«OBRAS»
ABADA EDITORES
MENS AGÍTAT MOLEM
Para una lectura del Pessoa utópico
Miguel Casado
I . Malestar
Fernando Pessoa publicó Mensaje en diciembre de 1934; fue el
único de sus libros que preparó para la imprenta, el único
que vio editado, pues murió el 3 ° de noviembre de 1935= un
año más tarde, sin haber culminado ninguno de sus otros
proyectos. Y no solo por esto resulta un libro singular: su
planteamiento parece cerrado en sí mismo, sin vías de comu
nicación a primera vista con los demás textos pessoanos;
dibuja un lugar propio, relativamente aislado dentrc
escritura del autor, y no remite a la voz múltiple q
hecho legendario a Pessoa, sino que contiene una «
facetas menos frecuentadas, menos conocidas por los lecto
res que en todo el mundo tiene.
Guando en una carta —a la que volveré— trata de explicar
cuál de sus personalidades se manifiesta en Mensaje, se pre
senta así: «Soy de hecho un nacionalista místico, un sebas-
tianista racional»1 —es decir, se define por un lugar a la vez
político y espiritual, y por una determinada inserción en la
tradición portuguesa. Pessoa, en efecto, repasa la nómina de
quienes fueron protagonistas en la formación y consolida
ción de la entidad nacional de Portugal y de su independen
cia, situando su tarea bajo el amparo del dios católico.
En
una segunda parte, distingue como empresa de la madurez
I
Fernando Pessoa, Teoría poética. Edición de José Luis García Martín.
Traducción de José Angel Cilleruelo. Madrid, Júcar, 1985, p. 185.
nacional los descubrimientos realizados en Africa, América o
Asia, y caracteriza igualmente a los personajes que los lleva
ron a cabo. Y, por fin, comparte la propuesta utópica del
sebastianismo, como proyecto colectivo aún vigente; como es
sabido, el joven rey Don Sebastián, desapareció en la batalla
de Alcazarquivir el 4 de agosto de 1578 ■ en el curso de una
expedición al Magreb; no se encontró su cadáver y, desde
esos mismos momentos, se generó la esperanza —y la
leyenda— de su regreso liberador, en cuya duradera onda de
energía viene a inscribirse también Pessoa.
De este modo, Mensaje, ofrece una lectura histórica en la
línea iniciada por OsLusiadas, de Camdes, basándose, como
principal fuente, en la romántica Historia de Portugal, de G li-
veira Martins, un autor decimonónico que anudó el curso de
los siglos en torno a la utopía sebastianista. Y, como ocurre
en estos precedentes, a Pessoa lo mueve una voluntad nacio
nalista, que, en su caso, asumiría a la vez un carácter espiritual,
no tanto por su confesionalismo (que parece derivarse del
contexto histórico de los orígenes de la nación), como por su
forma de eludir la práctica inmediata de la política, ideali
zando algunos principios, y por el oscuro fluir subyacente de
una concepción esotérica. Todo ello va tomando cuerpo en
el libro gracias a una sintaxis latinizante y al uso de formas
cerradas, neoclásicas, que no tendrían ya por referencia
—como en la poesía firmada por el heterónimo Ricardo
Reis— a Horacio y la tradición clásica, ni tampoco el manie
rismo exuberante de Camdes, sino un prieto verso elíptico y
abstracto, casi conceptista, que a veces recuerda el momento
de cruce entre el primer Renacimiento y lo medieval tardío,
y que para nosotros conlleva la lejana resonancia de un Jorge
Manrique más flexible, más libre.
En Mensaje parecería que, en vez de la pluralidad de voces
de los heterónimos que dialogan en el escenario del drama
pessoano, aquí es una pluralidad de lenguas la que entabla
conversación: la heráldica, la emblemática, la mesiánica, la
mitológica, la esotérica, la numerológica, la de la tradición
literaria... Pessoa tuvo que realizar una tarea ingente para
escribir y organizar, para articular todos los subtextos, tra
6
MIGUEL CASADO
mas y codificaciones. Sin embargo, nunca se desprendió de
una especie de malestar que le producía Mensaje, y que quizá
no era sino el modo de incorporarlo a una obra inestable y
en conflicto siempre consigo misma.
El m alestar d e l a u to r
«Estoy absolutamente de acuerdo con usted en. que no fue
feliz el estreno que de mí mismo hice con un libro de ía
naturaleza de Mensagem»2: dice Pessoa casi al principio de la
carta que le dirige el 13 de enero de 1935 a Adolfo Casais
Monteiro —poeta veinte años más joven que él, director
entonces de la revista Presenta—, célebre carta que incluye el
citadísimo relato de cómo surgieron los heterónimos. El
desarrollo de la carta trata, después de esa primera confe
sión, de buscar justificaciones. En prim er lugar, alega, no
habría tomado en sentido estricto una decisión, la publica
ción no era iniciativa suya: «Com encé con este libro mis
publicaciones por la simple razón de que fue el primer libro
que conseguí, no sé por qué, tener organizado y listo.
Como
estaba dispuesto, me incitaron a que lo publicase; accedí» —y
no es ajeno al malestar, y quizá a la mala conciencia, que Pes
soa no relacione esa casual invitación a publicar con la pro
puesta previa de que lo presentara a un concurso, convocado
para libros que exaltaran el nacionalismo portugués. Quizá
esta convocatoria fue el desencadenante práctico3; en todo
caso, no se debió a una razón interna del propio libro o de
su obra que lo eligiera como tardío estreno editorial.
En segundo lugar y desde la perspectiva del autor, no deja
de percibirse un desajuste entre este desarrollo de los hechos y
la minuciosa forma, casi maniática, en que concebía Pessoa
todos sus proyectos, hasta el punto de nunca llegar a cerrarlos.
El inacabamiento de sus textos y su privacidad son constituti
2
3
Fernando Pessoa, Teoría poética, ed. eit., p. !8",.
Obtuvo finalmente el segundo premio —el primero para libros más
breves—, que también conllevaba la publicación.
vos de su escritura, vista en conjunto y desde ahora. Parece que
motivo principal del malestar sería la discordancia entre la
publicación de Mensaje y su poética de lo múltiple, el rechazo
que siempre había sentido a que una sola poética, unitaria,
pudiera tomarse como la suya personal: «Guando a veces
pensaba en el orden de una futura publicación de mis obras
—sigue diciendo en la carta—, nunca un libro del género de
Mensagem había figurado en primer lugar. Dudaba si debía
comenzar por un libro de versos grande —un libro de unas
350 páginas— englobando varias subpersonalidades de Fer
nando Pessoa...».
Y eso le lleva a reconocer, después del ini
cio ya citado, un déficit evidente: «Soy de hecho un naciona
lista místico, un sebastianista racional. Pero soy aparte y hasta
en contradicción con esto, muchas otras cosas. Y esas cosas,
por la misma naturaleza del libro, Mensagem no las incluye».
Se entiende bien que este resultara el modo menos pre
visible, para él mismo, de empezar la publicación de sus tex
tos, aunque no fuera consciente de la cercanía de la muerte
y, en esa medida, confiara aún en tener ocasión de dar una
imagen más completa de sí —por eso, el razonamiento que
traslada a Casais Monteiro continúa con el recuento de los
proyectos inmediatos—. Llevaba ya muchos años pensando
cómo resolver el tránsito desde las revistas y periódicos al
libro, y cómo debían articularse sus distintas poéticas para
que la posible obra impresa asumiera la pluralidad. Y no
actuó así: el cierre estructural de Mensaje apuntaba en direc
ción opuesta. Intentó argumentar en su defensa, pese a todo,
con una tercera justificación: «Estoy de acuerdo con usted,
dije, en que no fue feliz el estreno que de mí mismo hice con
la publicación de Mensagem.
Pero estoy también de acuerdo
con el hecho de que fue el mejor estreno que podía hacer.
Precisamente porque esta faceta —en cierto modo secunda
ria— de mi personalidad no había sido nunca suficiente
mente manifestada en mis colaboraciones en revistas»' .
4
8
El argumento no respondía del todo a la verdad. Una revista había
publicado en 1922 Mar Portugués, la segunda sección del libro y un
tercio de él en extensión.
MÍGUEt CASADO
Las distintas poéticas que integran la obra de Pessoa
mantienen una continua discusión entre sí, confrontando
sus concepciones del mundo o proponiendo fórmulas lin
güísticas y estructurales muy diferentes. Pero me atrevería a
decir que la forma en que, en distintos lugares de la obra, se
rechazan rasgos o posiciones contenidos en Mensaje, más que
del orden de este tipo de divergencias, es del orden de la des
calificación.
Me limito a poner tres ejemplos, para subrayar
lo aislado de este libro y el tipo de malestar que lo acompaña.
