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lunes, 7 de octubre de 2013

Myriam Moscona. Premio Xavier Villaurrutia 2012. Novela: "Tela de sevoya"

 
La escritora Myriam Moscona presentó este domingo su novela Tela de sevoya en la Sinagoga Histórica, ubicada en el centro de la ciudad de México, un recinto cuya historia comienza en 1922, cuando la comunidad de judíos askenazí decidió fundar un centro comunitario, primero en un cuarto de vecindad, y después al adquirir dos casas en la calle Justo Sierra.
La sinagoga, copia de una de Lituania, se inauguró en 1941, pero con el paso del tiempo quedó abandonada, hasta 2008, cuando se emprendieron labores para su rescate y se reinauguró en 2009. Hoy es un centro en el que se realizan distintas actividades, como proyección de películas, conciertos, visitas guiadas y, como ahora, presentaciones de libros.
En el caso de Tela de Sevoya, la autora, quien obtuvo el premio Xavier Villaurrutia 2012, leyó fragmentos en judeo español o ladino, en compañía del escritor Alberto Ruy Sánchez, con música del grupo Sefarad.
Esta novela, publicada por la editorial Random House Mondadori, habla de esa lengua secreta que se encuentra abajo del español, que es la judeo española. Es una historia del pueblo judío, pero no historia con mayúscula, sino la formada de pequeñas historias y sueños.
En una entrevista publicada en estas páginas hace unos meses la autora platicó acerca de esta novela que, precisó, no es autobiográfica.
Es un libro lleno de fronteras: entre los distintos géneros, entre el español contemporáneo y el español arcaico, entre la memoria y la ficción, entre los vivos y los muertos, la vida y la muerte que, creo, es una de las más importantes, quería que el lector se acercara al judeo español o ladino, lengua ya catalogada en peligro de extinción, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Myriam Moscona, de origen búlgaro sefardí, da vida a esa lengua a través de un personaje: la abuela. Es un idioma en el que escribe y que, añadió en la entrevista publicada el 7 de noviembre de 2012, es algo que no deja de sorprenderla.
Escuchamos el ladino o judeo español en zonas rurales del país, en palabras como juites, ansina, nadien, mesmo, que parecieran una falta de instrucción o de escolaridad, pero que en realidad es el español que se trajeron a América los primeros que llegaron, y que en esos lugares se quedó congelada, pero, ojo: una lengua congelada está condenada a morir. Yo no digo que el judeo español sea un español arcaico congelado, porque es una lengua que a lo largo de los siglos sí tuvo una evolución, se fue llenando de los distintos giros de las lenguas vernáculas, de los lugares a donde llegaron los hablantes expulsados de España.
El ladino, continuó en la charla, originalmente era la transliteración de los textos litúrgicos al español. Para mí, primero es un fenómeno apasionante, es ver a través de unos rayos equis una lengua secreta abajo de mi lengua. Es la lengua de mis ancestros, de mis muertos, y es la biografía de la lengua, de mi lengua, y antes que cualquier otro género a lo que me debo es al lenguaje. Lo hablo con un falso acento, un acento que imita, oír a los verdaderos hablantes es maravilloso. Es una lengua sin patria, es un español que hablan los desterrados, es en verdad un fenómeno apasionante.
Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2013/05/20/cultura/a09n1cul

viernes, 4 de octubre de 2013

Felipe Garrido. Premio Xavier Villaurrutia 2011. Cuentos: CONJUROS.


Selección y nota introductoria de
JOAQUÍN-ARMANDOCHACÓN
UNIVERSIDADNACIONALAUTÓNOMA DEMÉXICO
COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL
DIRECCIÓN DE LITERATURA
MÉXICO, 2010

NOTA INTRODUCTORIA
1
Entrar en los cuentos de Felipe Garrido es como si de
improviso nos asomáramos por una ventana para cu-
riosear en una escena familiar donde algunos de sus
miembros tuvieran una conversación frente a la sopa y
los espárragos, junto al pescado y al postre, o como
quien escucha en la mesa de al lado a un hombre que
recuerda en voz un poco alta un instante pasado, un
poema, a una mujer. Desde las primeras frases, casi
siempre, sus cuentos nos van a interesar, estamos dis-
puestos a ser atrapados y toda nuestra atención está a
la espera de algo que nos va a ser revelado. Pero en los
cuentos de Felipe Garrido también parece como si nos
metiéramos en ellos cuando la historia ya ha comenza-
do y que los dejamos —Garrido nos los concluye—
cuando todavía no ha terminado, y entonces ese algo
que creemos atrapar —casi en la punta de los dedos,
casi, como la imagen de un sueño que se evapora—
está allá atrás, en el fondo de nuestros recuerdos, como
algo imaginado o perdido, pero que ahora ha sido
transfigurado de una manera sorprendente con la sutil
magia de un verdadero relator de historias.
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Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 10 de septiembre de
1942, Felipe Garrido continúa esa tradición de magní-
ficos narradores de la región como lo han sido Agustín
Yáñez, Juan Rulfo y Juan José Arreola, para mencio-
nar sólo a tres ejemplos. De prosa elegante y precisa
en su aparente sencillez, envolvente y pulcra, pero que
sabe encontrarle las esquinas y los vientos al lenguaje,
Felipe Garrido ya nos ha dado varios libros de cuentos,
el primero en 1978, Con canto no aprendido, que lo
situaba entre los escritores de su generación como un
autor sereno, paciente y eficaz, lejos de la moda y las
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improvisaciones y cercano al cariño por la literatura y
el oficio (en el camino ha sido periodista, diseñador,
corrector de ediciones, y luego brillante editor y maes-
tro de literatura, así como traductor, labor por la cual
ha sido merecedor del Premio de Traducción Literaria
Alfonso X, en 1983); después, en 1984, La urna y
otras historias de amor, que le valió el Premio Abril
que los críticos mexicanos otorgaban con real justicia,
lejos de las camarillas y los compromisos, a lo mejor
de la literatura en el año. Los seis cuentos de La urna y
otras historias de amor mostraban a un autor muy
seguro de su oficio, que narraba sin titubeos y sabía
hacia dónde quería llegar y, además, con una malicia
de quien comprende la vida y en ella a los personajes
que viven en sus historias; ese mismo año publica Co-
sas de familia y, en el siguiente, Garabatos en el agua,
una selección con cincuenta y cuatro breves textos que
habían ido apareciendo en el suplemento cultural
Sábado en su columna La musa y el garabato.
3
Las breves prosas de Garabatos en el agua en realidad
son dibujos muy definidos, como si hubieran sido tra-
zados con un fino lápiz, que muestran a unos persona-
jes vivos, de carne y espíritu, que son sorprendidos en
una actitud cotidiana y que al ser detenidos en el tiem-
po por medio de la escritura, la vuelven sorprendente,
casi fantástica, porque los personajes de Felipe Garri-
do, aunque habitan en este mundo, sus ojos miran
hacia otro espacio y otro tiempo, como la tía Martucha
(ese personaje de Garrido tan cercano y reconocible y,
al mismo tiempo, tan inapresable, tan poblado de vo-
ces) que desde su primera aparición nos habla de pro-
digios y sensualidades exquisitas, o ese “profesor” que
en la cantina tiene tan sabrosas conversaciones con “el
marinero ilustrado” (los adjetivos de Felipe caen con
justicia y sin temor, utilizados a conciencia) sobre una
sirena que se vuelve más real con cada nueva viñeta,
más en el deseo y en la nostalgia. O esos santos y seres
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de los cuales Garrido nos recrea una biografía (¿ima-
ginaria?, ¿recuperada del olvido?) para, de una pince-
lada, mostrarnos esas vidas increíbles que, con humor,
trastocan conceptos y creencias. O esas voces anóni-
mas que hablan de amor desde un tono situado en la piel
de la ternura y que a veces dan un zarpazo que voltea al
amor para que muestre su verdadera cara. O los niños,
esos niños descubiertos desde el sitio donde los niños
comienzan a descubrir el mundo —todo misterioso, todo
desconocido y oculto— que al írseles revelando saca a
flote, quizás por última vez, la naturalidad de los te-
mores y las esperanzas; esos niños que todavía no son
carne total de lo terrestre y aún tocan el otro lado del
espejo, ocultando dragones y lagos que el tiempo va a
terminar por no querer creer.
4
Julio Cortázar dijo alguna vez que a sus cuentos se les
denominaba “fantásticos” sólo por falta de un nombre
más apropiado. Así ocurre también con los textos y
viñetas de Felipe Garrido: son fantásticos a falta de
otro buen nombre. Sus garabatos son prosas llenas de
imágenes poéticas donde hay un puente tendido entre
lo real y algo que está un poco más allá de la realidad.
Textos que se gozan al leerlos y después dejan un sa-
bor de otredad, de humor inteligente que va corroyen-
do las conciencias. Sí, algo de Cortázar, sin duda, de
Julio Torri y de Arreola y algunos más que se le pue-
den rastrear, pero Felipe Garrido ha sido un buen lec-
tor que mastica y digiere con paciencia para después
encontrar su voz firme, honesta y personal.
JOAQUÍN-ARMANDOCHACÓN

