Jonathan Swift
La semana pasada empecé a permitir a mi mujer sentarse conmigo a
comer, al extremo de una larga mesa, y a que contestara (aunque con la
mayor concisión) las pocas preguntas que le hacía. No obstante, como el olor
de y ahoo continúa molestándome, siempre tengo la nariz atiborrada de
ruda, lavanda u hojas de tabaco. Y aunque es muy difícil para un hombre
bien entrado en años deshacerse de viejos hábitos, no he perdido por
completo la esperanza de poder tolerar alguna vez la compañía de un vecino
y ahoo, sin los recelos bajo los que aún me encuentro ante sus dientes y sus
garras. Mi reconciliación con la especie yahoo en general no resultaría tan
difícil si se contentaran con sólo aquellos vicios e insensateces que la
naturaleza les ha otorgado. No me causa el menor enojo la presencia de un
abogado, un ratero, un coronel, un necio, un lord, un tahúr, un político, un
putas, un médico, un delator, un sobornador, un procurador, un traidor, y
otros parecidos. Todo ello concuerda con el curso natural de las cosas. Pero
cuando me encuentro ante un conglomerado de deformidades y
enfermedades, así del cuerpo como del espíritu, forjadas a golpe de orgullo,
esto rompe inmediatamente todos los límites de mi paciencia; y nunca podré
comprender cómo tal animal y tal vicio pueden acoplarse6.
Se trata de Lemuel Gulliver, de regreso de su cuarto viaje al país de
los sabios y virtuosos houyhnhnms (caballos) y de los horribles yahoos
(nosotros). Gulliver habla y no habla en nombre de Jonathan Swift.
Después de todo, el pobre Gulliver -como Swift- era un yahoo. Los
caballos siguen siendo caballos, así hayan sido idealizados; los humanos
conservan la imagen de lo humano, así hayan sido envilecidos. Swift no
puede pretender que nos identifiquemos con Gulliver, y sin embargo
tampoco podemos repudiarlo. Los viajes de Gulliver es una sátira salida
de madre y sigue siendo incomprensible que el primero y el segundo
viajes, a la tierra de Lilliput y a Brobdingnag, hayan perdurado como
libros para niños.
Swift meditó extensamente sobre la locura y él mismo acabó loco,
víctima de una condición fisiológica. Aunque Swift será recordado siem[
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pre como satírico -su arte grotesco arrasa las superficies para dejar al
desnudo la verdadera realidad de hombres y mujeres-, el corazón de su
genio es la ironía, con la cual se dice una cosa cuando se quiere decir otra.
Swift nos perturba porque su ironía parece no tener límites. Los
mejores escritores ingleses -Shakespeare y Chaucer- son ironistas heroicos
pero mantienen sus ironías bajo control, excepto en casos extremos
como en Medida por medida de Shakespeare o en “El cuento del
bulero” de Chaucer. Pero en Swift la ironía anda suelta y alcanza una
turbulencia desbocada, en especial en el Cuento de una barrica. William
Blake escribió que “ la exuberancia es belleza” : según esta medida, podemos
decir que el feroz Swift es el creador de una inmensa belleza.
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Jonathan Swift
1667 | 1745
e n 1742, a los 75 años de edad, Swift fue declarado loco. Es importante
que no mezclemos esto con su eminencia como genio de la ironía,
pues en esta no hay nada de locura. La indignación salvaje en Swift tiene
un afecto curativo. La enfermedad que destruyó la mente de Swift
era un padecimiento del oído medio, vértigo laberíntico, que hacía que
sintiera campanazos en la cabeza y acabó con su equilibrio. Cuentan que
Swift, en medio de su sufrimiento, tomó una copia de su obra maestra,
Cuento de una barrica, leyó unas cuantas frases, lo puso a un lado y suspiró:
“ ¡Qué genio tenía cuando escribí ese libro!” .
