ADOLFO
BIOY CASARES
a la h o ra de e s c rib ir
Edición de Esther Cross
y Félix della Paciera
Ensayo
TUSf lUETS
© Adolfo Bioy Casares, Esther Cross, Félix della Paolera, 1988
Diseño de la colección y de la cubierta: MBM
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. Iradier, 2 4 -0 8 0 1 7 Barcelona
ISBN 84 7223-852-0
Depósito legal: B. 43.127-1988
Fotocomposición: ApG - Enten^a, 218
Libergraf, S.A - Constitución, 1 9 -0 8 0 1 4 Barcelona
Impreso en España
ADOLFO BlOY CASARES nació en Buenos
Aires en 1914. Cursó estudios de
Derecho y de Literatura, carreras
que abandonó para dedicarse enteramente
a escribir. En 1940 publicó La
invención de Morel, el más célebre
y difundido de sus libros. A partir
de entonces, su reputación como
uno de los más originales y relevantes
narradores de las letras hispanoamericanas
no ha hecho más que
consolidarse. Sus obras han sido traducidas
a más de quince idiomas y
adaptadas frecuentemente al cine
y la televisión. Ha escrito también
varios libros en colaboración con Silvina
Ocampo y Jorge Luis Borges.
ESTHER CROSS (Buenos Aires, 1961)
ha cursado estudios de Letras y de
Psicología. Es narradora y poeta,
colaboradora habitual de diversos
medios de la prensa cultural argentina.
FELIX DELLA PAOLERA (Buenos Aires,
1923) cursó estudios de Filosofía.
Poeta, narrador, ensayista, crítico
literario y traductor, ha desempeñado
diversos cargos culturales en
su país. Desde 1976 coordina talleres
literarios.
Indice
Nota p re lim in a r............................................ . 9
Nota aclaratoria............................................... 11
La decisión de e s c rib ir.................................. 13
El oficio lite ra rio ............................................. 35
La ficción: materia y fo rm a ......................... 51
Preferencias, memorias, amistades ........... 93
Sumario................................................................ 131
Indice o n omástico ............................................. 133
Bibliografía.......................................................... 137
Nota preliminar
Este libro es el primero, de una serie en que los
grandes escritores contemporáneos expondrán procedimientos
inherentes a su ars literaria. Consta
de la transcripción de los diálogos mantenidos por
Adolfo Bioy Casares con los integrantes de un taller
literario* en tres reuniones celebradas en 1984,
1987 y 1988, respectivamente. La transcripción de
estas charlas fue seguida de su correspondiente
agrupamiento por temas dado que, por haber tenido
lugar en años diferentes y con distintos interlocutores,
resultaba inevitable que algunas preguntas
se repitieran o denotaran una marcada afinidad
con otras ya formuladas. De ahí que, al pie de cada
parlamento se deje constancia de la fecha en que
fue formulado. Esto permite al lector apreciar las
sutiles modificaciones que en torno a un mismo
* Los talleres literarios se difunden en la Argentina a comienzos
de la década del 70, acaso porque la enseñanza universitaria de
la literatura está principalmente dirigida a la formación de docentes,
críticos e investigadores, descuidando el aspecto propiamente
creativo del acto de escribir. Un taller literario está integrado por
grupos de cinco a diez personas cada uno, orientadas por un coordinador,
que se ejercitan en la práctica de la escritura (corrección,
estructura, estilo) y que reciben información teórica sólo en función
de la lectura de sus textos.
asunto el escritor introduce en su criterio inicial
con el correr del tiempo. Por otra parte, aunque a
veces las preguntas se repitan, las respuestas agregan
siempre nuevos elementos de juicio y, afortunadamente,
su alcance suele exceder la aclaración
esperada por quien hace la pregunta.
Mantener la forma coloquial de estos diálogos
—su necesaria oralidad— no resultó una tarea ardua,
ya que el estilo de Bioy Casares se singulariza
precisamente por un lenguaje directo y lúcido,
que excluye la solemnidad y el giro artificioso. En
este sentido, la reiteración —a lo largo de todas
las charlas— de expresiones como «puede ser»,
«creo», «pienso», «tal vez», «de algún modo», atestigua
la presencia de un intelectual genuino, adscrito
a la vitalidad de la duda antes que a la rigidez
del dogma.
