viernes, 30 de octubre de 2020

Clarice Lispector, la exótica mirada . 44 escritores de la literatura universal.

 


Clarice Lispector, la exótica mirada 


La bella, enigmática, misteriosa Clarice de ojos felinos, azules, manos probablemente delicadas, pómulos airosos y labios sensuales, rojos siempre o casi siempre rojos. Rostro ovalado, de broche o camafeo, limpia la piel, y la mirada intensa, provocadora como un incidente diplomático.

Tenía ese aire exótico de la mujer del embajador. Cuidadas maneras, gestos comedidos, collares de coral o perlas cultivadas y faldas de vuelo estampadas de colores chillones.

Nacida en Tchetchelnik —un sitio impronunciable, en la lejana Ucrania—, hija de unos padres judíos que emigraron a América, llegó a Brasil con apenas unos meses, y aprendió portugués con acento. Una extraña entonación silbante y seductora, hipnótica como la de la serpiente Ka, que la haría parecer extranjera en su propio cuarto de estar. Para compensar perdió su nombre, Hala, que sus padres decidieron cambiarle por el dulce y reluciente Clarice, que escribía con tintas olorosas.

Lectora empedernida, siempre recordó el día que, de pequeña, pudo ir a una librería con dinero. Y cómo se entretuvo un buen rato hojeando los libros de las mesas, mirando los estantes, tocando allí los lomos, hasta que descubrió uno que parecía haber sido escrito para ella, un prodigioso y deslumbrante hallazgo. Era Katherine Mansfield.

Su otro placer fue el mar. Su padre la llevaba a la playa, en el verano austral, recién amanecido, para que se bañara con las olas. El tacto seco de la arena, el viento en la cara, el agua fría, el cuerpo entumecido… Después se iba al colegio, y era una sorpresa, agradable y privada, llevarse los dedos a la boca, y descubrir que la piel le sabía a sal.

Fumaba constantemente, todo el tiempo. Y una noche se quedó dormida en la cama, leyendo. El cigarrillo debió resbalar de su mano, y prendió las sábanas, la colcha, las almohadas de plumas… Cuando se despertó ardía gran parte de la cama y las cortinas. Intentó apagar el fuego con las manos y sufrió graves quemaduras, sobre todo en el costado y en el brazo derecho, que los médicos le salvaron de milagro. Vivió el resto de su vida con las cicatrices; la piel tersa, brillante, suave y deforme como el plástico. Le gustaba hablar de incendios. Cuando un taxista veía las marcas en su piel, en el espejo retrovisor, y le contaba cómo también él tenía una quemadura en la pierna, en un brazo, del aceite, de un soplete, una hoguera, ella le mostraba las suyas, en el cuello, en la cara, en el dorso pálido, blanco, liso de la mano, sin huellas dactilares.

Clarice la misteriosa, bella e inconsistente, inalcanzable, que decía a última hora que prefería salir guapa en un periódico que recibir una buena crítica, y que en un viaje a París fue a quejarse a la Maison Carver porque habían dejado de fabricar el perfume que mejor combinaba con ella, el Vert et blanc. Otra pérdida, también, irreparable.

 

Cuando tenía doce o trece años, Clarice se trasladó, con su familia, de Recife a Río. Viajaban en un barco inglés. Aquella niña tímida y al tiempo osada no sabía inglés, pero elegía de la carta, en el restaurante, los platos de nombres sugestivos. Los más complicados y largos e impronunciables.

Y contaba, riendo, más tarde, cómo más de una vez se vio obligada a comer platos poco apetecibles, sosos, que engañaban con sus nombres poéticos. Era el castigo por su desenvoltura.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


jueves, 29 de octubre de 2020

Lampedusa, pastelitos y Shakespeare. 44 escritores de la literatura universal.

 



Lampedusa, pastelitos y Shakespeare

Se levantaba pronto, el viejo marqués de Parma. Se vestía, traje y corbata siempre, los zapatos oscuros, y salía a desayunar a una bombonería. Un lugar de veladores románticos, y reloj de pared, y servilletas almidonadas —todo muy kitsch— con las que se limpiaba la comisura de los labios; en el dedo un anillo con su escudo, flameando como una banderola.

Una figura corpulenta, grande y desaliñada (el cinturón, con frecuencia, por encima de la tripa) que llevaba una bolsa de cuero llena de libros y galletas, pastas y algún tomo de Proust, o de Shakespeare, por si algo salía mal, un tropezón, una salpicadura, y tenía que buscar consuelo en la lectura.

Fue el único niño, traje de marinero, en un palacio de adultos; padres, tíos, abuelos y criados. Unos padres jalonados de toisones y apellidos sonoros: Mastrogiovanni, Tasca, Filangeri, Cutò… Un mundo de nobleza decadente, de brocados y cortinas de raso, y encajes, y tapices y pasillos de mármol de Carrara, y carruajes donde iban a los bailes, o donde comían helados para no tener que pisar los barrizales. El último superviviente de una estirpe que se extinguía, un poco, cada mañana en él.

Viajó, anduvo aquí y allá, con su álbum de fotos, el de un turista, casi; nunca mucho dinero, siempre cierta arrogancia, un poco rancia, acaso, de chistera y botines.

En la guerra, un obús rompió en su palacio todos los cristales. Otro día, una explosión en un polvorín cercano arrancó las puertas y ventanas de los quicios. Al final, una bomba acertó, y quedó destruido. A partir de ese día todo fue ya escombros, demolición y ruina. Los aires de grandeza cubiertos de paredes desconchadas. Muros caídos, nostalgia, desazón.

Los últimos años de su vida llevó una existencia frugal, viviendo de sus exiguas rentas, solo gastando en libros, en entradas de cine y en cenas en pizzerías, mientras escribía en secreto, casi a escondidas, el libro que, póstumo, le llevaría a la gloria.

Tenía, sí, la manía de hablar con sus perros en idiomas distintos: alemán iracundo con uno, italiano con otro, francés con un tercero… Tuvo un sueño. Lo llamaban de un cuartel donde debía presentarse para que lo fusilaran. Pero cuando llegaba no conseguía encontrar el despacho en el que debían tramitar su ejecución. Esperaba, durante horas, en salas vacías. Preguntaba por dependencias de las que nadie sabía darle cuenta. Deambulaba por corredores desiertos. Una mañana se levantó con tos, le miraron por rayos y torcieron el gesto. Y a los pocos días, en el sueño encontraba por fin el despacho donde lo esperaban, todo muy administrativo: los sellos, las copias de carbón, la grapadora… Lo bajaban al patio, con un libro de Shakespeare bajo el brazo por si algo salía mal. Saludaba al piquete, el cinturón encima de la tripa, y disparaban. Apareció muerto, en la cama, la mañana siguiente.

No le había acertado ni un disparo.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


martes, 27 de octubre de 2020

Máximo Gorki Henry James Rudyard Kipling Herman Melville. 44 escritores de la literatura universal.

 


Máximo Gorki

Henry James

Rudyard Kipling

Herman Melville

Máximo Gorki

Cuando volvió a Moscú, a principios de los años treinta, le condecoraron con la Orden de Lenin, se puso su nombre a una calle y se le condujo a una dacha en la que Stalin, al conocer sus problemas de movilidad, había ordenado instalar un ascensor.

A esa casa le enviaron cada mañana, durante años, un ejemplar del diario Pravda confeccionado solo para él. Las noticias molestas —depuraciones, represión, juicios sumarios— eran eliminadas y sustituidas por otras sobre planes de colectivización, o actos heroicos.

***

Henry James

Hay una foto suya en la que aparece, de perfil, con chistera y abrigo, las manos a la espalda, sosteniendo los guantes y el bastón. Atildado, elegante, ceremonioso, pulcro en el atuendo. Ocurrió en una ocasión que un niño se acercó hasta él, en una fiesta, y le ofreció una flor sucia y mustia. Todo quedó en suspenso, hasta que James se agachó hasta ponerse a la altura de su joven amigo, aceptó la flor, e hizo una profunda reverencia. Al alejarse, todos esperaron a ver si la ponía en su ojal. No hay constancia de que lo hiciera.

*** 

 Rudyard Kipling

Bigote, gafas redondas, calva despejada, de contable o banquero, apenas uno sesenta y cinco de estatura. Llegó a ser tan popular que cuando en 1898 se recuperaba en Nueva York de una grave neumonía que casi le cuesta la vida, miles de personas, como en una vigilia laica, silenciosa, callada y entusiasta, se fueron congregando frente al hotel donde estaba hospedado, ocupando las calles adyacentes, para escuchar el parte médico que decía que se encontraba fuera de peligro.

*** 

Herman Melville

Tenía veintiún años y acababa de enrolarse en el Acushnet, un ballenero de 350 toneladas. La tripulación la componían 22 americanos, tres portugueses y un inglés, según anotó cuidadosamente Valentine Pease, la hija del capitán. Era su padre quien, mientras se iban alistando, dictaba las señas personales de cada marinero: un metro ochenta, piel morena, cabellos castaños… Pero ella debió levantar los ojos un momento para cruzarse con los de aquel mocetón sobre el que los barcos ejercieron siempre una seducción casi magnética y anotó algo en el margen. Una sola palabra: «cascarrabias».

Fuente:

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


viernes, 23 de octubre de 2020

Kafka, el oficinista. 44 escritores de la literatura universal.

 


Kafka, el oficinista

 Una vez, asomado a la ventana de la casa de sus padres, fue señalando los lugares de la ciudad que, a modo de puntos cardinales —norte, sur, este y oeste—, delimitaban su mundo, minúsculo y pequeño como el de los relojes. La casa en la que había nacido; detrás, el instituto; un poco más allá, la universidad en la que se licenció en Derecho, y, al lado de la plaza, la oficina. Un edificio de aspecto vagamente austrohúngaro que era la sede del Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo, donde empezó como pasante y donde, con los años, fue ascendiendo hasta ser vicesecretario y secretario. Todo accesible, cercano, próximo. Tan familiar que a veces tenía la impresión de no haberse movido nunca.

Porque de aquellas callejas empedradas de su odiada Praga, imperial, imposible, que recorría a diario —tiqui, tiqui— con paso apresurado y unos zapatos negros, solo salió un par de veces, tres como mucho: alguna excursión, algún viaje corto, además de sus escapadas en tranvía. Solía cogerlo hasta la última parada, donde terminaba la ciudad, vestido siempre de negro —como un enterrador—, camisa blanca y lazo o pajarita, y un extraño, simpático bombín en la cabeza. Alto como un pararrayos.

Allí se lo cruzaba, a menudo, Vera Nabokov. Y de él recordó toda la vida su palidez extrema, la tirantez de su piel en la cara, y los ojos brillantes, azules y brumosos, afilados como los de un hipnotizador, un mago.

Trabajó media vida, de ocho a dos, en un despacho al que se llegaba por un pasillo umbrío lleno de archivadores, con olor a tabaco rancio, y a goma de pegar. Un opresivo universo de bandejas de baquelita, plumas fuente, sellos de caucho, informes —a veces un plato de peras—, y un reloj que marcaba la frontera entre el mundo real, por las mañanas, y la literatura, por la noche, en su casa, con luz artificial. Folios y folios que destruía a menudo, o que escondía en el piano.

Tuvo dos o tres novias a las que mandaba cartas, con las que se prometía y nunca se casaba, y un padre omnipresente y burocrático. Un hombre de aspecto decimonónico, con bigote y anillo, con pinta de intendente o potentado, al que en una ocasión llevó uno de sus libros, recién salido de la imprenta. «Déjalo ahí, en la mesa», le dijo con desgana —la mano regordeta, indolente y exangüe—, incómodo porque le había interrumpido.

Antes de morir dejó dicho que destruyeran todo cuanto había escrito. Que hicieran un montón de cuartillas y folios, y hojas sueltas de notas, y lo prendieran fuego. O eso entendió Max Brod, su amigo, que no le hizo ni caso. Así podemos leerlo ahora; lo desasosegante, lo indecible, esa obsesión tan suya, tan… kafkiana.

Un día escupió sangre. Tiempo después murió. Y fue su última novia, Dora Diamant, una actriz, quien, teatral como correspondía, se acercó hasta la cabecera de la cama, y le cerró los ojos.

Fuente:

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


jueves, 22 de octubre de 2020

ANONYMOUS. (Fragmento. Novela. Inédita. "EL HACEDOR DE SOMBRAS". (Bola Negra).



 ANONYMOUS.

(1)

¿Y vos qué sentiste en medio del fogonazo y la agonía? ¿Soñaste otra vida?

“Te levantás... En el cuarto contiguo, están tus dos hijos, pronto despertarán, y Ana, la joven del servicio les dirá que deben tomar deprisa la ducha y el desayuno para que el bus escolar no los deje.

Movés los músculos, sentís la alfombra, tu pie sale dejando cobijas y edredones, una sensación a modorra te invade. Estirás el cuerpo, volteás e insistís mirar una masa amorfa de cobijas y de sábanas: es Adriana.

Hacés un lance e iniciás explorando un montículo grande y redondeado. Escuchás detrás de la montaña un murmullo, algo parecido a la voz humana, algo moviéndose en medio de la luz tenue y amarillenta reflejada por un espejo de la recámara principal.

El sol entra, un palmo, dos, invade la habitación: primero es un hilillo de oro, un hilillo de estupor y madrugada, para ir quebrando la modorra y las tinieblas.

El agua te moja la cara, es un líquido ardiente-frío, quema la piel... reintentás combatirlo abriendo y cerrando los ojos, oxigenando imágenes, oxigenando los pensamientos y la memoria.

Sospechás: hoy a mediados de semana la jornada será dura, ardua y perezosa con los empresarios. Estarán puntuales a la cita en la empresa de tu suegro la que algún día heredarás el mando gracias a Adriana, su hija.

Regresás al cuarto y oís unos ruidos, son unos murmullos, son las voces de tus dos hijos quienes han despertado y juguetean con Jack, el rotweiller.

A la insistencia de Camilo y Sebastián se compró.

¿Y, en este fin de año, finalizado noviembre, a dónde se irán de vacaciones? ¿París, Madrid, Londres? Adriana y los niños insisten en volver a Marbella: Sol, mar... cerrás los ojos y mirás los veleros, imágenes quemantes... sueños, más sueños...


¿Agonizás? ¿Olés la pólvora? ¿Viste el fogonazo bajando las escalerillas de la cripta? ¿Sí ó no?

“Ficción... es una ficción lo que está pasando en estos segundos por tu mente... Toda la puta madre de la realidad es una puta ficción y se irá al carajo... no lo sabés... y vos continuás en la agonía de lo que pudo ser...”

“¿Qué pasó con el Alpha Romeo, con el Audi, con el Mercedez Benz o con el Jaguar?” ¿Qué pasó con la Quinta de vacaciones comprada a un precio de oportunidad en el Golfo de Papagayo? Dos millones y medio de dólares… ¿razones? El gringo se iba y no volvería en los últimos cinco años. ¿Allí es dónde has llevado a tu amante? ¿Gimena? ¿Gimena gime cuando le hacés el amor?

En la playa del Golfo de Papagayo dos mujeres rubias caminan de la mano. ¡Los hombres vuelven a mirar los cuerpos bronceados y perfectos en sus diminutas tangas!...

Era cuestión de tiempo, Adriana lo debía de saber... nunca le ha importado... eres un infiel... eso jura Adriana...

Interrumpís con la colonia, con el after shave, apretás los músculos de la cara y hacés un palmoteo, un pequeño masaje facial frente al espejo... Repasás con insistencia todas las posibilidades para este fin de año.

Ahhh, uhmmm, una preocupación más, ¿hacer la fiesta antes de lo pactado con Germán quien desea mostrar y venderte el último modelo de la Mercedes Benz?

¿Cuántos invitados serán este año? ¿Le dijiste a Adriana las dudas de una fiesta cerca de la piscina? La última vez, el diciembre pasado alguien imprudente se orinó en el agua y el agua se tiñó ante los ojos inoportunos de algunos amigos de un color azul, y los invitados rieron.

Nunca se supo –aunque tenés los candidatos- de quién fue el meón, el orinón en la piscina...

Y Juan Alberto, tu empleado de confianza tuvo un trabajo extra. Cambiar el agua...

Y, ¿a dónde hacer la fiesta? ¿No son tus amigos?

O acaso cerca de las canchas de tenis o cerca del área del gimnasio o del sauna, podría ser, no, la verdad, estás orgulloso de la alberca olímpica construida con las medidas exactas -ni un centímetro más ni menos. Tu piscina es una piscina no las mierditas de estanques de algunos amigos tuyos y, vos criticás con Adriana y los niños diciéndoles: ¡esas, esas son mierditas de albercas!

“La mía sí es una piscina, si señor, se le frunce el culo a cualquiera para pasarla de un lado a otro, no son cinco o diez brazaditas y se llega al otro extremo, no señor.”.

El conjunto es extraño, la entrada a la alberca con columnas griegas y los dioses en mármol puestos en los cuatro vértices de la piscina hacen un híbrido de la arquitectura.

Las críticas de ingenieros y arquitectos amigos no se dejaron esperar: ¿Nereidas, tritones, Neptunos, delfines adornando en un mosaico el fondo de la piscina? ¿Extraño? Eso fue lo deseado por vos.

¿Te despertarás a la pesadilla? Con vos, las cosas funcionan al revés, la pesadilla es la realidad.

¡Duerrrrrrmeee!”

Las farolas de las calles asechan con su luz. Un grupo de jovencitas en sus carros lujosos pasan embruteciendo el ambiente con risas y olores de perfumes caros cerca del Cementerio General, cerca de la cripta. ¡Se apagan las luces y se encienden las llagas!

¡Vuelve a lo que pudo ser…!

“Te abrocharás las mangas de la camisa, deslizarás en medio de tus dedos las mancuernillas de oro de 24 k - compradas en Tiffany, en una tienda de Italia- para hacer el puño francés. Harás el nudo de la corbata. Alargarás la mano y en la repisa de cristal, tomarás el perfume haciendo girar la tapa, harás un embudo con una de las manos y pasarás el líquido por tu cara mientras un olor semi dulzón invadirá las fosas nasales que se colará – hasta el cuarto contiguo donde Adriana dormita- y pensarás en las noticias de cómo en los últimos días amenazaron de muerte a los directores de los medios de comunicación más importantes del país. ¿Qué ha ocurrido con los políticos? ¿Qué ha ocurrido con los candidatos, precandidatos, la clase dirigente del país? ¡El país es un horror de violencia”

“Empero, un egoísmo natural y ancestral, invade tu cuerpo cuando piensas en los problemas nacionales. ¡Que se jodan los demás! ¿No ha sido así siempre? ¿Acaso no ha sido siempre así con el destino, con la vida de los otros? ¿Quién se preocupó porque vos estuvieras bien? ¡Basta!”

“Un dolor o una incomodidad te hace voltear la cara... el frío pega fuerte, y más en la cripta, ¿qué mirás en el instante? Un hilo de muerte pasa por tu frente... lo deseado se escapa por los dedos en cada respiración...”

“¿Quién sos? Agachá más la cabeza y húndete en la sombra”.

“Nada tiene sentido en la pequeña existencia más allá de dos palmos de tu nariz”. “La realidad, ¿qué es la realidad y qué es el sueño?”

“Atrás quedó la noche, el frío, la madrugada y los malos momentos.”

“Atrás quedó orillada la conversación con Adriana. ¿Quién es Adriana? ¿Lo que pudo ser y no es? ¿Dónde están los hijos? ¿Qué está pasando?

¡Aflojá los músculos... duerme¡”

¿Quién sos? Doble identidad, te desdoblás, te redoblás en el otro... sospechás: la realidad posee numerosos pasillos. ¿Quién sos? No lo sabés... sos la gran incógnita, lo desconocido... existe un parpadeo. Te desbordás en el sueño, en la modorra, no-pasa nada... siempre no-pasa nada...

“La afeitada termina y la cara se humedece con la colonia. ¿No es a Marbella a dónde quieren ir a final de año? Te enamorarás... asistirías a cualquier lugar con tal de ver a tu amante Gimena?”

Oblicua, horizontal, vertical, la noche es grande, la noche es inmensa, la noche circula por las venas junto a los otros, en la cripta... el sudor y la taquicardia disminuye de repente, así sucede con esa pinche droga, con esa cochinada que Emilio y Lorenzo te venden.

Alguien contó: “mirá, la mezclan con aspirina y ya”... ¡Saber si es verdad!


Los hijos, ¿dónde están los hijos? Tu mujer, ¿dónde está tu mujer?

Ahora se desvanece la realidad, se escinde en sueño y luz, en una marea de sombras y en un montículo de preguntas y de soledad y de frío y luego, de más soledad en una ola, en un vaivén que viene y va.

El instante se está resquebrajando y, sentís el frío en los costados... ya nada es, podés percibir la fatiga de la noche: densa, pesada.

Prevalece un estremecimiento de músculos, de tirantez y no podés respirar. ¡Un fogonazo!

“¿Adónde quedó Adriana con sus ropas finas y los labios carnosos? ¿Adónde quedó su piel húmeda y su voz jadeante cuando la tocás por dentro? ¿Adónde quedaron las bragas olorosas a ella y, su vagina ardiente como el desierto de Marraquech?”

El instante se desvanece, se cae.

Una imagen detrás de otra se derrumba, cede al espacio y a lo oscuro... Y el fogonazo estúpido es un ángel vengador, hiere tu costado de sueño.

Y la respiración se hace cada vez más difícil y a la pareja no le importa tu muerte, así: anónima, sin dueño, rodando escaleras abajo... ¿Morirás? ¿Cuántos mueren “anónimos?”

Escuchás a lo lejos la pitoreta del tren, escuchás cerca a la pareja de jóvenes hacer el amor, ella dice unas palabras, él se queda callado en el escudo del no-abecedario, unos movimientos en las sombras... escuchás los estertores de ella y los estertores de él... ellos no escuchan tus estertores, el hip hip de cocaína en tu nariz y en la sangre.

Sos “Nadie”, “algo” tirado en el suelo de mármol y en el centro de tu pupila vuela un búho por esa noche, alguien te quiere encapsular con los rótulos de muerte, con los avisos de neón, con los travestis comerciantes de sexo cada noche. Hip hip, hip, hop hop hop deseás moverte, avistar a la pareja que entreabre las carnes a la vida y cierran las carnes a la muerte... ¿Dónde están tus hijos? ¿Dónde está Adriana? ¿Dónde está lo que pudo ser y no fue?

“¡Duerrrmeee... yaaa!...”

***

    J.Méndez-Limbrick.

"Nota: Hoy he tenido un sueño, diría que bastante literario..." (Fragmento. Novela. EL LABERINTO DEL VERDUGO. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio Nacional de Literatura Aquileo J Echeverría 2010).



 "Nota: Hoy he tenido un sueño, diría que bastante literario y un poco nostálgico, no ironizo, es la verdad. ¿Cómo podría llamarle a un sueño que una se encuentra con Borges el escritor? Lo extraño es que yo no soy escritora, ni muy aficionada a la literatura del argentino pero ahí estaba él. Quizá por estar leyendo el Aleph de Borges, - digo que quizá- me quedó en mi mente algo residual en mi cerebro sobre su literatura a la hora de dormir. El sueño es el siguiente:

“De un momento a otro me encuentro en un aeropuerto, es extraño que yo sueñe con un aeropuerto por lo poco que he viajado fuera de Costa Rica y lo reacia que soy a viajar incluso dentro de nuestro país. No me gusta dormir en una cama que no es la mía, ni me gusta dormir en hoteles, mucho menos dormir en un cuarto con gente que no conozco muy bien, pero no nos desviemos de lo que deseo contar. Supongo que el sueño era bastante autónomo e independiente de yo su protagonista, o sea que al Sueño no le importó un carajo que yo no sea fanática a los viajes.
También tengo otra teoría, creo que el Sueño como Ente Independiente de mi persona se ubicó en un aeródromo por la manía de Borges de siempre querer estar viajando fuera de las fronteras de su país Argentina. Pienso que esto rima mejor con el desarrollo del Sueño. En el Sueño yo tenía la sensación que el aeropuerto no era un aeropuerto internacional, más bien un aeropuerto local porque no tenía mucha afluencia de personas y no era demasiado grande.
Borges estaba allí, yo lo miré y de golpe supe que era él. Aunque pensándolo mejor – al principio ignoraba quién era - estaba un poco desgarbado, nada que ver con sus trajes oscuros clásicos y con su bastón que solía fotografiarse; diría que era un Borges juvenil en sus atuendos: vestía un saco de corduroy color mostaza, combinando el saco con una camisa de cuadros y de fondo color café maduro. Los cuadros eran de rayas blancas, también tenía una corbata roja o color vino tinto, el pantalón era sport, no debo exagerar y decir que era un blue jean pero no era de casimir inglés, dejémoslo así, sport (el pantalón).
Otro punto a su favor era que se veía resplandeciente, juvenil, no era el típico Borges de los años 80, o sea un Borges valetudinario. Su rostro bronceado emanaba fuerza y alegría, sonriente le miraba, no tenía nada que ver con el Borges de las sombras y el Borges pesadote y sabiondo sobre filosofía y con esa cara de amargado, “!no!, este Borges era diferente, lo reciclaban para el nuevo milenio o algo por el estilo.
Me acerqué despacio, no quería desbaratar las imágenes que estaba observando, increíble lo que miraba en el sueño. Pensé que yo era una intrusa en aquel cosmos y el que soñaba no era yo sino Borges, que Borges me estaba soñando, que era Su Sueño, espero que me estén entendiendo. Sigo: en este punto miré el por qué de tanto aire juvenil y ¿qué creen ustedes la razón de tanto entusiasmo? No, no era porque había ganado el Nobel de Literatura, el pinche premio que siempre le negaron. Su alegría era porque el escritor estaba con una jovencita de compañera y lazarillo. Cambiaba a María Kodama por una verdadera teenager de amiga sentimental, no me pregunten de cómo llegué a esa conclusión. Lo intuí, lo sé, lo supe desde que vi la cara de Borges y la cara de complicidad de la muchacha. Me alegré por Borges. Hasta aquí todo funcionaba a las mil maravillas, era un sueño simpaticón. Me fui acercando a la pareja, Borges estaba sentado en el suelo con las maletas listas para emprender viaje, me seguí acercando y miré a la joven con mayor detalle, no cabía la menor duda, la joven se dejaba querer por el Maestro, por Borges, por el escritor, por el ciego. Me seguí acercando y sorpresa, Borges estaba triste, lo miré íngrimo, desposeído, vaciado de sí, de toditica el alma, así de sopetón, y sentí que le importaba una mierda la literatura y lo único que le importaba era la muchacha que ya no estaba con él. Ausente de lo que estaba a su alrededor, no se movía, seguía teniendo el aire juvenil, pero indudable con una pena muy honda porque la joven lo dejaba... Ahora sí, el sueño se me hacía un poco mío, sentía que operaba una acción de dependencia entre MI Sueño, el Sueño de Borges y el Ente-Sueño. Borges sufría, yo quise auxiliarlo, quise hablarle, decirle que no se preocupara, que a lo mejor ahoritica volvía la teenager, que así eran las jovencitas de caprichosas, y que yo estaba seguro que sí lo amaba, pero no hablé, el Ente - Sueño como un director de cine me lo impedía, me dictaba las pautas que yo debía de seguir en la charada. Estaba muy cerca de Borges, por segunda vez le quise hablar: imposible; le quise tocar: nunca lo pude hacer; especulé que tal vez me iba a mirar: no me miró; teoricé que haciendo sugestión por medio de la telepatía lo iba a hacer que me mirara pero no fue así. Borges se desmoronaba en la ausencia de la muchacha, yo no quería que eso sucediera, no es que me importara demasiado el escritor, el escritor me importaba un carajo, me importaba el hombre de carne y hueso que sufría por el amor, por la soledad... y la imagen seguía ahí y el Ente- Sueño, se apoderó de ambos, de Borges y de mi persona, y entonces delante de mí Borges comenzó a desaparecer poco a poco dentro del traje, comenzó a colapsar a derrumbarse en sí mismo, hasta que el traje quedó en ausencia de él, de Borges, y quedó allí tirado (el traje) hueco, en soledad...”
(Fragmento. Novela. EL LABERINTO DEL VERDUGO. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio Nacional de Literatura Aquileo J Echeverría 2010)

miércoles, 21 de octubre de 2020

Joyce, las gafas de gato. 44 escritores de la literatura universal.

 


Joyce, las gafas de gato

 Delgado, esbelto, larguirucho, algo desgarbado, como si sus articulaciones, piernas, brazos y manos se movieran con complejos engranajes: ruedas dentadas, piñones y trinquetes. Mentón airoso, de estatua de mármol, bigote de cepillo, pajarita, sombrero, miope, tanto que llevaba unas gafas de cristales tan gruesos que sus ojos celestes quedaban agrandados —llenos de asombro, siempre—, como los de un lémur, un besugo.

Hijo de un padre alcohólico, gran parte de su infancia fue una lista incompleta, cotidiana, de alquileres y pagos aplazados y mudanzas urgentes. Un lío, constante, de llaves, direcciones, escaleras y códigos postales.

Quiso ser médico, pero acabó trabajando de profesor de inglés, en Trieste, donde tuvo de alumno a un joven italiano, Italo Svevo, con quien a menudo cruzaba confidencias: «My tailor is rich», le decía. A lo que el aventajado Svevo replicaba: «And your cigarrette is finished, I know».

Y se puso a escribir, igual que un artesano —el traficante de gerundios, le llamaban—, y a guardar las cuartillas en un cajón de la cómoda dentro de una carpeta que crecía como una riada. Durante siete años —Trieste, París y Zúrich—, se dedicó a Ulises, un libro en el que no pasa nada, así en general, y que es como una caminata campo a través, con abruptas subidas, recodos polvorientos y zonas pedregosas —muchas sin puntos, ni comas, ni indicaciones, nada—, tan difícil que había mecanógrafas que se negaban a transcribir el manuscrito, porque les daba el flato.

Tuvo, sí, una accidentada relación, que se hizo familiar, con el fuego. La primera edición de Dublineses, impresa y encuadernada, fue quemada por el editor. Años después, algunos de los capítulos de Ulises, publicados en una revista, fueron también pasto del fuego censor y vergonzante, y cuando se imprimió la segunda edición del libro, las autoridades enviaron una parte a la hoguera. Hubo un momento en que, resignado, dijo que esperaba que tal persistencia de fuego redentor le fuera, allí en el purgatorio, descontada.

Ulises se convirtió en una leyenda. Había gente que vendía el abrigo para procurarse un ejemplar, y estudiantes que se encerraban una semana, sin comer, con llave, para poder comprarlo.