Yo leo Cuento de una barrica dos veces al año, religiosamente, porque
es devastador y por tanto es bueno para mí. La suya es -exceptuando la
de Shakespeare- la mejor prosa de la lengua inglesa y es además un correctivo
saludable para cualquiera que tenga tendencias visionarias o
entusiasmos románticos. El Cuento de una barrica enseña los diferentes
usos de la ironía, más necesarios que nunca, para mí no menos que para
los demás.
Las cien páginas del Cuento de una barrica contienen una mezcla intoxicante
de parodia, sátira, ironías sin fin y digresiones sabias. Con los
años, yo me he convertido en un maestro infinitamente digresivo, tanto
que con frecuencia me veo obligado a preguntar a mis estudiantes dónde
estábamos antes de la última digresión. Lo cual quiere decir que no puedo
enseñar sin recordar el Cuento de una barrica, cuyo método consiste
en interrumpir con digresiones una narración alegórica, hasta que todo
se vuelve digresión. Las sátiras tienden a ser digresivas: cuando ya han
arrancado, suele surgir algo más que es necesario atacar. Swift recurre
más a la digresión que casi todos los demás satíricos: el Cuento de una
barrica es una sola digresión. Lo que Freud llama impulsos (de amor y
de muerte), para Swift no son más que digresiones. Cuando rompemos
el hilo del discurso, nos hacemos a un lado, como si fuéramos incapaces
de caminar recto. Aunque Swift pelea contra muchos enemigos en general,
sus demonios particulares son Hobbes y Descartes. La “barrica” de
su título tiene muchos significados, incluyendo un objeto sin importan[
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cia, pero también debe ser un chiste privado de Swift. Cuando los seguía
una ballena a corta distancia, los marineros solían echar al agua un
tonel para desviar la amenaza, y es lo mismo que trata de hacer Swift
con sus lectores, alejarlos de la metafísica materialista del Leviatán de
Hobbes. Descartes, proponedor del dualismo filosófico, es asesinado por
Aristóteles en La batalla entre los libros. El satírico ni siquiera le permite
a Descartes una muerte digna: la flecha de Aristóteles apunta a sir Francis
Bacon pero se desvía hacia Descartes.
Todo en el Cuento de una barrica es deliberadamente desconcertante;
el capítulo crucial, “Un discurso concerniente a la operación mecánica
del espíritu” ni siquiera forma parte del texto, sino que aparece como
un anexo. Si el espíritu y la materia se han de separar radicalmente, como
lo propone Descartes, entonces el espíritu deberá ser transportado allende
el reino de la materia:
Hay tres formar generales de expulsar el alma... La primera es propiamente
un Acto de Dios y se llama Profecía o Inspiración. La segunda
es propiamente un acto del Diablo y se llama Posesión. La tercera... es
consecuencia de una Imaginación poderosa... el cuarto método del Entusiasmo
religioso, o lanzamiento del alma, es puramente consecuencia de
un artificio y de una operación mecánica, y no ha sido extensamente manipulado.
Se debe poner remedio a dicha situación y el vocero de Swift está
aquí para contarnos que en la era de Hobbes y de Descartes la operación
mecánica del espíritu es efectivamente digresiva: el alma se convierte
en un vapor gaseoso que siempre se va para un lado o para el otro
cuando se mueve.
