sábado, 23 de julio de 2022

Jonathan Swift. GENIOS. HAROLD BLOOM.




Jonathan Swift

La semana pasada empecé a permitir a mi mujer sentarse conmigo a

comer, al extremo de una larga mesa, y a que contestara (aunque con la

mayor concisión) las pocas preguntas que le hacía. No obstante, como el olor

de y ahoo continúa molestándome, siempre tengo la nariz atiborrada de

ruda, lavanda u hojas de tabaco. Y aunque es muy difícil para un hombre

bien entrado en años deshacerse de viejos hábitos, no he perdido por

completo la esperanza de poder tolerar alguna vez la compañía de un vecino

y ahoo, sin los recelos bajo los que aún me encuentro ante sus dientes y sus

garras. Mi reconciliación con la especie yahoo en general no resultaría tan

difícil si se contentaran con sólo aquellos vicios e insensateces que la

naturaleza les ha otorgado. No me causa el menor enojo la presencia de un

abogado, un ratero, un coronel, un necio, un lord, un tahúr, un político, un

putas, un médico, un delator, un sobornador, un procurador, un traidor, y

otros parecidos. Todo ello concuerda con el curso natural de las cosas. Pero

cuando me encuentro ante un conglomerado de deformidades y

enfermedades, así del cuerpo como del espíritu, forjadas a golpe de orgullo,

esto rompe inmediatamente todos los límites de mi paciencia; y nunca podré

comprender cómo tal animal y tal vicio pueden acoplarse6.

Se trata de Lemuel Gulliver, de regreso de su cuarto viaje al país de

los sabios y virtuosos houyhnhnms (caballos) y de los horribles yahoos

(nosotros). Gulliver habla y no habla en nombre de Jonathan Swift.

Después de todo, el pobre Gulliver -como Swift- era un yahoo. Los

caballos siguen siendo caballos, así hayan sido idealizados; los humanos

conservan la imagen de lo humano, así hayan sido envilecidos. Swift no

puede pretender que nos identifiquemos con Gulliver, y sin embargo

tampoco podemos repudiarlo. Los viajes de Gulliver es una sátira salida

de madre y sigue siendo incomprensible que el primero y el segundo

viajes, a la tierra de Lilliput y a Brobdingnag, hayan perdurado como

libros para niños.

Swift meditó extensamente sobre la locura y él mismo acabó loco,

víctima de una condición fisiológica. Aunque Swift será recordado siem[

354]

pre como satírico -su arte grotesco arrasa las superficies para dejar al

desnudo la verdadera realidad de hombres y mujeres-, el corazón de su

genio es la ironía, con la cual se dice una cosa cuando se quiere decir otra.

Swift nos perturba porque su ironía parece no tener límites. Los

mejores escritores ingleses -Shakespeare y Chaucer- son ironistas heroicos

pero mantienen sus ironías bajo control, excepto en casos extremos

como en Medida por medida de Shakespeare o en “El cuento del

bulero” de Chaucer. Pero en Swift la ironía anda suelta y alcanza una

turbulencia desbocada, en especial en el Cuento de una barrica. William

Blake escribió que “ la exuberancia es belleza” : según esta medida, podemos

decir que el feroz Swift es el creador de una inmensa belleza.

[355]

Jonathan Swift

1667 | 1745

e n 1742, a los 75 años de edad, Swift fue declarado loco. Es importante

que no mezclemos esto con su eminencia como genio de la ironía,

pues en esta no hay nada de locura. La indignación salvaje en Swift tiene

un afecto curativo. La enfermedad que destruyó la mente de Swift

era un padecimiento del oído medio, vértigo laberíntico, que hacía que

sintiera campanazos en la cabeza y acabó con su equilibrio. Cuentan que

Swift, en medio de su sufrimiento, tomó una copia de su obra maestra,

Cuento de una barrica, leyó unas cuantas frases, lo puso a un lado y suspiró:

“ ¡Qué genio tenía cuando escribí ese libro!” .

Yo leo Cuento de una barrica dos veces al año, religiosamente, porque

es devastador y por tanto es bueno para mí. La suya es -exceptuando la

de Shakespeare- la mejor prosa de la lengua inglesa y es además un correctivo

saludable para cualquiera que tenga tendencias visionarias o

entusiasmos románticos. El Cuento de una barrica enseña los diferentes

usos de la ironía, más necesarios que nunca, para mí no menos que para

los demás.

Las cien páginas del Cuento de una barrica contienen una mezcla intoxicante

de parodia, sátira, ironías sin fin y digresiones sabias. Con los

años, yo me he convertido en un maestro infinitamente digresivo, tanto

que con frecuencia me veo obligado a preguntar a mis estudiantes dónde

estábamos antes de la última digresión. Lo cual quiere decir que no puedo

enseñar sin recordar el Cuento de una barrica, cuyo método consiste

en interrumpir con digresiones una narración alegórica, hasta que todo

se vuelve digresión. Las sátiras tienden a ser digresivas: cuando ya han

arrancado, suele surgir algo más que es necesario atacar. Swift recurre

más a la digresión que casi todos los demás satíricos: el Cuento de una

barrica es una sola digresión. Lo que Freud llama impulsos (de amor y

de muerte), para Swift no son más que digresiones. Cuando rompemos

el hilo del discurso, nos hacemos a un lado, como si fuéramos incapaces

de caminar recto. Aunque Swift pelea contra muchos enemigos en general,

sus demonios particulares son Hobbes y Descartes. La “barrica” de

su título tiene muchos significados, incluyendo un objeto sin importan[

356]

cia, pero también debe ser un chiste privado de Swift. Cuando los seguía

una ballena a corta distancia, los marineros solían echar al agua un

tonel para desviar la amenaza, y es lo mismo que trata de hacer Swift

con sus lectores, alejarlos de la metafísica materialista del Leviatán de

Hobbes. Descartes, proponedor del dualismo filosófico, es asesinado por

Aristóteles en La batalla entre los libros. El satírico ni siquiera le permite

a Descartes una muerte digna: la flecha de Aristóteles apunta a sir Francis

Bacon pero se desvía hacia Descartes.