CONJURO
De una inscripción trazada en la arena y abandonada al
viento: “...te convoco y te condeno a que no puedas
cerrar los ojos sin verme, ni abrir los labios sin
llamarme, ni saciar la sed sin sentir en tu boca la mía,
ni tocar tu cuerpo sin creer que me acaricies, ni doblar
una esquina sin la esperanza de hallarme, ni alzar el
teléfono sin oír en mi voz tu nombre, ni abrir un libro
sin leer estas palabras, porque el único amor que me
hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera des-
mesurada en que yo te...”

UNA CIUDAD PRODIGIOSA
Después de comer, mientras Toña nos servía café, ga-
lletas y nieve de membrillo, la tía Martucha pidió que
le trajeran los cigarros.
Martucha es una mujer pequeñita, un poco jorobada.
Le gusta usar joyas de fantasía y vestir blusas de seda.
Tiene el cabello blanco y crespo, la piel floja, los ojos
claros y cansados. Cuando fuma, la memoria se le
vuelca; su voz tenue, sin matices, comienza a bordar
en el recuerdo:
“Del otro lado del mar —dijo la tía mientras las pri-
meras, espesas volutas de humo subían por los prismas
de la araña y por el sol de la tarde incipiente—, más
allá del agua interminable, hay una ciudad de prodigio,
toda ella edificada en las orillas de un gran río. Altas
construcciones de piedra la forman; grises y almena-
das por infinitas chimeneas. Todos sus tejados, que la
lluvia abrillanta, se encuentran habitados por gorrio-
nes. En los jardines, de setos cuidadosamente recorta-
dos, al pie de álamos de oro crecen hermosas mujeres
de bronce que no conocen el frío. Bajo los puentes,
que son innumerables, de múltiples formas, canta la
corriente una melodía irrepetible. En las calles adoqui-
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nadas, que perfuman el pan y la cebolla, los niños jue-
gan en corros y montan caballitos de palo. A la luz del
crepúsculo, muchachas bellas como la aurora pasean
por el fondo de los estanques. Y cuando cae la noche,
la paz y el deseo se trenzan en un abrazo que remeda
el del río y la ciudad.
“Hay en el centro de la ciudad prodigiosa —dijo la
tía mientras nuevamente le aplicaba lumbre al cigarro
y le pedía a Toña otro plato de nieve— una altísima
torre de plata. Tanto se eleva por encima del río que la
arrulla, que muchas veces se pierde entre las nubes. De
día es difícil mirarla, pues la luz del sol le otorga un des-
lumbrante fulgor. Pero en las noches claras resplandece
como si fuera de hielo. Los habitantes de la ciudad le
componen canciones y, cuando tienen la conciencia
tranquila, sueñan con ella. Los forasteros se la llevan por
el mundo en el corazón. Dicen que una vez cada mil
años hay un coro de ángeles que la celebra en las altu-
ras.”
La tía Martucha guardó silencio porque había termi-
nado con el cigarro y porque Toña tiró algo en la coci-
na y porque la Beba se había quedado dormida y ella
no la quiso despertar.

COMPAÑÍA
—Dámelo —pidió la más vieja de las dos mujeres, la
que estaba en la cama.
—No sé dónde lo tienes; nunca lo he visto —dijo la
otra.
—Búscalo allí, en el cajón —ordenó la que estaba
acostada, bocarriba. Habló desde la posición en que se
encontraba, sin volver el rostro, sin incorporarse, con
la mirada fija, como si estuviera viendo las manchas
que la humedad había ido dejando en el cielo raso.
La más joven de las dos mujeres, la que caminaba
de un lado a otro del cuarto, se acercó al cajón y lo
abrió. Removió las peinetas de carey, los broches de
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granates y perlas, los camafeos, los medallones de
esmalte. Alzó los ojos y miró a la otra mujer, en el
espejo, entre almohadas, guardando silencios llenos
del trabajo que le costaba respirar.
—No lo veo —dijo—; a lo mejor lo perdiste.
—En el fondo —insistió la más vieja, tosiendo—;
busca atrás, debajo del papel.
Había demasiadas cosas en el cajón. La mujer que
estaba de pie comenzó a sacarlas y las fue dejando
encima, entre los frascos de crema y de loción.
—Quiero que me acompañe —explicó en voz baja
la mujer que estaba acostada—. Lo quiero aquí, en mi
pecho.
—¿No te da vergüenza? —preguntó la otra, mien-
tras desprendía el papel guinda con que estaba forrado
el cajón.
—Será mi compañía; mi única, mi sola compañía.
— ¡Qué dirían! ¡Si lo supieran!
—Cuéntaselo. Diles lo que quieras. Pero dámelo.
En el fondo del cajón, envuelto en un pañuelo, esta-
ba el pedacito de papel, opacado por los años. La mu-
jer dio media vuelta y abrió los brazos. Mostró las
manos vacías.
—Te lo dije —murmuró con voz dulce—. Quién
sabe dónde lo dejaste.

