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domingo, 1 de junio de 2025

ANTOLOGÍA PALATINA II LA GUIRNALDA DE FILIPO INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE GUILLERMO GALÁN VIOQUE

 



NOTA EDITORIAL 

 Este segundo volumen de la versión castellana de la Antología Palatina se publica veinticinco años después del primero, que fue traducido y prologado admirablemente por Manuel Fernández Galiano (BCG 7, 1978). Si esa Antología Palatina I ofrecía los poemas helenísticos antologizados en la llamada Guirnalda de Melea gro (y unos pocos más), la Antología Palatina II recoge los de la posterior Guirnalda de Filipo. Tanto uno como otro tomo presentan un rico conjunto de breves poemas que corresponden a una época precisa de la lírica griega. Uno y otro tienen, en este aspecto, una unidad propia, aunque resulta evidente, por otro lado, la relación y continuidad entre ambos, en su variada temática y sus reiterados tópicos epigramáticos. 

 El lector advertirá algunas divergencias en la presentación de esta versión frente a la de la Antología Palatina I. Mientras allí los epigramas están ordenados por la cronología de sus autores, según el criterio adoptado por Fernández Galiano, aquí se ha preferido la ordenación alfabética, por nombres de autor, más tradicional en las ediciones modernas. En este tomo los poemas figuran numerados consecutivamente, y no se recoge al lado, entre paréntesis, la numeración del antólogo anónimo del manuscrito palatino.

 A cambio, el traductor ha situado, al final del volumen, una tabla útil y precisa de correspondencias entre una y otra lista. Mientras que en el tomo primero se ofrecía después del nombre de cada poeta una 8 ANTOLOGÍA PALATINA escueta semblanza, aquí se ha preferido proporcionar esos datos en nota a pie de página y añadirle una selecta bibliografía. Las abundantísimas notas y referencias bibliográficas de este volumen se justifican por tratarse de una primera versión en nuestra lengua de textos de múltiples alusiones y ecos literarios.

 Ésta es la razón de que presente una amplia y erudita introducción, muy útil para la mejor comprensión de este género poético y sus reflejos en la tradición anterior y posterior. Por otra parte, ésta no es una versión rítmica, según un fijo, es quema acentual, como lo era la de Fernández Galiano, sino una traducción en prosa, muy fiel y muy bien anotada; pero aquí se ha conservado, en su presentación gráfica, la disposición de los versos originales. Hemos tardado mucho, por más de un motivo, en editar esta continuación de la Antología Palatina. Pero la calidad del presente volumen acredita, pensamos, que la demora ha valido la pena. Carlos García Gijal

sábado, 31 de mayo de 2025

FILÓSTRATO CARTAS DE AMOR FRAGMENTOS

 



FILÓSTRATO CARTAS DE AMOR 

1 [A un jovencito]

1 Las rosas, dejándose llevar por sus hojas como si fueran alas, se han dado prisa por llegar hasta ti. Acógelas con cariño, ya por ser el recuerdo de Adonis, ya la tintura de Afrodita2, ya los ojos de la tierra3. Cierto es que al atleta le corresponde el acebuche, al Gran Rey la recta tiara4 y al soldado el yelmo, pero 1 Ep. 29 en la edición de Olearius. 2 El episodio de la muerte de Adonis herido por un jabalí y el sufrimiento de la diosa Afrodita están Intimamente ligados al nacimiento y al color de la rosa, pero las versiones literarias de este detalle etiológico son múltiples. En el Canto fúnebre por Adonis de Bión (frg. 1.64-66) las rosas brotan de la sangre de Adonis y, a su vez, Nicandro (frg. 65 Schn. = Escolio a Teócrito V 92) re lata que la diosa, mientras corría para encontrarse con su amado malherido, se pinchó con las espinas de la rosa y la flor, que hasta entonces había sido blan ca, quedó teñida con su sangre (cf. Ep. 4). 3 Los ojos empleados como metáfora por la parte más hermosa. En la no vela de Aquiles Tacio (II 1) se reproduce la letrilla de una canción dedicada a la rosa en la que se la llama entre otras cosas «ornato de la tierra» y «ojos de las flores». 4 La «recta tiara» es conjetura de Boissonade a partir de una intuición de Wesseling basada, a su vez, en Jenofonte, Anábasis II5, 23, pasaje en el que se recoge que éste era atributo exclusivo del Gran Rey de los persas. 120 FILÓSTRATO a un jovencito hermoso las rosas, por la afinidad en el aroma y por la familiaridad en el color; sin embargo, no serás tú quien se ciña con las rosas, sino ellas contigo5.

 2 [A una mujer]6 Te he enviado una corona de rosas, no tanto para honrarte —aunque en verdad también para esto—, como para hacer un favor a las propias rosas, para que no se marchiten7. 5 Nótese cómo con este ocurrente final Filóstrato no sólo invierte el géne ro del anathematikón (genus dedicatorium) al privar al regalo de su condición excepcional, sino que al mismo tiempo se está invirtiendo o anulando la estruc tura priamélica, pues el aserto de que la rosa compete a los jovencitos (resalta do sobre el de que el olivo, la tiara o el yelmo corresponden al atleta, el rey o el soldado respectivamente) es invalidado en el momento en que se afirma que es realmente el joven el ornato de la flor. Este tipo de construcción antitética se puede leer en Ep. 2 y 9 y es corriente en los epigramas de la Antología Palati na (cf. V 90, 91 y 142 anónimos y V 143 de M eleagro). 6 Ep. 30 en la edición de Olearius. Algunos manuscritos de la familia 1 in titulan «Al mismo» o «A un jovencito». 7 Sobre este tipo de anathematikón invertido en el que el regalo no benefi cia al destinatario, sino que aquél se ve favorecido por éste, véase la nota 5. Re mitimos también a las páginas de nuestra «Introducción» donde se reproduce el poema de Ben Jonson «A Celia», en el que el poeta inglés se expresa en térmi nos idénticos a los del sofista. Bibliografía sobre la influencia del epistolario de Filóstrato sobre la obra de Ben Jonson puede consultarse en A. R. Benner, F. H. Fobes, The Letters of Alciphron, Aelian and Philostratus, Cambridge (Mass.)-Londres, 1949, pag. 417. CARTAS DE AMOR 

 3 [A un jovencito]8 121 Los lacedemonios se vestían con corazas teñidas de púrpu ra, bien para impactar a sus enemigos por el sobrecogimiento que produce su color, bien para no distinguir la sangre por la si militud del tinte9. Vosotros, en cambio, hermosuras, tenéis que pertrecharos sólo con rosas y aceptar de los amantes esta arma dura10. Así, el jacinto11 le corresponde al mozalbete blanqueci no, el narciso al moreno, pero la rosa a todos, porque también fue mozalbete hace tiempo12, y flor, y medicamento y ungüen to13. Ellas persuadieron a Anquises, ellas desalmaron.a Ares, 8 Ep. 27 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitulan «Al mismo». 9 Noticia tomada de las Antiguas costumbres de espartanos 24 de Plutar co (Mor. 238F), de donde se suprime la primera de las razones por la que se vestían de púrpura, a saber: porque lo consideraban un color muy varonil. So bre esta misma anécdota escriben también Jenof. (Anábasis 12, 16, La repú blica de los lacedemonios 11.3), Eliano (Historias curiosas V I6) y V alerio Máximo, I I 6,2 y en los tres casos se refieren a una túnica (no una coraza) coin cidiendo con la lectura —quizá la facilior— de los manuscritos de la familia 1. 10 Nótese el paso al ámbito metafórico de la militia amoris. 11 Todavía hoy sigue siendo discutida la identificación del jacinto griego. En lo que no parece haber dudas es en el tono oscuro de sus pétalos (cf. Ep. 36 —no en vano la flor brotó de la sangre del joven Narciso—) y que en ellos po día leerse un signo parecido a la ípsilon mayúscula (Y), inicial del nombre del muchacho, o las letras alfa e iota (AI), que serían el lamento de Apolo por ha ber provocado su muerte. 12 En cierto modo la rosa fue el joven Adonis (cf. Ep. 1). 13 Para la rosa como fármaco, cf. Anacreónticas LV 24 (Brioso) «remedio de dolientes es la rosa» (así también Dioscórides, 199 y Plinio en su Historia natural XXI73 ss„ y en el Papiro de Oxirrinco II135 se cita como ingredien te específico para el dolor de oído). En cuanto a la rosa como ungüento, el so fista quizá tenga en mente el aceite de rosas (rodelio) con el que la diosa unge el cadáver de Héctor para preservarlo de las alimañas y la corrupción (Ilíada XXIII186). 122 FILÓSTRATO ellas recordaron a Adonis que viniera14, ellas son el cabello de la primavera, ellas los resplandores de la tierra, ellas las antor chas del amor. 

 4 [A un jovencito]15 Me acusas de que no te haya enviado rosas, pero yo no hice esto por indiferencia ni porque sea una persona incapaz de amar, sino porque veía que, como eras pelirrojo y estabas coro nado con tus propias rosas, no te hacían falta flores ajenas. Ho mero no ciñó con corona al pelirrojo Meleagro16, ya que esto hubiera supuesto un segundo fuego sobre el fuego, y un doble tizón sobre aquél17, pero tampoco a Aquiles, ni a Menelao, ni a 14 Anquises, Ares y Adonis son conquistas de la diosa Afrodita, aquí repre sentada por su flor. Anquises es el padre de Eneas, seducido por la diosa mien tras apacentaba sus reses en el Ida; la versión más célebre de los amores de Ares y Afrodita es la que relata el aedo Demódoco en la Odisea (VIH 266 ss.); y en cuanto a Adonis, Filóstrato alude a la disputa que Afrodita y Perséfone mantenían por hacerse con los favores del joven, disputa que Zeus dirimió dis poniendo que aquél pasara una tercera parte del año con cada diosa y el otro tercio con quien quisiera. Finalmente Afrodita consiguió que el joven perma neciera siempre con ella esa tercera parte en la que aquél podía elegir. 15 Ep. 37 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 16 En verdad, cuando Homero menciona al héroe etolio (Iliada II642 y IX 543 ss.) nunca lo presenta coronado. 17 Alusión al mito según el cual, cuando Meleagro nació, las Moiras advir tieron a su madre Altea de que mientras el tizón del hogar ardiera el niño segui ría vivo. Por ello la madre guardaba el tizón en un cofre. Pero cuando Melea gro mató a su tío, el hermano de Altea, durante la cacería del jabalí de Calidón, aquélla enfurecida volvió a echar al fuego el tizón y el joven perdió la vida. En Ep. 21 se menciona en un contexto similar una «corona de fuego» para referir se a una guirnalda de rosas. CARTAS DE AMOR 123 los demás que en su obra lucen un largo cabello. Esta flor es te rriblemente envidiosa, efímera y muy rápido llega a su fin18, y se dice que además tuvo su origen en una penosísima causa; esto es: la espina de las rosas pinchó a Afrodita cuando pasaba, según cuentan ciprios y fenicios19. No nos coronemos con san gre. Escapemos de una flor que ni siquiera respeta a Afrodita20. 

 5 [A un jovencito]21 ¿De dónde eres, jovencito? Dime por qué tan inconmovible te muestras en amores ¿De Esparta dirás? ¿No viste, entonces, a Jacinto, no te coronaste con su herida22? ¿Acaso de Tesalia? 18 En su carácter efímero radica precisamente su belleza (cf Aq. Tac., Π 36, 2). Este mismo motivo será retomado en Ep. 51. 19 Cf. Ep. 1. En este caso parece que se pone la sangre de la diosa en el ori gen de la flor y no del color. Por otra parte, el nombre del padre de Adonis, Ci- niras, es de origen fenicio. 20 La última frase podría admitir importantes diferencias interpretativas se gún la lectura de los códices que se adopte. Entendemos que del texto transmi tido por los manuscritos de la familia 2 se extrae una interpretación más acor de con el contenido de la carta, ya que el destinatario insiste, por las razones expuestas y el argumento de que ni siquiera perdonaron a la diosa, en que no es necesario el uso de las rosas para una guirnalda. Sin embargo, el texto transmi tido por los códices de la familia 1 (allá ti; me stephanoúmetha ánthos, ho onde Aphrodites pheídetai;) podría contener un curioso aprosdóketon final para la carta, recurso del que ya hemos visto que gusta Filóstrato, que además estaría acorde con el tratamiento privilegiado que la rosa tiene para un amante, y que en cierto modo daría la razón al amado que quiere que se le manden rosas: «¿Entonces qué? ¿No nos vamos a coronar con una flor que ni siquiera evita a Afrodita?»; esto es: «¿vamos a despreciar nosotros una flor que se atreve con la propia diosa?». 21 Ep. 41 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 22 Entiéndase «con las flores que brotaron de la sangre derramada de su he rida»; cf. Ep. 3. 124 FILÓSTRATO Entonces, ¿no te enseñó tampoco Aquiles de Ftía23? ¿Acaso de Atenas? ¿No pasaste, pues, junto a Harmodio y Aristogiton24? ¿Acaso de Jonia? ¿Y qué más delicado que esa tierra de donde son los Brancos25 y los Claros26, los querubines de Apolo? ¿Acaso de Creta, donde más grande es Eros, que vaga en tomo a sus cien ciudades27? Un escita me pareces y un bárbaro proce dente de aquel altar y sus inhospitalarios sacrificios28. Puedes, 23 Pasaje alusivo a la relación de Aquiles y Patroclo, cuya intrepretación erótica, según Ateneo (XIII, 601A y 602E), remonta al menos a los Mirmido nes de Esquilo. 24 Se refiere a las estatuas que en honor de estos dos amantes paradigmáti cos y tiranicidas se erigieron en el ágora de Atenas y todavía Pausanias pudo ver (18, 5). El episodio del magnicidio (Aristogiton mató a Hiparco, hijo de Pi sistrato y hermano de Hipias, al saber que su amado Harmodio iba a ser forza do por aquél) es recogido por Heród., V 55, V I123, Tucíd., 120 y V I54 o los Escolios áticos (PMG 893-896). 25 Pastor amado por Apolo al que dotó del don de la profecía. Fundó el san tuario de Dídima, en la Jonia asiática, que llegó a gozar de fama similar al de Delfos. Este episodio mítico es mencionado por Longo (IV 17), en un contex to muy similar al de la carta, por Luciano (Diálogos de los dioses 6.2), por los Himnos álficos (34.7) y sobre todo por Calimaco (frg. 194 = Yambos 4.28-31) y Clemente de Alejandría (Misceláneas V 8,48). Otras fuentes completas son Varrón, citado por los Escolios a la Tebaida de Estado VIII198 y Co- nón 33 (FGH 26 FI). Este personaje será citado nuevamente en Ep. 8 y 57. 26 Teopompo en el Escolio a Apolonio de Rodas 1308 transmite dos versio nes sobre la fundación de Claros, ciudad jonia junto a Colofón. Se atribuye bien al héroe epónimo o bien a Manto, la hija de Tiresias. 27 Creta «la de las cien ciudades» o hekatómpolis es epíteto homérico (¡lia da II649) en referencia quizá a la populosidad de la isla. Estrabón (X 4, 15) explica el origen de las diferencias entre éste y el otro epíteto similar con el que Homero designa la isla, «la de las noventa ciudades» (Odisea XIX 174). En cuanto a que fuera sede de Eros, cf. Anacreónticas XIV 22 ss. (Brioso): «Cre ta la opulenta, en que de villa en villa Amor su culto tiene abierto». Además esta idea puede tener, dado el contexto, como trasfondo la conciencia de que tradicionalmente se considerase Creta como la cuna de la pederastía. 28 El pueblo escita es paradigmático para designar la barbarie. Sobre sus CARTAS DE AMOR 125 por tanto, honrar tus costumbres patrias. Así que, si no quieres salvarme, coge tu espada. No voy a pedir indulgencia, no te mas; deseo incluso una herida29. 

