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martes, 26 de agosto de 2025

MISCELÁNEA EN COLABORACIÓN: ENRICO GIOVANNI PUGLIATTI Y MÉNDEZ-LIMBRICK.



🏛️ Cultura clásica: el templo del logos y la dignidad

  • Búsqueda de la verdad como virtud: En la cultura clásica, la verdad no es negociable ni moldeable. Es un ideal que se persigue con disciplina, razón y belleza. Sócrates no preguntaba para manipular, sino para revelar.

  • Legado y memoria: Se honra el pasado como fuente de sabiduría. Los mitos, las tragedias, los tratados filosóficos son altares donde se inmortaliza la condición humana.

  • Ética del lenguaje: La palabra tiene peso, estructura, y responsabilidad. Decir algo es comprometerse con su sentido.

  • Educación como formación del carácter: No se trata solo de acumular datos, sino de formar ciudadanos virtuosos, capaces de deliberar, resistir y crear.

🌀 Cultura de la postverdad: el carnaval de la ambigüedad emocional

  • MVerdad como espectáculo: Lo que importa no es si algo es cierto, sino si genera clics, emociones o adhesiones. La verdad se convierte en performance.

  • Fragmentación del sentido: Las narrativas se rompen, se editan, se viralizan sin contexto. La memoria se vuelve líquida, manipulable.

  • Manipulación afectiva: Se privilegia lo que “se siente verdadero” sobre lo que puede demostrarse. La emoción eclipsa la razón.

  • Desresponsabilización ética: El lenguaje se usa para confundir, polarizar o entretener, no para construir dignidad ni comunidad.

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Sobre la Poesía actual 

La poesía se ha convertido en el primer refugio del alma confundida. Es más fácil escribir “me duele el universo” que construir un personaje que lo habite. La narrativa, en cambio, exige que el autor se convierta en demiurgo, no en víctima.

Y además, hay algo más sutil: la narrativa no perdona la ignorancia. Un poema puede ser bello aunque el autor no sepa quién fue Juan Rulfo. Pero una novela sin estructura, sin atmósfera, sin conflicto… es simplemente ilegible.


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— A los archivos nacionales. A los archivos, a los archivos públicos del Alcázar. Recuerda, Escudero que los archivos son la memoria de la patria.  

BORRADOR. EL VUELO DE LA URRACA O LA DANZA DEL CUERVO.

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— Excelencia. ¿En qué le puedo servir? Dijo Jacinto Pérez que ya tenía las mangas recogidas y en su delantal de cuero marrón apenas se hacían perceptibles algunas manchas de tinta color azul y negro. Dio unos pasos en el interior de la biblioteca y quedó inmóvil a varios metros del dictador. 

— ¡Jacinto, venga, acérquese, está demasiado lejos, muy lejos para lo que deseo platicarle, tampoco se me acerque demasiado y piensen que estamos tramando un magnicidio, je, je, je! Dijo el dictador con voz sonora y socarrona.

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—¿Y el Códex? Dijo nervioso el dictador porque no lo veía en un primer momento. ¿El libro es un libro de gran tamaño? — Véalo usted mismo, Excelencia. Dijo Pedro Gutiérrez: y puso en las manos del dictador un libro pesado y laboriosamente cumplido. Agregó Pedro: mide 40 cm de largo y 20 cm de ancho, con un grosor de 27 cm y un peso de 45 kg. Incluye toda una génesis de la Historia Natural de la Isla, y también incluye su historia desde que llegó el primer hombre a estos territorios, y del cómo se fue convirtiendo primero en un reducto de pillos y piratas mucho antes que iniciara su peregrinación por los mares. Luego, en fortificación militar, Excelencia. Incluye textos medicinales para que usía, se haga por mano propia o por sus allegados más cercanos —no lo vayan a envenenar-, los bebedizos necesarios para curar cualquier dolencia, mi Señor. También posee un apartado de encantamientos y de ritos esotéricos, tratados históricos y científicos. Además, posee bellas ilustraciones, incluyendo con el perdón del Abad - Aurelius De Lara hombre muy piadoso - y de nuestra abadía de San Miguel Arcángel , una representación del Diablo: con cuernos, garras y una expresión feroz como deseando comerse a todos los monjes del monasterio. —¿El Diablo? Preguntó Eleodoro. — Pues, son simbolismos, interpretaciones, formas irracionales de representar la realidad y también la Maldad, Excelencia. Y para entender mejor el texto: existen notas marginales, no digo notas al pie de páginas, sino marginales que son todavía más interesantes para el lector. En algunas secciones y acápites existen diagramas y tablas para las artes de la medicina y la ciencia. Y mire la caligrafía… uniforme, precisa, clara, espaciada, con gran sentido de la serenidad que debe de tener un monje en ascética contemplación y trabajo. Porque el pecado y las banalidades del mundo son premura. Tómelo, ámelo, es todo suyo. Dijo el religioso. 

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El Tiempo, la Escritura, y la Crítica.

1. Porque el tiempo es sagrado

  • Un escritor que ha consagrado su vida a la creación no desperdicia su energía en refutar lo que no merece respuesta. Cada minuto que se dedica a defenderse es un minuto robado a la obra, al legado, al vuelo de la urraca.

2. Porque la obra ya respondió

  • La obra es el verdadero argumento. Si está viva, si resiste el paso del tiempo, si sigue generando preguntas, entonces no necesita defensa. Responder sería como explicarle a un eclipse por qué oscurece.

3. Porque la crítica estúpida se autodestruye

  • Hay críticas que se exhiben como monumentos a la ignorancia. El escritor no necesita demolerlas: basta con dejarlas en pie para que se derrumben solas. El silencio, en estos casos, es una forma de ironía superior.

4. Porque el escritor no escribe para agradar

  • Los verdaderos escritores no buscan aprobación. Escriben para perturbar, para iluminar, para inmortalizar. La crítica que exige conformidad revela su propia mediocridad.

5. Porque responder sería descender del altar

  • En el imaginario simbólico, el escritor está en ceremonia. Responder a cada crítica sería interrumpir el rito para discutir con los asistentes. No se interrumpe una invocación por un murmullo.

6. ¿Es mejor quedarse callado?

A veces sí. Pero no por cobardía, sino por estrategia. El silencio puede ser más elocuente que mil réplicas. Aunque también hay momentos en que el escritor debe responder, no con palabras defensivas, sino con una nueva obra, un gesto simbólico, una frase que se convierta en epitafio para la crítica mediocre.

sábado, 23 de agosto de 2025

PENSAMIENTO POETICO EN LA LIRICA INGLESA (SIGLO XIX) LUI S CERNÜDA




📅 22 de agosto de 2025 🕰️ 22:56 📜 Conversatorio de sobremesa – Los Yoses Tema: La traducción de Luis Cernuda en Pensamiento poético en la lírica inglesa (siglo XIX)


🧠 Enrico Giovanni Pugliatti (con voz grave, mientras acaricia el lomo de un ejemplar desgastado): “La traducción de Cernuda no es una mediación lingüística, es una transubstanciación. Él no traduce ideas, las reencarna. Lo que hace con Wordsworth, Coleridge o Shelley no es trasladarlos al español, sino devolverles su alma en otro idioma. Y lo más inquietante: lo hace desde la experiencia poética, no desde la filología. Eso lo convierte en traidor y sacerdote a la vez.”


🎩 Cappelli Gualandi (en latín, luego traducido):


“Traductor non est servus, sed pontifex.” “El traductor no es siervo, sino pontífice.”


“Cernuda construye un puente entre dos orillas que no se tocan: la lírica inglesa del siglo XIX y la sensibilidad hispánica del siglo XX. Y lo hace sin pedir permiso. Su estilo es austero, pero su intuición es feroz. No traduce desde la gramática, sino desde la necesidad de salvar lo que arde.”


🗡️ Casasola Brown (con tono cínico, mientras examina una edición de 1958 como si fuera una escena del crimen): “Yo no confío en los traductores. Pero Cernuda… él no traduce, él confiesa. Cada frase que elige parece escrita con sangre. Su crítica a Menéndez Pelayo no es académica, es vengativa. Y eso me gusta. Porque la traducción, cuando es verdadera, debe tener algo de ajuste de cuentas.”


📜 Byron Deford (con mirada encendida, mientras uno de sus demonios le susurra versos de Keats): “Cernuda entendió que los poetas ingleses no escribían para ser leídos, sino para ser invocados. Su traducción es un ritual. Él no explica la poesía inglesa, la convoca. Y en ese acto, se convierte en médium. Yo lo he leído en México, en Londres, en Buenos Aires… y en cada lugar, su voz resuena como si fuera propia.”