Entre la salvaje indignación de Swift y nosotros se interpone el contador
del cuento, un pozo de información equivocada, como corresponde
a quien ha sido educado como escritor mercenario de Grub Street
- y quien representa muchos de los puntos de vista que ataca-. Sin embargo
Swift no nos presenta las cosas con tanta claridad y sencillez; a
veces se deja llevar por su ego y le permite al mercenario hablar en su
nombre, aunque el pobre hombre es un antiguo bedlamita. El mercenario
escribe a favor de “ el perfeccionamiento universal de la humanidad”
; los designios de Swift no son tan exaltados, pero su vocero tiene
la preocupante tendencia a exaltarse hasta alcanzar una elocuencia muy
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propia de Swift. Entre los sumos sacerdotes de la digresión, enemigos
de Swift, acólitos del dios-viento, se encuentran “ todos los pretendientes
a la inspiración de cualquier tipo” , y son descartados como vulgares
apocalípticos:
A causa de esta costumbre de los sacerdotes, algunos autores mantienen
que estos eólicos son muy antiguos sobre la tierra. Por la transmisión
de sus misterios, que acabo de mencionar, parecen ser exactamente los
mismos que aquellos otros antiguos oráculos cuyas inspiraciones eran
debidas a ciertos efluvios subterráneos de viento, transmitidos al sacerdote
con la misma fatiga y casi con la misma influencia sobre el pueblo. Es cierto,
en efecto, que estos oráculos eran frecuentemente manejados y dirigidos
por oficiantes femeninos cuyos órganos se entendía que estaban mejor
dispuestos para la admisión de aquellas ráfagas proféticas, que entraban
y salían por un receptáculo de mayor capacidad y causaban también de
esa forma un cierto prurito que, con el debido cuidado, ha sido refinado
de un éxtasis carnal a un éxtasis espiritual. Y, para confirmar esta profunda
conjetura, se insiste más adelante en que esta costumbre de los sacerdotes
femeninos se ha mantenido en ciertos refinados colegios de nuestros
modernos eólicos, que están de acuerdo en recibir su inspiración a través
del receptáculo antes mencionado, como sus ancestros de las sibilas7.
Aunque Swift dota al contador del cuento con un poco de su ironía,
lo que viene a continuación es pasmoso, además de muy ofensivo
para los feministas:
Los sabios eólicos mantienen que la causa original de todas las cosas
es el viento, principio del cual fue producido al comienzo todo este universo
y en el cual se resolverá el final; pues el mismo soplo que encendió
e inflamó la llama de la naturaleza, la apagará un día8.
Al final el blanco son los cuáqueros, pero todo el pasaje se eleva en
un crescendo como de El rey Lear. Impaciente con los defensores académicos
de Swift, Susan Gubar señala con gran sensatez el horror que el
gran satírico siente ante el “ineludible rasgo físico” de las mujeres. La
naturaleza psicosexual de Swift no era la más feliz, pero incluso si hubiera
disfrutado de arrebatos genitales con “ Stella” y “Vanessa” , sus casi
amantes, creo que la escritura de este genio encarnado de la ironía no
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hubiese variado mucho, y me parece absurdo acusar a Swift de misoginia,
pues su indignación va dirigida contra toda la humanidad, hombres
y mujeres. El argumento central de Swift consiste en que todos nosotros,
de uno y otro género, estamos sujetos a la operación mecánica del
espíritu. Y también lo está Swift en este magnífico pasaje, un vapor sublime
dirigido contra los vapores:
Además, hay algo especial en las mentes humanas que fácilmente se
inflama con la accidental aproximación y colisión de ciertas circunstancias
que, aunque de apariencia insignificante y ordinaria, se encienden a
menudo en las mayores urgencias de la vida. Pues las grandes mudanzas
no siempre son efectuadas por manos fuertes, sino por una adaptación
debida a la suerte y en su momento apropiado; y no importa dónde se
encendió el fuego si el vapor ha llegado al cerebro. Pues la región superior
del hombre está pertrechada como la región media del aire; los materiales
están formados por causas muy diferentes pero que producen al
final la misma sustancia y efecto. La niebla surge de la tierra, el vapor de
los estercoleros, los efluvios del mar y el humo del fuego; sin embargo
todas las nubes son las mismas en composición y en consecuencias, y los
vahos que salen de un retrete proporcionan un vapor tan hermoso y útil
como el incienso de un altar. Hasta aquí, supongo que se me concederá
fácilmente la razón y se deducirá entonces que, así como el rostro de la
naturaleza nunca produce la lluvia sino cuando está nublado y convulsionado,
así el entendimiento humano, asentado en el cerebro, debe ser turbado
y cubierto por los vapores que ascienden de las facultades inferiores
para bañar la inventiva y hacerla fructificar9.
Si esto sigue siendo sátira, Swift se ha convertido en una de las víctimas,
papel que evitó ansiosamente disociándose de Gulliver en Los
viajes de Gulliver. El Cuento de una barrica es la mejor de las dos por la
misma razón por la cual El rey Lear es superior a Otelo: porque en Lear
y en el Cuento somos arrastrados hasta un muy peligroso borde, donde
la fuerza de la retórica y la fuerza de la pasión desbordan cualquier consideración
relativa a la forma. En su Life Against Dead (1959) [La vida
contra la muerte], Norman O. Brown plantea su famosa defensa de lo
que denominó la “ visión excrementicia” en Swift, expresión que tomó
de Middleton Murry y Aldous Huxley. Varias décadas más tarde, creo
que esta visión no necesita de nuestra compasión ni de nuestro elogio,
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así como no la necesita ni en Rabelais ni en Blake, también ellos satíricos
imbuidos de energías demoníacas. Lo que el doctor Samuel Johnson
temía en Swift no era la fuerza del genio ironista sino el “ peligroso ejemplo”
de la sátira swiftiana de tantas tendencias “ religiosas” . Swift se consideraba
- y tenía razón- un devoto sacerdote anglicano que trabajaba
como deán de la catedral de San Patricio en Dublín. Pero sus parodias,
sus ironías y sus sátiras eran muestra de un genio incomparable. A juicio
del doctor Johnson, estos poderes se habían independizado del control
explícito de Swift: las campanas destruyeron la torre.
Ya establecí la diferencia entre el genio de Swift y su eventual locura,
pero a medida que leo Cuento de una barrica me siento incapaz de
apartar su genio de su furia. Al comienzo sus blancos son Hobbes y
Descartes, pero después nos incluye a todos nosotros - y también él
necesariamente convertido en víctima-. Goneril y Regan son monstruos
de las profundidades y sin embargo la furia de Lear trasciende incluso
sus provocaciones. ¡Qué difícil resulta combatir la sensación de que la
ira de Swift trasciende el entusiasmo que ataca! ¿Será posible manifestar
indignación profètica contra la profecía? ¿Qué es lo que valida la
aparente crueldad de Swift? Y en esta pregunta, es la palabra “ aparente”
la que está en tela de juicio:
La semana pasada vi a una mujer despellejada y podéis creerme que
su persona estaba alterada para peor10
La fuerza literaria de esta ironía es indiscutible: puede ser considerada
una parodia del sadismo, ¿pero cómo excluir el sabor del mismo
sadismo? Una de las razones por las cuales el Cuento de una barrica nunca
deja de sorprendernos es que es uno de los pocos libros absolutamente
originales que se ha escrito en inglés. Los dos términos fundamentales
y opuestos de los que se ocupa son lo “mecánico” y el “ espíritu” , y Swift
siente un enorme desprecio por los dos: la máquina representa lo corpóreo,
de acuerdo con la designación de Hobbes, y el espíritu es la conciencia,
aislada y reducida por Descartes. A Swift le parece que el cuerpo
como máquina es primordialmente un productor de excremento y de
fluidos sexuales, mientras que el espíritu cartesiano no es más que viento,
un vapor dañino. El cristianismo de Swift ha optado por un camino
intermedio: la razón y la verdad no nos conducen a la felicidad (una meta
muy improbable), sino al orden y a la decencia. Pero, ¡ay!, estos tèrmi-
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nos han perdido gran parte de su brillo en los tres siglos corridos desde
la publicación del Cuento de una barrica. George W. Bush y la Coalición
Cristiana no serían ideales swiftianos: él exaltaba la mente, argumento
legítimo de su feroz orgullo.
No dejo de leer el Cuento de una barrica porque corrige mis inclinaciones
románticas, mi búsqueda del espíritu en la poesía romántica y
posromántica. Pero lo recomiendo a todos por su originalidad, su intensidad
demoníaca y el esplendor de su prosa. Y dado que lo que preocupa
es el genio, porque conozco muy pocas obras en inglés en donde se vea
tan claramente esta peligrosa y sorprendente explosión de genio.