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martes, 15 de abril de 2025

Para una lectura del Pessoa utópico Miguel Casado INTRODUCCIÓN

 



«OBRAS» ABADA EDITORES MENS AGÍTAT MOLEM 

 Para una lectura del Pessoa utópico Miguel Casado

 I . Malestar Fernando Pessoa publicó Mensaje en diciembre de 1934; fue el único de sus libros que preparó para la imprenta, el único que vio editado, pues murió el 3 ° de noviembre de 1935= un año más tarde, sin haber culminado ninguno de sus otros proyectos. Y no solo por esto resulta un libro singular: su planteamiento parece cerrado en sí mismo, sin vías de comu nicación a primera vista con los demás textos pessoanos; dibuja un lugar propio, relativamente aislado dentrc escritura del autor, y no remite a la voz múltiple q hecho legendario a Pessoa, sino que contiene una « facetas menos frecuentadas, menos conocidas por los lecto res que en todo el mundo tiene. 

 Guando en una carta —a la que volveré— trata de explicar cuál de sus personalidades se manifiesta en Mensaje, se pre senta así: «Soy de hecho un nacionalista místico, un sebas- tianista racional»1 —es decir, se define por un lugar a la vez político y espiritual, y por una determinada inserción en la tradición portuguesa. Pessoa, en efecto, repasa la nómina de quienes fueron protagonistas en la formación y consolida ción de la entidad nacional de Portugal y de su independen cia, situando su tarea bajo el amparo del dios católico. 

En una segunda parte, distingue como empresa de la madurez I Fernando Pessoa, Teoría poética. Edición de José Luis García Martín. Traducción de José Angel Cilleruelo. Madrid, Júcar, 1985, p. 185. nacional los descubrimientos realizados en Africa, América o Asia, y caracteriza igualmente a los personajes que los lleva ron a cabo. Y, por fin, comparte la propuesta utópica del sebastianismo, como proyecto colectivo aún vigente; como es sabido, el joven rey Don Sebastián, desapareció en la batalla de Alcazarquivir el 4 de agosto de 1578 ■ en el curso de una expedición al Magreb; no se encontró su cadáver y, desde esos mismos momentos, se generó la esperanza —y la leyenda— de su regreso liberador, en cuya duradera onda de energía viene a inscribirse también Pessoa.

 De este modo, Mensaje, ofrece una lectura histórica en la línea iniciada por OsLusiadas, de Camdes, basándose, como principal fuente, en la romántica Historia de Portugal, de G li- veira Martins, un autor decimonónico que anudó el curso de los siglos en torno a la utopía sebastianista. Y, como ocurre en estos precedentes, a Pessoa lo mueve una voluntad nacio nalista, que, en su caso, asumiría a la vez un carácter espiritual, no tanto por su confesionalismo (que parece derivarse del contexto histórico de los orígenes de la nación), como por su forma de eludir la práctica inmediata de la política, ideali zando algunos principios, y por el oscuro fluir subyacente de una concepción esotérica. Todo ello va tomando cuerpo en el libro gracias a una sintaxis latinizante y al uso de formas cerradas, neoclásicas, que no tendrían ya por referencia —como en la poesía firmada por el heterónimo Ricardo Reis— a Horacio y la tradición clásica, ni tampoco el manie rismo exuberante de Camdes, sino un prieto verso elíptico y abstracto, casi conceptista, que a veces recuerda el momento de cruce entre el primer Renacimiento y lo medieval tardío, y que para nosotros conlleva la lejana resonancia de un Jorge Manrique más flexible, más libre. 

 En Mensaje parecería que, en vez de la pluralidad de voces de los heterónimos que dialogan en el escenario del drama pessoano, aquí es una pluralidad de lenguas la que entabla conversación: la heráldica, la emblemática, la mesiánica, la mitológica, la esotérica, la numerológica, la de la tradición literaria... Pessoa tuvo que realizar una tarea ingente para escribir y organizar, para articular todos los subtextos, tra 6 MIGUEL CASADO mas y codificaciones. Sin embargo, nunca se desprendió de una especie de malestar que le producía Mensaje, y que quizá no era sino el modo de incorporarlo a una obra inestable y en conflicto siempre consigo misma. 

 El m alestar d e l a u to r «Estoy absolutamente de acuerdo con usted en. que no fue feliz el estreno que de mí mismo hice con un libro de ía naturaleza de Mensagem»2: dice Pessoa casi al principio de la carta que le dirige el 13 de enero de 1935 a Adolfo Casais Monteiro —poeta veinte años más joven que él, director entonces de la revista Presenta—, célebre carta que incluye el citadísimo relato de cómo surgieron los heterónimos. El desarrollo de la carta trata, después de esa primera confe sión, de buscar justificaciones. En prim er lugar, alega, no habría tomado en sentido estricto una decisión, la publica ción no era iniciativa suya: «Com encé con este libro mis publicaciones por la simple razón de que fue el primer libro que conseguí, no sé por qué, tener organizado y listo.

 Como estaba dispuesto, me incitaron a que lo publicase; accedí» —y no es ajeno al malestar, y quizá a la mala conciencia, que Pes soa no relacione esa casual invitación a publicar con la pro puesta previa de que lo presentara a un concurso, convocado para libros que exaltaran el nacionalismo portugués. Quizá esta convocatoria fue el desencadenante práctico3; en todo caso, no se debió a una razón interna del propio libro o de su obra que lo eligiera como tardío estreno editorial. En segundo lugar y desde la perspectiva del autor, no deja de percibirse un desajuste entre este desarrollo de los hechos y la minuciosa forma, casi maniática, en que concebía Pessoa todos sus proyectos, hasta el punto de nunca llegar a cerrarlos. 

 El inacabamiento de sus textos y su privacidad son constituti 2 3 Fernando Pessoa, Teoría poética, ed. eit., p. !8",. Obtuvo finalmente el segundo premio —el primero para libros más breves—, que también conllevaba la publicación. vos de su escritura, vista en conjunto y desde ahora. Parece que motivo principal del malestar sería la discordancia entre la publicación de Mensaje y su poética de lo múltiple, el rechazo que siempre había sentido a que una sola poética, unitaria, pudiera tomarse como la suya personal: «Guando a veces pensaba en el orden de una futura publicación de mis obras —sigue diciendo en la carta—, nunca un libro del género de Mensagem había figurado en primer lugar. Dudaba si debía comenzar por un libro de versos grande —un libro de unas 350 páginas— englobando varias subpersonalidades de Fer nando Pessoa...». 

Y eso le lleva a reconocer, después del ini cio ya citado, un déficit evidente: «Soy de hecho un naciona lista místico, un sebastianista racional. Pero soy aparte y hasta en contradicción con esto, muchas otras cosas. Y esas cosas, por la misma naturaleza del libro, Mensagem no las incluye». Se entiende bien que este resultara el modo menos pre visible, para él mismo, de empezar la publicación de sus tex tos, aunque no fuera consciente de la cercanía de la muerte y, en esa medida, confiara aún en tener ocasión de dar una imagen más completa de sí —por eso, el razonamiento que traslada a Casais Monteiro continúa con el recuento de los proyectos inmediatos—. Llevaba ya muchos años pensando cómo resolver el tránsito desde las revistas y periódicos al libro, y cómo debían articularse sus distintas poéticas para que la posible obra impresa asumiera la pluralidad. Y no actuó así: el cierre estructural de Mensaje apuntaba en direc ción opuesta. Intentó argumentar en su defensa, pese a todo, con una tercera justificación: «Estoy de acuerdo con usted, dije, en que no fue feliz el estreno que de mí mismo hice con la publicación de Mensagem. 

Pero estoy también de acuerdo con el hecho de que fue el mejor estreno que podía hacer. Precisamente porque esta faceta —en cierto modo secunda ria— de mi personalidad no había sido nunca suficiente mente manifestada en mis colaboraciones en revistas»' .

 4 8 El argumento no respondía del todo a la verdad. Una revista había publicado en 1922 Mar Portugués, la segunda sección del libro y un tercio de él en extensión. MÍGUEt CASADO Las distintas poéticas que integran la obra de Pessoa mantienen una continua discusión entre sí, confrontando sus concepciones del mundo o proponiendo fórmulas lin güísticas y estructurales muy diferentes. Pero me atrevería a decir que la forma en que, en distintos lugares de la obra, se rechazan rasgos o posiciones contenidos en Mensaje, más que del orden de este tipo de divergencias, es del orden de la des calificación. 

