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jueves, 14 de agosto de 2025

Comentario sobre La conspiración de los idiotas de Marcos Aguinis

            


📚 Consejo Editorial – Comentario sobre La conspiración de los idiotas de Marcos Aguinis

En esta novela publicada en 1978, Marcos Aguinis despliega una sátira feroz y profundamente simbólica que se deja narrar por Natalio Comte, un personaje que abandona su vocación médica y, a través de una interpretación bíblica (“Bienaventurados los pobres de espíritu…”), se adentra en el secreto de la sinarquía.

La obra se convierte en un espejo deformante de la persecución, la superstición y el poder disfrazado de conocimiento. Aguinis no escatima en ironía ni en crudeza: su estilo hiela la sangre mientras nos arrastra por una trama donde el odio se organiza como doctrina, y la idiotez se convierte en sistema. El autor mismo confiesa que fue una cuesta dolorosa tener que convertir en blanco de la furia persecutoria a uno de los sectores más indefensos de la humanidad.

Desde el punto de vista del Consejo Editorial, esta novela merece ser ritualizada como un alegato contra la banalización del mal y la manipulación ideológica. Su estructura narrativa, que mezcla profundidad psicológica con elementos grotescos, podría ser diagramada como una espiral de descenso simbólico, donde cada giro revela una nueva forma de idiotez institucionalizada.

🔍 Propuesta editorial:

  • Ficha visual con símbolos de sinarquía, medicina frustrada y persecución ritual.

  • Debate ceremonial sobre el uso de la ironía como herramienta ética.

  • Registro en el altar de novelas que denuncian la idiotez organizada como forma de poder.

  Marcos Aguinis

            La conspiración de los idiotas

 

            Sudamericana

 


            Marcos Aguinis nació en Córdoba, Argentina. Es el gran autor argentino moderno, el más leído, escuchado, respetado, capaz de saltar de la novela al ensayo y de allí al breve pero contundente texto periodístico, sin temor a enfrentar asuntos conflictivos con sinceridad y compromiso. Ha conquistado un enorme público de lectores, pero también enemigos que no le perdonan los valientes ajustes que, ante pruebas de la evidencia, se impone a sí mismo con juvenil flexibilidad. Fue invitado como “Escritor Distinguido” por la American University y el Wilson International Center, ambos de Washington; Francia lo designó Caballero de las Letras y las Artes y fue el primer latinoamericano en ganar el Premio Planeta de España. Su tenaz lucha por la justicia y los derechos humanos lo ha convertido en un referente insobornable. Hasta el cineasta Luis Buñuel dijo que de Marcos Aguinis lo impresionó “su profundo sentido ético, político y social”. Sus novelas han marcado hitos literarios inolvidables: La cruz invertida, Refugiados: crónica de un palestino, La conspiración de los idiotas, Profanación del amor, La gesta del marrano, La matriz del infierno, Los iluminados, Asalto al Paraíso, La pasión según Carmela. Sus ensayos revelan una lucidez cegadora: Carta esperanzada a un General, Elogio de la culpa, Las redes del odio, Un país de novela, El atroz encanto de ser argentinos, ¿Qué hacer?, ¡Pobre patria mía! Todos sus títulos fueron reeditados en numerosas oportunidades, y sus lectores se obstinan en coleccionarlos, como sucede con los verdaderos clásicos. www.aguinis.net

 


 PRÓLOGO

 

            El fanatismo enceguecía a la guerrilla y a la represión. Ambas creían tener abundantes razones para destrozar al país con sufrimiento, ofensas y muerte.

            El ascenso de la temperatura criminal empezó a ser acompañado por una extraña palabreja: sinarquía. Casi nadie sabía su significado y por eso, tal vez, logró tanta popularidad. Se refería en forma ambigua al gran cenáculo que manejaba los hilos del universo. Tenía obvio parentesco con viejas teorías conspirativas en las que se apoyaban ciertos delirios paranoicos.

            Quise escribir un ensayo sobre la etimología, historia y riesgos de esa palabra. Pero advertí a tiempo que era un propósito ingenuo: contestar al absurdo con la lógica, a la locura con la razón. Pretendía detener un alud de nieve soplando con la boca. Situaciones de este tipo exigen una réplica distinta. Al grotesco hay que ponerle enfrente un grotesco más grande aún.

            Nació entonces el núcleo de esta novela. La poderosa inteligencia que maneja el universo tenía que ser algo extremadamente contrario a lo verosímil para tornar evidente que un delirio, aunque mueva montañas, no necesita de la sensatez. Concebidos el personaje y algunas de sus peripecias, me introduje en su alma turbulenta. No sospechaba que, para seguirlo, debía recorrer varios círculos del infierno, el asombro y la carcajada. Natalio Comte era más real y seductor de lo previsible; el magnetismo de sus construcciones mentales tenía demasiada fuerza. Me convertí en el atento escriba de sus ideas, aventuras y desatinos, que él, por supuesto, consideraba una ruta ejemplar.

            Yo creía que por primera vez la literatura tomaba como protagonista a un agente de propaganda médica. Es una profesión que le permite al personaje cabalgar sobre dos monturas y ser, al mismo tiempo, aliado y enemigo de su trabajo. Su frustración en la Facultad nutre un inconsolable resentimiento, útil para su fanatismo. Las numerosas críticas que formula con vehemencia mezclan verdad con mentira, información comprobable con datos apócrifos, tal como ocurre en la mente de los que se fascinan con sus distorsionadas construcciones. Habla mucho de medicina porque no es médico, y rechaza precisamente lo que tanto envidia. Es inteligente y culto, lo cual no impide que su agresividad, insolencia e histrionismo lo tornen desopilante y hasta atractivo. No es un líder fundamentalista, pero merecería serlo.

            Algunas de sus acciones me generaron susto, otras me hicieron reír mientras escribía. Llegó un momento en que no pude continuar. Natalio Comte me exigía demasiado; y yo no soportaba ir tan lejos. Suspendí el proyecto por meses y hasta decidí quemarlo. Pero el clima feroz que reinaba en el país me susurraba que tenía el deber de continuar.

            Cuando llegué a la última página, guardé los originales en un cajón. Temía llevarlos a la Editorial Planeta, donde había publicado mis últimos libros. Finalmente leyeron la obra y ocurrió lo presentido: no se animaban a imprimirla. Entonces fui a la Editorial Emecé. Carlos Frías también opinó que, así como estaba escrita, el gobierno militar ordenaría su secuestro; debía cancelar o modificar varios capítulos. Comenté esta situación a mi esposa y algunos amigos. Alguien sugirió que escribiese un post scriptum y explicase que todo era ficción, que no quería ofender a ninguna franja social. «Es obvio», dije. Pero trasladé la iniciativa a la editorial, que la consideró una solución razonable. El libro no fue secuestrado, obtuvo buena crítica y agotó varias ediciones en poco tiempo. Cuando se estaba por imprimir la segunda edición, Frías me llamó para avisarme que podíamos suprimir el post scriptum. «Prefiero que permanezca como testimonio de las ridículas condiciones en que se publicó este libro», contesté.

            Al revisar la presente edición de Editorial Sudamericana, me reencuentro con fantasmas y sensaciones que poblaron mi cabeza durante aquellos años de locura. Revivo el humor negro cuyas ráfagas cruzaban la cotidianidad, las denuncias directas o elípticas, las dificultades de edición, el clima de violencia, la busca de enemigos imaginarios, el cinismo, la debilidad del amor, el ubicuo clima hostil, los clandestinos chistes catárticos. Ingredientes de una sociedad autoritaria al rojo vivo que nos intoxicaron en la Argentina y siguen vigentes en la mayor parte del mundo.

            Marcos Aguinis

 

            Buenos Aires, enero de 1996.

viernes, 1 de agosto de 2025

Oliverio Girondo Espantapájaros (al alcance de todos FRAGMENTO

 



🪶 Comentario sobre Espantapájaros (Al alcance de todos) de Oliverio Girondo

En colaboración Enrico Giovanni Pugliatti y Méndez Limbrick

🌪️ Una obra que desafía la gravedad del lenguaje

Espantapájaros (1932) es una obra radical, vanguardista y profundamente irreverente. Girondo no escribe para agradar ni para explicar: escribe para desarmar al lector, para que el lenguaje deje de ser herramienta y se convierta en experiencia. El texto se compone de 25 piezas, la mayoría en prosa poética, y se abre con un caligrama en forma de espantapájaros, que ya anuncia su intención: espantar las convenciones.

🧩 Fragmentación y rizoma

Según Edson Faúndez, la obra se caracteriza por:

  • La conexión rizomática de fragmentos discursivos heterogéneos.
  • La disolución de la identidad raíz.
  • La irrupción de lo otro, como fuerza que desestabiliza al sujeto moderno.

Girondo no construye un yo lírico estable, sino que lo descompone, lo multiplica, lo ridiculiza. El sujeto que habla en Espantapájaros es un cuerpo accidentado, un amante dañado, un oficinista que podría morir abrazado al pescuezo de una vaca.

🔥 Erotismo, absurdo y vuelo

Los textos que compartiste (como el de María Luisa) son ejemplos de cómo Girondo mezcla:

  • Erotismo surrealista: la mujer que vuela, que se convierte en pluma, que transforma el deseo en levitación.
  • Humor grotesco: el embajador que olfatea la alfombra como un perro.
  • Delirio doméstico: la esposa que imagina a su marido como marinero, soldado, monje y amante de abadesas.

Todo esto configura una poética del absurdo existencial, donde el amor, la identidad y el cuerpo se desfiguran para revelar su fragilidad y su potencia simbólica.

🧠 Vanguardia y autodescubrimiento

La crítica literaria destaca que Espantapájaros es también una obra de autodescubrimiento existencial:

  • El hablante lírico se enfrenta a su propia condición humana, a su deseo de trascender lo pedestre.
  • Se cuestionan los roles sociales, los rituales del amor, la pureza y la brutalidad del deseo.

🛠️ Estructura como provocación

Girondo rompe con la forma tradicional:

  • Usa caligramas, poemas en prosa, verso libre, cuento.
  • Publicita el libro con un muñeco de tres metros que representa a un académico, paseado en carroza fúnebre por Buenos Aires.
  • Declara que “un libro debe construirse como un reloj y venderse como un salchichón”.

✨ Conclusión

Espantapájaros no es solo un libro: es un manifiesto contra la solemnidad, una celebración del lenguaje como juego, como vuelo, como delirio. Girondo nos invita a desaprender, a volar, a morir de risa o de deseo, pero nunca a quedarnos en tierra.

 

Oliverio Girondo

 Espantapájaros

(al alcance de todos)

 

 


Título original: Espantapájaros (al alcance de todos)

 

Oliverio Girondo, 1932

 

Editor digital: jugaor

 

ePub base r1.0

 

 

 

 



 1

 

 

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. «¡María Luisa! ¡María Luisa!»… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes, la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

 


 2

 

 

Jamás se había oído el menor roce de cadenas. Las botellas no manifestaban ningún deseo de incorporarse. Al día siguiente de colocar un botón sobre una mesa, se le encontraba en el mismo sitio. El vino y los retratos envejecían con dignidad. Era posible afeitarse ante cualquier espejo, sin que se rasgara a la altura de la carótida; pero bastaba que un invitado tocase la campanilla y penetrara en el vestíbulo, para que cometiese los más grandes descuidos; alguna de esas distracciones imperdonables, que pueden conducirnos hasta el suicidio.

En el acto de entregar su tarjeta, por ejemplo, los visitantes se sacaban los pantalones, y antes de ser introducidos en el salón, se subían hasta el ombligo los faldones de la camisa. Al ir a saludar a la dueña de casa, una fuerza irresistible los obligaba a sonarse las narices con los visillos, y al querer preguntarle por su marido, le preguntaban por sus dientes postizos. A pesar de un enorme esfuerzo de voluntad, nadie llegaba a dominar la tentación de repetir: «Cuernos de vaca», si alguien se refería a las señoritas de la casa, y cuando éstas ofrecían una taza de té, los invitados se colgaban de las arañas, para reprimir el deseo de morderles las pantorrillas.

El mismo embajador de Inglaterra, un inglés reseco en el protocolo, con un bigote usado, como uno de esos cepillos de dientes que se utilizan para embetunar los botines, en vez de aceptar la copa de champagne que le brindaban, se arrodilló en medio del salón para olfatear las flores de la alfombra, y después de aproximarse a un pedestal, levantó la pata como un perro.

 


 3

 

 

Nunca he dejado de llevar la vida humilde que puede permitirse un modesto empleado de correos. ¡Pues! Mi mujer —que tiene la manía de pensar en voz alta y de decir todo lo que le pasa por la cabeza— se empeña en atribuirme los destinos más absurdos que pueden imaginarse.

Ahora mismo, mientras leía los diarios de la tarde, me preguntó sin ninguna clase de preámbulos:

«¿Por qué no abandonaste el gato y el hogar? ¡Ha de ser tan lindo embarcarse en una fragata!… Durante las noches de luna, los marineros se reúnen sobre cubierta. Algunos tocan el acordeón, otros acarician una mujer de goma. Tú fumas la pipa en compañía de un amigo. El mar te ha endurecido las pupilas. Has visto demasiados atardeceres. ¿Con qué puerto, con qué ciudad no te has acostado alguna noche? ¿Las velas serán capaces de brindarte un horizonte nuevo? Un día en que la calma ya es una maldición, bajas a tu cucheta, desanudas un pañuelo de seda, te ahorcas con una trenza de mujer».

Y no contenta con hacerme navegar por todo el mundo, cuando hace dieciséis años que estoy anclado en el correo:

«¿Recuerdas las que tenía cuando me conociste?… En ese tiempo me imaginaba que serías soldado y mis pezones se incendiaban al pensar que tendrías un pecho áspero, como un felpudo.

»Eras fuerte. Escalaste los muros de un monasterio. Te acostaste con la abadesa. La dejaste preñada. ¿A qué tiempo, a qué nación pertenece tu historia?… Te has jugado la vida tantas veces, que posees un olor a barajas usadas. ¡Con qué avidez, con qué ternura yo te besaba las heridas! Eras brutal. Eras taciturno. Te gustaban los quesos que saben a verija de sátiro… y la primera noche, al poseerme, me destrozaste el espinazo en el respaldo de la cama».

Y como me dispusiera a demostrarle que lejos de cometer esas barbaridades, no he ambicionado, durante toda mi existencia, más que ingresar en el Club Social de Vélez Sarsfield:

«Ahora te veo arrodillado en una iglesia con olor a bodega.

»Mírate las manos; sólo sirven para hojear misales. Tu humildad es tan grande que te avergüenzas de tu pureza, de tu sabiduría. Te hincas, a cada instante para besar las hojas que se quejan y que suspiran. Cuando una mujer te mira, bajas los párpados y te sientes desnudo. Tu sudor es grato a las prostitutas y a los perros. Te gusta caminar, con fiebre, bajo la lluvia. Te gusta acostarte, en pleno campo, a mirar las estrellas…

»Una noche —en que te hallas con Dios— entras en un establo, sin que nadie te vea, y te estiras sobre la paja, para morir abrazado al pescuezo de alguna vaca…»

 


 4

 

 

Abandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada con los prostáticos. Preferí el sublimado a lo sublime. Lo edificante a lo edificado. Mi repulsión hacia los parentescos me hizo eludir los padrinazgos, los padrenuestros. Conjuré las conjuraciones más concomitantes con las conjugaciones conyugales. Fui célibe, con el mismo amor propio con que hubiese sido paraguas. A pesar de mis predilecciones, tuve que distanciarme de los contrabandistas y de los contrabajos; pero intimé, en cambio, con la flagelación, con los flamencos.

Lo irreductible me sedujo un instante. Creí, con una buena fe de voluntario, en la mineralogía y en los minotauros. ¿Por qué razón los mitos no repoblarían la aridez de nuestras circunvoluciones? Durante varios siglos, la felicidad, la fecundidad, la filosofía, la fortuna, ¿no se hospedaron en una piedra?

¡Mi ineptitud llegó a confundir a un coronel con un termómetro!

Renuncié a las sociedades de beneficencia, a los ejercicios respiratorios, a la franela. Aprendí de memoria el horario de los trenes que no tomaría nunca. Poco a poco me sedujeron el recato y el bacalao. No consentí ninguna concomitancia con la concupiscencia, con la constipación. Fui metodista, malabarista, monogamista. Amé las contradicciones, las contrariedades, los contrasentidos… y caí en el gatismo, con una violencia de gatillo.

 


 5

 

 

En cualquier parte donde nos encontremos, a toda hora del día o de la noche, ¡miembros de la familia! Parientes más o menos lejanos, pero con una ascendencia idéntica a la nuestra.

¿Cualquier gato se asoma a la ventana y se lame las nalgas?… ¡Los mismos ojos de tía Carolina! ¿El caballo de un carro resbala sobre el asfalto?… ¡Los dientes un poco amarillentos de mi abuelo José María!

¡Lindo programa el de encontrar parientes a cada paso! ¡El de ser un tío a quien lo toman por primo a cada instante!

Y lo peor, es que los vínculos de consanguinidad no se detienen en la escala zoológica. La certidumbre del origen común de las especies fortalece tanto nuestra memoria, que el límite de los reinos desaparece y nos sentimos tan cerca de los herbívoros como de los cristalizados o de los farináceos. Siete, setenta o setecientas generaciones terminan por parecernos lo mismo, y (aunque las apariencias sean distintas) nos damos cuenta de que tenemos tanto de camello, como de zanahoria.

Después de galopar nueve leguas de pampa, nos sentamos ante la humareda del puchero. Tres bocados… y el esófago se nos anuda. Hará un periodo geológico; este zapallo, ¿no sería un hijo de nuestro papá? Los garbanzos tienen un gustito a paraíso, ¡pero si resultara que estamos devorando a nuestros propios hermanos!

A medida que nuestra existencia se confunde con la existencia de cuanto nos rodea, se intensifica más el terror de perjudicar a algún miembro de la familia. Poco a poco, la vida se transforma en un continuo sobresalto. Los remordimientos que nos corroen la conciencia, llegan a entorpecer las funciones más impostergables del cuerpo y del espíritu. Antes de mover un brazo, de estirar una pierna, pensamos en las consecuencias que ese gesto puede tener, para toda la parentela. Cada día que pasa nos es más difícil alimentarnos, nos es más difícil respirar, hasta que llega un momento en que no hay otra escapatoria que la de optar, y resignarnos a cometer todos los incestos, todos los asesinatos, todas las crueldades, o ser, simple y humildemente, una víctima de la familia.

6

 

 

Mis nervios desafinan con la misma frecuencia que mis primas. Si por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de la cama, a los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi ropero. En ese cuarto de hora, sin embargo, he tenido tiempo de estrangular a mis hermanos, de arrojarme a algún precipicio y de quedar colgado de las ramas de un espinillo.

Mi digestión inventa una cantidad de crustáceos, que se entretienen en perforarme el intestino. Desde la infancia, necesito que me desabrochen los tiradores, antes de sentarme en alguna parte, y es rarísimo que pueda sonarme la nariz sin encontrar en el pañuelo un cadáver de cucaracha.

Todavía, cuando llovizna, me duele la pierna que me amputaron hace tres años. Mi riñón derecho es un maní. Mi riñón izquierdo se encuentra en el museo de la Facultad de Medicina. Soy políglota y tartamudo. He perdido, a la lotería, hasta las uñas de los pies, y en el instante de firmar mi acta matrimonial, me di cuenta que me había casado con una cacatúa.

Las márgenes de los libros no son capaces de encauzar mi aburrimiento y mi dolor. Hasta las ideas más optimistas toman un coche fúnebre para pasearse por mi cerebro. Me repugna el bostezo de las camas deshechas, no siento ninguna propensión por empollarles los senos a las mujeres y me enferma que los boticarios se equivoquen con tan poca frecuencia en los preparados de estricnina.

En estas condiciones, creo sinceramente que lo mejor es tragarse una cápsula de dinamita y encender, con toda tranquilidad, un cigarrillo.

 


 7

 

 

¡Todo era amor… amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor.

Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino. Amor ecuestre.

Amor de cartón piedra, amor con leche… lleno de prevenciones, de preventivos; lleno de cortocircuitos, de cortapisas.

Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas…

Amor espermatozoico, esperantista. Amor desinfectado, amor untuoso…

Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardiacas y telefónicas.

Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bomberos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada.

Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo. Amor-amor que es, simplemente, amor. Amor y amor… ¡y nada más que amor!

 


 8

 

 

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C…

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de transatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

 


 9

 

 

¿Nos olvidamos, a veces, de nuestra sombra o es que nuestra sombra nos abandona de vez en cuando?

Hemos abierto las ventanas de siempre. Hemos encendido las mismas lámparas. Hemos subido las escaleras de cada noche, y sin embargo han pasado las horas, las semanas enteras, sin que notemos su presencia.

Una tarde, al atravesar una plaza, nos sentamos en algún banco. Sobre las piedritas del camino describimos, con el regatón de nuestro paraguas, la mitad de una circunferencia. ¿Pensamos en alguien que está ausente? ¿Buscamos, en nuestra memoria, un recuerdo perdido? En todo caso, nuestra atención se encuentra en todas partes y en ninguna, hasta que, de repente advertimos un estremecimiento a nuestros pies, y al averiguar de qué proviene, nos encontramos con nuestra sombra.

¿Será posible que hayamos vivido junto a ella sin habernos dado cuenta de su existencia? ¿La habremos extraviado al doblar una esquina, al atravesar una multitud? ¿O fue ella quien nos abandonó, para olfatear todas las otras sombras de la calle?

La ternura que nos infunde su presencia es demasiado grande para que nos preocupe la contestación a esas preguntas.

Quisiéramos acariciarla como a un perro, quisiéramos cargarla para que durmiera en nuestros brazos, y es tal la satisfacción de que nos acompañe al regresar a nuestra casa, que todas las preocupaciones que tomamos con ella nos parecen insuficientes.

Antes de atravesar las bocacalles esperamos que no circule ninguna clase de vehículo. En vez de subir las escaleras, tomamos el ascensor, para impedir que los escalones le fracturen el espinazo. Al circular de un cuarto a otro, evitamos que se lastime en las aristas de los muebles, y cuando llega la hora de acostarnos, la cubrimos como si fuese una mujer, para sentirla bien cerca de nosotros, para que duerma toda la noche a nuestro lado.

10

 

 

¿Resultará más práctico dotarse de una epidermis de verruga que adquirir una psicología de colmillo cariado?

Aunque ya han transcurrido muchos años, lo recuerdo perfectamente. Acababa de formularme esta pregunta, cuando un tranvía me susurró al pasar: «¡En la vida hay que sublimarlo todo… no hay que dejar nada sin sublimar!».

Difícilmente otra revelación me hubiese encandilado con más violencia: fue como si me enfocaran, de pronto, todos los reflectores de la escuadra británica. Recién me iluminaba tanta sabiduría, cuando empecé a sublimar, cuando ya lo sublimaba todo, con un entusiasmo de rematador… de rematador sublime, se sobreentiende.

Desde entonces la vida tiene un significado distinto para mí. Lo que antes me resultaba grotesco o deleznable, ahora me parece sublime. Lo que hasta ese momento me producía hastío o repugnancia, ahora me precipita en un colapso de felicidad que me hace encontrar sublime lo que sea: de los escarbadientes a los giros postales, del adulterio al escorbuto.

¡Ah, la beatitud de vivir en plena sublimidad, y el contento de comprobar que uno mismo es un peatón afrodisiaco, lleno de fuerza, de vitalidad, de seducción; lleno de sentimientos incandescentes, lleno de sexos indeformables; de todos los calibres, de todas las especies: sexos con música, sin desfallecimientos, de percusión! Bípedo implume, pero barbado con una barba electrocutante, indescifrable. ¡Ciudadano genial —¡muchísimo más genial que ciudadano!— con ideas embudo, ametralladoras, cascabel; con ideas que disponen de todos los vehículos existentes, desde la intuición a los zancos! ¡Mamón que usufructúa de un temperamento devastador y reconstituyente, capaz de enamorarse al infrarrojo, de soldar vínculos autógenos de una sola mirada, de dejar encinta una gruesa de colegialas con el dedo meñique!…

¡Pensar que antes de sublimarlo todo, sentía ímpetus de suicidarme ante cualquier espejo y que me ha bastado encarar las cosas en sublime, para reconocerme dueño de millares de señoras etéreas, que revolotean y se posan sobre cualquier cornisa, con el propósito de darme docenas y docenas de hijos, de catorce metros de estatura; grandes bebés machos y rubicundos, con una cantidad de costillas mucho mayor que la reglamentaria, a pesar de tener hermanas gemelas y afrodisiacas!…

Que otros practiquen —si les divierte— idiosincrasias de felpudo. Que otros tengan para las cosas una sonrisa de serrucho, una mirada de charol.

Yo he optado, definitivamente, por lo sublime y sé, por experiencia propia, que en la vida no hay más solución que la de sublimar, que la de mirarlo y resolverlo todo, desde el punto de vista de la sublimidad.

sábado, 5 de abril de 2025

Victoria Ocampo Diálogo con Borges




 Victoria Ocampo Diálogo con Borges  

BUENOS AIRES PRINTED IN ARGENTINA IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el depósito que pre¬ viene la ley 11.723, © 1969, Editorial Sur, calle Viamonte 494, Buenos Aires. 

 VICTORIA OCAMPO Antes de hablarme de esta fotografía de sus antepasados, Borges, dígame cuál es el primer recuerdo de su infancia, JORGE LUIS BORGES No puedo precisar mi primer recuerdo, No sé si queda de este o del otro lado del río; si me viene del barrio de Palermo, en Buenos Aires, o de una quinta del Paso del Molino, en Mon¬ tevideo. Entreveo un cantero y un arco iris. 

 V. O. Hablemos de su familia. Usted se refiere a ella en sus poemas. El álbum que usted me ha mostrado lleva en las primeras páginas tres fotografías de mujeres. ¿Quién era Jane Arnett de Haslam, con un peinetón de carey y traje de baile? 7 Jane Arnett de Haslam /. L. B. Esa niña es una de mis bisabuelas. Había nacido en Staffordshire. Creo reconocer en sus rasgos los de Norah, mi hermana. Su familia era cuáquera. 

 V. O. ¿Quién era esa Carolina Haslam de Suárez reflejada en un espejo, esos espejos que lo alarmaron a usted y que están en sus poemas? J. L. B. Mi tía abuela, por el lado de mi padre. Perdió su fortuna y se dedicó a enseñar el inglés. Había sido muy linda. Una de sus discípulas fue Marieta Ayerza, que se acuerda siempre de Mrs. Suárez. Era una persona que me impresionaba mucho, no sé por qué. 

 V. O. No necesito preguntarle si Fanny Haslam 9 Carolina Haslam de Suárez de Borges era su abuela inglesa. ¿Hasta qué punto era inglesa? J. L. B. Lo era devotamente. Bajo el influjo de la obra de Sir Walter Scott, yo, de chico, le pregunté si tenía sangre escocesa. Me con¬ testó: “Gracias a Dios (thank goodness!) no tengo ni una gota de sangre escocesa, irlandesa o galesa”. Cuando estaba murién¬ dose, todos la rodeamos y ella nos dijo: “Soy una mujer vieja que está muriendo muy, muy despacio, No hay nada interesante o patético en lo que me sucedeNos pedía disculpas por su demora en morir. Leía y releía a Dickens, pero también a Wells y Arnold Bennett. En la reserva y en la cor¬ tesía de Ñor ah perdura Francés Haslam. 

 V, O. Junto a ella encontramos al coronel Francisco Borges Lafinur, su marido. ¿Qué sabe usted n Fanny Has larri de Borges Fanny Haslam de Borges (París, 1869-1870). de este militar y qué parentesco tenía con Juan Crisóstomo Lafinur? J. L. B. Era hijo de Carmen Lafinur, hermana de Juan Crisóstomo, acaso nuestro primer poeta ro¬ mántico. Nació en la plaza sitiada de Monte¬ video, durante la Guerra Grande, como los orientales le dicen. A ¡os quince años, militó en esa plaza, contra los blancos; después, en Caseros, bajo Urquiza; después, en el Para¬ guay, en Entre Ríos, en la frontera del Sur y en la del Oeste. Mitre estaba tramando una revolución; Sarmiento, entonces presi¬ dente, le preguntó a mi abuelo si podía con¬ tar con las fuerzas que estaban a sus órdenes, en Junín. Borges ¡e contestó: ( y el tango- milonga me gusta más que el tango-canción, que me parece deleznable. 

 V. O. En este álbum de familia veo un bebé y en otra foto un niño apoyado al respaldo de una silla -creo que han de ser su madre y su padre-; después los veo en otras fotos más grandecitos: ella con muchos moños en la cabeza, apoyada en una balaustrada, como se estilaba en las fotos de esa época; él en un bote de fotógrafo, remando en un mar de fotógrafo. ¿Se los puede usted imaginar a ellos cuando eran niños? J. L. B. No> me cuesta mucho trabajo reconocerlos en esa balaustrada y en esa navegación fotogrᬠfica que, además, habrá correspondido única¬ mente al instante en que se retrataron. 26 remando en un mar de fotógrafo” Leonor Acevedo de Borges Leonor Aceveclo de Borges. Borges, padre. V. o. Mire usted, a esta preciosa mujer vestida de negro con guante blanco: su madre. ¿Esta foto fue tomada antes o después de nacer usted? ¿Recuerda usted a su madre en el es¬ plendor de su juventud? J. L. B. Sí, creo recordarla así; sus amigas íntimas solían decirme: ((Pobre Leonor cita, no, le debía nada a la belleza”. Creo que mentían. V. O. Aquí están su padre y su madre. ¿Qué rasgos considera usted que ha heredado de esta joven pareja feliz? J. L. B. Ojalá hubiera heredado alguno. 31 Borges, niño. ("¿Qué sería ese libro?'’) V. o. ¿Teme usted haberlos hecho sufrir en alguna ocasión? J. L. B. Espero no haberlos defraudado demasiado, pero tengo -como todos los hijos~ muchos remordimientos. Sobre todo, el remordimien¬ to de haber sido, durante muchos años de mi vida, muy desdichado y haberlos apenado por eso. 

 V. O. ¿A qué jugaba usted a la edad en que se le ve sentado con un libro en la mano? ¿Qué sería ese libro? J. L. B. En lo que al libro se refiere, me lo puso en las manos el fotógrafo. En cuanto a los jue- 33 Borges, adolescente BorgeSj jovencito. gos, mi hermana Ñor ah era el caudillo. Me obligaba a escalar el vertiginoso molino de nuestro jardín de Palermo y a caminar por paredes muy altas y muy angostas. Yo la seguía porque no tenía el valor de decirle que estaba aterrado. 

 V. O. ¿Así que Norah era para usted una compa¬ ñera de juegos, de travesuras, y, como usted dicey el caudillo? J. L. B. Sí. Ahora es casi otra persona. Su f ir meza, sin embargo, es la misma y así lo demostró cuando estuvo, como usted, Victoria, en la cárcel. Quienes ahora la conocen no podrán creer que le gustaba mucho lo que los ingle¬ ses llaman practical jokes. Ha dejado la dia¬ blura y la travesura para ingresar en la be¬ nigna secta de los ángeles. V. o. Y usted ¿tenía ambiciones? ¿Ya se había despertado plenamente su vocación de escri¬ tor y de poeta, en su adolescencia? J. L. B. Sí, yo siempre supe, de algún modo, que se¬ ría un escritor. En cuanto a mis ambiciones, no sé si le he dicho alguna vez, Victoria, que cuando era chico se hablaba mucho de “ratés” -no se usaba la palabra “fracasados” sino la francesa “ratés”-; yo oía hablar de los “ra¬ tés” y me preguntaba con inquietud: “¿Lle¬ garé yo alguna vez a ser un ‘raté’?” Esa era mi máxima ambición. 

 V. O. Pues usted ha fracasado como “raté”. ¿Cuál fue su más grande deseo de adolescente: ser amado o ser famoso? 37 Casa de Carolina Haslam de Suárez, en Paraná, donde murió el padre de Borges. J. L. B. Nunca pensé en ser famoso y no sé si pensé en ser amado. Yo creía que ser amado hubie¬ ra sido una injusticia: no creía merecer nin¬ gún amor especial, y recuerdo que los cum¬ pleaños me avergonzaban, porque todos me colmaban de regalos y yo pensaba que no había hecho nada para merecerlos y que era una especie de impostor. 

 V, O, ¿Por qué sentía necesidad de escribir? ¿Qué lo atraía particularmente en la literatura en esos años? J. L. B. La pregunta inicial es de difícil o imposible contestación. En cuanto a la segunda, me atra¬ jeron sucesivamente la mitología griega, la mitología escandinava, el Profeta Velado del Khorassán, El Hombre de la Máscara de Hie- 39 rro, las novelas de Eduardo Gutiérrez, el Fa¬ cundo, las admirables pesadillas de Wells y Las Mil y Una Noches, en la versión de Edward William Lañe. No respondo del orden de esos amores. Dos amistades de aquel tiempo me han acompañado hasta ahora: Huckleberry Finn y el Quijote. 

 V. O. ¿Es usted, como diría Saint-Exupéry, “du pays de votre enfance”? ¿Se siente usted muy marcado por su infancia, como en mayor o menor grado lo estamos todos, sólo que unos tienen más conciencia de estarlo que otros? J. L. B. Intimamente soy el mismo de entonces. Ape¬ nas si he aprendido algunas destrezas. 

 V. O. Entremos ahora en lo que usted llama ((la casa primordial de la infancia”. ¿Cuál fue? 40 Casa de Paraná ]. L. B. Cronológicamentey la primera fue una casa baja y antigua de la calle Tucumán, entre Suipacha y Esmeralda. Tenía, como todas, dos ventanas con su reja de hierro, el zaguán, la puerta cancel y dos patios. En el primero, que era de mármol blanco y negro, estaba el aljibe, con una tortuga en el fondo para pu¬ rificar el agua. En Montevideo, me dicen, el filtro era un sapo. La gente no pensaba que la tortuga purificaba e impurificaba el agua también. Recuerdo con más precisión la casa de la calle Serrano, en Palermo. Era una de las pocas casas de altos que había en esa calle. El resto de la edificación era de casas bajas y, si se puede llamar edificación, de terrenos baldíos. 

 V. O. La casa de Paraná, donde nació su padre, ¿la ha visto usted en sueños o en la realidad? 42 Calle Anchorena 1626 (1930-34). J. L. B. En sueños y en la realidad, pero como la he visto muchas veces en una fotografía, creo que la imagen que tengo es la de la fotogra¬ fía, no la de la casa que vi cuando fui a Entre Ríos. Como en el caso de tantos ami¬ gos, me entristece pensar si mi recuerdo de Güiraldes es verdaderamente un recuerdo de Güiraldes o si lo he reemplazado por el re¬ cuerdo de su fotografía. La fotografía se fija más fácilmente en la memoria porque está inmóvil; en cambio, cuando uno ve a una persona esa persona está cambiando conti¬ nuamente. 

 V. O. ¿Qué colores, qué sonidos, qué voces recuerda usted de este jardín de la calle Anchorena 1626 que vemos en esta foto? Ñor ah, su her¬ mana, piensa en colores y en formas. Cuando era muy jovencita me preguntó una vez: u¿Qué le gusta más, una rosa o un limón?” ¿En esto se parece usted? 44 Anchorena 1626. (. . . subían por esta escalena . . .) /. L. B. No, absolutamente nada. Yo no puedo decir, como Théophile Gantier, que “je suis quelqu’un pour qui le monde visible existe”. Yo pienso más bien de un modo abstracto o afectivo, pero no en formas o en colores como mi her¬ mana. Yo no sé muy bien si las personas a quienes trato son rubias o morochas; es ver¬ dad también que mi creciente ceguera ha colaborado en ese mundo abstracto en que estoy. 

 V. O. ¿Quiénes subian por esta escalera de la calle Anchorena? ¿Recuerda usted? ]. L. B. Sí, recuerdo a nuestro William Blake (Xul- Solar), recuerdo a Macedonio Fernández -una de las personas que más me han impresionado en la vida, menos por su obra escrita, que 46 El Colegio de Ginebra. encuentro ahora un poco intrincada e inextri¬ cable, que por su diálogo-; Macedonio Fernán¬ dez fue el mejor conversador que he conocido en mi vida y -lo cual parece incompatible- el más lacónico también. Uno podía estar dos o tres horas con él. Macedonio hacía tres o cua¬ tro observaciones dichas en voz baja y, por modestia, en tono interrogativo y esas tres o cuatro tímidas preguntas de Macedonio Fer¬ nández resplandecían después en el recuerdo, quedaban para siempre en nuestra memoria. Me acuerdo también de Alvaro Melián Lafi¬ nar, mi primo; y -desde luego- de mis padres. Creo que no tengo otros recuerdos muy inme¬ diatos de esa época. 