Todo en el Cuento de una barrica es deliberadamente desconcertante;

el capítulo crucial, “Un discurso concerniente a la operación mecánica

del espíritu” ni siquiera forma parte del texto, sino que aparece como

un anexo. Si el espíritu y la materia se han de separar radicalmente, como

lo propone Descartes, entonces el espíritu deberá ser transportado allende

el reino de la materia:

Hay tres formar generales de expulsar el alma... La primera es propiamente

un Acto de Dios y se llama Profecía o Inspiración. La segunda

es propiamente un acto del Diablo y se llama Posesión. La tercera... es

consecuencia de una Imaginación poderosa... el cuarto método del Entusiasmo

religioso, o lanzamiento del alma, es puramente consecuencia de

un artificio y de una operación mecánica, y no ha sido extensamente manipulado.

Se debe poner remedio a dicha situación y el vocero de Swift está

aquí para contarnos que en la era de Hobbes y de Descartes la operación

mecánica del espíritu es efectivamente digresiva: el alma se convierte

en un vapor gaseoso que siempre se va para un lado o para el otro

cuando se mueve.

Entre la salvaje indignación de Swift y nosotros se interpone el contador

del cuento, un pozo de información equivocada, como corresponde

a quien ha sido educado como escritor mercenario de Grub Street

- y quien representa muchos de los puntos de vista que ataca-. Sin embargo

Swift no nos presenta las cosas con tanta claridad y sencillez; a

veces se deja llevar por su ego y le permite al mercenario hablar en su

nombre, aunque el pobre hombre es un antiguo bedlamita. El mercenario

escribe a favor de “ el perfeccionamiento universal de la humanidad”

; los designios de Swift no son tan exaltados, pero su vocero tiene

la preocupante tendencia a exaltarse hasta alcanzar una elocuencia muy

[357]

propia de Swift. Entre los sumos sacerdotes de la digresión, enemigos

de Swift, acólitos del dios-viento, se encuentran “ todos los pretendientes

a la inspiración de cualquier tipo” , y son descartados como vulgares

apocalípticos:

A causa de esta costumbre de los sacerdotes, algunos autores mantienen

que estos eólicos son muy antiguos sobre la tierra. Por la transmisión

de sus misterios, que acabo de mencionar, parecen ser exactamente los

mismos que aquellos otros antiguos oráculos cuyas inspiraciones eran

debidas a ciertos efluvios subterráneos de viento, transmitidos al sacerdote

con la misma fatiga y casi con la misma influencia sobre el pueblo. Es cierto,

en efecto, que estos oráculos eran frecuentemente manejados y dirigidos

por oficiantes femeninos cuyos órganos se entendía que estaban mejor

dispuestos para la admisión de aquellas ráfagas proféticas, que entraban

y salían por un receptáculo de mayor capacidad y causaban también de

esa forma un cierto prurito que, con el debido cuidado, ha sido refinado

de un éxtasis carnal a un éxtasis espiritual. Y, para confirmar esta profunda

conjetura, se insiste más adelante en que esta costumbre de los sacerdotes

femeninos se ha mantenido en ciertos refinados colegios de nuestros

modernos eólicos, que están de acuerdo en recibir su inspiración a través

del receptáculo antes mencionado, como sus ancestros de las sibilas7.

Aunque Swift dota al contador del cuento con un poco de su ironía,

lo que viene a continuación es pasmoso, además de muy ofensivo

para los feministas:

Los sabios eólicos mantienen que la causa original de todas las cosas

es el viento, principio del cual fue producido al comienzo todo este universo

y en el cual se resolverá el final; pues el mismo soplo que encendió

e inflamó la llama de la naturaleza, la apagará un día8.

Al final el blanco son los cuáqueros, pero todo el pasaje se eleva en

un crescendo como de El rey Lear. Impaciente con los defensores académicos

de Swift, Susan Gubar señala con gran sensatez el horror que el

gran satírico siente ante el “ineludible rasgo físico” de las mujeres. La

naturaleza psicosexual de Swift no era la más feliz, pero incluso si hubiera

disfrutado de arrebatos genitales con “ Stella” y “Vanessa” , sus casi

amantes, creo que la escritura de este genio encarnado de la ironía no

[358]

hubiese variado mucho, y me parece absurdo acusar a Swift de misoginia,

pues su indignación va dirigida contra toda la humanidad, hombres

y mujeres. El argumento central de Swift consiste en que todos nosotros,

de uno y otro género, estamos sujetos a la operación mecánica del

espíritu. Y también lo está Swift en este magnífico pasaje, un vapor sublime

dirigido contra los vapores:

Además, hay algo especial en las mentes humanas que fácilmente se

inflama con la accidental aproximación y colisión de ciertas circunstancias

que, aunque de apariencia insignificante y ordinaria, se encienden a

menudo en las mayores urgencias de la vida. Pues las grandes mudanzas

no siempre son efectuadas por manos fuertes, sino por una adaptación

debida a la suerte y en su momento apropiado; y no importa dónde se

encendió el fuego si el vapor ha llegado al cerebro. Pues la región superior

del hombre está pertrechada como la región media del aire; los materiales

están formados por causas muy diferentes pero que producen al

final la misma sustancia y efecto. La niebla surge de la tierra, el vapor de

los estercoleros, los efluvios del mar y el humo del fuego; sin embargo

todas las nubes son las mismas en composición y en consecuencias, y los

vahos que salen de un retrete proporcionan un vapor tan hermoso y útil

como el incienso de un altar. Hasta aquí, supongo que se me concederá

fácilmente la razón y se deducirá entonces que, así como el rostro de la

naturaleza nunca produce la lluvia sino cuando está nublado y convulsionado,

así el entendimiento humano, asentado en el cerebro, debe ser turbado

y cubierto por los vapores que ascienden de las facultades inferiores

para bañar la inventiva y hacerla fructificar9.