Me limito a poner tres ejemplos, para subrayar lo aislado de este libro y el tipo de malestar que lo acompaña. En un poema firmado por Alvaro de Campos, significativo por su anotación manuscrita: «El inicio de Alvaro de Cam pos» (el poema parece ser tardío, y falsa, pues, su datación, pero con la evidente idea de dotar al personaje de unas raíces que lo definan), se lee esta exclamación: «¡Tan poco herál dica la vida!»0; como veremos, la heráldica es motivo sobre el que se articula, en buena medida, la estructura de Mensaje. 

No es la única expresión de distancia de Alvaro de Campos; podría citarse también su escepticismo específico respecto a los viajes a Oriente, que habían sido el núcleo de la epopeya de los descubrimientos; así, los versos de Opiario, el p gran poema con su firma: «Mas yo busco en el opi consuela / un Oriente al oriente del O riente»6, o, de más trivial, «M e parece que no vale la pena / ir hasta Oj. y ver la India y China»7. La segunda muestra de desacuerdo la tomo de la conti nuada defensa del paganismo que hace Ricardo Reis y la dureza de los ataques al cristianismo que van inscritos en ella —igual que en los textos en prosa firmados por Antonio Mora, el doble filosófico de Reis—; frente a ello, la ya citada confesionalidad católica de Mensaje y un providencialismo que convierte a Dios en factor determinante del proyecto nacio nal portugués. Y quizá el tercer ejemplo sea el más fuerte, 5 6 7 Fernando Pessoa, Poesía III.

 Los poemas de Alvaro de Campos, I. Edición de Juan. Barjayjuana Inarejos. Madrid, Abada, 2012, p. 59 Ibídem, p. 77 Ibídem, p. 8l. porque lo pone el poema «Elegía en la sombra», escrito solo medio año más tarde de la publicación del libro, en junio de 1935, y, como este, firmado por Pessoa con su pro- pió nombre: «Duerme, madre Patria, nula y postergada, / y, si un sueño te surge de esperanza, / no creas en él, porque todo es nada, / y nunca viene lo que lia de venir» ; donde se percibe realmente esta elegía como un anti-Mensaje. E l m alestar de los lecto res Algún tipo de malestar, como el compartido por Pessoa con su corresponsal, seguirá acompañando la fortuna de Mensaje; será el malestar de los lectores, aunque ya no con las mismas causas, porque la perspectiva es, obviamente, otra: los lecto res disponen del resto de la obra de Pessoa, pueden ir cono ciendo y sopesando las diversas voces que en ella hablan, contando siempre con su multiplicidad: es inevitable que unos prefieran a Campos o a Reis, otros a Caeiro o al ortónimo Pessoa; no se puede quizá disfrutar por igual todas las poéti cas, aun admirando el conjunto. 

Creo que el malestar de los lectores ante Mensaje se relaciona con una de estas dos causas o con ambas: con la apuesta ideológica por un nacionalismo de corte tradicional y teocrático, por una parte, y, por otra, con los efectos, en la lengua y el mundo del libro, de un trabajo estructural de cierre, sin precedentes en Pessoa. Merece la pena detenerse primero en un punto y luego en el otro, para ir, con esta guía, entrando más en materia. a ) M alestar po lítico Entre la infinidad de los escritos inéditos de Pessoa, de sus hojas de prosa inacabadas, abandonadas y luego reanudadas en otro punto, proliferan y casi predominan los de inten 8 Fernando Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos. Edición de José Augusto Seabra (coord.). Madrid, A LLC A XX y Editorial Universitaria de Chile, 1997» p- 106 (la traducción es mía). ción política, mezclándose esas notas nunca publicadas con los textos dados a la prensa. A lo largo de toda su vida, Pessoa fue tomando posición de forma pública sobre cuestiones políticas, tanto de actualidad como de mayor calado ideoló gico; en la pequeña parte de los escritos que fue publicando, los de enfoque político ocupan sin duda un lugar proporcio nalmente destacado. El conjunto y, en particular, los inédi tos muestran —como señala González Varela, autor de una amplia antología— «a un Pessoa hiperpolítico, tribuno, sociólogo, profeta, incluso historiador en ciernes. La hybris política latía en sus venas»9, e incluso se creería que; «El trait d’union entre el poeta y el pensador político es lo que nos per mite descifrar el pathos de Pessoa»10, 

 De una primera aproximación no se concluye, sin embargo, que tan constante inquietud política haya generado una línea de pensamiento única y coherente; es cierto que los textos tienden en general a un aristocratismo que se ante pone a la igualdad postulada por los principios democráti cos, tienden a una posición reaccionaria que encajar!' cc <■> los impulsos antimodernos y autoritarios de cierta de-ecn- europea del primer tercio del siglo XX. Pero los vaive: Pessoa en sus tomas de postura ante la actualidad portug^v.»!» y su disidencia en cuestiones centrales para esta tendencia política impiden que se le adscriba a ella sin reparo. Por un lado, alternó varias veces su apoyo a la monarquía o a la república, encontrando sus argumentos en una casuística difícil de sistematizar, lo mismo que varió de actitud respecto a los gobiernos dictatoriales que conoció (Sidónio Paes, Salazar...); por otro lado, la frecuente condena del catoli cismo, su orientación racionalista pero no pragmática (y ahí, quizá, la vinculación con la masonería), o la pasión por la 9 10 Nicolás González Varela, «El pathos de un escritor patriótico», introducción a: Fernando Pessoa, Política y profecía (Escritospolíticos ig io- 1935)’ edición de Nicolás González Vareía, Barcelona, Montesinos, 2 013, p. 9. Ibídem, p. 39. modernidad que representaba Alvaro de Campos, abren dis tancias con la derecha tradicional difíciles de suturar. Así, en ocasiones se declara apasionado nacionalista y en otras afirma que la única patria que conoce es la lengua portuguesa. Por eso, cuando Teresa Rita Lopes propone que «el hombre de acción que Pessoa curiosamente era, cristalizó sus impulsos en el pequeño cofre de Mensaje» 11, cuesta asumir que el libro pueda jugar ese papel en un conjunto que no parece admitir síntesis, sino más bien apertura y dispersión de líneas. 

 Quizá sea el deseo de dibujar con precisión una volun tad política tan variable, de encontrar un punto quieto entre las dudas que suscita, lo que lleva a atribuir a Mensaje este peso. En esa línea iría la interpretación de Judith Balso.- « Mensagem dispone una especie de 'cifra’ de Portugal. Y este libro no puede ser leído más que en el modo de un descifra miento, a cuyo término la esencia de lo nacional que con tiene, resultará o bien descubierta, o bien irremediable mente fallida»12. No sé si hablar de un tipo de desciframiento que hace depender de él el destino de lo nacional no obs truye la lectura que todo libro de poemas espera; en todo caso, la propuesta de Balso, pese a su dramatismo, contiene ele mentos que relativizan la función condensadora, de formu lación de un programa político, que parece concederse a Mensaje. 

Sus palabras sugieren que no se trataría propiamente de un ejercicio de exaltación nacionalista —como requerían las bases del consabido concurso—, sino de una búsqueda de otra clase, quizá metafísica («la esencia»), y que, además, su enfoque no es unívoco, ofrece elección, un camino bifur cado; aunque uno de sus términos esté marcado como un logro, y el otro, por el contrario, como un fracaso, la doble posibilidad está ahí, lo negativo asoma también como posible destino.-II 12 Teresa Rita Lopes, <>: da cuenta en principio de cómo Dios eligió a un portugués para asumir un destino que abocaba al mar y al futuro, y que llegaría a ser destino de la nación; pero la con sumación de este designio quedó a medias: se cumplió la parte que conducía al mar, el imperio se hizo, y luego se des hizo : «¡ Falta, Señor, cumplirse Portugal!»10.

 De este modo, según el texto, Portugal logró un sentido, asumió su respon sabilidad en la empresa humana común, pero no supo o no pudo, en el curso de esta acción, hacerse a sí mismo. Obtuvo identidad, pero no retuvo su ser. Mensaje daría cuenta, así, de un destino colmado primero y frustrado después, y de un subsiguiente estado de postración; es cierto que habla poco de la parte negativa del balance, pero hace pesar ese silencio de forma decisiva. En el poema «Niebla», además de refe rirse a la mañana en que, según el mito, habrá de reaparecer Don Sebastián, la niebla toma otros dos valores: uno corres ponde al estado del presente —«Niebla eres hoy, Portugal»—; el otro, a lo etéreo del proyecto colectivo y de la esperanza, a su inconsistencia: «Nadie sabe lo que quiere. / Nadie sabe qué alma tiene, / ni sabe qué es bien ni mal. / [...] / Todo es incierto y postrero. / Todo suelto, nada entero». La con ciencia, la fuerza de la crítica negativa es lo que abre la posi bilidad del futuro. Y la descripción del estado de la nación, la discrepancia con él, impide pensar que el poeta escriba en apoyo de ningún régimen o propuesta política actual; solo queda la energía que nace de un deseo contiguo a la desespe ración. Y es ese deseo el que explica que, en tal punto de pérdida, Pessoa dé un giro sorprendente y decida que, puesto que todo es niebla, es ya el momento que el mito pre veía; precisamente «¡Es la H ora!». 15 Todas las citas de Mensaje están tomadas de la presente edición. Por tanto, las posibles causas de un malestar político se dilu yen en la apertura del planteamiento pessoano que, por otro lado, parece movido más por una lógica personal que por razones ideológicas. 

Quizá esto se perciba observando el lugar que ocupa OsLusiadas en el libro. Salvo el sebastianismo, que no podía estar aún en el poema de Camoes por obvias razones cronológicas (se publicó seis años antes de la desapa rición del rey), hay una notable coincidencia en el recorrido histórico de ambas obras y, sin embargo, Mensaje no tace mención de ello; no se incorpora Camoes a la galería de los héroes, aunque esta incluye figuras de escritores menos con sagrados, como las de Bandarra o Antonio Vieira. Y no puede haber desconocimiento por parte de Pessoa, que en diversas ocasiones, anunció la llegada de un supra Camoes; no hay desconocimiento, sino intención. 

Con Os Lusiadas coin cide Mensaje en el recorrido por la constitución de la nacio nalidad, en su inventario de personajes históricos, en la epo peya de los navegantes y descubridores, en la médula religiosa de la empresa, en múltiples motivos y escenas. Pero, aparte de no nombrarlo, hay signos de evidente distancia, como la casi completa impugnación del depósito mítico gr del que Camoes se nutría hasta el punto de interc siones de ese origen y quebrar el hilo épico; ei huella de este fondo es mínima y se limita a la figu de Ulises y un par de alusiones sueltas. Eduardo Lourenco ha definido el libro de Pessoa corno un «anti-Lusiadas»: con Camoes llevaría a cabo Pessoa una «tachadura freudiana que constituye el centro hueco de la estructura textual y mítica de Mensaje » .

 Sin duda es así, como parte de una extraña rivalidad histórica, del ánimo competitivo que parecía mover el impulso de escritor de Pes soa. Pero también porque el patronazgo de Camoes le habría quitado flexibilidad para introducir los toques personales 16 Diversos estudios de Eduardo Lourenco, citados por María Helena da Rocha Pereira, «Ulysses e a Mensagem^, en Fernando Pessoa, Mensogem. Poemas esotéricos, ed. cit., p. 309. que hacen de su libro escritura y no un tratado histórico ni un programa político. 

La asociación mundo clásico-cristia- nismo de Os Lusiadas seguramente le repugnaba, por el lugar que guardaba su pensamiento para el paganismo, y porque además lo católico adquiría en Camoes notable rigidez; la forma narrativa y el frecuente juego de buenos y malos, de héroes nobles y dañinos infieles, se oponían al análisis con ceptual que Pessoa iba a proponer, como forma coherente con su proyecto y compatible con su personalidad. 

Si debía apoyarse por una vez en la raíz cristiana de la nación, le era preciso dotarla de un carácter espiritual asociado a un des tino, y no cabía construir la utopía sebastianista del «Q uinto Imperio» con los materiales de la conquista. Sí, la querencia de desplazar a Camoes del pedestal, pero sobre todo las exi gencias de su propia escritura, el trazado —tan minucioso y pensado siempre— de su poética. Abrirse a un espacio que no esté condicionado ideológicamente, moverse en él con ener gía poética. b ) M alestar poético Me referí antes a una segunda causa del malestar del lector: los efectos en el libro, en su lengua y mundo, de un trabajo estructural de cierre, único en la obra de Pessoa, impuesto en buena medida por las exigencias de la publicación. 

Así, con la sintaxis cultista y los esquemas estróficos se da cuerpo a un conjunto de materiales de variada procedencia. Si, por supuesto, dominan los de carácter histórico, vienen a sumarse a ellos otros innumerables, como los que tienen ori gen en la mitología artúrica —que trataría de reforzar el relato sebastianista, por sus coincidencias con la historia del Grial, también de pérdida y esperanza de reencuentro, o el papel de la niebla en los ciclos celtas— o las alusiones al mundo ocul tista, sus símbolos y corrientes, como ocurre en «El Encu bierto», poema en el que se superponen la rosa y la cruz —rosacruz literalmente. Todo parece caber en el libro —así, Angel Crespo recordó la relación mítica de Orfeo, título de la ya lejana revista, con los navegantes, o las resonancias del LíberNumerorum de San Isidoro'"7— que, siendo un espacio sin crético, ofrece una tersa superficie de lengua. 

Uno de los mejores ejemplos de la diversidad de referencias que fluye en un solo cauce es «O mostrengo», el poema sobre el mons truo que acecha en el fin de los mares, donde se funden el gigante Adamastor —que Camóes encontró en fuentes anti guas y contemporáneas—, la peripecia histórica de Bartolo- meu Dias —que solo al tercer intento consiguió doblar el lla mado Cabo de las Tormentas, en el confín austral de Africa— y el eco de algún pasaje de la Balada del Viejo Marinero, de Gole- ridge, sobre todo en la figura del homem do Ieme [el timonel]. 

 Todo está ahí, todo actúa, pero el poema lo marca el pulso de Pessoa, con sus recurrencias solemnes, en las que caben tanto lo grotesco del monstruo —tan «rom o» que se echa a rodar por tres veces— como la emoción épica ante el destino que asume la forma de una obstinada obediencia —también tres veces sometida a prueba—; el ritmo del poema mece en sus olas ambas formas del absurdo. Consciente de este minucioso trabajo, Román Jakobson, uno de los ilustres precursores de la difusión internacional de Pessoa, basaba de modo preferente en Mensaje su juicic el poeta; el ensayo que firmó en 1968 con Luciana Stej Picchio proponía: «Pessoa debe ser incluido entre los j des poetas de la 'estructuración’» 1 . Y este chocante diagnós tico, aplicado a quien subrayó entre sus opciones de escritura el inacabamiento y la dispersión, se apoya en una categoría usada por el propio poeta; según él, los así definidos serían capaces de una mayor complejidad, «porque expresan cons truyendo, arquitecturando, estructurando » 19, y apuntan de 17 18 19 Ver la extensa introducción en Fernando Pessoa, 

El poeta es un fingidor (Antologíapoética), edición de Angel Crespo, Madrid, Austral, 1982. Román Jakobson y Luciana Stegagno-Picchio, «Los oxímoros dia lécticos de Fernando Pessoa», en Román Jakobson, Ensayos de poética, traducción de Juan Almela, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1977, P. 236. Citado por Jakobson y Stegagno-Picchio, que lo toman de una carta a Francisco Costa, escrita en agosto de 1925* ese modo una tendencia a la universalidad, a lo que se mani fiesta al margen de accidentes. En el desarrollo de este crite rio, el ensayo de Jakobson estudia, por ejemplo, las frecuen cias vocálicas y su sistema de aparición, inaugurando los muy numerosos trabajos que se ocupan de establecer armonías cuantitativas, claves numerológicas, etc. Mensaje quedaría, así, justificado como una labor ejemplar de orfebrería lingüís tica, como un tejido extremadamente cuidadoso y complejo de relaciones, proporciones o simetrías. Pessoa mismo, en una suerte de iluminación estructuradora, llega a incluirlo todo --aún en la carta a Gasais Monteiro— en un efecto de trascendencia que lo desborda: «Lo que hice por causalidad y se completó en conversaciones fue exactamente tallado, con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto». 

 Hay, por tanto, muchos hilos de los que es posible tirar; me limito a un solo ejemplo de la crítica que se mueve en esta órbita de una «poesía de la estructura». Mensaje se abre con un epígrafe en latín, como luego ocurre con fór mulas latinas más breves en cada una de las secciones: «Benedictus dominus deus noster qui dedit nobis signum» [Bendito el señor nuestro dios que nos dio enseña]: la invo cación religiosa en latín, la acción divina de conceder signum, las formas (nobis, noster) de un nosotros que sitúa las coordena das del mensaje más allá de lo personal. Como explica Adrien Roig, el «signum» tendría el sentido de la enseña para el campo de batalla, lo mismo que el romance brasao [blasón], que da título a la primera parte del libro. 

