sábado, 23 de julio de 2022

Jonathan Swift. GENIOS. HAROLD BLOOM.




Jonathan Swift

La semana pasada empecé a permitir a mi mujer sentarse conmigo a

comer, al extremo de una larga mesa, y a que contestara (aunque con la

mayor concisión) las pocas preguntas que le hacía. No obstante, como el olor

de y ahoo continúa molestándome, siempre tengo la nariz atiborrada de

ruda, lavanda u hojas de tabaco. Y aunque es muy difícil para un hombre

bien entrado en años deshacerse de viejos hábitos, no he perdido por

completo la esperanza de poder tolerar alguna vez la compañía de un vecino

y ahoo, sin los recelos bajo los que aún me encuentro ante sus dientes y sus

garras. Mi reconciliación con la especie yahoo en general no resultaría tan

difícil si se contentaran con sólo aquellos vicios e insensateces que la

naturaleza les ha otorgado. No me causa el menor enojo la presencia de un

abogado, un ratero, un coronel, un necio, un lord, un tahúr, un político, un

putas, un médico, un delator, un sobornador, un procurador, un traidor, y

otros parecidos. Todo ello concuerda con el curso natural de las cosas. Pero

cuando me encuentro ante un conglomerado de deformidades y

enfermedades, así del cuerpo como del espíritu, forjadas a golpe de orgullo,

esto rompe inmediatamente todos los límites de mi paciencia; y nunca podré

comprender cómo tal animal y tal vicio pueden acoplarse6.

Se trata de Lemuel Gulliver, de regreso de su cuarto viaje al país de

los sabios y virtuosos houyhnhnms (caballos) y de los horribles yahoos

(nosotros). Gulliver habla y no habla en nombre de Jonathan Swift.

Después de todo, el pobre Gulliver -como Swift- era un yahoo. Los

caballos siguen siendo caballos, así hayan sido idealizados; los humanos

conservan la imagen de lo humano, así hayan sido envilecidos. Swift no

puede pretender que nos identifiquemos con Gulliver, y sin embargo

tampoco podemos repudiarlo. Los viajes de Gulliver es una sátira salida

de madre y sigue siendo incomprensible que el primero y el segundo

viajes, a la tierra de Lilliput y a Brobdingnag, hayan perdurado como

libros para niños.

Swift meditó extensamente sobre la locura y él mismo acabó loco,

víctima de una condición fisiológica. Aunque Swift será recordado siem[

354]

pre como satírico -su arte grotesco arrasa las superficies para dejar al

desnudo la verdadera realidad de hombres y mujeres-, el corazón de su

genio es la ironía, con la cual se dice una cosa cuando se quiere decir otra.

Swift nos perturba porque su ironía parece no tener límites. Los

mejores escritores ingleses -Shakespeare y Chaucer- son ironistas heroicos

pero mantienen sus ironías bajo control, excepto en casos extremos

como en Medida por medida de Shakespeare o en “El cuento del

bulero” de Chaucer. Pero en Swift la ironía anda suelta y alcanza una

turbulencia desbocada, en especial en el Cuento de una barrica. William

Blake escribió que “ la exuberancia es belleza” : según esta medida, podemos

decir que el feroz Swift es el creador de una inmensa belleza.

[355]

Jonathan Swift

1667 | 1745

e n 1742, a los 75 años de edad, Swift fue declarado loco. Es importante

que no mezclemos esto con su eminencia como genio de la ironía,

pues en esta no hay nada de locura. La indignación salvaje en Swift tiene

un afecto curativo. La enfermedad que destruyó la mente de Swift

era un padecimiento del oído medio, vértigo laberíntico, que hacía que

sintiera campanazos en la cabeza y acabó con su equilibrio. Cuentan que

Swift, en medio de su sufrimiento, tomó una copia de su obra maestra,

Cuento de una barrica, leyó unas cuantas frases, lo puso a un lado y suspiró:

“ ¡Qué genio tenía cuando escribí ese libro!” .

Yo leo Cuento de una barrica dos veces al año, religiosamente, porque

es devastador y por tanto es bueno para mí. La suya es -exceptuando la

de Shakespeare- la mejor prosa de la lengua inglesa y es además un correctivo

saludable para cualquiera que tenga tendencias visionarias o

entusiasmos románticos. El Cuento de una barrica enseña los diferentes

usos de la ironía, más necesarios que nunca, para mí no menos que para

los demás.

Las cien páginas del Cuento de una barrica contienen una mezcla intoxicante

de parodia, sátira, ironías sin fin y digresiones sabias. Con los

años, yo me he convertido en un maestro infinitamente digresivo, tanto

que con frecuencia me veo obligado a preguntar a mis estudiantes dónde

estábamos antes de la última digresión. Lo cual quiere decir que no puedo

enseñar sin recordar el Cuento de una barrica, cuyo método consiste

en interrumpir con digresiones una narración alegórica, hasta que todo

se vuelve digresión. Las sátiras tienden a ser digresivas: cuando ya han

arrancado, suele surgir algo más que es necesario atacar. Swift recurre

más a la digresión que casi todos los demás satíricos: el Cuento de una

barrica es una sola digresión. Lo que Freud llama impulsos (de amor y

de muerte), para Swift no son más que digresiones. Cuando rompemos

el hilo del discurso, nos hacemos a un lado, como si fuéramos incapaces

de caminar recto. Aunque Swift pelea contra muchos enemigos en general,

sus demonios particulares son Hobbes y Descartes. La “barrica” de

su título tiene muchos significados, incluyendo un objeto sin importan[

356]

cia, pero también debe ser un chiste privado de Swift. Cuando los seguía

una ballena a corta distancia, los marineros solían echar al agua un

tonel para desviar la amenaza, y es lo mismo que trata de hacer Swift

con sus lectores, alejarlos de la metafísica materialista del Leviatán de

Hobbes. Descartes, proponedor del dualismo filosófico, es asesinado por

Aristóteles en La batalla entre los libros. El satírico ni siquiera le permite

a Descartes una muerte digna: la flecha de Aristóteles apunta a sir Francis

Bacon pero se desvía hacia Descartes.

Todo en el Cuento de una barrica es deliberadamente desconcertante;

el capítulo crucial, “Un discurso concerniente a la operación mecánica

del espíritu” ni siquiera forma parte del texto, sino que aparece como

un anexo. Si el espíritu y la materia se han de separar radicalmente, como

lo propone Descartes, entonces el espíritu deberá ser transportado allende

el reino de la materia:

Hay tres formar generales de expulsar el alma... La primera es propiamente

un Acto de Dios y se llama Profecía o Inspiración. La segunda

es propiamente un acto del Diablo y se llama Posesión. La tercera... es

consecuencia de una Imaginación poderosa... el cuarto método del Entusiasmo

religioso, o lanzamiento del alma, es puramente consecuencia de

un artificio y de una operación mecánica, y no ha sido extensamente manipulado.

Se debe poner remedio a dicha situación y el vocero de Swift está

aquí para contarnos que en la era de Hobbes y de Descartes la operación

mecánica del espíritu es efectivamente digresiva: el alma se convierte

en un vapor gaseoso que siempre se va para un lado o para el otro

cuando se mueve.

Entre la salvaje indignación de Swift y nosotros se interpone el contador

del cuento, un pozo de información equivocada, como corresponde

a quien ha sido educado como escritor mercenario de Grub Street

- y quien representa muchos de los puntos de vista que ataca-. Sin embargo

Swift no nos presenta las cosas con tanta claridad y sencillez; a

veces se deja llevar por su ego y le permite al mercenario hablar en su

nombre, aunque el pobre hombre es un antiguo bedlamita. El mercenario

escribe a favor de “ el perfeccionamiento universal de la humanidad”

; los designios de Swift no son tan exaltados, pero su vocero tiene

la preocupante tendencia a exaltarse hasta alcanzar una elocuencia muy

[357]

propia de Swift. Entre los sumos sacerdotes de la digresión, enemigos

de Swift, acólitos del dios-viento, se encuentran “ todos los pretendientes

a la inspiración de cualquier tipo” , y son descartados como vulgares

apocalípticos:

A causa de esta costumbre de los sacerdotes, algunos autores mantienen

que estos eólicos son muy antiguos sobre la tierra. Por la transmisión

de sus misterios, que acabo de mencionar, parecen ser exactamente los

mismos que aquellos otros antiguos oráculos cuyas inspiraciones eran

debidas a ciertos efluvios subterráneos de viento, transmitidos al sacerdote

con la misma fatiga y casi con la misma influencia sobre el pueblo. Es cierto,

en efecto, que estos oráculos eran frecuentemente manejados y dirigidos

por oficiantes femeninos cuyos órganos se entendía que estaban mejor

dispuestos para la admisión de aquellas ráfagas proféticas, que entraban

y salían por un receptáculo de mayor capacidad y causaban también de

esa forma un cierto prurito que, con el debido cuidado, ha sido refinado

de un éxtasis carnal a un éxtasis espiritual. Y, para confirmar esta profunda

conjetura, se insiste más adelante en que esta costumbre de los sacerdotes

femeninos se ha mantenido en ciertos refinados colegios de nuestros

modernos eólicos, que están de acuerdo en recibir su inspiración a través

del receptáculo antes mencionado, como sus ancestros de las sibilas7.

Aunque Swift dota al contador del cuento con un poco de su ironía,

lo que viene a continuación es pasmoso, además de muy ofensivo

para los feministas:

Los sabios eólicos mantienen que la causa original de todas las cosas

es el viento, principio del cual fue producido al comienzo todo este universo

y en el cual se resolverá el final; pues el mismo soplo que encendió

e inflamó la llama de la naturaleza, la apagará un día8.

Al final el blanco son los cuáqueros, pero todo el pasaje se eleva en

un crescendo como de El rey Lear. Impaciente con los defensores académicos

de Swift, Susan Gubar señala con gran sensatez el horror que el

gran satírico siente ante el “ineludible rasgo físico” de las mujeres. La

naturaleza psicosexual de Swift no era la más feliz, pero incluso si hubiera

disfrutado de arrebatos genitales con “ Stella” y “Vanessa” , sus casi

amantes, creo que la escritura de este genio encarnado de la ironía no

[358]

hubiese variado mucho, y me parece absurdo acusar a Swift de misoginia,

pues su indignación va dirigida contra toda la humanidad, hombres

y mujeres. El argumento central de Swift consiste en que todos nosotros,

de uno y otro género, estamos sujetos a la operación mecánica del

espíritu. Y también lo está Swift en este magnífico pasaje, un vapor sublime

dirigido contra los vapores:

Además, hay algo especial en las mentes humanas que fácilmente se

inflama con la accidental aproximación y colisión de ciertas circunstancias

que, aunque de apariencia insignificante y ordinaria, se encienden a

menudo en las mayores urgencias de la vida. Pues las grandes mudanzas

no siempre son efectuadas por manos fuertes, sino por una adaptación

debida a la suerte y en su momento apropiado; y no importa dónde se

encendió el fuego si el vapor ha llegado al cerebro. Pues la región superior

del hombre está pertrechada como la región media del aire; los materiales

están formados por causas muy diferentes pero que producen al

final la misma sustancia y efecto. La niebla surge de la tierra, el vapor de

los estercoleros, los efluvios del mar y el humo del fuego; sin embargo

todas las nubes son las mismas en composición y en consecuencias, y los

vahos que salen de un retrete proporcionan un vapor tan hermoso y útil

como el incienso de un altar. Hasta aquí, supongo que se me concederá

fácilmente la razón y se deducirá entonces que, así como el rostro de la

naturaleza nunca produce la lluvia sino cuando está nublado y convulsionado,

así el entendimiento humano, asentado en el cerebro, debe ser turbado

y cubierto por los vapores que ascienden de las facultades inferiores

para bañar la inventiva y hacerla fructificar9.