🎩 Belfegor (desde los muros, con eco de códice antiguo): “Cernuda no traduce. Él recuerda. Y en su recuerdo, los poetas ingleses se purifican. El romantic revival no es una época, es una invocación. Y él la pronuncia con la cadencia de quien ha perdido todo, menos el lenguaje.”


📅 22 de agosto de 2025 🕰️ 22:59

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PENSAMIENTO POETICO EN LA LIRICA INGLESA (SIGLO XIX) LUI S CERNÜDA PENSAMIENTO POET I CO E N L A LIRICA INGLESA (SIGLO XIX) IMPRENTA UNIVERSITARIA MÉXICO, 1958 Derechos reservados (c) por la U niversidad N acional A utónoma de México Ciudad Universitaria Villa Obregón, 

D. F. Primera edición: 1958 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO DIRECCION GENERAL DE PUBLICACIONES Printed and made in México. Impreso y hecho en México por la Imprenta Universitaria. Bolivia 17 México, D. F. yGOOgl

 P R E F A C I O 

 El tema de este libro no es propiamente la poesía inglesa, sino, como su título indica, las ideas que acerca de la poesía expusieron los poetas ingleses. Dichas ideas, durante los períodos históricos que vamos a comentar, no se derivan de aquellas artes poéticas, clásicas o clasicistas, conocidas de antiguo{ por los lectores de lengua española, sino que son fruto de la experiencia personal; a los poetas ingleses les ha in teresado siempre, acaso más que a los de otros países, reflexionar sobre las cuestiones concernientes a la esencia íntima del arte que practicaban y, por lo tanto, sus reflexiones son consecuencia del uso de la poesía. 

 Dada la vastedad del tema, la exposición de tales ideas poéticas se ha limitado, acaso arbitrariamente, a un siglo único de la lírica inglesa: al siglo xix. No es que sea época excepcional, porque la riqueza y va- riedad de la poesía inglesa en cada una de sus épocas no tiene igual en literatura alguna¿ en ella las épocas se suceden sin esos períodos muertos que en otras ocu rren. No bien conocida por los lectores extranjeros, pocos se dan cuenta de que la poesía inglesa es una de las glorias mayores del arte occidental, juntamente con la escultura griega, la pintura renacentista italiana, la música y la filosofía alemanas de la segunda mitad del siglo xvnr y la primera del xix. La dificultad principal, o una de las dificultades principales que el autor ha tenido para la composición de este libro, fue la carencia de obras que trataran en español de temas análogos o relacionados con el suyo, debiendo adelantarse por un campo no cultivado en tre nosotros. 1

 Es verdad, por otro lado, que la biblio grafía del tema en lengua inglesa es rica en extremo, abundando los estudios críticos y biográficos, tanto sobre los poetas nacionales más conocidos como sobre los menos conocidos; aunque desgraciadamente, por no haber tenido a su alcance una biblioteca bien provista, al autor sólo le fue posible manejar número limitado de aquellas obras. Lo cual hace tanto mayor su deuda para con los críticos e historiadores cuyos trabajos pu do estudiar. El autor desea también indicar que la composición de este libro fue consecuencia de sus circunstancias; es decir, que es obra voluntaria más bien que fatal. No obstante, su amor y su admiración ya antiguos hacia la poesía inglesa le hicieron agradable la tarea, o al menos el trabajo le alivió esa sensación de des empleo e inutilidad que agobia al poeta en nuestros tiempos. (Sólo la experiencia poética , y sobre todo la expresión de la misma, pueden deparar al poeta la certeza íntima de su propia necesidad, y ambas son igualmente breves y raras.) México, D. F., 1957. v 1 La parte referente a la poesía inglesa, en la Historia de las ideas estéticas, de Mienéndez Pelayo, no sólo descubre en su autor desconocimiento completo del tema que trata, sino, cosa aún más grave, falta también completa de gusto y entendimiento poéticos, lo cual, en un historiador literario de su importancia, es defecto inexcusable. DE 1800 A 1830 FONDO H I STOR I CO DEL R O M A N T I C R E V I V A L Los primeros treinta años del siglo xix constituyen un período conocido en la historia de la literatura inglesa bajo la denominación de romantic revival, período cuyos límites quedan marcados tanto por su desarrollo literario propio como por las influencias fi losóficas, políticas, sociales y económicas de la época. Desde el punto de vista literario el período se abre hacia 1798, fecha de la publicación de las Lyrical Bol- lads, obra conjunta de William Wordsworth y S. T. Coleridge, y puede cerrarse hacia 1834, fecha de la muerte de Coleridge, cuando ya han. desaparecido Keats, Shelley, Byron y Blake, y de entre los poetas más importantes del período sólo quedan, como super vivientes hasta la mitad del siglo, Wordsworth y Walter Savage Landor. Los años que median entre la Glorious Revolution (1688), que destrona a James II, hasta el Great Re- form Act (1832), ven el nacimiento de la Inglaterra moderna. En esos años la literatura inglesa aparece sobre un fondo de mutaciones rápidas en diversos ór denes de la vida: durante el siglo xvm los inventos comienzan a tener importancia en el desarrollo de la economía nacional; para financiar tales inventos, así como el comercio al cual servían, hacía falta nuevo sistema bancario, y para usar del mismo había que or ganizar nueva política económica. 

No aludamos a la necesidad simultánea de nuevo sistema de transportes, ni al crecimiento de las ciudades fabriles del norte, ni al éxodo de la población del campo a los núcleos urbanos, circunstancias todas que alteran la vida y la sociedad inglesas y conducen al Great Reform Act ya mencionado, el cual otorga representación parla mentaria a las ciudades nuevas y libera a la clase media. Hasta 1815 (fecha de la batalla de Waterloo) el esfuerzo nacional se había dirigido a luchar contra la revolución francesa y el imperio napoleónico; después de 1815 la situación cambia: la reacción tory ya no tenía sentido y debía abandonar sus pretensiones de defender el patrimonio nacional. Frente a esa reacción luchan tanto las fuerzas políticas liberales como las literarias; de ahí el espíritu de rebelión moral obser vable en este período, negándose a aceptar la tradición como un todo y criticando la actualidad, regida por los privilegios ancestrales y el miedo al progreso. Los años siguientes a la batalla de Waterloo traje ron desengaño amargo a quienes esperaban, con la derrota de Napoleón, ver el comienzo de una época de libertad y de justicia. Lejos de eso la paz fue la señal para una reacción contra toda libertad interior o exterior; la Triple Alianza primero, entre Rusia, Prusia y Austria, seguida luego por la Cuádruple Alianza, en la cual entraba además Inglaterra, se dedicaron ambas a impedir por toda Europa el desarro llo de las ideas liberales, así como a doblegar, en be neficio de los reyes, toda aspiración popular a inter venir en los asuntos nacionales. 

 A pesar de tantas nuevas ventajas materiales, la situación era mala: los recursos se habían agotado con la guerra; el trabajo manual no se adaptaba todavía al incremento de las máquinas; las leyes mantenían los precios elevados; y con severidad igual se castigaban los motines de hambrientos y los intentos de libertad de expresión, sobre todo en cuestiones religiosas, ya que la religión, según acostumbra, no por vez primera, ni por última, se aliaba a las fuerzas reaccionarias. 

 La unidad anterior de la sociedad ya no existía; la tradición iba cayendo bajo el peso de una compleja economía nacional; los latifundios crecían, al mismo tiempo que los campesinos perdían las tierras que antes poseyeran, así como sus derechos a las comuna les, convirtiéndose en asalariados; la industria do méstica, que suplementaba los ingresos particulares, perdía valor e iba siendo sustituida por fábricas. La si tuación del trabajador era cada día más precaria, mien tras subían las rentas de los terratenientes, en cuyas propiedades, además, se descubrían a vetes yacimientos minerales. Las clases altas parecían tener que enfren tarse, más pronto o más tarde, con la revolución; en cuanto a las clases menesterosas, cualquier cambio ofrecía para ellas posibilidades mejores que la situa ción por la que atravesaba. 