Blasón concedido por Dios a una comunidad que pronto se identifica con Portugal. El desarrollo se va dividiendo en secciones que corresponden a los distintos campos del escudo de Portugal: los castillos, las quinas, etc. Hay en todo ello un sabor medieval y, también, la alusión permanente a la interven ción divina y a los mitos nacionales. Tanto los castillos como las quinas remiten a la batalla de . Ourique, ganada a los musulmanes en agosto de 1139 por el primer rey de Portugal, Afonso Henriques, y que abrió la conquista de Lisboa y de todo el centro del país. Los castillos son siete, como los reyes moros derrotados20, y las quinas remiten a la visión de Cristo que tiene el rey en la víspera de la batalla, en la que le concede como armas sus propias lla gas21. Adrien Roig piensa que «existen relaciones estrechas entre la Visión de Don Afonso Henriques, el Epígrafe y los poemas»2' y, a partir de ahí, estudia la recurrencia de las palabras clave en las diferentes secciones del libro; y añade otra hipótesis: Pessoa conoce y tiene en cuenta, siguiéndolo estructuralmente, el relato (¿original?) en latín de la visión que, según 1a. tradición, fue encontrado en el monasterio de .Alcobaja en 1596. 

Roig culmina su sugerente trabajo con un juicio sobre el género del libro: «Esta primera sección hace recordar, por su naturaleza y estructura, la literatura emble mática. Se parte de un conjunto dibujado, de un grabado (en este caso el Blasón de Portugal). Se inscribe debajo una fórmula, frecuentemente enigmática, lacónica (el Epígrafe inicial) y se va esclareciendo, en un comentario organizado (la secuencia de los poemas), explicitando con ejemplos y autoridades (héroes y soberanos portugueses) el valor y la significación simbólica de cada uno de los elementos del grabado»23. 20 21 22 23 Las interpretaciones difieren en algunos detalles. Suele hablarse de cinco reyes, a los que se sumarían las plazas de Lisboa y Evora ocu padas después, Curiosa y emblemática palabra esta de quinas, asumida por el caste llano. Según la Academia: «Armas de Portugal, que son cinco escu dos azules puestos en cruz, y en cada escudo cinco dineros en aspa». 

 Tirso de Molina escribió una obra titulada Las quinas de Portugal: «Las armas que a Lusitania/otorga mi amor propicio, / en cinco escudos celestes / han de ser mis llagas cinco; / en forma de cruz se pongan, / y con ellas, en distinto / campo, los treinta dineros / con que el pueblo fementido / me compró al. avaro ingrato». También en las Soledades de Gongora aparecen «las quinas» como metonimia de las naves portuguesas que cruzan el océano hacia Asia. Adrien Roig, «Mensagem: Heráldica e poesía», en Fernando Pessoa, Mensagem, Poemas esotéricos, ed. cit., p. 284- La versión portuguesa del original francés es de Angela Carvalhas (traduzco del portugués). ibídem. p, 292. « Si se atien.de a la perfección externa, esta es su obra más completa» 24 —decía Octavio Paz, otro de los primeros, fuera del ámbito lusista, en difundir y valorar la obra de Pes soa, Pero ¿qué sería la perfección externa en un libro de poe mas?, ¿se define como externo lo que no se integra en el cuerpo poético? Es curioso que, mientras en la mayoría de los libros de Pessoa la atracción por los heterónimos acaba susti tuyendo con frecuencia la lectura concreta del texto, aquí llega tal vez al mismo resultado el conjunto de lenguas y sabe res, el sistema de conexiones y referencias. 

Recuerdo ahora aquella form ulación, quizá discutible pero muy fértil, que hacía Ferlosio de un «principio de patencia» para la lectura de poesía. Acogiéndose a la idea de efecto y de unidad de efecto que desarrolló Poe, piensa que los elementos poéticos son los que, al margen de su dificultad, están activos ante el lector, que los percibe en una copresencia mutua, y por eso «lo accesible únicamente mediante el descifrado carece de exis tencia literaria, no forma parte de la obra» ' . Sin duda, extremar tanto la afirmación puede agrietarla; pero algo de esa índole sucede; quizá ninguna de las tramas que subyacen al libro contiene las claves de su lengua y su mundo, de su poética. Y es lo patente en los poemas lo único que, pese a la costumbre crítica, constituye Mensaje. 

 Creo que con esto se relaciona el malestar de los lectores, que quedaría explicado en la misma cita de Octavio Paz ya comenzada: «Si se atiende a la perfección externa, esta es su obra más completa. Pero es un libro fabricado, con lo cual no quiero decir que sea insincero sino que nació de las espe culaciones y no de las intuiciones del poeta.

 [...] Para que los símbolos lo sean efectivamente es necesario que dejen de simbolizar, que se vuelvan sensibles, criaturas vivas y no emblemas de museo. Gomo en toda obra en que interviene 24 25 Octavio Paz, «Fernando Pessoa, el desconocido de sí mismo», en Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz, 1969, p- 158-159 Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín. Semana Segunda. Madrid, Nostromo, 1974» P- 126. más la voluntad que la inspiración, pocos son los poemas de Mensaje que alcanzan ese estado de gracia que distingue a la poesía de la bella literatura». El comentario, aunque con inicial prudencia, resulta contundente; es cierto que implica cuestiones de poética, sean de época (el ensayo apareció en 1962) o personales, que no parecen obvias (sinceridad, intuición, símbolo, inspiración), pero es difícil no compar tir este juicio: la sensación de que el plan pesa sobre el libro y lo condiciona, de que bastantes poemas han surgido para cumplir una función sin ser necesarios en sí, sin estar vivos. El trabajo para cerrar Mensaje supuso una experiencia única en la vida de Pessoa, una experiencia interesante y ambi gua, que probablemente suscitó su perplejidad. Es como si la energía poética, sostenida durante las dos décadas que man tuvo el proyecto, se hubiera agotado antes de llegar totalmente a puerto, como si se destensara el poder de concentración de la lengua y hubiera que recurrir a explícitos mecanismos retó ricos para rellenar el esquema, produciéndose perceptibles decaimientos. Es curioso que estos aparezcan a menú ’ poemas dedicados a personajes fundamentales, que limi el abanico de posibilidades, pues solo cabría hacer su loa sensación de que el poeta se mueve con más natur cuando la desgracia se combina con el deber y las valora se hacen conflictivas. Frente al juicio de Jakobson, parece que Pessoa es más un poeta del inacabamiento que un poeta de la estructura, y leer Mensaje lo confirm a; en el espacio informe de lo abierto sus logros poéticos son extraordinarios, de modo que situarse en él habría sido, tanto como una elección perso nal o el fruto de una personalidad inestable y múltiple, una necesidad interna de su escritura. Sin embargo, sería injusto con el libro hacer absoluto un juicio motivado por sus decaimientos; hay amplio margen en él para percibir el valor y la fuerza de esta lengua de Pes soa, otra más de sus lenguas. I I. 

La mirada de P o rtu gal Tras haber intentado evocar algunas condiciones de la recep ción de Mensaje, percibida como una experiencia de malestar, y de haber revisado determinadas líneas de articulación del texto, querría volver sobre mis pasos, retomar la lectura desde el principio, atendiendo a los tres poemas iniciales del libro, que seguramente contienen en síntesis lo sustancial del reco rrido. Después del epígrafe latino, se entra directamente en la parte dedicada al « Blasón», también con su breve fórmula latina marcando el comienzo: «Bellum sine bello», «guerra sin guerra»; tras ella, dos poemas que presentan los compo nentes básicos del blasón, «los castillos» y «las quinas»; empieza luego la sección que desarrolla «los castillos», con el poema dedicado al mítico antepasado, «Ulises». Estos tres son los que querría releer. «De los castillos», el primer poema, imagina el mapa de Europa como una mujer tumbada, que se apoya en los codos para levantar la cabeza y mirar hacia adelante; los codos corresponderían a Italia e Inglaterra, mientras «ese rostro que mira es Portugal». Así, Europa tiene dos funda mentos; uno que remite a la época clásica («helénicos ojos», recordando que buena parte de Italia fue griega antes que romana) y otro al mundo británico («románticos cabe llos »), que reúne la modernidad de las pasiones, la libertad y el progreso.

 En términos de Pessoa, un codo sería Reis, y el otro, Campos; su formación inglesa ahonda y matiza el aporte clásico, le permite inclinarlo hacia una perspectiva marina —y universal—, próxima a la identidad portuguesa que va a elaborar. El movimiento del tiempo y de la cultura con- cuerdan, en principio, con el dinamismo sugerido por el mapa, que iría «desde Oriente a Occidente», y ello sitúa a Portugal en la vanguardia de Occidente, rostro de Europa, mascarón de proa. Pero ya un tono decadente, muy art nouveau, perceptible en la selección léxica, avisaba, también desde el principio, de otra clase de inquietud temporal; Pessoa lo retoma, hacia el final del poema, para romper la aparente transparencia del dibujo: «Con su mirar esfíngico y fatal / ve a Occidente, futuro del pasado. // Y ese rostro que mira es Portugal». Europa está mirando, sí, con sus ojos portugueses, hacia el océano que tiene delante, abarcando en su mirada la epopeya de los des cubrimientos; sometido, sin embargo, al dilema de la Esfinge y al dictamen del destino, el sentimiento del tiempo vira, es ya distinto del progresivo que parecía regir: todo estaba abierto en un impreciso momento anterior, el gesto del mapa reproduce su tensión y su energía, pero —«futuro clel pasado»— eso que era futuro entonces hoy ya se jugó. Y sopesar estas formas de pasado y de futuro será trabajo del libro. El segundo poema, «De las quinas», habla con verso más breve, más sentencioso, fiado a la rotundidad de la rima para hacerse inapelable. 

Si antes se presentaba la comunidad histórica y política que protagoniza el libro, se suma aquí la opción por el cristianismo, aunque en el verso inicial estén todavía (digo todavía, como si se hubieran conservado después de los escritos de Ricardo Reis y Antonio Mora) « 1c ses», en plural; pero se nombra a Cristo explícitamer ofrece duda. Decir Dios es convocar también al destino que el dios cristiano, en el movimiento doble que lo c tuye, a la vez lo implica y lo niega: «C on desgracia t ___ vileza / Dios al Cristo definió: / lo opuso a Naturaleza / cuando como Hijo lo ungió»; en la concepción del hijo puso el padre componentes naturales («desgracia y vileza» lo son, como atributos existenciales) y la inmortalidad divina que se les opone. Lo que sería una definición indiscutible, por dogmática, cuando se trata de quien es dios y hombre al mismo tiempo, se convierte en extrañeza conflictiva cuando heredan esa tensión los hombres solo hombres, y a ello tam bién alude el poema: «compra gloria la desgracia», «vida breve y alma vasta». 

De este modo, como generando una serie de oposiciones en torno al mismo núcleo, la religión supone un impulso del alma hacia su amplitud que a la vez la empuja al sufrimiento. La infelicidad humana, la lucha con tra el tiempo, la alternativa de la aceptación, el choque entre cultura y naturaleza vendrían dados en la opción confesional, sin que sea preciso explicitarlo apenas. La religión, el destino marcan una verdad trascendente, pero también establecen los límites para la existencia y su infinito y doloroso debate. «Ulises», el último paso de este tríptico inicial, recoge la leyenda del viejo marinero de la Odisea como fundador mítico de Lisboa—nombre griego: Olisipo—y, con ella, de Portugal. 

El poema combina de modo brillante un análisis de lo que sea el mito con la pregunta por la identidad, pues ambas cosas se hacen de sí y no, de contrarios que en vez de neutralizarse se impregnan y potencian mutuamente. «El mito: nada que es todo» resume el carácter del pensamiento mítico: sin referirse a nada realmente existente, tiene un poder de explicación y de sentido que puede transformar la realidad. 

Así son los mitos, y la alusión en el poema al sol como cuerpo muerto de Dios, que remite seguramente al egipcio Osiris —dios celeste y también de los muertos, tan presente en las creencias herméticas—, viene a generalizar su estatuto. Ulises aporta la singularidad de no provenir del tiempo ahistórico de las mitologías, sino que, en cuanto cre ación de las letras griegas, nació ya como personaje literario, permitiendo así a Pessoa situarse en el vacío lógico de la paradoja: «Este, que hasta aquí llegó, / fue por no ser exis tiendo. / Sin existir nos bastó. / Por no venir fue viniendo / y nos creó». Ulises vive en su falta de ser y por ella misma, se asocia al modelo de identidad que asumió Pessoa y que dio también a sus personajes-poetas; tiene el mismo modo de existir que Gaeiro o Campos. Pero, como el poema dice: «nos creó», los portugueses son hijos de Ulises, herederos de su condición, y Pessoa traslada como rasgos de la identi dad patria los que se han ido, a lo largo de su obra, constitu yendo como identidad personal. Al final del poema se produce un quiebro que solo indi rectamente proviene de lo dicho: «Abajo, mitad de nada, / muere la vida». 

El mito, el sol, quedaría en un mundo de alturas; de la unidad mítica entre nada y todo, a la vida le toca ría el no; la realidad, la historia, la identidad nacional se fecun dan y mueven con el poder del mito; la vida humana perma nece al margen en cuanto hecho concreto y circunstancial. Aunque Pessoa construye Mensaje con elementos —lengua, cam pos de sentido, religión— muy distintos de los que usó en la mayor parte de su poesía, en esto coincide con ella; la elabo ración de determinadas esferas ideales no altera su saber de la experiencia de la existencia. Y no le importa entonces forzar las palabras, y hacer de la realidad— «al fecundarla, la aviva»— algo que se disocia y opone a la vida —«muere». Los tres poemas abren, así, los itinerarios del libro. 

Lo colectivo, la identidad colectiva, nacional. La concepción del tiempo. El cruce entre Dios y destino, el papel del mito y su traducción existencial. Esta última, siempre, más latente que manifiesta. El nosotros aparecía ya en el epígrafe general, y los tres poemas lo configuran como mirada, como inserción en el tiempo, como extraño y real nudo de inexistencia. Todo ello constituye el Portugal de Mensaje, además de la prolongada reflexión sobre la posibilidad de un proyecto y sobre cuál sería su carácter: «Portugal, nosotros, poder ser», y uí más allá: «el desear poder querer», quizá una enumer o quizá, en cambio, varios infinitivos que se complerr entre sí, difiriendo el ejercicio del deseo. 

 En la poesía de Pessoa son infrecuentes los plurales; recuerdo ahora a los piratas en la «Oda marítima» de Alvaro de Campos: el plural le servía al personaje para colocarse fuera y fantasearse como objeto, incapaz de participar en la acción. Sin embargo, en Mensaje el poeta no trata solo de esbozar una identidad común, sino que se siente parte de ella, y es ese sentirse parte lo que conduce a la escritura. Cabral Martins recuerda que Pessoa propuso una empresa de «remodelación del subconsciente nacional», o que descri bió al zapatero y profeta Bandarra como alguien cuya labor desbordaba lo individual, de modo que su nombre podría acoger a quienes compartieran su visión26. 

Cuando, en el poema «Noche», un marinero se pierde en el mar y va a buscarlo un hermano suyo, que se pierde también, y otro tercero queda a la espera de un permiso del rey para inten tarlo a su vez, se perfila un sistema de relevos, en que lo per sonal no cuenta sino como fuerza o energía que suma. Así, el marino que sujeta el timón ante la amenaza del Monstruo, encuentra su capacidad de resistencia en un sentirse trascen dido: «Al timón puesto, yo soy más que yo. / Soy un Pueblo que quiere el m ar»: la trascendencia encarnada concede sentido. Elj>o en este caso no es otro, sino un más quejo; no la disgregación y la pluralidad, sino la concentración, la supe ración. 

 Por un momento parecería que esto se separa de las ideas generales del poeta, quien trató con insistencia de recordar el vínculo entre la posible identidad portuguesa y la personal, negada y múltiple, como se veía en «Ulises». Así lo proponen estas frases de una entrevista de 1923 (reciente aún la publicación de «Mar portugués»): «¿Q uién, que sea portugués —se preguntaba Pessoa—, puede vivir la estrechez de una sola personalidad, de una sola nación, de una sola fe? ¿Qué portugués verdadero puede, por ejemplo, vivir la estrechez estéril del catolicismo, cuando fuera de él hay que vivir todos los protestantismos, todos los credos orientales, todos los paganismos muertos y vivos, fundiéndolos portu guesamente en el Paganismo superior? [...] Ser todo, de todas las maneras, porque la verdad no puede estar en que algo siga faltando» '. Y esa última frase, aplicada aquí a Por tugal, es la misma que Pessoa suele usar para proponer su poética de la heteronimia: «Ser todo, de todas las mane ras». 

 También, en el poema sobre Bandarra, hay pasajes en que ambas identidades se comunican: «Soñó, anónimo y disperso, / el Imperio por Dios visto, / confuso cual Uni verso / y plebeyo como Cristo»; en estos cuatro adjetivos tan pessoanos —anónimo, disperso, confuso, plebeyo—la dispersión de la identidad y la anónima falta de relieve del individuo que se entrega a una empresa de signo comunitario contagian de imprecisión el proyecto nacional; adjetivos móviles, impuros y .mezclados en sí cada uno, donde tanto lo personal como lo común solo parpadean como ausencia. 