El escritor W. H. Hudson contaba que muchas
veces en su vida había emprendido el estudio de
la metafísica pero que invariablemente lo interrumpía
la felicidad. Esa paradójica desdicha
—que acaso sólo justifica cierta haraganería— parece
refutada por la vasta obra de Adolfo Bioy Casares.
Como él mismo dice: «Yo le aconsejaría a la
gente que escriba, porque es como agregar un
cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar
sobre la vida, que es como seguir viviéndola.
Es duplicarla del mejor modo». Y todos sus libros
demuestran que el acto de escribir, aunque riguroso,
puede ser un ejercicio placentero y exento de
vano patetismo.
Félix della Paolera y Esther Cross
Nota aclaratoria
Las reuniones del taller literario de Félix della
Paolera se realizaron en las casas de José González
Balcarce (26 de julio de 1984) y de Sofía Deym
(4 de junio de 1987 y 19 de mayo de 1988).
Las iniciales que anteceden a las respectivas
preguntas y respuestas corresponden a:
BC: Adolfo Bioy Casares
G: Grillo*
y, en orden alfabético, a los siguientes integrantes
de los talleres:
MLB: María Luisa Bemberg
MBC: María Belén Caputo
CC: Carlos Cartolano
EC: Esther Cross
ECH: Esteban Charpentier
SD: Sofía Deym
FG: Fernando Gómez
CGG: Celeste González Garabelli
JMH: ' José María Harfuch
* Grillo es el apodo de Félix della Paolera, utilizado por Bioy Casa
res al dialogar con él.
MIH: María Inés Hernández
E de L: Elizabeth de Luca
MM: Mario Maggi
PM: Pía Magnanini
VM: Verónica Matta
HM: Hernán Morgenstern
A O'F: Andrea O'Farrell
JO: Jorge Offenhenden
RPB: Ruth Pérez Blanco
OP: Osvaldo Peusner
APL: Agustín Pereyra Lucena
ARM: Alejandro Ramos Mejía
MLSV: María Luisa Sáenz Valiente
MSB: Marcelo Suárez Bidondo
MU: Marta Uranga
LVM: Lucía Vásquez Mansilla
GW: Georgina Walker
LZ: Liliana Zirardini
La decisión de escribir
BC: Henry James se preguntó por qué escribía
Flaubert si le dolía tanto... La crítica es aparentemente
justa (sólo aparentemente, pero de
cualquier modo para este párrafo sirve). A mí me
divierte escribir, aunque muchas veces las vacilaciones
que tengo al hablar se me corren a la pluma.
Las venzo. El placer de inventar es grande;
también el de lograr una página satisfactoria.
Mis relativos aciertos me bastan para decir que
me gusta esta profesión, que me gusta inventar,
que me gusta haber inventado historias y tener
otras para escribir. [1984]
Muchos escritores olvidan que la principal ocupación
del narrador es narrar. A todos nos gusta
que nos cuenten cuentos y, desde luego, a todos los
que leen obras de ficción. Ahora hay muchas novelas
desprovistas de ficción y de trama; se las llama
novelas, pero adentro hay ensayos y pedantería.
E de L: Una vez oí que escribir es, en cierto modo,
dejar de vivir un poco...
BC: No es verdad.
E de L: ¿Usted dejó de vivir, dejó de experimentar?
BC: No, no crea. A mí me parece que ocurre lo
contrario. Me atrevo a dar el consejo de escribir,
porque es agregar un cuarto a la casa de la vida.
Está la vida y está pensar sobre la vida, que es
otra manera de recorrerla intensamente.
G: Es duplicarla.
BC: Duplicarla del mejor modo posible. Además,
escribir es un intento de pensar con precisión.
Debo admitir sin embargo que de vez en cuando
se presentan situaciones en que tenemos que elegir
dos caminos; quizá, por extraño que parezca,
entre el amor (léase matrimonio, vida familiar) y
seguir escribiendo. Es probable que esa mala
fama de la literatura, que la muestra como negación
de la vida, se daba al clamor de personas
abandonadas.