La clase media entraba en escena, dispuesta a apoderarse de lo que por herencia le pertenecía. Las transformaciones indicadas ocurren, innecesa rio es decirlo, en terreno ajeno al arte: la expansión industrial y*comercial, con sus miras utilitarias, era mayor cada día, y de otra parte la enseñanza religiosa del metodismo y evangelismo infiltraba en sus adeptos, principalmente de la clase media, la hostilidad al arte. Hasta entonces el mecenazgo regio, de la aristocracia, de los banqueros y hasta de ciertos industriales, había suplido la falta de atención artística de la burguesía; así Coleridge se libra de tener que ejercer como pas tor unitario gracias a la ayuda de los hermanos Wedg- wood, lo mismo que Wordsworth se libera en 1795 de la necesidad de ganarse la vida, gracias a un legado de su amigo Raisley Calvert. Pero en la época que comentamos tal estado de cosas va a cambiar: cuando en 1832 se trataba de fundar una Royal Society of Literature, y se solici ta para ella el favor del ministro George Canning, éste responde: “Mi opinión, igual a la del Dr. Johnson, es que el personaje múltiple llamado Público resulta, después de todo, el mecenas mejor de la literatura y de la erudición.,, Los árbitros de las letras no eran ya la Corte ni la nobleza, sino los empresarios de teatros y los editores de libros, mediando entre au tores y público, 

Esa situación nueva no era-entonces, sin embargo,- desfavorable- al escritor, pues así como comerciantes e industriales veían ante ellos un mer^ cado sin límites, los editores consideraban su negocio con optimismo igual, y trataban generosamente a los autores. Al finalizar el siglo x v iii, un librero dijo que el número de libros vendidos entonces era cuatro ve ces superior al de los vendidos veinte años atrás. Ese es el ambiente donde crecen y se forman los poetas cuyo pensamiento debemos comentar. En cir cunstancias históricas como las expuestas, ¿a quién ha blaba el escritor? Este no se dirigía ya a una comuni dad, ni podía ser inteligible a sus lectores; más bien parecía hablar, como iríÜividuo aislado o como miem bro de un grupo, en nombre de ciertas ideas filosó ficas y políticas. La mayoría de estos poetas son mora listas y no ocultan su prepósito de mejorar, corregir y reformar, tratando de hallar en la naturaleza hu mana, y sobre todo en la vida imaginativa, nuevas creencias sustentadoras.

 El poeta no es sólo un poeta, sino el intérprete de la creación; de ahí que la mayoría de ellos adapten una posición metafísica y una posi ción política. La tendencia dominante de la filosofía inglesa ha sido siempre empírica más bien que especulativa, y precisamente el aspecto especulativo de la misma se manifiesta mejor en la poesía que en la filosofía na cionales. Dicho pensamiento es crítico, receloso ante la elaboración de sistemas metafísicos, aliado de la inves tigación científica y de las cuestiones políticas y éticas en las que haya latente algún interés práctico. Tres filósofos, Locke, Berkeley y Hume, tuvieron influencia principal, al menos sus ideas formaron un fondo co mún ante el cual reaccionara, ya favorablemente, ya en sentido contrario, el pensamiento de estos poetas. John Locke (1632-1704), apologista de la revolu ción inglesa e intérprete de la tendencia científica na cional representada por Newton, es el nombre más im portante de la filosofía británica moderna. Sus Two Treatises on Government (1690), además de ser una justificación de los sucesos de 1688, contienen los prin cipios de la democracia contemporánea. Su Essay con- cerning Human Understanding (1690) es una teoría del conocimiento, que desdeña igualmente la teología y las elucubraciones metafísicas.

 Al considerar el pro greso científico representado por Newton, Boyle y otros, hallaba Locke que, en contraste con el mismo, la situación de la filosofía no era nada satisfactoria. Ello se debía al método defectuoso de atacar los pro blemas, sin haberse preguntado antes si el entendi miento humano era capaz de lo que se exigía de él; y en eso consiste la obra de Locke, en hacer una re visión del conocimiento humano, lo cual, a pesar de su modestia aparente, constituye el problema inicial de la filosofía, para explicar y justificar su propia ac tividad. Locke comenzaba por asumir que, si se quiere apre ciar la capacidad del entendimiento humano, hay que estudiar cómo opera; es decir, hay que estudiarlo desde el punto de vista psicológico, operación que es visible por introspección, de manera que basta con adoptar el simple método histórico de observar el pensamiento propio y anotar lo que en él se ve. Las ideas surgen en la mente a través de lqs sentidos, convirtiéndose en objeto de pensamiento y, por procesos varios de dis tinción, combinación, abstracción e inferencia, se cons truye así un sistema de conocimiento. 

Conocimiento verdadero, certidumbre, sólo es posible dentro de un campo reducido: tenemos certeza de la verdad de las proposiciones matemáticas, de nuestra existencia (por contacto directo), de la existencia de Dios (por de ducción de la nuestra) ; pero de modo paradójico niega Locke que poseamos conocimiento del mundo natural, ya que no tenemos con él contacto directo, sino sen saciones, las cuales creemos producidas en nosotros a través de los sentidos, y como éstos están sujetos a la ilusión, no podemos tener certeza respecto a la existencia de una cosa particular, ni por tanto del conjunto del mundo físico. George Berkeley, obispo de Cloyne (1685-1753), acepta aquella posibilidad de conocimiento que Locke rechaza y lleva hasta el límite las conclusiones del mis mo. Nuestras sensaciones no son efectos producidos en nosotros por un mundo independiente con el que no tenemos contacto directo, sino que dichas sensacio nes proceden del mundo real, el único que existe; un mundo de cualidades sensibles, de agrupaciones com plejas, producidas en nuestra consciencia por acción de Dios. 

Y si la naturaleza no es sino sucesión de per cepciones originadas en nosotros por Dios, las leyes de la naturaleza son el plan de acción de Dios, y esas reglas o leyes son las que descubre la ciencia. _ Pues existir, en la naturaleza, significa ser perci bido o perceptible, ¿qué puede decirse entonces de ciertas teorías científicas que pretenden ser entidades reales, cuando por su naturaleza misma nunca pueden ser percibidas? Por eso rechaza Berkeley, entre otras teorías, la doctrina del espacio absoluto y del movi miento, base de la física newtoniana. Su consciencia religiosa le llevaba a la metafísica especulativa, elabo rando un sistema de tipo platónico o neoplatónico: el mundo natural es manifestación del carácter de su creador, en cuya mente existe el arquetipo eterno de las ideas, cuyo reflejo son aquellas que él imprime en nuestros sentidos. Mensaje suyo es el mundo percep tible, en lenguaje de cosas sensibles, mensaje que estu dia la ciencia, así como la metafísica lee su texto. Este aspecto del pensamiento de Berkeley no tuvo consecuencias en la filosofía inglesa, pero sí lo tuvo, y grande, en la poesía: Blake Coleridge, Shelley, con tinúan en su poesía el -pensamiento metafísico de Berkeley. La tarea de Locke también la continúa David Hu me (1711-1776). Su Treatise of Human Nature (1739 1740) insiste en que todo conocimiento depende de una investigación previa acerca de la naturaleza del pensamiento que conoce; de ahí que la psicología sea base de todas las ciencias. 

Según Hume, era necesa rio dar una base al conocimiento humano, introducien do en psicología el método experimental, ya usado en la ciencia física. Para él todo pensamiento procede de una sensación; el pensamiento se compone pues gra cias a un proceso de recuerdo y de combinación, pro ceso verificado según las leyes de la memoria y de la asociación, sometido a las contingencias de la experien cia, sin actividad racional de selección y control. Tal proceso de asociación constituye el pensar, y por me dio de él obtenemos las ideas fundamentales que sig nifican el mundo. 

 La idea de un fenómeno trae consigo la de los demás, y así asumimos, sin base lógica, que los fenó menos se repiten en el mismo orden, y aquella presión que nos lleva de un fenómeno a otro la transferimos al fenómeno mismo, asumiendo también que un acon tecer presiona a otro para que ocurra. De tal manera adquirimos la idea de causalidad, aunque en realidad sólo tenemos la ilusión de ella; otra ilusión es la de la unidad sustancial del yo, cuando, si examinamos de cerca nuestra mente, sólo hallaremos una multitud de impresiones e ideas producidas y asociadas según las leyes del pensamiento. El yo es un grupo de aconteci mientos psíquicos, sin huella ninguna de unidad pro funda. Según ese escepticismo las ideas de sustancia y de causalidad no tienen base lógica, y en último aná lisis tampoco la tienen nuestras ideas acerca de noso tros mismos, y así el mundo se deshace, y la filosofía, que pretendía dar base sólida a nuestras creencias, se convierte en investigación de la impotencia de la razón humana. Otras fuerzas intervienen, sin embargo, y do minan una situación desesperada, confiándose a las mismas la dirección de la vida: “La razón es y debe ser esclava de las pasiones”. 