Si esto sigue siendo sátira, Swift se ha convertido en una de las víctimas,

papel que evitó ansiosamente disociándose de Gulliver en Los

viajes de Gulliver. El Cuento de una barrica es la mejor de las dos por la

misma razón por la cual El rey Lear es superior a Otelo: porque en Lear

y en el Cuento somos arrastrados hasta un muy peligroso borde, donde

la fuerza de la retórica y la fuerza de la pasión desbordan cualquier consideración

relativa a la forma. En su Life Against Dead (1959) [La vida

contra la muerte], Norman O. Brown plantea su famosa defensa de lo

que denominó la “ visión excrementicia” en Swift, expresión que tomó

de Middleton Murry y Aldous Huxley. Varias décadas más tarde, creo

que esta visión no necesita de nuestra compasión ni de nuestro elogio,

[359]

así como no la necesita ni en Rabelais ni en Blake, también ellos satíricos

imbuidos de energías demoníacas. Lo que el doctor Samuel Johnson

temía en Swift no era la fuerza del genio ironista sino el “ peligroso ejemplo”

de la sátira swiftiana de tantas tendencias “ religiosas” . Swift se consideraba

- y tenía razón- un devoto sacerdote anglicano que trabajaba

como deán de la catedral de San Patricio en Dublín. Pero sus parodias,

sus ironías y sus sátiras eran muestra de un genio incomparable. A juicio

del doctor Johnson, estos poderes se habían independizado del control

explícito de Swift: las campanas destruyeron la torre.

Ya establecí la diferencia entre el genio de Swift y su eventual locura,

pero a medida que leo Cuento de una barrica me siento incapaz de

apartar su genio de su furia. Al comienzo sus blancos son Hobbes y

Descartes, pero después nos incluye a todos nosotros - y también él

necesariamente convertido en víctima-. Goneril y Regan son monstruos

de las profundidades y sin embargo la furia de Lear trasciende incluso

sus provocaciones. ¡Qué difícil resulta combatir la sensación de que la

ira de Swift trasciende el entusiasmo que ataca! ¿Será posible manifestar

indignación profètica contra la profecía? ¿Qué es lo que valida la

aparente crueldad de Swift? Y en esta pregunta, es la palabra “ aparente”

la que está en tela de juicio:

La semana pasada vi a una mujer despellejada y podéis creerme que

su persona estaba alterada para peor10

La fuerza literaria de esta ironía es indiscutible: puede ser considerada

una parodia del sadismo, ¿pero cómo excluir el sabor del mismo

sadismo? Una de las razones por las cuales el Cuento de una barrica nunca

deja de sorprendernos es que es uno de los pocos libros absolutamente

originales que se ha escrito en inglés. Los dos términos fundamentales

y opuestos de los que se ocupa son lo “mecánico” y el “ espíritu” , y Swift

siente un enorme desprecio por los dos: la máquina representa lo corpóreo,

de acuerdo con la designación de Hobbes, y el espíritu es la conciencia,

aislada y reducida por Descartes. A Swift le parece que el cuerpo

como máquina es primordialmente un productor de excremento y de

fluidos sexuales, mientras que el espíritu cartesiano no es más que viento,

un vapor dañino. El cristianismo de Swift ha optado por un camino

intermedio: la razón y la verdad no nos conducen a la felicidad (una meta

muy improbable), sino al orden y a la decencia. Pero, ¡ay!, estos tèrmi-

[360]

nos han perdido gran parte de su brillo en los tres siglos corridos desde

la publicación del Cuento de una barrica. George W. Bush y la Coalición

Cristiana no serían ideales swiftianos: él exaltaba la mente, argumento

legítimo de su feroz orgullo.

No dejo de leer el Cuento de una barrica porque corrige mis inclinaciones

románticas, mi búsqueda del espíritu en la poesía romántica y

posromántica. Pero lo recomiendo a todos por su originalidad, su intensidad

demoníaca y el esplendor de su prosa. Y dado que lo que preocupa

es el genio, porque conozco muy pocas obras en inglés en donde se vea

tan claramente esta peligrosa y sorprendente explosión de genio.

viernes, 22 de julio de 2022

Alexander Pope. GENIOS. HAROLD BLOOM.





[345]

Frontispicio 32

Alexander Pope

Otros expresan que su amor es sólo por la lengua

y valoran los libros, como las mujeres a los hombres, por el vestido:

Sus elogios son quedos, el estilo, excelente:

asumen que el sentido está en el contenido.

Las palabras son como las hojas; donde más abundan

escasea el fruto del sentido.

La falsa elocuencia, como el lente prismático,

esparce sus colores chillones por doquier.

Ya no distinguimos el rostro de la naturaleza

y todo brilla igual, alegre sin diferencias;

pero la verdadera expresión, como el sol inmutable,

aclara y mejora todo aquello sobre lo cual relumbra,

dorando todos los objetos sin alterar ninguno.

La expresión es el ropaje del pensamiento, y es

más decente cuanto más apropiado;

la vil vanidad expresada en palabras pomposas

es como un bufón vestido de púrpura;

pues hay un estilo para cada tema,

así como cada país, cada ciudad y cada corte tienen su traje.

Algunos pretenden la fama con palabras antiguas;

¡suspalabras son antiguas, su estilo, moderno!

Tan elaboradas naderías, en estilo tan raro,

fascinan al ignorante, y hacen sonreír al culto.

En su Ensayo sobre la crítica [Essay on Criticism], su primer poema

importante, Pope advierte a los críticos sobre los engaños de los falsos

poetas. Aunque era muy joven aún, decidió ocupar la posición de moralista

literario, vacía desde la muerte de Ben Jonson, amigo y rival de

Shakespeare. Alexander Pope era un enano de cuerpo contrahecho por

la tuberculosis infantil, y seguramente no parecía el candidato más idóneo

para convertirse en el gran poeta inglés de la Ilustración europea.

Buscar equivalentes del precoz genio técnico de Pope nos obliga a pen-

[346]

sar en John Milton, AlfredTennyson, o el recientemente fallecido James

Merrill. Estos, como Pope, eran artistas del verso desde niños, más

magos que escritores.

Pope era un genio de la sátira como su amigo Jonathan Swift, y esto

es un peligro para cualquier escritor. Los lectores no suelen amar la

sátira: nos da miedo bañarnos en ácido, aunque sea saludable. Pope no

es tan salvaje como Swift, pero sí va más allá que cualquiera de los

satíricos vivos:

Que Sporus tiemble: “ ¿Qué? ¿Sporus, esa cosa de seda,

esa cuajada blanca de leche de burro?

Sátira o sentido: ¡vaya! ¿Acaso siente Sporus?

¿Quién aplasta a una mariposa con una rueda?” .

Pero permítanme sacudir este insecto de alas doradas,

este niño pintado de caca que hiede y pica;

cuyo zumbido irrita al sabio y al hermoso

sin probar nunca la sabiduría ni disfrutar la belleza,

como los perros de raza que se deleitan educadamente

murmurando sobre la caza que no osan morder.

Sus eternas sonrisas traicionan su vacuidad,

como los riachuelos pandos que corren de hueco en hueco.

Aunque hable con florida impotencia,

cuando el apuntador respira, la marioneta chilla;

o, sapo familiar al oído de Eva, se lanza

en escupitajos, mitad espumarajo, mitad veneno,

que son retruécanos o política, o cuentos o mentiras,

rencor o tizne, rimas o blasfemias.

Su ingenio es un balancín que va de aquel a este,

Ora arriba, ora abajo, ora conquista, ora fracaso,

él mismo una antítesis vil.

¡Cosa anfibia que puede desempeñar cualquier papel!,

el de la cabeza frívola o el del corazón corrupto,

petimetre en el tocado, zalamero en la mesa,

ya baila con una dama, ya se pavonea ante un señor.

Los rabinos lo declaran la tentación de Eva,

carita de querubín aunque de resto sea un reptil;

la belleza nos sorprende pero nadie confía en su papel;

su ingenio se arrastra y su orgullo muerde el polvo.

[347]

No importa quién se supone que fuera Sporus (lord Hervey, que

había atacado a Pope). Al leer este pasaje, el lector bien puede reemplazar

su nombre con el de su malignidad literaria favorita.

[348]

Alexander Pope

1688 | 1744

HAY g r a n d e s p o e t a s que siempre tuvieron que maldecir al margen,

como William Blake, y otros que fueron ignorados por sus contemporáneos,

como Emily Dickinson y Gerard Manley Hopkins. Pero el genio

de Pope era público, como el de Ben Jonson, o el de lord Byron, o el de

Oscar Wilde. Estos fueron noticia como no ha logrado serlo ningún

escritor de verdadera eminencia en la actualidad a pesar de que hoy tenemos

genios de la publicidad, si bien no es a eso a lo que me refiero

con “ genio público” .

Pope empezó la vida con demasiadas desventajas: era un católico

romano fervoroso (aunque de doctrinas dudosas) en un país en el que

los católicos estaban excluidos de Londres y de las universidades. Era

jorobado, como el Ricardo m de Shakespeare, y enano. Pero también fue

un niño prodigio como poeta y sus dotes fueron casi universalmente

reconocidas. Nadie lo supera como artista del verso en inglés, aunque

tiene algunos iguales: Milton, Tennyson, James Merrill. No hay un solo

verso inferior en Pope: los lugares comunes de tipo moral en Ensayo sobre

el hombre [An Essay on Man] me irritan pero su expresión es intachable.

Dondequiera que uno lea, se topa con unja piedra preciosa:

¡Ah! Si bailar toda la noche y pavonearse todo el día

sirviera de encantamiento contra la viruela o alejara la vejez,

¿quién no despreciaría el cuidado de la esposa,

quién aprendería una sola cosa útil sobre la tierra?

Caen los poetas como caen aquellos a quienes celebraron en sus versos,

sordo el oído alabado y muda la armoniosa lengua.

¡Ah, si pudiese subir al ala menonia

sus brazos, sus actos, su reposo, para cantarles!

[349]

¡Qué mares atravesó! ¡Y en qué campos y qué tanto

peleó por la paz del país, tan duramente ganada!

Así ante la intuición de su llegada, y su secreto poderío,

el arte sale en persecución del arte, y todo se vuelve noche.

Se ha alabado con razón la unión del sonido y el sentido en Pope,

pero a mí me interesa el genio, o el otro yo. Aunque Pope fue el apóstol

de la razón, la naturaleza y el orden, y así lo dejó establecido el doctor

Samuel Johnson, su persona pública es engañosa. Hay una energía furiosa

que impulsa su obra, pero no se parece en nada a la furia irónica

que anima las sátiras de su amigo íntimo Jonathan Swift, quien da el

paso que lo separa del abismo de la digresión. Pope, como Racine, nunca

pierde el control, pero el lector no puede dejar de percibir la oscuridad

que se acumula, sin caer del todo.

Y hubo mucha oscuridad. A los 16, una infección tuberculosa le torció

la columna; y a pesar de su poca estatura y del tormento de los dolores

de cabeza y del cansancio, logró crear un arte superior a su

deformación. La elegancia, el poder y la proporción de su memorable

poesía lo fortalecieron moralmente y le permitieron soportar su larga

enfermedad. La energía que impulsa su obra casi hace de él una culminación

demasiado exuberante de la tradición neoclásica de Ben Jonson,

Denham, Waller, Dryden. El doctor Samuel Johnson, el Shakespeare

de la crítica, amaba a Dryden pero consideraba que Pope era la perfección

en la poesía, y quizás esa fue la razón por la cual él mismo no escribió

más que dos poemas importantes, “Londres” [London] y “La

vanidad de los deseos humanos” [The Vanity of Human Wishes]. Nos

encontramos ante un acertijo: Dryden, Pope y Johnson sabían que Shakespeare

y John Milton superaban con creces la cota del neoclasicismo

(Chaucer no era tan accesible, por su lenguaje). Pope y Johnson hicieron

ediciones de Shakespeare y Dryden los precedió en la proclamación de

la supremacía de Shakespeare. Dryden, Pope y Johnson consideraban

que Milton estaba justo debajo de Shakespeare. En este punto empieza

a operar una compleja división: de acuerdo con Johnson, la versión que

Pope hizo de Homero “afinó la lengua inglesa” y, por tanto, a Dryden.

¿Significa esto que era necesario perfeccionar a Shakespeare y a Milton?

¿Se someterían a ello? ¿O acaso representaban algo más grande, algo que

[350]

espolearía a los poetas de 1740, como Collins, Grey y los Warton, obligándolos

a crear la Nueva Poesía que Johnson desaprobaba? La cuestión

se volvió más urgente a partir de 1780, con William Cowper y

William Blake, y se convirtió en una polémica de grandes proporciones

con Coleridge, Wordsworth, Shelley y Keats.

Aunque Pope lo veneraba, Shakespeare no logró inhibir a este escritor

de sátiras morales y de falsas épicas. Sus obras maestras son El

robo del rizo [The Rape of the Lock] y La Dunciada [The Dunciad], falsas

épicas, la primera de las cuales está brillantemente entretejida con

El paraíso perdido, mientras que la segunda lo está con Milton y con la

Biblia inglesa. El doctor Johnson tenía en la más alta estima su traducción

de Homero, cosa que nos resulta inexplicable. El Homero de Pope

le dio a este independencia económica y lo convirtió en el primer poeta

inglés desde Shakespeare capaz de vivir cómodamente de sus ingresos,

pero no conozco a nadie que lo lea (o que pueda leerlo) hoy en día.

Lo falso heroico en Pope fue definido por Maynard Mack como “ la

metáfora del tono” , simultánea y ambivalentemente cómico y destructivo.

Esta ambivalencia es magistral en La Dunciada, la obra más importante

de Pope y en la cual me concentraré aquí. La Dunciada es comedia

de la mejor, y sin embargo es tan destructiva como Swift. La lectura de

El cuento de la barrica me produce cierta turbación, y en cambio me río

con La Dunciada.

A William Blake no le gustaba Pope, pero hay afinidades curiosas

entre ellos como escritores apocalípticos que eran: resulta esclarecedor

leer “Night the Ninth, Being the Last Judgment” [Noche la novena,

siendo el juicio final], de Los Cuatro Zoas, al tiempo con el libro cuarto

de La Dunciada. Blake está escribiendo profecía, no épica falsa, pero es

que en Pope este es un modo profètico. A mí me resulta fascinante el

poco interés que La Dunciada despertaba en el doctor Johnson, quien

consideraba que en ella “ prevaleció la irascibilidad de Pope” , quien

“ confesaba su propio dolor a través de su rabia pero no causaba dolor a

quienes lo provocaban” . Johnson se dio perfecta cuenta de que La Dunciada

es swiftiana - y Swift no lo hacía nada feliz-, pues es “demasiado

petulante y maligna” y contiene imágenes vulgares en exceso. Lo que

La Dunciada y El cuento de la barrica temen es a la locura cultural universal.

Ahora en 2001, cuando escribo, la locura cultural se ha vuelto un

infierno y ninguno de nosotros se puede sustraer a ella. No necesitamos

una nueva Dunciada; la de Pope sigue siendo minuciosamente relevante

[351]

y profetiza sin equivocarse el triunfo del Reino de los insulsos en las

universidades y los medios de comunicación, enemigos de la cultura:

Al pie de su escabel, la Ciencia gime encadenada

y el Ingenio teme al Exilio, las Penas y el Dolor.

Allí, la Lógica rebelde espumajea, amordazada y atada,

y más allá, desmantelada, la bella Retórica languidece por los suelos;

Nacen de la Sofistería sus armas romas,

desvergonzadas Procacidades adornan sus ropajes.

La Moralidad, atraída por sus falsos guardianes,

el Embrollo cubierto de pieles, la Casuística con sus vestiduras,

se queda sin aliento mientras ellas halan la cuerda a uno y otro lado

y muere, cuando la Insulsez da la orden a su paje.

sólo la insana Instrucción permanece libre,

demasiado loca para las cadenas,

ora dirigiendo su mirada extática hacia el espacio,

ora corriendo alrededor del círculo, donde encuentra su cuadrado.

Las Musas yacen atadas por diez lazos

bajo la mirada vigilante de la Envidia y del Halago:

allí quiso la entristecida Tragedia enterrar en su corazón la daga

que debía hender el pecho de la Tirana

pero la sensata Historia contuvo su rabia,

y le prometió Venganza en una era bárbara.

Es allí donde yo enseño y donde enseña todo el mundo hoy en día,

y es allí donde se lleva a cabo la crítica y la especulación cultural (basta

mirar el suplemento cultural de los periódicos). El magnífico pasaje final

de La Dunciada nos anuncia hacia dónde vamos todos y dónde (evidentemente)

queremos ir:

En vano, en vano —la Hora que todo lo compone

cae sin resistencia: la Musa obedece al Poder.

¡Ya viene! ¡Ya viene! el trono oscuro sostenido

por la Noche primitiva, por el antiguo Caos.

Ante ella, las doradas nubes de la Imaginación se desvanecen

y todos sus variados arco iris mueren.

Los fuegos momentáneos del Ingenio estallan en vano,

cae el meteoro y expira en un instante.

[352]

Así como las estrellas enfermas, temblando de miedo la casta de

/ Medea,

desaparecen una a una del valle etéreo,

como los ojos de Argos, tocados por la vara de Hermes,

se cierran uno a uno para descansar eternamente,

Así, al sentir su cercanía y su poder secreto,

Arte tras Arte se apagan y todo se vuelve Noche.

¡Mirad cómo huye a hurtadillas la Verdad a su antigua caverna,

mientras se apilan sobre su cabeza las montañas de la Casuística!

La Filosofía, que antaño se apoyara en el Cielo,

se encoge hasta su segunda causa y desaparece.

¡La Física y la Metafísica ruegan que se las defienda,

y la Metafísica pide su ayuda al Sentido!

¡Ved cómo vuela el Misterio hacia las Matemáticas!

¡En vano! Miran fijamente, se marean, desvarían y mueren.

La Religión abochornada cubre con un velo sus fuegos sagrados

y la Moralidad fallece en la inconsciencia.

No hay Llama pública o privada que se atreva a brillar

ni queda ni una chispa humana ni una fugaz mirada divina.

Tu temible imperio, oh Caos, se ha restablecido;

la luz muere ante tu palabra estéril;

tu mano, gran Anarquía, deja que caiga la cortina

y que la Oscuridad Universal lo entierre Todo.

La risa demoníaca de Pope ante el horror cultural tiene un toque

de deleite ante la destrucción. El libro cuarto de La Dunciada se publicó

en 1742; en 2001, me asusta.

miércoles, 20 de julio de 2022

John Donne. GENIOS. HAROLD BLOOM.




John Donne

Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,

y libre te creas ya

de todos mis asedios,

vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho

y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.

Parpadeará entonces tu enfermiza llama,

y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,

si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará

que pides más,

y en sueño simulado te rehuirá,

y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,

te bañarás en gélido sudor de azogue,

espectro más real que el mío propio.

Lo que diré no he de decirlo ahora,

no vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor,

antes quisiera verte con dolor arrepentida

que, por mis amenazas, inocente1.

“La aparición” es un soberbio ejemplo del arte de Donne, parte de

sus Canciones y sonetos (publicado en 1633, dos años después de la muerte

del poeta). Donne empieza volviendo literal la metáfora de Petrarca del

amante que muere por el desdén de su amada, quien lo ha reemplazado

por otro admirador. Convertido en un fantasma empeñado en vengarse,

tendrá el sublime mal gusto de entrometerse en la vida amorosa de ella.

Asustada por la aparición, la “ asesina” intentará despertar a su amante,

pero este, que ya no puede más, finge dormir. Deberá por tanto enfrentar

sola la sombra de Donne, convertida en un “ espectro más real” a causa

del temblor y el miedo.

Quizás el predicador Donne, deán de Saint Paul, habría alegorizado

estos versos deliciosos diciendo que su “ asesina” era “ la amante de mi

juventud, la Poesía” , a quien abandonó por “ la esposa de mi edad madura,

la Divinidad” . Pero con ello habría puesto patas arriba la trama del

[338]

poema. El deán de Saint Paul encontró otros usos para su ingenio libertino,

que puso al servicio de sus sermones, en los cuales su agilidad intelectual

humaniza la doctrina, volviéndola accesible.

El genio de Donne tiene un cierto matiz pragmático, ya sea que su

argumento sea erótico o divino. Alabamos su palpable ingenio, pero

deberíamos admirar igualmente su versátil intelecto, maravilloso administrador

de la transición entre una forma de amor, secular y salaz, y la

otra, sagrada y sin embargo atrevida.

[339]

John Donne

1572 | 1631

jo h n d o n n e , nacido ocho años antes que Shakespeare, vivía en Londres

en 1595 como un joven caballero con recursos y cierta reputación

como poeta erótico y satírico. Asiduo espectador de teatro, seguramente

asistió a la representación de Ricardo //, de Shakespeare, en cuyo caso

sin duda disfrutó muy a su manera del progreso (o la decadencia) del

martirizado monarca de gobernador petulante a poeta metafisico. Canciones

y sonetos fue publicado dos años después de la muerte del poeta,

pero algunos de sus poemas circularon ampliamente como manuscritos,

y quizás Shakespeare los leyó, aunque es más probable que haya

leído sus muy eróticas elegías ovidianas. Sospecho que la influencia

funcionó en sentido contrario; a veces uno siente que Canciones y sonetos

parodia el Ricardo // de Shakespeare.

Después de su conversión en 1602 del catolicismo romano a la religión

anglicana, el progreso terrenal de Donne fue lento, dada su renuencia

a ordenarse -cosa que hizo en 1615-. Pero después se convirtió

rápidamente en un predicador famoso, y en 1621 fue nombrado deán

de Saint Paul. La mayoría de los poemas en Poesía sacra fueron escritos

antes de la ordenación, y también lo fue su grandiosa reflexión “Viernes

santo, 1613. De camino al occidente” . Los dos magníficos himnos

“A Dios, mi Dios, en mi enfermedad” y “A Dios Padre” seguramente

fueron escritos en 1623, en noviembre-diciembre, periodo durante el

cual creyó morir. A excepción de lo anterior, Donne abandonó la poesía

a la Divinidad, pero sus buenos sermones están entre los más poderosos

que hayan sido escritos en inglés.