Observa José Augusto Seabra que, sobre todo en «M ar portugués», la combina ción de las perspectivas de primera, segunda y tercera per sona aporta «densidad poética» y permite que se entrelacen los géneros épico, lírico y dramático28; encuentra, pues, otras formas de dispersión a través del perspectivismo: apenas hay textos de Mensaje en que la voz poética se sienta como de un sujeto; actúa, más bien, una impersonalidad gnómica o una cesión de palabra a alguien que no llega a ser personaje, sino una especie de modelo o tipo: todas las personas grama ticales —añadamos el nosotros— para no nombrar a nadie, para reducir a los individuos al cauce de un proyecto. La latencia de la cuestión existencial y la dispersión de la identidad, por tanto, forman parte del mundo de Mensaje, como del resto de la poesía de Pessoa. Pero no se sitúan, en primer plano; la forma dominante en el libro es la anulación de lo personal. La composición de los textos, las opciones concretas de escritura levantan un sistema pensado para generalizar, trascender, idealizar, superar las perspectivas individuales y actuales. 

No importa que haya numerosos poemas; especialmente los de «Blasón», con un protago nista concreto: el retrato del personaje no suele contener elementos narrativos, sino que lo orienta una voluntad de definir, de extraer aquel valor o concepto que el héroe pueda, en cada caso, representar o aportar al curso de la his toria colectiva: «M i deber me hizo, como Dios al mundo. / [...] Contra el Destino cumplí mi deber. / ¿Inútilm ente? No, pues lo cumplí» («Don Duarte, rey de Portugal»); no 28 José Augusto Seabra, «O arquitexto da Mensagem», en Fernando Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos, ed, cit., p. 2 4 3 cambia, pues, la función del texto cuando se adopta la pri mera persona, que suele tomar la forma de un autoanálisis o monólogo dramático, algo como un examen postumo de conciencia, que acercaría el pensamiento de los muertos, el más ajeno a circunstancias. Este enfoque de las historias individuales se engrana en el plan de conjunto —ideológico, doctrinal—, que se va dispo niendo como mapa conceptual perfectamente articulado. «Todas las naciones son misterios. / Un mundo entero es cada nación»: desvelar este misterio exige un tipo de com prensión para el que no importan tanto los nombres y las peripecias de los personajes, como la búsqueda en cada caso —como se ha dicho— de una fórmula, de una esencia. De este modo, alcanzar el núcleo de lo nacional no será distinto de acceder a lo universal —y no en vano está detrás el irreducti ble cosmopolitismo de Pessoa, por más que se revista con la apariencia de lo local—: «Solo dos naciones —la Grecia de antaño y el Portugal de mañana— han recibido de los dioses el don de ser no solo ellas mismas sino también todas las demás»*9. 

La empresa de Magallanes, su vuelta al mundo, es una empresa de conocimiento, un empeño de signo prome- teico, que lleva a los titanes —defensores del privilegio de los dioses, ejercido a través del oscurantismo y la ignorancia— a celebrar con danzas su muerte. En consecuencia, el trayecto de cada persona, por valioso que pudiera haber sido, desde esta perspectiva resulta insignificante. De ese Viriato, pionero, que habría creado el marco en que Portugal pudo hacerse, se concluye: «Tu ser es como la fría / luz de antes de madrugada, / que es ya un ir a abrirse el día / albeando confusa nada» —donde prevalece una plástica imagen de la falta de consistencia sobre la posible intuición de un comienzo. La galería de los héroes parece entonces perder su singularidad, como si el transcurso histó 29 De una entrevista de 1923, citada en Robert Bréchon, Extraño extran jero. Una biografía de Fernando Pessoa. Traducción de Blas Matamoros. Madrid, Alianza, 1999, P- 4 1? rico tendiera a abstraerse en una metafísica. 

El tratamiento del tiempo o el análisis de 1a. relación entre destino y azar son formas de este proceso. Así, las contradicciones entre la «vida breve» y el «alma vasta», pueden obviarse con distin tos procedimientos para suspender el curso temporal ordina rio y, con él, los efectos del tiempo en lo personal y existen - cial. Guando la nave de Don Sebastián se pierde, lleva el pendón del imperio, y, cuando el rey vuelva, será en la misma nave, llevará el mismo pendón; un paréntesis de irrelevantes siglos, repletos de acontecimientos, que se darán por no transcurridos. Así, la intervención del azar se inscribe —«todo comienzo es involuntario. / Dios, el agente»— no entre las fragilidades individuales, sino en el diseño de con ju nto; Dios integra el azar de los individuos en el destino, identificado con su plan: es la maternidad de una mujer la que aporta el héroe «al que, imprevisto, Dios predestinó». Y más se refuerza el efecto cuanto más débil parece la parte humana: «No fue ni santo ni héroe, / mas Dios le dio Su señal», «Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace». ~ esta vía, el cristianismo asume un papel clave en la co: ción de la identidad, como si, en la diversidad pessoana una de sus poéticas se constituyera en torno a una ieiea cíe Dios. 

 En un escenario que reúne identidad colectiva («fue Dios el alma y Portugal el cuerpo / cuya mano guiaría al Occidente»), detención del tiempo personal y una moral de la aceptación, todo parece, por tanto, neutralizado en la empresa común, bajo la dirección divina. Pero, si se acerca la mirada, hay momentos en que deja de percibirse una sola tonalidad en todo y se trasluce lo que quedó postergado, se toma conciencia de lo que latía por detrás. Y esto ayuda a entender mejor la lógica de este proyecto de escritura, repo niendo en la escena las fuerzas negativas que trataban de omitirse. Visto así, es notable la frecuencia con que en la trayecto ria histórica de los protagonistas de Mensaje se impuso la des gracia, sin que, en cambio, el concepto deducido por el poema se haga sensible a ello. 

No es solo que el poema no sea propiamente narrativo ni incluya elementos de anécdota, sino que lo biográfico se escamotea por completo en nume rosos casos, sin siquiera dedicarle una atención indirecta, «Doña Teresa» fue derrocada con las armas por su hijo, Afonso Henriques, y murió en prisión; el poema cifra su figura en la maternidad de un héroe fundador —ese mismo hijo— que, de acuerdo con el plan general, parece quedar disponible para reactivarse, si fuera necesario, a lo largo de los siglos. Don Duarte, después de ser derrotado ante Tán ger, murió en Lisboa a causa de la peste; el poema encuentra en él una filosofía del deber. El infante Don Fernando fue apresado, en la misma fracasada expedición, cuando tenía quince años, y murió sin salir de la prisión de Fez; el poema se centra en la consagración recibida de mano divina y en una fiebre de trascendencia al borde de la locura. 

Y Bartolo - meu Dias, «el Capitán del Fin», yace en una playa próxima a ese cabo extremo recién superado; una de las tormentas inmediatas a la hazaña acabó con él, cuya aportación había sido la doma de lo misterioso: «Dobló el Asombro. / Mar solo es mar». No es preciso seguir enumerando, basta esto para mos trar el propósito de Pessoa en su tarea de abstracción, pero también lo que no queda del todo oculto por ella. En boca del desdichado Don Duarte se lee: «En mi tristeza firme, así viví» —y el dato emocional, subjetivo, pone espesor en el fino trazo de los valores, decolora en sombra su espacio ideal. Y se sigue leyendo entonces: el mar es salado por las lágrimas portuguesas, «quien quiera ir allende Bojador / ha de pasar allende del dolor». O, en uno de los momentos más altos de ensoñación del «Quinto Imperio», cuando se lo asocia a una victoria del alma sobre el poder del tiempo, se filtra esta pequeña sentencia: «ser descontento es ser hombre».

 Men saje se resiste a ser epopeya, eludiendo los hechos y el flujo narrativo, y se encuentra siendo elegía, seguramente sin haberlo pretendido. La preferencia del poeta por los casos desdichados, aun idealizándolos, el modo en que deja entre ver los factores negativos que los rodean, ensordece su labor programática, perturba con su eco la claridad de sonido del mensaje. Y hasta tal punto ocurre así que, en el flujo de detalles postergados, los requisitos para participar en el proyecto colectivo —la moral de la aceptación tomada como actitud vital— parecen endurecer su exigencia en una línea que Pes soa ya había perfilado: «Realicemos en nuestra alma la lle gada de Don Sebastián, [...] obra pagana, obra antihumani- taria, obra de trascendencia y de elevación, hecha a través de aquella crueldad para con nosotros mismos que el espíritu de Nietzsche, en un momento lúcido, vio como base de todo sentimiento de imperio » 3°.

 La formulación de opuestos para impedir la síntesis de sus poéticas y hacer más percepti ble la apuesta pluralista abre, en ocasiones, canales de comu nicación como este, en el que cabe reconocer la misma raíz que alimentaba los brotes del impulso masoquista en Alvaro de Campos. En el recorrido por la desdicha, en el intento de obviarla en aras de un proyecto superior, vuelven a coincidir, pues, lo personal y lo colectivo, como entiende Eduardo Lourenfo: «El sentido mítico y místico de la vida de P figurado y confundido con el destino de un pueblo 'cr que, como el Salvador, no debió su elección sino al miento y a la humillación con que Dios, enigmáticamej distinguió » 3’. Es la misma lógica de aquella sentencia: «Abajo, mitad de nada, / muere la vida». 

 El trabajo de abstracción con su designio esencialista, el propósito de trascender las negaciones existenciales, solo en apariencia había borrado la huella del sufrimiento, que acaba saliendo a flote, ocupando su lugar. Quizá el verdadero pro yecto de Pessoa, el sentido de esta formalizada guerra sin guerra, 30 31 Fragmento inédito sin fechar, en Fernando Pessoa, Políticaj>profecía, ed. cit., p. 128. Eduardo Louren^o, «Sueño de imperio e imperio de sueño», en Fernando Pessoa, Mensaje, traducción de Jesús Munárriz, Madrid, Hiperión, 2014 (4a ed.), p. 19. vaya, de la mano de Ulises, en una dirección distinta de esos dos movimientos —abstraer, testimoniar— entre sí opuestos: construir un planteamiento radical de irrealidad y hacer que llegue a manifestarse como propuesta política. Así, aquellos gerundios que extendían la duración sin límite de lo que no es: «Este, que hasta aquí llegó, / fue por no ser existiendo», «por no venir fue viniendo / y nos creó»; una vida que pueda ser considerada como auténtica vida se daría en ese lugar de irrealidad o de existencia paralela. Si se leyera de este modo la mítica fundación de la identidad, quedaría todo situado del lado del sueño, ese escenario tan pessoano del deseo y de la creación de mundos. El sueño es quizá el nudo de conexión más abarcador de toda su obra. Ya en 1912 había parafraseado Pessoa una célebre frase de Shakespeare, apli cándola a las naves que partieron hacia la India y que se habrían construido «de aquello con que los sueños están hechos». 

No será entonces extraño —piensa Gabral Martins— que «se pueda formular como programa para Portugal una encarnación colectiva del sueño» . Es la médula del sebas tianismo de Mensaje. Aunque su presencia se dé sobre todo en la tercera parte, «El Encubierto», el sueño nutre una corriente que fluye a lo largo del libro. Quizá el poema más característico de cómo subyace a todo sea el dedicado a Don Denís, el rey poeta, que evoca su capacidad para dar voz a un anhelo oscuro de no se sabía aún qué: puede escuchar en el habla de los pinares, en «la voz de la tierra», los sonidos de un «m ar futuro», de un ansia de mar. La voz de los árboles o de la tierra nombraría un tipo de vibración del mundo en la que se abre la posibilidad de un sueño generador; las ondulacio nes del trigo, el «rum or de pinos» traen, en versos de tierra adentro, un «oleaje oscuro» en el que ya bulle otro tiempo. Es también el modo de Bandarra, actor por excelencia del sueño profético, que desde la aparente modestia de sus cua lidades —anónimo, disperso, confuso, plebeyo— fue capaz de aportar una sensibilidad y un pensamiento mesiánicos, para que prendieran en el alma del pueblo, aun antes de que Don Sebastián desapareciera. Y es igualmente el lugar de este libro, de Mensaje, tal como expone en su lectura Finazzi - Agro; según él, Pessoa disfraza de mito el propio discurso, la pala- bra, dándole en ella nombre y existencia, «contra la intangi- bilidad ideal del Todo y la tangibilidad física de la Nada. 

Un nombre y una existencia que solamente la escritura —ese pórtico roto a lo Imposible’, esa conjunción enigmática de cosas improbables— llega de modo provisional a realizar. El Mensaje de Pessoa habla, en fin, del propio mensaje, es decir que remite únicamente a sí mismo y a la dimensión virtual (mezcla de imposibilidad y de historia) que instituye»3'1; «dim ensión virtual», «conjunción enigmática de cosas improbables», que tejen la escritura y el sueño, la utopía de ambas, su no lugar. El sueño es, así, vida en la irrealidad, lo que está y no está. En el poema «Oración», donde habla el nosotros de Portugal, y se trata de mantener viva la esperanza en el largo tiempo de la espera, se recurre a la metáfora de la brasa, de la llama que está oculta y siempre el viento puede reavivar; se concluir embargo: «Pero la llama, que la vida crea, / si es que ha aún, no se termina»: la duda absoluta crece en el cen! afirm ación tan rotunda, tan llena de fe. Porque el sueño es vida extrema y, a la vez, oscura inconsistencia, virtualidad que no puede atraparse, ni ella procurarse materia.

 Hay dos expresivos poemas, recorridos por el soplo del relato fantás tico, por el parpadeo luminoso y sombrío de los viejos cuen tos infantiles, que dan cuenta de este carácter del sueño: se oye en el primero una voz que habla, que dice algo, y que calla de inmediato si alguien acierta a escucharla; nunca podría ofre cer un diálogo, se limita a portar su anuncio incomprensible, 33 Ettore Finazzí-Agrd, « L ’impossible et Tliistoire. Une iecture du Message de Fernando Pessoa», en Colloque de Cerisy, Pessoa —Unité, Dioersité, Obliquilé—, édition de Pascal Dethurens et Maria-Alzira Seixo, París, Chistian Bourgois Ed., 2000, p. 523 (la traducción es mía). oculto entre los márgenes del sueño: «Mas, si vamos desper tando, / la voz calla y solo hay mar». En el otro poema, se oye cómo rompe el mar en una playa, pero la isla a la que tendría esta que pertenecer no puede verse: «¿Q ué nao, qué armada, qué flota / puede el camino encontrar / de playa en que el mar embiste, / si a la vista solo hay m ar?» Mundo paralelo, con algo del hechizo, de los encantamientos de los viejos relatos artúricos, el sueño ofrece una salvación que de él, sin embargo, no puede extraerse. En la «Elegía en la sombra», intermedia —como dije— entre la publicación de Mensaje y la muerte de Pessoa, se leía: «Nos pesan el pasado y el futuro. / Duerme en nosotros el presente. Y soñando / el alma encuentra siempre el mismo muro». Límite del sueño, límite de la realidad. Pero, cuando acaba la tercera parte y el poeta va a despedir el libro con otra fórmula latina, elige decir: «Válete, fratres», atreviéndose a usar, aunque sea en otra lengua, fratres, una palabra de her mandad, que parece impregnarle de una nostalgia de lo colec tivo, el nosotros que tal vez en el sueño pudo compartir. 

 El sebastianismo sería, por tanto, un proyecto político cuyo espacio es el sueño. O el deseo, la energía abierta que constituye lo utópico. La visión mesiánica de Pessoa con vierte el regreso de Don Sebastián y el logro de un «Quinto Imperio» en una empresa espiritual de orden diferente de la aventura marítima o de una conquista de signo nacionalista; por eso, la serie de los poetas profetas termina prevaleciendo sobre la de los héroes guerreros. Tiene su raíz la mitología del « Quinto Imperio» en el bíblico sueño de Nabucodono- sor (Libro de Daniel) ; se hace portuguesa en la obra, con raíces en las dos orillas del Atlántico, de Antonio Vieira, y culmina en Mensaje: el imperio es un libro, una lectura, un sueño capaz de transformar el mundo. En una hoja en la que Pessoa había garabateado distintas posibilidades de entender la cifra esotérica que sería este título, entre otras hipótesis citaba unas palabras de la Eneida, «mens agitat molem»34, de las que 34 Virgilio, Eneida, libro VI, verso 727 una simple sincopación obtendría el resultado: mens ag"‘- em, Mensagem, la mente mueve montañas33. Teñido de antipragmatismo, de un idealismo que se hace antipolítico a fuerza de ideal —«después de la conquista de los mares debe venir la conquista de las almas. El resto (la felicidad nacional, la buena administración, la libertad, la lealtad, la honra) no es sino la basura que obstaculiza el camino de nuestros gestos»36—, el sebastianismo de Pessoa enlaza con una larguísima y variada tradición. El inventario se haría prolijo. 

Así, en la Edad Media se dio la difundida creencia de que volvería el rey Arturo para ceñir la corona de Inglaterra, y ya antes las profecías francas anunciaban la lle gada de un segundo Garlomagno, que marcaría el fin. de los tiempos. Guando murió en las cruzadas Balduino de Flan- des, un ermitaño se hizo pasar por él y se creó el mito del Emperador Dormido. A punto de ser derrotada la rebelión valen ciana de las Germanías, surgió una figura carismática, Lo Encubert, que durante unos meses pareció capaz de darle la vuelta a la situación de la guerra, aunando las ideas m: ristas medievales y el mesianismo de los conversos, has1 fue ejecutado en 1522. Bandarra aparece entonces y recoge el nombre que tomó el rebelde Antonio Navarr coplas se difundieron de manera vertiginosa y reaparec en diversas ocasiones a lo largo de los siglos. En el XVII, el jesuíta Vieira —alternativamente perseguido por la Inquisi ción y ascendido por las jerarquías romanas, obispo en Bra sil, prodigioso políglota y pionero de la lingüística indige nista, utopista visionario— dedicó buena parte de su obra a elaborar un nuevo sebastianismo y la promesa de un quinto imperio; con él querrá descubrir «las nuevas regiones y los nuevos habitantes del segundo hemisferio del tiempo, que están en las antípodas del pasado»37. 35 Posibles significados de moles, -is, en castellano: mole, masa, multi tud, dique, máquina de guerra... 36 Fernando Pessoa, Política y profecía, ed. cit., p. 129 37 Robert Bréchon, op. cit., p. 414.. En la tercera parte de Mensaje, la sección interm edia se titula «Los avisos» y se dedica a conmemorar esta serie pro- íetica; son tres poemas, los dedicados a Bandarra, a Vieira y uno último, solo llamado «Tercero»: «M i libro escribo a duras penas, / casi no alienta mi corazón» —sin nombrarse, Pessoa ocupa su lugar en la cadena, o mejor, lo ocupa Mensaje, utopía cristalizada que emite su resplandor hacia dentro. Lo más sorprendente, y no sé si el poeta llegó a imaginarlo, es que la tradición no concluye ahí, como si en verdad algo de la mirada portuguesa se constituyera en ella. Pienso en la investigación delirante, extraordinaria e insólita prosa, que María Gabriela Llansol tituló 0 Livro das Comunidades, en 1974, y por cuyas páginas circula el rebelde utopista Thomas Münt- zer, llevando bajo el brazo su cabeza decapitada y acompa ñado en sus viajes por los grandes místicos del XV y el XVI38. 

 Y también, por supuesto, en la película de Manoel de Oli ve ir a que, en 1990, obtuvo una mención especial del jurado del Festival de Gannes, No, o la vanagloria de mandar: durante la guerra colonial en Africa, un capitán —que había sido antes historiador— se entretiene contando a sus subordinados epi sodios de la historia de Portugal, que parecen seguir una vez más el guión de Camoes (los héroes de la independencia, los que combatieron a moros y castellanos, los descubridores), para luego recrear pasajes de Os Lusiadas, y alcanzar la evoca ción de Don Sebastián; herido en combate, el sencillo y melancólico profesor muere en un hospital soñando con el regreso del rey, viéndolo acercarse entre la niebla; el médico firma el parte de defunción el 25 de abril de 1974- En los créditos finales, entre los asistentes de producción, aparece un Fernando Pessoa; no es un nombre tan raro en Portugal, pero ahí aparece. Sin interpretar, quería solo dejar constan cia del peculiar seguir que se va hilando entre la melancolía de las derrotas y el exilio de las victorias. 

Y que perfila esa utopía, que es del sueño y de su propia resistencia. 38 Hay una edición española, junto a otros dos libros de la autora, en: Maria Gabriela Llansol, Geografía de rebeldes, traducción de Atalaire, Madrid, Ginca, O¡4 . Hay otro poema de Mensaje, que sin referirse al Encu bierto, puede relacionarse con él. Es el dedicado a Magalla nes. Mientras los titan.es danzan —en la escena citada— para celebrar una muerte que permitiría a los dioses mantener su velo sobre el mundo, los supervivientes de la. flota continúan adelante, y es que «el muerto aún manda en la gran armada», «pulso sin cuerpo aún el timón gobierna». 

La mente mueve las cosas, en efecto, y la muerte no interrumpe los proyectos de conocimiento y de liberación. En esa línea de autonomía espiritual, de variable vínculo con la figura física de los personajes, con los hechos de los héroes, puede decir Pessoa que, tras la muerte de Don Sebastián, «guarda Dios cuerpo y forma del futuro, / mas su luz lo proyecta, sueño oscuro / y breve». Recluidos en la limitación del sueño, se anota la idea de que el cuerpo del rey muerto debe preservarse porque es ia «form a del futuro», preservarse, claro, en la desaparición —una tumba no seria lo mismo—. Las combinaciones de lo físico y lo espiritual, diversas, confusas en ocasiones, mantienen siempre un mismo grado de realidad en el habla. Igual que las contradic ciones que integran el sueño —proyecta/ breve, oscuro/luz— no lo anulan: «en un mar ya sin tiempo ni espacio, / veo borrosa tu faz, que al fin, despacio, / torna». 

 El propio Don Sebastián tendría ya su alma entre sue ños cuando cayó en la batalla, habría abierto desde antes el paréntesis, ese tiempo paralizado en que Dios se encarga de guardar su forma para que, en el momento preciso, pueda albergar otro acontecimiento: «C on Lo que me soñé, que eterno dura, / regresaré». Y el anuncio de esa hora es, una y otra vez, el amparo bajo el que se suspende el principio de realidad. La voz de Don Fernando, el desdichado infante, cautivo desde su adolescencia, asegura que Dios le «consagró en la honra y la desgracia», y esa elección del destino no opera en el seno de una mitología heroica, sino en una inclemente aridez: «en el tiempo en que un frío viento pasa / por la fría tierra». Es esta la realidad, y su suspensión por el poder del deseo y el sueño, revela un movimiento que convierte las fuerzas negati vas en energía de .resistencia y disidencia. Lo que para el infante supone esa consagración, aun en las peores condicio nes, es una especie de posesión por el deseo.- «me hace arder la fiebre, / de gloria el ansia, pues su Nombre sienten / en. mí vibrar». No tanto a ganar el cielo como a un quieto combate contra el enemigo, contra la realidad, guerra sin guerra, se dirige esta pasión extrema, incorporada al sentimiento mismo de vivir, sustituía casi —en este caso límite— de la propia vida. 

.Algo parecido se dice de aquel tercer hermano, a quien el rey no autoriza para buscar a los otros dos, desaparecidos, y que vive por eso en la amargura: «con los ojos fijos de ansia / mirando a la prohibida azul distancia»; no son el amor ni el sacrificio ni el objetivo de la salvación su fuerza, sino un deseo absoluto, una insoportable disconformidad. 

 Y cada vez que actúa el veto de la realidad —«pero Dios no permite que partamos»—, surge con más fuerza su impugnación. Es lo que Mensaje llama locura. No es un rasgo excéntrico; estar de este modo loco es precisamente la cuali dad que humaniza: «Sin locura, ¿qué es el hombre / sino la sana bestia, / aplazado cadáver que procrea?» 

Es la ruptura con la razón lo que humaniza, al contrario de lo establecido; es la mirada existencial cuando busca sentido con firmeza que linda con el absurdo. Pessoa habría firmado en cual quiera de sus metamorfosis la definición del ser humano como «aplazado cadáver que procrea», terrible fórmula a la altura de su desesperación; pero aquí, en el poema titulado «Don Sebastián», reconoce a la locura el poder de invali darla. Y es significativo que hubiera hecho ya esto mismo al menos otra vez, y con análogas palabras, en un comentario de actualidad política, que firmó y se preocupó por difundir ampliamente, escrito en mayo de 1023: «es la locura la que dirige el mundo. 

Locos son los héroes, locos son los santos, locos los genios, sin los cuales la humanidad es una mera especie animal, cadáveres demorados que procrean»39. El 39 Fernando Pessoa, «Sobre un manifiesto de los estudiantes», en Política y profecía, ed. cit.., p. 3 5 ^ sueño conduce aquí. El cristal de Mensaje, tan perfecto, pura estructura, se abre en grietas o luces —viene a ser lo mismo— que permiten pensar lo utópico de este modo, como una condición de la persistencia humana. Con el impulso que es la energía del navegante: «ese puerto siempre por hallar».

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

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