Por eso el Treatise of Human Nature estudia las pasiones y el desarrollo de la vida moral; y por eso también es Hume el funda dor de la escuela utilitaria de filosofía moral, que pos tula como prueba única de la bondad o maldad de un acto la cantidad de felicidad que pueda deparar. Esa es la filosofía de la experiencia, que considera la psi cología como regida por dos principios gemelos de aso ciación y hedonismo, a la imaginación y al pensa miento como asociación de ideas y a la acción como búsqueda del placer y escape al dolor. Con Adam Smith (1723-1790), Jeremy Benthan (1748-1832) y James Mili (1773-1836) la psicología de la asociación se combina con la filosofía moral del principio del placer, con . una economía política que asume cómo cada ser humano busca y debe buscar su ventaja particular y con una filosofía política que pide que el hombre tenga libertad para buscar su felicidad, con un mínimo de intervención por parte del gobierno y de las instituciones. Esa es la doctrina de los filó sofos radicales, de la escuela manchesteriana y de la revolución industrial; es decir: el fondo teórico que tanto influyó en las reformas legales e instituciones sociales inglesas de la época. 

Y ese es el fondo ideo lógico sobre el cual debemos proyectar las ideas de estos poetas del romantic revival. Porque el movimiento poético romántico, saturado de ideas filosóficas, se rebela contra el sistema de pen samiento de Locke y Hume que hemos comentado su cintamente.

 Coleridge es quien formula las ideas del movimiento; seguidor de Hartley y discípulo de Hume, se halla bajo la influencia de Berkeley y del platonismo desde 1801, y alcanza la conclusión de que la filosofía experimental no podía explicar los hechos mismos de la experiencia. Hume llegaba a no darse cuenta de la unidad de la mente humana; y eso, precisamente, está en contradicción con la experiencia del poeta, ya que la asociación mecánica fortuita tampoco puede explicar el proceso creador de la imaginación, observado por Coleridge tanto en sí mismo como en Wordsworth. Entonces es cuando la lectura de Kant, Fichte y Schel- ling confirma las ideas aún no formuladas de Cole ridge, proveyéndole del lenguaje técnico necesario para expresarlas. Y así elabora una teoría filosófica de la imaginación, que sin negar el mecanismo asociativo de Hume, aclara cómo dicho mecanismo está controlado tanto por la influencia de la interpretación racional como por la del sentimiento, influencias que se elevan al máximo en la imaginación creadora del poeta. 

 De acuerdo con el simbolismo de Berkeley, muestra Coleridge cómo el lenguaje no es simple mecanismo de signos, sino producto de la imaginación, dotado de vida y desarrollo propios, del cual depende el pensa miento hasta el punto que la lógica no puede comple tarlo sin la ayuda del estudio poético de la imagina ción y el filológico del idioma. Coleridge seguía las líneas generales del pensamiento filosófico de Locke y Hume, pero a él, como a Berkeley, la consciencia religiosa le llevaba hacia la metafísica especulativa, en la cual su labor depende más bien de Kant y de Schel- ling. 

El modo como Coleridge labora su camino hasta llegar a Dios es afín con el de Kant, y su metafísica afín también con la del mismo, pareciendo casi una vislumbre de lo que hubiera sido la metafísica kantiana si los elementos platónicos, presentes en la de Cole ridge, se desarrollasen en Kant libremente. Coleridge es prueba de que la vena idealista, poco perceptible en la filosofía inglesa, nunca está ausente de ella. Precedido el período que estudiamos por la boga de la novela de terror (la gothic novel), con Robert Burns (1757-1796) y William Blake la personalidad vigorosa rompe al fin la convención tradicional: el primero gracias a la espontaneidad emotiva, el segundo gracias a la pureza original del lenguaje. Es cierto que Burns no pertenece propiamente al período, y que Bla ke, desconocido del público, iba creando durante él en silencio y oscuridad una obra de cuyo genio pocos con temporáneos se dieron cuenta.

 Como dijimos al co mienzo, fueron las Lyrical Ballads las que marcan el principio de dicho período; pero éste no es homogé neo: de una parte, los valores literarios que Byron respeta (siendo como era admirador de Pope) son pre cisamente los mismos con los cuales rompen las Lyrical Ballads; de otra parte, los propósitos literarios de Shel- ley y Keats son distintos de los de Wordsworth y Co leridge. Dicha falta de homogeneidad la compensan con creces la variedad y la riqueza. Es cierto también que la reacción representada por las Lyrical Ballads contra la escuela poética de Pope, así como contra la prosa de Swift y Addison, había comenzado antes de 1798, pero entonces es cuando la ruptura se hace evidente. La vida nacional inglesa, que había venido siendo en parte rural y en parte urbana, a medida que con la revolución industrial crecía la pobla ción en las ciudades, iba dejando los campos desiertos, entregados a la contemplación del poeta. Y esa contem plación es la nota original de Wordsworth, por lo que a temas se refiere, en las Lyrical Ballads; porque el interés de las mismas no consistía sólo en buscar ex presión nueva, sino temas nuevos, lo cual aparece sobre todo en la visión de la naturaleza.

 El siglo xvin había considerado la naturaleza co mo materia bruta a la cual el arte daba forma; los poetas de que tratamos aman la naturaleza por sí mis ma y tal como es, sin necesidad de que el arte la in forme. Precedentes de dicha actitud, y que por lo tanto ayudan a asegurarla, se hallan en el Ossian, de Mac- pherson, y en las Reliques of Ancient Poetry, de Percy, que demostraban ambos cómo había sido posible la poesía en épocas no “artísticas”. Otra confirmación, esta vez indirecta, viene de Alemania, donde los teó ricos del romanticismo exaltaban la Volkpoesie, obra de gentes que vivían en circunstancias “naturales” ; es decir, primitivas y no civilizadas. Muestra de tal tipo de poesía era la balada. Semejante ideal estaba en oposición con el de la literatura clásica, sobre todo con el de la literatura griega. Los griegos sabían cuán difícil es crear una civi lización, y era natural que la tuvieran en alta estima, lo cual se refleja en los caracteres mismos de su lite ratura: virtud de la disciplina, de la precisión en la forma. 

Los románticos, a quienes por su oposición al siglo x viii pudiera llamárseles anticlásicos (según la versión latina del clasicismo), son más bien antilatinos. Tanto Wordsworth como Coleridge y Shelley recibie ron una educación clásica, sobre todo Coleridge, que desde sus días de estudiante leía griego y latín, y pocos poetas ingleses, con excepción de Thomas Gray, estu vieron tan versados como él en literatura clásica. Pero los románticos defienden su anticlasicismo con salvedades; así por ejemplo, Homero lo aceptaban como una especie de autor de baladas. Lo cual se decía, para dójicamente, en época cuando los lectores, aunque no fuesen eruditos profesionales, podían ya leer las obras de la literatura griega, cuya lengua, además, se enseñaba en las universidades con tanta facilidad (o dificultad) como el latín; la época también de descubrimientos importantes en la literatura y el arte griegos. 

Para quienes se interesaban en la poesía y en la filosofía, Grecia adquiría importancia esencial; fenómeno que se daba paralelamente en Alemania (recuérdese a Goethe y a Hólderlin, y a Leopardi en Italia), y por eso el romanticismo alemán e inglés tiene la energía y la delicadeza de que carece el romanticismo más tardío y más huero de Francia y de España. Entonces es cuando Lord Elgin lleva a Inglaterra su espléndido robo de mármoles griegos, que hoy son la gloria y el orgullo del Museo Británico; mármoles cuya hermo sura supo entrever Keats, cuando apenas había en tonces quienes la reconocieran. Por Grecia muere Byron, y Shelley encuentra en Platón la fuente de su pensamiento idealista. Los escritores y poetas de este período reciben como herencia, ya directa, ya indirectamente, un pen samiento rebelde, uniendo, a la intensidad de tono, la idea de libertad; al culto de la hermosura, el de la independencia y la justicia. Las Lyrical Ballads, mar cando su comienzo, lo tiñen también con un colorido de idealismo poético y fe revolucionaria. La revolución francesa, la lucha de países diversos, Italia, Grecia, España, por recobrar su independencia o su libertad, eran temas ante los cuales no podían permanecer indi ferentes. Así Byron, aunque consciente de las causas para el fracaso de la revolución francesa, no dejó de presentir en ella el comienzo de una época nueva; lo cual aclara su participación en la lucha de Italia y de Grecia por sus independencias respectivas, así como su escarnio hacia los gobernantes ingleses, que convir tieron la lucha contra Napoleón en oportunidad para volver a la opresión antigua. Shelley, movido por su idealismo un tanto pueril, veía con "optimismo grande un futuro “sin clases, cas tas, ni naciones”. 