El doctor Samuel Johnson, mi paradigma crítico, buscó aislar y definir

el genio (cuando podía hallárselo), en especial en sus Vidas de poetas

(1779-1781). Donne sólo aparece en las Vidas de Johnson como uno

más de los poetas metafísicos, en la “Vida de Cowley” . Abraham Cowley

ha sido olvidado pero a finales del siglo xxvn era el Ezra Pound de su

época. Aunque desaparecía a pasos agigantados en la era de Johnson,

Cowley alcanzó notoriedad suficiente como para encabezar las Vidas,

[340]

en su calidad de supuesto fundador de la antigua y mediocre escuela de

poesía que alcanzó su fama gracias a John Dryden y Alexander Pope,

favoritos de Johnson.

Johnson tenía en gran estima su “Vida de Cowley” porque la consideraba

críticamente innovadora en lo relacionado con los metafísicos

(si bien fue Dryden quien le puso nombre a la escuela). He aquí a

Johnson dándole a Donne lo que Dryden ya le había dado, bastante

menos de lo que parece:

No obstante, aquellos que niegan la calidad de su poesía admiten la

calidad de su ingenio. Dryden confiesa que ni él ni sus contemporáneos

igualan a Donne en ingenio, pero asegura que lo sobrepasan en poesía.

En The Rambler N° 125, Johnson afirma que “ cada nuevo genio produce

alguna innovación que subvierte las prácticas establecidas por los

autores que lo precedieron, una vez que ha sido inventada y aprobada” .

¿Por qué no podía Johnson considerar a Donne un genio así? Aunque

el gran crítico no lo admitiría, Donne, a quien calificaba de “ abstruso y

profundo” , lo perturbaba profundamente, si bien condenaba su poesía

por ser “una desviación voluntaria de la naturaleza en busca de algo

nuevo o extraño” .

Desde Coleridge hasta Arthur Symons, no hubo nadie en el siglo

xix que no pensara en revivir a Donne, de manera que la reivindicación

que T.S. Eliot hizo en el siglo xx resulta un poco tardía. El lector común

el es juez definitivo de Donne, quien sigue muy vivo a comienzos del

siglo xxi. Quisiera definir esta vitalidad y demostrar el genio de Donne

con base en los planteamientos johnsonianos de la invención o de la frescura

perpetua, la originalidad que no puede ser desechada como un estilo

propio de la época. He aquí al Donne de Canciones y sonetos, en su

versión más popular:

Ve y coge una estrella fugaz;

fecunda a la raíz de mandràgora;

dime dónde está el pasado,

o quién hendió la pezuña del diablo;

enséñame a oír cómo canta la sirena,

a apartar el aguijón de la envidia,

[341]

y descubre

cuál es el viento

que impulsa a una mente honesta.

Si para extrañas visiones naciste,

vete a mirar lo invisible;

diez mil días cabalga, con sus noches,

hasta que los años nieven cabellos blancos sobre ti.

A tu regreso tú me contarás

los extraños prodigios que te acontecieron,

y jurarás

que en ningún lugar

vive mujer hermosa y verdadera.

Si la encuentras, dímelo,

¡dulce peregrinación sería!

Pero no, porque no iría,

aunque fuera justo al lado;

aunque fiel, al encontrarla,

y hasta al escribir la carta,

sin embargo,

antes que fuera,

infiel con dos, o tres, fuera2.

Esta es la “ canción” de un libertino, si bien de tono ligero, así que

no se puede interpretar literalmente. Su ironía implica que el cantor

mismo será infiel, con dos o tres, fuera. La “ raíz de la mandràgora” interesaba

vivamente a Donne, quien dedicó cuatro estrofas a la mandràgora

en “El progreso del alma” , donde nos cuenta que la manzana

que Satán arrancó para Eva es abandonada por su alma, que entonces

se alberga en la mandràgora. Se inicia una larga tradición mágica y venérea

según la cual la mandràgora o manzana de mayo se utiliza para

provocar la lujuria, el sueño y la muerte. De manera que unas cuantas

sombras se ciernen sobre esta canción despreocupada, pero predomina

la ironía libertina.

El genio de Donne se manifiesta en toda su exquisitez en la soberbia

meditación erótica llamada “El éxtasis” , título que se refiere a los amantes

“ fuera de sí” , en un apaciguado intervalo antes de reanudar las reía-

[342]

dones sexuales. Lo que hace que este poema sea tan poderoso es la

doblería del tono, que a la vez que celebra la metafísica del amor es una

nueva seducción, que culmina con el hablante urgiendo a la dama a

reiniciar los arrebatos físicos:

Como nuestra sangre labora por crear

espíritus, tan parecidos al alma como pueda,

porque dedos así son requeridos para anudar,

este nudo sutil que en hombre nos convierte.

Así, de los amantes las almas puras,

deben descender a los afectos y a las facultades,

que el sentido pueden alcanzar y aprehender.

Yace, si no, un gran príncipe en prisión.

A nuestros cuerpos retornemos, pues, que así

puedan los débiles el amor revelado contemplar.

En las almas crecen los misterios del amor,

y sin embargo en su cuerpo está su libro.

Y si, como nosotros, un amante

ha oído este Diálogo de Uno,

¡que nos siga observando! Escaso cambio

encontrará cuando a los cuerpos nos vayamos3.

