domingo, 31 de julio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. No.11


Carta N.º 11[23]


Querido León Ostrov:
Inútil explicar mis silencios. En el fondo de mí hay siempre una espera primitiva de un cambio mágico. (Una noche se romperán los espejos, arderán las que fui y cuando despierte seré la heredera de mi cadáver).
Estoy tan cansada de mis antiguos temores y terrores que no me atrevo a comunicarlos ni a decirlos. ¿Recuerda mi frase o estribillo de todos mis diarios: «Entrar en el silencio»?
He trabajado duramente en la oficina todos estos meses. Es testigo mi corazón debilitado y mi fatiga perpetua. Hasta creí morir. Te consumes. Piense en mí y en mi vida desordenada y cómo se la concilia con el despertador a las 7 hs. Y ocho horas de trabajo ininterrumpido en una piecita sombría.
Mis padres comprendieron mi deseo de quedarme. Recibí una dulce carta de mi madre en la que sentí aprobación (casi orgullo) por mi decisión de quedarme «estudiando» y trabajando sin su ayuda.
Desde hoy trabajo medio día. Como precisaban una empleada en otra sección —la de Iglesias, secretario de Cuadernos— me la ofrecieron y la acepté. Medio día y medio sueldo. No sé cómo viviré pues sólo en el hotel gastaré casi las ¾ partes de lo que gano. No obstante, conozco tanta gente que viviría bien con esa misma suma. Y yo, en verdad, no puedo vivir con ninguna. Pues cuanto tengo lo gasto y siempre tengo, no sé por qué.
Lo que me pone dichosa es tener tiempo libre: la noche, la mañana. Sobre todo en la noche, cuando escribo o leo o dibujo y soy humildemente feliz y me contento conmigo y con todo. Ahora que no me torturará el despertador creo que podré escribir y leer mucho más. No espero mucho. En verdad estoy desesperada. Pero hay un juego a muerte. Tengo que hacer poemas bellos y tengo que poblar de voces mi silencio. Por eso me dolía donar mi día a la oficina (si bien en un sentido es una derrota este cambio pues, aplicando un realismo despiadado: ¿qué hice cuando tenía tiempo?). Pero me he dado cuenta de algunas cosas. Pero también tengo temor de no trabajar todo el día, de no dolerme horriblemente el cuerpo, de no desvanecerme casi en tareas cuyo fin es «ganarse la vida». Es como si todo debiera ganarlo en contiendas espantosas. Quiero decir, es como un temor de que todo me vaya mal, ahora, cuando trabajo suavemente 4 hs, y vuelvo descansada y no me muero de fatiga. Además, trabajando todo el día me olvidaba de mí, de mi «yo» que tanto me hastía, que tanto me llora.
Pero más miedo aún de no poder estudiar y escribir. Qué esperanza absurda hay en mí. Qué optimismo feroz. Escribir sobre qué. Escribir qué.
Y además, además no hay nada. Veo a la gente de siempre: Paz, Eichelbaum, algunos jóvenes pintores, y una psicoanalista: Marianne Strauss, que trata de enseñarme (con escaso provecho) a relajarme. Esto último me ha llevado a pensar en el psicoanálisis, en la posibilidad o imposibilidad de que un ser ayude a otro. Yo creo que hay algo muy complejo y difícil y terrible en la gente como yo: los que no quieren curarse y demandan ayuda: ayúdame pues no quiero que me ayuden. Actualmente todo me es difícil e inextricable. Siento que me transportaron de la selva a la ciudad. De los dioses implacables (pero dioses al fin pues yo los hacía) a los hombres, los prójimos, los de aquí. Resultado: ni sueño ni realidad. Releo lo escrito y lo envío antes de romperlo. Hasta la suya con un abrazo para los tres,
Alejandra

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