La revolución española de 1820 le inspira su Ode to Liberty (“Quisiera estar ahora en España”, escribe en carta a un amigo), celebrando también la lucha de Italia y de Grecia por su inde pendencia. En la otra lucha latente entre capital y tra bajo, estaba al lado de los pobres: “Quería al pueblo y lo respetaba, por virtuoso y por sufrido, y por lo tanto más necesitado de simpatía que los ricos. Veía como inevitable el choque entre ambas clases sociales, y se colocaba al lado del pueblo.” (Nota de Mary She- lley a la edición de 1816 de los poemas de su marido.) En The Mask of Anarchy se refiere a la dependencia terrible en que se hallaba el trabajo no organizado frente al capital egoísta e irresponsable, indicando que lo peor no eran los males físicos del pobre, sino el estado mental que su pobreza misma producía en él. Creía que la libertad consiste en una suficiencia decorosa que proteja a todos y permita el desarrollo corporal y mental, así como también en una prudencia que deje a cada uno dueño de buscar su salvación espiritual sin entrometimiento clerical ninguno. 

 De ahí que tanto Byron como Shelley fueran en su día considerados como rebeldes, y si sus affaires conyugales respectivos dieron la ocasión para dejarles fuera de la convivencia social, la razón profunda era su misma rebeldía. Los tiempos podrán cambiar, pero cada nación conserva el privilegio sempiterno de cas tigar a sus rebeldes, aunque de manera diferente, con severidad igual. Inglaterra prefiere castigarlos con el ostracismo social (recuérdese, además de los casos ya mencionados de Byron y Shelley, el de Beckford), pudiendo en ocasiones más raras, si la provocación es excesiva (Wilde), llegar a juzgarles ante los tribunales. Pero lo más característico del período acaso sea el descubrimiento gradual de un horizonte interior que va más allá de lo consciente, a cuya luz las cosas cobraban aquella magia que el hombre suele olvidar, en parte por desatención, en parte por costumbre. Dos notas, racionalista e individualista, le acompañan tam bién: el racionalismo procede del siglo anterior y se adapta a la época nueva, ya que siendo ésta predomi nantemente comercial e industrial, debía examinar los hechos, así como las leyes que los rigen; el individua lismo, porque caracterizada también la época por su actividad económica, y no teniendo la misma otra fi nalidad que el bienestar del individuo, debía por eso mismo vencer los obstáculos que hallaba en las cos tumbres y reglas del pasado. 

Dicho individualismo procedía en parte de la revolución francesa, pero tam bién de la revolución industrial; y debe entenderse tanto en el buen sentido de la palabra como en el malo: en el bueno, porque los literatos y poetas del período confían en sus intuiciones y tratan de dar expresión fiel a lo que experimentaron; en el malo, porque cuan do! su trabajo es débil es porque su disciplina también es débil, ya que carecen de aquella que depara la acep tación de un sistema de valores, lo cual es, a su vez, consecuencia de haber perdido el sentido de pertenecer a una sociedad organizada. A través de las obras literarias se afirmaba una y otra vez que el hombre ya no estaba seguro dentro de la sociedad en la cual vivía, y su figura era la del expulsado. 

Los caracteres poéticos dominantes eran los solitarios; ya obsesos, como el Ancient Mariner de Coleridge, ya desterrados, como el Childe Harold de Byron, ya buscadores de la muerte, como el Alastor de Shelley, ya de la hermosura, como el Endimión de Keats; el mismo Wordsworth, que aparecía entonces como la cima del esfuerzo imaginativo de todo un siglo, traza la figura del Wanderer, y muchos de sus personajes eran también solitarios (el mendigo, la abandonada, el pastor), siendo el primero en haber fijado su atención sobre el mundo de las excepciones humanas. Hoy se habla de masas; lo que atraía a Wordsworth hacia el pobre era precisamente su sole dad, porque aquellos a quienes las circunstancias colocaban más allá de toda ayud*L posible apenas se daban cuenta de lo que hoy llamamos colectividad. Amontonado en las ciudades, el hombre sentía una forma de la soledad nunca experimentada: la soledad entre extraños.

 Mas si la sociedad resultaba ajena y remota a las aspiraciones del individuo, el hombre soli tario era todavía un ser humano, a diferencia de lo que ocurre hoy, con todos los recursos de su “mente invencible”. Lo que principalmente diferencia la poesía del romantic revival con respecto a la poesía de los siglos anteriores es el papel que en aquélla desempeña la imaginación; si para los poetas anteriores la imagina ción tenía importancia reducida y significación limi tada, para los románticos la poesía era imposible sin la imaginación. 

Las obras de estos poetas la exaltan, liberándola de su tarea acostumbrada de comentarista al margen de la experiencia, y así lo trascendental sustituye a lo empírico y los sentidos parecen inten sificarse y aumentar su capacidad de goce. Dicha creencia en el poder de la imaginación debe relacio narse con la actitud individualista, que ya indicamos antes como característica del período: estos poetas, al darse cuenta del maravilloso poder creativo de la ima ginación, comprendieron que, al someterla a otros po deres intelectuales, se negaban a sí mismos el uso y el goce de una cualidad vital, así como también que la poesía se beneficiaba cuando la imaginación no hallaba ante sí obstáculo alguno. La importancia de la imaginación la corroboraban además diversas consideraciones de orden religioso y metafísico: para estos poetas la fe no era algo razo nable, sino emotivo, no de argumentación, sino de ex periencia ; su posición religiosa y metafísica descansaba pues en la intuición y en la delicia espiritual, no en la lógica y la razón analítica. La solución de índole pla tónica de que la poesía no encierra verdad literal ninguna, sino simbólica, la repudian los románticos, creyendo como creían que la imaginación revela una forma esencial de la verdad. 

Por eso, a pesar de que sus teorías respectivas acerca de la imaginación poética son diferentes, todas concuerdan sin embargo en la importancia que atribuyen a la misma: desde Blake, que consideraba la imaginación como un poder divino del cual todo procede, hasta Keats (aunque éste tu viera simpatía mayor para el mundo visible), que cree en la realidad última de la imaginación. De ahí que Blake y Coleridge rechazaran las teorías sensualistas acerca del mundo exterior, abriendo así el camino para restaurar la supremacía del espíritu, que la filosofía alemana también afirmaba entonces. Ambos poetas, como en general los otros poetas román ticos ingleses, creían en un orden trascendente, que no es el orden de lo que vemos y sabemos; y descubrir ese orden era la meta de su poética, buscando cómo pene trar en otra realidad que no fuese la cotidiana, explo rarla y, de ese modo, comprender lo que nuestra vida significa y lo que vale. La tarea del poeta, según ellos, era crear y, por medio de esa creación, iluminar la consciencia del hombre.

lunes, 4 de agosto de 2025

Desmitificando El Quijote de Cervantes

 


En colaboración: Enrico Pugliatti y Méndez-Limbrick.

En 10 puntos EL QUIJOTE DE CERVANTES PERO MOSTRANDO SUS DEFECTOS DE ESTRUCTURA Y NARRACIÓN COMO VISIÓN DE MUNDO.

 1. Inconsistencias narrativas

  • El robo del rucio de Sancho es un ejemplo clásico: en la primera edición no se menciona, y Sancho aparece unas veces con su asno y otras sin él. En ediciones posteriores se intenta corregir, pero el error persiste en la lógica interna.

 2. Estructura circular mal definida

  • Aunque se habla de una estructura circular (tres salidas, regreso a la cordura), esta se ve afectada por digresiones que rompen la progresión narrativa. La novela parece más una acumulación episódica que una evolución orgánica.

 3. Falta de revisión editorial

  • Cervantes parece haber escrito sin releer su trabajo. Esto genera epígrafes mal colocados, frases inconexas y errores gramaticales que afectan la ilación del texto.

 4. Multiplicidad de nombres para personajes secundarios

  • La esposa de Sancho aparece con varios nombres: Teresa Panza, Teresa Cascajo, Juana Gutiérrez, Mari Gutiérrez y Juana Panza. Esto sugiere descuido en la construcción del universo narrativo.

 5. Digresiones que desvían la trama

  • Historias como la de Grisóstomo y Marcela interrumpen la línea principal sin una clara justificación estructural. Aunque aportan riqueza temática, fragmentan la coherencia narrativa.

 6. Superposición de niveles narrativos

  • La inclusión de múltiples narradores (Cide Hamete Benengeli, Cervantes, el bachiller Carrasco) genera una complejidad que, si bien innovadora, puede confundir al lector sobre qué es “real” y qué es “ficticio”.

 7. Ironía como mecanismo de evasión

  • Cervantes usa la ironía para justificar errores o incoherencias, como cuando los personajes comentan los defectos del primer tomo dentro del segundo. Esto puede interpretarse como una evasión crítica más que una solución narrativa.

 8. Visión de mundo fragmentada

  • El Quijote no ofrece una cosmovisión unificada. Oscila entre idealismo y desencanto, sin resolver la tensión entre locura y cordura, lo que puede interpretarse como una falta de tesis filosófica clara.

🧶 9. Desigualdad estilística

  • Algunos capítulos están escritos con gran maestría, mientras otros parecen apresurados o desprolijos. Esta desigualdad afecta la experiencia estética del lector.

 10. Autorreferencialidad excesiva

  • La segunda parte se convierte en una crítica de la primera, con personajes que han leído el libro anterior. Aunque esto es innovador, también puede percibirse como una ruptura del pacto ficcional, debilitando la inmersión narrativa.

La inconsistencia narrativa en Don Quijote es uno de los aspectos más debatidos por los cervantistas, y se manifiesta en varios niveles.

viernes, 18 de julio de 2025

📚 1975: el año que selló el verbo —dictamen de fundación literaria ✍️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, en espejo ritual con J. Méndez-Limbrick

 🔱 1975: el año que fundó el verbo moderno ✍️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, en dictamen especular con J. Méndez-Limbrick

🜂 I. Cámara inicial: ¿Por qué 1975?

El año 1975 no fue solo un cambio de calendario —fue un umbral literario. Dictaduras, exilios, crisis ideológica, renacimiento editorial y aparición de nuevas formas del verbo coincidieron como si el lenguaje se reestructurara por necesidad.

  • En América Latina, el Boom ya mostraba signos de madurez.

  • En la poesía, la crítica surrealista y la relectura del barroco señalaban una nueva estética.

  • En el ensayo, se dibujaban mapas postmodernos y se confrontaba el espectáculo.

🧠 II. 50 obras como estaciones del fuego literario

Con obras como El otoño del patriarca de García Márquez y La tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa, 1975 consolidó narrativas que ya no buscaban representar —sino alterar el orden simbólico. Mientras The History of Sexuality fundaba una nueva lectura del cuerpo y el poder, Salem’s Lot de Stephen King iniciaba un nuevo pacto con el terror y el mito moderno.



Consejo Editorial de El laberinto del verdugo.



 

1975 fue el año en que la literatura dejó de contar —y comenzó a sentenciar. Cada obra fue sello, y cada autor, alquimista de su propio descenso.

🏛️ III. Zonas temáticas del corpus 1975

ZonaObras claveFunción simbólica
📘 Crítica institucionalFoucault, Debord, LyotardDerriban los discursos, fundan nuevos pactos
🧱 Narrativa barrocaLezama Lima, Carpentier (reediciones)Reinstalan el laberinto y la complejidad verbal
🔮 Fantasía filosóficaUrsula K. Le Guin, Doris LessingFundan mundos como espejos del nuestro
🪶 Realismo críticoVargas Llosa, García MárquezDenuncian el poder desde el mito político
🎭 Teatro y poéticaLorca, Vallejo, BeckettReconfiguran el verbo como acto corporal y ético

📚 Fragmentos literarios de obras publicadas en 1975 🜂 Selección ritual para la entrada “1975: el año que selló el verbo”

🧱 Narrativa hispanoamericana

Mario Vargas Llosa – La tía Julia y el escribidor

“La vida es una novela que uno escribe sin saber el argumento.” Reflejo del juego entre ficción y biografía que atraviesa la obra.

José Donoso – El jardín de al lado

“La literatura es el lugar donde los exiliados se encuentran.” Una meditación sobre el desarraigo y la creación.

🧠 Ensayo y pensamiento

Guy Debord – La sociedad del espectáculo

“Todo lo que alguna vez fue vivido directamente se ha convertido en una representación.” Crítica radical a la cultura mediática y la alienación.

Jean-François Lyotard – La condición postmoderna

“El saber ya no se transmite por narración, sino por información.” Diagnóstico del cambio epistemológico en la era digital.

🎭 Poesía y teatro

Pablo Neruda – Antología poética (edición 1975)

“Me gustas cuando callas porque estás como ausente.” Verso icónico que condensa el erotismo y la melancolía.

Federico García Lorca – Poeta en Nueva York (edición crítica)

“La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno.” Imagen surreal que denuncia la deshumanización urbana.

Luis Rafael Sánchez – La pasión según Antígona Pérez

“La justicia no se mendiga, se exige.” Fragmento teatral que convierte el mito en denuncia política.

🔮 Narrativa internacional

Ursula K. Le Guin – The Dispossessed

“La libertad es solo una posibilidad entre muchas.” Reflexión utópica sobre el exilio y la estructura social.

Stephen King – Salem’s Lot

“El mal no necesita razones, solo oportunidades.” Inicio del pacto moderno con el terror simbólico.

Heinrich Böll – The Lost Honor of Katharina Blum

“La verdad no se grita, se demuestra.” Crítica a la prensa y al juicio mediático.

 Cada fragmento es un sello. Y si 1975 fue el año que los fundó, entonces el verbo que vibra hoy es su eco ritual. ENRICO GIOVANNI PUGLIATTI.


lunes, 14 de julio de 2025

DESMITIFICANDO EL ULISES DE JOYCE EN 10 PUNTOS. TEXTO EN COLABORACIÓN CON EL DR. ENRICO PUGLIATTI.

 




1. Sacrificio de la forma por el fondo

Si se entiende que Joyce privilegió la estructura simbólica y técnica sobre la narración tradicional. La forma se vuelve protagonista, y eso puede alienar al lector que busca una experiencia emocional o estética más directa.

2. Desequilibrio entre técnica y visceralidad

Este punto toca una tensión real: Ulises es una obra de laboratorio más que de entrañas. La falta de “justo medio” entre innovación y emoción ha sido señalada por críticos como Edmund Wilson y por lectores que prefieren la intensidad de Dostoievski o la introspección de Proust.

3. Argumento anodino

La cotidianidad de Bloom es deliberada, pero apunta a que esa elección no genera impacto narrativo por sí sola. Joyce convierte lo banal en épico, pero no todos los lectores aceptan esa transfiguración como suficiente.

4. Monólogo interior vs. fluir de conciencia

El monólogo interior tiene estructura; el fluir de conciencia, no. Joyce mezcla ambos sin delimitar, lo que puede generar confusión y dispersión. La técnica no garantiza profundidad.

5. Ausencia de trama principal

Este es uno de los reclamos más frecuentes. La novela se fragmenta en episodios que no siempre dialogan entre sí, y el lector puede sentirse perdido sin una brújula narrativa clara.

6. Microacciones como motor narrativo

 Los eventos son mínimos y no generan tensión dramática acumulativa. La novela se convierte en una sucesión de gestos, pensamientos y digresiones que no siempre construyen una progresión.

7. Diálogos poco interesantes

Aunque algunos celebran la riqueza intertextual, los diálogos no generan dinamismo ni revelan capas psicológicas profundas. La erudición puede volverse ruido.

8. Lenguaje vulgar y censura

Históricamente cierto: Ulises fue censurado por su contenido sexual y lenguaje explícito. La crítica sugiere que esa transgresión fue más efectista que sustancial, y que contribuyó a su fama más por escándalo que por mérito.

9. Monólogo de Molly: falta de hondura

Este punto es polémico, pero no aislado. Algunos lectores consideran que el monólogo final, aunque innovador, carece de tensión y profundidad emocional. El uso del sexo como recurso narrativo puede parecer gratuito.