 6 [A una mujer]30 Si te muestras casta, ¿por qué sólo conmigo? Si complacien te, ¿por qué no también conmigo?31 sangrientos sacrificios y su adopción y adaptación por los laconios, véase la también filostratea Vida de Apolonio de Tiana 6.20. Aristéneto también se servirá del motivo en Ep. II20. 29 Una vez más Filóstrato gusta de los juegos conceptuales basados en una construcción priamélica, en este ejemplo negativa. Tras dejar claro que este jo ven, detractor amoris, no es de ninguna de las regiones griegas citadas, sino de tierra bárbara, en lugar de recriminárselo o rechazarlo, lo da por válido si aca so con una pasión aún más intensa y autodestractiva. 30 Ep. 43 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitu lan «A un jovencito» o «Al mismo». 31 Sobre la estructura poética de esta epístola, véase el comentario en nues tra «Introducción». Además de los epigramas de Estratón (Antol. Palat. XII 235) y Nicarco (Antol. Palat. XI 252), o, como señalan A. R. Benner, F. H. Fobes, The Letters..., ad loe., los versos de Proper., Π 22, 43 (Aut si es dura, nega: sin es non dura, venito!), la carta puede confrontarse también con otras composiciones del de Sardes en las que se recoge en forma de paradoja el com portamiento inconstante de los jovencitos, también conocido como «tópico de los vilanos del abrojo»; cf. Antol. Palat. XII203: «Me besas cuando no quiero; te beso cuando no quieres. Eres fácil, si te rehuyo; difícil, si te abordo»; otra va riante latina y de tipo heterosexual puede leerse en el Eunuco de Terencio (812 s.): novi ingenium mulierum: / nolunt ubi velis; ubi nolis cupiunt ultro. Una variante del motivo puede leerse también en Aristén., Ep. II 16 (cf. n. 370). 126 FILÓSTRATO 

 7 [A un jovencito]32 Como soy pobre te parezco más deshonroso33. Y lo cierto es que incluso el propio Eros va desnudo, y las Gracias y las estre llas34. Veo también a Heracles en los cuadros cubierto con una piel de fiera y las más veces durmiendo en el suelo35, y a Apolo 32 Ep. 44 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 33 Esta epístola responde al esquema de los «encomios paradójicos» cita dos en la «Introducción», aunque en este caso puede entenderse bien como un encomio de la pobreza, bien como una variante del progimnasma del vituperio, unpsogos ploútou o «vituperio de la riqueza» (como en Owio.,Amoresl 10,53 ss.). También en Ep. 38 puede leerse que los pobres son protegidos de la divi nidad, idea que también aparece en M enandro, frg. 256 (Κ.-Th). Por otra par te, las concomitancias entre esta carta (y Ep. 23) y los pasajes de Tibul., 15,61 ss. (encomio de la pobreza) y II3,79-80 (castigo voluntario) hicieron postular un origen común de la epistolografía erótica y la elegía latina en la elegía eró tica helenística. 34 Utilización sesgada de la iconografía mitológica en los exempla adu cidos por el remitente. En el caso de Eros y las Gracias se los representa desnu dos como paradigma de belleza natural, sin aditamentos, no de la pobreza; cf. Proper., I 2, 8 Nudus Amor formae non amat artificem', y el frg. 87 (CA) de Euforión: charítessin apharésin. Que las Gracias están desnudas es, además, frase recogida en las colecciones de paremiógrafos antiguos (Apostolio, 182, Zenobio, 136, Gregorio de Chipre, 133). Aristéneto se sirve del mismo mo tivo en Ep. II21. 35 La imagen de Heracles cubierto con la piel del león de Nemea y durmien do en el suelo que el remitente asegura haber visto en cuadros podría estar re mitiendo veladamente a las también filostrateas Imágenes (cf. Π 22 «Heracles y los Pigmeos»). Pero la referencia en la carta a «dormir en el suelo» puede ser igualmente una alusión a la thyraulía, o imagen del amante durmiendo en la puerta de la amada, uno de los elementos que forman parte del paraklausíthy ron, uno de los topoi que, a su vez, configuran el género de composición litera ria del kdmos. Para las koimeseis epi thyrais de los amantes, véase el ilustrativo pasaje del Banquete platónico (183a). El motivo se repite en Ep. 14. Por su par te, el epistológrafo Aristéneto se servirá del motivo en varias composiciones. CARTAS DE AMOR 127 con un liviano calzón lanzando el disco, disparando el arco o corriendo36; en cambio, los reyes persas viven con voluptuosi dad y se entronizan altivos alegando como prueba de majestad su mucho oro. Por ello sufrieron de tan mala forma el ser ven cidos por los indigentes griegos. Era un mendigo Sócrates, pero corría a cobijarse bajo su capa raída el rico Alcibiades37. La po breza no es motivo de reproche, ni la fortuna exime de culpa a nadie en su relación con el prójimo. Mira el teatro: el pueblo lo componen los pobres. Mira los juicios: los pobres se sientan en el tribunal. Mira las batallas: mientras que los ricos con sus ar maduras de oro abandonan la formación, nosotros, en cambio, destacamos por nuestro valor. Y en la actitud que tenemos con vosotros, hermosuras, observa cuánta diferencia hay. El rico se ensoberbece con el que ha seducido, como si lo hubiera com prado. El pobre da las gracias como quien ha sido objeto de pie dad. Aquél se vanagloria de su presa, el pobre guarda silencio. Además el ilustre achaca la conquista a los recursos de su atrac tivo personal; el pobre, en cambio, a la benevolencia de quien la concede. El rico envía en calidad de mensajero a un adulador, a un parásito, a un cocinero y a los camareros; el pobre, a sí mismo, para no perder en estos menesteres el honor de hacerlo él mismo. El rico, cuando ha hecho un regalo, de inmediato queda de manifiesto, pues el asunto se pone en evidencia para 36 También en Imágenes 124 Filóstr. se recrea en la descripción de Apo lo lanzando el disco que hirió de muerte a Jacinto, aunque no se menciona su indumentaria. En cualquier caso, la interpretación de la prenda citada en la car ta se presenta ambigua, ya que el término griego zoma puede hacer referencia a una túnica corta o calzón (con lo que se incidiría en la liviandad de la vesti menta), pero también a un cinturón o talabarte de cuero del que la divinidad lle varía colgadas sus armas (con lo que se incidiría en la desnudez). 37 Para la relación de Sócrates y Alcibiades, véase preferentemente el Ban quete de Platón (219b-d). La imagen de Alcibiades bajo el manto del filóso fo puede leerse también en los Amores de Luciano (54). 128 FILÓSTRATO la multitud de los que están al corriente, de manera que ningu no de los vecinos ni de los viandantes que por allí pasan se que dan sin conocer el hecho. El que tiene trato con un amante po bre pasa desapercibido, pues no va unida a la demanda la indiscreción, evita dilvulgarlo entre ajenos, para que no surjan rivales en amores entre los que son más poderosos que él (cosa fácilmente esperable), y no confiesa su suerte, sino que la ocul ta. ¿Qué más puedo decir? El rico te llama su amado; yo mi dueño. Aquél su lacayo; yo mi dios. Aquél te considera una par te de su patrimonio; yo, en cambio, todo lo mío. Por eso, si aquél se enamora de nuevo de otro, tendrá la misma disposición con él; el pobre, en cambio, se enamora sólo una vez. ¿Quién es capaz de quedarse contigo cuando estás enfermo? ¿Quién de quedarse en vela? ¿Quién de seguirte al campo de batalla? ¿Quién de interponerse ante una flecha disparada? ¿Quién de caer por ti?38 En todo eso soy rico. 

 8 [A un jovencito]39 De que, pese a que soy extranjero, te ame, no te asombres: no se puede condenar a los ojos por extranjería40, pues la belle 38 Las interrogaciones retóricas del remitente enlazan con la creencia gene ralizada de que un ejército formado por amantes y amados puede llegar a ser invencible, al modo del célebre «batallón sagrado» tebano. Son muchos los pa sajes que lo testimonian·. Plat., Banquete 178e-179a, Jenof., Banquete 8, 32- 34, Plut., Erótico 17 (Mor. 761B-C), Charlas de sobremesa 16 (Mor. 618D), Pelópidas 18, Ateneo, XIII, 561F, 602A. Sobre Gorgidas como creador del batallón tebano, véase Polieno, Estratagemas Π 5. 39 Ep. 46 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitu lan «Al mismo». 40 El remitente se presenta como «víctima» de una graphs xenías (así en el Atica o xenelasía en Laconia), proceso (generalmente con castigo de destierro) CARTAS DE AMOR 129 za prende en ellos del mismo modo que el fuego y es preciso que aquélla resplandezca para que éstos se incendien inmedia tamente; pero ni con los oídos ni con los ojos hay que hacer dis tingos entre extranjeros y ciudadanos, sino que para ambos son los mensajeros del alma41. Desde luego Branco42 no huyó de Apolo porque fuera extranjero, ni Hilas43 de Heracles, ni Atim- nio44 de Radamante, ni Patroclo45 de Aquiles, ni Crisipo46 de Layo. También amaba a Esmerdies47 Polícrates el Samio, y al al que se sometía a los extranjeros que habían usurpado derechos de ciudada nía. La carta se incluye en el tipo que se ha dado en llamar encomio paradójico y la argumentación es típicamente escolar, basada en una batería de exempla (¡veintitrés!), de los que once son mitológicos (Branco, Hilas, Atimnio, Patro clo, Crisipo, Esmerdies, Agesilao, Asclepio, Zeus, Ganimedes y el Fénix) y doce de la naturaleza o realia (lluvia, ríos, Nilo, sol, alma, ruiseñor, golondri na, alción, elefante, letras, tisú y magos). Este mismo tema reaparecerá en Ep. 28. 41 Filóstrato introduce una variante o ampliación del topos de los ojos como vía de acceso de la pasión erótica asimilándolo al del «amor de oídas». 42 Cf. Ep. 5, n. 25 43 Hilas es hijo de Teodamante, rey de los dríopes, amado por Heracles. Durante una escala en la expedición de los argonautas, el joven fue raptado por las ninfas de una fuente, lo que provocó que el hijo de Zeus abandonara la ex pedición. Así lo relata Apolonio de Rodas en Argonáuticas 1207 ss. Especial mención merece la reelaboración literaria del motivo en el Idilio XIII de Teócr. 44 Atimnio es una aguda corrección de Boissonade por el transmitido Li- cimnio. Atimnio es hijo de Zeus y Caisopea, al que Apolodoro en su Bibliote ca (III 6) presenta como amado por los cretenses Radamante, Minos y Sarpe don, hijos de Zeus y Europa. 45 Cf. Ep. 5, n. 23. 46 Hijo de Pélope violado por Layo (cf. Ateneo, XIII, 602F). Este episodio se disputa con el de Orfeo en Tracia los orígenes mitológicos de la pederastía. 47 Episodio homoerótico narrado por Eliano (Historias curiosas IX 4), quien también cita la relación con Anacreonte: Polícrates, celoso de Anacreon te, hizo que el joven Esmerdis se cortara la cabellera (cf. Ateneo, ΧΠ, 540C y Anacreonte, PMG 366 y quizá también PMG 347, frg. 1). 130 FILÓSTRATO jovencito persa48 Agesilao (no conozco el nombre del mozalbe te). Foráneas son también las lluvias para la tierra, los ríos para el mar, Asclepio49 para los atenienses, Zeus para nosotros50, el Nilo51 para los egipcios y el sol para todos. Extranjera es tam bién el alma para el cuerpo, el ruiseñor para la primavera, la go londrina para la casa, Ganimedes52 para el cielo, el alción53 para la roca, el elefante54 para los romanos y el ave Fénix55 para los indios: ésta es extranjera y además se demora; y a la cigüeña, en cambio, quienes primero la ven también la veneran56. Foráneas 48 El nombre del jovencito persa es Megabates según Jenof., Agesilao 5 y Plut., Agesilao 11. 49 Recuérdese que su principal centro de culto estaba en Epidauro, en la Ar golide. 50 Quizá haya de entenderse que el remitente escribe en un contexto roma no y no griego, y probablemente también que éste sea uno de los pocos realia extralingüísticos que identifiquen remitente y autor. 51 La ubicación de las fuentes del Nilo fue ya tema de debate en el mundo antiguo. 52 La variante mítica más común, la del rapto de Ganimedes mientras pas toreaba en los montes de Troya por Zeus metamorfoseado en águila, fue pronto motivo paradigmático en la erótica pederástica de la literatura clásica. 53 Alcíone, hija de Eolo, fue metamorfoseada en ave por Zeus y Hera por comparar su felicidad conyugal con la de los dioses y castigada a poner sus huevos en la orilla con lo que el mar terminaba llevándoselos. Finalmente Zeus se apiada y hace que los vientos se calmen siete días antes y después del sols ticio de invierno para que pudiera incubarlos. Éstos son los llamados «días del alción». 54 Aunque el marfil era ya utilizado desde época arcaica, los griegos cono cieron el empleo de los elefantes como medio de guerra en la Batalla del Hidas- pe en la que Alejandro se enfrentó al rey Poro (326 a. C.), mientras que los ro manos en la invasión de Pirro (280 a. C.). 55 Cada quinientos años, según los de Heliópolis (así en Heród., Historias Y Ti). 56 E lian o en su Historia natural X 16 hace referencia a esta misma prácti ca referida a los egipcios. CARTAS DE AMOR 131 son también las letras, pues llegaron de Fenicia57, y el tisú de los seres58 y el saber divino de los magos, cosas todas estas de las que hacemos uso con más placer que de las de la tierra, porque rara es la posibilidad de adquirir aquéllas, mientras que a la po sesión de éstas, en cambio, le damos poco valor59. Mejor es también el amante extranjero, en la medida en que está más li bre de sospecha por ser desconocido, y de cara a pasar desaper cibido es más reservado. Pero si precisas que esté instalado, ins críbeme y sé mi Zeus Fratrio y mi Apolo Patrio, pero mi tribu que sea la de Eros60. 