Y una noche, en París, se topó con Proust. Los dos, en la calle, como dos fotografías. El uno con bastón y con gafas de gato —alguna vez llevó un cristal transparente y uno oscuro—. El otro, pálido y ojeroso, con unas flores de alhelí en el ojal. Cada uno pensando en sus cosas: sus palabras precisas, sus lentos, prodigiosos, adjetivos. Se saludaron. «¿Conoce usted a la duquesa de Tal?», preguntó uno, la mano en el mentón. «No, lo siento. ¿Y usted al barón de Cuál?», dijo el otro, indiferente el gesto. «No, no tengo el gusto». Se despidieron y cada uno se fue, sin más, por su lado.

Y no hay constancia de que se miraran, siquiera de reojo, al alejarse.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID

 

 

  

martes, 20 de octubre de 2020

TLÓN, UQBAR, ORBIS TERTIUS. Ficciones (1944).

 


TLÓN, UQBAR, ORBIS TERTIUS

I

Debo a la conjunción de un espejo y de una encliclopedia el

descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un

corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la

enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia

(New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa,

de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo

hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa

noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de

una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara

los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que

permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la

adivinación de una realidad atroz o banal.' Desde el fondo remoto

del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta

noche ese descubrimiento es inevita'ble) que los espejos tienen

algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los

heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula

son abominables, porque multiplican el número de los hombres.

Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó

que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo

sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada)

poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen

XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del

XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra

sobre Uqbar! Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice.

Agotó ejn vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar,

Ookbar, Oukbahr. . . Antes de irse, me dijo que era una región

del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad.

Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca

anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy

para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas

de Justus Perthes fortaleció mi duda.

Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo

que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen xxvi

cíe la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí

la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a

las repetidas por él, aunque —tal vez— literariamente inferiores.

Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El

432 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el

visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma.

Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood

are hatetul) porque lo multiplican y lo divulgan. Le

dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los

pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosos

índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud

el nombre de Uqbar.

El volumen que trajo Bioy era efectivamente el xxvi de la

Anglo-American Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo,

la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero

en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas

adicionales comprendían al artículo sobre Uqbar; no previsto

(como habrá advertido el lector) por la indicación alfabética.

Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes.

Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones

de la décima Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su

ejemplar en uno de tantos remates.

Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por

Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil,

muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural)

un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa

escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres

que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres

—Jorasán, Armenia, Erzerum—, interpolados en el texto de un

modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor

Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La

nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos

puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma

región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún

y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas

de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la

página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a

raíz de. las persecuciones religiosas del siglo trece, los ortodoxos

buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos

y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección

idioma y literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba

que la literatura de Uqbar era de carácter fantástico y que

sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad)

sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de T l ó n . . . La

bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado

hasta ahora, aunque el tercero —Silas Haslam: History of

the Land Called Uqbar, 1874— figura en los catálogos de librería

de Bernard Quaritch J. El primero, Lesbare und lesenswerthe Be-

1 Haslam ha publicado también A General History of Labyrinths.

FICCIONES 433

rnerkungen über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641

y es obra de Johannes Valentinus Andrea. El hecho es significativo;

un par de años después, di con ese nombre en las inesperadas

páginas de De Quincey (Writings, decimotercero volumen) y supe

que era el de un teólogo alemán que a principios del siglo xvn

describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz —que otros

luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él.

Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos

atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de

viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El

índice general de ia enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese

nombre. Al di" siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había

referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano

los negros y dorados lomos de la Anglo-American Cyclopaedia...

Entró e interrogó el volumen xxvi. Naturalmente, no

dio con el menor indicio de Uqbar.

II

Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero

de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué,

entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos.

En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto,

no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado

y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo

que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a

visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de

sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo

es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir

la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían

ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al

ajedrez, taciturnamente... Lo recuerdo en el corredor del hotel,

con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los

colores irrecuperables del cielo. Una tarde, hablamos del sistema

duodecimal de numeración (en el que doce se escribe 10). Ashe

dijo que precisamente estaba trasladando no sé qué tablas duodecimales

a sexagesimales (en las que sesenta se escribe 10). Agregó

que ese trabajo le había sido encargado por un noruego: en Rio

Grande do Sul. Ocho años que lo conocíamos y no había mencionado

nunca su estadía en esa región... Hablamos de vida pastoril,

de capangas, de la etimología brasilera de la palabra gaucho

(que algunos viejos orientales todavía pronuncian gaucho) y nada

más se dijo —Dios me perdone— de funciones duodecimales. En

setiembre de 1937 (no estábamos nosotros en el hotel) Herbert

^

434 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

Ashe murió de la rotura de un aneurisma. Días antes, había recibido

del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libro

en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde —meses después—

lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y

ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones

sino de Uqbar y Tlón y Orbis Tertius. En una noche del

Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par

las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros;

si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que en esa tarde

sentí. El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001

páginas. En el amarillo lomo de cuero leí estas curiosas palabras

que la falsa carátula repetía: A First Encyclopaedia of Tlón. Vol.

XI. Hlaer to Jangr. No> había indicación de fecha ni de lugar. En

la primera página y en una hoja de papel de seda que cubría

una de las láminas en colores había estampado un óvalo azul con

esta inscripción: Orbis Tertius. Hacía dos años que yo había descubierto

en un tomo de cierta enciclopedia pirática una somera

descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más

precioso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento

metódico de la historia total de un planeta desconocido,

con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías

y el rumor de sus lenguas, con sus' emperadores y sus mares, con

sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego,

con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado,

coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.

En el "onceno tomo" de que hablo hay alusiones a tomos ulteriores

y precedentes. Néstor Ibarra, en un artículo ya clásico de

la N. R. F., ha negado que existen esos aláteres; Ezequiel Martínez

Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente,

esa duda. El hecho es que hasta ahora las pesquisas más diligentes

han sido estériles. En vano hemos desordenado las bibliotecas de

las dos Américas y de Europa. Alfonso Reyes, harto de esas fatigas

subalternas de índole policial, propone que entre todos acometamos

la obra de reconstruir los muchos y macizos tomos que faltan:

ex ungue leonem. Calcula, entre veras y burlas, que una generación

de tlónistas puede bastar. Ese arriesgado cómputo nos retrae

al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlón? El plural

es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor —de un

infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia— ha

sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new

world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos,

de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas,

de moralistas, de pintores, de geómetras. .. dirigidos por un oscuro

hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas

diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaFICCIONES

435

ees de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático.

Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor *es infinitesimal.

Al principio se creyó que Tlón era un mero caos, una

irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un

cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera

en modo provisional. Básteme recordar que las contradicciones

aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de

la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el

orden que se ha observado en él. Las revistas populares han divulgado,

con perdonable exceso, la zoología y la topografía de

Tlón; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre

no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres.

Yo me atrevo a ped'r unos minutos para su concepto del universo.

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no

admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese

dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo

falso en Tlón. Las naciones de ese planeta son —congénitamente-^-

idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje —la religión,

las letras, la metafísica— presuponen el idealismo. El mundo

para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una

serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal,

no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de

Tlón, de la que proceden los idiomas "actuales" y los dialectos:

hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos

de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que

corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en

español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlor

u fang axaxaxas mío o sea en su orden: hacia arriba (upward)

detrás duradero-fluir luneció. (Xul Solar traduce con brevedad:

upa tras perfluyue lunó. Upward, behind the onstreaming it

mooned.)

Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En

los del hemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos

en el Onceno Tomo) la célula primordial no es el verbo, sino

el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación

de adjetivos. No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo

o anaranjado-tenue-del cielo o cualquier otra agregación.

En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde a un objeto

real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio

(como en el mundo subsistente de Meinong) abundan

los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según

las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad.

Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter

visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de

un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho

436 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados,

la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el

sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con

otros; el proceso, jmediante ciertas abreviaturas, es prácticamente

infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme

palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el

autor. El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos

hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas

del hemisferio boreal de Tlón poseen todos los nombres de

las lenguas indoeuropeas— y otros muchos más.

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlón comprende

una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas

a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben

el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven

en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza

atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión

y del pensamiento; nadie comprendería en Tlón la yuxtaposición

del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo

—que es un sinónimo perfecto del cosmos—. Dicho sea con otras

palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La

percepción de una humareda en el horizonte y después del campo

incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo

la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.

Este monismo o idealismo total invalida la, ciencia. Explicar (o

juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlón, es

un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar

el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero

hecho de nombrarlo —id est, de clasificarlo— importa un falseo.

De ello cabría deducir que no hay ciencias en Tlón— ni siquiera

razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable

número. Con las filosofías acontece lo que acontece con

los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía

sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des

Ais Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas

increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional.

Los metafísicos de Tlón no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud:

buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una

rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra

cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a

uno cualquiera de ellos. Hasta la frase "todos los aspectos" es

rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente

y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural "los pretéritos",

porque supone otra operación imposible... Una de las

escuelas de Tlón llega a negar el tiempo: razona que el presente

es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza

FICCIONES 437

presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo

presente 1. Otra escuela declara que ha 'transcurrido ya todo el

tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular,

y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.

Otra, que la historia del universo —y en ellas nuestras vidas

y el más tenue detalle de nuestras vidas— es la escritura que

produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra,

que el universo es comparable a esas criptografías en las que no

valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada

trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos

despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Entre las doctrinas de Tlón, ninguna ha merecido tanto escándalo

como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado,

con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja.

Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un

heresiarca del undécimo siglo 2 ideó él sofisma de las nueve monedas

de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlón

al de las aporías eleáticas. De ese "razonamiento especioso" hay

muchas versiones, que varían el número de monedas y el número

de hallazgos; he aquí la más común:

El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas

de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas,

algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z

descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X

encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca

quería deducir de esa historia la realidad —id est la continuidad—

de las nueve monedas recuperadas. Es absurdo (afirmaba) imaginar

que cuatro de las monedas no han existido entre el martes

y el jueves, tres entre el martes y la tarde del viernes, dos entre el

martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido

—siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada a

los hombres—• en todos los momentos de esos tres plazos.

El lenguaje de Tlón se resistía a formular esa paradoja; los más

no la entendieron. Los defensores del sentido común se limitaron,

al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que

era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos

voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento

severo: los verbos encontrar y perder, que comportan

una, petición de principio, porque presuponen la identidad de

las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo

1 RUSSELL (The Analysis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta

ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que "recuerda"

un pasado ilusorio.

L' Siglo, de acuerdo con el siste na duodecimal, significa un período de ciento

cuarenta V cuatro años.

438 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene

un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo

herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que

se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre

el jueves y el ínartes. Explicaron que una cosa es igualdad

y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum,

o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas

noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo —interrogaron—

pretender que ese dolor, es el mismo? x Dijeron que al

heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir

la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a

veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad

comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las

nueve monedas son una sola.

Increíblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A

los cien años de enunciado el problema, un pensador no menos

brillante que el heresiarca pero de tradición ortodoxa, formuló

una hipótesis muy audaz. Esa conjetura feliz afirma que hay un

solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres

del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad.

X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porque recuerda que

se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor porque recuerda

que han sido recuperadas las otras... El onceno tomo deja

entender que tres razones capitales determinaron la victoria total

de ese panteísmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo;

la segunda, la posibilidad de conservar la base psicológica de las

ciencias; la tercera, la posibilidad de conservar el culto de los

dioses. Schopenhauer (el apasionado y lúcido Schopenhauer) formula

una doctrina muy parecida en el primer volumen de Parerga

und Paralipomena.

La geometría de Tlón comprende dos disciplinas algo distintas:

la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la

subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie,

no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara

que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo

circundan. La base de su aritmética es la noción de números indefinidos.

Acentúan la importancia de los conceptos de mayor

y menor, que nuestros matemáticos simbolizan por > y por <.

Afirman que la operación de contar modifica las cantidades y las

convierte de indefinidas en definidas. El hecho de que varios in-

1 En el día de hoy, una de las iglesias de Tlón sostiene platónicamente que

tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal

sonido, son la única realidad. Todos los hombres, en el vertiginoso instante

del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea

de Shakespeare, son William Shakespeare.

FICCIONES 439

dividuos que cuentan una misma cantidad logran un resultado

igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o

de buen ejercicio de la memoria. Ya sabemos que en Tlon el

sujeto del conocimiento es uno y eterno.

En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de

un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe

el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son

obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica

suele inventar autores: elige dos obras disímiles —el Tao Te

King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor

y luego determina con probidad la psicología de ese interesante

homme de lettres ...

También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un

solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los

de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la

antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro

que no encierra su contralibro es considerado incompleto.

Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad.

No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlon,

la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz;

la primera lo encuentra y • no dice nada; la segunda encuentra

un segundo lápiz no menos real, pero ínás ajustado a su expectativa.

Esos objetos secundarios se llaman hronir y son, aunque de

forma desairada,- un poco más largos. Hasta hace poco los hronir

fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira

que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo

declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron estériles.

El modus operandi, sin embargo, merece recordación. El director

de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en

el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la

libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los

meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas

de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza

y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la

pala y el pico no logró exhumar otro hron que una rueda herrumbrada,

de fecha posterior al experimento. Éste se mantuvo secreto y

se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso;

en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las

primeras excavaciones) los discípulos exhumaron •—o produjeron—

una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas

de barro y el verdinoso y mutilado torso de un rey con uña inscripción

en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se

descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza

experimental de la busca. .. Las investigaciones en masa producen

objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos individuales

440 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

y casi improvisados. La metódica elaboración de hronir (dice el

Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos.

Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora

no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho curioso:

los hronir de segundo y de tercer grado —los hronir derivados

de otro hron, los hronir derivados del hrón de un hron—

exageran las aberraciones del inicial; los de quinto son casi uniformes;

los de noveno se confunden con los de segundo; en los

de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen.

El proceso es periódico: el hrón de duodécimo grado ya empieza

a decaer. Más extraño y más puro que todo hron es a veces

el ur; la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la

esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre

ejemplo.

Las cosas se duplican en Tlón; propenden asimismo a borrarse

y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el

ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo

y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros,

un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.

Salto Oriental, 1940.

Posdata de 1947. Reproduzco el artículo anterior tal como apareció

en la Antología de la literatura fantástica, 1940, sin otra

escisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón

que ahora resulta frivolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa

fecha. . . Me limitaré a recordarlas.

En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar

Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe.

El sobre tenía el sello postal de Óuro Preto; la carta elucidaba

enteramente el misterio de Tlón. Su texto corrobora las hipótesis

de Martínez Estrada. A principios del siglo xvii, en una noche

de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una

sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados tuvo a Dalgarno

y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En

el vago programa inicial figuraban los "estudios herméticos", la

filantropía y la cabala. De esa primera época data el curioso

libro de Andrea. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis

prematuras comprendieron que una generación no bastaba

para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros

que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de

la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato

de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia

1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con

el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún

F I C C I O Í N ES 441

desdén —y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en

América- es absurdo inventar un país y le propone la invención

de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo:

1 la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban

entonces los veinte tomos de la Encyclopaedia Britannica; Buckley

sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará

sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas

por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus

dólares, bajo una condición: "La obra no pactará con el impostor

Jesucristo." Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al

Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir

un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828;

en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos,

el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlón. La

edición es secreta: los cuarenta volúmenes que comprende (la

obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de

otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna

de las lenguas de Tlón. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama

provisoriamente Orbis Tertius y uno de sus modestos demiurgos

fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord

o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del Onceno Tomo

parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Liada 1942 arreciaron

los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros

y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio.

Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro

y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge

había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto

fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo

finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con

dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas —con un perceptible

y tenue temblor de pájaro dormido— latía misteriosamente

una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba

el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la

esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlón. Tal fue la

primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un

azar queme inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda.

Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero,

en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant'Anna.

Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar)

esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó

unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles

y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba

la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos

1 Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud.

442 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

. inextricables con rachas de milongas —más bien con rachas de

una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa

caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre

estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había

engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían

caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente,

del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger

ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo

tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su

peso era intolerable y que después de retirado el cono, la opresión

perduró. También recuerdo el círculo preciso que me grabó en la

carne. Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadísimo

dejaba una impresión desagradable de asco y de miedo. Un paisaño

propuso que lo tiraran al río correntoso. Amorim lo adquirió

mediante unos pesos. Nadie sabía nada del muerto, salvo "que

venía de la frontera". Esos conos pequeños y muy pesados (hechos

de un metal que no es de este mundo) son imagen de la divinidad,

en ciertas religiones de Tlón.

Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás

está en la memoria (cuando no en la esperanza "o en el temor)

de todos mis lectores. Básteme recordar o mencionar lps hechos

subsiguientes, con una mera brevedad de palabras que el cóncavo

recuerdo general enriquecerá o ampliará. Hacia 1944 un investigador

del diario The American (de Nashville, Tennessee) exhumó

en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la

Primera Enciclopedia de Tlón. Hasta el día de hoy se discute si

ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores

del todavía nebuloso Orbis Tertius. Es verosímil lo segundo. Algunos

rasgos increíbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicación

de los hfonir) han sido eliminados o atenuados en el

ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras

obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible

con el mundo real. La diseminación de objetos de

Tlón en diversos países complementaría ese plan... 1 El hecho

es que la prensa internacional voceó infinitamente el "hallazgo".

Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones

autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los

Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente,

la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es

que anhelaba ceder. Hace diez, años bastaba cualquier simetría

con apariencia de orden —el materialismo dialéctico, el antisemitismo,

el nazismo— para embelesar a los hombres. ¿Cómo no

someterse a Tlón, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta

1 Queda, naturalmente, el problema de la materia de algunos objete

FICCIONES 443

ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada.

Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas —traduzco: a

leyes inhumanas— que no acabamos nunca de percibir. Tlón

será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un

laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

El contacto y el hábito de Tlón han desintegrado este mundo.

Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar

que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado

en las escuelas el (conjetural), "idioma primitivo" de Tlón; ya

la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores)

ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las

memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada

sabemos con certidumbre — ni siquiera que es falso. Han sido

reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo

que la biología y las matemáticas aguardan también su

avalar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz

del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran,

de aquí cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda

Enciclopedia de Tlón.

Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el

mero español. El mundo será Tlón. Yo no hago caso, yo sigo

revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa

traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del

Urn Burial de Browne.

Fuente:

JORGE LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

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Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009



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