10. Comparación con otros autores

Frente a la densidad filosófica de Mann, la introspección de Proust o la fuerza narrativa de Tolstoi, Ulises puede parecer un ejercicio de estilo más que una obra de alma.

Esta crítica no es una negación superficial, sino una lectura exigente que cuestiona el culto acrítico a Joyce. Como bien lo dijo Virginia Woolf, hay talento, pero también una teatralidad egotista que puede irritar. Y eso, lejos de invalidar la obra, la vuelve más debatible —y por tanto, más viva.

 

 

viernes, 11 de julio de 2025

Las 6 puertas de la verdad.

 




Sobre cómo se mide la calidad de una novela (Y por qué muchos no lo logran ni en el prólogo) Las 6 puertas de la verdad.

✒️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, Dr. en Semiótica Crítica por la Universidad de Bologna

A veces me preguntan —con una mezcla de ingenuidad y pretensión práctica— cómo se distingue una obra literaria relevante de una novela “gaseiforme”, esas que evaporan su sentido en el primer párrafo y no dejan ni ceniza simbólica en la boca del lector.

Mi respuesta no es complaciente. Tampoco negociable. En el transcurso de noventa años de vida literaria y más de medio siglo como lector de códices, novelas, manifiestos y cuentos con pretensión de novela, he afinado mis parámetros. No son universales, pero son férreos. Y hasta que alguien me demuestre otra arquitectura más sólida, estos son mis criterios para dictaminar si una obra merece permanecer o ser empujada al estante del olvido.

🏆 1. Premios (pero no los de ferias de queso literario)

Un premio no define la calidad, pero sí revela que la obra entró en un circuito de legitimación. Hay premios honrosos y premios de indulgencia editorial, lo sé. Pero si nadie le ha dado ni una mención simbólica en tres lustros, probablemente la novela no conmueve ni al portero del jurado.

📚 2. Publicaciones y reediciones (la vanidad no cuenta)

Una reedición que nace del ego del autor es apenas un eco de vanidad. Pero si una editorial estatal o privada apuesta por traerla de nuevo —sin que el autor haya vendido su nevera para financiarla— ahí hay algo. Toda reedición por mérito ajeno es señal de vida textual.

📘 3. Uso académico (el aula no miente tanto como las redes)

Si la obra se estudia en secundaria o universidad, no es por capricho, sino porque se detecta material narrativo para formar criterio, análisis y lenguaje. No es canon, pero sí pista.

📖 4. Publicaciones críticas sin lazos de sangre

La reseña que aparece en el diario del amigo del autor no vale. Lo que vale es cuando un académico que ni siquiera sabe cómo se llama el autor escribe sobre la novela por impulso textual, no afectivo.

🌍 5. Proyección internacional (sin amiguismo ni traducción por lástima)

Si la obra se estudia fuera de nuestras fronteras, sin que el autor haya puesto un pie allá ni financiado su propia edición, entonces ha salido del ruido local. Ha tocado una cuerda universal. Y eso no se logra ni con likes ni con premios de autoedición.

🧠 6. Juicio de Autoridad (el verdadero, no el autoproclamado)

Cuando Borges, Sabato, Vargas Llosa o Piglia opinan de una obra, esa opinión vale más que tres mil reseñas de blog literario. Y cuando un crítico filólogo con sensibilidad —no sólo título— comenta la estructura de una novela sin necesidad de citar Wikipedia, estamos frente a un juicio con peso real.

📜 Epílogo para quienes aún sueñan con publicar

Si nada de lo anterior se cumple y la novela sigue esperando en PDF desde hace siete años, quizás aún está en fase de purificación, o quizás es una novela gaseosa que nunca encontrará forma.

Literatura no es voz ni verbo: es estructura, permanencia y resonancia. Todo lo demás —como bien dijo el autor original— es seguir soñando despierto.


La melancolía editorial de un junco: crítica a Irene Vallejo


 

La melancolía editorial de un junco: crítica a Irene Vallejo

Durante los últimos años, El infinito en un junco se ha convertido en el libro de cabecera de quienes celebran la persistencia del pensamiento escrito frente al vértigo digital. Sin embargo, su éxito editorial parece estar más vinculado a una sensibilidad nostálgica que a una propuesta intelectual rigurosa. Aquí la crítica toma la palabra.

 El eurocentrismo como filtro de la historia

Vallejo privilegia la tradición grecorromana como si fuera el único cauce legítimo de la cultura escrita. Ni la papelera china, ni la memoria mesoamericana, ni la caligrafía árabe ocupan un espacio significativo. Así, el libro se confunde entre homenaje y hegemonía, dejando fuera los aportes no occidentales con una suavidad que disimula su omisión.

 Poética sin consistencia ensayística

La autora fluctúa entre la metáfora y la historia sin definir del todo su postura discursiva. El resultado: un texto bello pero conceptualmente difuso. Las analogías con películas, cuentos infantiles y anécdotas personales le dan a la obra un tono divulgativo, sí, pero también una fragilidad teórica que incomoda a lectores exigentes.

 Lo que se promete y lo que se entrega

Quien llega al libro buscando una historia del libro encuentra apenas una colección de curiosidades clásicas. No hay desarrollo técnico sobre la evolución de soportes, ni se ofrece una reflexión profunda sobre el acto de leer en sí. La promesa del título no se cumple del todo: el infinito queda más en el junco poético que en el rigor investigativo.

 La estructura como laberinto

La narrativa se vuelve repetitiva, y los conceptos se diluyen en una sucesión de episodios que podrían haberse estructurado mejor. Frases como “ya lo he dicho” o “como ya mencioné” aparecen con frecuencia, revelando la falta de un diseño retórico que acompañe el entusiasmo lírico.

 Un fenómeno editorial más que intelectual

El impacto de El infinito en un junco responde al contexto: es un libro que gusta porque reconforta al lector culto, más que desafiarlo. Su éxito revela más sobre el mercado editorial que sobre su contenido. Es la literatura de la añoranza, no la de la confrontación simbólica.

DR. ENRICO PUGLIATTI.



martes, 17 de junio de 2025

Silvia Adela Kohan Aprende de los maestros Método para experimentar con Chejov y otros 49 genios de la literatura prólogo

  



Método para experimentar con Chejov y otros 49 genios de la literatura alba Razones de este método de eficacia comprobada para narradores y poetas Quiero sacar de ti tu mejor tú. Pedro Salinas «Imitar a tu manera» un texto de un escritor que te atrape es un valioso modo de sacar a la luz el libro que ya existe en ti, como decía Proust. Por lo tanto, doy cuenta aquí de esa manera. 

Unos la llaman «influencia»; otros, «inspiración»; otros, «identificación»; otros, «parodia»; para otros es el tan temerario «plagio». Como verás, puedes realizar la práctica con distintos propósitos y en distintas direcciones. Se aprende a escribir y a reescribir leyendo, consulta tus dudas leyendo entre líneas, a tus escritores admirados, no para detenerte en el tema, sino en como escriben ese tema; no para imitarlos, sino para constatar aciertos. Y verás en los capítulos de este libro que también ellos aprendieron así. 

 A mis nueve o diez años, leía escondida debajo de la mesa del salón o detrás de los enormes cortinados de cretona que enmarcaban las cortinas de voile. Cuando era yo la que ocupaba la carroza de la protagonista, me iba al patio trasero de la casa y en un cuaderno de contabilidad de los que utilizaba mi padre continuaba la historia protagonizada por mi. Habrás reparado en que los consagrados dicen que leer es el mejor taller de escritura para un escritor. Lo que no dicen es como y para que «lee» cada uno de ellos. Hay una gran diferencia entre leer como lector y leer como escritor. De eso se trata. A fin de cuentas, los pintores se inician copiando (de hecho, es conocido aquello que afirmö Picasso: «Los grandes artistas copian, los genios roban»), y puesto que escribir es resignificar las palabras de todos, ser copista literario es algo natural. Sé muy bien de que hablo. Ya en la universidad, con mi grupo de compañeros de Grafein, fundamos el método de Taller de Escritura y de Taller de Lectura. Cada uno tenía que aportar un texto por semana «a la busca de la voz propia». Las críticas mutuas eran feroces. A mí, durante varias sesiones, me «acusaron» de un exceso de lirismo, motivo por el que mis historias no avanzaban. Entonces, recurrí a La mala hora, de García Márquez, copie la gramática y la sintaxis de las primeras 35 páginas con mis propias palabras sin detenerme. Nadie se percató de la copia y me aprobaron con elogios. Entonces, pensé: «He practicado una reescritura creativa», lo instaure desde entonces como método enriquecedor a lo largo de los años y sugiero su práctica en las diversas vertientes que te propongo en los capítulos siguientes. Es un incomparable estímulo para la creación literaria. De este método han salido en mis talleres varias novelas publicadas.