CARICIAS
—Ganas de morderte —le dijo al oído, y ella bajó la
mirada, sonrió, quiso hablar de otra cosa, tan cerca de
él que más que verlo sólo lo sintió: su calor; la mezcla
de olores que desprendían el cuerpo, el casimir, la lo-
ción de maderas; el brazo que le pasaba por la espalda.
Ella intentó echarse hacia atrás para mirarlo a los ojos,
pero él se los cerró besándolos y luego le rozó los la-
bios y ella sintió que se ahogaba y que un fluido tibio
la envolvía, que la piel comenzaba a arder, que la san-
gre iba a brotarle por los poros mientras él le besaba
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las mejillas, las orejas, el mentón, la nariz, y ella
gemía o ronroneaba bajito, se atragantaba, se hume-
decía, y él insistía con la barbilla alzándole la cara,
besándole los párpados, los labios empurpurados, la
nuca, los hombros, murmurando de nuevo “ganas de
morderte”, o tal vez sólo pensándolo, pero buscando la
forma de ganarle el mentón con la nariz, de empujar
hacia arriba mientras ella dejaba caer la cabeza como
arrastrada por el peso de la cabellera, entreabría los
dientes, asomaba la lengua, emitía un estertor de gozo,
exponía el cuello firme y palpitante y él descendía
suavemente, abría la boca, clavaba los colmillos,
sentía escurrir la sangre, ausente del espejo, temblo-
roso de amor.

MARITA
Marita se pone de pie frente a la ventana, con el cabe-
llo revuelto. Cruza los brazos por el frente, toma de
abajo la blusa tejida y con un solo movimiento ascen-
dente se la saca por la cabeza.
¡Ay, gloria de la tarde, toda sol y viento y bugan-
vilias y los pechos de Marita puestos de golpe a la
luz! Apresúrate a gozarlos. Nadie sabe cuántos serán
sus días.

FERROVIARIA
Pero a nadie admirábamos tanto como a Andrés, que
saltaba siempre el último.
— ¡Joto el que brinque primero! —gritaba Esteban
cuando el tren daba los primeros tirones y volvía a
detenerse y la máquina pitaba y sacaba humo y volvía
a arrancar, a tropezones, como si no fuera a agarrar
fuerza nunca. Y los demás repetíamos el grito desde
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las puertas de los vagones de carga donde nos es-
condíamos. Adela se tiraba siempre primero, porque
decía que al fin y al cabo nosotras éramos mujeres.
Brincábamos a veces todavía en la estación, antes de
que los pinos comenzaran a pasar cada vez más aprisa.
Luego iban saltando ellos. Rodaban por el talud cubier-
to de agujas de abeto y se alzaban sacudiéndose, con la
mirada fija en el vagón donde Andrés se asomaba es-
perando que todos se hubiesen tirado para ser siempre
el último. Todos volvíamos corriendo; Andrés regre-
saba caminando por la vía. Todos nos admirábamos de
lo recio que iba el tren; todos perdíamos el aliento.
Andrés nos contaba de las chamacas que había besado,
silbaba un corrido, decía que un día iba a esperarse
hasta que el tren fuera en el puente para saltar.
Una tarde Andrés llegó a la estación con maleta y
corbata de moño. Su madre le puso en las manos una
bolsa con comida. Su padre le dio unos billetes y un
reloj. Andrés se despidió por la ventana, con medio
cuerpo de fuera. Iba pálido y se había olvidado de sil-
bar. Nos quedamos viendo cómo el tren se iba per-
diendo entre los pinos. Había llovido y los durmientes
apilados a los lados de la vía olían a bosque. El tren
subió la cuesta y cruzó el puente, pero Andrés no saltó.
Yo tenía la ilusión de que lo hiciera. Si lo hubiera visto
regresar caminando, silbando con las manos en los
bolsillos, le habría dicho que estaba bien, que me en-
señara a besar.

EL HOMBRE DE LA SIRENA
—Tengo una sirena —dijo el profesor; o eso parecía,
con los anteojos, y el bolsillo de la camisa lleno de
plumas, y todos esos libros apilados en la mesa. Pero
en principio nadie le hizo caso, pues cosas aún más
inusuales se escuchaban en aquella cantina, abierta
sobre el malecón.
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—Su voz es más dulce que el tumbo de las olas y su
boca tiene el perfume del maíz tierno y sus ojos amie-
lados fosforecen con el brillo del relámpago y sus ca-
bellos...
—Largos y verdes —lo interrumpió con entusiasmo,
mientras se sentaba a la mesa, un marinero ilustrado—
como las ondas que se adelgazan antes de reventar...
—Nada de eso —protestó el profesor, a la vez que
golpeaba contra la mesa la sexta botella de cerveza,
con el propósito de hacer irrebatibles sus palabras—;
cortos y dorados como las arenas que... o quizá cobri-
zos, más bien, pero en todo caso tan cortos que dejan
al descubierto la hermosa columna del cuello, surcada
por un tibio árbol de ramas azules, y los hombros
espléndidos...
—Y, de seguro —siguió el marinero, que iba en-
trando en confianza—, también los pechos altivos... —
pero se sintió cohibido por la mirada del profesor, de
manera que empinó el vaso de ron para dar un pretexto
a su silencio. Por un instante los dos se miraron, entre
trago y trago, sin saber cómo reanudar la conversa-
ción. Hasta que el marinero, mientras le llenaban nue-
vamente el vaso, decidió hacer, una vez más, gala de
su erudición:
—Y cantará, por cierto, su sirena.
—La verdad, no lo sé. Es decir, yo nunca la he es-
cuchado. Me parece que no. Más bien conversamos,
mi sirena y yo.
—Será difícil verla.
—Ciertas tardes, a ciertas horas, nos encontramos
en alguna playa.
—Muy puntual no será.
—No, no, se equivoca. A su manera, mi sirena es
puntual y, por otra parte, ¿cree usted que me molesta
esperarla?
—Yo solamente me lo preguntaba. Pero, dígame,
¿de qué platican? ¿De qué se habla con una sirena?
—Del pasado, del futuro; de su vida y de la mía...
¿Sabe? Cada vez que nos despedimos siento que no le
he dicho nada de lo que quería contarle. Que a su lado
la vida sería una conversación interminable.
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La mirada del profesor quedó suspendida sobre el
mar, que en la tarde se iba poniendo violeta.
—Es hermoso este mar —dijo el marinero, que lo
sentía suyo, con un timbre de orgullo.
—Es el mar más hermoso del mundo —asintió el
profesor, sin volver la vista, con un dejo de melan-
colía—, porque Ella anda por ahí, en algún lugar.
—Tenga cuidado —advirtió el marinero, haciendo
memoria de sus lecturas.
—No se preocupe. Con gusto me perdería en los
brazos de mi sirena.
—¿Los ha probado?
—Alguna vez han sido míos.
—Cuente, amigo, cuente, las caricias de su sirena...
El profesor se volvió con un aire de misterio: —Nada
diré de sus caricias. Nada diré, amigo, porque, las pa-
labras... —y no contó más. Recogió morosamente los
libros, los acomodó bajo el brazo, se puso de pie con-
tra el atardecer y desapareció con paso distraído, sin
pagar la cuenta.

SANAVILÁN
El olvido en que suele tenerse a San Avilán no impide
que a veces sea posible reconocerlo en la fachada de
capillas por costumbre humildes. Una campana en las
manos o a los pies del santo hace segura la identifica-
ción.
Se cuenta que después del asalto que a principios
del siglo X sufrió la ermita de Minz, y del asesinato
del anacoreta que intentó protegerla de la codicia de
Barrabás el Manco, una cuadrilla de demonios se apo-
deró de la iglesia profanada: en cuanto alguien entraba,
los diablos comenzaban a gritar tan espantosa e inten-
samente que lo obligaban a huir.
Afamado por sus milagros, San Avilán fue llamado
por una pareja que deseaba casarse en el lugar. Tres
veces tres días y tres noches el santo se mantuvo en
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oración y tres veces intentó en vano entrar. Luego de-
cidió ayunar una semana, a las puertas de las ruinas, y
se entregó a la plegaria hasta que dos ángeles descen-
dieron de los cielos y lo llevaron por los aires a lo alto
de la torre. Apenas el santo pisó el campanario, los
demonios empezaron a aullar. Para no escucharlos,
San Avilán se dio a repicar las campanas y no dejó de
hacerlo, tres días y tres noches, hasta que el último de
los diablos salió del templo.
Se dice que a veces, en noches estrelladas, si dos
enamorados pasan por alguna iglesia donde se venere
a San Avilán, las campanas tañen suavemente, como si
una brisa tierna las hiciera tocar.

LAPSUS THEOLOGICUM
—Entre Dios y el diablo —dijo Martín, sacudiéndose
de la frente un mechón rubio— habría que estar siem-
pre con Satanás... —y no pudo terminar, primero por-
que lo que dijo provocó toda clase de protestas pero,
segundo y más grave, porque en ese momento Toña
entró en el comedor con la sopera en alto y estábamos
muertos de hambre.
Hubo un resonar de platos, de cucharas, de bolillos
ansiosamente reventados; un tremolar de servilletas;
un chasquear de lenguas; un suspirar colectivo que dio
la bienvenida al caldo de hongos.
La Beba protestó porque dijo que la sopa estaba
demasiado caliente. Las primas juraron por todos los
ángeles y todos los santos y, según se dijo después,
también por todos los demonios, que estaba en su
punto y que en todos los días de su vida no habían
probado nada mejor. La tía Martucha nos recordó, con
un acento solemne en su vocecita fina como el perfu-
me del epazote, que los alimentos de ese día, como
siempre, se los debíamos a Dios.
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—Y ¿los etíopes? —preguntó el Nene, pero no le
hicimos mucho caso, ocupados como estábamos con el
caldo.
—Digo, pues —insistió mientras alargaba el brazo
para pedir un segundo plato de sopa—, ¿y los etíopes?
¿Qué tienen ellos que agradecer? ¿El hambre? ¿Las
plagas de cada día?
Hubo un silencio casi perfecto, roto o subrayado
apenas por las cucharas que entraban y salían de los
platos y de las bocas; por los resoplidos de la Beba,
empeñada en enfriar el caldo. Nos esquivábamos las
miradas porque no sabíamos qué decir, pero Martucha
vino en nuestro auxilio.
—Los designios de la Providencia son inescrutables
—dijo, y miró con desencanto cómo comenzaba a
asomar el fondo del plato.
Ni las primas ni el Nene ni Celia ni al parecer nadie
comprendió lo que acababa de decir la tía, pero la Be-
ba se encargó de explicarlo:
—Como quien dice, él trae su cuento y acá abajo ni
quien ligue de qué se trata.
—Por eso digo... —volvió a hablar Martín, pero no
dijo nada porque todos comenzamos a discutir a un
mismo tiempo.
—No somos nadie nosotros —gritó casi Martucha,
que no se decidía a servirse más sopa, pero que co-
menzaba a asomar el fondo del plato.
—En realidad —intervino la Beba, que le había
puesto al caldo unos cubitos de hielo—, lo que diga-
mos o no digamos, lo que hagamos o no hagamos, ¿en
qué puede beneficiar o lastimar a Dios?
—En nada, en nada —murmuró Martucha mientras
entornaba los ojos para no ver la sopera—; nada so-
mos frente a Su poder, frente a Su infinita bondad...
—Ése es el punto, la infinita bondad —exclamó
Martín con aire de triunfo—. Precisamente por eso hay
que estar siempre con Satán.
Y, luego de un momento en que nos tuvo pendientes
de su silencio:
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—En su infinita bondad, si Dios existe, sabrá perdo-
narnos que no lo hayamos seguido. En cambio, el diablo,
bien rencoroso ha de ser, ¿o no?
Hubo un silencio de angustia, porque la pasta co-
menzaba a demorarse más de la cuenta, y después un
respiro de alivio cuando oímos los preparativos en la
cocina.
—El joven Martín es un oportunista —dijo Toña, al
pasar.

SIN RUIDO
—Sean buenos —dice mamá con su voz de ángel y
nos tapa hasta las narices, nos revuelve el cabello, nos
cubre de besos, nos hace cosquillas en la panza, nos
cierra la boca con sus dedos fríos.
—No hagan ruido —dice—, no se levanten, no va-
yan a pelear —y vuelve a apretarnos las sábanas justito
alrededor del cuerpo, vuelve a besarnos, a sacudirnos la
cabeza, vuelve a suspirar.
Huele a perfume, mamá. Tiene los párpados brillantes,
una blusa de encaje, una falda negra y larga que se le
aprieta en las caderas. La miro cuando se aparta de mí.
Oigo cómo clava los tacones en el piso. La miro cuando se
vuelve en la puerta y con un gesto nos pone quietos. Veo
cómo uno de sus dedos largos, con la uña de caramelo,
se arrastra por la pared hasta encontrar el apagador.
La luz que guardan mis ojos me deja ciego. Luego
veo la ventana, con las cortinas de selva; veo el bulto
de mi hermano en la otra cama; veo la lámpara; oigo la
llave que nos echa mamá. La oigo a ella moverse fue-
ra, cambiar de lugar alguna silla, poner un disco, sacar
vasos o platos o ceniceros. Oigo en la calle un camión
que pasa. Luego siento cómo llega el elevador y una
voz que no conozco y la risa de mamá.

FRACASO
Subir al tercer piso le toma cincuenta y ocho segundos.
Decide terminar. Abre la puerta. Naufraga en sus ojos,
color de miel

jueves, 3 de octubre de 2013

SERGIO MONDRAGÓN RECIBE EL PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 2010. Poesía:HOJARASCA.

SERGIO MONDRAGÓN RECIBE EL PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA POR HOJARASCA

30 de Marzo de 2011 a la(s) 14:11
México, D. F., a 29 de marzo de 2011
 Bol. Núm. 237

SERGIO MONDRAGÓN RECIBE EL PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA POR HOJARASCA

  • Considera a la poesía mexicana como engarzada en la tradición más amplia de la poesía en lengua española
  • Seguiré esforzándome con responsabilidad y ahínco en depurar y mejorar mi trabajo poético: Mondragón
  • El poeta se pronuncia por la edificación de la cultura, la construcción de un mundo de paz e iluminación

Por Hojarasca, el “poemario de diáfana imaginación lucidez y profundidad”, el poeta beat Sergio Mondragón fue galardonado, con el Premio Xavier Villaurrutia de escritores para escritores 2010, convocado por la Sociedad Alfonsina Internacional (SAI) y el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Con la representación de Teresa Vicencio, directora general del INBA, Sergio González Cárdenas, subdirector general de Bellas Artes, recordó que al poeta, periodista, editor y promotor cultural mexicano de 75 años “desde siempre se le ha asociado con la vanguardia”.

Aseguró en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes que “el copista o escriba” se ha propuesto enriquecer el espíritu haciendo a un lado el yo para que tome su lugar el nosotros, y nos convoca a aprender a vivir con otros dictados, por lo que se acerca a la filosofía budista o al pensamiento de los pueblos originarios de la sierra mazateca.

Acompañado de los ex miembros del jurado Margarita Villlaseñor y David Huerta, así como de Alicia Zendejas y Jaime Labastida, ambos de la SAI, Mondragón dijo que se siente “honrado y complacido” de obtener el Premio Xavier Villaurrutia, ya que “me rebasa y abruma”, pues se premia “mi modesta obra literaria”.

Aseguró que la obtención de este galardón “me estimula y compromete a seguir esforzándome con responsabilidad y ahínco en depurar y mejorar mi trabajo poético”.

El autor de El aprendiz de brujo y Yo soy el otro dijo que toda la poesía mexicana que se escribe en la segunda mitad del siglo XX y hasta el día de hoy ha recibido de un modo u otro, se esté consciente de ello o no, de manera directa o indirecta, el influjo de la obra de Xavier Villaurrutia, “una lección para nosotros de espíritu crítico, curiosidad y precisión intelectual, impecabilidad expresiva, conciencia del lenguaje”.

De igual modo, agregó Mondragón, la poesía mexicana ha recibido la influencia y el ejemplo de los poetasestridentistas.

Señaló que en la poesía actual, al interior mismo del verso contemporáneo, conviven aquellas dos estéticas o escuelas que se creyeron enemigas y a las que algunos críticos de hoy han creído seguir percibiendo todavía como excluyentes, “pero ambas son un patrimonio único e indivisible, fundiéndose en una sola imagen poética: Xavier Villaurrutia y Germán Lizt Arzubide, Manuel Maples Arce y Salvador Novo, Jaime Torres Bodet y Salvador Gallardo”.

Por otra parte, Sergio Mondragón apoyó la conservación del ambiente, la edificación de la cultura, la construcción de un mundo de paz e iluminación de la mente; y denostó el mundo actual de violencia y corrupción.

“Mi escritura se da en un contexto al que todo le debe, del que todo he aprendido y del cual soy uno más de sus miembros, en grado de aprendiz, y que no son mis méritos, sino la valía de ese contexto en sí mismo y al que se reconoce y honra en este ritual periódico de premiación”.

Se refirió a la poesía mexicana en su conjunto como engarzada en la tradición más amplia de la poesía en lengua española, “una tradición que no es otra cosa que la movilidad perenne del lenguaje, la experimentación y la ruptura, el cambio continuo, la construcción y deconstrucción de la forma poética en busca siempre de una perfección expresiva ideal, acaso inalcanzable”.  

El ex editor de la revista El corno emplumado que “la poesía es en sí misma gratitud ante la magnificencia de la creación a nuestros antepasados poéticos de los siglos anteriores, ya que en ellos tiene sus raíces la poesía que escribimos en el presente”.

Admitió tener “una deuda personal e impagable” con Gonzalo de Berceo, Juan Ruiz Arcipestre de Hita, Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde, José Juan Tablada y Juan Martínez, quienes “me marcaron un camino e hicieron de mi lo que soy”.

Mondragón señaló que “necesitamos vivir en consecuencia con nuestros ideales y nuestros sueños, leer en verso y prosa y reflexionar sobre lo aprendido y dejar que la sabiduría de la poesía del lenguaje destile su rocío dulce en nuestro ánimo”. Todo ello con el fin de “cambiar la vida”, como quería Rimbaud.

Luego de recordar un verso de Ernesto Cardenal (mi época “fue bárbara y primitiva, pero poética”), Mondragón leyó un poema inédito suyo: Campanas en la boca, al cual siguieron varios más.

Sergio Mondragón se une a la pléyade de escritores que han sido reconocidos con el Premio Xavier Villaurrutia: Juan Rulfo, Jaime Sabines, Ernesto Mejía, José Revuelas, Efraín Huerta, Alí Chumacero y David Huerta, entre otros.

miércoles, 2 de octubre de 2013

TEDI LÓPEZ MILLS. POESÍA. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 2009.



Decires, Revista del Centro de Enseñanza para Extranjeros.



ISSN 1405-9134, vol. 12, núm. 15, segundo semestre, 2010, pp. 71-74.

López Mills, Tedi. (2009) Muerte en la rúa Augusta. México: Editorial Almadía.



Jorge Aguilera LópezFFyL-UNAM
Luego de años de trabajo como oficinista, el señor Gordon Smith pierde la razón, el empleo y finalmente la vida después de pasar sus últimos días en el jardín de su casa, junto a la alberca, a las afueras de Fullerton, California. O tal vez, todo ocurrió mientras caminaba en Lisboa por la rúa Augusta. Entre uno y otro escenario, transcurre la historia que nos cuenta Tedi López Mills, no obstante que estemos leyendo un poema o una colección de poemas o un relato poetizado. Y es que las indefiniciones, los descentramientos y la mixtura genérica son los principales elementos que encontramos a cada página de este libro, con el que la autora ganó el premio Xavier Villaurrutia 2009.

Poema narrativo. Así anuncia la contraportada el contenido de este texto, y al momento de leerlo confirmamos tal aserto: se nos cuenta una historia, con una trama más o menos clara, con una secuencia temporal y personajes definidos. Hasta allí, la segunda parte de la oferta, la narratividad, está asegurada. Pero, ¿qué ocurre con la poesía? El lenguaje, en principio sencillo, ofrece momentos líricos de gran efectividad enunciados por la voz del personaje Gordon, el cual mantiene en la indefinición al texto, al ser un "loco" quien guía la poeticidad del libro: ¿leemos un discurso irracional que, sólo por contagio, asociamos con la poesía, o leemos un lenguaje poético disfrazado de irracionalidad? La pregunta se vuelve pertinente al pensar en el grado de control que se impone en la elaboración verbal del texto, pues si el lenguaje lírico nace de la irracionalidad, estamos frente a una concepción de la poesía distinta a aquella que sugiere el poema como entidad controlada por el sujeto creador.

Como sea, la principal discusión alrededor de Muerte en la rúa Augusta estriba en la posibilidad del poema por contar una historia. En este sentido, la tradición mexicana, escasa en esta opción, se nutre sin duda de la apuesta de López Mills por ensanchar sus posibilidades, por vía de la poesía anglosajona (pensemos en T. S. Eliot o William Carlos Williams), pero al mismo tiempo constituye una evidencia de las fronteras textuales a las que se ha acercado la poesía en los últimos tiempos. Nos encontramos entonces ante un libro que supera la estricta separación de los géneros para aprovechar lo mejor de dos mundos, el lírico y el narrativo, con la intención de ofrecernos una experiencia de lectura enriquecedora y actual.



