hasta su nombre evoca una quietud envidiable.

 

Con las primeras luces del día se adivina la presencia de una orquídea cuya sombra se refleja en la cortina de la habitación. La mayoría de las hojas se han caído y su vida está en juego. Otra flor que se les muere.

 

Aunque les encantan las flores sus dos amigas y ella no consiguen mantener una planta con vida. Cuando compraron esas flores, eran todas muy bellas, con unas hojas muy gruesas y de un verde luminoso. Al seguir el contorno de las hojas se podían apreciar las gotas que caían. En cada rama se asomaba un capullo. Pero ese encanto no duró mucho, enseguida las hojas empezaron a marchitarse y los capullos a desaparecer. Eso no se debe a la falta de claridad ya que la habitación da al Sur y siempre está presente el sol. Además a Jinghua jamás se le olvida poner en el tiesto mosto de sésamo y regar con una mezcla de azufre hasta que la atmósfera se impregne de oxígeno sulfuroso.

 

Basta con entrar en el bloque de casas por la parte sur y de echar una ojeada al patio para ver cómo todas las ventanas están adornadas con bellas flores menos la de Jinghua. Se podría comparar el pobre tiesto de Jinghua a una vieja ciega, fea, y de aspecto horrible que se hubiese deslizado entre bellas doncellas.

 

No me acuerdo quién dijo que la salud de las flores dependía del carácter de su amo y que los que tenían mala suerte no conseguían mantener viva una flor durante mucho tiempo. Tal vez ellas pertenezcan a ese grupo ya que hasta en los días más calurosos de julio reina siempre en su casa un ambiente helado, como si fuese un desván o la morgue.

 

¿Será porque la habitación es demasiado grande? Jinghua ha hecho lo imposible por llenarla. Libros, un sofá, una mesa, unas sillas. Después ha hecho lo mismo con la de su compañera Liu Quan. Ella misma ha fabricado los muebles. Claro está que no se pueden comparar con los que venden en las tiendas pero aun así no están mal. Juraría que ninguno de sus compañeros de trabajo cree que Jinghua tenga alma de carpintero. En realidad todo ser humano tiene habilidades insospechadas.

 

Aunque se entregó por dejar bien las habitaciones, un día se cansó y dejó todo sin acabar: ni pintó ni barnizó los muebles. El sofá se quedó sin vestir una tela de cuero sintético o de pana; sigue tirado en un rincón, envuelto en una tela gruesa y basta de color marrón y sobre él yace un trozo de tela amarillenta que compró un día de rebajas.

 

Todo lo que adorna la habitación es parte de un trabajo hecho a medias y la responsable de todo ello parece ser una persona despreocupada, incapaz de acabar las cosas.

 

Así es como la mayoría de la gente juzga a esta mujer que ya cumplió los cuarenta.

 

De repente y sin ningún motivo, Jinghua empieza a reírse.

 

La gata ha saltado del sillón y maullando se acerca a su cama como diciéndole «¿Qué, ya te has despertado?».

 

Jinghua le hace una señal con la mano para que salte pero la gata parece tener aún sueño, mueve la cola y vuelve al sillón para seguir durmiendo.

 

Ella también podría seguir durmiendo ya que todavía es pronto y además es domingo. Pero no le apetece. Es como si hubiese tenido una pesadilla en la que veía lluvia, nieve, tempestad, frío y barro; una pesadilla en la que veía el hijo o la hija al que le prohibió nacer; una pesadilla en la que veía una oficina de correos con una ventanilla con la pintura raspada y billetes de banco manoseados y tirados por el suelo, sellados por el dolor que padeció para poder juntar esa cantidad y poder así ayudar a su padre y a su hermana menor a vivir con dignidad. Todo lo que representaba ese dinero fue arrancado por ese hombre. ¿Qué le dijo exactamente? Ya no lo recuerda con exactitud. Le dijo algo así como: «Para poder ayudar a tu padre y a tu hermanita has abortado, ¡has matado a mi hijo! ¡No sé cómo me he casado contigo, quiero el divorcio!».

 

¿El motivo fue el dinero? En aquella época el aborto era casi obligatorio, no sabía que un día «La Banda de los Cuatro» se vendría abajo. Qué más da. Para muchos la vida se limita a alumbrar, dormir, instalarse y vivir. Pero a Jinghua no le van esas cosas. Su padre y su hermana pequeña ¿es que no eran su familia para él? No, claro que no, ella tampoco consideraba a su marido como de su propiedad.

 

Un cuento de invierno...

 

Cuando se junta con alguna de esas mujeres felices que no se privan de criticar a las demás, se siente sin motivos el centro de las críticas. La verdad es que si se casó con ese hombre fue para poder sacar a su padre y a su hermana de la miseria. A su padre le acusaban de reaccionario mientras su hermana no tenía apoyo alguno. La gente que presume de ser feliz debería ser más tolerante con los demás, ya que ellos gozan de salud y de bienestar.

 

Jinghua se da la vuelta en la cama. Ya no tiene ganas de dormir y de caer otra vez en esa pesadilla, o de aparecer en un bosque. El bosque sólo es poético y maravilloso en las obras de arte como la pintura, la música y la literatura. Aunque el artista intente representar al bosque como algo oscuro y brutal, siempre lo veremos como algo bello y salvaje. Si debemos vivir dentro de él, sobre todo si uno es débil como lo es Jinghua, acabaremos como menú del bosque. Recuerda aquel frío que pasó a unos 20° bajo cero en una chabola de madera. Es normal que su columna vertebral se resienta ¡ese frío hubiera sido capaz de hacer estallar una barra de acero! Cuando algún día le salen mal las cosas y empieza a deprimirse, para no caer en ese abatimiento, recuerda que de ahora en adelante, cuando llegue el invierno, ya no tendrá que sacar el agua del pozo, revolver el barro o subir y bajar aquellos barrotes de la escalera que ella misma había clavado para poder tapar los agujeros de su chabola. Hay que saber asumir su destino.

 

Pero no es un sueño sino una triste realidad. Su cuerpo recuerda todo lo que ha sufrido. Como en La Carta Escarlata escrita por Hawthorne{[4]}.

 

Es curioso. Recuerda cada puñetazo recibido en el cuerpo y en la cara así como todas las humillaciones sufridas; de cada frase del dazibao{[5]} que su ex marido escribió y pegó en el muro de la pequeña escuela donde ella daba las clases. En el dazibao su ex marido contaba cómo su mujer no había cumplido con sus obligaciones de esposa. También escribió algunas frases sacadas del Pequeño libro rojo{[6]} tales como: «No existe en el mundo un amor inocente como tampoco hay un odio inocente», o: «La clase obrera debe dirigir todo»; o: «Debemos trazar una línea fronteriza entre nosotros y la burguesía ya que no podemos convivir juntos», seguidas de frases como «Las banderas rojas flotan con el viento del Este que barre...». Todavía percibe el olor a ajo que salía de su cuerpo como si la hubiesen dejado metida durante varios años dentro de un tarro lleno de ajos.

 

Y, sin embargo no recuerda nada de aquel hombre que compartió con ella la cama y la comida durante unos seis o siete años. Teme que si un día se encuentra con él, no lo reconocerá. A veces le entran remordimientos. Pero ahora que todas las penas y sufrimientos no son más que simple recuerdo, todo parece estar cubierto por una capa de nubes y de niebla...

 

Jinghua intenta pensar en otra cosa.

 

Hoy le toca hacer la comida. Cuando se levante deberá ir al mercado. Normalmente suelen comer cualquier cosa pero hoy deberá preparar dos buenas comidas.

 

A Liu Quan se le oye llorar en la otra habitación.

 

La gata salta del sofá con un maullido, como si estuviese frente a un enemigo. Se mete en la habitación de Liu Quan, con la cola apuntando hacia arriba, como si quisiera pelearse con alguien.

 

¿Qué ocurre? Jinghua se sienta en la cama con la intención de ir a ver lo que pasa. Vaya, le falta una zapatilla que se llevó la gata y no sabe dónde demonios la habrá dejado. ¡Esa gata es una delicia!

 

De repente, Liu Quan se pone a gritar: «¡No hay que exagerar, hasta los perros saltan los muros cuando no tienen otro remedio!». Sólo ha sido un sueño. Seguramente habrá tenido otra pesadilla. Jinghua suspira; no entiende cómo ambas sólo tienen pesadillas.

 

La gata aparece de nuevo, se sube al sofá y se tumba. Mira fijamente a Jinghua con unos ojos extrañados por lo ocurrido que parecen preguntarle: «¿Qué está pasando en esta casa?».

 

No sólo los hombres huyen de la casa; hasta para una gata es cosa difícil compartir su vida con esas mujeres.

 

A esa casa se le podría llamar «El club de viudas». Esta afirmación da qué pensar. Uno debería analizar los hechos e intentar descubrir por qué en la generación de Jinghua hay tantos divorcios y no sólo por simple «ideología burguesa». Por otra parte habría que subrayar la valentía de estas mujeres por asumir el divorcio a pesar de todos los problemas que han tenido que afrontar.

 

Estas mujeres han ido juntas a la escuela primaria, secundaria y sólo se han separado después de cursar estudios superiores. Luego se han casado y como de común acuerdo se divorciaron. Fue gracias a Liang Qian que Liu Quan y Jinghua vinieron a vivir juntas en ese piso.

 

A veces Jinghua añora el pasado, esos años de estudiante cuando en vez de compartir un piso compartían un dormitorio. Jinghua solía aprovechar el momento en el que sus compañeras echaban la siesta para echarles unas gotas de agua fría sobre los párpados con un frasco de colirio. Liu Quan le solía regañar: «Camarada Cao Jinghua, no debes actuar así, no te lo pienso repetir». En aquella época Liu Quan era la responsable de la clase, tenía temperamento. Ahora no tiene ni voz ni voto.

 

¡Ay! ¡Cómo le gustaría oír otra vez el despertador de la escuela!

 

¡Pum, pum, pum! Llaman a la puerta. Llaman como si hubiese un incendio y les suplicaran ayuda. Jinghua se pregunta quién será. No consigue ponerse la blusa, el brazo izquierdo se resiste a pasar por la manga.

 

«¿Quién es?» grita Liu Quan saliendo de su habitación, arrastrando los pies y atándose los botones.

 

¡Pum, pum, pum! Nadie contesta. Siguen llamando.

 

Jinghua , muy enfadada, abre la puerta.

 

Vaya, otra vez él. ¡Bai Fushan! Ese pelma educado.

 

Bai Fushan viste un traje de un gris plateado, zapatos blancos de tafilete, un peinado que no se puede calificar de hyppie por su largura, pero tampoco corresponde al de un profesor de universidad que se pasa el día con una tiza en la mano, repitiendo siempre las mismas frases «uno grande, uno pequeño, dos grandes, dos pequeños, Jia, Yi, Bing, Jin,... A, B, C, D...», o de un empleado que se pasa el día sentado detrás de una mesa escribiendo unos documentos. Si uno examina con detalle a Bai Fushan, se dará cuenta de que tiene ante él un personaje que presume, un violinista famoso y no un músico mediocre. Ese deseo suyo de querer siempre presumir y destacar es fruto de su falta de personalidad.

 

Esta llegada inesperada de Bai Fushan desagrada a Liu Quan y Jinghua, ya que todavía tienen el mal sabor de boca, fruto de sus pesadillas. ¡A quién se le ocurre aparecer con esos modales un domingo por la mañana!

 

Bai Fushan frunce la nariz. La habitación siempre tiene un olor a zoo. Sin duda la gata a vuelto a mear en el suelo.

 

―¿A qué has venido? ―le inquiere Jinghua impidiéndole con su brazo cruzar la puerta.

 

Bai Fushan mira sin entender a esas dos mujeres que acaban de levantarse, de ponerse las zapatillas y llevan los pelos revueltos y la cara sucia. No entiende por qué le impiden pasar. Cree que como el piso está a nombre de Liang Qian también le pertenece. Entonces tiene derecho a aparecer cuando le apetezca, sin tener en cuenta si las otras dos inquilinos están duchándose o en la cama.

 

―He venido a ver a Liang Qian.

 

Sonríe con un aire socarrón. Como estas mujeres y su gata viven solas y de un modo que él no entiende, siempre que aparece, lo hace con descaro.

 

―¡Oye, no nos pagas para que cuidemos de tu mujer!

 

Liu Quan está especialmente enfadada. Este individuo ya les hizo la misma jugada hace dos días. Eran ya las diez pasadas de la noche cuando apareció y preguntó por Liang Qian. Liu Quan le dijo que Liana Qian no había regresado, pero no la creyó y tal como suele actuar Hércules Poirot, se fue al cuarto de Jinghua como si hubieran escondido en su interior a un criminal.

 

Esa vez se pasó. Además, un día en verano empujó la puerta del dormitorio de Liu Quan cuando ésta sólo llevaba puesta la blusa y la braga. A Liu Quan no le dio ni tiempo a taparse con la sábana.

 

―Tengo la intención de contratar a alguien para que os vigile a vosotras también ―les dijo Bai Fushan.

 

En realidad esas palabras tenían doble sentido ya que si salieran a la calle después de las doce de la noche, nadie se fijaría en ellas, ni tan siquiera en Liang Qian. Las tres sólo son carne seca. ¡Claro está que también podrían caer con uno que no se haya comido una rosca desde hace mucho tiempo!

 

―¡Eres un caradura! ―Cuando Liu Quan se enfada, pierde el control y no piensa lo que dice.

 

Bai Fushan mueve la cabeza como diciendo «a mí nadie me toma el pelo». En realidad el comentario hecho por Liu Quan ni le va ni le viene. Desprecia a las tres y a veces da la impresión de que las pisotea.

 

Jinghua ya no le aguanta más y decide atacar con las mismas armas:

 

―Ahora son las 6.30 de la mañana. Según nuestro horario, las visitas son de nueve de la mañana a ocho de la tarde. Si tienes algo importante que contar vuelve a las nueve por favor. ―Una vez dicho esto Jinghua le cierra la puerta en las narices.

 

Ya les ha estropeado el día, ¡qué fastidio!

 

En total hay 18 tazones y platos sucios en la fregadera. Los de ayer y anteayer. Ya no queda ninguno limpio en el armario. Antes de desayunar algo Jinghua deberá fregar todo. A ninguna de las dos les gusta fregar y siempre esperan a que se les agoten los utensilios limpios. Así no pueden seguir. Tendrán que fregar a turnos como cuando estaban juntas en la escuela.

 

Eso de fregar realmente es una tarea penosa, prefiere cocinar. Por lo menos se puede considerar algo creativo.

 

Jinghua echa una cucharada de sodio en una palangana grande. El agua está ardiendo y tiene que agarrar la esponja con las puntas de los dedos para no quemarse y al mismo tiempo dar vueltas al agua para que se enfríe. El agua se oscurece enseguida formándose en la superficie una capa de espuma grasienta.

 

Nunca logra fregar del todo esos tazones y platos. La esponja está llena de grasa. Todos estos cacharros sucios muestran su poco interés por las cosas de la vida cotidiana.

 

¡Qué desastre!

 

¡Pam! Es Liu Quan que da un golpe en la mesa.

 

«¡Ni siquiera eres capaz de resolver un problema tan sencillo como éste. No pareces muy interesado en ir a la escuela secundaria. ¿Crees que no es necesario ir a la escuela secundaria para poder pasar a la universidad? Me pregunto si tu padre suele ocuparse de ti!».

 

Liu Quan le estará regañando a Mengmeng por no saber resolver un ejercicio de matemáticas.

 

«Buaa, Buaa» Mengmeng empieza a llorar.

 

En realidad ya no están en el dormitorio de una escuela secundaria. Lo que ganan por un lado, lo pierden por el otro.

 

¡Tontas! En realidad no son más que un par de tontas y van a hacer de ese chico un idiota. ¡Qué duro es vivir así trabajando como una descosida y para nada!

 

Si el niño no viniera más que una vez por semana, seguro que se perdería en elogios. Pero uno no debe creer que Liu Quan no es una buena madre, al contrario. Para no perder la custodia de su hijo Mengmeng, Liu Quan se ha esforzado en que todo el papeleo del divorcio no se haya resuelto hasta transcurrir unos cinco años. Su marido le avisó que si no quería perder la custodia de su hijo no debía divorciarse. Mengmeng era un mero objeto de chantaje. Poco le faltó a su madre para volverse loca.

 

Uno cree que el matrimonio es algo privado, que concierne sólo a la pareja, pero en realidad es un asunto mucho más confuso. Será por eso que ni a Jinghua ni a Liu Quan se les ha pasado por la cabeza la idea de volverse a casar. La palabra divorcio les asusta. No es de extrañar que algunas personas asocien el matrimonio con palabras como «luchar» o «enfrentarse». Los divorcios suelen ser una lucha a muerte, donde los dos adversarios se destrozan mutuamente, hasta llegar a la agonía mutua. La mayoría de los divorcios acaban así.

 

No entiendo a esas personas que son incapaces de distinguir lo blanco de lo negro y están convencidas de que al renunciar al divorcio tienen tanto mérito como los que construyen pagodas o perdonan a las almas criminales y se transforman en budas misericordiosos. Algunos creen que lo importante es que la pareja se mantenga unida para que el caparazón del matrimonio no se quiebre, aunque uno de los dos se vea obligado a ahorcarse, a clavarse un cuchillo en el cuello o a beberse un frasco de insecticida antes de divorciarse. Esas personas no quieren reconocer que el matrimonio se puede venir abajo después de muchos años de vida en común, al caerse las máscaras y desvelar sus verdaderas almas. Tampoco reconocen que el matrimonio no tiene en absoluto que ver con las calabazas y las berenjenas que al podrirse se puede tirar la parte dañada y comerse la otra mitad. El amor es una relación recíproca así que cuando uno deja de amar al otro, el amor desaparece y nada ni nadie puede salvarlo.

 

Por ello cuando uno decide divorciarse debe armarse de mucho valor para poder afrontar las críticas y desvelar intimidades de toda clase, hasta descripciones físicas, y estar dispuesta a repetirlas miles de veces a todo individuo que insista en entrometerse y aconsejarte sobre tu matrimonio. También te verás obligada a defender tus teorías sobre el matrimonio aunque nadie te crea y te veas acorralada, sin escapatoria.

 

Jinghua ha conseguido convencer a Liu Quan de que debe confiar en la capacidad de juzgar las cosas de su hijo Mengmeng. Todavía no entiende lo que está pasando pero como es un niño honesto, cuando crezca lo entenderá y, cuando nadie se interponga en su camino, volverá con su madre. Si uno tiene cariño a un objeto y teme por él, basta con guardarlo en un lugar seguro y cerrado con llave. A un ser humano no se le puede tratar de esa forma. No sólo está hecho de carne y hueso sino que también tiene alma. El alma es la única cosa que existe en este mundo que no se puede guardar encerrada con llave. El alma es una forma material activa y sutil que cuando se siente atraída no hace falta encarcelarla; no se va escapar. Si al contrario no hay atracción uno debe resignarse. Ni la violencia, ni el dinero, ni la astucia, nada podrá con ella.

 

Ese hombre es realmente estúpido si cree que podrá romper los lazos que unen a madre e hijo y destruir a Liu Quan. Desgraciadamente hay muchos hombres tan estúpidos como lo es el padre de Mengmeng.

 

Veis, ahora que Mengmeng está creciendo, ha venido él solo a ver a su madre. Si su padre quisiera le podría impedir ver a su madre pero no le conviene. Para él lo material predomina sobre lo espiritual. Su sueldo no puede ser inferior a 56 yuanes{[7]}. El padre de Mengmeng es un «materialista integral». En cuanto a los problemas de matemáticas de su hijo eso ya no es cosa suya.

 

«¡Buaa, buaa!» ―Ahora es Liu Quan la que llora.

 

¡Llora, vamos llora!

 

Estos dos últimos días Liu Quan se enfada por nada. El administrador Wei vuelve a perseguirla.

 

Hace unos días, al salir del trabajo, el administrador Wei la ha llamado para decirle: «Pequeña Liu, quiero hablar contigo sobre el ritmo de la producción de estos últimos 15 días».

 

¿Por qué no hablar de ello en las horas de trabajo? O que hable con el viejo Dong, el jefe de servicio.

 

Antes de que Liu Quan abriera la boca, el administrador Wei le hizo saber sus intenciones al decir: «Este vestido te va de maravilla, sigue el contorno de tus formas...» e intentando al mismo tiempo cogerla por la cintura.

 

Liu Quan hace como que no le oye y se dirige hacia la silla más próxima de la entrada de la oficina. El rostro del señor Wei cambia de expresión y se queda unos momentos sin hablar. Liu Quan intenta controlarse. Siente que se le suben los colores.

 

―¿No quería discutir conmigo un asunto de trabajo?

 

―Sí, así es. Si quieres ven esta noche a casa y lo discutiremos. ¿Qué te parece? ―Al decir esas palabras empieza a reír a carcajadas. Parecía que un sapo frío se movía bajo sus pies y que ello le producía movimientos incontrolados. Ciertamente es difícil acertar con un hombre que tiene un humor tan versátil.

 

―No tengo tiempo.

 

¡Qué tonta! A ese Wei le tendría que haber dicho que no la tomase por una cabaretera.

 

A Liu Quan le hubiese gustado contestar con el mismo aplomo que el que tienen esas mujeres que parecen estar pegadas a una columna de acero de un metro de diámetro. Ella misma pudo ver a esas mujeres que se sienten a gusto en cualquier situación y que al entrar en una sala saturada de gente que mira hacia el mismo lado, caminan como si fuese un desierto. Lo malo es que no dispone de acero en donde apoyarse. No puede hablar ni actuar como ella quiere. La experiencia le ha enseñado a controlarse, a encajar los insultos, a callarse.

 

¿Por qué nació hembra y no varón? Bueno, el ser mujer no le molesta tanto, lo peor es que es guapa. La gente piensa que la fealdad es una calamidad pero no se imagina que la belleza también puede ser una desventaja. Además ¿por qué debe permanecer divorciada y sin pertenecer a nadie? No pertenecer a nadie es como pertenecer a todo el mundo.

 

Su única salida está en la fuga. Liang Qian y su padre le están buscando otro trabajo. ¡A ver si hay suerte! Si cambia de trabajo tal vez mejoren las cosas.

 

Jinghua coge la botella de aceite y la menea. Está casi vacía. Tendrá que comprar otra hoy mismo, de lo contrario, no le va llegar para preparar la comida del mediodía. Echa todo lo que queda en la sartén. No tiene que quedar ni una sola gota en la botella, necesita hasta la última gota para poder freír los trozos de pan al vapor.

 

Mengmeng sigue llorando; Liu Quan también. Primer movimiento de una sinfonía de domingo.

 

Jinghua llama:

 

―¡Mengmeng ven aquí!, ¿qué prefieres? ¿que ponga los panes con sal o con azúcar?

 

―¡Con azúcar! ―contesta Mengmeng lloriqueando.

 

Hum... Por suerte Mengmeng se va interesando por la fritura de los panes y ya no llora.

 

«Con azúcar». Cuando uno es pequeño sólo le interesan las cosas dulces. Luego cuando uno se hace mayor se da cuenta de que los otros sabores, picante, salado y amargo, son igualmente buenos.

 

«¡Toc, toc, toc...!». Llaman otra vez a la puerta.

 

Jinghua mira el reloj: son las nueve.

 

¿Y si Bai Fushan no se fue y se quedó tranquilamente fuera esperando a que dieran las nueve? ¡Ese maldito viejo!, a ver cuándo decide dedicar media hora de su tiempo para asuntos serios. Creo que eso ocurrirá cuando el sol salga por el Oeste. A menos que se trate de algo serio.

 

―¡Mengmeng!, ¡Ve a abrir la puerta!

 

Un ruido, la puerta no se abre. Otro ruido, la puerta sigue cerrada. Mengmeng todavía no sabe manejar el cerrojo. No hay prisa, hay que dejarle solo. Ya aprenderá. Tiene que aprender a apañárselas solo. Su madre interviene demasiado en sus tareas cotidianas. Estoy segura de que si no estuviese ahora lloriqueando como una tonta, estaría abriendo la puerta. Si sigue actuando así, Mengmeng se convertirá en un ser sin futuro.

 

Por fin abre la puerta.

 

―Abuela... ¿a quien desea ver?

 

Así que no era Bai Fushan. Jinghua se ríe sola. Sabe que Bai Fushan no hubiera sido capaz de esperar tanto tiempo fuera.

 

Jinghua oye cómo la directora Jia del comité del barrio le pregunta a Mengmeng con un tono sospechoso:

 

―¿Hay algún adulto en casa?

 

Los ruidos producidos antes de que se abriera la puerta y el hecho de que sea un niño quien lo hiciera, pueden levantar sospechas. Tal vez estén escondiendo a alguien.

 

Liu Quan no está muy arreglada y por eso no ha ido a recibir a la directora Jia, quien se extraña de esa actitud. Jinghua se apresura en apagar el fuego y en sacar de la sartén los trozos de pan fritos. Corre a recibir a su huésped.

 

―¡Ah! camarada Cao, ¿estás ahí? ―le dice a Jinghua, mirándola con afecto y al mismo tiempo echando una ojeada por el pasillo.

 

La directora Jia vive en un piso al lado de Jinghua y sus amigas. Por la mañana ha podido oír cómo llamaba Bai Fus-han a la puerta y las voces que siguieron a la conversación. Durante los años de la revolución cultural, era cosa corriente entrar en los pisos para controlar a sus inquilinos. ¡Muchas veces vinieron a registrar este piso, como si escondieran ocho o diez hombres en su interior! Al principio creyeron que era una rutina y que miraban todos los pisos, pero luego se dieron cuenta de que algunos, como el de ellas, estaba en una lista especial. La verdad es que para muchos, una mujer divorciada no es una mujer, por así decirlo, normal. Por eso no hay que extrañarse si el señor Wei siempre intenta aprovecharse de Liu Quan.

 

―¿Ocurre algo? ―Cuanto más insiste la directora Jia en meterse en los asuntos de Jinghua, ésta sostiene con más fuerza la puerta para que no pueda entrar. ¿Cuál será el verdadero motivo de esta visita?

 

―¿No habrá entrado por casualidad nuestro gato en su casa?

 

―¡No! ―contesta Jinghua enfadada― ¿Para qué vendría su gato a nuestra casa?

 

―Vaya, camarada Cao, ¿así que no lo sabe? Pues mire, su gata se pasa el día ligando con los seis gatos, de varios tamaños de la residencia, ji, ji.

 

La directora se ríe y esa risa tiene doble sentido.

 

¡Increíble! Que la gente se meta con las mujeres solteras, pasa, pero que encima atosiguen a una pobre gata soltera... ¡Un día de estos deberán «casarla» a la fuerza!

 

A Jinghua también le entra la risa.

 

―Pues estoy muy orgulloso de nuestra gata. ¡Vaya suerte tiene al contar con tantos pretendientes!

 

«¡Ah, vaya!». La directora no sabe qué contestar.

 

―¿No quiere entrar y sentarse un rato? ―le pregunta Jinghua con una voz más amable y abriendo la puerta de par en par.

 

―No, no gracias. ―La directora desea irse, tal vez tema que el piso esté infectado por la lepra.

 

Jinghua cierra la puerta y la abre de nuevo como si de repente se hubiese acordado de algo importante. Llama a la directora que ya había bajado unas cuantas escaleras y le pregunta:

 

―Directora Jia, hay algo muy importante que deseo preguntarle, ¿No se habrá quedado usted dormida en la terraza después de cenar?

 

La terraza de la directora Jia es contigua a la de Jinghua. Cada noche, entre las diez y las once, si uno presta atención puede oír el ruido del abanico que golpea contra el muslo. Es la directora Jia que está tomando el fresco. Cuando el movimiento del abanico se hace menos audible es señal de que la directora Jia se está durmiendo.

 

―Así es, ¿pues?

 

―Es que la he oído hablar en sus sueños ―añade Jinghua como si tuviese muchas cosas que contar.

 

―¿Qué dije?

 

Al ver la expresión de la cara de Jinghua, se da cuenta de que desveló algo importante que no debía contar. Empieza a asustarse y reacciona como si inconscientemente hubiese acercado su mano al agujero del saco, después de que todo el arroz se hubiese derramado por el suelo.

 

―Dijo algo sobre política, algo muy grave que no me atrevo a repetir. ―Jinghua deja que sus palabras asusten a la directora Jia.

 

―¿Yo?, imposible, ¿cómo voy a decir esas cosas...? ―dice asustada la directora. Su doble mentón al temblar la traiciona.

 

Parece que sí ha discutido en privado sobre temas políticos, con opiniones contrarias. ¡Lo que solemos pensar durante el día, aparece luego en nuestros sueños!

 

―¿Imposible?, ¡Intente recordar! ―le dice Jinghua al cerrar otra vez la puerta.

 

Liu Quan le pregunta extrañada y con los ojos hinchados y enrojecidos.

 

―En serio, ¿la has oído?

 

―La he oído decir ¡A tomar por culo! Eso es lo que llamo caer en su propia trampa.

 

―Te has pasado, le has metido el miedo en el cuerpo.

 

Jinghua lo admite, pero ¿cómo sobrevivir en este mundo si uno no actúa de esta forma?

 

Hace poco vinieron a preguntar por una mujer, ahora les interesa una gata, la verdad nadie entiende lo que está pasando. En vez de venir a molestarlas, por qué no se preocupan por sus penas y les traen regalos, amistad, solidaridad,...

 

¿Qué le ocurre? parece otra, ahora actúa como una viuda solitaria. No tiene a nadie para compartir sus penas. Le gustaría ser una flor y abrirse al universo o, mejor aún, ser una luna para poder envolver todos los sueños del mundo en un manto plateado. ¡Cómo le gustaría ser una mujer amada y amante!

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