La neoplatónica alma fundida de los amantes debe separarse y regresar

a una nueva unión de los cuerpos, pues de otra manera su alma

compuesta será tan impotente como si estuviera prisionera: “Yace, si

no, un gran príncipe en prisión” . La revelación erótica y la revelación

divina se vuelven una en la Biblia del cuerpo sexual: “Y sin embargo en

su cuerpo está su libro” . Los dos éxtasis son uno, ya sea en el alejamiento

o en la unión. Sin duda se trata de una invitación al placer, pero es tan

refinada que raya en la santificación: la audacia de Donne no tiene límites.

La famosa (y reprobadora) definición del ingenio metafísico que

hiciera el doctor Johnson dice así: “Las más heterogéneas ideas uncidas

con violencia al yugo” . El ingenio de Donne se deleita enyugando con

insinuaciones sutiles ideas que sólo parecen diferentes. En la larga tra[

343]

dición de interpretación del Cantar de los Cantares, los místicos han

descubierto la unión divina alegorizada como juego erótico. Pero Donne

no es un poeta místico, ni siquiera cuando compone una obra maestra

como el piadoso “Himno a Dios, mi Dios, en mi enfermedad” . Vivió

ocho años más, pero escribió este extraordinario poema mientras esperaba

la muerte:

Dado que me acerco a aquella sagrada estancia en la que por siempre,

con tu Coro de Santos, seré tu Música; puesto que me acerco, afino

el instrumento aquí en la puerta, y lo que deba hacer entonces, aquí lo

pienso antes.

Mientras mis médicos, por su amor, se han convertido en cosmógrafos,

y yo en su mapa, que yace tendido en el lecho, y en el que pueden

revelar que este es mi suroeste, descubierto/w fretum febris, y que por este

estrecho moriré,

Me alegro de ver mi occidente en está estrechez; pues aunque sus

estériles corrientes a nada devuelvan, ¿qué hará que me duela de mi occidente?

Así como en todos los chatos mapas (y yo soy uno de ellos) el occidente

y el oriente son uno, así la muerte toca la Resurrección.

¿Es el Pacífico mi casa? ¿O lo son las riquezas de Oriente? ¿Es Jerusalén?

Hainán, Magallanes y Gibraltar, todos los estrechos y sólo los estrechos

conducen a ella, la que habitaba Jafet, o Cam, o Sem.

Creemos que el Paraíso y el Calvario, la Cruz de Cristo y el árbol de

Adán estaban en el mismo lugar. Mírame, Señor, y contempla a ambos

adanes reunidos en mí. Así como el sudor del primer Adán me cerca el

rostro, púeda la sangre del segundo ceñirme el alma.

Tal, envuelto en esta púrpura, recíbeme, Señor; por estas espinas

dame la otra Corona; y así como a otras almas prediqué tu Palabra, sea

éste mi Texto, mi Sermón a la mía: es para poder levantarte que el Señor

te derriba4.

Falta el éxtasis del místico; en su lugar, el ingenio se ejercita a expensas

de su propia humanidad, pero con gran vivacidad y humor.

Debemos cuidarnos de interpretar “aquella sagrada estancia” como el

Cielo, pues el deán de Saint Paul es demasiado sutil para semejante presunción.

Escribe este himno, en lo que supone será su lecho de muerte,

para afinar su instrumento, su don poético. Rodeado de cosmógrafos

atentos, él se ve a sí mismo como un mapa chato, que se convertirá en la

[344]

imagen central del poema. A través del caliente estrecho de la fiebre,

per fretum febris, se dirige al suroeste, hacia la muerte, pero así como el

occidente y el oriente, aplanados, se convierten en uno, la muerte y la

resurrección se tocan. Es un “ toque” muy leve, y sigue siéndolo mientras

él juega con la palabra “ estrecho” . Mientras arde de fiebre piensa

en Adán, que debe ganarse el pan con el sudor de la frente, y solicita,

como último Adán, el abrazo de Cristo.

El pathos controlado es extraordinario, y también lo es la reticencia

teológica. En su lecho de muerte, el deán seguramente es consciente de

su propia historia religiosa. Donne nació en el seno de una familia católica,

y uno de sus tíos y uno de sus hermanos fueron mártires de la antigua

fe; la suya fue una educación católica, así que abandonó lentamente

la tradición familiar -no antes de cumplir los treinta, en todo caso-.

Cuando Donne escogió la Iglesia de Inglaterra no estaba tomando una

decisión teológica, y su demora en convertirse en sacerdote anglicano

demuestra que la conveniencia no fue una razón primordial. Su temperamento

de poeta definió, si bien por vías complejas, su carrera en la

Iglesia. Los críticos no ven, con razón, muchas diferencias entre el fervor

y el ingenio de su poesía temprana y sus sermones tardíos. Donne

quería que hubiera continuidad entre el pasado cultural y su propia

juventud y esa continuidad la encontró con los anglicanos, a medio camino

entre el catolicismo romano y el protestantismo calvinista.

Sus obras piadosas y sus sermones no tienen un énfasis particularmente

teológico, y se podría decir que su genio es consistente, pues la

obra toda se centra alrededor del “ ingenio” . Y digo “ ingenio” en su antiguo

sentido de enorme inteligencia, aunque Johnson, de acuerdo con

Dryden y Pope, se negó a considerarlo como verdadera inteligencia (idea

propia del orden neoclásico). Ben Jonson, coetáneo de Donne, admiraba

y despreciaba su poesía, pues la consideraba demasiado idiosincrásica.

Podemos considerar el personalismo extremo, que nunca abandonó a

Donne, como la señal particular de su genio. Su voz sigue siendo audible,

permanentemente inconfundible:

.. .y otra vez soy engendrado

de ausencia, oscuridad y muerte, cosas que no existen5.

[345]

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