 9 [A un jovencito]61 ¿Qué les ocurre a las rosas? Antes de estar a tu lado eran hermosas, genuinas rosas (porque yo no las habría enviado si no hubieran merecido que las tuvieras), pero al llegar se mar chitaron inmediatamente y expiraron62. No sé con exactitud la 57 Es un hecho admitido que el alfabeto griego procede del fenicio (cf. H e- ród., Historias V 58), aunque más complejo es elucidar cuándo, dónde y en qué circunstancias se produjo la adaptación. 58 El «tisú de los seres» (Serón hyphaí) es corrección de Boissonade (mo riente Wesseling) por un ininteligible «ninfas de las sirenas» (Seirinôn nytnp- hai) de los códices. 59 La idea de que aquello que es escaso o ajeno es también de más valor pasó pronto a ser proverbial. 60 Las tribus (phylaí) eran divisiones territoriales basadas en pertenencia a grupos de parentesco y, aunque su organización, estructura e importancia fue variando con el tiempo, puede decirse que constituían la base de la sociedad y dominaban la vida política. Aquí la nota erótico-humorística de Filóstrato es evidente. 61 Ep. 33 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 62 Agudo juego de palabras, como bien señala F. Conca, Alcifrone. Filos 132 FILÓSTRATO causa, pues no quisieron decirme nada, pero es fácil deducirla: no soportaron verse superadas en gloria, ni resistieron la rivali dad contigo, sino que, tan pronto como tocaron una piel más aromática, al instante murieron. Así también le sucede al farol superado por un fuego mayor, y las estrellas se apagan cuando no pueden mirar de frente al sol. 

 10 [A un jovencito]63 A los pájaros los acogen los nidos, a los peces las rocas, los ojos a los jóvenes hermosos64. Aquéllos emigran, cambian de residencia y se establecen aquí o allá (pues los guían las esta ciones según lo van marcando); pero cuando la belleza ha flui do una sola vez hasta los ojos ya no se aleja de esa morada. Así también yo te acogí y te llevo por doquier en las redes de mis trato... Lettere d’amore, Milán, 2005, ad loe., con esta forma verbal (apépneu- se) que también puede significar «perdieron su aroma». La carta recoge una nueva variante del género anathematikón con las rosas como protagonistas: el regalo, en lugar de ser motivo de encomio —que lo es, como bien aclara el re mitente en el paréntesis— queda desvirtuado en presencia del destinatario (véase en este mismo sentido en el epigrama de Antol. Palat. V 143 de M eleag., cómo se mustia la corona en las sienes de Heliodora). Una constante en este tipo de género de composición literaria es la personificación del regalo, en nuestro caso rosas que no sólo son capaces de sentir pudor o vergüenza, sino que incluso poseen la capacidad de hablar (cf. Ep. 20,46,54 y 63). También en Aristén., Ep. I 3, el aroma de Limone supera todas las fragancias del locus amoenus. 63 Ep. 50 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 64 La imagen de los ojos como órganos captores de la imagen del ser ama do está aquí ampliada con la metáfora venatoria de la red. La carta va adqui riendo un tono creciente en el que la pasión amorosa va llevando a la obnubi lación o embotamiento de los sentidos del amante. CARTAS DE AMOR 133 ojos; y si llego a la montaña65, te me asemejas a un pastor que sentado es capaz de seducir a las rocas66; y si llego al mar, el mar te hace emerger como a Afrodita las profundidades67; y si a una pradera, destacas entre las propias flores. En verdad nada semejante brota allí. Porque, por muy hermosas que sean y do tadas de encantos de otro tipo, por el contrario duran un solo día. Y es cierto que cuando estoy junto a un río, éste se desva nece —no me explico cómo— y, en su lugar, creo que eres tú el que fluye, hermoso, grande, mucho mayor que el mar. Y cuando miro al cielo pienso que el sol se pone y que deambula en algún tipo de nivel inferior, y que en su lugar luce quien yo quiero. Y si además se hace de noche, veo sólo dos estrellas, al Héspero68 y a ti. 65 La forma transmitida por los códices de la familia 2 (la familia 1 omite la frase completa) kán te émporós tis («si llego como un viandante») ha trata do de ser corregida desde las primeras ediciones. Preferimos la conjetura de Westermann kán t’ ep’ oros ti más acorde con el contexto anafórico y paleográ- ficamente plausible. 66 Entiéndase «con tu hermosura». Con este impossibile se quiere aludir a Orfeo como paradigma mitológico, músico capaz de mover rocas, animales y árboles con su arte. 67 La figura de Afrodita anadyomene o emergiendo del mar es paradigmá tica en la écfrasis de la belleza femenina. Lo anecdótico aquí es que la carta es de orientación homoerótica masculina, de hecho de algún manuscrito se dedu ce que el destinatario es una mujer, como índica J. F. Boissonade, Philostrati Epistolae..., Paris-Leipzig, 1842, pág. 142: nam satimpro tous kaloùs exhibet tàs kalás. Esta advocación de la diosa volverá a ser citada en Ep. 36 y en Aris- tén., Ep. 17. 68 El Héspero como astro más hermoso de la bóveda celeste es citado ya así en Iliada XXII 318

jueves, 15 de mayo de 2025

TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO EJERCICIOS DE RETÓRICA FRAGMENTO

 



INTRODUCCIÓN GENERAL

 P anorama general Los ejercicios preparatorios de retórica o progymnás mata, que constituyen el objeto de nuestra traducción, tie nen como marco de desarrollo el de las escuelas de retóri ca, en un momento de la historia de Grecia en el que se vive una gran efervescencia cultural, caracterizada sobre todo por el retorno a los grandes modelos clásicos del pa sado. Este renacer cultural, que tiene sus orígenes ya en el s. i a. C. con el denominado movimiento aticista, alcan za su máximo desarrollo en la época de los grandes empe radores filohelenos: Adriano, Antonino Pío y Marco Aure lio, y aparece representado en el movimiento conocido desde Filóstrato como Segunda Sofística *. Los nuevos sofistas, entre los que destacan figuras co mo Escopeliano, Polemón, Herodes Ático y Aristides en tre otros, al igual que los antiguos viajan de ciudad en 1 Sobre las relaciones entre Aticismo y Segunda Sofística, cf. J. Bom- paire, Luden écrivain, immitaíion et création, París, 1958, págs. 116 y ss. y A. Boulanger, Aelius Aristide et la sophistique dans la province d ’Asie au II siècle de notre ère, Paris, 1968 (1.a edición, 1923), págs. 60 y ss. 8 TEÓN ·

 HERMÓGENES ■ AFTONIO ciudad ofreciendo declamaciones y alternan su profesión docente con los servicios prestados a sus ciudades. Muchos de ellos, como en el caso de Herodes Ático, harán impor tantes contribuciones económicas costeando fiestas, edifi cios públicos 2, etc.; otros, como Aristides o Polemón, de fenderán los intereses de sus ciudades ante el emperador 3. La mayoría intervendrá en la política de su ciudad y recibi rá importantes favores del emperador 4. Buena prueba de la importancia que alcanza la retórica en la época es la dotación de cátedras de retórica en Roma y Atenas, que constituían, sobre todo la de Roma, la meta de la carrera de cualquier sofista 5. 

 Igualmente son muchas las ciudades de Asia que cuen tan con gran número de rétores y gramáticos en sus biblio tecas públicas, destacando entre todas ellas Esmirna y Éfeso 6. Dentro de este panorama cultural la gran protagonista es, sin duda, la retórica, que impregnará todas las facetas 2 Filó strato , Vidas de los sofistas II 548-549, 551. 3 Aristides consiguió, mediante su lamento por Esmirna, que el empe rador Marco Aurelio reconstruyera esta ciudad arruinada por terremotos (Filóstr., Vidas... II 582). A ella le dedicó una Monodia, una Palinodia y un Esmirnaico. Polemón, por su parte, logró que Adriano donara a Esmirna diez millones de dracmas, con las que se hicieron importantes obras en la ciudad (Filóstr., Vidas... I 531). 4 Por ejemplo, Polemón y su familia, que recibieron importantes exen ciones y privilegios por parte de Trajano y Adriano. Cf. op. cit., 532-533. 5 Sobre la importancia de las cátedras de retórica en la época, cf. G. Kennedy, The art of Rhetoric in the Roman world, N. Jersey, 1972, págs. 565-566. 6 A este respecto dice A. Boulanger, Aelius Aristide..., pág. 38: «...et sont (las ciudades de Asia) si bien pourvues de rhéteurs et de grammai riens que l’empereur Antonin dut fixer par une ordonnance le nombre maximum de professeurs municipaux exempts de charges que chacune pourrait posséder».

 INTRODUCCIÓN GENERAL 9 de la vida, pues todo futuro filósofo, científico u orador habrá pasado previamente, como mínimo, por las manos del gramático, en donde habrá leído y explicado a los clá sicos. Las escuelas de retórica darán así a los alumnos una formación eminentemente literaria. 

Los grandes autores clá sicos serán leídos, aprendidos de memoria e imitados, de ahí la formación «libresca» que predomina en muchos es critores de la época 1. La retórica deja de tener la orientación eminentemente práctica que tenía en la época clásica y pasa a convertirse en objeto de estudio por sí misma. En teoría la finalidad práctica continúa, formar a los alumnos para que sean ca paces de defender una causa o de hacer prevalecer una pro puesta; sin embargo, varía la ocasión y el lugar, pues gene ralmente no será el tribunal o la asamblea, sino las salas de audición y los teatros 8, y no será con motivo de un enfrentamiento judicial o para debatir una propuesta que pueda favorecer o perjudicar a la ciudad, sino simplemen te para hacer ostentación de la propia formación y dotes personales. Los tres géneros clásicos en que desde Aristó teles se divide la retórica: el judicial, el deliberativo y el epidictico, van a pervivir en la época imperial, pero de di ferente manera. Por un lado, el deliberativo y el judicial aparecen representados en las llamadas melétai o declama ciones sobre temas ficticios, de las que nos ocuparemos más adelante. Por otro lado, el género epidictico conoce 7 J. BOmpaire, Lucien..., págs. 294 y sigs., ofrece un detallado estu dio de la influencia de determinados ejercicios preparatorios en la obra de Luciano. 8 Las sesiones de los sofistas tenían lugar generalmente en el bouleu- térion o en el odeón, pero, a veces, si se preveía una afluencia masiva, se celebraban en el teatro. A. Bouxanoer, Aeiius Aristide..., pág. 51. 

10 TEÓN · HERMOGENES · AFTONIO una enorme expansión, a costa, por ejemplo, de géneros que tradicionalmente se expresaban en verso, como el him no, el epitalamio, etc. 9. Los discursos judiciales y delibe rativos pierden su vitalidad originaria y se convierten en discursos de aparato, en donde la puesta en escena y la improvisación juegan un importante papel 10, con lo que, en última instancia, será el género epidictico el que lo im pregne todo 11.

 La filosofía, por su parte, quedará relegada a los círcu los restringidos de cada escuela filosófica y cuestiones re servadas en un principio a la filosofía, como las tesis, se rán objeto de estudio en las escuelas de retórica 12. 

La pre ponderancia de la retórica, que se va perfilando ya desde época helenística, se consigue definitivamente en la época imperial, y de hecho son muchos los filósofos que tienen una amplia formación sofística, como es el caso de Dión de Prusa, que, aun después de renunciar a la retórica y dedicarse al cultivo de la filosofía, no abandonará nunca 9 Cf. Menandro: Sobre los géneros epidicticos (ed. F. Romero Cruz), Salamanca, 1989, pág. 15. Francisco Romero nos ofrece también en su introducción un panorama general sobre la historia y desarrollo del géne ro epidictico. 

 10 La facultad de la improvisación era una de las más admiradas en la época y fueron muy pocos los sofistas que gozaron de reputación sin ella. Una de las pocas excepciones la representó, sin duda, Aristides, se gún cuenta Filóstrato en Vidas..., II 583. 11 La importancia del género epidictico está en estrecha relación con el acento puesto sobre el estilo, de lo que dan cuenta tratados como la Téchnë rhëtorikê de Aristides y el Peri ideon de Hermógenes. Cf. D. A. Russell, Criticism in Antiquity, Londres, 1981, págs. 129 y sigs., en donde ofrece un resumen de los principales tratados estilísticos de la época. 12 Según Russell, como un intento por huir de la acusación de que su arte era ajeno a la moralidad. Cf. op. cit., pág. 115. INTRODUCCIÓN GENERAL 11 sus hábitos sofísticos 13. Además, los filósofos exponen a menudo sus doctrinas por medio de conferencias 14, con lo que, en el fondo, se parecen bastante a sofistas que ofre cieran declamaciones ante un público más o menos amplio. 

 El fervor que los sofistas despertaban al llegar a una ciudad y la expectación con que eran recibidas sus decla maciones exigía la existencia de un público más o menos experto y crítico que pudiera apreciar la originalidad, el estilo, el apropiado o inapropiado tratamiento de un tema, etc. Este público existía merced a las escuelas de retórica, que suministraban tanto a los sofistas como a su auditorio un amplio repertorio de tópicos tratados en multitud de ocasiones por medio de ejercicios escolares. 

Nos parece, por ello, conveniente esbozar un panorama del sistema edu cativo griego de la época imperial. En esta época la enseñanza abarcaba fundamentalmen te tres ciclos, que en terminología moderna podríamos de nominar primario, secundario y superior 15. La enseñanza primaria se pasaba junto al grammatistés, que con un mé todo basado en la pura memoria enseñaba al alumno a leer y a escribir, así como operaciones elementales de cál culo. 

A continuación, el alumno iniciaba sus estudios jun to al grammatikós, dando así comienzo a su enseñanza se cundaria. Ésta aparece designada con la denominación de enkyklios paideía y equivale a lo que en la Edad Media serán las artes liberales, integradas por el trivium (gramáti 13 Cf. Filóstrato, Vidas..., I 488, Filóstrato pasa revista a una serie total de ocho filósofos con renombre de sofistas, entre los que figuran, aparte de Dión de Prusa, Eudoxo de Cnido, León de Bizancio, etc. 14 Cf. H.-I. M arrou, Histoire de l’éducation dans l’Antiquité = His toria de la educación en la Antigüedad (trad. José Ramón Mayo), 3.a ed., Buenos Aires, 1976, pág. 259. 15 Seguimos a Marrou, cf. op. cit., págs. 182-264. 12 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO ca, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geo metría, astronomía y música), si bien las ciencias nunca tendrán una importancia real, sino que se limitarán a una enseñanza elemental y, en su lugar, será la retórica la que ocupe toda la atención 16. La enseñanza superior, por su parte, abarcaba el estudio de una de las dos disciplinas rivales, la filosofía o la retórica. No obstante, según apun tábamos antes, la retórica no dejará de ir robando terreno a la filosofía 17. 

 Dentro de este panorama los ejercicios preparatorios se hallaban a medio camino entre la enseñanza secundaria y la enseñanza superior. Los ejercicios más sencillos, como la fábula, el relato, la chría ls, la sentencia y la confirma ción se estudiaban generalmente junto al grammaíikós, mientras que los restantes: lugar común, encomio, compa ración, etc., se estudiaban en el ciclo superior junto al ré- tor o sophistés 19. 16 Cf. Marrou, op. cit., pág. 227. 17 Un panorama del viejo enfrentamiento entre filosofía y retórica a través de las concepciones de Platón, Aristóteles e Isócrates nos ofre cen, entre otros, B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des IIe et IIIe siècles après J. C., Paris, 1971, págs. 64 y ss., H.-I. M arrou, Histo ria..., págs. 76 y ss., y C. S. Baldwin, Medieval Rhetoric and Poetic, Nueva York, 1928, págs. 2 y ss. 18 Gr. chreia. 

Es una variedad de la sentencia (gnémê), cf. Teón, 96. Sobre la razón de su mera transcripción, cf. pág. 54 n. 10. 19 Ambos términos aparecen utilizados indistintamente, si bien el se gundo será más frecuente en la época imperial. Cf. la introducción de M.a Concepción Giner a las Vidas de los sofistas, Madrid, 1982, págs. 20 y sigs. Con respecto a las competencias de rétores y gramáticos en lo que atañe a la enseñanza de los ejercicios preparatorios, cf. G. Rei chel, Quaestiones Progymnasmaticae, Leipzig, 1909, págs. 115-118 y 128-129, en donde pasa revista a los diferentes ejercicios propios de réto- res y gramáticos, según Quintiliano y Suetonio, respectivamente. INTRODUCCIÓN GENERAL 13 Los ejercicios preparatorios con su multitud de reglas y clichés, que permiten hacer un encomio, una descripción, etc., son una prueba de que la enseñanza de la retórica en la época imperial se basaba en el estudio memorístico de una serie de tópicos y en su aplicación práctica. 

Como su propio nombre indica, se trata de ejercicios que prepa ran al joven para lo verdaderamente importante, las cau sas judiciales y deliberativas. Después del estudio de los progymnásmata el alumno se enfrentaba a las llamadas me- létai, en latín declamationes, que comprendían dos varian tes: las hypothéseis dikanikaí (lat. controversiae) y las hypo- théseis symbouleutikaí (lat. suasoriae). De ambas, las pri meras tendrán más importancia en el área romana, mien tras que en la griega se preferirán las suasoriae 20. 

 Lo característico de ambos tipos de declamaciones es que el alumno no se basará en casos tomados de la vida real, sino en casos enteramente ficticios: raptos, violacio nes, piratas, hijos desheredados, etc., en el caso de las hi pótesis judiciales, y la historia antigua o la mitología, en el caso de las hipótesis deliberativas, por ejemplo, se ima ginaba qué diría Demóstenes, Pericles, Aquiles o Héctor en una determinada situación 21. La importancia de las declamaciones se refleja, por ejem plo, en el hecho de que a ellas se les dedica todo un ejerci cio, el de la etopeya o prosopopeya 22. 20 Marrou, Historia..., pág. 249, y Boulanger, Aelius Aristide..., pág. 41. 21 Para una mayor información sobre las declamaciones sofísticas puede consultarse D. L. Clark, Rhetoric in Greco-Roman education, 3.a ed., Nueva York, 1977, págs. 213 y sigs., y D. A. Russell, Greek declama tion, Cambridge, 1983, págs. 21-39 y 106-128. 22 Sobre la gran utilidad de este ejercicio habla Quintiliano en III 8, 50. 14 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO Por otro lado, como las declamaciones abarcaban úni camente los géneros deliberativo y judicial, el otro género retórico, el epidictico, será objeto de estudio en dos ejerci cios preparatorios, el encomio y el vituperio 23. A lgunas consideraciones acerca de los « progymnásmata» La primera mención del término progymnásmata apa rece constatada en la Retórica a Alejandro, atribuida a Ana ximenes de Lámpsaco 24. 

Sin embargo, su mención aquí ha dado origen a posturas como la de Reichel, que ha con siderado su uso con un valor genérico referido a una ejer- citación general previa, o como la de Kennedy, que lo con sidera una intrusión posterior en el texto 25. Lo encontramos ya con su valor específico en la obra de Teón. No obstante, Teón utiliza con preferencia el tér mino gymnásmata frente a progymnásmata. Así, este últi mo sólo aparece en dos ocasiones (págs. 61, 25; 65, 28 Sp.), mientras que en las restantes es sustituido por los términos más generales de gymnásmata y gymnasia. Hermógenes, por su parte, no utiliza nunca el término progimnasma, sino que emplea siempre en su lugar gymnasma, frente a Aftonio, que utiliza el término progimnasma en cuatro oca siones (10, 18; 17, 13; 32, 2; 42, 6 R.), gymnasia en tres (14, 6; 17, 5; 47, 6 R.) y gymnasma sólo una vez (46, 21 23 Teón y Hermógenes lo estudiarán como un solo ejercicio, Aftonio como dos. 24 Rhetores Graeci /(ed. L. Spengel), pág. 214, 1. Sobre los proble mas que plantea la autoría de la obra puede consultarse la Introducción de J. Sánchez Sanz a la Retórica a Alejandro, Salamanca, 1989. 25 G. Reichel, Quaestiones..., pág. 9, y G. Kennedy, Greek Rhetoric under Christian emperors, Nueva Jersey, 1983, pág. 55.

 INTRODUCCIÓN GENERAL 15 R.), con lo que observamos cómo progymnásmata se va consolidando progresivamente como término técnico para designar los ejercicios preparatorios de retórica. La diferenciación entre gymnásmata y progymnásmata aparece ya claramente en los comentaristas de Aftonio, quie nes distinguen entre progymnásmata o ejercicios prepara torios y gymnásmata, que son propiamente las declamacio nes ficticias de suasorias y controversias 26. En latín lo encontramos traducido, sobre todo, como primae exercitationes y como praeexercitamina, traducción esta última que prevalecerá en la Edad Meda y el Renaci miento 27. Por otro lado, en el área romana está constata da la existencia de algunos ejercicios preparatorios ya en el s. i a. C. en Ad Herennium y en el De oratore y De inventione de Cicerón28. 26 Esta es la opinión de J. Doxópatres (Rhetores Graeci XIV (ed. H. Rabe), Leipzig, 1935, pág. 137, 5-12). Otros autores, sin embargo, entienden por gymnásmata la verdadera enseñanza de la retórica, como son las cuatro obras del canon hermogeniano, cf. ibid., pág. 77, 21-24. 27 G. Kennedy, Greek Rhetoric..., pág. 55. La primera traducción es de Quintiliano, la segunda de Prisciano de Cesarea en su versión latina de los Progymnásmata de Hermógenes. J. Maria Cataneo y R. Agrícola, traductores renacentistas de Aftonio, ofrecen algunas variantes: el prime ro lo traduce generalmente como praeexercitatio, mientras que el segundo opta con mayor frecuencia por el término praeexercitamentum. 28 Los principales ejercicios preparatorios de los que se observan hue llas en las mencionadas obras son la fábula, el relato, la chría, el enco mio y el lugar común, en el caso de Ad Herennium y De inventione (Reichel, Quaestiones..., págs. 12-16), y la paráfrasis, la lectura y la tesis, en el caso del De oratore (ibid., págs. 17-19). Sobre los numerosos puntos de contacto existentes entre Quintiliano y Teón, además de la obra de G. Reichel, puede consultarse I. Lana, Quintiliano, II «Sublime» e Gli «Exercizi preparatori» di Elio Teone III, Turin, 1951, pág. 172, en donde, tras examinar las múltiples coincidencias existentes entre los 16 TEÓN · HERMOGENES · AFTONIO El término progimnasma es definido por Mateo Cama- riotes desde dos puntos de vista: genérico y propiamente retórico. Desde un punto de vista genérico, el progimnasma es definido como «una ejercitación moderada que conduce a la superación de mayores dificultades». Desde un punto de vista retórico, consiste en una práctica escolar que ejer cita en las partes y géneros de la retórica 29. En efecto, cada uno de los progymnásmata enseñados en las escuelas de retórica resultaba útil para alguna de las partes del dis curso o para alguno de los géneros retóricos. 

Así, la fábu la, la chría, la sentencia y la tesis eran útiles para el género deliberativo; la refutación, la confirmación, el lugar co mún y la propuesta de ley para el género judicial; y el encomio y vituperio, la comparación y la etopeya para el panegírico (también lo era la tesis en cuanto al tema) 30.

 A su vez, la fábula resultaba apropiada para ejercitarse en los proemios; el relato y la descripción para las narra ciones; la refutación y la confirmación para los agones, y el lugar común para los epílogos 31. Básicamente cada ejercicio consta de dos partes bien diferenciadas: una primera parte en que se nos ofrecen as pectos como su definición, explicación etimológica, clasifi cación, etc., y una segunda parte en que se procede al des arrollo de cada ejercicio en cuanto tal a partir de una serie de procedimientos o categorías enjuiciadoras, denomina dos principalmente con los términos tópoi, aphormaí y ke- phálaia 32. tres tratados, Lana llega a proponer a Elio Teón como autor de Sobre ¡o sublime. 29 Rhetores Graeci I (ed. Walz), Londres, 1832, pág. 121, 1-5. 30 Ibid., págs. 121-122. 31 Rh. Gr. XIV (ed. Rabe), págs. 133-134. 32 Se trata de términos utilizados principalmente por Teón. Cf. págs.

 INTRODUCCIÓN GENERAL .17 Por último, hemos de decir que el género de los progym násmata gozó de un enorme tratamiento entre los réto- res. Conocemos los nombres de muchos autores de ejerci cios preparatorios, como Harpocración, Epifanio, Minu- ciano, Onésimo, Ulpiano, Paulo Tirio, Sópatro, etc. 33; sin embargo, sólo han sobrevivido cuatro manuales de progym násmata, los atribuidos a Teón, Hermógenes, Aftonio y Nicolao 34. 

De todos ellos, sin duda, el más influyente en la Antigüedad fue Aftonio, por proporcionar ejemplos acabados de cada ejercicio, y su obra se convirtió en pro totipo del género progymnasmático. Prueba de su gran di fusión es el hecho de que la comentaran J. Sardiano, Do- xópatres y Máximo Planudes entre otros35.

 De igual mo do fue muy importante en la antigüedad la obra de Teón, no tanto como texto escolar cuanto como guía para profe sores 36, debido a que ofrece un tratamiento profundo y detallado de cada ejercicio preparatorio, junto con multi tud de ejemplos sacados de obras antiguas, prueba inequí voca de la estrecha relación existente entre retórica y litera 19-20. Sobre la distinción de estos términos, cf. L. Pernot, «Lieu et lieu commun dans la rhétorique antique», BAGB 86, pág. 225, n. 12 y pág. 266, n. 65. 33 Rhetores Graeci X (ed. H. Rabe), Leipzig, 1926, págs. 52 y sigs. 34 Nicolao de Mira vivió en el s. v d. C. y fue discípulo de Lácares de Atenas. Aparte de los Progymnásmata, escribió Declamaciones y un Arte retórica. Sus Progymnásmata se pueden consultar en Rhetores Grae ci XI (ed. J. Felten), Leipzig, 1913. 33 A la gran difusión de que gozaron los Progymnásmata de Aftonio, junto con las cuatro obras del canon hermogeniano, en época bizantina alude G. L. Kustas en su artículo «Studies in byzantine Rhetoric», Ana- lekta Blatadon 17 (1973), pág. 23. 36 Prueba de su importancia es que gran parte de su teoría aparece recogida de modo casi literal por J. Sardiano en su Commentarium in Aphthonii Progymnasmata. 18 TEÓN ■ HERMÓGENES · AFTONIO tura. 

