LA BIBLIA DE LOS CÓDIGOS SECRETOS
LIBROS CÚPULA
PRÓLOGO
Tienes en tus manos un documento muy especial. Hay muchísimos libros sobre códigos secretos, pero ninguno como el que te dispones a leer. Al publicar La Biblia de los códigos secretos, quisimos proponer a los lectores una obra de referencia que tuviera un doble papel. El primero, haceros viajar por el mundo misterioso e intrigante (¡e intrigas encontrarás a granel!) de los secretos de la historia, del manuscrito de Voynich del siglo xv — hasta una lengua álfica1 nunca descifrada— hasta Radio Londres y sus célebres mensajes codificados de la emisión «Los franceses hablan a los franceses».
El mundo en el que te dispones a entrar ha sido durante mucho tiempo un privilegio de los poderosos que se disimuló al gran público a propósito. Los historiadores chocaron durante décadas contra el silencio de las autoridades cuando intentaban obtener la verdad, especialmente sobre el secreto de las transmisiones de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial. Durante la Revolución francesa, María Antonieta mantenía su aventura oculta con el conde Axel de Fersen, escribiéndole cartas de amor cifradas, con uno de los mejores códigos de la época, incluso a pesar de que no sabía utilizarlo bien. Actualmente, los especialistas han desvelado esos secretos antiguos, pero la totalidad de los conocimientos en la materia no se han puesto a disposición pública, en todo caso como una suma rica e informativa que, de la misma manera que las pirámides que contemplaban cuarenta siglos de historia, cubre todas las épocas. ¿Sabes, por ejemplo, que, cuando el Che Guevara quiso exportar la revolución cubana a Bolivia, comunicaba con Fidel Castro con el mismo código que el utilizado entre estadounidenses y rusos? Interesante, ¿verdad? ¿O que los arcanos de la célebre Enigma, la máquina de codificar, fueron descubiertos, en parte, gracias a la traición de un funcionario alemán de la Oficina del Cifrado? Señora, mañana a las cinco en el parque El primer objetivo de esta obra, ampliamente enriquecida desde su primera edición en 2012 (El Universo de los códigos secretos, Ixelles), es histórico. La transcripción —el arte de encriptar los mensajes— fue diplomático y militar en primer lugar, antes de servir al secreto de los negocios a partir del siglo xix y también a un campo más anecdótico de las relaciones humanas: las correspondencias amorosas. Su contrario, la descodificación, llevó a una sofisticación de las técnicas del cifrado y, por eso mismo, a una lucha incesante entre codificadores y descodificadores.
El segundo objetivo de este libro es darte las claves (en el buen sentido del término) para comprender el verdadero funcionamiento de los códigos secretos. He aquí dos ejemplos: Hvwd sulphud iudvh kd vlgrfliudgd sru xq vlpsoh ghvsodcdplhqwr. Rarficsed ed licifid sam res edeup esarf adnuges atse. Estas dos frases están cifradas. Sin duda, para aquellos que ignoran todo sobre la criptografía, son incomprensibles. Sin embargo, representan los dos métodos clásicos del cifrado en sus formas más simples: la sustitución y la transposición. Cuando hayas leído este libro, descodificar estas frases te parecerá tan fácil como respirar (sí, sí, te lo garantizo).
Este libro contiene a veces algunas partes un poco técnicas, en la segunda mitad. Sin embargo, esas partes pueden hojearse sin problema para una comprensión general. Son para quienes quieran profundizar en el tema. Lo mismo sucede con los ejercicios lúdicos marcados como LQDD (lo que debemos descifrar). Los más motivados, a quienes nada asusta, ni siquiera las páginas matemáticas de los suplementos de verano de las revistas, encontrarán con qué ejercitar sus neuronas. Errores eternos A mi entender, esta doble preocupación, histórica y técnica, constituye la originalidad de esta obra sobre códigos secretos. No se contenta con dar importancia estratégica a las proezas de los descodificadores como Antoine Rossignol en la época clásica, Georges Painvin durante la Primera Guerra Mundial o Alan Turing durante la Segunda Guerra Mundial; también trata de mostrar el grado de ingeniosidad que desarrollaron, y cómo supieron explotar los errores de sus adversarios, errores que marcaron todas las épocas. Los métodos cambian, los errores persisten.
Al mismo tiempo, he escogido un plan estructurado alrededor de los métodos de codificación y de la historia. Para comenzar, mostraré a través de ejemplos históricos la necesidad de ocultar y el interés de descifrar las transmisiones. Luego, veremos el gran principio de la criptografía moderna, propuesto al final del siglo xix por Auguste Kerckhoffs, según el cual un sistema criptográfico no debe reposar sobre el secreto de los métodos, de los algoritmos como se lo formularía hoy, sino sobre una clave que se cambia periódicamente. Estos códigos ya existían en el Renacimiento: son los cifrados por sustitución polialfabética, como el más conocido que se atribuye a Blaise de Vigenére, pero fueron poco usados antes del siglo xix, por la dificultad de ponerlos en práctica a mano. Por eso, en aquella época se prefirieron los cifrados por sustitución monoalfabética. Aquí mostraré qué fáciles son de utilizar, ya sea con ejemplos inventados para la ocasión o con ejemplos de códigos reales. Dos por dos En el siglo xix llegó una mejoría con la idea de sustituir las letras de a dos y no individualmente. La idea avanzó en el siglo xx con los trigramas (tres por tres) y luego los poligramas, lo que marcó la primera incursión de las matemáticas como tales en la criptografía. Volveré a los siglos xvii y xvm y a la revolución criptográfica iniciada por Antoine Rossignol, quien tuvo la idea de modificar las sílabas, como las letras o las palabras, por números, concibiendo de esta manera los primeros diccionarios cifrados.
Bien utilizados, esos diccionarios podían resistir a los descodificadores, pero también condujeron al desastre a un ejército napoleónico poco avezado en materia de códigos secretos. Los preludios de la Primera Guerra Mundial vieron el desarrollo de los sistemas por transposición, en los cuales se cifra un mensaje fabricando un anagrama. Combinados con sustituciones polialfabéticas, esos sistemas criptográficos fueron los mejores de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, los mensajes eran muy arduos tanto de codificar como de descodificar y mal adaptados a la guerra de movimiento, lo que llevó al desarrollo de máquinas de cifrar, como la Enigma del ejército alemán. Enigma producía un código polialfabético que se creía indescifrable y que, sin embargo, fue roto primero por los polacos y luego por los británicos. La utilización de máquinas de cifrado se prolongó después de la Segunda Guerra Mundial, pero las máquinas fueron reemplazadas por ordenadores. Fue entonces cuando se dieron a conocer unos métodos más matemáticos con los que, de manera sorprendente, saber cifrar no bastaba para saber descifrar. Aun si esas técnicas son seguras, están amenazadas, actualmente, por la llegada de un nuevo tipo de máquina: el ordenador cuántico. Todavía hoy continúa la lucha milenaria entre codificadores y descodificadores.

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