La casi natural identificación del personaje principal, el señor Gordon, con la figura del escritor se da a partir de la existencia de tres cuadernos en que
Jorge Aguilera López

72
RESEÑAS
todo lo relevante para la historia se hace presente: "un cuaderno azul (de las albercas) / uno blanco (de los dibujos) / y uno verde (su diario)." A través de ellos seguimos las peripecias de Gordon y de ese alter ego que resuena en su cabeza: Anónimo, voz interior que desdobla la personalidad del protagonista y le "dicta" las frases más claras que anotará en su diario:
Abajo metes las frases con orden,
comas, puntos, sin tachones:
todo lo que puedas de Donna, mañas, trucos,
te pisa, te quita tu dinero, te pega con el trapo,
con Ralph susurra en la cocina
mientras arreglas la mesa,
y luego escribe algún pensamiento,
alguna imagen noble, hermosa,
sobre la naturaleza de los jardines
y de las personas;
ahí es donde yo te dictaré.



Esta voz doble del personaje es además una puerta de entrada a la confusión permanente en que Gordon se encuentra sumido y es la que nos lleva a descentrar la lectura narrativa hacia lo poético, habida cuenta que los "huecos" entre las frases sencillas son llenados por los dictados de Anónimo ("Anónimo le enseñó a Gordon varias cosas, / por ejemplo, cómo rellenar los huecos entre ´saqué la basura…salí al jardín´"), pero también a que el uso más anómalo del lenguaje en el libro se da al nivel sintáctico, en la alteración de la correspondencia gramatical, y esos momentos surgen en el diálogo de ambas voces:
—¿Cómo sabes que estás donde estás?
[…]
—Porque sé que lo estoy, me miro a mí mismo.
—¿Te miras? ¡Ja!
—¿Cómo sabes que eres tú?
—Porque estoy dentro de mí.
—¿Quién es mí?
—Yo.
—¿Quién?
—Yo.
—¿Y mí?
—No te burles, Anónimo,
me estás confundiendo,
quiero meterme a la casa.
—No. Demuéstrame que eres tú




Muerte en la rúa Augusta
73
RESEÑAS
y que estás donde estás.
—No.
—Yo soy tú, Gordon, y Mí eres yo.

Por contraste, Donna y Ralph, la esposa y el mejor amigo de Gordon, se nos presentan como antagonistas por partida doble: en el sentido canónico de personajes contrapuestos al principal, pero también como voz de la conciencia racional que busca encausar la conducta de Gordon por el camino permisible: "Un día Donna le pide / a Gordon que aprenda a fingir, / se le nota cada cosa / que siente en la cara, / le dice, / es de mala educación / […] / ¿todos lo hacen?, pregunta Gordon, / Todos salvo tú". De esta manera, el hilo narrativo destaca una tensión entre conductas dicotómicas (locura-hipocresía) mediante la cual se enhebra una historia circular: Donna y Ralph buscan el dinero de Gordon, quien asevera esconderlo "al fondo de mi alberca", que no es "la alberca de todos" la que se encuentra en el jardínsino una de las que tiene dibujadas en su cuaderno azul; ante esta respuesta, la pareja sigue preguntando y el protagonista asegurando que el paradero es el mismo. Círculo que no se cierra, salvo que uno u otro polo estén dispuestos a acceder a las premisas del contrario, que es justo donde reside el nudo gordiano de la dicotomía.



Uno más de los estímulos para la lectura reside en el aspecto visual del libro como objeto. Entre el texto y las ilustraciones encontramos una correspondencia que, sin embargo, no podemos aseverar que sea deliberada, dado que no hay indicación alguna sobre la autoría del diseño gráfico del libro; por tanto, no podemos conocer el grado de relación existente entre la autoría del texto y de las imágenes, pero es innegable el estimulo que suponen al momento de la lectura. Apenas miramos la portada, y entendemos que en nuestras manos tenemos un cuaderno (¿el blanco o el verde?) que al avanzar por las páginas nos enteramos puede ser uno de los de Gordon. Al mismo tiempo, observamos las albercas y los dibujos entreverados con el relato del su diario. Una primera conclusión nos puede hacer pensar en la integración orgánica del texto, las imágenes y el objeto libro como una propuesta estética; pero apenas notamos las evidentes disociaciones de verosimilitud entre texto e imágenes (por ejemplo, el personaje, que nunca ha salido de California, no podría escribir en español, idioma en que están escritos los textos de los dibujos) recordamos la clase de materia verbal frente a la que nos encontramos: un híbrido que constantemente rompe nuestras expectativas en relación con el tipo de texto que leemos.

En suma, Muerte en la rúa Augusta se nos ofrece como un libro donde la poesía es apenas el inicio de una experiencia de lectura que por la vía de la narratividad nos acerca a un juego donde la literatura ensancha su oferta. El dato factual que la propia Tedi López Mills ofrece para entender el germen del texto (al caminar 74 RESEÑAS Jorge Aguilera López



ella por la rúa Augusta, en Lisboa, presenció la muerte de un turista alemán) pasa a segundo plano, y concentramos la lectura en las estrategias utilizadas por la autora para resolver el enigma ya no de la muerte del personaje, que se anuncia desde el inicio, sino de la manera en que se llegó a dicho acto. Si lo narrativo le gana la partida a la poesía, que parece ser el caso, es menester señalarlo, pero también se vuelve necesario aceptar que, mediante la mixtura, López Mills propone una nueva forma de acceder a las posibilidades poéticas contemporáneas. Lejos ya de los grandes discursos líricos que pretenden detentar la razón metafísica suprema, lo que sea que ello signifique, este libro cuenta una historia que en realidad no resuelve nada: el personaje que aparece muerto junto a su alberca, en el apartado inicial, es el mismo que cae muerto en la rúa Augusta al final del texto. ¿Inconsistencia en la verosimilitud u otra estrategia más de indefinición? Como sea, la sentencia ha sido anunciada desde el pórtico: Anónimo dijo: "esto ni se lee ni se entiende". Y en ese no entender quedamos entrampados, aunque no por ello frustrados. Quizá el leer sea un primer camino a la comprensión, y este libro sin duda requiere una lectura acorde con su propuesta: descentrar la idea para acceder al sentido, y descolocar las preconcepciones para experimentar la lectura.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Elsa Cross. Premio Xavier Villaurrutia 2007.Poesía: Cuaderno de Amorgós.



Reseña biográfica

Poeta, ensayista, y traductora mexicana nacida en ciudad de México en 1946.
Doctorada en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, actualmente es catedrática
de la misma universidad. En la década de los años ochenta residió en la India durante dos años, tiempo en el que
estudió Filosofía Oriental y Meditación en Ganéshpuri.
Es autora de una extensa obra iniciada en 1966 con "Nexos", continuada luego con los siguientes títulos:

"Amor el más oscuro"
en 1969, "Peach Melba"1970, "La dama de la torre" 1972, "Bacantes" 1982, "Baniano"1986,
"Canto malabar"
1987, "Pasaje de fuego" 1987, "Espejo al sol" 1988, "El diván de Antar" 1990, "Jaguar" 1991,
"Casuarinas"
1992, "Moira" 1993, "Poemas desde la India" en 1993, "Urracas" 1996, "Los sueños", 2000, "Ultramar"
en 2002, "El vino de las cosas" 2004, y "Cuaderno de Amorgós" 2007.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas, incluida en diversas antologías y galardonada con los siguientes premios:

Premio Nacional de Poesía Aguascalientes
1990 por "El diván de Antar"; en 1996 recibió el homenaje Espejo al Sol
Treinta años de Poesía 
en La Casa del Poeta; el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines en 1992; la quinta edición
del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines/Gatien Lapointe en 2007, y el premio Xavier Villaurrutia,
máximo galardón literario de México, por su "Cuaderno de Amorgós".                  ©
 

 
Amor el más oscuro I
Aquí comienzo a amarte,
en estos muros clarísimos,
en esta ciudad cálida al tiempo de las lluvias.
(¿Dónde estás ahora,
esta primavera tarde que pienso en ti?
¿Dónde estás, ignorándolo todo?)
Aquí te descubro
inalcanzable y triste.
Dime qué pasos te trajeron a estas tierras,
cómo abandonaste tu gracia de elegido,
tu ministerio de humildad;
qué suplicios te agobian desde entonces
que violentan tu rostro
y vierten en tu voz la nostalgia y la ira.
Dime en qué forma eres vulnerable
o ganas la lucidez en un momento.
Qué caminos dejaste,
qué expiación te vence y te despoja,
qué caminos seguiste para llegar aquí,
desconocido y hermoso,
donde yo te amo.
De "Poemas escogidos"1965-1999
Colección Poemas y Ensayos - Universidad Autónoma de México
 
 
Amor el más oscuro II

Viene la melancolía del principio,
días de incertidumbre y sueño.
Vienen sólo distantes tu risa y tu perfil
y abarcan mi deseo
y me vuelcan a tu rostro,
a tu vehemencia contenida.
Ya siento de algún modo
tus manos previstas de ternura
conduciéndome,
olvidándome,
dejando a medias para siempre mi destino.
Sé que otra vez me cercará la calma,
la soledad llena de amor,
tu nombre.
Quiero pronunciarlo tantas veces
como días tendré después
para perderte en la memoria.
Pero qué lograría apartarme
si muestras la misma angustia que sustento,
la soledad de idéntico linaje,
la imperfecta voluntad de amor.
Para reconocernos
baste la oscura nostalgia socavándonos,
baste nuestra olvidada condición de amantes,
vocación de locura,
celda,
fuego.
Maldigo desde ahora
tu cuerpo cerrándome el abismo.
Sean el tedio y la tristeza,
sea apacible y humana tu mirada.
En este momento te amo para siempre
y van mis pasos hacia ti
para cumplir tu voluntad.
De "Poemas escogidos"1965-1999
Colección Poemas y Ensayos - Universidad Autónoma de México
 
 
 
Amor el más oscuro III
A la desventura voy.
Algo en mí cada día te reconstruye
y me devuelve tu imagen.
Algo me lleva al lugar prohibido
en que te encuentras,
sitio que jamás debió tocar mi pensamiento.
Qué maleficio me extravía
y me oscurece todos los caminos.
A la desventura voy
y no quiero virtud que me confunda,
no quiero fortaleza ni mesura
que me aparten de ti.
Sean desoídas mis palabras
y viéndote
me sea dada tu menor ausencia.
De "Poemas escogidos"1965-1999
Colección Poemas y Ensayos - Universidad Autónoma de México
 
 
Aparece tu rostro...
Aparece tu rostro.
Se hunde en leche,
como el Cordero bienhallado
                                                      en los Misterios.

El fuego se acerca sin tocarnos.
El azul es más intenso
que la ebriedad creciendo hacia las islas.

Tembloroso,
como detrás de humo,
                                               aparece tu rostro.

El caracol mezcla el mar
al propio estupor
                                   en el oído,
oleaje donde navegan
                    islas de la conciencia,
destellos-
                     Ultramar.
Movimientos del muslo y la cadera
esbozan al tiento
                                   una danza.
                    El mar se extiende
                                                        en olas que no rompen.


Movimiento-
la última vocal
                               reverbera en el oído.
                   
El mar se extiende
                    más allá del tiempo
                                                    inamovible.

Temblor,
                                   eco del movimiento--
calla
y nos habla
                        en su lengua otra,
parecida a ese incendio de adentro,
juega y se difunde
hasta aquietarse en un rayo vertical.
Omnipresente,
                          lenguaje del tacto sin manos.
De "Ultramar"
Fondo de Cultura de México 2002
 
 
Canciones del Egeo
1. Amorgós

                                                  Para Leonora y Pere

La tarde brilla en el vino
y en el mantel mojado

en palabras que sabemos
y no decimos

en el canto ambulante
y las cuerdas que rasga

en el jardín del templo
y la boda que empieza

en el sol que se acuesta
con el agua
2
A la mañana
la huella de tu oreja
ha tatuado en mi hombro
                                           un caracol

Sus trazos paralelos 
se separan
hacen de su voluta
                                           un corazón

En su espiral de espuma
se detiene
el eco de tu voz-
                                         ebullición
3
                     Toma el silencio la forma
                                                                de tus manos

La mañana se abre en la terraza
                                            con el tajo del sol.
Extiende su brillo hacia la higuera
y se mece en el aura
                                            de tu olor

                      Toma el aliento la forma
                                                                  de tu nombre

Va subiendo sin peso la mañana
                                            va cobrando color
Se enciende como las barcas a lo lejos
bajo el cuidado mínimo
                                              del sol
4
Como las aceitunas
tus ojos
                  negros
y en cada gota de vino
tu beso
                entero
5
                            Prendida de tu ala
                            me pierdo de claridad

De la barranca suben buganvilias
como del sueño esas vides moradas
                                                            transparencias

                           Prendida de tu ala
                           cruzo la o3curidad

Y brillando entre el mar y la montaña
como faros diminutos nos saludan
                                                            las luciérnagas
6
Langada

                                         Para Nikos Vasalos

Pasa un rayo de sol
por la copa de vino
y danza en la hoja
                              donde escribo

Traza notas que van
y vienen
                y se detienen
giros que van y vuelven
                              y se devuelven-

igual que sobre el mar
una gaviota
pequeña mancha blanca
en la página viva

donde ola tras ola
escriben también
                               y borran
la antigua historia
7
Al pie del promontorio
un ciprés entre olivos

Ropa tendida
tan blanca
como las tumbas a lo lejos

o el fantasma del viento
en los molinos
8
El gran estruendo rompe las palabras
Se dispara el sentido
                                      -sólo queda un vaivén

            oleaje de los amantes
        un punzar en la vértebra
            un esplendor furtivo

La gran marejada nos envuelve
nos anega en su fondo
                                     -sólo queda un latido

                                                                    México-Grecia, 1995-2000
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
De lejos viene
Cuando lo sepas quisiera ver tu cara.
Por que vas a saberlo
aunque no te lo diga
ni leas estos poemas.
¿Cambiará algo entonces?
Es imposible
que no adviertas aún mi turbación:
tanto desorden de miradas,
tanta avidez
registrando el más breve de tus gestos.
¿Y nada modifica tu indolencia?
Ah, íntegro varón, que Dios te guarde.
Pero voy a aclararte
en nombre de esta cólera
y a manera de agravio,
que si te amo
es seguramente por error.
has de saber
que nunca me gustaron ojos desteñidos
ni maneras solemnes,
menos aún cabello lacio y bien peinado
(y de la solemnidad líbrame Dios, libérame).
También has de saber que eres
demasiado sencillo para mi soledad,
demasiado humano para mi deseo,
demasiado lineal
para la arquitectura de este laberinto.
Pero ya basta: pido una disculpa.
Ocurre tal vez
que sólo seas un poco distraído.
Vendrá entonces de ti
el reconocimiento
o una sincera frase paternal.
 