 V. O. ¿Recordaba usted ya con fervor a su Buenos Aires cuando era alumno de este colegio de Ginebra que Ñor ah pintó con techos rojos? J. L. B. Sí, pensaba siempre en Buenos Aires. En casa teníamos algunos libros argentinos: el Facundo, 48 “, . .en que su padre y su madre lo miran a usted y se miran en usted...”. La quinta de Adrogue (pintura de Norah Borges). los tres volúmenes de Ascasubi, el Martín Fie¬ rro, Siluetas Militares de Eduardo Gutiérrez y el Juan Moreira. Yo estaba muy orgulloso de que en esa novela se hablara de mi abuelo Borges aunque, naturalmente, hubiera prefe¬ rido ser nieto de Moreira y no de Borges. También Misas Herejes que Evaristo Carriego había dedicado a mi padre. No quiero olvidar el Lunario Sentimental de Lugones y Las Montañas del Oro. Leía y releía esos libros, porque sentía que me ataban a la patria. No debe deducirse de mis nostalgias que no sin¬ tiera,, y que no siga sintiendo, un gran amor por la ciudad de Ginebra. 

 V. O. Esta instantánea suya y de sus padres en la avenida Quintana, en que su padre y su ma¬ dre lo miran a usted y se miran en usted, me figuro, y en que usted los mira a ellos, ¿de qué amistades fue contemporánea? J. L. B. La primera visita con la cual usted nos honró, 50 Avenida Quintana 222 (1924-30). “Al pensar en A drogué, no pienso en el Adrogué actual deteriorado por el progreso . . Victoria, fue en esa casa, hoy desaparecida, de Quintana y Montevideo. En esa casa Ri¬ cardo Güiraldes nos dejó su guitarra cuando, por penúltima vez, se fue a París con Adelina. 

 V. O. Supongo que Adrogué era para usted lo que San Isidro para mí, ¿no es así? Descríbame un poco ese lugar donde han veraneado tan¬ tos años. /. L. B. Al pensar en Adrogué, no pienso en el Adro¬ gué actual deteriorado por el progreso, por la radiotelefonía y las motocicletas, sino en aquel perdido y tranquilo laberinto de quin¬ tas, de plazas, de calles que convergían y divergían, de jarrones de mamposterja y de quintas con verjas de fierro. En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, basta el olor de los eucaliptos para que yo vuelva a ese Adrogué perdido que ahora sólo existe en mi memoria y, sin duda, en tantas memorias. 53 “...basta el olor de los eucaliptos para que yo vuelva a ese A drogué perdido . . ” Casa posterior de la Avenida Quintana 263. 

 V. o. Hábleme de su padre. Me gustaría que usted me dijera qué literatura le gustaba y cómo era el hombre, el que usted ha visto y cono¬ cido. J. L. B. Era muy inteligente y, como todos los hom¬ bres inteligentes, muy bondadoso. Era discí¬ pulo de Spencer. Alguna vez me dijo que me fijara bien en los uniformes, en las tropas, en los cuarteles, en las banderas, en las Iglesias, en los curas y en las carnicerías, porque todo eso estaba a punto de desaparecer y yo po¬ dría contar a mis hijos que había sido testigo de tales cosas. La profecía no se ha cumplido aún. Era tan modesto que hubiera preferido ser invisible. Muy orgulloso de su inmediata sangre sajona, solía bromear sobre ella. Nos¡ dijo con aparente perplejidad: “No sé por que se habla tanto de los ingleses. ¿Qué son, al fin y al cabo? Son unos chacareros alemanes”. 55 Los dioses de su idolatría eran Shelley, Keats, Wordsworth y Swinburne. La realidad de la poesía, el hecho de que las palabras puedan ser no sólo un juego de símbolos sino una magia y una música, me fue revelada por él. Cuando recito ahora un poema, lo hago, sin proponérmelo, con la voz de mi padre. Solía decir que en este país el catecismo ha sido reemplazado por la historia argentina. Des¬ confiaba del lenguaje; pensaba que muchas palabras encierran un sofisma. Los enfermos creen que van a sanar -nos decía-, porque los llevan a un sanatorio. En la revista Nosotros pueden buscarse algu¬ nos admirables sonetos suyos, un poco a la manera de Enrique Banchs. Ha dejado una novela histórica, El caudillo. Escribió y des¬ truyó varios libros. Dictó en inglés una cáte¬ dra de psicología en el Profesorado de Len¬ guas Vivas, en la calle Esmeralda. 

 V. 0. ¿En cuál de sus poemas o de sus cuentos ha soñado al asomarse a este balcón? 56 J. L. B. No sé. Si el balcón es de nuestra primera casa en la avenida Quintana, habrá sido en algún poema. Porque -aunque a mí me gus¬ taban mucho los cuentos- pensaba entonces que no era digno de escribir cuentos, tarea demasiado compleja para mí. Ahora, si se trata de nuestra casa de Anchorena, entonces habré estado pensando en el cuento uLas ruinas circulares”. Pasé una semana escribién¬ dolo. Durante esa semana iba a trabajar en una biblioteca de Almagro, iba al cinemató¬ grafo alguna vez, veía a mis amigos, pero todo eso era como si ocurriera en un sueño, porque yo estaba viviendo mientras tanto, como no he vivido ninguna obra literaria ni antes ni después, ((Las ruinas circulares”. 

 V. O. ¿Cree usted que algo de las personas que han vivido en una casa perdura en ella, que algo queda como flotando en ella, que todas las casas 57 -en mayor o menor grado- están “haunted”, “hantées”? ¿Y por qué no existirá esta pala¬ bra “haunted” en español? ¿Es que ningún es¬ pañol o ningún hispanoamericano ha sentido necesidad de inventarla? J. L. B. Estoy plenamente de acuerdo con usted. Creo que palabras como “haunted”, “uncanny”, “eerie”, no existen en otros idiomas porque la gente que los habla no ha sentido nece¬ sidad de inventarlas, como usted dice. En cambio, tenemos en inglés o en escocés la palabra ‘uncanny” y en alemán la palabra análoga “unheimlich” porque esa gente ha necesitado esas palabras, porque esa gente ha sentido la presencia de algo sobrenatural y maligno a la vez. Creo que los idiomas co¬ rresponden a las necesidades de quienes los hablan, y si a un idioma le falta una palabra es porque le falta un concepto o, mejor dicho, un sentimiento. 58 

 V. o. Hay también otra palabra intraducibie; por lo menos yo no le encuentro traducción. A ver si usted la encuentra: “wistful”. J. L. B. Noy no encuentro traducción. Sólo meras aproximaciones como “nostálgico”, “anhelan¬ te”, pero ninguna de ellas corresponde a “wistful”. Además, hay algo en el sonido de esa palabra, en la respiración de esa palabra} en su entonacióny que corresponde a lo que significa. 

 V. O. ¿Se siente usted wistful al pensar en Adro¬ gué? ¿Lo recuerda usted wistfully? J. L. B. Sí. Lo mismo me sucede con otros sitios. 59 Borges a orillas del río V. o. ¿Ubicaría usted Ja acción de su cuento El Muerto a orillas de este río uruguayo donde lo veo a usted retratado? J. L. B' Sí, Lo imaginé ahí, pero la historia podría trasladarse a cualquier frontera y no corres¬ ponde necesariamente a las márgenes del Arapey. 

 V. O. ¿Cómo imaginaría en film ese cuento suyo en que se ha inspirado un productor norte¬ americano? Creo que se va a hacer un film con El Muerto, ahora. J. L. B. Sin exceso de vanidad, creo que puede ha¬ cerse un buen “Western” con ese cuento. Al 61 El mate ÉgliSl decir un buen “Western”, no tengo el menor propósito despectivo. Creo que en un tiempo en que los escritores han olvidado que una de sus obligaciones, o una de sus vocaciones, es lo épico, el “Western” ha salvado lo épico para el mundo. Es decir, el “Western” ha sa¬ tisfecho en todas las latitudes esa necesidad de la epopeya que es uno de los rasgos más nobles del alma humana. 

 V. O. ¿Sabe usted a quién pertenecía el mate que vemos en una fotografía de la sala de la ave¬ nida Quintana? J. L. B. Sí. Ese mate que tiene, creo, una especie de trípode de serpientes, lo trajo mi bisabuelo Suárez de sus campañas en el Perú. Trajo también una palangana de plata, que colgaba del arzón del caballo. 

 V , o. Recuerdo perfectamente que Ricardo y Ade¬ lina Güiraldes me llevaron a la casa de la avenida Quintana -que no se llamaba “aveni¬ da” en esa época, me parece. Era la época de Proa. Cuénteme algo de su intervención o de lo que recuerda de aquella revista. J. L. B. Inevitablemente voy a repetir una anécdota. Hacia 1924y Brandan Caraffa me llamó por teléfono. Me dijo quey con Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz, habían decidido fundar una revista que representara a la nueva ge¬ neración literaria y que todos habían dicho que en esa revista no podía faltar yo. Me sentí comprensiblemente halagado; esa noche fui al Hotel Fénix en San Martín y Córdoba, donde se alojaba Güiraldes. Me recibió con estas palabras: “Brandan me ha dicho que antenoche se reunieron ustedes para fundar una revista literaria de jóvenes y que todos dijeron que en tal revista no podía faltar yo”. En eso entró Pablo Rojas Paz. Nos saludó y 64 REVISTA DE RENOVACION LITERARIA Revista “Proa”. Ñor ah Borges nos dijo con emoción: “Estoy muy halaga¬ do”. Lo interrumpí y le dije: “Antenoche nos reunimos los tres y resolvimos que en una revista literaria de jóvenes, no podía faltar usted”. Así, por obra de una estratagema inocente, Proa surgió. Para el primer número -quinien¬ tos ejemplares en papel pluma, de ciento veinte páginas-, cada uno entregó la suma, onerosa para mí, de cincuenta pesos. 

 V. O. Ñor ah, que algo tiene de Ofelia en esta fo¬ tografía, ha vivido y crecido junto a usted. ¿Cree usted que en su pintura se refleja al¬ guna característica de los antepasados que están en el álbum, o que los guerreros se han convertido en ángeles para ella? ¿Podría No- rah pintar guerreros y usted describir ángeles? J. L. B. No. Creo que los guerreros pintados por Norah serían mansísimos y benévolos. Y en cuanto a 67 En la vieja rambla de Mar del Plata: Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges. Borges con Silvina Ocampo. Borges con Adolfo Bioy Casares. míy me juzgo indigno de tratar de ángeles. Pero en cuanto a antepasados, creo que en Norah puede haber algo de los pastores pro¬ testantes del lado inglés de mi familia más que de los militares argentinos u orientales.

 V. O. Aquí lo veo con mi cuñado Bioy Casares. Le contaré una anécdota que tal vez no sepa. Cuando Adolfito era casi un adolescente, su madre, Marta, preocupada por su naciente vocación de escritor, me preguntó con quién podría ponerlo en contacto, quién podría ser su guíaf un amigo para él. Contesté: Borges. Por lo visto no me había equivocado. En aquella época mi hermana Silvia pintaba. Ella y Norah eran amigas mucho antes de casarse, Silvia con Adolfito y Norah con Guillermo. ¿Desde cuándo tiene usted amistad con los Bioy? J. L. B. Usted me pregunta algo muy difícil porque no sé nada de fechas. Lo que sé es que Adol- 70 fito y yo nos hicimos amigos una tarde en que él me llevó a casa desde esta casa de San Isidro en que ahora conversamos. Creo que hemos ejercido una influencia mutua. Siempre se piensa que el mayor influye más en el menor, pero creo que si yo le he enseñado algo a Adolfito, él me ha enseñado mucho más. No de un modo directo -las cosas que se enseñan directamente suelen ser inútiles sino de un modo indirecto. Adolfito me ha llevado a una mayor sencillez; a un desdén del barroquismo; en suma, el joven Adolfo Bioy Casares ha sido un maestro, digamos clásico, del ya viejo Jorge Luis Borges. 

 V. O. ¿Cómo se les ocurrió aquello de Bustos Domecq? J. L. B. Yo no quería colaborar con él; me parecía que una colaboración era imposible, y una ma¬ ñana él me dijo que hiciéramos la prueba: yo iba a almorzar a casa de él> teníamos dos horas libres y teníamos ya un argumento. Empezamos a escribir y poco después, esa misma mañana, ocurrió el milagro. Empeza¬ mos a escribir de un modo que no se parecía ni a Bioy ni a Borges. Creamos de algún modo entre los dos un tercer personaje, Bustos Domecq -Domecq era el nombre de su bisa¬ buelo, Bustos el de un bisabuelo cordobés, mío- y lo que ocurrió después es que las obras de Bustos Domecq no se parecen ni a lo que Bioy escribe por su cuenta ni a lo que yo escribo por mi cuenta. Ese personaje exis¬ te, de algún modo. Pero sólo existe cuando estamos los dos conversando. 

 V. O. Esta tapicería de Ñor ah, La Pasión, ¿corres¬ ponde en alguna forma con algo de lo que usted ha escrito, con algún Jardín de sende¬ ros que se bifurcan? ]. L. B, No. Corresponde a una época en que Norah no buscaba la pintura tranquila, angelical; 72 Tapicería de Norah Borges corresponde a la época en que Norah, bajo el influjo del expresionismo alemán, era una dibujante y pintora muy vivida, muy movida y muy trágica, por inverosímil que esto pa¬ rezca.

 V. O. En un magnifico poema, el de uLos Donesyy, nombra usted a Groussac. ¿Qué ha significado para usted? Groussac tenía un espíritu muy distinto del suyo, y usted dice en este poema: i(¿Cuál de los dos escribe este poema?" ¿En qué forma se identifica usted con alguien que en nada se le parece? 

 J. L. B. Creo no parecerme a Groussac, pero querría que mi prosa se pareciera a la suya. La prosa de Groussac y la de Alfonso Reyes, nuestro amigo, son las más admirables de nuestra len¬ gua, las que fluyen mejor. La de Quevedo y la de Saavedra Fajardo pecan de rigidez. La de Lugones es demasiado self-conscious. 74 alta de la escalera: Francisco Romero, Eduardo J. Bullrich, Guillermo de Torre, Pedro Henríquez Ureña, Eduardo Mallea, Norah Borges y Victoria O campo. En la escalera: En¬ rique Bullrich, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Carola Padilla, Ramón Gómez de la Serna. Detrás de la escalera: Ernest Ansermet. Sentada en la escalera: María Rosa Oliver. 

 V. o. He encontrado dos fotografías en que lo vemos a usted en Sur. Una es la de un Sur que aún no se había publicado, creo. Fue tomada en mi casa de Rufino de Elizalde, Estamos en la escalera. Ahí estaban reunidos Pedro Henríquez Ureña, Mallea, Ñor ah, María Rosa 01 iver, A n- sermet, Ramón Gómez de la Serna, Oliverio Girondo, Eduardo Bullrich, Guillermo de Torre. ¿Recuerda usted el día en que fue tomada esta foto? Fue casi el de la primera reunión del Comité de Colaboración de Sur. /. L. B. Recuerdo que sentía que ustedes habían co¬ metido un error, un generoso error, al incluir¬ me. También recuerdo, pero no sabría precisar el tema, una larga conversación con el irónico y benévolo Pedro Henríquez Ureña. V. O. 

 Después hay otra foto, la última, que fue to¬ mada en la calle Tucumán, antes de volver Sur  O aq a la esquina de San Martín y Viamontey a la casa nueva. Era para festejar no sé qué ani¬ versario de la revista. Ahora, con el Indice General se festejaron sus 35 años. Esta revis¬ ta que ha durado tanto, tal vez demasiado, ¿cree usted que para algo ha servido? /. L. B. Sur es uno de los acontecimientos más im¬ portantes de la cultura argentina. Su influjo ha sido del todo benéfico. Uno de los mejo¬ res rasgos del alma argentina es la generosa curiosidad por lo que ocurre no sólo aquí, sino en cualquier lugar del planeta. 

La mo¬ destia de nuestra tradición nos obliga a ser menos provincianos que los europeos. Tam¬ bién podríamos decir que nuestra tradición es todo el pasado, más allá de los límites de un idioma o de una sangre. Creo que todos los argentinos, aunque no lo sepan o aunque se resistan a declararlo, tienen con Sur una inagotable deuda de gratitud. 78 Jorge Luis Borges en “imilla O campo'’, San Isidro, el día en que se recibió allí a Sir Julián Huxley, director general de la UNESCO. De izquierda a derecha: El Conde de Sieyes, Jorge Luis Borges, Condesa Cuevas de Vera, Rafael Alberti, Antonio López Llausás. En “Villa Ocampo”, San Isidro, con la actriz Helen Hayes. De izquierda a derecha: Sra. de X., Victoria Ocampo, Helen Hayes, Angélica Ocampo, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea. V. o. Revolviendo papeles he encontrado otra foto, que usted no conoce. La voy a incluir en el libro. Es una foto tomada aquí, en Villa Ocam¬ po, en el hall, cuando vino a Buenos Aires Sir Julián Huxley, Director General de UNESCO. Era en la época del dictador. Yo había reci- bido una carta de Huxley pidiéndome que in¬ vitara a mis amigos escritores, profesores, científicos, para conocerlos. Así lo hice. Entre ellos estaba el profesor Houssay. La víspera de esta reunión casi se quemó la casa. Dos salas del primer piso quedaron totalmente destruidas por las llamas. Una de ellas era la biblioteca donde estaban los libros de mi padre. En el hall nos tuvimos pues que reunir y allí se le ve a usted con otros amigos, entre ellos Rafael Alberti. En el fondo aparece el retrato de mi bisabuelo Manuel Ocampo, el amigo de Sarmiento, pintado por Prili- diano Pueyrredón. Creo que no hubiera des¬ aprobado lo que se dijo esa noche. No sé si se acordará usted que esa visita a mi casa le costó a Julián Huxley el que no lo reci¬ biera el dictador. Visitarme y verse con las 80 \ personas que yo invitaba (usted, Houssay, Mallea, Henríquez Ureña, Romero, etc.) era un pecado grave, digno de castigo. /. L. B. Quizá más justo hubiera sido decir que esa visita lo salvó a Julián Huxley de una entre¬ vista con el dictador. 

 V. O. Tengo otra foto tomada aquí, en Villa Ocam¬ po, cuando vinieron a almorzar usted y Mallea con la gran actriz norteamericana Helen Hayes. ¿Qué es lo que más le gusta del teatro? J. L. B. Prefiero la lectura del teatro al espectáculo teatral, salvo en el caso de O’Neill. ONeill leído me parece deleznable; representado, ha llegado a estremecerme, a conmoverme pro- 81 En la Embajada de Francia, Buenos Aires, Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo, Co¬ mendadores de Artes y Letras. De izquierda a derecha: Jorge Luis Borges, S. E. el Sr. Ministro de Educación y Justicia de la Nación, D. Alberto Rodríguez Galán, Victoria Ocampo y S. E. el Sr. Embajador de Francia en la Argentina. fundamente. Al pensar en el teatro hay dos nombres que acuden inmediatamente a mi memoria: el nombre de Ibsen, a quien espero leer alguna vez en el original, y el nombre de Bernard Shaw. The rest is silence.

 V. O. Y ya que estamos hablando del teatro, dígame un poco lo que el cinematógrafo ha significado para usted, si es algo que realmente le gusta y frecuenta. J. L. B. He sido espectador del cinematógrafo, Ahora soy más bien un oyente, Me gustaría rever los films de gangsters de Joseph von Sternberg, aquellos en que Bancroft y Fred Kohler se mataban sin fin. También he frecuentado Ser o no ser, El espectro de la rosa, El gran jue¬ go, Una noche en la ópera, Psicosis, Vértigo, Ninoshka, Amor sin barreras, El coleccionista, A la hora señalada, Khartoum... Sé que en las listas lo que más se nota son las omisiones. 83 En Londres: Borges y su madre, Leonor Acevedo de Borges Prefiero, en general, los films americanos o ingleses. 

 V. O. Si pudiera usted soñar otra vez su vida -pues no sólo se vive la vida, se la sueña-, ¿en qué época se detendría con preferencia: en la ni¬ ñez, en la adolescencia, en la edad madura? J. L. B. Me gustaría detenerme en este día de 1967. Borges, Jorge Luis Diálogo con Borges  Ha escrito Victoria Ocampo en uno de sus libros: “Cuando desde lo alto de la vida miramos, absortos, el pasado que ha crecido detrás de nosotros y se extiende hasta perderse de vista; cuando miramos hacia un porvenir forzosa aunque invisiblemente limitado, cada cosa parece cobrar su valor real. El tiempo no nos permite ya uria equivocación, una infidelidad a nosotros mismos. Ahora Victoria Ocampo inicia una aventura singular: se propone suscitar en los demás esa fidelidad implacable con respecto a sí mismos. Victoria inicia una apacible conversación con Jorge Luis Borges, frente a un grupo de fotografías que les sirve a ambos de punto de partida para emprender el viaje hacia la recuperación de una vida, de una ciudad, de una época, “óSe siente usted marcado por su infancia, como en mayor o en menor grado lo estamos todos, sólo que unos tienen más conciencia de estarlo que otros?”, pregunta Victoria. Y Borges responde: "Intimamente, soy el mismo de entonces. Apenas si he aprendido algunas destrezasV La conversación no se propone, por cierto, enumerar tales destrezas: rebasa el ámbito de lo escuetamente literario, porque lo que ambos interlocutores desean es encontrar la cifra última que compendia al individuo íntegro. En su poema Arte poética”, Borges sentenciaba: "A veces en las tardes una cara / nos mira desde el fondo de un espejo; / el arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara.” Tal es el propósito que encamina el diálogo entre estos dos grandes escritores argentinos: dar con ese reflejo cuyo fulgor proviene de los rasgos del yo más verdadero, y también de los rasgos de tantas otras personas fundidos en la histeria íntima, intransferible, de cada ser humano.

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