Los progymnásmata de Hermógenes, sin embargo, fueron desplazados a un segundo plano por los de Aftonio hasta caer poco a poco en el olvido 37. Comparación entre Teón, H ermógenes y Aftonio Vamos a proceder ahora a un análisis de las diferencias y semejanzas existentes entre los tres autores que nos per mita llegar a conclusiones fiables. Los aspectos que vamos a tratar son los siguientes: 1. Principales diferencias y semejanzas entre Teón, Hermógenes y Aftonio. 2. Principales coincidencias entre Hermógenes y Teón. 3. Coincidencias entre Aftonio y Hermógenes. 4. 5. Puntos de contacto entre Aftonio y Teón. Relativa originalidad de Aftonio. 1. Diferencias y semejanzas entre Teón, Hermógenes y Aftonio A simple vista, la diferencia más notable entre los tres autores reside en el número de ejercicios: diez en Teón, doce en Hermógenes y catorce en Aftonio. Si bien sólo nos han llegado diez ejercicios de Teón, sabemos que su obra constaba de quince, de los cuales los cinco últimos (lectura, audición, paráfrasis, elaboración y réplica) se han perdido y no aparecen en Hermógenes y Aftonio 38. Solamente la exergasía o «elaboración» de Teón 37 Brzoska, RE I, 2797-2800. 38 Cuatro de estos cinco ejercicios se conservan en la edición de A. Manandian, publicada en Erevan, 1938 (Inst. Hist. et. Lit. SSR Ar men, Opera Auct. Veter. I). 

INTRODUCCIÓN GENERAL 19 se corresponde posiblemente con la ergasía de Hermógenes y Aftonio, pero en éstos la ergasía no es un ejercicio inde pendiente, sino que es tratada como una parte de los ejer cicios. Hermógenes, por su parte, presenta doce ejercicios, pues añade dos nuevos: la sentencia, y la refutación y con firmación. Este último ejercicio aparece en Teón como la parte más importante en la argumentación de cada progimnasma, pero no recibe un tratamiento independien te 39. Por último, Aftonio ofrece catorce ejercicios: trata por separado la refutación y confirmación, que en Hermó genes aparecen en un solo ejercicio, así como el encomio y el vituperio, mientras que Hermógenes se ocupa sólo del encomio. 

 Desde el punto de vista terminológico, observamos que Teón utiliza tres términos para referirse a los aspectos o procedimientos en los que se basará la argumentación, fun damentalmente tópoi (lugares de argumentación), pero tam bién kephálaia (principios de argumentación) y aphormaí (fuentes de argumentación). De estos tres términos Hermó genes utiliza topos en tres ocasiones (págs. 10, 20; 15, 18; 19, 3 R.), aphormé en dos (págs. 16, 15; 17, 3 R.) y no em plea el término kephálaia como «principios de argumenta ción», aunque sí utiliza los términos teliká kephálaia para referirse a los «principios de argumentación finales» (págs. 12, 10; 14, 6; 25, 22 R.). Por su parte, Aftonio utiliza topos como «lugar de argumentación» una sola vez (pági nas 31,13 R.), nunca utiliza el término aphormé y sí que utiliza con bastante frecuencia kephálaia (págs. 4, 13; 8, 4; 10, 15 R., etc.), es decir, desde Teón a Aftonio el térmi no técnico para referirse a las categorías en que se basará 39 Para la localización de los términos mencionados puede consultar se el índice de términos colocado al final de cada traducción. 20 TEÓN · HERMÓGENES -· AFTONIO la argumentación del ejercicio deja de ser tópoi y pasa a ser kephálaia. Llama también la atención la progresiva desaparición del término epicheíresis o «argumentación», término fre cuentísimo en Teón y que en Aftonio no aparece utilizado ni una sola vez, mientras que Hermógenes lo utiliza en dos ocasiones (págs. 11,7; 22, 15 R.)· Es curioso que una de las Ocasiones en las que utiliza ese término (págs. 22, 15 R.) sea precisamente en el ejercicio de la descripción, en el cual sigue muy de cerca a Teón. Frente al término epicheíresis en Hermógenes encontramos el término erga- sía y en Aftonio formas del verbo ergázein, que designan la elaboración de que es objeto cada ejercicio 40. 

 Con respecto a las coincidencias entre los tres autores, hemos de señalar que éstas son bastante abundantes y que se han de interpretar como aspectos en los que Hermóge nes sigue a Teón y Aftonio sigue a Hermógenes.

 Estas coin cidencias se observan principalmente en los siguientes ejercicios: a) En el ejercicio del relato, en el cual los tres ofrecen una definición casi idéntica: — Teón (pág. 78, 15-16 Sp.): «Un relato es una composi ción expositiva de hechos que han sucedido o que se admiten como sucedidos». — Hermógenes (pág. 4, 6-7 R.): «El relato sostienen que es la exposición de un hecho que ha sucedido o que se admite como sucedido». — Aftonio (pág. 2, 14-15 R.): «Un relato es la exposición de un hecho que ha sucedido o que se admite como sucedido». 40 Cf. supra. 

INTRODUCCIÓN GENERAL 21 b) En la chría, que los tres clasifican en «verbales», «de hechos» y «mixtas» (logikaí, praktikaí y miktaí, res pectivamente) (Teón, pág. 97, 12 Sp., Hermógenes, pág. 6, 7-8 R., Aftonio, pág. 4, 2-3 R.). c) En la descripción, cuando nos ofrecen su definición: — Teón (pág. 118, 7-8 Sp.): «Una descripción es una com posición que expone en detalle y presenta ante los ojos de manera manifiesta el objeto mostrado». — Hermógenes (pág. 22, 7-8 R.): «Una descripción es una composición que expone en detalle de una manera ma nifiesta, según afirman, y que presenta ante los ojos el objeto mostrado». — Aftonio (pág. 36, 22-23 R.): «Una descripción es una composición que expone en detalle y presenta ante los ojos de manera manifiesta el objeto mostrado». d) En el hecho de indicar que las fábulas (gr. mythoi) se denominan en general «esópicas» (Teón, pág. 73, 4 Sp.; Hermógenes, pág. 2, 1 R.; Aftonio, pág. 1, 9 R.), etc. 

 2. Principales coincidencias entre Hermógenes y Teón El ejercicio en el que más de cerca sigue Hermógenes a Teón es el de la descripción, en donde en algunos pasajes casi le parafrasea, p. e.: en 119, 14-25 Sp. Teón dice: «Ar gumentaremos describiendo los hechos a partir de los suce sos que les preceden y que les siguen, por ejemplo: si se trata de una guerra (pág. 119, 14-16 Sp.)... Si describimos lugares, épocas, modos o personajes, junto con su propia narración tendremos fuentes de argumentos a partir de la belleza, la utilidad y el placer» (pág. 119, 22-25 Sp.), que se corresponde con pág. 22, 19-20; 23, 1-8 R., en donde 22 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO también Hermógenes dirá: «Argumentaremos describiendo los hechos a partir de los sucesos anteriores, simultáneos y posteriores, por ejemplo: si exponemos la descripción de una guerra (pág. 22, 19; 23, 1 R.)... Si describimos luga res, épocas o personajes, tendremos también algún argu mento a partir de la narración y a partir de la belleza, la utilidad y la sorpresa» (pág. 23, 6-8 R.). 

Igualmente en contramos posibles alusiones de Hermógenes a Teón en los ejercicios de la fábula, el relato, la comparación y la tesis: — La descripción de la fábula que, en opinión de Hermó genes, dan los antiguos es que es falsa, pero útil y vero símil (pág. 2, 4-5 R.), algo que se corresponde con pág. 76, 6-9 Sp., en donde Teón dice: «Puesto que el propio compositor de fábulas reconoce que escribe cosas falsas e imposibles, pero verosímiles y útiles, hemos de refu tar demostrando que dice cosas inverosímiles e inútiles, y hemos de confirmar a partir de lo contrario». — En el ejercicio del relato, cuando Hermógenes dice que algunos colocaron la chría delante del mismo (pág. 4, 7-8 R.), hay una clara alusión a Teón, pues sabemos, gracias a Reichel, que el orden que ofrecen los ejerci cios de Teón no es el originario: o rd en origin ario: chría, fábula, relato, etc., o r d e n tra n sm itid o: fábu la, relato, chría, etc. 41. — Hermógenes manifiesta que va a ocuparse de la compa ración, porque otros la estudiaron como ejercicio inde pendiente (así lo hace Teón), aunque no sería necesa rio, puesto que quedaba incluida en el lugar común, en el encomio y en el vituperio (pág. 18, 16 sig. R.). — Por último, Teón distingue entre tesis teóricas y prácti 41 Cf. págs. 38-39. 

INTRODUCCIÓN GENERAL 23 cas (theoretikaí y praktikaí) (pág. 121, 6-8 Sp.), mien tras que Hermógenes llama a las prácticas «civiles» (po- litikaí) y a las teóricas «no civiles» (pág. 25, 3 R.). Sin embargo, alude claramente a Teón, pues dice que algu nos llamaron «prácticas» a estas últimas (las civiles) y «teóricas» a las otras (pág. 25, 10-11 R.). 3. Coincidencias entre Aftonio y Hermógenes Las principales coincidencias entre ambos autores son las siguientes: — Hermógenes y Aftonio entienden por etopeya (pág. 20, 7-8, y 34, 2-3 R., respectivamente) lo que Teón conside ra prosopopeya (pág. 115, 11 Sp.). Hermógenes y Afto nio distinguen entre etopeya (cuando se representa a un hombre pronunciando discursos), prosopopeya (cuando se representa a una cosa) e idolopeya (cuando se repre senta a una persona que ha muerto), mientras que Teón únicamente habla de prosopopeya y considera que ésta se produce cuando se representa a un personaje pro nunciando discursos, sin precisar más. — Hermógenes y Aftonio tratan la sentencia como ejerci cio independiente, mientras que Teón sólo alude a ella en el ejercicio de la chría, en donde dice que la diferen cia entre sentencia y chría reside en que la sentencia es más general, se expone de modo impersonal, es siem pre útil y contiene un dicho, nunca una acción (págs. 96, 25-30; 97, 1-2 Sp.). — Teón no distingue entre narración y relato, sino entre narración y relato, por un lado, frente a historia, por otro. La diferencia reside en la brevedad de los prime ros frente a la mayor extensión de la segunda (págs. 24 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO 83-84, Sp.)·

 Hermógenes y Aftonio, por el contrario, sí diferencian el relato de la narración. Para ambos el re lato es de menor extensión, y entre relato y narración existe la misma diferencia que entre poema y poesía: un poema sería la fabricación del escudo, y poesía toda la litada (págs. 4, 9-13, y 2, 16-18 R., respectivamente). — Teón explica etimológicamente encomio a partir del tér mino kömos (pág. 109, 27-28 Sp.), mientras que Her mógenes y Aftonio lo hacen a partir del término kömai (=aldeas) (págs. 15, 3-4, y 21, 6 R., respectivamente). — En el ejercicio de la tesis Teón alude a tá anotátd kep- hálaia, que hemos optado por traducir «principios de argumentación generales» y que son: la belleza, la nece sidad, la utilidad y el placer (pág. 121, 18-19 Sp.); mien tras que Hermógenes y Aftonio los denominan tà teliká kephálaia o «principios de argumentación finales», que en Hermógenes son la justicia, la conveniencia, la posi bilidad y la adecuación (pág. 26, 1-2 R.) y, en Aftonio, la legalidad, la justicia, la conveniencia y la posibilidad (pág. 42, 10 R.). El seguimiento de Aftonio a Hermógenes es particular mente significativo en ejercicios como el de la chría, la sentencia, la refutación y confirmación, el encomio, la eto peya, el lugar común, etc. 4. Puntos de contacto entre Aftonio y Teón Si bien, como acabamos de ver, son muchas las coinci dencias entre Aftonio y Hermógenes, no obstante, en algu nas ocasiones Aftonio parece haber seguido directamente a Teón: INTRODUCCIÓN GENERAL 25 — 

En la definición de fábula, que es idéntica en ambos: «Una fábula es una composición falsa que simboliza una verdad» (Teón pág. 72, 28 Sp.; Aftonio pág. 1, 6 R.). — Al hablar de las virtudes de la narración, que, según Teón (pág. 79, 20-21 Sp.) son: claridad, concisión y vero similitud, y, según Aftonio, claridad, concisión, verosi militud y propiedad y corrección lingüística (gr. hellenismós) (pág. 3, 3-4 R.). Teón no menciona esta últi ma virtud, pero sí que rechaza el uso de términos poéti cos, inventados, ambiguos, metafóricos, etc., que cau sen la oscuridad de la narración (pág. 81, 7 sig. Sp.). — Aftonio dice que el lugar común se parece a la segunda intervención del orador (deuterología) y al epílogo, por lo que no tiene proemio (pág. 17, 3-4 R.), observación hecha anteriormente por Teón, cuando dice que el lu gar común es como una parte de otro discurso ya pro nunciado antes, como una especie de epílogo enfático (pág. 106, 28-30 Sp.). — Aftonio también parece seguir a Teón en el ejercicio de la comparación al indicar que no se ha de comparar una totalidad con otra, sino dos elementos sobresalien tes entre sí (pág. 31, 18-19 R.), lo cual nos hace recordar los dos tipos de comparaciones distinguidas por Teón, entre unidades y entre grupos (pág. 114, 6-8 Sp.), etc. En alguna ocasión, sin embargo, Aftonio se muestra claramente deudor de Teón y Hermógenes a la vez, p. e., en su clasificación de las tesis. Según veíamos, Teón divi día las tesis en «teóricas» y «prácticas», mientras que Her mógenes llamaba a las prácticas «civiles» y a las teóricas «no civiles» (Teón, pág. 121, 6-8 Sp.; Hermógenes, p. 25, 3 R.). Aftonio, por su parte, divide las tesis en «civiles», 26 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO con lo cual se acerca a Hermógenes, y «teóricas», con lo que coincide también con Teón (pág. 41, 15-16). 5. 

Relativa originalidad de Aftonio La originalidad de Aftonio se observa sobre todo en la aportación de ejemplos completos de cada ejercicio y en el uso de determinados términos técnicos, por ejemplo: — Utilización de los términos promythion y epimythion pa ra aludir a la moraleja colocada al principio o al final de la fábula, respectivamente (pág. 2, 1-2 R.). — Clasificación de la fábula en verbal (logikón), moral (ethikón) y mixta (miktón) (pág. 1, 11-12 R.). — Uso del término éphodos (lat. insinuatio), que, según él, ha de sustituir a los proemios en las tesis (pág. 42, 9 R.), etc. 

 Una vez analizadas las principales coincidencias y dis crepancias, nos creemos con suficiente fundamento para llegar a las siguientes Conclusiones: En primer lugar, de los tres autores el más original es Teón, no sólo por ser el primero, sino tam bién por el tratamiento que da a su obra.

 Este tratamiento se observa en una mayor profundización en todos los nive les: terminológico, de sustrato literario, de desarrollo del ejercicio, etc. Teón representa la fuente de la que son deu dores tanto Hermógenes como Aftonio. No obstante, de los tres autores el menos conocido ha sido precisamente Teón, debido, sobre todo, a la mayor complejidad y pro fundidad de su obra. En segundo lugar, es evidente que Hermógenes sigue, en líneas generales, una fuente anterior, a la que alude en INTRODUCCIÓN GENERAL 27 múltiples ocasiones, aunque de un modo impersonal: «juz gan conveniente» (pág. 1,3 R.), «sostienen» (pág. 2, 5 R.), «según dicen» (pág. 22, 7 R.), etc. Esta fuente podría ser Teón, de acuerdo con los múltiples puntos de contacto existentes entre ambos, o bien una tradición que coincidie ra con la doctrina de Teón, de la que tomaría los principa les aspectos de su obra, aunque resumiéndolos al máximo. 

 En tercer lugar, Aftonio, según hemos podido compro bar, depende claramente de Hermógenes. Muchas defini ciones, clasificaciones, etc., son una copia casi literal de Hermógenes. No obstante, a veces, en aspectos que Her mógenes no trata o a los que da un tratamiento diferente se acerca más a Teón. Por tanto, tendría presentes a am bos autores o tradiciones. Sin embargo, Aftonio no suele aludir ni directa ni indirectamente a la fuente de la que depende, sino que presenta como propio lo que expone, tal vez, porque la doctrina era ya de tal modo conocida que resultaba innecesario, por obvio, reconocerla como de bida a una tradición anterior. Por ello, quizás sea lo más adecuado interpretar las coincidencias existentes entre los tres manuales como debidas a una base doctrinal común a todas las escuelas de retórica. BIBLIOGRAFÍA General J. Bompaire, Luden écrivain, imitation et création, París, 1958. A. Boulanger, Aelius Aristide et la Sophistique dans la province d’Asie au II siècle de notre ère, Paris, 1968 (l.a ed. 1923). D. L. C lark, Rhetoric in Greco-Roman education, 3.a ed., Nue va York, 1977. Dionisio de Halicarnaso. La composición literaria (Trad., introd. y notas de V. Bécares Botas), Univ. Salamanca, 1983. C. T. E rnesti, Lexicon Technologiae Graecorum Rhetoricae, 2.a ed., Hildesheim, 1962. F iló s tr a to , Vidas de los sofistas (Introd., trad, y notas de M.a C. Giner Soria), Madrid, 1982. G. Kennedy, The art of rhetoric in the Roman world, Nueva Jersey, 1972. —, Greek rhetoric under Christian emperors, Nueva Jersey, 1983. G. L. Kustas, «Studies in Byzantine rhetoric», Analekta Blata- don 17 (1973), 5-26. H. Lausberg, Handbuch der literarischen Rhetorik. Eine Grund legung der Literaturwissenschaft = Manual de retórica litera ria [trad. José Pérez Riesco], Madrid, 1966-1968. A. Lesky, Geschichte der Griechischen Literatur = Historia de la literatura griega [versión de J. M.a Díaz y Regañón y Beatriz Romero], Madrid, 1976. 30 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO J. M artin, Antike Rhetorik. Technik und Methode, Munich, 1974. H.-I. M arrou, Histoire de l’éducation dans l’Antiquité = Historia de la educación en la Antigüedad [trad. José Ramón Mayo], 3.a ed., Buenos Aires, 1976. Menandro, Sobre los géneros epidicticos (ed. Francisco Romero Cruz), Salamanca, 1989. H. J. M ette, «Enkyklios paideia», Gymnasium 67 (1960), 300-307. L. Pernox, «Les topoi de l’éloge chez Ménandros le rhéteur», R E G 99 (1986), 34-53. —, «Lieu et lieu commun dans la rhétorique antique», BAGB 86, 253-284. Quintiliani Institutio Oratoria (ed. L. Radermacher), Leipzig, 1971. B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des II et III siècles a. C., Paris, 1971. Retórica a Alejandro (ed. J. Sánchez Sanz), Salamanca, 1989. D. A. R ussell, Criticism in Antiquity, Londres, 1981. —, Greek declamation, Cambridge, 1983. W. Schmid, O. Stählin, Geschichte der griechischen Literatur II, Munich, 1959. Suidae Lexicon (ed. A. Adler), Stuttgart, 1971. U. von W ilam owitz, «Asianismus und Atticismus», Hermes 35 (1900), 1-52. Sobre Teón G. B olognesi, «La traduzione armena dei Progymnasmata di Elio Teone», R A L 17 (1962), 86-125. I. Lana, Quintiliano, II «Sublime» e Gli «Exercizi preparatori» di Elio Teone III, Turin, 1951. —, I Progimnasmi di Elio Teone, I Ia storia del testo, Turin, 1959. G. R eichel, Quaestiones progymnasmaticae, Leipzig, 1909. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832, 137-262. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 57-130. Stegem ann, «Theon», RE 2 (1934), 2037-2054. INTRODUCCIÓN GENERAL Sobre Hermógenes 31 C. S. Baldw in, Medieval Rhetoric and Poetic, Nueva York, 1928, págs. 23-38. «Praeexercitamina Prisciani grammatici ex Hermogene versa», Rhetores Latini Minores (ed. C. Halm), Leipzig, 1836 (Frank furt, 1964), 551-560. L. Radermacher, «Hermogenes», RE 8 (1913), 865-877. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832, 9-54. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 3-18. Rhetores Graeci VI (ed. H. Rabe), Leipzig, 1913. Sobre Aftonio R. A gricola, Aphthonii sophistae Progymnasmata, Lyon, 1598. Brzoska, «Aphtonios», RE 1, 2797-2800. J. M. Catanaeus, Aphthonii Progymnasmata, Venecia, 1522. H effter, «Ueber die Beschreibung der Burg von Alexandria bei Aphthon. progymn. cap. 12», Zeitschrift für die Altertums wissenschaft 48-49 (1839), 377-389. R. E. Nadeau, «The Progymnasmata of Aphtonius in Transla tion», Speech Monographs 19 (1952), 264-285. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 21-56. Rhetores Graeci X (ed. H. Rabe), Leipzig, 1926. Rhetores Graeci XIV (ed. H. Rabe), Leipzig, 1935. J. Sardiani Commentarium in Aphthonii Progymnasmata (ed. H. Rabe), Leipzig, 1928.

martes, 25 de febrero de 2025

ESQUILO GILBERT MURRAY Esquilo Creador de la tragedia

 



NOTA A LA TRADUCCIÓN 

 El lector del «Prefacio» escrito por Gilbert Murray ya sabe que nuestro autor cita las tragedias de Esquilo según su propia traducción inglesa. Se trata de versiones poéticas en las que el traductor tensa al máximo la literalidad del texto para satisfacer las exi gencias de la rima y el metro de los versos ingleses. Nos ha parecido lo más pertinente no traducir el mensaje desnudo de esos fragmentos al español, puesto que no se con servaban los elementos poéticos de la versión inglesa y, en consecuencia, el alejamiento del original esquileo queda sin justificación. Por tanto, en el caso de las citas más ex tensas, ofrecidas en párrafo aparte y cuerpo de letra menor, ofrecemos textualmente la versión de Bernardo Perea Morales de las tragedias de Esquilo (Gredos) y la de Fran cisco Rodríguez Adrados y Juan Rodríguez Somolinos de Las ranas de Aristófanes (Cátedra), pese a que, en ocasiones, difieren bastante de las versiones de Murray. Por otro lado, tanto en el caso de citas más breves o paráfrasis de las piezas de Esquilo, en garzadas en el texto principal de nuestro autor, como en el «argumento» del Agame nón que Murray ofrece en el «Apéndice», no siempre ha sido posible ajustarnos a la versión castellana citada. En los múltiples casos en los que el autor cita el texto de Es quilo de forma resumida o aproximada, hemos traducido el texto de Murray, teniendo a la vista la versión de Bernardo Perea y la de José Alsina Cota, publicada por Cátedra. 

PREFACIO ¿Es verdad que hay suficientes, y más que suficientes, libros sobre Esquilo, no solo ediciones, comentarios y traducciones, sino tam bién estudios literarios e históricos como aquellos que el difunto doctor Verrall llamaba, un tanto irrespetuosamente, «hojarasca» ? Cuando un estudioso consulta el catálogo de la Biblioteca Bodleia- na, o incluso sus propias estanterías, le resulta difícil pensar que no sea así. Y, sin embargo, habrá y tiene que haber más; el proceso no tiene fin. La razón es muy sencilla. Los pocos libros verdaderamente grandes de la historia, los libros cuya belleza y vitalidad intelectual siguen conservando la capacidad de acelerarnos el pulso e inspi rarnos al cabo de más de dos mil años tienen un valor especial para la humanidad y no debemos permitir que mueran. Sin embargo, morirán a menos que, generación tras generación, se los siga estu diando, amando y reinterpretando. Recuerdo la emoción con la que, hará unos cuarenta años, en la biblioteca Laurenciana de Florencia, tomé por primera vez entre mis manos el gran manuscrito de Esquilo, Mediceus 32,9. Me con taron que Rudolf Merkel no pudo reprimir las lágrimas cuando se lo dieron; pero en aquel entonces Merkel acababa de salir de la cár cel por haber participado en algún movimiento republicano en Alemania y le emocionó que lo tratasen con consideración y respe to. Hizo una transcripción extremadamente cuidadosa del ma nuscrito, que resultó muy útil hasta que fue remplazada por el fac 9 10 Prefacio símil fotográfico. En la misma situación, otros harían algo distinto; pero todo verdadero estudiante y amante de Esquilo querrá hacer algo, aunque solo sea tomar notas en el margen de su libro o parti cipar en los debates de alguna sociedad erudita. Algunos optarán por escribir libros. El sufrido público tiene el derecho de plantear al nuevo intér prete al menos dos exigencias mínimas. En primer lugar, tiene que haber estudiado realmente su materia, tiene que haberla es tudiado durante años, antes de creer que tiene algo valioso que de cir al respecto; en segundo lugar, su libro no tiene que ser innece sariamente largo. Creo que yo he cumplido estos dos requisitos básicos. El presente libro no es, en el sentido más estricto de la palabra, erudito. Es únicamente un intento de entender las obras esquíleas como literatura y teatro de gran calidad. Esa clase de estudios corren el riesgo de ser llamados «meramente populares», y el pre sente libro tiene los defectos propios de la especie. Da pocas refe rencias y no recoge una gran cantidad de testimonios o autoridades. Hace escasa o nula mención de la deuda que tiene con escritores anteriores. Los pasajes citados se ofrecen en la mayoría de los casos en inglés, y casi siempre están tomados de mis propias traduccio nes publicadas, opción que reconozco que es posible criticar. Soy consciente, sin embargo, de haber resistido a dos tentaciones que podrían haber hecho el libro excesivamente largo: la de añadir no tas argumentativas al pie para explicar o defender mis opiniones sobre determinados pasajes, y la de alejarme de mi tema inmedia to para adentrarme en otros ámbitos literarios. Por ejemplo, al mostrar que Esquilo elaboró sus grandes piezas dramáticas y su estilo magnífico a partir de «pequeñas fábulas y una dicción bur lesca», fue difícil no explayarse sobre los casos similares de otras grandes tragedias como Hamlet y Fausto: la primera es el resultado de una lenta evolución por etapas que se remonta a la tosca farsa del bufón Amlodi de la epopeya escandinava, de la que quedan Prefacio I I huellas en el Primer Cuarto de Shakespeare; la segunda procede de la popular Comedia del Dr. Fausto, común en las ferias alemanas desde el siglo xvi, que trataba del destino de un hombre que, según las palabras de un contemporáneo, era «un necio más que un filó sofo, un charlatán y un fanfarrón que merece que lo azoten». No obstante, la adición de un apéndice, apéndice que, por aña didura, entraña la repetición de algunas cosas ya dichas, exige una palabra de apología. Cuando empecé a leer obras de teatro griegas me di cuenta de que muchas veces, cuando creía que conocía la obra, y tenía la mente llena de frases y pasajes concretos, en reali dad tenía poca idea de la obra como conjunto o del valor dramá tico de determinadas escenas y transiciones entre escenas. Esto es especialmente aplicable a una obra tan sutil y difícil como Agame nón, y estoy seguro de que a mucha gente le pasará lo mismo. Por ejemplo, en un comentario competente desde el punto de vista lin güístico he visto una observación sobre la «extraña falta de inteli gencia» mostrada por los ancianos en la escena de Casandra. El escritor no había comprendido el interés esencial de la escena, que consiste en ver que se está cumpliendo la maldición de Apolo. Es un ejemplo extremo; pero creo que muchos profesores, cuando leen, pongamos por caso, un parlamento de Clitemestra, no se pre guntan suficientemente, o no hacen que su clase se pregunte, no solo «¿Qué significan las palabras?», sino «¿Por qué dice eso?» o «¿Qué efecto pretende lograr Esquilo?». Si queremos entender la obra, debemos formularnos estas preguntas. La respuesta que les demos, claro está, será hipotética y a me nudo equivocada. Ninguna producción de una obra es perfecta. Recuerdo que uno de los directores más expertos de nuestra época me dijo que, después de dirigir Chéjov con un éxito notable en Londres, vio cómo lo representaban en Moscú unos actores a los que había preparado el propio Chéjov y quedó perplejo al descu brir cuántas cosas no había sabido ver o había entendido mal. No hay duda de que, si pudiésemos ver una representación del Agame 12 Prefacio nón dirigida por el propio Esquilo, quedaríamos considerable mente más perplejos. Pero la comprensión perfecta de cualquier poema, como el propio poema perfecto, queda fuera del alcance de los mortales. Con todo, podemos esforzarnos para aproximarnos a ese ideal. Pero volvamos a los detalles. Como se menciona en la pág. 132, la búsqueda continua de fragmentos de Esquilo en los trozos de papiros de Oxirrinco y otros lugares se ha visto recompensada oca sionalmente con un hallazgo importante. Como el señor Lobel ha tenido la amabilidad de dejarme ver los fragmentos que publicará en su próximo libro, Oxyrhynchus Papyri XVIII, añado esta breve nota. En primer lugar, mi sugerencia sobre la trilogía de Perseo en la pág. 148 es errónea. Los nuevos fragmentos de los Δικτυουλκοί, o Los que tiran de la red, pertenecen sin duda al mismo manuscrito que los dos ya publicados por Vitelli y Norsa en Pap. Soc. It. 1209, y proceden de un drama satírico, no de una tragedia. Al parecer, el cofre en el que Dánae y su hijo fueron arrojados al mar no se man tuvo a flote como un bote abierto, sino que tenía la tapa cerrada y se hundió. Al menos, en el fragmento florentino, el coro, que lleva a la costa un objeto pesado que ha quedado atrapado en su red, cree que es «un tiburón o una ballena o alguna clase de mons truo», y en el fragmento de Oxirrinco se dice que Dánae estuvo «bajo el agua» (ύφαλος). Es evidente que el coro está formado por sátiros. Arrastran el cofre hasta la costa, lo abren y descubren a la madre y el niño. Parece que Dánae está dormida o inconsciente. El pescador, Dictis, se apiada de ellos y promete protección a los des terrados, y pide a los sátiros que los vigilen. Se marcha y Dánae despierta y se encuentra con los grotescos sátiros bailando a su alrededor. Dirige una súplica desesperada a Zeus, que la había traicionado, amenazando con matarse antes que permitir que vuelvan a arrojarla al mar o la entreguen a la merced de «esos mons truos» (τοΐσδε κνωδάλοις). Mientras tanto, no obstante, el niño, Prefacio τ3 divertido con las payasadas de los sátiros, empieza a reír. Juegan con él y hacen ruidos apropiados (ποππυσμός), y todo va bien. En un fragmento posterior, tenemos un final feliz, en el que Dánae va a casarse con Dictis. Se ha encontrado otro espécimen del estilo satírico de Esquilo y el señor Lobel lo ha relacionado con los Enviados o Isthmiastai. Los enviados son sátiros; los encontramos ante el templo de Posei don, colgando unas máscaras que son sus propios retratos. (¡Es tal el parecido que haría gritar a su madre!) Parece una referencia al ritual de los oscilla colgantes a los que se refiere en Géorgie II389 y sigs. (cf. el festival ateniense de Αιώρα). La trama es oscura. Algún «Exarchón» —probablemente el propio Dioniso, puesto que al guien lo llama άναλκις y γύννις— reprocha a su coro que haya asis tido a la fiesta de Istmia en lugar de dedicarse a sus propios bailes. Alguien se refugia en el templo, y algún perseguidor accede a abandonar su persecución a cambio de un regalo, un objeto «he cho con una azuela y un yunque» que no sabe para qué sirve. No tenemos ninguna descripción antigua de los Isthmiastai y los estu diosos tienen que recurrir a su ingenio para interpretar los frag mentos. Estos dos papiros tienen un interés extraordinario, puesto que son los únicos ejemplares de que disponemos del famoso drama satírico de Esquilo. Lo poco que se ha conservado permite hacerse una idea de la gracia y el vigor del estilo: parece espontáneo, ani mado y rápido, y al mismo tiempo tiene cierta elegancia. Ahora bien sería precipitado sacar conclusiones a partir de un material tan exiguo. Hay menos que comentar acerca de los nuevos fragmentos de tragedias. El papiro florentino de Níobe es un magnífico ejem plo del verso esquileo. Los numerosos fragmentos diminutos del Glauco de Potnia, la tercera parte de la trilogía de Los persas, solo son incitantes, pero parecen encajar bien, como señala el señor Lobel, con la historia conocida del Sparagmos de ese héroe por sus Μ Prefacio propios caballos. El otro Glauco también está representado. Un fragmento de quince versos contiene un pareado citado por Estra- bón a partir de Glaucus Pontius, y parece proceder de un par lamento de Glauco en el que cuenta que, en un lugar desierto, encontró la planta de la vida eterna, lo cual sabemos que era el epi sodio principal de la obra. G. M. Oxford 27 de diciembre de 1939

viernes, 14 de febrero de 2025

Alegorías de Homero & Metamorfosis INTRODUCCIÓN

 



Se ofrecen aquí dos escritos sobre materia mitológica, uno de carácter hermenéutico-interpretativo y el otro una compilación de los más variados mitos relacionados con metamorfosis.

Con Alegorías de Homero, el autor se propone defender a Homero de sus detractores, y ve en la interpretación alegórica la mejor estrategia defensiva, que ya había tenido sus precursores en el siglo VI a. C., frente a los ataques de quienes censuran la creación de una serie de mitos sacrílegos e impíos. Este brumoso autor, llamado Heráclito el Homérico, vivió al parecer en el siglo I a. C.

Desconocemos el motivo por el cual realizó Antonino Liberal (siglo II o III d. C.) su recopilación de metamorfosis, pues ni él mismo lo manifiesta ni poseemos otro tipo de fuentes que nos permita averiguarlo. En cualquier caso, nos ofrece una gran cantidad de datos sobre ritos y sacrificios, sobre motivos etiológicos tan del gusto helenístico, sobre extrañas leyendas, algunas incluso con pretensiones históricas, pero, sobre todo, un inmenso material mitográfico de difícil clasificación a veces.

 

Heráclito & Antonino Liberal

Alegorías de Homero & Metamorfosis

Biblioteca Clásica Gredos - 125

Heráclito & Antonino Liberal, 0200

Traducción: María Antonia Ozaeta Gálvez

Introducción: Esteban Calderón Dorda

Diseño de cubierta: Piolin

 

HERÁCLITO

ALEGORÍAS DE HOMERO

INTRODUCCIÓN

EL AUTOR

La tradición adjudica una obra que lleva por título Alegorías de Homero a un tal Heráclito, del que nada sabemos y a quien algunos filólogos prefieren llamar Pseudo-Heráclito, para no confundirlo con el filósofo de Éfeso. F. Buffière lo distingue como Heráclito el rétor[1]. En realidad, el nombre de Heráclito nos lo ha transmitido el códice Mediolanensis Ambrosianus B-99 sup. (M), del siglo XIII, que es el manuscrito más antiguo y más autorizado de cuantos contienen las Alegorías; pero, como muy bien apostilla otro códice, el Londinensis Bibliothecae regiae (G)[2], no se trata de «Heráclito el oscuro», esto es, el de Éfeso, sino de otro distinto. Así, la edición aldina[3] lo llama «Heraclides Ponticus», al igual que una adición debida a una mano posterior al códice Vaticanus gr. 951 (B), del siglo XIV, bajo cuyo nombre deformado por los avatares de la transmisión no cabe sino entender Heráclito, a quien se confunde con Heraclides del Ponto, discípulo de Aristóteles[4].

Con el nombre de Heráclito también se nos ha conservado una obra de carácter mitográfico intitulada Perí apíston[5], de índole semejante a la del mismo título de Paléfato. Éste es el Heráclito que conoce Eustacio[6], que no parece distinguir entre el autor de las Alegorías y el de los Ápista; confusión explicada con no pocas dificultades por F. Oelmann en los Prolegomena a su edición[7]. Ahora bien, como ya ha puesto de relieve Buffière[8], el nombre de Heráclito era lo suficientemente común como para no tener que suponer una identidad de personas entre los autores de los dos opúsculos; razón a la que se añade el aspecto notablemente diverso de ambas obras. No hay, por tanto, motivos suficientes, para unir el destino de los dos Heráclitos.

En cuanto a la cronología, sólo podemos establecer con seguridad el terminus post quem: el autor más tardío citado por él es Alejandro de Éfeso, que, con el sobrenombre de Licno, compuso poemas didácticos sobre astronomía y geografía y al cual ubican en el siglo I a. C., entre otros[9], A. Meineke[10], C. Reinhardt[11] y A. Lesky[12]; le siguen Apolodoro de Atenas (cap. 7, 1), Crates de Malos (cap. 27, 2), ambos del siglo II a. C., y un discípulo de éste, Heródico de Babilonia (cap. 11, 2), a quien conocemos sobre todo por Ateneo[13] y a quien se supone la fuente de Heráclito para sus ataques contra Platón. A partir de estos datos es tradicional situarlo en el siglo I de nuestra era, en tiempos de Augusto o de Nerón[14]. Por su parte, F. Oelmann lo estima contemporáneo de Diodoro, Onasandro, que escribió en el reinado de Claudio, Hierocles el estoico y el autor de Sobre lo Sublime[15]. Retrasar un siglo la existencia de Heráclito introduciría una seria dificultad, y es la aparición de la exégesis mística presente a partir de Plutarco. Es evidente que Heráclito, de haberla conocido, la hubiese utilizado, como medio eficaz para defender a Homero, junto a los otros tipos de exégesis. Además, según P. Wendland[16], hay una estrecha conexión con la enseñanza gramatical de Alejandría y Pérgamo, de donde quizá procede la polémica antiplatónica, lo cual también nos remite al siglo I d. C.; la discusión sobre Platón y Homero también estuvo de moda en la época de Adriano.

LA OBRA

a) El título

Alegorías de Homero no es, sin duda, el título original de la obra, tal y como H. Schrader lo había supuesto[17] y como demostró F. Oelmann a través del estudio de los manuscritos de la tradición heraclitea[18]. El título está muy condicionado por la edición aldina. En 1542 y 1544 el erudito suizo Conrad Gesner publicó la obra bajo el título de Allegoriae in Homeri fabulas de diis[19]. Dicho título, según el post scriptum del códice M que, como ha quedado visto, es el más antiguo, es: Problemas homéricos de Heráclito que en torno a los dioses explicó alegóricamente Homero. Otros manuscritos dan títulos más largos e imaginativos, y, sin duda, recientes: así, por ejemplo, el códice G o el B. El mismo Oelmann ha señalado[20] que las expresiones homerikà problémata o homeriká dsetémata eran frecuentes, en la antigüedad, para designar a las obras relativas a la crítica de los poemas homéricos. Podemos añadir que, antes del siglo XI, no se descubrieron huellas de esta obra; las primeras, en los escolios de Homero del códice Venetus B, y después, en Eustacio y Tzetzes.

b) El planteamiento

El objetivo principal del autor es el de defender a Homero de sus detractores, y ve en la interpretación alegórica la mejor estrategia defensiva, que ya había tenido sus precursores en el siglo vi a. C. con Teágenes de Regio y Metrodoro de Lámpsaco. Frente a los ataques de quienes ven en Homero al autor de una serie de mitos sacrílegos e impíos, se impone como defensa el considerarlos alegorías, y, en consecuencia, no cabe sino aplicar una interpretación alegórica. Ésta es, en síntesis, la base del método alegórico. Heráclito es el heredero de una tradición exegética de cinco siglos, y el eslabón de la cadena más próximo es el de los estoicos[21].

Heráclito considera válido este método para conciliar el fervor a Homero con el buen sentido[22]. Con Heráclito la explicación alegórica de origen estoico alcanza su esplendor; a partir de él, sólo hay dos autores de cierta relevancia que hayan continuado por esta senda abierta, como hemos dicho, siglos antes: Pseudo-Plutarco, con su obra Sobre la vida y la poesía de Homero[23], y Porfirio, con sus Cuestiones homéricas y La gruta de las ninfas[24]. Paralelo, cronológicamente hablando, a la obra de Heráclito debió de ser el Resumen de teología griega de Cornuto. Este autor, de influencia estoica, vivió en el siglo I d. C., fue maestro de Persio y conoció el exilio por mandato de Nerón en el 66 o 68, según el testimonio de Dión Casio (62, 29). En su obra pasa revista al panteón griego para explicar el simbolismo físico o moral de cada una de sus divinidades[25].

Se sabe que, hacia finales del siglo VI a. C., se produjo una reacción contra la teología homérica, bajo la acusación de que mostraba inmoralmente a los dioses. Así, Diógenes Laercio[26] da cuenta de una narración de Jerónimo de Rodas[27], según la cual Pitágoras, en el curso de una visita a los infiernos, fue testigo de las duras penas infligidas a Homero y Hesíodo por el trato injurioso que ambos habían dado a los dioses en sus respectivas obras. Testimonios similares tenemos en Jenófanes[28] y en el otro Heráclito, el de Éfeso[29], cuando afirmaba que «Homero es digno de ser expulsado de las competiciones y azotado».

Sin entrar ahora en detalles de su desarrollo, esta reacción antihomérica dispuso la vía para una contestación a través de la interpretación alegórica, con figuras como Teágenes de Regio, Estesímbroto de Tasos, Antímaco de Colofón, etc. Habitualmente se veía en Homero a un filósofo; no chocará, por tanto, que se haga una interpretación alegórica de su obra. Toda la literatura griega está plagada de filias y de fobias en lo tocante a la figura de Homero. En Platón, por ejemplo, hay ataques enconadísimos contra los poemas homéricos; es el caso del libro X de la República, en donde afirma que Homero fue un ignorante y un mero imitador de imágenes «sin tener nunca acceso a la verdad[30]». Con posterioridad, fue la crítica epicúrea la que denostó las obras de Homero, especialmente con su desprecio hacia la poesía. La oposición de Epicuro hacia la exégesis estoica[31], que había surgido como defensa de los valores morales de Homero frente a los ataques platónicos, queda reflejada en las tres Cartas que conservamos[32], así como en un opúsculo, Sobre la piedad, de un discípulo suyo, Filodemo[33], que fue descubierto a finales del siglo XIX en uno de los riquísimos papiros de Herculano; pero, sobre todo, en la síntesis que de estas ideas ofrece Cicerón en el libro I de su tratado De natura deorum. En este ambiente hay que encuadrar las Alegorías de Homero con que Heráclito pretende justificar la utilidad y piedad de la poesía homérica; sin la interpretación alegórica, los poemas de Homero no serían otra cosa que impiedad[34].

c) La alegoría

La palabra allegoría es relativamente reciente en la lengua griega[35] y viene a traducir una idea ya antigua que, en un principio, se expresaba con el término hypónoia. Hay un pasaje de Plutarco en su obrita Cómo debe el joven escuchar la poesía que conviene leer atentamente:

En Homero tal clase de enseñanza se silencia, pero tiene una consideración útil a propósito de los mitos especialmente desacreditados, a los que algunos fuerzan y retuercen con los llamados antes significados profundos y ahora alegorías, diciendo, por ejemplo, que el Sol denuncia el adulterio de Afrodita con Ares[36], porque el astro de Ares al unirse con el de Afrodita lleva a término nacimientos adulterinos, que no pasan desapercibidos cuando el Sol retorna y los sorprende[37].

En él se puede observar la transición de hypónoia a allegoría. Pero todavía hay más: Plutarco, en su tratado Sobre Isis y Osiris[38], dice que «los griegos ven en Crono una designación alegórica (allegoroûsi) del tiempo». De hecho, el término allegoría es de uso corriente durante toda la época helenística; así Filón lo usa repetidamente, aunque conserva todavía hypónoia[39], y también otros autores como Filóstrato, Sinesio, Proclo, etc.

Hay cierta unanimidad entre los autores a la hora de definir esta figura retórica como «decir una cosa para hacer comprender otra[40]». H. Lausberg la define como «la metáfora continuada como tropo de pensamiento y consiste en la sustitución del pensamiento indicado por otro que está en relación de semejanza con aquél[41]»; «allegorían facit continua metaphorá», dirá Quintiliano[42]. Pero es el mismo Heráclito quien cree necesario definir la alegoría como «la figura (trópos)» que dice una cosa, pero significa otra distinta de la que menciona[43]. En el vocabulario de la retórica, el término «alegoría» se encuentra en Filodemo de Gádara[44].

Sobre su relación con otra figura, la metáfora, procedente de la retórica, ya hemos visto lo dicho por Quintiliano[45]; ahora bien, con un matiz: cuando la alegoría comporta una cierta oscuridad se convierte en aínigma (aenigma)[46]. «Aenigma est obscura allegoria», matizará san Agustín[47], que la considera casi sinónima de la parábola[48]. Dicho de otra manera: todo enigma es alegoría, pero no toda alegoría es enigma[49].

d) El contenido

El trabajo de Heráclito consiste en la recopilación de un extenso corpus de alegorías, de gran importancia para la historia de exégesis homérica. Dedica más espacio a la Ilíada, unos cincuenta capítulos, mientras que a la Odisea tan sólo quince; si bien hay que tener en cuenta que, para la Odisea, los manuscritos han transmitido una importante laguna, difícil de valorar, que nos priva del comentario al contenido de los cantos que van del XI al XIX[50]. Justo antes de la laguna hay una explicación alegórica (cap. 74) plena de poesía: los ríos infernales no son sino las doloridas lágrimas de aquellos que lloran a los muertos; simbolismo magníficamente recogido por Macrobio en su Comentario al Sueño de Escipión[51].

El contenido comprende, por una parte, un comentario alegórico de la Ilíada y de la Odisea y, por otra, una defensa del autor de ambos poemas frente a Platón y Epicuro, fundamentalmente; para Heráclito, Homero es un theôn hierophántes (cap. 76, 1). Después de la introducción (caps. 1-4), define técnicamente la alegoría (cap. 5), pareciendo remitir a algún manual sobre los tropos y conservando fragmentos de Arquíloco, Alceo y Anacreonte. A continuación comienza a interpretar, según el método estoico, los mitos de los dioses alegóricamente, persiguiendo su sabiduría en el orden de rapsodias en que se nos ha conservado la obra homérica. Las interpretaciones de Heráclito se basan, repetimos, en las estoicas y en las procedentes de la escuela de Pérgamo, interpretaciones muy difundidas a lo largo y ancho de la literatura y que presentan escasas variaciones; su última refundición estuvo a cargo de una enigmática mujer-filósofo llamada Demo[52].

El orden rapsódico del trabajo conlleva una no sistematización de los distintos tipos de exégesis: física, moral e histórica. Este planteamiento origina una serie de repeticiones necesarias para poder entender las argumentaciones que expone en determinados lugares y que serían ininteligibles, si se esperase a su explicación dentro del orden natural de las rapsodias[53], así como a excursus como los cuatro capítulos (8-11) que dedica a demostrar que la acción de la Ilíada transcurre en verano. En cualquier caso, aunque siga el orden tradicional de los poemas, su comentario rebosa un logicismo más que riguroso.

La exégesis física evidencia que, para Homero, los dioses representan elementos o fuerzas de la naturaleza, frente a la exégesis moral que los propone como conceptos abstractos de vicios o virtudes[54]. Esta diferenciación ya fue reseñada por Teágenes de Regio al explicar la Teomaquia, como se puede comprobar en un escolio de Porfirio a Ilíada XX 67 recogiendo los ataques de los filósofos, en especial Platón[55], al combate de los dioses en la citada rapsodia.

Por lo tanto, la exégesis física nos permite identificar elementos: Apolo es el sol (caps. 6-16), Zeus el éter (cap. 36), Posidón el mar (cap. 38), etc.; o, incluso, mitos cosmogónicos: la fabricación del escudo de Aquiles (caps. 43-51), la historia de Proteo e Idotea (caps. 64-67), la concordia y la discordia (Ares y Afrodita) (cap. 69), etc., en donde Heráclito refleja ideas de orden estoico. La eclosión de la primavera es, para nuestro autor, la consecuencia de los amores de Zeus y de Hera en el monte Ida (cap. 39), puesto que son el éter y el aire. Contra este tipo de exégesis reaccionó Plutarco, que prefiere una interpretación de tipo moral[56].

Por otra parte, la exégesis moral brinda a los dioses como paradigmas de vicios o virtudes; así, es sabido que Atenea es la personificación de la sabiduría. Por notable, hay que resaltar el hecho de que Heráclito recoge el pensamiento platónico en cuanto a la división del alma, identificando las partes con divinidades: Atenea es noûs, Ares es thymós y Afrodita, en buena parte, epithymía. Hay otras alegorías de carácter moral menos importantes como, por ejemplo, Iris, la palabra (cap. 28), Hebe, la juventud (cap. 29), Hades, los misterios del más allá (cap. 34), etc. Una importante alegoría moral es la referente a Ulises, a quien cínicos y estoicos admiraban por su espíritu sagaz, y que es aprovechada para combatir a Epicuro, llamado irónicamente «feacio[57]» e «ignorante» (cap. 79). Incluso A. Grilli[58] ha querido ver en el naufragio de Ulises, narrado en el cap. 79, 5, una alusión maliciosa al naufragio que sufrió Epicuro en cierta ocasión. La partenaire del rey de Ítaca, Circe, es presentada como la imagen del placer (cap. 72). Esta interpretación alegórico-moral fue utilizada, incluso, por autores cristianos; en este sentido, H. Rahner[59] y V. Buchheit[60] han estudiado un pasaje de Metodio en el que pone en parangón la situación de Ulises asediado por el canto de las Sirenas[61], con la del hombre tentado por las vanidades del mundo; imagen que también se encuentra en San Jerónimo[62].

Hay un tercer tipo de exégesis: la de tipo histórico; llamada así a partir de Eustacio y consistente en buscar una explicación racional de los mitos, es decir, supone que en el origen del mito subyace un hecho real. Paléfato, discípulo de Aristóteles, consagró una obra a este tipo de explicaciones, Perì apíston, y fue, junto a Diodoro de Sicilia, el gran continuador de la interpretación realista e histórica iniciada por Evémero[63], que, a su vez, partía de ciertos postulados de la teología estoica. Posteriormente también entre los historiadores se dio esa inclinación, como es el caso de Polibio o de Estrabón, para quienes obras como la Odisea han distorsionado la realidad histórica y geográfica[64]. De hecho, ya en Platón[65] hay una interpretación racional del míto de Bóreas y Oritía. En el caso que nos ocupa hay ejemplos en la historia de Dioniso perseguido por Licurgo: la vendimia (cap. 35); en la de Jasión amado por Deméter: el agricultor beneficiado por la tierra (cap. 68); en la relativa a la visión de Teoclimeno: un eclipse de sol (cap. 75), etc.; hechos naturales mal observados o mal interpretados y expuestos a través de un mito.

F. Buffière ha puesto de relieve[66] el hecho de que en Heráclito no existe una exégesis mística, tal y como anunciamos antes, cuyo objetivo fundamental era explicar la suerte que corrían las almas en el más allá. La razón es que este tipo de exégesis no aparece en la literatura hasta finales del siglo I a. C. y no alcanza su floruit hasta los siglos II y III con Numenio, sobre todo, y con Porfirio. Así, la Odisea pasa a ser interpretada como el poema de la nostalgia[67], y Ulises busca entre afanes y sufrimientos su Ítaca, como el alma en su peregrinaje hacia una patria eterna.

e) Las fuentes

Ya hemos visto que Heráclito se enmarca dentro de una línea interpretativa alegórica que hunde sus raíces en el siglo VI a. C.[68]. Así pues, tenemos como probables fuentes a Glaucón de Regio, o de Teos, autor de Sobre los antiguos poetas y músicos, alegorista citado por Platón[69] y por Aristóteles[70]; a Estesímbroto de Tasos, citado también por Platón[71] y que, con anterioridad a Crates, había tratado el tema de la división del mundo[72], y a Teágenes de Regio, contemporáneo de Cambises, del que sabemos que llevó a cabo una exégesis física y moral de la «Teomaquia», según un escolio de Porfirio a Ilíada XX 67[73]. En esta línea se inserta la labor realizada por los estoicos posteriormente[74].

El relevo lo toma Crates de Malos, citado por Heráclito (cap. 27, 2), que debió de influir decisivamente en nuestro autor[75] en lo relativo a los conocimientos científicos que la escuela de Pérgamo le atribuía a Homero. Se detecta un afán por explicar la concepción homérica del mundo desde la forma esférica del cosmos estoico[76]. Para Heráclito, Homero ha conocido la armonía de las esferas (cap. 12)[77], la fecha de los eclipses (cap. 75)[78] la clasificación de los seísmos (cap. 38)[79], etc. También los escolios del Cod. Parisinus 2679 y 268I a Ilíada X 394 atribuyen a Crates el conocimiento de la exégesis conocida como de la «noche puntiaguda[80]», según la cual las sombras de la tierra tenían forma cónica. En esta línea figura como fuente, tal y como ya hemos dicho, Heródico de Babilonia, discípulo de Crates, a quien Heráclito cita una sola vez (cap. 11, 2), aunque, probablemente, lo utilizó para bastantes más pasajes[81].

Otra fuente es Apolodoro de Atenas[82], discípulo del estoico Diógenes de Seleucia y de los gramáticos de Pérgamo, autor de un tratado perdido Sobre los dioses[83], al que, según R. Münzel[84], se remontan varios pasajes de los alegoristas Heráclito y Cornuto y de los neoplatónicos Macrobio y Porfirio. Trabajó en la biblioteca de Alejandría y allí debió de coincidir con Aristarco y su escuela de exégesis fundamentalmente homérica; hecho que forzosamente ocurrió antes del 146 a. C., fecha en la que, según Ateneo[85], Aristarco se tuvo que exiliar a Chipre; con posterioridad reaparece en Pérgamo en el 144 a. C.[86]. El cap. 7 de Heráclito es una buena muestra del tipo de etimologías que realizaba Apolodoro, a propósito de los diversos nombres con que se conocía a Apolo[87].

f) El estilo

Para F. Buffière, Heráclito no es un estoico stricto sensu, sino, más bien, «un rétor de buena voluntad preocupado por el triunfo de Homero sobre todas las escuelas[88]», de ahí que utilice los recursos que le ofrece la retórica; es decir, pone la retórica al servicio de Homero. Heráclito se convierte de esta manera en un apologista de la poesía homérica como fuente indefectible de todas las dóxai, aunque para ello tenga que caer en algunas contradicciones. Presenta un estilo ampuloso y grandilocuente en el que abundan las metáforas y las reminiscencias poéticas, poniendo gran interés en evitar el hiato[89]. Lógicamente, su vocabulario se halla más cerca de Plutarco que de Platón[90], utilizando frecuentemente términos como theología, philosophía, physiología, etc., y giros un tanto rebuscados para obtener un lenguaje cuidado y pulido.

Tal vez por todo esto su obra ha corrido mejor suerte que otras del mismo género, ganándose las preferencias de los eruditos bizantinos y convirtiéndose en el punto de encuentro en el que confluyen las diversas y centenarias corrientes de las exégesis homérica.

g) La transmisión del texto

De dos diferentes maneras se nos ha transmitido la obra de Heráclito: por una parte, a través de los códices que forman la tradición manuscrita de las Alegorías como tales, y, por otra, en los fragmentos que aparecen en los escolios a la Ilíada y a la Odisea, en la tradición propia de estas obras[91].

Ya hemos dicho que el códice más antiguo es el Mediolanensis Ambrosianus B-99-sup. (M) del siglo XIII y que, curiosamente, sólo transmite el final de la obra (cap. 79, 9-final), ya que la parte que contenía el resto de las

Alegorías fue arrancada. Esta lamentable pérdida se puede subsanar, en parte, por el testimonio de los códices Vaticanus gr. 871 (A) y Vaticanus gr. 951 (B), así como el manuscrito que sirvió de modelo al Londinensis Bibliothecae regiae 16 C (G) y a la edición aldina (a), hoy desaparecido. Estos testigos de la tradición (A, B, G y modelo de a) han sido copias de M, y gracias a ellos se puede fijar el texto que contenían los folios arrancados.

El códice A, del siglo xv, termina justo donde empieza M: cap. 79, 8, y fue editado por Matranga en sus Anecdota graeca[92]. Por su parte, el códice B, del siglo XIV, tan sólo transmite la primera parte de la obra: hasta el cap. 15, 7. Ya nos hemos referido, al comienzo de esta Introducción[93], al códice G, que está incompleto (hasta el cap. 71, 11) y sobre el cual fue copiado el Florentinus Riccardianus 41, del siglo XVI. En cuanto a la edición aldina, ya hemos dicho que el manuscrito que sirvió de base se ha perdido. Llega hasta el cap. 71, 11 y se corta en la misma palabra que G, lo cual es un indicio que nos remonta a un patrón común. De la edición aldina depende, a su vez, un manuscrito hispano: el Escorialensis Σ-I-20.

Aparte de estos manuscritos, ligados por la tradición, existen otros dos que no dependen de M. Son el Vaticanus gr. 305 (D), de principios del siglo XIV, que transmite desde el cap. 41, 5 hasta el final y parece próximo a M, y el Oxoniensis bib. Collegii Novi, 298 (O), también de comienzos del siglo XIV y que, al contrario que el anterior, contiene desde el inicio hasta el cap. 28, 6[94].

BIBLIOGRAFÍA

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ESTEBAN CALDERÓN DORDA

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

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