jueves, 10 de abril de 2025

MANUAL DE CREATIVIDAD LITERARIA DE LA MANO DE LOS GRANDES AUTORES FRAGMENTO


 


Literatura y vida Prólogo de Alicia Mariño Espuelas 

 Leer para vivir, como decía Gustave Flaubert, y como reza al comienzo de este libro, es también una máxima de vida para el autor de la obra que presentamos: mi querido y admirado amigo Fernando Calvo González-Regueral. Muchas veces he afirmado que la lectura no sólo nos facilita la tarea de vivir, sino que además puede servirnos de paliativo cuando la hermosa dama que es la vida nos hace una fea mueca.

 Así es que con este convencimiento mío no es difícil creer que mi primer encuentro con Fernando supusiera el comienzo de una larga amistad, que mantenemos desde hace ya muchos años y que estoy segura de que se mantendrá viva más allá de la inexorable venganza del tiempo. Mi querido Fernando es un sabio de la Historia: estudioso, erudito y excelente divulgador de esta disciplina. Pero además ama la poesía, ha escrito novelas, conoce el teatro, disfruta con la pintura y no se le escapa nada que tenga que ver con cualquier tipo de música.

Todo el arte, incluso el séptimo, es vida para Fernando, y su vida es puro arte. Su entusiasmo vital y su generosidad están fuera de dudas. Esta excelente calidad humana es la que lleva al autor de la obra que presentamos a crear el Taller de Literatura y Vida en el que durante tres años fue transmitiendo a los asiduos de la calle de Berlín, número 5, el interés por las distintas formas de contar en las novelas, la emoción que suscitan los buenos poemas y las variadas dimensiones de la vida que recoge el teatro. Los asistentes al centro del barrio de La Guindalera fueron aumentando por el arte de la magia comunicativa de Fernando Calvo, hasta el punto de no faltar a una sola de las citas semanales de Literatura y Vida. Todos ellos convivieron con Stevenson, con Verne, con Galdós y con Cela, con Rosalía de Castro, con Baudelaire, con Neruda y con Lorca, con Shakespeare o con el propio Cervantes, y eso sólo por citar algunos nombres que el lector encontrará recopilados en este libro que recoge la experiencia humana y artística de esos años de taller literario. En aquel taller de La Guindalera, Fernando explicaba, recopilaba, sintetizaba movimientos artísticos y literarios, pero también leía en voz alta y entusiasmaba a su auditorio que se consideraba auténtico alumnado. Un alumnado que, al regresar a casa con la curiosidad más que espabilada, continuaba en soledad las lecturas iniciadas por su maestro de los miércoles.

Tuve el honor de ser invitada a una de esas sesiones de lectura de textos para recitar poemas. Leí algunos de mis Haikus después de haber explicado el origen, la historia y el presente de esta estrofa japonesa, y recité también algunos de mis poemas-fetiche de Amado Nervo, de Lorca, de Miguel d’Ors, de Amalia Bautista, de Roger Wolfe, de Luis Alberto de Cuenca y de algún otro poeta más. No podré olvidar nunca el interés con el que me escucharon los alumnos de Fernando, las preguntas que me plantearon y el cariño con el que me trataron.

Y luego, cuando pasamos a brindar con la copita ilustrada que me ofrecieron, fue mucho más que una fantástica charla distendida con todos ellos. Era de noche cuando regresé a casa, pero tuve tiempo de mirar al cielo y dar gracias por el regalo que, de manos de la invitación de Fernando Calvo, me había hecho la vida al comprobar que la curiosidad, el entusiasmo y la generosidad salvaguardan la salud y la pervivencia de la Humanidad. De aquella sesión me queda un recuerdo imborrable de belleza, ilusión, cariño y paz. Emociones que deseo para el lector que ahora inicia su recorrido por Literatura y vida. Madrid, 13 de enero de 2019 1.

Puerto de embarque: Calle de Berlín, 5 duplicado La historia es siempre la misma o, al menos, siempre comienza de igual manera: una página en blanco, un lapicero y alguien con ganas de narrar una aventura, de lanzar su botella a la mar. La que hoy les quiero contar comenzó cuando Mina, mi mujer, me propuso uno de los retos más maravillosos a que me he enfrentado nunca: impartir un taller sobre literatura en la asociación Psiquiatría y Vida de Madrid, de la que ella era a la sazón secretaria. No dijo de, preposición que denota posesión, sino sobre, que significa «acerca de», y, desde luego, no se refería a uno de esos cursillos en los que se enseña a componer con mejor o peor fortuna un cuento o un soneto. Se trataba de compartir con más corazón que cabeza la pasión por leer que sintió desde niño el lletraferit que esto escribe. Empezó la travesía sin agujas de marear ni precisas cartas de navegación, sólo con la voluntad del piloto de someter la expedición a los vientos de una rosa con cuatro puntos cardinales señalados por sendos lemas: al Norte, no jugar nunca a la chica, que bajar la apuesta empequeñece a las personas; al Sur, sacar los libros a airearse al lugar del que salieron: calles, plazas y tabernas. Una preparación minuciosa de cada clase —esa forma de creación— a Levante y la ilusión de ir más allá, siempre más allá, hacia Poniente, donde rinden viaje las historias inmortales sin finalizar nunca del todo. Tan pronto comprendieron el espíritu del proyecto los alumnos, enseguida amigos y compañeros de tripulación, que ellos mismos decidieron bautizar la nave.

 Ocurrió en el Parque del Retiro, durante un paseo al atardecer y en algún lugar entre las estatuas de Benito Pérez Galdós y Pío Baroja, cuando Parsifal, barba patriarcal, abrazos de oso, purito en la comisura de los labios, sentenció: —No le deis más vueltas: este velero, bajel pirata bravo y temido, será famoso, «en todo el mar conocido / del uno al otro confín», como Literatura y Vida. 2. Pero… ¿qué es la Literatura? Luminoso a la entrada de la casa-museo del escritor Dylan Thomas en Swansea, País de Gales. Dogmático: «En la literatura, arte que trata de reflejar la vida, nada sucede por casualidad, por más que su materia prima sea una suma infinita de casualidades».

Paradójico: «Leer es, ante todo, entretenerse, pero —¡cuidado!— con la literatura no se juega». Melancólico: «La literatura es un embuste que hace tolerable la vida… sin otra condición que la de que el embeleco sea hermoso». Estas y otras disquisiciones va rumiando el monitor camino de su primera clase: es otoño y la ciudad luce más linda que nunca. El monitor no es ni alto ni bajo, ni guapo ni excesivamente feo. El monitor es un tipo de lo más corriente y, nervioso pero ilusionado, carga con un macuto lleno de textos de los sabios de Macedonia: el Diccionario de la lengua española (el DLE de la Real), el María Moliner, el Ideológico de Casares —más útil que nunca en estos tiempos del cólera internáutico—, el Etimológico de Joan Coromines y el Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón, con su inconfundible cubierta color naranja chillón. —Pues se va usted a deslomar: le calculo fácilmente ocho o nueve kilos de peso a las espaldas. El local de la calle Berlín es modesto pero acogedor y Yogui, guardiana de las esencias de la asociación, ha dispuesto en el aula con su proverbial diligencia todo lo que necesita el monitor para comenzar: un encerado de los de siempre, un lienzo en blanco de grandes dimensiones fijado a una pared lateral y una porción de sillas desde las que quince pares de ojos escudriñarán sus movimientos. —¿Hay alguien en esta sala al que no le guste leer? Silencio.

Alguna sonrisa. Cuchicheos que parecen decir: «Rara pregunta para dar inicio a un taller sobre literatura». —No es nada malo. Este monitor ha conocido a lo largo de su vida gente que se jactaba de no haber leído jamás un libro entero y otros, en cambio, que se ufanaban de leer varios a la vez; también lectores de un solo libro: ojo con éstos, son peligrosos. Conoce personas que prefieren a la lectura el cine o los cómics, amantes de la música o fanáticos de las finales de fútbol y los que se extasían ante lienzos, catedrales y esculturas… Pero lo que nunca ha visto ni espera ver este monitor es a persona alguna a la que no le guste que le cuenten una historia bien narrada, adopte ésta la forma que adopte. Empiezan a comprender los alumnos al monitor, o eso quiere pensar él. Aquí no le pondremos puertas al mar ni rótulos de ningún tipo a los libros; todo lo que sea contar una historia con cierta belleza o provecho será, a los efectos de este taller, Literatura.

Acto seguido se impone una tormenta de ideas, con reflexiones dichas en alta voz por los alumnos en demanda de una definición sobre la que levantar las bases del taller: —Para mí, los libros son libertad, huida, una forma de escapar de la realidad — rompe el hielo Ken, lector voraz y amante de las narraciones de aventuras. —Pues para mí significan lo contrario: un escondite, el lugar donde nada malo te puede ocurrir, algo así como un refugio en el que encontrar consuelo. —Aprendizaje, conocimiento. —Reflexión. —Espejo. —Duda…, pero una duda que me impulsa a saber más —añade Mare con timidez, mas con mucho tino. —Oración. —Terapia. —Inquietud, a veces tormento. —Pues para mí son, fundamentalmente, diversión: yo leo para entretenerme, no para sufrir. Leo para evadirme. Yo leo libros para pasármelo bien.

 —A mí me encantaba cuando, siendo niño, mi abuela me contaba historias tradicionales en catalán hasta quedar dormido en su regazo —concluye Morfeo, el hombre tranquilo, el alumno siempre dispuesto a ayudar a los demás. El monitor ha ido escribiendo en el encerado las palabras clave, agrupándolas por afinidad en tres círculos: el primero, bien delimitado, nos habla de la trasmisión de conocimientos que supone el acto en virtud del cual alguien traspasa sus saberes a la tribu. En el segundo, jardín florido pero asimétrico, reina el deleite, que no significa necesariamente entretenimiento: rosas, cardos, orquídeas, amapolas y plantas carnívoras se entremezclan y aun conviven con cierta armonía. El último está lleno de aristas y se alza como amenazador poliedro; en su interior, las preguntas: ¿Quiénes somos?, ¿qué buscamos?, ¿hay alguien al otro lado del espejo?, ¿existe algún barquero que, una vez retiradas las monedas de los párpados, nos transporte al más allá? Sanjuán rebusca en los textos de los sabios de Macedonia; quiere saber si andamos o no descaminados. El monitor, con sumo gusto, le deja hacer: enseguida ha percibido que sus alumnos son despiertos, bien leídos y, sobre todo, muy dispuestos al juego de complicidades del que surgen las más instructivas clases. 

 —El Diccionario de la lengua española de la Real Academia define literatura como el arte que emplea por instrumento la palabra. El María Moliner viene a decir lo mismo pero añadiendo un matiz, tan sabio como su creadora: literatura es el arte que emplea como medio de expresión la palabra… hablada o escrita. Y el profesor Estébanez Calderón nos informa sobre el origen de la voz: literatura es un derivado del latino littera, calco del griego gramatike, esto es, arte de hablar y escribir correctamente. —Hace una pausa, se concentra hondamente y concluye para asombro de todos con la siguiente proposición—: Podríamos decir, pues, que Literatura es el arte que emplea como instrumento la palabra, hablada o escrita, para: 1) trasmitir conocimientos; 2) deleitar a un público y 3) tratar de comprender el sentido último de la existencia. Aplauso cerrado.

Una pausa para meditar. El monitor transcribe en el centro del lienzo fijado a la pared lateral las últimas palabras dichas por Sanjuán, subrayando las ideas fuerza… y aclarando después que todo dogma de fe vendrá siempre contrapesado en este taller por una definición más escéptica o subjetiva a cargo de algún maestro, pues la literatura —no tanto la vida— gusta de reírse de sí misma: «Siempre que enseñes, enseña también a la vez a dudar de lo que enseñas», decía Ortega y Gasset. Lee a continuación el monitor un pasaje de la Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, donde el homero argentino ensayaba sobre el concepto de literatura no desde el punto de vista del gramático, ni siquiera del creador, sino del más obvio —y, por ello mismo, olvidado— del lector: A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara.

Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. […]

Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. «La rosa es sin porqué», dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía: «El arte sucede». Ojalá seas el lector que este libro aguardaba. Me jacto de aquellos libros que me fue dado leer. Melquíades, el niño que lleva siempre un fajo de cromos en el bolsillo y se encarga de agitar la campanilla que anuncia el fin de clase, entra en el aula y nos regala la primera estampa con que el lienzo del taller Literatura y Vida será decorado.

 Melquíades no sonríe; Melquíades no pronuncia palabra alguna. Melquíades se limita a cumplir con puntualidad su cometido. Todo arte es una forma de literatura, porque todo arte consiste en decir algo. 4Fernando Pessoa José de Almada Negreiros: Retrato de Fernando Pessoa, 1964, Museu Calouste Gulbenkian, Lisboa. *** Antes de entrar de lleno en el asunto que nos ocupa —las obras maestras, los grandes autores— cree conveniente el monitor dedicar dos lecciones a sendas materias que considera fundamentales para que la nave no naufrague cuando los vientos arrecien. La primera de ellas versa sobre un milagro. 

 No es casual, viene a decir el monitor a los alumnos quitándose por un momento sus gafas de pasta, que el hito que separa lo que se ha dado en llamar Prehistoria de la Historia sea precisamente el de la aparición de los primeros documentos escritos. Habría que matizar que por prehistoria entendemos aquella larguísima noche de los tiempos en que una criatura esencialmente débil —carece de garras o colmillos, muestra al descubierto los órganos vitales, su cuerpo está arropado no más que por una fina mata de pelo— se va convirtiendo de forma paulatina en el ser supremo de la creación. Ayudarán a ello una serie de cambios evolutivos y otra, acaso más importante, de transformaciones alimenticias, reproductoras, socio-culturales, mágicas o rituales.

Son cambios —¿sucesivos?, ¿inconexos?, ¿simultáneos?— que los paleoantropólogos no logran, quizá nunca podrán conseguirlo, delimitar con precisión en fechas o periodos cerrados. Lo cierto es que cuando un primate básicamente insectívoro y recolector se vio impelido a bajar de los árboles a la llanura para convertirse en cazador adoptó la opción más ingeniosa para sobrevivir en el nuevo hábitat: erguirse. Porque en ese erguirse, que le facilita ver más allá, fortalecerá la columna vertebral y, con ella, su capacidad craneal, lo que le llevará a perfeccionar las señales de comunicación que ha ido desarrollando para cooperar en la tarea de la supervivencia de la especie: gruñidos, gestos, voces onomatopéyicas. Su aparato fonador —pulmones, laringe, paladar, nariz, lengua, dientes y labios— se transforma en una caja de resonancia capaz de producir y modular sonidos a base del aire que respira; su pensamiento convertirá esa música en símbolos para designar objetos, animales, emociones y, al fin, ideas. Ha nacido la materia prima de la literatura: el lenguaje, esa herramienta, ese don, esa suprema abstracción, ese juguete, esa arma cargada de futuro. Conjetura Hendrix, perito en melodías y movimientos de ajedrez, aplicadísimo estudiante, sobre el contenido de los primeros textos de que se tiene constancia: 

 —Yo pienso que serían códigos o leyes, documentos de propiedad, a lo mejor recetarios o saberes empleados para la cosecha o la caza de animales. Conocimientos prácticos antes que literatura —y acierta de pleno. Primero, el milagro del lenguaje oral; después el de las lenguas escritas que fijan saberes acumulados, sólo al final las epopeyas y las sagas, los cuentos y leyendas. La ficción, en una palabra. Recita a continuación el monitor el comienzo de un antiquísimo cuento africano: «Voy a referiros, hijos míos, lo que me enseñó mi padre, que, a su vez, lo oyó de labios de mi abuelo, el cual conocía esta historia desde mucho, muchísimo tiempo atrás, ocurriéndoles lo mismo a sus antepasados, de modo que puedo asegurar que la historia fue conocida desde el principio…».

Esta larga tradición oral de chamanes narrando a la aterida tribu las historias que oyeron a sus ancestros y éstos a los suyos explicaría el que la literatura escrita naciera de pie, como arte perfectamente acabado, donde la vocación de estilo, el propósito de embellecer lo contado es tan importante como la propia narración: Aquel que todo lo ha visto, que ha experimentado todas las emociones, del júbilo a la desesperación, ha recibido la merced de ver dentro del gran misterio, de los lugares secretos, de los días antes del Diluvio. Ha viajado hasta los confines del mundo y ha regresado, exhausto pero entero. Ha grabado sus hazañas en estelas de piedra, ha vuelto a erigir el sagrado templo del Eanna, así como las gruesas murallas de Uruk, ciudad con la que ninguna otra de la tierra puede compararse. 

 Mira cómo sus baluartes brillan como cobre al sol. Asciende por la escalera de piedra, más antigua de lo que la mente pueda imaginar; llégate al templo consagrado a Ishtar […]. Busca su piedra angular y, debajo de ella, el cofre de cobre que indica su nombre. Ábrelo. Levanta su tapa. Saca de él la tablilla de lapislázuli. Lee cómo Gilgamesh todo lo sufrió y todo lo superó. Bellas, sugerentes, frescas, casi vírgenes, he aquí las palabras inaugurales de la literatura (escrita) correspondientes al primer párrafo de la Epopeya de Gilgamesh. Compuesta con toda probabilidad hace más de dos mil años antes de Cristo, la obra figuraba ya en la biblioteca del rey babilonio Hammurabi hacedor de códigos. Desde el Creciente Fértil, origen de la civilización, llegó hasta la Grecia continental, donde serviría de modelo para que otros autores, ahora con nombre conocido, no anónimos, tomaran la antorcha entre sus manos: «Homero (autor de la Ilíada y la Odisea) inventó, en el sentido de encontrar, la literatura en la gesta de unos hombres que él no conoció, pero que inevitablemente lo fascinaron, pues representaban la aventura de todo un pueblo, de todos los hombres…

A partir de él, todo es reescritura», nos enseña el maestro Luis Alberto de Cuenca en uno de sus ensayos sobre los primeros textos. El autor paraguayo Augusto Roa Bastos abundaba en la misma idea aportando algún dato más sobre el aedo (o aedos colectivos): «En aquellos tiempos, el escritor no era un individuo solo. Era un pueblo. Trasmitía sus misterios de edad en edad. Así fueron escritos los Libros Antiguos. Siempre nuevos. Siempre actuales. Siempre futuros. El pueblo Homero compuso la Ilíada [y] por más vueltas que se les dé a las palabras, siempre se escribe la misma historia». Se dice que el mismísimo Alejandro Magno danzó desnudo en Troya en torno al sepulcro de Patroclo y Aquiles, «el de los pies alados», y murió a los treinta y tres años de edad con un ejemplar de la Ilíada en la mano tras haber derrotado a dioses y daríos, conquistado imperios, fundado ciudades y amado hasta el dolor. La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves —y así se cumplía el plan de Zeus—, desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus. 

 De casi todas las literaturas, por no decir todas, valdría afirmar lo mismo, es decir, que nacen como arte refinado, con una pureza que nos asombra; he aquí la primera descripción escrita de un amanecer en castellano: «Ixie el sol, ¡Dios, que fermoso apuntava!» (del Poema de Mio Cid). Después, la campanilla de Melquíades cerrando la segunda lección y dos estampas por el precio de una para ser fijadas en el lienzo de la pared. Tablilla de la Epopeya de Gilgamesh y busto de Homero, el ciego, ambas piezas pertenecientes al Museo Británico de Londres. «Homero fue el primero y el último de los poetas», Montaigne. *** 

 La tercera clase, última de las preparatorias antes de que el galeón se aventure en alta mar, no trata de milagros, casi sobre lo contrario, pues versará sobre taxonomía. Los sabios de Macedonia gustan de agrupar en cajitas conceptos e ideas, de aprehender en definiciones estancas escurridizas realidades, de enclaustrar en una jaula de oro ese animal que nunca se está quieto llamado arte (justo reflejo de ese otro animal llamado vida). Es su deber y a ellos hay que acudir con respeto… sin perjuicio del siempre saludable espíritu crítico que preside el taller. Serranilla ha preparado la lección con el esmero que derrocha en cada cosa que realiza; Serranilla es rubia, siempre sonríe y sus ojos claros serenan todo lo que miran, a todos relajan: —Los géneros literarios clásicos son tres: Épica, Lírica y Dramática.

El primero se asocia a cuentos y novelas, a la narrativa. El segundo, a la poesía, que busca las formas más expresivas y bellas del lenguaje. Y el último al teatro, ya sea escrito o representado, que alude fundamentalmente al sentimiento del lector o espectador—. Y aceptamos de momento esta clasificación pues nos servirá de brújula durante el tiempo que dure la travesía. El monitor se acerca al lienzo que los alumnos ya llaman de Melquíades y dibuja en torno a la definición de Literatura fijada en la sesión inaugural tres objetos: el primero tiene forma rectangular, como de libro, y en su interior escribe las palabras ÉPICA y, debajo, Narrativa. En el siguiente, con forma de estrella, LÍRICA y Poesía. Y en el tercero, un cubo, las voces DRAMÁTICA y Teatro. «Éstos serán los temas de los tres cursos que compartiremos», dice luego, y añade:

 «Ya habrá tiempo de discutir sobre lo acertado o erróneo de la clasificación, pero de momento aceptaremos su validez y las definiciones que el Diccionario de la Española propone para cada uno de los géneros». Son éstas: «Narrativa.- (Del lat. tardío narratīvus.) f. Género literario constituido por la novela, la novela corta y el cuento».

Donde cabrían desde el microrrelato, como El dinosaurio, de Augusto Monterroso («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»), hasta las fábulas de Samaniego; de las Novelas ejemplares de Cervantes a las de las hermanas Brontë, desde los cuentos populares y las leyendas hasta obras tan experimentales, distintas y distantes entre sí como el Ulises de Joyce o El cuaderno dorado de Doris Lessing (sin olvidar esas delicadas cumbres que, como El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, no sabemos si calificar de novelas breves o de relatos largos). Esta idea globalizadora es la defendida por un novelista de nuestro tiempo, Camilo José Cela, cuando decía en su artículo «A vueltas con la novela» (Ínsula, Revista de Ciencias y Letras fundada por don Enrique Canito, 15 de mayo de 1947): 

 Nadie sabe qué es la novela. […] La novela es un algo fluctuante, eternamente en danza, que no se puede sujetar porque es la vida misma o lo que tomamos, en cada instante, por la vida misma: un algo que no ha cuajado, como la vida misma no ha cuajado tampoco. Querer encasillar lo incasillable es tanto como querer ponerle puertas al campo. […]

Es posible que la única definición sensata que sobre este género pudiera darse, fuera la de decir que «novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis, la palabra novela». «Lírica.- (Del lat. lyrĭcus, y este del gr. λυρικός lyrikós.) f. Género literario, generalmente en verso, que trata de comunicar mediante el ritmo e imágenes los sentimientos o emociones íntimas del autor». Safo o Catulo, romanceros y cancioneros tradicionales, Petrarca, Jorge Manrique, santa Teresa de Jesús, Bécquer, los sublimes poemas de Emily Dickinson, El corsario de Lord Byron, Las flores del mal de Baudelaire, los Cantos de vida y esperanza de Rubén Rubén, Vicente Aleixandre e Ida Vitale… entran aquí; incluso, según los sabios de la Macedonia sueca, cantautores tan modernos como Bob Dylan, el premiado, o Leonard Cohen, el no-premiado.

Federico García Lorca confesaba a Gerardo Diego en una carta de poeta a poeta que «ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. […] Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura». Por ser, quizá, el género más sublime de todos resulta perfectamente indefinible y los intentos que se han hecho de hacerlo se nos antojan insuficientes.

 «Dramática.- (Del lat. tardío dramatĭcus, y este del gr. δραματικός dramatikós.) f. Género literario al que pertenecen las obras destinadas a la representación escénica». Definición que incluiría a los autores de los textos (Eurípides, Calderón de la Barca, Ibsen, por poner ejemplos de diferentes épocas y lugares) pero también actrices y actores (desde Tespis, primer intérprete de la historia, a Sarah Bernhardt, José Bódalo, Blanca Portillo o David Mamet), directores de escena (Cipriano de Rivas Cherif, Tatiana Pávlova, Gustavo Pérez Puig) y otras muchas figuras, incluyendo una fundamental, la de los espectadores, pues como nos explica Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios, «el teatro implica un espacio escénico, unos actores, una acción dramática y un público asistente que entra en el juego de la “ilusión de realidad”, participando en la experiencia de la acción representada». —Queridos alumnos, ya tenemos todo lo necesario para aproar hacia Poniente: una definición de Literatura, una aproximación al milagro del lenguaje y un compás que nos orientará en la exploración de los tres continentes que aquí dejamos definidos en forma de géneros.

 Ende, puro corazón, simpatía hecha persona, conocedor de todas las tradiciones orales del universo mundo, solicita permiso para declamar la historia que oyó en su juventud misionera a unos guaraníes en las bancadas del Paraná hace muchos, muchos años… Con ella nos recuerda que ninguna definición podrá contener jamás el sagrado misterio de la literatura: —El trueno cae y se queda entre las hojas. Los animales comen las hojas y se ponen violentos. Los hombres comen los animales y se ponen violentos. La tierra se come a los hombres y empieza a rugir como el trueno. Aplausos, la campana, Melquíades —el niño que no habla, el chaval que nunca ríe— con sus estampas y… avante toda. La Colección Austral de Espasa-Calpe en España y Penguin Books en Gran Bretaña idearon unos códigos de formas y colores para diferenciar desde la misma portada a qué género se adscribía cada obra.

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