La insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas es tan intensa y solemne que hasta los versos parecen marchar en formación militar, aunque estén armados solo con metáforas.
La rebelión más elegante del siglo
Carlos
Martínez Rivas escribió La insurrección solitaria como si fuera un
manifiesto revolucionario… pero para poetas con traje de gala. Su insurrección
no tiene barricadas ni gritos: tiene endecasílabos impecables y una sintaxis
tan pulida que podría reflejar el sol. ¿Quién necesita un ejército cuando se
tiene un verso que corta como espada?
El poeta solitario que no quería compañía
Martínez
Rivas se insurrecciona, sí, pero contra todo: contra el amor, contra la muerte,
contra la poesía misma. Es como si dijera: “¡Abajo el romanticismo barato!”
mientras escribe algunos de los versos más románticos y desgarradores que ha
producido Nicaragua. Su soledad es tan absoluta que ni los lectores se atreven
a acompañarlo sin antes pedir permiso.
Un solo libro,
mil interpretaciones
Publicó un
solo libro en vida, como si dijera: “Con esto basta, no necesito más para ser
eterno.” Y lo logró. Pero claro, eso también lo convierte en el autor favorito
de los críticos que aman sobreinterpretar. Cada poema es una mina de oro para
el análisis académico… o una trampa para los que creen que entienden lo que
quiso decir.
Filosofía con
perfume
La obra está
impregnada de Nietzsche, de Cardenal, de Darío, pero también de un perfume
existencial que huele a desesperanza elegante. Es como si el poeta dijera: “La
vida no tiene sentido, pero qué bello es decirlo con ritmo y rima.” Su rebeldía
es tan refinada que parece diseñada para salones literarios, no para
trincheras.
Conclusión: La insurrección solitaria no
es una revolución, es una gala poética donde el único invitado es el dolor bien
vestido. Martínez Rivas no grita: susurra con furia. Y en ese susurro, nos
obliga a escuchar lo que no queremos oír: que la belleza también puede ser una
forma de protesta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario