sábado, 11 de junio de 2022

Miguel de Cervantes 1547 | 1616. GENIOS. HAROLD BLOOM. FRAGMENTO.

 



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Miguel de Cervantes

1547 | 1616

l a v id a d e Ce r v a n t e s estuvo tan plagada de accidentes e infortunios

que hoy podríamos leerla como si fuera una novela ejemplar de este

aventajado escritor español, cuya eminencia es tan imperecedera como

la de Dante, Shakespeare, Montaigne, Goethe y Tolstoi en sus respectivas

lenguas vernáculas. Me propongo discutir la influencia de Don Quijote

sobre Cenantes, retomando una vez más uno de los cabos que (para

mí, al menos) atan mi libro: la obra en la vida, en lugar de la vida en la

obra. En esto sigo al mismo Cervantes, quien al final de su maravilloso

libro sin límites declaró lo siguiente: “Para mí solo nació don Quijote,

y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos uno..

Don Quijote es una obra tan original que casi cuatro siglos después

sigue siendo la obra de ficción en prosa más avanzada que existe. Y este

comentario en realidad la subestima, pues es a la vez la novela más legible

y, en definitiva, la más difícil. Es esta paradoja lo que Cervantes comparte

con Shakespeare: Hamlet y don Quijote, Falstaff y Sancho Panza son

para todos pero en últimas agotan nuestros pensamientos. La influencia

concertada de Cervantes y Shakespeare (murieron en la misma fecha)

define el curso de la literatura occidental posterior. La fusión de Cervantes

y Shakespeare produjo a Stendhal y a Turgenev, Moby Dkk y Huckleberry

Finn, a Dostoievski y a Proust. Hace 30 años, Harry Levin señaló

la paradoja de que “un libro sobre la influencia literaria -o más bien

contra la influencia literaria- hubiese tenido una influencia literaria tan

amplia y decisiva” . Si lo tomamos literalmente, Don Quijote es un libro

sobre un héroe enloquecido por la lectura. Sin embargo el caballero es

la persona más sana en el libro, más sano incluso que Sancho -dependiendo

de la perspectiva de cada uno ante la sabiduría, la necedad y la

locura-, Miguel de Unamuno (1864-1936), gran cuentista y crítico, escribió

Nuestro señor don Quijote, mi comentario favorito sobre Cervantes.

Como lo sugiere el título, Unamuno nos insta para que consideremos a

don Quijote como nuestro salvador y como fundador de la verdadera

religión española, que es el quijotismo y no el cristianismo católico.

Cervantes le interesa a Unamuno sólo en la medida en que don Quijote

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es su genio -o su demonio-. Y admite irónicamente que don Quijote

estaba loco, pero sólo desde el punto de vista cristiano de don Alonso

Quijano, de quien don Quijote se hizo carne y a quien regresó sólo para

morir:

Grande fue la locura de don Quijote, y fue grande porque la raíz de

la que brotaba era grande: el inextinguible anhelo por sobrevivir, fuente

de las más extravagantes locuras y de los actos más heroicos12.

En su Elogio de la locura (1509), el humanista holandés Erasmo (a

quien Cervantes ciertamente había leído) distingue entre dos tipos de

locura: una perniciosa, la otra sublime, “ que mana directamente de mí

y que es digna de ser deseada en grado sumo por todos. Se manifiesta

por cierto alegre extravío de la razón, que libera al alma de cuidados

angustiosos y la perfuma con múltiples voluptuosidades” . Pero esto

suena más Cervantes que a Unamuno, cuyo Quijote estaba más desesperado

por sobrevivir que ansioso de complacerse con juegos. Unamuno,

que era un gran lector, consideraba que el pasaje más bello del libro es

el momento del capítulo lv i i i , volumen 11, cuando don Quijote y Sancho

Panza descubren de nuevo la libertad del camino, después de la larga

estadía en la sádica corte del duque y la duquesa, donde el caballero en

particular tuvo que padecer los “ requiebros” de Altisidora, quien simuló

burlonamente sentir por él una pasión arrolladora. El caballero y su escudero

se topan con unos labradores que llevaban unos bajo relieves para

el altar de su aldea. Don Quijote contempla la imágenes de San Jorge,

San Martín, San Diego Matamoros y San Pablo y se siente impelido a

establecer las diferencias entre los santos y él: “ ... estos santos y caballeros

profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino

que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y

pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron

el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y

yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si

mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura

y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por

mejor camino del que llevo” 13.

Si la encantada Dulcinea, que a simple vista aparece como la tosca

campesina Aldonza Lorenza, fuese liberada del malvado hechizo, quizás

podría liberar a su vez a don Quijote de su compleja percepción de los

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problemáticos fundamentos de su búsqueda. Pero como Dulcinea es el

genio de don Quijote, de la misma manera que Beatriz es el de Dante y

don Quijote es el de Cervantes, el caballero no puede ignorar lo destructivo

que resultaría redimir ese ideal. Con su agudo discernimiento, Unamuno

nos muestra una nueva ironía. Dulcinea del Toboso siempre ha

simbolizado la gloria, nos dice, la gloria terrena, el deseo inextinguible

por dejar en el mundo un nombre y una fama eternos. Mientras que en

sus accesos de cordura el ingenioso hidalgo declara que si le fuera dado

curarse de su sed de gloria, de renombre y fama mundiales, quizás buscaría

obtener esa otra gloria en la que su fe de viejo cristiano lo hizo creer.

No sabemos si Cervantes era un cristiano viejo (y no descendiente

de judíos conversos). Me intimida la exclamación de Sancho cuando

hace la lista de sus méritos: “Y el ser enemigo mortal, como lo soy, de

los judíos” . Una sombra se cernió siempre sobre Cervantes: a pesar de

su heroico desempeño en la guerra, jamás tuvo el reconocimiento real,

y es probable que no disfrutara de los favores de Feljpe II. Los nuevos

cristianos eran ciudadanos de segunda y la Iglesia los consideraba eternamente

sospechosos. Cervantes luchó espléndidamente en la gran victoria

naval sobre los turcos en Lepanto y allí su mano izquierda resultó

lisiada para siempre. Su heroico comandante fue don Juan de Austria,

hijo bastardo del emperador Carlos v y resentido medio hermano de

Felipe II de España. El gobierno no hizo nada por Cervantes, aunque

desconocemos la razón. Cuatro años después de Lepanto fue capturado

por los turcos y esclavizado durante cinco años en Argel, antes de

que los monjes trinitarios (no la casa real) pagaran su rescate. Desprovisto

de cualquier tipo de mecenazgo, fracasó comercialmente como

dramaturgo y tuvo que dedicarse a recaudar impuestos; acabó una vez

más en prisión, esta vez por supuestos retrasos en las cuentas. Empezó

a escribir Don Quijote durante una segunda estadía en prisión. Aunque

el primer volumen del libro (1605) se convirtió en éxito de inmediato,

el editor se quedó con todos los recaudos y el pobre Cervantes no recibió

nada excepto la fama. Sólo el mecenazgo tardío del conde de Lemos,

desde 1613 hasta la muerte de Cervantes en 1616, le permitió gozar de

una cierta tranquilidad al final de sus días.

Así como don Quijote buscaba nombre y fama eternas en su magnífica

y absurda búsqueda de la encantada Dulcinea, Cervantes los buscó

en el Quijote. Tanto el caballero como el autor obtuvieron todo lo que

desearon en materia de reputación, o de inmortalidad, en la versión de

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Unamuno: la bendición de que nuestra huella permanezca en el espacio

y en el tiempo. Influido por Kierkegaard, y seguramente también

por Kafka, Unamuno anhelaba lo indestructible, una noción difícil de

definir. Después de una vida continuamente triste y dolorosa, Cervantes

supo que había triunfado con Don Quijote y su conciencia de ello es muy

conmovedora:

Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso

y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de

las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo

al contrario, ninguna muerte se le igualará14.

Este es don Quijote hablando del primer volumen de su historia,

después de oír sobre su fama internacional (en el tercer capítulo del segundo

volumen). Una y otra vez el misterio aparece a lo largo del segundo

volumen, en los momentos en los cuales no podemos distinguir al

caballero de su cronista. Una vez más recurro a Unamuno, quien combatió

contra el culto español a la muerte hasta sus últimos momentos,

cuando afrontó al general fascista Quiepo de Llano -quien gritaba

“ ¡Muerte a la inteligencia!” y “ ¡Viva la muerte!” blandiendo una pistola-.

Unamuno, que había sido destituido como rector de la Universidad

de Salamanca y tenía 72 años de edad, defendió la dignidad de su

institución ante la amenaza del fascista lunático. Se oye mejor todavía

el espíritu quijotesco de Nuestro señor don Quijote, donde Unamuno

contradice con vehemencia, en relación con el llamado culto español por

la muerte, la torpe explicación de que los españoles no aman la vida porque

les parece muy dura, o que nunca han sentido mucho apego por ella.

La religión de Unamuno, que él considera la religión española, es

la voluntad quijotesca de sobrevivir. Hay muchas otras formas peores

de leer Don Quijote, que podría ser legítimamente llamado la Biblia de

la realidad. A lo largo de la obra Cervantes le habla directamente al solitario

lector, que se identifica paulatinamente con el caballero y no con

los otros dos protagonistas, Sancho Panza y el irónico narrador. La

novedad de esta primera novela es de tal magnitud que es imposible absorber

la inmensa originalidad del libro, aun después de innumerables

relecturas. Hay tantos don Quijotes como lectores, así como hay más

Hamlets y Falstaffs que actores capaces de representarlos. Ambos, Cervantes

y Shakespeare, hacen el milagro de reunir el juego y la represen[

73]

tación con una conciencia infinita -los dos caballeros y el príncipe-. En

una historia encantadora escrita hacia el final de su carrera, Encuentro

en Valladolid, Anthony Burgess reunió a Shakespeare y a Cervantes supuestamente

con ocasión de un tratado de paz entre Inglaterra y España:

la compañía de Shakespeare puso en escena varias de sus obras ante un

Cervantes que observaba con ironía desdeñosa. La réplica del irritado

Shakespeare es asombrosa y satisfactoria:

Mañana o pasado mañana representaremos Hamlet. Pero será una

representación diferente a las que haremos de allí en adelante. Porque

pondremos a sir Juan Falstaff No se extrañe ni se sorprenda. Hamlet es

lo que ya es hasta el momento en el que el príncipe es enviado a Inglaterra

para ser asesinado por órdenes del rey. En Inglaterra, después de haber

leído y destruido la orden, se entera de que el ejército danés está a punto

de invadir Inglaterra porque no se le han pagado los tributos. Por fin ha

encontrado la acción que buscaba y esta y la compañía de Falstaff y su banda

lo hacen posponer los pensamientos de autodestrucción. Falstaff podría

decirle a Hamlet dulce Ham, en vez de Hal: no hay sino una letra de diferencia.

La noticia de la muerte del rey Claudio hace que la guerra se suspenda.

Hamlet se va a Elsinore a sucederlo en el trono. Falstaff y su banda

lo siguen pero, claro, al final se prescinde de ellos.

Cuando Shakespeare y Cervantes se encuentran después de la representación,

el castellano se queja de que le han robado “ el hombre gordo

y el hombre flaco” , a lo que Will replica: “No, no. Andaban por los teatros

londinenses mucho antes de que yo supiera que usted existía” . Y

sin embargo el Shakespeare de Burgess, a su muerte en Stratford, sigue

mortificado con la idea de que Cervantes le hubiera tomado la delantera

al haber ideado un personaje universal, Hamlet y Falstaff amalgamados

en un solo espíritu, con Sancho Panza como una especie de coro externo

que representa el aspecto mundano de sir Juan Falstaff.

Burgess, con quien nos bebimos varias botellas de Fundador mientras

explorábamos los recovecos de Hamlet/Falstaff y don Quijote/

Sancho Panza, afirmó alguna vez que la única comparación literaria que

valía la pena hacer era entre esta novela y este grupo de obras. Acto seguido

se internó en una analogía musical -que yo no estaba en capacidad

de comprender- en la cualVerdi y Mozart eran los agentes que habrían

podido conciliar las diferencias entre Shakespeare y Cervantes. Para mí,

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Falstaff es parte don Quijote y parte Sancho Panza; pero muchos antes

de mí han juntado a don Quijote y a Hamlet. W.H. Auden, quien sentía

poco afecto por Hamlet, decidió que tanto don Quijote como Falstaff

eran santos cristianos, mientras que el malvado Hamlet no creía ni en

Dios ni en sí mismo. Prefiero la perspectiva de Unamuno a la de Auden

en lo que se refiere al Quijote, y no veo la gracia cristiana en Falstaff ni

el orgullo satánico en Hamlet.

Según Auden, don Quijote es la antítesis de Hamlet el actor, porque

el caballero es “ completamente incapaz de verse a sí mismo en un

papel” . Este don Quijote es “ completamente irreflexivo” . Confieso que

yo no puedo encontrar el Quijote de Auden en el libro. El Quijote de

Cervantes es el que dice: “Yo sé quién soy y quién puedo ser, si quisiera” .

De nada sirve santificar a don Quijote o subestimarlo. Su juego con la

realidad es de una gran profundidad, como también lo es su juego con

el Estado, y con la Iglesia, y con la historia social y religiosa de España,

y un Quijote irreflexivo es imposible.

A pesar de la encantadora fantasía de Burgess, Cervantes nunca oyó

hablar de Shakespeare, pero Shakespeare sí tuvo que tener en cuenta a

Cervantes en su última fase. Leyó Don Quijote en 1611 cuando la traducción

de Shelton se publicó en Inglaterra, y fue testigo de la forma

como sus amigos Ben Jonson, Beaumont y Fletcher se reconciliaron con

Cervantes en sus propias obras. Con Fletcher, Shakespeare escribió una

obra, Cardenio, basada en el personaje de Don Quijote, pero la obra continúa

perdida. Entiendo por qué Burgess considera que Cervantes preocupaba

a Shakespeare: finalmente era el único rival verdadero que tenía

entre sus contemporáneos y había creado dos figuras que serían eternamente

universales. Sólo las 25 (aproximadamente) mejores obras de

Shakespeare se pueden igualar con Don Quijote y esa recopilación no se

haría hasta el primer folio, después de su muerte. La querella entre el

Shakespeare y el Cervantes de Burgess es fascinante: “Usted nunca

podrá crear un Don Quijote” , le espeta Cervantes a Will, y este le replica:

“He escrito buenas comedias y también tragedia, que es el punto más

alto de la habilidad del dramaturgo” , lo cual provoca un sermón por

parte de Cervantes:

No lo es y nunca lo será. Dios es un comediante. Dios no padece las

consecuencias trágicas de una naturaleza defectuosa. La tragedia es demasiado

humana. La comedia es divina.

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No era necesario que Shakespeare contestara; Noche de Epifanía, o

lo que queráis es la respuesta a Don Quijote, y además uno se pregunta si

Don Quijote es una comedia divina, o de cualquier otro tipo, a pesar de

lo violentamente gracioso que puede llegar a ser. La caracterización de

don Quijote como héroe que hace José Ortega y Gasset no se ajusta a

ningún héroe cómico que yo me haya topado, al menos en la literatura

occidental:

No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta

originalidad “práctica” , activa, del héroe. Su vida es una perpetua resistencia

a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero

vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una

vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte

de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia15.

La comedia de Cervantes está ligada al dolor y al sufrimiento: es una

versión de la comedia que sigue siendo tan original que nos resulta prácticamente

imposible describirla. ¡Pero es que hay tanto en Don Quijote

que desborda nuestros parámetros literarios! A continuación me propongo

discutir el descenso del caballero a la cueva de Montesinos -tal como

lo describió don Quijote en el capítulo xxm de la segunda parte-,un incidente

que se resiste a cualquier tipo de análisis. Aunque quizás este

sea el capítulo que más perplejos nos deja en toda la novela, también es

profundamente representativo de lo enigmáticas que son la conciencia

y la búsqueda del caballero desde la perspectiva de la visión de la realidad

de Cervantes. Después de más de 800 páginas sabemos mucho sobre don

Quijote, y sin embargo sigue siendo tan imposible de conocer como

Hamlet después de una tragedia de cuatro mil versos, gran parte de los

cuales le corresponden a él.

La cueva de Montesinos atrae a don Quijote porque su legendaria

reputación le hace pensar que allí podría haber una aventura digna de

él y le permite al caballero parodiar el descenso épico de Eneas y de

Odiseo al infierno. Don Quijote desciende atándose una cuerda a la cintura,

y al cabo de una hora -no parece haber transcurrido más tiempolo

sacan de allí aparentemente dormido. Aunque el caballero es un ferviente

decidor de verdades, no se sabe con seguridad si da crédito a su

propia versión de la estadía en las profundidades de la cueva. Después

de todo, sabe que la incomparable Dulcinea es un invento suyo, su poe[

76]

ma, para decirlo de alguna manera, y es de suponer que se da cuenta de

que su versión de lo acontecido en la cueva de Montesinos es otra creación

de su sublime imaginación. Sin embargo Cervantes evita deliberadamente

la claridad en este asunto —o en casi cualquier otro-. Don

Quijote nos cuenta que se quedó dormido y que se despertó en la cueva

y que vio a Montesinos salir de un palacio de cristal a recibirlo. En el

alcázar, el gran caballero Durandarte yace en su tumba, muerto pero

muy conversador, más bien como el cazador Graco que flota como un

muerto viviente en su barco mausoleo. En medio de una procesión de

doncellas y caballeros, la señora Belerma solloza por su Durandarte,

cuyo corazón momificado lleva en las manos. Merlín, el malvado encantador,

es el responsable de lo que sucede, pero no tenemos tiempo de

meditar sobre ello porque ¡Dulcinea aparece de pronto vestida de labradora!,

sale huyendo apresuradamente y envía a una de sus dos compañeras

a pedir prestados seis reales y a ofrecer como aval su faldellín

nuevo de algodón. Su heroico no tiene sino cuatro reales y se los envía

graciosamente.

La historia, o visión onírica, es fantástica de cabo a rabo y deliberadamente

desborda nuestra capacidad de interpretación, además de que me

recuerda con frecuencia a Kafka, sobre quien evidentemente ejerció

gran influencia. El impulso narrativo de Kafka lo lleva a volverse ininterpretable,

lo cual significa que lo que habría que interpretar es la razón

por la cual Kafka se hace tan opaco. “La verdad sobre Sancho Panza”

es una parábola kafkiana que nos cuenta que Sancho era un lector obsesivo

de romances de caballería, y que estos le producían tanta gracia a

su demonio personal, don Quijote, que este resolvió volverse caballero

andante. Sancho siguió a su demonio libre y filosóficamente y se mantuvo

entretenido el resto de sus días. Aunque también Cervantes se vuelve

alegremente ininterpretable, es un escritor de tal magnitud que nos recompensa,

como Shakespeare, con un mundo de diversión. Don Quijote

es su propio demonio y no cabalga para salvar la España de Felipe ra,

que, como la España de Felipe n, no puede ser salvada, sino para salvarnos

a nosotros, como insiste Unamuno. ¿Nos salvaremos (secularmente)

convirtiéndonos en personajes de ficción? Las consecuencias de la primera

parte de Don Quijote en la vida de Cervantes aparecen por doquier

en la segunda parte. El pobre Cervantes —héroe sin recompensa, dramaturgo

fracasado, esclavo de los turcos, prisionero del Estado español,

perpetuo infeliz- se ha transformado en un personaje de fama mundial

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porque don Quijote y Sancho Panza son famosos. En la segunda parte

de Don Quijote nunca se deja de invocar la primera, si bien siempre se

deja claro que la primera parte es un libro y la segunda no lo es. Cervantes

mismo es la segunda parte; este segundo Don Quijote es lo que

William Blake llamó “ el hombre de verdad, la imaginación” . Defendiéndose

de un clérigo que lo había reprendido, don Quijote proclama así

su logro:

Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias,

vencido gigantes y atropellado vestiglos..."6.

Cervantes sabía cómo escribir, don Quijote, cómo actuar: sólo que

los dos son una unidad, nacieron el uno para el otro.

Fuente:

Genios

Un mosaico de cien mentes

creativas y ejemplares

Traducción de Margarita Valencia Vargas

EDITORIAL ANAGRAMA

BARCELONA

[5]

Título de la edición original:

Genius: A Mosaic of One Hundred Exemplary Creative Minds

Warner Books

Nueva York, 2002

Diseño de la colección:

Julio Vivas

Ilustración: mosaico de la catedral de San Marco, Venecia,

Paolo Ucello, 1425-1430

© Harold Bloom Limited Liability Company, 2002

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2005

Pedr6 de la Creu, 58

08034 Barcelona

ISBN: 84-339-6227-2

Dep6sito Legal: B. 34830-2005

Printed in Spain

Liberduplex, S. L., Constitucio, 19, 08014 Barcelona

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