 De hecho, leer es la primera llamada del deseo de escribir. Atrapo al vuelo las chispas que saltan mientras leo, así sea una novela, un ensayo, un poema, un reportaje y hasta las contraportadas de los libros. Escribo a mano y capto así de modo más sensitivo lo «mío propio» que extraigo de cada lectura. Y si bien los temas son unos pocos que se repiten en la vida, y por consiguiente también en la literatura, el secreto consiste en buscar un tratamiento distinto, desde una mirada única, la tuya. 

 Indagando en miles de textos y preguntando directamente a escritoras y escritores durante las numerosas entrevistas directas que tuve oportunidad de hacer a los famosos para la revista que dirigía, Escribir y Publicar, he podido comprobar que todos han sabido ser copistas de aquellos a quienes admiraban. Por lo tanto, en este libro revelo (con ejemplos claros) las claves para apropiarse de los mejores mecanismos, recursos, estrategias de cada escritor o escritora a partir de los diversos aspectos literarios que domina cada uno y propongo ejercicios específicos en un apartado para cuentistas y novelistas y otro para poetas.

miércoles, 26 de febrero de 2025

GRACIELA REYES POLIFONÍA TEXTUAL LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO

 



GRACIELA REYES POLIFONÍA TEXTUAL LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO £ B IBLIOTECA ROMÁNICA HISPANICA EDITORIAL GREDOS MADRID o GRACIELA REYES, 1984.

 EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España. Depósito Legal: M. 43742-1984. ISBN 84-249-0971-2. Rústica. ISBN 84-249-0972-0. Guaflex. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1984. — 5780.

 A la memoria de Frida Weber de Kurlat 

PRÓLOGO Nous ne faisons que nous entregloser. Montaigne 

 En este libro se estudian los mecanismos lingüísticos de la traslación discursiva: cómo se hacen simulacros de palabras con palabras, cómo se reproduce una enunciación por medio de otra. El fenómeno es analizado en el lenguaje de la conversación y en algunos textos escritos, pero sobre todo en la literatura. El texto literario es, en sí mismo, un simulacro. En cuanto estructura verbal representativa de discurso (y conjuntamente de la realidad que el discurso articula) la literatura es simula cro lingüístico por excelencia, imagen de discurso desarraigada de un yo-tú, de un aquí y de un ahora determinables e históri cos, es enunciación imaginaria sujeta a infinitas actualizacio nes. Propongo en la Introducción que la literatura es cita de discurso: es lengua mostrada en uso, es análisis, tergiversación, explotación de virtualidades y juego con las convenciones, limi taciones y glorias de nuestros actos de habla corrientes. Estudio los simulacros en el simulacro. En el Capítulo 1 me detengo en el problema del simulacro, en el proceso de citar: su función representativa, su perversión. Ningún acontecimien to es reductible a otro: tampoco el acontecimiento lingüístico. En cuanto a las formas gramaticales de citar, retomo el sistema de los estilos directos e indirectos, inseparable de las primeras reflexiones sobre la literatura, y que podemos aprovechar, mati zándolo. En éste, como en todos los asuntos gramaticales, me he inspirado en los postulados de la lingüística pragmática y empleo métodos de análisis contextual. En el Capítulo 2 hago un análisis del relato literario, estruc tura de voces, mundo de fantasmas que hablan y fantasmas que escuchan. Reviso, a la luz de trabajos recientes, conceptos bási cos de teoría literaria, y muestro la estructura y funciones de algunos tipos de polifonía. El Capítulo 3 propone una variedad de oratio obliqua a la que encuentro un considerable valor explicativo, que trato de poner a prueba en el análisis de la técnica narrativa de García Márquez. El último capítulo discute un tema muy discutido, el estilo indirecto líbre. No reconstruyo polémicas: intento acotar el fe nómeno, analizar cuidadosamente textos, explicar funciones, y mostrar una evolución contemporánea. Sabiendo que toda escritura es una reescritura, y por oponer resistencia de algún modo a esa fatalidad, he elegido el camino más difícil: ni un análisis descriptivo, de manual (ejemplos y glosas, sobre un discurso teórico de función más bien ornamen tal, al uso), ni la erudición desencantadora de un fichero desovi llado (prosa empedrada de autores y años, también al uso). He reescrito, a conciencia. Muchas veces, como es inevitable, en ora tio quasi obliqua. Otras, creyendo organizar ciertos fenómenos lingüísticos o literarios a mi modo y a mi riesgo. El lector —pálido e intrépido lector, para citar a un autor tantas veces citado en este trabajo— se encontrará con exposiciones lingüís ticas, con disquisiciones de teoría literaria, y con análisis de textos. Si algún delito veo en esta mezcla, es delito de estilo: por convención genérica, tendemos a tratar literariamente lo li terario y secamente (o con ese humor pueril de gramáticos y lógicos, afectos a gatos y a reyes calvos) lo lingüístico. He inten tado armonizar asuntos y estilos; sé, por quienes tuvieron la buena voluntad de leer mis borradores, que no lo he conseguido siempre. Es muy difícil remediarlo, sin traicionar lo que quiero decir, y que, una vez dicho, coincide perversamente con la for ma en que está dicho. Al lector —paciente y desprevenido— que se meterá conmigo en un mundo de citas, lo remito a una, que sabrá descontextualizar y aplicar a este problema de mis esti los: en Madrid, al lado de las fuentes, hay un cartel que advierte «Esta fuente utiliza siempre la misma agua». También este li bro, aunque el agua no fluya con el sosiego y la geometría inva riable con que fluye la de las fuentes. Detalles de estilo y organización expositiva que será útil anun ciar al esforzado lector: sólo he utilizado tres abreviaturas: ED (estilo directo), El (estilo indirecto) y EIL (estilo indirecto libre); todos los textos que analizo, sean o no literarios, llevan un nú mero para facilitar las referencias; por más que el lector —atento— encuentre más repeticiones de las necesarias, el me jor entendimiento del texto exige, según la ilusión de la autora y su método de exposición, que se lo lea en el orden en que va presentado. Analizo autores contemporáneos hispanoamericanos: Borges, Cortázar y García Márquez sobre todo; también Vargas Llosa, Puig, y algunos más. Son los autores que yo conozco mejor; es probable que figuren entre los más conocidos por el lector, y que así podamos sobreentender un contexto, el de la obra de cada uno de estos autores, y los análisis no queden en el aire; una gran ventaja, ya que los textos han tenido que sufrir la ine vitable mutilación. Los que he elegido son, además, grandes na rradores, dignos de estudio, excelentes ejemplos de técnicas dis cursivas y literarias del español actual. Un prólogo es un resumen, una representación, una cita, del libro al que antecede. Para no tentar a los reseñadores, que en cuentran cómodo y seguro citar esa cita, no digo más. Me queda el deber, grato y difícil, de dar gracias. Frida Weber de Kurlat me alentaba a estudiar el lenguaje de la literatura. Después de diez años de mucho errar, quizás ahora he hecho algo semejante a lo que ella me proponía: lo ofrezco como pequeño homenaje a su recuerdo. Sin Manuel Alvar, hombre sabio y bueno, yo hubiera sucum bido al exilio y a mis incapacidades. Le agradezco su amistad, que me trajo, para mayor fortuna, la de Elena; le agradezco su ejemplo y su constante, espléndida generosidad. Félix Martínez Bonati y Ruth El Saffar leyeron borradores de este libro, y me hicieron valiosos comentarios; Beatriz En- tenza de Solare eliminó del manuscrito final torpezas y comas desconcertantes. Reciban mi gratitud por su interés y paciencia. Le doy gracias a Celina Sabor de Cortázar, que me acompa ña, estimula y enseña a la distancia. Y gracias a Leda Schiavo por sus despiadadas notas al margen y por una amistad que me ayuda, entre otras cosas, a escribir libros. Mis alumnos de Chicago, de Madrid y de Málaga, a quienes expuse algunos puntos de este libro, mostraron un entusiasmo que les agradezco mucho. Y quede constancia de mi gratitud a mis admirados amigos Julio Calonge y Valentín García Yebra, de Editorial Gredos. G. R. Madrid, 17 de febrero de 1984.

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