MM: ¿Bioy Casares escribe porque le gustó una
idea y quiere desarrollarla o pretende que quede
un mensaje sedimentado? ¿Busca el mensaje de
trasfondo o simplemente la buena técnica?
BC: ¡No, por favor! ¡Cómo voy a buscar solamente
la buena técnica! No, no. Yo creo que por un
lado hay que distinguir el mensaje de la idea y
por otro el mensaje, la idea y la técnica, que son
tres cosas distintas. Yo me considero narrador.
Me gustan las narraciones y estoy convencido de
que a la gente también le gustan. Soy una persona
con opiniones, convicciones, aflicciones, amores
y antipatías, como todos y, naturalmente, escribo
en favor de las cosas que me parecen bien. Pero
lo que me mueve a escribir, y lo que me movió a
escribir en un lejano día de mil novecientos veintitantos,
es el placer de las historias. Es algo que
va más allá de la técnica; es algo que tenemos en
común con los muchachos que entraban en los
cafés de El Cairo y contaban las historias que hoy
llamamos Las mil y una noches. Somos narradores,
hay mucha gente que lo es y para esa gente
hay otra que está deseando que le narren historias.
[1988]
Además, la literatura no es una imposición, es
un placer. Yo escribí un libro de ensayos al que
llamé La otra aventura porque reúne ensayos sobre
literatura, sobre libros. Una aventura es la
vida, la otra —al menos para mí— son los libros.
Creo que no se le da bastante importancia a la
suerte; indudablemente la suerte existe y la casualidad
existe, aunque la gente diga que todo sigue
un destino prefijado. Yo era un muchacho deportista
en un grupo de muchachos deportistas. Por
un golpe de suerte, que en el momento me pareció
un golpe de mala suerte, me puse a escribir.
Retrospectivamente atribuyo mi oficio a una casualidad.
Desde luego considero «azar», «casualidad
», «suerte», como palabras útiles, que evitan
disquisiciones tediosas; con ellas designamos incógnitas
que no valdría la pena, —o no podríamos—,
despejar. [1984]
■k * *
LZ: ¿Y cómo fueron sus primeros intentos? ¿Tuvo
muchas incertidumbres, tiró cuentos a la basura?
BC: Le voy a explicar: esa etapa fue larga y variada.
No es una sola etapa. Yo hubiera querido ser
jugador de fútbol o boxeador—boxeador me gustaba
más, porque me parecía más contundente—
o campeón mundial de tenis o de salto de altura.
Pero inexplicablemente, cuando sentía que
algo me conmovía, pensaba en escribir. No sé por
qué, ya que tiendo a descreer que estas cosas vengan
con uno; sospecho que todo lo recibimos y
que todo es educación en la vida. Lo cierto es que
para enamorar a una prima que no me hacía caso
pensé en escribir un libro parecido al de un autor
que le gustaba a mi prima. Así, a los seis o siete
años, intenté escribir por primera vez. Después
me gustó la idea de inventar cuentos policiales y
fantásticos, y sin que mis amigos se enteraran,
escribí una historia que se llamaba «Vanidad».
Después de eso descubrí la literatura. Y entonces
me puse a escribir y a leer. Digamos que desde
los doce hasta los treinta años leí realmente mucho.
Traté de leer toda la literatura francesa,
toda la española, toda la inglesa, la americana, la
argentina, la de otros países europeos, un poco de
la alemana, de la italiana, de la portuguesa, de la
japonesa, de la chilena, autores persas, en fin:
traté de cultivarme como esos norteamericanos
que hacen todo por programa; quise leer todo. Y,
mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir.
Y los libros que yo escribía desagradaban a
mis amigos. Cuando salía un libro mío, los amigos
no sabían cómo tratarme; querían disimular
y se les veía en la cara el disgusto. Yo les daba la
razón, pero creía en mi próximo libro.
LZ: Y a usted, ¿le gustaban esos libros?
BC: No, por cierto. Me repelían cuando se publicaban.
[1984]
G: ¿Cuándo decidió ser escritor?
BC: Un tiempo después. Al principio escribía porque
estaba angustiado y quería expresar mi pena,
o, porque se me había ocurrido una idea y quería
comunicarla, pero no pensaba que iba a ser escritor.
Tenía ganas de contar esa historia. Por eso escribí
mi primera historia policial y fantástica. Pero
seguía siendo un jugador de rugby, un tenista. Después
descubrí la literatura. Sentí por primera vez
la fascinación que siempre encuentro en los libros
y tuve ganas de provocarla en los demás. [1987]
Mis padres eran buenos lectores, personas
muy cultas. Querían que yo fuera abogado. Cuando
dije que iba a escribir temí que pensaran que
iba a dedicarme al ocio o que mi trabajo les pareciera
comparable al de una señora que borda almohadones;
temí que pensaran que los escritores
eran otros, no los que uno conocía. [1984]
MLV: Si al principio sentía tan poca satisfacción
con su obra, ¿cuál era su motor para seguir, para
no desesperar, para no descreer de usted mismo?
BC: Todo aquello fue bastante penoso; yo sentía
mi incapacidad de escribir libros aceptables
como una derrota de mi inteligencia. La verdad
es que producía algo que a nadie gustaba. A mí
tampoco. Me gustaba mientras escribía; después,
no. Lo que sí me gustaba era la literatura; sentía
que ésa era mi patria y que yo quería participar
de su mundo. Probablemente pensaba que no
bastaba con ser lector para entrar en la literatura.
Muchas veces me dije que, de haber sido una
persona un poco más sensible, yo hubiera dejado
de escribir, porque escribía un libro y todos mis
amigos —y después Jorge Luis Borges— me miraban
con cara de tristeza y de preocupa ción, como
pensando: «¿Qué le digo yo a éste?». Pero quizás
aprendí a escribir gracias a esos errores.
MLB: Y de no ser por su madre-y por su padre, que
de chico le leía poesía, ¿hubiera tenido ese amor
por la literatura?
BC: Creo que sí. Les agradezco lo que hicieron,
que mi madre me contara cuentos fue un estímulo
—un estímulo que no cesa— y le agradezco a
mi padre que inaugurara mi amor por la poesía,
pero creo que de cualquier modo yo hubiera llegado
a la literatura. No sé, no podría decir cuál
fue mi primer intento literario, pero sé que cuando
mi prima no me quiso me puse a escribir para
exaltar mi dolor.
Yo escribí para que me quisieran; en parte
para sobornar y, también en parte, para ser víctima
de un modo interesante; para levantar un monumento
a mi dolor y para convertirlo, por medio
de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo
eso precedió a los pésimos libros publicados, que
fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas.
[1987]
BC: Borges, que ya era amigo mío, creía que yo
escribía rápidamente. Yo escribía con las mayores
precauciones, pero equivocadas. Mis recaudos
eran malos recaudos. No sabía qué debía cuidar,
ni cómo dar a mi expresión una agradable
transparencia. Mi madre decía que la voluntad lo
podía todo; yo tuve una dolorosa prueba de que
la voluntad sola podía poco. De las necesarias voluntad
y representación, la representación me fallaba,
como a muchos tontos que andan por el
mundo. Escribí así pésimos libros y frustré algunas
historias no demasiado malas que se me ocurrieron.
[19841
G: En sus lecturas iniciales, ¿qué libros fueron influyentes,
cuáles decidieron o fortalecieron su vocación
de escribir?
BC: Podría decir que hay unos cuantos libros que
para mí fueron decisivos, y que algunos de ellos
no son considerados admirables. Probablemente
Cario Collodi, con su Pinocho, me indujo a escribir
relatos fantásticos; Gyp, con libros como Mademoiselle
Lulú y Autour du mariage, me inspiraron
ganas de escribir novelas o historias de amor;
los cuentos de Sherlock Holmes, de Arthur Connan
Doyle, y El misterio del cuarto amarillo, de
Gastón Leroux, ya antes de leerlos, cuando me los
contaron, me provocaron deseos de escribir historias
policiales y de misterio.
AG: ¿Antes de leerlos?
BC: Sí, antes. E$a de Queiroz, Marcel Proust,
H. G. Wells, y tantos otros me dieron ganas de escribir
cuando tuve más discernimiento. En la
misma época, Peñas arriba, de José María Pereda,
me reveló una idea que siempre me atrae: la de
una persona que está en la ciudad y vuelve al
campo en que ha nacido (a lo mejor podría ser en
sentido inverso, del campo a la ciudad). Es el regreso
al hogar, con las desilusiones, las recompensas,
lo que sigue igual, lo que ha cambiado. La
Odisea, en fin... Aunque en Peñas arriba no esté
maravillosamente aprovechada, la idea me cautivó.
G: ¿Y qué escritores podrían haber influido en su
estilo?
BC: Tantos... Ya mencioné a E g a de Queiroz y a
Proust, y a Wells; también quiero citar a Borges,
al Doctor Johnson, a James Boswell, a David
Hume, a Michel de Montaigne, a Robert Louis
Stevenson, a Mansilla, a Arturo Cancela, a Pío Baroja
y, como todo el mundo, a Franz Kafka, a Benjamín
Constant, a Stendhal y a Paul-Jean Toulet,
si es que un poeta puede influir en un prosista.
G: Bueno, por suerte son muchos, más grave sería
depender de uno solo.
BC: Seguramente estoy callando a muchos otros.
APL: ¿Considera que Joseph Conrad pudo haber
tenido influencia en su pensamiento o en su estilo?
BC: Sí, pudo tenerla por la construcción de algunos
de sus relatos, como La línea de sombra, pero
no precisamente en el estilo. El suyo tiende a ser
ornamental. Yo no quiero escribir de un modo ornamental.
Conrad probablemente sea víctima de
la circunstancia de ser un polaco que escribe en
inglés, mejor que un inglés. Quién pudiera escribir
relatos como El corazón de las tinieblas, como
El duelo. Si entre todos los relatos del mundo tuviera
que proponer uno para que sirviera de modelo,
creo que elegiría La línea de sombra.
FG: Resulta alentador que usted se confiese lector,
porque he notado que muchas veces los escritores
son deficientes lectores.
BC: Peor para ellos.
E CH: ¿Cuándo reconoció usted que lo que escribía
era literatura o podía considerarse literatura?
BC: Mire, tal vez pueda precisar el momento... Yo
leía buscando la literatura, y escribía buscando
la literatura; cuando concluía mis cuentos, por
un tiempo creía haber hecho literatura, creía haber
acertado. Después, cuando publicaba el libro
y mis amigos lo leían, llegaba el desencanto, si antes
yo solo no lo había encontrado... Se sucedían
días y años, pero la literatura estaba siempre fuera
de mi alcance. Como advertía signos de que los
amigos no desestimaban mi inteligencia, me dije
que la ineptitud a lo mejor se limitaba a mis procedimientos.
Con La invención de Morel, una historia
que no quería malograr, llegó la gran oportunidad
de ponerme a prueba. Recordé el consejo
de mi padre de pensar en lo que uno está haciendo,
y procuré escribir con la atención bien despierta.
Antes de la publicación del libro aparecieron
capítulos iniciales en la revista Sur, las reacciones
de algunos lectores fueron las primeras buenas
noticias sobre escritos míos que recibí en la
vida. Tuve una módica sospecha del triunfo, pero
aún no me sentía seguro. Me preguntaba si los
hombres sabios no descubrirían errores y torpezas
en la novela. Con el tiempo, en un cuento que
se llama «El ídolo», se me soltó la mano. Cuando
trabajé en Emecé,* en la redacción de contratapas
y noticias biográficas, empezó a soltárseme
también la mano para escritos que no eran cuentos
o novelas. Me encargaron prólogos, que acepté
sin alegría. Escribí todo eso como quien pasa
un examen ante sí mismo. Ahora, mi modo espontáneo
de expresión es la escritura; para hablar
me siento bastante inseguro. [1988]