 
 
Lamida por un filo...
Lamida por un filo
                             en tus ojos no turbados,
la luz se escalda
sobre la piedra húmeda.

En sus mínimas cavernas
se detiene
               entre musgos e insectos
tu pupila solar.

Rupturas en la piedra,
grietas,
algo que mira
                          desde el fondo.

Tu mirada refracta
                         el deslave abisal,
y eras de pensamiento se derrumban.
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
Las Hijas del Viento
1
Murmuran tu Nombre
                                 en las terrazas
inundadas de luz
frente al vinoso mar

2
Serpentean en la hierba
devanan suaves
                             sus marañas

Sisean
             entre las siemprevivas

3
Juntan sus voces
al gemido de las piedras
                                          y los arbustos
Hacen del corazón
                               un arpa tensa
4
Desatan su grito alucinado
                                      a lo ancho del valle

Braman como terneras
son aullido reseco
trino
                inverosímil

5
Se obstinan
                 como escenas repetidas
de una misma película

golpean en las ventanas
recorren muelles interminables
                                                            en el amanecer

6
Azotan las rocas de Haghía Triáda
           con sus cuevas para ocultarse
                                                                    de los piratas

Derriban al caminante
             en el monte que se llama
                                                                Demonotópos
Alzan el rugido del oleaje
                hasta el recinto de los cantos piadosos
                                                                                             junto a la Panaghía

7
Despeinan
                 al joven eucalipto
hacen caer sus resinas
                                           sobre los barandales

Zumban amorosas
como abejorros
                            en el hueco de las cañas

Llenan la mirada de hormigas amarillas
 
8
Despiertan
             al espíritu guardián del olivar
Dejan pacer tranquilo
                               el apetito de las bestias

Afilan
el cincel azulado
                                      de la avispa
9
Someten a su ritmo
                              las flores encrespadas
el lomo de los cerros

Todo lo vuelven piedra lisa

10
Traen los ecos
            de una conversación enfática
            de un campanilleo de cabras
            de un violín

Cantan en la noche
                             con sus aires de lamento oriental

11
Se agrandan
sus lenguas arpadas
                   en el invierno del espíritu

Fuerzan al alma
                              a agazaparse
en su rincón.
12
Escriben con sus dedos ligeros
tu Nombre
                    sobre la arena
repiten como plegaria
                                            su grafía
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
Noche              Siento que en vano he conocido aquello que te nombra, que no tendrá un cauce mi dolor acumulado. Te amo como al esplendor de cada día, y he visto desgarrarse la quietud que anticipa tu presencia.

             Sólo existirán seres mutilados y lacios, máscaras de torpes gesticulaciones, de muecas sin sentido. Nada tendré fuera de ti.

             Poseo tus palabras, todas las formas de mi ser habitas. Descubro tu rostro imprevisto en torno a cada instante de tu beso, en la tibia avidez de tu caricia. Tu beso contiene la noche.

             Pero vuelve un vasto caer de silencios, y temo el dilatarse de una soledad desconocida; temo despertar triste a tu lado; temo la imagen de otra plenitud imperturbable.
De "Antología del Poema en Prosa en México"
Colección Letras Mexicanas - Fondo de Cultura Económica, México 1999
 
 
Ofrendas para Kypris
1
Una paloma para Afrodita.
Las tórtolas desgajan
                                     tres notas claras
en el amanecer,
antes que las cigarras enciendan
                                                          su grito ríspido.

La montaña de Helios o Elías
deshuesa la roca
                              sobre los olivares.
El carro de fuego asoma.
La bahía
engulle a las gaviotas.
2
Corta en su aliento el habla,
inhibe el vuelo,
y bajo la sombra de la higuera
deja a la avispa
                     acompañarla.
Los zumbidos la acarician
en su trono de gozo.
La mañana avanza
                             como su gracia misma
saliendo de la espuma,
oh Anadyoméne.
3
Kypris,
una paloma de alabastro,
una rosa votiva
                                para ti,
en esta noche
que bendices nuestro abrazo
como el del mar que se extiende
hasta las rocas altas-
y el creciente de la luna
                                           se abraza a ti.
Sirio apenas brilla
y las olas son torsos de tritones,
frescos muslos,
                               lento vaivén
-y cascabel de espuma
                                           en los oídos.
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
Tus formas se graban en el monte...
                                                                      Para Verónica Volkow

Tus formas se graban en el monte,
en los bordes húmedos de la piedra
                                           -cavidades como axilas.
Tus formas se pegan a mis huesos.
Dejo de existir,
sólo tú quedas
                       como jade en estas faldas.

Cuánto de ti estalla en cada hoja,
reverbera en la distancia
donde tu luz devora todo brillo.

(¿Estoy en tu abismo
                                             o lo rodeo ?)

Renazco en la sombra del laurel,
en la celda de un templo circular
si sostienes
con un pie gigantesco
                                               el firmamento.
Tus formas como un vértigo
me absorben,
                            me disuelven.
Dejan en mis labios briznas de anís.
Y en el fondo del risco
árboles como dioses,
                                            sabinos rojos.
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
Vestido del abismo...
Vestido del abismo,
desprendes de tu paso
                                         al ser nombrado
tu brillo más oscuro.
Ebrio,
                 más que ese fondo.
Terso,
                 más que la noche en que me envuelves.
Oh Tenebroso,
                              oh Tremendo,
allí te escondes.
Cuando despiertas nada queda.

Y yo estoy entre mi sueño
                                            y tu despertar.
Voy de mi aliento a tu párpado,
estoy en juego
               -como las cosas otras
que aniquilas
                           cuando abres los ojos.
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 
 
Viene tu brisa cubriendo el clima entero...
Viene tu brisa cubriendo el clima entero,
tus labios de fruta encienden
                                         la boca del invierno.
Se abren floraciones en la piel,
                                                    pistilos erizados-

Vuelta inesperada a tus manos
que rozan ya el vestido,
                                          que se acercan al seno.

Trastornas lo que tocas,
vas vistiéndolo todo de verdura,
vas dejando en manchas coloridas
flores tantas
                     que apenas se adivinan.

Y quién podría
                        -aun sabiendo tu poder de muerte-,
quién podría fulminar
al deseo escondido
                              en cada hoja,
                              en cada colibrí?
Entra la estación florida -
con tu cumbia y tus cantos, -
tus tarareos ebrios
                            
como el que espera
                                                              a quien ha de matarle
                                         y acecha en cada esquina
                                                                                          de lo oscuro

con tus ojos de tigre,
el salto alerta
                       
    como quien teme
                                                             en cada doblez
                            la noche agazapada

con tus corrientes lúbricas,
tus colores eléctricos,
                             
como quien busca
                              algún auspicio

picadura de abeja,
zumbido azul
                              en la entraña de un pájaro,
un colmillo que muerde,
                              ¿por dónde llegará?
un veneno que cesa
sólo cuando ha invadido todo.
De "El vino de las cosas"
Ediciones Era 2004
 Fuente:https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=385303297485694273#editor/target=post;postID=8688262846453184028

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