En un poema firmado por Alvaro de Campos, significativo
por su anotación manuscrita: «El inicio de Alvaro de Cam
pos» (el poema parece ser tardío, y falsa, pues, su datación,
pero con la evidente idea de dotar al personaje de unas raíces
que lo definan), se lee esta exclamación: «¡Tan poco herál
dica la vida!»0; como veremos, la heráldica es motivo sobre el
que se articula, en buena medida, la estructura de Mensaje.
No
es la única expresión de distancia de Alvaro de Campos;
podría citarse también su escepticismo específico respecto a
los viajes a Oriente, que habían sido el núcleo de la epopeya
de los descubrimientos; así, los versos de Opiario, el p
gran poema con su firma: «Mas yo busco en el opi
consuela / un Oriente al oriente del O riente»6, o, de
más trivial, «M e parece que no vale la pena / ir hasta Oj.
y ver la India y China»7.
La segunda muestra de desacuerdo la tomo de la conti
nuada defensa del paganismo que hace Ricardo Reis y la
dureza de los ataques al cristianismo que van inscritos en ella
—igual que en los textos en prosa firmados por Antonio
Mora, el doble filosófico de Reis—; frente a ello, la ya citada
confesionalidad católica de Mensaje y un providencialismo que
convierte a Dios en factor determinante del proyecto nacio
nal portugués. Y quizá el tercer ejemplo sea el más fuerte,
5
6
7
Fernando Pessoa, Poesía III.
Los poemas de Alvaro de Campos, I. Edición de
Juan. Barjayjuana Inarejos. Madrid, Abada, 2012, p. 59
Ibídem, p. 77
Ibídem, p. 8l.
porque lo pone el poema «Elegía en la sombra», escrito
solo medio año más tarde de la publicación del libro, en
junio de 1935, y, como este, firmado por Pessoa con su pro-
pió nombre: «Duerme, madre Patria, nula y postergada, / y,
si un sueño te surge de esperanza, / no creas en él, porque
todo es nada, / y nunca viene lo que lia de venir» ; donde se
percibe realmente esta elegía como un anti-Mensaje.
E l m alestar de los lecto res
Algún tipo de malestar, como el compartido por Pessoa con
su corresponsal, seguirá acompañando la fortuna de Mensaje;
será el malestar de los lectores, aunque ya no con las mismas
causas, porque la perspectiva es, obviamente, otra: los lecto
res disponen del resto de la obra de Pessoa, pueden ir cono
ciendo y sopesando las diversas voces que en ella hablan,
contando siempre con su multiplicidad: es inevitable que
unos prefieran a Campos o a Reis, otros a Caeiro o al ortónimo
Pessoa; no se puede quizá disfrutar por igual todas las poéti
cas, aun admirando el conjunto.
Creo que el malestar de los
lectores ante Mensaje se relaciona con una de estas dos causas o
con ambas: con la apuesta ideológica por un nacionalismo de
corte tradicional y teocrático, por una parte, y, por otra, con
los efectos, en la lengua y el mundo del libro, de un trabajo
estructural de cierre, sin precedentes en Pessoa. Merece la
pena detenerse primero en un punto y luego en el otro, para
ir, con esta guía, entrando más en materia.
a )
M alestar po lítico
Entre la infinidad de los escritos inéditos de Pessoa, de sus
hojas de prosa inacabadas, abandonadas y luego reanudadas
en otro punto, proliferan y casi predominan los de inten
8
Fernando Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos. Edición de José Augusto
Seabra (coord.). Madrid, A LLC A XX y Editorial Universitaria de
Chile, 1997» p- 106 (la traducción es mía).
ción política, mezclándose esas notas nunca publicadas con
los textos dados a la prensa. A lo largo de toda su vida, Pessoa
fue tomando posición de forma pública sobre cuestiones
políticas, tanto de actualidad como de mayor calado ideoló
gico; en la pequeña parte de los escritos que fue publicando,
los de enfoque político ocupan sin duda un lugar proporcio
nalmente destacado. El conjunto y, en particular, los inédi
tos muestran —como señala González Varela, autor de una
amplia antología— «a un Pessoa hiperpolítico, tribuno,
sociólogo, profeta, incluso historiador en ciernes. La hybris
política latía en sus venas»9, e incluso se creería que; «El trait
d’union entre el poeta y el pensador político es lo que nos per
mite descifrar el pathos de Pessoa»10,
De una primera aproximación no se concluye, sin
embargo, que tan constante inquietud política haya generado
una línea de pensamiento única y coherente; es cierto que
los textos tienden en general a un aristocratismo que se ante
pone a la igualdad postulada por los principios democráti
cos, tienden a una posición reaccionaria que encajar!' cc <■>
los impulsos antimodernos y autoritarios de cierta de-ecn-
europea del primer tercio del siglo XX. Pero los vaive:
Pessoa en sus tomas de postura ante la actualidad portug^v.»!»
y su disidencia en cuestiones centrales para esta tendencia
política impiden que se le adscriba a ella sin reparo. Por un
lado, alternó varias veces su apoyo a la monarquía o a la
república, encontrando sus argumentos en una casuística
difícil de sistematizar, lo mismo que varió de actitud respecto
a los gobiernos dictatoriales que conoció (Sidónio Paes,
Salazar...); por otro lado, la frecuente condena del catoli
cismo, su orientación racionalista pero no pragmática (y ahí,
quizá, la vinculación con la masonería), o la pasión por la
9
10
Nicolás González Varela, «El pathos de un escritor patriótico»,
introducción a: Fernando Pessoa, Política y profecía (Escritospolíticos ig io-
1935)’ edición de Nicolás González Vareía, Barcelona, Montesinos,
2 013, p. 9.
Ibídem, p. 39.
modernidad que representaba Alvaro de Campos, abren dis
tancias con la derecha tradicional difíciles de suturar. Así, en
ocasiones se declara apasionado nacionalista y en otras afirma
que la única patria que conoce es la lengua portuguesa. Por
eso, cuando Teresa Rita Lopes propone que «el hombre de
acción que Pessoa curiosamente era, cristalizó sus impulsos
en el pequeño cofre de Mensaje» 11, cuesta asumir que el libro
pueda jugar ese papel en un conjunto que no parece admitir
síntesis, sino más bien apertura y dispersión de líneas.
Quizá sea el deseo de dibujar con precisión una volun
tad política tan variable, de encontrar un punto quieto entre
las dudas que suscita, lo que lleva a atribuir a Mensaje este
peso. En esa línea iría la interpretación de Judith Balso.-
« Mensagem dispone una especie de 'cifra’ de Portugal. Y este
libro no puede ser leído más que en el modo de un descifra
miento, a cuyo término la esencia de lo nacional que con
tiene, resultará o bien descubierta, o bien irremediable
mente fallida»12. No sé si hablar de un tipo de desciframiento
que hace depender de él el destino de lo nacional no obs
truye la lectura que todo libro de poemas espera; en todo caso,
la propuesta de Balso, pese a su dramatismo, contiene ele
mentos que relativizan la función condensadora, de formu
lación de un programa político, que parece concederse a
Mensaje.
Sus palabras sugieren que no se trataría propiamente
de un ejercicio de exaltación nacionalista —como requerían
las bases del consabido concurso—, sino de una búsqueda de
otra clase, quizá metafísica («la esencia»), y que, además, su
enfoque no es unívoco, ofrece elección, un camino bifur
cado; aunque uno de sus términos esté marcado como un
logro, y el otro, por el contrario, como un fracaso, la doble
posibilidad está ahí, lo negativo asoma también como posible
destino.-II
12
Teresa Rita Lopes, <>: da cuenta en principio de cómo Dios eligió a
un portugués para asumir un destino que abocaba al mar y al
futuro, y que llegaría a ser destino de la nación; pero la con
sumación de este designio quedó a medias: se cumplió la
parte que conducía al mar, el imperio se hizo, y luego se des
hizo : «¡ Falta, Señor, cumplirse Portugal!»10.
De este modo,
según el texto, Portugal logró un sentido, asumió su respon
sabilidad en la empresa humana común, pero no supo o no
pudo, en el curso de esta acción, hacerse a sí mismo. Obtuvo
identidad, pero no retuvo su ser. Mensaje daría cuenta, así, de
un destino colmado primero y frustrado después, y de un
subsiguiente estado de postración; es cierto que habla poco
de la parte negativa del balance, pero hace pesar ese silencio
de forma decisiva. En el poema «Niebla», además de refe
rirse a la mañana en que, según el mito, habrá de reaparecer
Don Sebastián, la niebla toma otros dos valores: uno corres
ponde al estado del presente —«Niebla eres hoy, Portugal»—;
el otro, a lo etéreo del proyecto colectivo y de la esperanza, a
su inconsistencia: «Nadie sabe lo que quiere. / Nadie sabe
qué alma tiene, / ni sabe qué es bien ni mal. / [...] / Todo es
incierto y postrero. / Todo suelto, nada entero». La con
ciencia, la fuerza de la crítica negativa es lo que abre la posi
bilidad del futuro. Y la descripción del estado de la nación,
la discrepancia con él, impide pensar que el poeta escriba en
apoyo de ningún régimen o propuesta política actual; solo
queda la energía que nace de un deseo contiguo a la desespe
ración. Y es ese deseo el que explica que, en tal punto de
pérdida, Pessoa dé un giro sorprendente y decida que,
puesto que todo es niebla, es ya el momento que el mito pre
veía; precisamente «¡Es la H ora!».
15
Todas las citas de Mensaje están tomadas de la presente edición.
Por tanto, las posibles causas de un malestar político se dilu
yen en la apertura del planteamiento pessoano que, por otro
lado, parece movido más por una lógica personal que por
razones ideológicas.
Quizá esto se perciba observando el
lugar que ocupa OsLusiadas en el libro. Salvo el sebastianismo,
que no podía estar aún en el poema de Camoes por obvias
razones cronológicas (se publicó seis años antes de la desapa
rición del rey), hay una notable coincidencia en el recorrido
histórico de ambas obras y, sin embargo, Mensaje no tace
mención de ello; no se incorpora Camoes a la galería de los
héroes, aunque esta incluye figuras de escritores menos con
sagrados, como las de Bandarra o Antonio Vieira. Y no
puede haber desconocimiento por parte de Pessoa, que en
diversas ocasiones, anunció la llegada de un supra Camoes; no
hay desconocimiento, sino intención.
Con Os Lusiadas coin
cide Mensaje en el recorrido por la constitución de la nacio
nalidad, en su inventario de personajes históricos, en la epo
peya de los navegantes y descubridores, en la médula religiosa
de la empresa, en múltiples motivos y escenas. Pero, aparte
de no nombrarlo, hay signos de evidente distancia, como la
casi completa impugnación del depósito mítico gr
del que Camoes se nutría hasta el punto de interc
siones de ese origen y quebrar el hilo épico; ei
huella de este fondo es mínima y se limita a la figu
de Ulises y un par de alusiones sueltas.
Eduardo Lourenco ha definido el libro de Pessoa corno
un «anti-Lusiadas»: con Camoes llevaría a cabo Pessoa una
«tachadura freudiana que constituye el centro hueco de la
estructura textual y mítica de Mensaje » .
Sin duda es así,
como parte de una extraña rivalidad histórica, del ánimo
competitivo que parecía mover el impulso de escritor de Pes
soa. Pero también porque el patronazgo de Camoes le habría
quitado flexibilidad para introducir los toques personales
16
Diversos estudios de Eduardo Lourenco, citados por María Helena
da Rocha Pereira, «Ulysses e a Mensagem^, en Fernando Pessoa,
Mensogem. Poemas esotéricos, ed. cit., p. 309.
que hacen de su libro escritura y no un tratado histórico ni un
programa político.
La asociación mundo clásico-cristia-
nismo de Os Lusiadas seguramente le repugnaba, por el lugar
que guardaba su pensamiento para el paganismo, y porque
además lo católico adquiría en Camoes notable rigidez; la
forma narrativa y el frecuente juego de buenos y malos, de
héroes nobles y dañinos infieles, se oponían al análisis con
ceptual que Pessoa iba a proponer, como forma coherente
con su proyecto y compatible con su personalidad.
Si debía
apoyarse por una vez en la raíz cristiana de la nación, le era
preciso dotarla de un carácter espiritual asociado a un des
tino, y no cabía construir la utopía sebastianista del «Q uinto
Imperio» con los materiales de la conquista. Sí, la querencia
de desplazar a Camoes del pedestal, pero sobre todo las exi
gencias de su propia escritura, el trazado —tan minucioso y
pensado siempre— de su poética. Abrirse a un espacio que no
esté condicionado ideológicamente, moverse en él con ener
gía poética.
b ) M alestar poético
Me referí antes a una segunda causa del malestar del lector:
los efectos en el libro, en su lengua y mundo, de un trabajo
estructural de cierre, único en la obra de Pessoa, impuesto en
buena medida por las exigencias de la publicación.
Así, con la
sintaxis cultista y los esquemas estróficos se da cuerpo a un
conjunto de materiales de variada procedencia. Si, por
supuesto, dominan los de carácter histórico, vienen a
sumarse a ellos otros innumerables, como los que tienen ori
gen en la mitología artúrica —que trataría de reforzar el relato
sebastianista, por sus coincidencias con la historia del Grial,
también de pérdida y esperanza de reencuentro, o el papel de
la niebla en los ciclos celtas— o las alusiones al mundo ocul
tista, sus símbolos y corrientes, como ocurre en «El Encu
bierto», poema en el que se superponen la rosa y la cruz
—rosacruz literalmente. Todo parece caber en el libro —así,
Angel Crespo recordó la relación mítica de Orfeo, título de
la ya lejana revista, con los navegantes, o las resonancias del
LíberNumerorum de San Isidoro'"7— que, siendo un espacio sin
crético, ofrece una tersa superficie de lengua.
Uno de los
mejores ejemplos de la diversidad de referencias que fluye en
un solo cauce es «O mostrengo», el poema sobre el mons
truo que acecha en el fin de los mares, donde se funden el
gigante Adamastor —que Camóes encontró en fuentes anti
guas y contemporáneas—, la peripecia histórica de Bartolo-
meu Dias —que solo al tercer intento consiguió doblar el lla
mado Cabo de las Tormentas, en el confín austral de Africa—
y el eco de algún pasaje de la Balada del Viejo Marinero, de Gole-
ridge, sobre todo en la figura del homem do Ieme [el timonel].
Todo está ahí, todo actúa, pero el poema lo marca el pulso de
Pessoa, con sus recurrencias solemnes, en las que caben tanto
lo grotesco del monstruo —tan «rom o» que se echa a rodar
por tres veces— como la emoción épica ante el destino que
asume la forma de una obstinada obediencia —también tres
veces sometida a prueba—; el ritmo del poema mece en sus
olas ambas formas del absurdo.
Consciente de este minucioso trabajo, Román Jakobson,
uno de los ilustres precursores de la difusión internacional de
Pessoa, basaba de modo preferente en Mensaje su juicic
el poeta; el ensayo que firmó en 1968 con Luciana Stej
Picchio proponía: «Pessoa debe ser incluido entre los j
des poetas de la 'estructuración’» 1 . Y este chocante diagnós
tico, aplicado a quien subrayó entre sus opciones de escritura
el inacabamiento y la dispersión, se apoya en una categoría
usada por el propio poeta; según él, los así definidos serían
capaces de una mayor complejidad, «porque expresan cons
truyendo, arquitecturando, estructurando » 19, y apuntan de
17
18
19
Ver la extensa introducción en Fernando Pessoa,
El poeta es un fingidor
(Antologíapoética), edición de Angel Crespo, Madrid, Austral, 1982.
Román Jakobson y Luciana Stegagno-Picchio, «Los oxímoros dia
lécticos de Fernando Pessoa», en Román Jakobson, Ensayos de poética,
traducción de Juan Almela, Madrid, Fondo de Cultura Económica,
1977, P. 236.
Citado por Jakobson y Stegagno-Picchio, que lo toman de una carta
a Francisco Costa, escrita en agosto de 1925*
ese modo una tendencia a la universalidad, a lo que se mani
fiesta al margen de accidentes. En el desarrollo de este crite
rio, el ensayo de Jakobson estudia, por ejemplo, las frecuen
cias vocálicas y su sistema de aparición, inaugurando los muy
numerosos trabajos que se ocupan de establecer armonías
cuantitativas, claves numerológicas, etc. Mensaje quedaría, así,
justificado como una labor ejemplar de orfebrería lingüís
tica, como un tejido extremadamente cuidadoso y complejo
de relaciones, proporciones o simetrías. Pessoa mismo, en
una suerte de iluminación estructuradora, llega a incluirlo
todo --aún en la carta a Gasais Monteiro— en un efecto de
trascendencia que lo desborda: «Lo que hice por causalidad
y se completó en conversaciones fue exactamente tallado,
con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto».
Hay, por tanto, muchos hilos de los que es posible
tirar; me limito a un solo ejemplo de la crítica que se mueve
en esta órbita de una «poesía de la estructura». Mensaje se
abre con un epígrafe en latín, como luego ocurre con fór
mulas latinas más breves en cada una de las secciones:
«Benedictus dominus deus noster qui dedit nobis signum»
[Bendito el señor nuestro dios que nos dio enseña]: la invo
cación religiosa en latín, la acción divina de conceder signum,
las formas (nobis, noster) de un nosotros que sitúa las coordena
das del mensaje más allá de lo personal. Como explica Adrien
Roig, el «signum» tendría el sentido de la enseña para el
campo de batalla, lo mismo que el romance brasao [blasón],
que da título a la primera parte del libro.
Blasón concedido
por Dios a una comunidad que pronto se identifica con
Portugal. El desarrollo se va dividiendo en secciones que
corresponden a los distintos campos del escudo de Portugal:
los castillos, las quinas, etc. Hay en todo ello un sabor
medieval y, también, la alusión permanente a la interven
ción divina y a los mitos nacionales.
Tanto los castillos como las quinas remiten a la batalla de
. Ourique, ganada a los musulmanes en agosto de 1139 por el
primer rey de Portugal, Afonso Henriques, y que abrió la
conquista de Lisboa y de todo el centro del país. Los castillos
son siete, como los reyes moros derrotados20, y las quinas
remiten a la visión de Cristo que tiene el rey en la víspera de
la batalla, en la que le concede como armas sus propias lla
gas21. Adrien Roig piensa que «existen relaciones estrechas
entre la Visión de Don Afonso Henriques, el Epígrafe y los
poemas»2' y, a partir de ahí, estudia la recurrencia de las
palabras clave en las diferentes secciones del libro; y añade
otra hipótesis: Pessoa conoce y tiene en cuenta, siguiéndolo
estructuralmente, el relato (¿original?) en latín de la visión
que, según 1a. tradición, fue encontrado en el monasterio de
.Alcobaja en 1596.
Roig culmina su sugerente trabajo con un
juicio sobre el género del libro: «Esta primera sección hace
recordar, por su naturaleza y estructura, la literatura emble
mática. Se parte de un conjunto dibujado, de un grabado
(en este caso el Blasón de Portugal). Se inscribe debajo una
fórmula, frecuentemente enigmática, lacónica (el Epígrafe
inicial) y se va esclareciendo, en un comentario organizado
(la secuencia de los poemas), explicitando con ejemplos y
autoridades (héroes y soberanos portugueses) el valor y la
significación simbólica de cada uno de los elementos del
grabado»23.
20
21
22
23
Las interpretaciones difieren en algunos detalles. Suele hablarse de
cinco reyes, a los que se sumarían las plazas de Lisboa y Evora ocu
padas después,
Curiosa y emblemática palabra esta de quinas, asumida por el caste
llano. Según la Academia: «Armas de Portugal, que son cinco escu
dos azules puestos en cruz, y en cada escudo cinco dineros en aspa».
Tirso de Molina escribió una obra titulada Las quinas de Portugal: «Las
armas que a Lusitania/otorga mi amor propicio, / en cinco escudos
celestes / han de ser mis llagas cinco; / en forma de cruz se pongan, /
y con ellas, en distinto / campo, los treinta dineros / con que el
pueblo fementido / me compró al. avaro ingrato». También en las
Soledades de Gongora aparecen «las quinas» como metonimia de las
naves portuguesas que cruzan el océano hacia Asia.
Adrien Roig, «Mensagem: Heráldica e poesía», en Fernando Pessoa,
Mensagem, Poemas esotéricos, ed. cit., p. 284- La versión portuguesa del
original francés es de Angela Carvalhas (traduzco del portugués).
ibídem. p, 292.
« Si se atien.de a la perfección externa, esta es su obra
más completa» 24 —decía Octavio Paz, otro de los primeros,
fuera del ámbito lusista, en difundir y valorar la obra de Pes
soa, Pero ¿qué sería la perfección externa en un libro de poe
mas?, ¿se define como externo lo que no se integra en el
cuerpo poético? Es curioso que, mientras en la mayoría de
los libros de Pessoa la atracción por los heterónimos acaba susti
tuyendo con frecuencia la lectura concreta del texto, aquí
llega tal vez al mismo resultado el conjunto de lenguas y sabe
res, el sistema de conexiones y referencias.
Recuerdo ahora
aquella form ulación, quizá discutible pero muy fértil, que
hacía Ferlosio de un «principio de patencia» para la lectura
de poesía. Acogiéndose a la idea de efecto y de unidad de efecto
que desarrolló Poe, piensa que los elementos poéticos son los
que, al margen de su dificultad, están activos ante el lector,
que los percibe en una copresencia mutua, y por eso «lo
accesible únicamente mediante el descifrado carece de exis
tencia literaria, no forma parte de la obra» ' . Sin duda,
extremar tanto la afirmación puede agrietarla; pero algo de
esa índole sucede; quizá ninguna de las tramas que subyacen
al libro contiene las claves de su lengua y su mundo, de su
poética. Y es lo patente en los poemas lo único que, pese a la
costumbre crítica, constituye Mensaje.
Creo que con esto se relaciona el malestar de los lectores,
que quedaría explicado en la misma cita de Octavio Paz ya
comenzada: «Si se atiende a la perfección externa, esta es su
obra más completa. Pero es un libro fabricado, con lo cual
no quiero decir que sea insincero sino que nació de las espe
culaciones y no de las intuiciones del poeta.
[...] Para que los
símbolos lo sean efectivamente es necesario que dejen de
simbolizar, que se vuelvan sensibles, criaturas vivas y no
emblemas de museo. Gomo en toda obra en que interviene
24
25
Octavio Paz, «Fernando Pessoa, el desconocido de sí mismo», en
Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz, 1969, p- 158-159
Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín. Semana Segunda. Madrid,
Nostromo, 1974» P- 126.
más la voluntad que la inspiración, pocos son los poemas de
Mensaje que alcanzan ese estado de gracia que distingue a la
poesía de la bella literatura». El comentario, aunque con
inicial prudencia, resulta contundente; es cierto que implica
cuestiones de poética, sean de época (el ensayo apareció en
1962) o personales, que no parecen obvias (sinceridad,
intuición, símbolo, inspiración), pero es difícil no compar
tir este juicio: la sensación de que el plan pesa sobre el libro
y lo condiciona, de que bastantes poemas han surgido para
cumplir una función sin ser necesarios en sí, sin estar vivos.
El trabajo para cerrar Mensaje supuso una experiencia
única en la vida de Pessoa, una experiencia interesante y ambi
gua, que probablemente suscitó su perplejidad. Es como si la
energía poética, sostenida durante las dos décadas que man
tuvo el proyecto, se hubiera agotado antes de llegar totalmente
a puerto, como si se destensara el poder de concentración de
la lengua y hubiera que recurrir a explícitos mecanismos retó
ricos para rellenar el esquema, produciéndose perceptibles
decaimientos. Es curioso que estos aparezcan a menú ’
poemas dedicados a personajes fundamentales, que limi
el abanico de posibilidades, pues solo cabría hacer su loa
sensación de que el poeta se mueve con más natur
cuando la desgracia se combina con el deber y las valora
se hacen conflictivas. Frente al juicio de Jakobson, parece que
Pessoa es más un poeta del inacabamiento que un poeta de la
estructura, y leer Mensaje lo confirm a; en el espacio informe de
lo abierto sus logros poéticos son extraordinarios, de modo
que situarse en él habría sido, tanto como una elección perso
nal o el fruto de una personalidad inestable y múltiple, una
necesidad interna de su escritura.
Sin embargo, sería injusto con el libro hacer absoluto
un juicio motivado por sus decaimientos; hay amplio margen
en él para percibir el valor y la fuerza de esta lengua de Pes
soa, otra más de sus lenguas.
I I.
La mirada de P o rtu gal
Tras haber intentado evocar algunas condiciones de la recep
ción de Mensaje, percibida como una experiencia de malestar, y
de haber revisado determinadas líneas de articulación del
texto, querría volver sobre mis pasos, retomar la lectura desde
el principio, atendiendo a los tres poemas iniciales del libro,
que seguramente contienen en síntesis lo sustancial del reco
rrido. Después del epígrafe latino, se entra directamente en
la parte dedicada al « Blasón», también con su breve fórmula
latina marcando el comienzo: «Bellum sine bello», «guerra
sin guerra»; tras ella, dos poemas que presentan los compo
nentes básicos del blasón, «los castillos» y «las quinas»;
empieza luego la sección que desarrolla «los castillos», con el
poema dedicado al mítico antepasado, «Ulises». Estos tres
son los que querría releer.
«De los castillos», el primer poema, imagina el mapa
de Europa como una mujer tumbada, que se apoya en los
codos para levantar la cabeza y mirar hacia adelante; los
codos corresponderían a Italia e Inglaterra, mientras «ese
rostro que mira es Portugal». Así, Europa tiene dos funda
mentos; uno que remite a la época clásica («helénicos ojos»,
recordando que buena parte de Italia fue griega antes que
romana) y otro al mundo británico («románticos cabe
llos »), que reúne la modernidad de las pasiones, la libertad
y el progreso.
En términos de Pessoa, un codo sería Reis, y el
otro, Campos; su formación inglesa ahonda y matiza el
aporte clásico, le permite inclinarlo hacia una perspectiva
marina —y universal—, próxima a la identidad portuguesa que
va a elaborar. El movimiento del tiempo y de la cultura con-
cuerdan, en principio, con el dinamismo sugerido por el
mapa, que iría «desde Oriente a Occidente», y ello sitúa a
Portugal en la vanguardia de Occidente, rostro de Europa,
mascarón de proa.
Pero ya un tono decadente, muy art nouveau, perceptible en
la selección léxica, avisaba, también desde el principio, de otra
clase de inquietud temporal; Pessoa lo retoma, hacia el final
del poema, para romper la aparente transparencia del dibujo:
«Con su mirar esfíngico y fatal / ve a Occidente, futuro del
pasado. // Y ese rostro que mira es Portugal». Europa está
mirando, sí, con sus ojos portugueses, hacia el océano que
tiene delante, abarcando en su mirada la epopeya de los des
cubrimientos; sometido, sin embargo, al dilema de la Esfinge
y al dictamen del destino, el sentimiento del tiempo vira, es ya
distinto del progresivo que parecía regir: todo estaba abierto en
un impreciso momento anterior, el gesto del mapa reproduce
su tensión y su energía, pero —«futuro clel pasado»— eso que
era futuro entonces hoy ya se jugó. Y sopesar estas formas de
pasado y de futuro será trabajo del libro.
El segundo poema, «De las quinas», habla con verso
más breve, más sentencioso, fiado a la rotundidad de la rima
para hacerse inapelable.
Si antes se presentaba la comunidad
histórica y política que protagoniza el libro, se suma aquí la
opción por el cristianismo, aunque en el verso inicial estén
todavía (digo todavía, como si se hubieran conservado después
de los escritos de Ricardo Reis y Antonio Mora) « 1c
ses», en plural; pero se nombra a Cristo explícitamer
ofrece duda. Decir Dios es convocar también al destino
que el dios cristiano, en el movimiento doble que lo c
tuye, a la vez lo implica y lo niega: «C on desgracia t ___
vileza / Dios al Cristo definió: / lo opuso a Naturaleza /
cuando como Hijo lo ungió»; en la concepción del hijo
puso el padre componentes naturales («desgracia y vileza» lo
son, como atributos existenciales) y la inmortalidad divina
que se les opone. Lo que sería una definición indiscutible,
por dogmática, cuando se trata de quien es dios y hombre al
mismo tiempo, se convierte en extrañeza conflictiva cuando
heredan esa tensión los hombres solo hombres, y a ello tam
bién alude el poema: «compra gloria la desgracia», «vida
breve y alma vasta».
De este modo, como generando una
serie de oposiciones en torno al mismo núcleo, la religión
supone un impulso del alma hacia su amplitud que a la vez la
empuja al sufrimiento. La infelicidad humana, la lucha con
tra el tiempo, la alternativa de la aceptación, el choque entre
cultura y naturaleza vendrían dados en la opción confesional,
sin que sea preciso explicitarlo apenas. La religión, el destino
marcan una verdad trascendente, pero también establecen los
límites para la existencia y su infinito y doloroso debate.
«Ulises», el último paso de este tríptico inicial, recoge
la leyenda del viejo marinero de la Odisea como fundador
mítico de Lisboa—nombre griego: Olisipo—y, con ella, de
Portugal.
El poema combina de modo brillante un análisis
de lo que sea el mito con la pregunta por la identidad, pues
ambas cosas se hacen de sí y no, de contrarios que en vez de
neutralizarse se impregnan y potencian mutuamente. «El
mito: nada que es todo» resume el carácter del pensamiento
mítico: sin referirse a nada realmente existente, tiene un
poder de explicación y de sentido que puede transformar la
realidad.
Así son los mitos, y la alusión en el poema al sol
como cuerpo muerto de Dios, que remite seguramente al
egipcio Osiris —dios celeste y también de los muertos, tan
presente en las creencias herméticas—, viene a generalizar su
estatuto. Ulises aporta la singularidad de no provenir del
tiempo ahistórico de las mitologías, sino que, en cuanto cre
ación de las letras griegas, nació ya como personaje literario,
permitiendo así a Pessoa situarse en el vacío lógico de la
paradoja: «Este, que hasta aquí llegó, / fue por no ser exis
tiendo. / Sin existir nos bastó. / Por no venir fue viniendo /
y nos creó». Ulises vive en su falta de ser y por ella misma, se
asocia al modelo de identidad que asumió Pessoa y que dio
también a sus personajes-poetas; tiene el mismo modo de
existir que Gaeiro o Campos. Pero, como el poema dice:
«nos creó», los portugueses son hijos de Ulises, herederos
de su condición, y Pessoa traslada como rasgos de la identi
dad patria los que se han ido, a lo largo de su obra, constitu
yendo como identidad personal.
Al final del poema se produce un quiebro que solo indi
rectamente proviene de lo dicho: «Abajo, mitad de nada, /
muere la vida».
El mito, el sol, quedaría en un mundo de
alturas; de la unidad mítica entre nada y todo, a la vida le toca
ría el no; la realidad, la historia, la identidad nacional se fecun
dan y mueven con el poder del mito; la vida humana perma
nece al margen en cuanto hecho concreto y circunstancial.
Aunque Pessoa construye Mensaje con elementos —lengua, cam
pos de sentido, religión— muy distintos de los que usó en la
mayor parte de su poesía, en esto coincide con ella; la elabo
ración de determinadas esferas ideales no altera su saber de la
experiencia de la existencia. Y no le importa entonces forzar
las palabras, y hacer de la realidad— «al fecundarla, la aviva»—
algo que se disocia y opone a la vida —«muere».
Los tres poemas abren, así, los itinerarios del libro.
Lo
colectivo, la identidad colectiva, nacional. La concepción del
tiempo. El cruce entre Dios y destino, el papel del mito y su
traducción existencial. Esta última, siempre, más latente que
manifiesta.
El nosotros aparecía ya en el epígrafe general, y los tres
poemas lo configuran como mirada, como inserción en el
tiempo, como extraño y real nudo de inexistencia. Todo ello
constituye el Portugal de Mensaje, además de la prolongada
reflexión sobre la posibilidad de un proyecto y sobre cuál
sería su carácter: «Portugal, nosotros, poder ser», y uí
más allá: «el desear poder querer», quizá una enumer
o quizá, en cambio, varios infinitivos que se complerr
entre sí, difiriendo el ejercicio del deseo.
En la poesía de Pessoa son infrecuentes los plurales;
recuerdo ahora a los piratas en la «Oda marítima» de Alvaro
de Campos: el plural le servía al personaje para colocarse
fuera y fantasearse como objeto, incapaz de participar en la
acción. Sin embargo, en Mensaje el poeta no trata solo de
esbozar una identidad común, sino que se siente parte de
ella, y es ese sentirse parte lo que conduce a la escritura.
Cabral Martins recuerda que Pessoa propuso una empresa de
«remodelación del subconsciente nacional», o que descri
bió al zapatero y profeta Bandarra como alguien cuya labor
desbordaba lo individual, de modo que su nombre podría
acoger a quienes compartieran su visión26.
Cuando, en el
poema «Noche», un marinero se pierde en el mar y va a
buscarlo un hermano suyo, que se pierde también, y otro
tercero queda a la espera de un permiso del rey para inten
tarlo a su vez, se perfila un sistema de relevos, en que lo per
sonal no cuenta sino como fuerza o energía que suma. Así, el
marino que sujeta el timón ante la amenaza del Monstruo,
encuentra su capacidad de resistencia en un sentirse trascen
dido: «Al timón puesto, yo soy más que yo. / Soy un Pueblo
que quiere el m ar»: la trascendencia encarnada concede
sentido. Elj>o en este caso no es otro, sino un más quejo; no la
disgregación y la pluralidad, sino la concentración, la supe
ración.
Por un momento parecería que esto se separa de las
ideas generales del poeta, quien trató con insistencia de
recordar el vínculo entre la posible identidad portuguesa y la
personal, negada y múltiple, como se veía en «Ulises». Así
lo proponen estas frases de una entrevista de 1923 (reciente
aún la publicación de «Mar portugués»): «¿Q uién, que sea
portugués —se preguntaba Pessoa—, puede vivir la estrechez de
una sola personalidad, de una sola nación, de una sola fe?
¿Qué portugués verdadero puede, por ejemplo, vivir la
estrechez estéril del catolicismo, cuando fuera de él hay que
vivir todos los protestantismos, todos los credos orientales,
todos los paganismos muertos y vivos, fundiéndolos portu
guesamente en el Paganismo superior? [...] Ser todo, de
todas las maneras, porque la verdad no puede estar en que
algo siga faltando» '. Y esa última frase, aplicada aquí a Por
tugal, es la misma que Pessoa suele usar para proponer su
poética de la heteronimia: «Ser todo, de todas las mane
ras».
También, en el poema sobre Bandarra, hay pasajes en
que ambas identidades se comunican: «Soñó, anónimo y
disperso, / el Imperio por Dios visto, / confuso cual Uni
verso / y plebeyo como Cristo»; en estos cuatro adjetivos tan
pessoanos —anónimo, disperso, confuso, plebeyo—la dispersión
de la identidad y la anónima falta de relieve del individuo que
se entrega a una empresa de signo comunitario contagian de
imprecisión el proyecto nacional; adjetivos móviles, impuros
y .mezclados en sí cada uno, donde tanto lo personal como lo
común solo parpadean como ausencia.
Observa José Augusto
Seabra que, sobre todo en «M ar portugués», la combina
ción de las perspectivas de primera, segunda y tercera per
sona aporta «densidad poética» y permite que se entrelacen
los géneros épico, lírico y dramático28; encuentra, pues,
otras formas de dispersión a través del perspectivismo: apenas
hay textos de Mensaje en que la voz poética se sienta como de
un sujeto; actúa, más bien, una impersonalidad gnómica o
una cesión de palabra a alguien que no llega a ser personaje,
sino una especie de modelo o tipo: todas las personas grama
ticales —añadamos el nosotros— para no nombrar a nadie, para
reducir a los individuos al cauce de un proyecto.
La latencia de la cuestión existencial y la dispersión de la
identidad, por tanto, forman parte del mundo de Mensaje,
como del resto de la poesía de Pessoa. Pero no se sitúan, en
primer plano; la forma dominante en el libro es la anulación
de lo personal. La composición de los textos, las opciones
concretas de escritura levantan un sistema pensado para
generalizar, trascender, idealizar, superar las perspectivas
individuales y actuales.
No importa que haya numerosos
poemas; especialmente los de «Blasón», con un protago
nista concreto: el retrato del personaje no suele contener
elementos narrativos, sino que lo orienta una voluntad de
definir, de extraer aquel valor o concepto que el héroe
pueda, en cada caso, representar o aportar al curso de la his
toria colectiva: «M i deber me hizo, como Dios al mundo. /
[...] Contra el Destino cumplí mi deber. / ¿Inútilm ente?
No, pues lo cumplí» («Don Duarte, rey de Portugal»); no
28 José Augusto Seabra, «O arquitexto da Mensagem», en Fernando
Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos, ed, cit., p. 2 4 3
cambia, pues, la función del texto cuando se adopta la pri
mera persona, que suele tomar la forma de un autoanálisis o
monólogo dramático, algo como un examen postumo de
conciencia, que acercaría el pensamiento de los muertos, el
más ajeno a circunstancias.
Este enfoque de las historias individuales se engrana en
el plan de conjunto —ideológico, doctrinal—, que se va dispo
niendo como mapa conceptual perfectamente articulado.
«Todas las naciones son misterios. / Un mundo entero es
cada nación»: desvelar este misterio exige un tipo de com
prensión para el que no importan tanto los nombres y las
peripecias de los personajes, como la búsqueda en cada caso
—como se ha dicho— de una fórmula, de una esencia. De este
modo, alcanzar el núcleo de lo nacional no será distinto de
acceder a lo universal —y no en vano está detrás el irreducti
ble cosmopolitismo de Pessoa, por más que se revista con la
apariencia de lo local—: «Solo dos naciones —la Grecia de
antaño y el Portugal de mañana— han recibido de los dioses
el don de ser no solo ellas mismas sino también todas las
demás»*9.
La empresa de Magallanes, su vuelta al mundo, es
una empresa de conocimiento, un empeño de signo prome-
teico, que lleva a los titanes —defensores del privilegio de los
dioses, ejercido a través del oscurantismo y la ignorancia— a
celebrar con danzas su muerte.
En consecuencia, el trayecto de cada persona, por
valioso que pudiera haber sido, desde esta perspectiva resulta
insignificante. De ese Viriato, pionero, que habría creado el
marco en que Portugal pudo hacerse, se concluye: «Tu ser es
como la fría / luz de antes de madrugada, / que es ya un ir a
abrirse el día / albeando confusa nada» —donde prevalece
una plástica imagen de la falta de consistencia sobre la posible
intuición de un comienzo. La galería de los héroes parece
entonces perder su singularidad, como si el transcurso histó
29
De una entrevista de 1923, citada en Robert Bréchon, Extraño extran
jero. Una biografía de Fernando Pessoa. Traducción de Blas Matamoros.
Madrid, Alianza, 1999, P- 4 1?
rico tendiera a abstraerse en una metafísica.
El tratamiento
del tiempo o el análisis de 1a. relación entre destino y azar son
formas de este proceso. Así, las contradicciones entre la
«vida breve» y el «alma vasta», pueden obviarse con distin
tos procedimientos para suspender el curso temporal ordina
rio y, con él, los efectos del tiempo en lo personal y existen -
cial. Guando la nave de Don Sebastián se pierde, lleva el
pendón del imperio, y, cuando el rey vuelva, será en la misma
nave, llevará el mismo pendón; un paréntesis de irrelevantes
siglos, repletos de acontecimientos, que se darán por no
transcurridos. Así, la intervención del azar se inscribe
—«todo comienzo es involuntario. / Dios, el agente»— no
entre las fragilidades individuales, sino en el diseño de con
ju nto; Dios integra el azar de los individuos en el destino,
identificado con su plan: es la maternidad de una mujer la
que aporta el héroe «al que, imprevisto, Dios predestinó». Y
más se refuerza el efecto cuanto más débil parece la parte
humana: «No fue ni santo ni héroe, / mas Dios le dio Su
señal», «Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace». ~
esta vía, el cristianismo asume un papel clave en la co:
ción de la identidad, como si, en la diversidad pessoana
una de sus poéticas se constituyera en torno a una ieiea cíe
Dios.
En un escenario que reúne identidad colectiva («fue
Dios el alma y Portugal el cuerpo / cuya mano guiaría al
Occidente»), detención del tiempo personal y una moral de
la aceptación, todo parece, por tanto, neutralizado en la
empresa común, bajo la dirección divina. Pero, si se acerca la
mirada, hay momentos en que deja de percibirse una sola
tonalidad en todo y se trasluce lo que quedó postergado, se
toma conciencia de lo que latía por detrás. Y esto ayuda a
entender mejor la lógica de este proyecto de escritura, repo
niendo en la escena las fuerzas negativas que trataban de
omitirse.
Visto así, es notable la frecuencia con que en la trayecto
ria histórica de los protagonistas de Mensaje se impuso la des
gracia, sin que, en cambio, el concepto deducido por el
poema se haga sensible a ello.
No es solo que el poema no sea
propiamente narrativo ni incluya elementos de anécdota,
sino que lo biográfico se escamotea por completo en nume
rosos casos, sin siquiera dedicarle una atención indirecta,
«Doña Teresa» fue derrocada con las armas por su hijo,
Afonso Henriques, y murió en prisión; el poema cifra su
figura en la maternidad de un héroe fundador —ese mismo
hijo— que, de acuerdo con el plan general, parece quedar
disponible para reactivarse, si fuera necesario, a lo largo de
los siglos. Don Duarte, después de ser derrotado ante Tán
ger, murió en Lisboa a causa de la peste; el poema encuentra
en él una filosofía del deber. El infante Don Fernando fue
apresado, en la misma fracasada expedición, cuando tenía
quince años, y murió sin salir de la prisión de Fez; el poema
se centra en la consagración recibida de mano divina y en
una fiebre de trascendencia al borde de la locura.
Y Bartolo -
meu Dias, «el Capitán del Fin», yace en una playa próxima
a ese cabo extremo recién superado; una de las tormentas
inmediatas a la hazaña acabó con él, cuya aportación había
sido la doma de lo misterioso: «Dobló el Asombro. / Mar
solo es mar».
No es preciso seguir enumerando, basta esto para mos
trar el propósito de Pessoa en su tarea de abstracción, pero
también lo que no queda del todo oculto por ella. En boca
del desdichado Don Duarte se lee: «En mi tristeza firme, así
viví» —y el dato emocional, subjetivo, pone espesor en el fino
trazo de los valores, decolora en sombra su espacio ideal. Y se
sigue leyendo entonces: el mar es salado por las lágrimas
portuguesas, «quien quiera ir allende Bojador / ha de pasar
allende del dolor». O, en uno de los momentos más altos de
ensoñación del «Quinto Imperio», cuando se lo asocia a
una victoria del alma sobre el poder del tiempo, se filtra esta
pequeña sentencia: «ser descontento es ser hombre».
Men
saje se resiste a ser epopeya, eludiendo los hechos y el flujo
narrativo, y se encuentra siendo elegía, seguramente sin
haberlo pretendido. La preferencia del poeta por los casos
desdichados, aun idealizándolos, el modo en que deja entre
ver los factores negativos que los rodean, ensordece su labor
programática, perturba con su eco la claridad de sonido del
mensaje.
Y hasta tal punto ocurre así que, en el flujo de detalles
postergados, los requisitos para participar en el proyecto
colectivo —la moral de la aceptación tomada como actitud
vital— parecen endurecer su exigencia en una línea que Pes
soa ya había perfilado: «Realicemos en nuestra alma la lle
gada de Don Sebastián, [...] obra pagana, obra antihumani-
taria, obra de trascendencia y de elevación, hecha a través de
aquella crueldad para con nosotros mismos que el espíritu de
Nietzsche, en un momento lúcido, vio como base de todo
sentimiento de imperio » 3°.
La formulación de opuestos
para impedir la síntesis de sus poéticas y hacer más percepti
ble la apuesta pluralista abre, en ocasiones, canales de comu
nicación como este, en el que cabe reconocer la misma raíz
que alimentaba los brotes del impulso masoquista en Alvaro
de Campos. En el recorrido por la desdicha, en el intento de
obviarla en aras de un proyecto superior, vuelven a coincidir,
pues, lo personal y lo colectivo, como entiende Eduardo
Lourenfo: «El sentido mítico y místico de la vida de P
figurado y confundido con el destino de un pueblo 'cr
que, como el Salvador, no debió su elección sino al
miento y a la humillación con que Dios, enigmáticamej
distinguió » 3’. Es la misma lógica de aquella sentencia:
«Abajo, mitad de nada, / muere la vida».
El trabajo de abstracción con su designio esencialista, el
propósito de trascender las negaciones existenciales, solo en
apariencia había borrado la huella del sufrimiento, que acaba
saliendo a flote, ocupando su lugar. Quizá el verdadero pro
yecto de Pessoa, el sentido de esta formalizada guerra sin guerra,
30
31
Fragmento inédito sin fechar, en Fernando Pessoa, Políticaj>profecía,
ed. cit., p. 128.
Eduardo Louren^o, «Sueño de imperio e imperio de sueño», en
Fernando Pessoa, Mensaje, traducción de Jesús Munárriz, Madrid,
Hiperión, 2014 (4a ed.), p. 19.
vaya, de la mano de Ulises, en una dirección distinta de esos
dos movimientos —abstraer, testimoniar— entre sí opuestos:
construir un planteamiento radical de irrealidad y hacer que
llegue a manifestarse como propuesta política. Así, aquellos
gerundios que extendían la duración sin límite de lo que no
es: «Este, que hasta aquí llegó, / fue por no ser existiendo»,
«por no venir fue viniendo / y nos creó»; una vida que
pueda ser considerada como auténtica vida se daría en ese
lugar de irrealidad o de existencia paralela. Si se leyera de
este modo la mítica fundación de la identidad, quedaría todo
situado del lado del sueño, ese escenario tan pessoano del
deseo y de la creación de mundos. El sueño es quizá el nudo
de conexión más abarcador de toda su obra. Ya en 1912 había
parafraseado Pessoa una célebre frase de Shakespeare, apli
cándola a las naves que partieron hacia la India y que se
habrían construido «de aquello con que los sueños están
hechos».
No será entonces extraño —piensa Gabral Martins—
que «se pueda formular como programa para Portugal una
encarnación colectiva del sueño» . Es la médula del sebas
tianismo de Mensaje.
Aunque su presencia se dé sobre todo en la tercera
parte, «El Encubierto», el sueño nutre una corriente que
fluye a lo largo del libro. Quizá el poema más característico
de cómo subyace a todo sea el dedicado a Don Denís, el rey
poeta, que evoca su capacidad para dar voz a un anhelo
oscuro de no se sabía aún qué: puede escuchar en el habla de
los pinares, en «la voz de la tierra», los sonidos de un «m ar
futuro», de un ansia de mar. La voz de los árboles o de la
tierra nombraría un tipo de vibración del mundo en la que
se abre la posibilidad de un sueño generador; las ondulacio
nes del trigo, el «rum or de pinos» traen, en versos de tierra
adentro, un «oleaje oscuro» en el que ya bulle otro tiempo.
Es también el modo de Bandarra, actor por excelencia del
sueño profético, que desde la aparente modestia de sus cua
lidades —anónimo, disperso, confuso, plebeyo— fue capaz de
aportar una sensibilidad y un pensamiento mesiánicos, para
que prendieran en el alma del pueblo, aun antes de que Don
Sebastián desapareciera. Y es igualmente el lugar de este
libro, de Mensaje, tal como expone en su lectura Finazzi - Agro;
según él, Pessoa disfraza de mito el propio discurso, la pala-
bra, dándole en ella nombre y existencia, «contra la intangi-
bilidad ideal del Todo y la tangibilidad física de la Nada.
Un
nombre y una existencia que solamente la escritura —ese
pórtico roto a lo Imposible’, esa conjunción enigmática de
cosas improbables— llega de modo provisional a realizar. El
Mensaje de Pessoa habla, en fin, del propio mensaje, es decir
que remite únicamente a sí mismo y a la dimensión virtual
(mezcla de imposibilidad y de historia) que instituye»3'1;
«dim ensión virtual», «conjunción enigmática de cosas
improbables», que tejen la escritura y el sueño, la utopía de
ambas, su no lugar.
El sueño es, así, vida en la irrealidad, lo que está y no está.
En el poema «Oración», donde habla el nosotros de Portugal,
y se trata de mantener viva la esperanza en el largo tiempo de la
espera, se recurre a la metáfora de la brasa, de la llama que está
oculta y siempre el viento puede reavivar; se concluir
embargo: «Pero la llama, que la vida crea, / si es que ha
aún, no se termina»: la duda absoluta crece en el cen!
afirm ación tan rotunda, tan llena de fe. Porque el sueño es
vida extrema y, a la vez, oscura inconsistencia, virtualidad que
no puede atraparse, ni ella procurarse materia.
Hay dos
expresivos poemas, recorridos por el soplo del relato fantás
tico, por el parpadeo luminoso y sombrío de los viejos cuen
tos infantiles, que dan cuenta de este carácter del sueño: se oye
en el primero una voz que habla, que dice algo, y que calla de
inmediato si alguien acierta a escucharla; nunca podría ofre
cer un diálogo, se limita a portar su anuncio incomprensible,
33
Ettore Finazzí-Agrd, « L ’impossible et Tliistoire. Une iecture du
Message de Fernando Pessoa», en Colloque de Cerisy, Pessoa —Unité,
Dioersité, Obliquilé—, édition de Pascal Dethurens et Maria-Alzira Seixo,
París, Chistian Bourgois Ed., 2000, p. 523 (la traducción es mía).
oculto entre los márgenes del sueño: «Mas, si vamos desper
tando, / la voz calla y solo hay mar». En el otro poema, se oye
cómo rompe el mar en una playa, pero la isla a la que tendría
esta que pertenecer no puede verse: «¿Q ué nao, qué armada,
qué flota / puede el camino encontrar / de playa en que el mar
embiste, / si a la vista solo hay m ar?» Mundo paralelo, con
algo del hechizo, de los encantamientos de los viejos relatos
artúricos, el sueño ofrece una salvación que de él, sin
embargo, no puede extraerse.
En la «Elegía en la sombra», intermedia —como dije—
entre la publicación de Mensaje y la muerte de Pessoa, se leía:
«Nos pesan el pasado y el futuro. / Duerme en nosotros el
presente. Y soñando / el alma encuentra siempre el mismo
muro». Límite del sueño, límite de la realidad. Pero, cuando
acaba la tercera parte y el poeta va a despedir el libro con otra
fórmula latina, elige decir: «Válete, fratres», atreviéndose a
usar, aunque sea en otra lengua, fratres, una palabra de her
mandad, que parece impregnarle de una nostalgia de lo colec
tivo, el nosotros que tal vez en el sueño pudo compartir.
El sebastianismo sería, por tanto, un proyecto político
cuyo espacio es el sueño. O el deseo, la energía abierta que
constituye lo utópico. La visión mesiánica de Pessoa con
vierte el regreso de Don Sebastián y el logro de un «Quinto
Imperio» en una empresa espiritual de orden diferente de la
aventura marítima o de una conquista de signo nacionalista;
por eso, la serie de los poetas profetas termina prevaleciendo
sobre la de los héroes guerreros. Tiene su raíz la mitología
del « Quinto Imperio» en el bíblico sueño de Nabucodono-
sor (Libro de Daniel) ; se hace portuguesa en la obra, con raíces
en las dos orillas del Atlántico, de Antonio Vieira, y culmina
en Mensaje: el imperio es un libro, una lectura, un sueño capaz
de transformar el mundo. En una hoja en la que Pessoa
había garabateado distintas posibilidades de entender la cifra
esotérica que sería este título, entre otras hipótesis citaba
unas palabras de la Eneida, «mens agitat molem»34, de las que
34
Virgilio, Eneida, libro VI, verso 727
una simple sincopación obtendría el resultado: mens ag"‘-
em, Mensagem, la mente mueve montañas33.
Teñido de antipragmatismo, de un idealismo que se
hace antipolítico a fuerza de ideal —«después de la conquista
de los mares debe venir la conquista de las almas. El resto (la
felicidad nacional, la buena administración, la libertad, la
lealtad, la honra) no es sino la basura que obstaculiza el
camino de nuestros gestos»36—, el sebastianismo de Pessoa
enlaza con una larguísima y variada tradición. El inventario
se haría prolijo.
Así, en la Edad Media se dio la difundida
creencia de que volvería el rey Arturo para ceñir la corona de
Inglaterra, y ya antes las profecías francas anunciaban la lle
gada de un segundo Garlomagno, que marcaría el fin. de los
tiempos. Guando murió en las cruzadas Balduino de Flan-
des, un ermitaño se hizo pasar por él y se creó el mito del
Emperador Dormido. A punto de ser derrotada la rebelión valen
ciana de las Germanías, surgió una figura carismática, Lo
Encubert, que durante unos meses pareció capaz de darle la
vuelta a la situación de la guerra, aunando las ideas m:
ristas medievales y el mesianismo de los conversos, has1
fue ejecutado en 1522. Bandarra aparece entonces y
recoge el nombre que tomó el rebelde Antonio Navarr
coplas se difundieron de manera vertiginosa y reaparec
en diversas ocasiones a lo largo de los siglos. En el XVII, el
jesuíta Vieira —alternativamente perseguido por la Inquisi
ción y ascendido por las jerarquías romanas, obispo en Bra
sil, prodigioso políglota y pionero de la lingüística indige
nista, utopista visionario— dedicó buena parte de su obra a
elaborar un nuevo sebastianismo y la promesa de un quinto
imperio; con él querrá descubrir «las nuevas regiones y los
nuevos habitantes del segundo hemisferio del tiempo, que
están en las antípodas del pasado»37.
35
Posibles significados de moles, -is, en castellano: mole, masa, multi
tud, dique, máquina de guerra...
36 Fernando Pessoa, Política y profecía, ed. cit., p. 129
37 Robert Bréchon, op. cit., p. 414..
En la tercera parte de Mensaje, la sección interm edia se
titula «Los avisos» y se dedica a conmemorar esta serie pro-
íetica; son tres poemas, los dedicados a Bandarra, a Vieira y
uno último, solo llamado «Tercero»: «M i libro escribo a
duras penas, / casi no alienta mi corazón» —sin nombrarse,
Pessoa ocupa su lugar en la cadena, o mejor, lo ocupa Mensaje,
utopía cristalizada que emite su resplandor hacia dentro. Lo
más sorprendente, y no sé si el poeta llegó a imaginarlo, es
que la tradición no concluye ahí, como si en verdad algo de
la mirada portuguesa se constituyera en ella. Pienso en la
investigación delirante, extraordinaria e insólita prosa, que
María Gabriela Llansol tituló 0 Livro das Comunidades, en 1974,
y por cuyas páginas circula el rebelde utopista Thomas Münt-
zer, llevando bajo el brazo su cabeza decapitada y acompa
ñado en sus viajes por los grandes místicos del XV y el XVI38.
Y también, por supuesto, en la película de Manoel de Oli
ve ir a que, en 1990, obtuvo una mención especial del jurado
del Festival de Gannes, No, o la vanagloria de mandar: durante la
guerra colonial en Africa, un capitán —que había sido antes
historiador— se entretiene contando a sus subordinados epi
sodios de la historia de Portugal, que parecen seguir una vez
más el guión de Camoes (los héroes de la independencia, los
que combatieron a moros y castellanos, los descubridores),
para luego recrear pasajes de Os Lusiadas, y alcanzar la evoca
ción de Don Sebastián; herido en combate, el sencillo y
melancólico profesor muere en un hospital soñando con el
regreso del rey, viéndolo acercarse entre la niebla; el médico
firma el parte de defunción el 25 de abril de 1974- En los
créditos finales, entre los asistentes de producción, aparece
un Fernando Pessoa; no es un nombre tan raro en Portugal,
pero ahí aparece. Sin interpretar, quería solo dejar constan
cia del peculiar seguir que se va hilando entre la melancolía
de las derrotas y el exilio de las victorias.
Y que perfila esa
utopía, que es del sueño y de su propia resistencia.
38
Hay una edición española, junto a otros dos libros de la autora, en:
Maria Gabriela Llansol, Geografía de rebeldes, traducción de Atalaire,
Madrid, Ginca, O¡4 .
Hay otro poema de Mensaje, que sin referirse al Encu
bierto, puede relacionarse con él. Es el dedicado a Magalla
nes. Mientras los titan.es danzan —en la escena citada— para
celebrar una muerte que permitiría a los dioses mantener su
velo sobre el mundo, los supervivientes de la. flota continúan
adelante, y es que «el muerto aún manda en la gran
armada», «pulso sin cuerpo aún el timón gobierna».
La
mente mueve las cosas, en efecto, y la muerte no interrumpe
los proyectos de conocimiento y de liberación.
En esa línea de autonomía espiritual, de variable vínculo
con la figura física de los personajes, con los hechos de los
héroes, puede decir Pessoa que, tras la muerte de Don
Sebastián, «guarda Dios cuerpo y forma del futuro, / mas su
luz lo proyecta, sueño oscuro / y breve». Recluidos en la
limitación del sueño, se anota la idea de que el cuerpo del rey
muerto debe preservarse porque es ia «form a del futuro»,
preservarse, claro, en la desaparición —una tumba no seria lo
mismo—. Las combinaciones de lo físico y lo espiritual,
diversas, confusas en ocasiones, mantienen siempre un
mismo grado de realidad en el habla. Igual que las contradic
ciones que integran el sueño —proyecta/ breve, oscuro/luz—
no lo anulan: «en un mar ya sin tiempo ni espacio, / veo
borrosa tu faz, que al fin, despacio, / torna».
El propio Don Sebastián tendría ya su alma entre sue
ños cuando cayó en la batalla, habría abierto desde antes el
paréntesis, ese tiempo paralizado en que Dios se encarga de
guardar su forma para que, en el momento preciso, pueda
albergar otro acontecimiento: «C on Lo que me soñé, que
eterno dura, / regresaré». Y el anuncio de esa hora es, una y
otra vez, el amparo bajo el que se suspende el principio de
realidad.
La voz de Don Fernando, el desdichado infante, cautivo
desde su adolescencia, asegura que Dios le «consagró en la
honra y la desgracia», y esa elección del destino no opera en el
seno de una mitología heroica, sino en una inclemente aridez:
«en el tiempo en que un frío viento pasa / por la fría tierra».
Es esta la realidad, y su suspensión por el poder del deseo y el
sueño, revela un movimiento que convierte las fuerzas negati
vas en energía de .resistencia y disidencia. Lo que para el
infante supone esa consagración, aun en las peores condicio
nes, es una especie de posesión por el deseo.- «me hace arder
la fiebre, / de gloria el ansia, pues su Nombre sienten / en. mí
vibrar». No tanto a ganar el cielo como a un quieto combate
contra el enemigo, contra la realidad, guerra sin guerra, se dirige
esta pasión extrema, incorporada al sentimiento mismo de
vivir, sustituía casi —en este caso límite— de la propia vida.
.Algo
parecido se dice de aquel tercer hermano, a quien el rey no
autoriza para buscar a los otros dos, desaparecidos, y que vive
por eso en la amargura: «con los ojos fijos de ansia / mirando
a la prohibida azul distancia»; no son el amor ni el sacrificio
ni el objetivo de la salvación su fuerza, sino un deseo absoluto,
una insoportable disconformidad.
Y cada vez que actúa el veto de la realidad —«pero Dios
no permite que partamos»—, surge con más fuerza su
impugnación. Es lo que Mensaje llama locura. No es un rasgo
excéntrico; estar de este modo loco es precisamente la cuali
dad que humaniza: «Sin locura, ¿qué es el hombre / sino la
sana bestia, / aplazado cadáver que procrea?»
Es la ruptura
con la razón lo que humaniza, al contrario de lo establecido;
es la mirada existencial cuando busca sentido con firmeza
que linda con el absurdo. Pessoa habría firmado en cual
quiera de sus metamorfosis la definición del ser humano
como «aplazado cadáver que procrea», terrible fórmula a la
altura de su desesperación; pero aquí, en el poema titulado
«Don Sebastián», reconoce a la locura el poder de invali
darla. Y es significativo que hubiera hecho ya esto mismo al
menos otra vez, y con análogas palabras, en un comentario
de actualidad política, que firmó y se preocupó por difundir
ampliamente, escrito en mayo de 1023: «es la locura la que
dirige el mundo.
Locos son los héroes, locos son los santos,
locos los genios, sin los cuales la humanidad es una mera
especie animal, cadáveres demorados que procrean»39. El
39
Fernando Pessoa, «Sobre un manifiesto de los estudiantes», en
Política y profecía, ed. cit.., p. 3 5 ^
sueño conduce aquí. El cristal de Mensaje, tan perfecto, pura
estructura, se abre en grietas o luces —viene a ser lo mismo—
que permiten pensar lo utópico de este modo, como una
condición de la persistencia humana. Con el impulso que es
la energía del navegante: «ese puerto siempre por hallar».
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