Si esto sigue siendo sátira, Swift se ha convertido en una de las víctimas,

papel que evitó ansiosamente disociándose de Gulliver en Los

viajes de Gulliver. El Cuento de una barrica es la mejor de las dos por la

misma razón por la cual El rey Lear es superior a Otelo: porque en Lear

y en el Cuento somos arrastrados hasta un muy peligroso borde, donde

la fuerza de la retórica y la fuerza de la pasión desbordan cualquier consideración

relativa a la forma. En su Life Against Dead (1959) [La vida

contra la muerte], Norman O. Brown plantea su famosa defensa de lo

que denominó la “ visión excrementicia” en Swift, expresión que tomó

de Middleton Murry y Aldous Huxley. Varias décadas más tarde, creo

que esta visión no necesita de nuestra compasión ni de nuestro elogio,

[359]

así como no la necesita ni en Rabelais ni en Blake, también ellos satíricos

imbuidos de energías demoníacas. Lo que el doctor Samuel Johnson

temía en Swift no era la fuerza del genio ironista sino el “ peligroso ejemplo”

de la sátira swiftiana de tantas tendencias “ religiosas” . Swift se consideraba

- y tenía razón- un devoto sacerdote anglicano que trabajaba

como deán de la catedral de San Patricio en Dublín. Pero sus parodias,

sus ironías y sus sátiras eran muestra de un genio incomparable. A juicio

del doctor Johnson, estos poderes se habían independizado del control

explícito de Swift: las campanas destruyeron la torre.

Ya establecí la diferencia entre el genio de Swift y su eventual locura,

pero a medida que leo Cuento de una barrica me siento incapaz de

apartar su genio de su furia. Al comienzo sus blancos son Hobbes y

Descartes, pero después nos incluye a todos nosotros - y también él

necesariamente convertido en víctima-. Goneril y Regan son monstruos

de las profundidades y sin embargo la furia de Lear trasciende incluso

sus provocaciones. ¡Qué difícil resulta combatir la sensación de que la

ira de Swift trasciende el entusiasmo que ataca! ¿Será posible manifestar

indignación profètica contra la profecía? ¿Qué es lo que valida la

aparente crueldad de Swift? Y en esta pregunta, es la palabra “ aparente”

la que está en tela de juicio:

La semana pasada vi a una mujer despellejada y podéis creerme que

su persona estaba alterada para peor10

La fuerza literaria de esta ironía es indiscutible: puede ser considerada

una parodia del sadismo, ¿pero cómo excluir el sabor del mismo

sadismo? Una de las razones por las cuales el Cuento de una barrica nunca

deja de sorprendernos es que es uno de los pocos libros absolutamente

originales que se ha escrito en inglés. Los dos términos fundamentales

y opuestos de los que se ocupa son lo “mecánico” y el “ espíritu” , y Swift

siente un enorme desprecio por los dos: la máquina representa lo corpóreo,

de acuerdo con la designación de Hobbes, y el espíritu es la conciencia,

aislada y reducida por Descartes. A Swift le parece que el cuerpo

como máquina es primordialmente un productor de excremento y de

fluidos sexuales, mientras que el espíritu cartesiano no es más que viento,

un vapor dañino. El cristianismo de Swift ha optado por un camino

intermedio: la razón y la verdad no nos conducen a la felicidad (una meta

muy improbable), sino al orden y a la decencia. Pero, ¡ay!, estos tèrmi-

[360]

nos han perdido gran parte de su brillo en los tres siglos corridos desde

la publicación del Cuento de una barrica. George W. Bush y la Coalición

Cristiana no serían ideales swiftianos: él exaltaba la mente, argumento

legítimo de su feroz orgullo.

No dejo de leer el Cuento de una barrica porque corrige mis inclinaciones

románticas, mi búsqueda del espíritu en la poesía romántica y

posromántica. Pero lo recomiendo a todos por su originalidad, su intensidad

demoníaca y el esplendor de su prosa. Y dado que lo que preocupa

es el genio, porque conozco muy pocas obras en inglés en donde se vea

tan claramente esta peligrosa y sorprendente explosión de genio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas