Introducción Italo Calvino (1923-1985) fue un escritor único, esta singularidad lo llevó a ser, en cada ocasión que publicaba, diferente y múltiple a la vez. Construyó una imagen no solo de sí mismo, sino de la literatura en constante movimiento. Cuando el lector creía tener la medida o las expectativas que podrían contenerlo, él se encargaba, con un nuevo libro, de derribar cualquier idea fija que se pudiera tener de él.
Cada texto de Calvino abre múltiples posibilidades de lecturas e inventa espacios regeneradores en la tradición literaria. Estas páginas, intituladas La novela infinita de Italo Calvino, se erigen como una aproximación teórica a la obra de este autor único. En este libro, el objetivo es explorar la riqueza y la complejidad de la obra de Calvino, particularmente en relación con su novela Si una noche de invierno un viajero (1979). La novela, a pesar de su título, representa más que una simple narrativa; es una obra plural que acepta lecturas plurales y transdisciplinarias. Si una noche de invierno un viajero se sitúa en la novelística contemporánea en lo alto de estas afirmaciones: teoría y ejecución se asocian para mostrar un juego en el que el lector tendrá que extremar sus habilidades de lectura, pero no por la dificultad de la escritura, sino por la maestría de un verdadero novelista. El novelista no está satisfecho con relatar historias: construye ciudades, situaciones y, sobre todo, series combinatorias de palabras. El novelista pretende renovar el mundo (animarlo a aparecer de otra manera) en un espacio que está ahí (donde ocurre lo cotidiano) y allá (donde se verifica lo literario; el texto, su historia, su escritura y su reescritura). Un novelista que echa mano de las virtudes transformadoras del lenguaje para facturar imágenes precisas de su singular fantasía.
La obra entera de Calvino es una hiperimagen, una iconología fantástica. Si una noche de invierno un viajero, la última novela publicada en vida por el narrador italiano, apareció en la editorial Einaudi de Turín en 1979. Provocó una marea de críticas —en su mayoría favorables—, que renovaron una vez más el interés por la producción literaria de su autor. Muchos estudiosos de la obra calviniana han inscrito este libro en la genealogía directa de El castillo de los destinos cruzados (1973) y Las ciudades invisibles (1972) pero también se ha percibido un retorno al primer Calvino, recuperando esa vivacidad de la mirada que creíamos perdida desde los tiempos de El barón rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente, la trilogía Nuestros antepasados (1952, 1957 y 1959, respectivamente, y reunidas en un volumen en 1960). Pietro Citati, escritor y crítico italiano, escribió: ¿Qué hace pues este escritor quien, por azar, indolencia o pereza lleva el nombre de Italo Calvino, ese escritor que no está seguro de sí mismo y que quisiera desaparecer? [...] Comienza a hacer un relato e inmediatamente se da cuenta de que de nuevo posee esa alegría, esa vivacidad de las miradas, inspiraciones y humores novelescos que creía haber perdido desde los tiempos del Barón rampante. Como antaño, se exhibe: exalta todo lo que hay de mitómano, de “histriónico” y canalla en el personaje del narrador. Le gusta el relato intrincado, múltiple, polimorfo: el relato como selva infinita que hay que talar, y al mismo tiempo como selva que hacemos renacer cada vez más espesa (1979). No debemos omitir un hecho importante: si esta última novela constituye una suerte de abandono de la dimensión puramente fantástica, un regreso a la dimensión contemporánea, esto no significa un abandono de lo imaginario; al contrario, este libro revalora la función irremplazable de la literatura de imaginación fantástica porque precisamente la pone continuamente en crisis. El autor sugiere una definición para su viajero: “es una novela acerca de la mistificación, situada en un mundo en donde nunca estamos seguros de lo que es verdadero y lo que es falso, dentro y fuera de nosotros, donde estamos también inseguros con respecto a nuestra propia identidad”. Uno de los tópicos principales de Si una noche de invierno un viajero es “la fascinación novelesca”, como Calvino mismo lo define.
El libro presenta un marco (cornice) en donde evoluciona un personaje desencantado: el Lector, llamado por Calvino “una especie de Cándido de nuestro tiempo”. El marco introduce diez inicios de novela, que se interrumpen en el momento de mayor intensidad dramática. Además, está compuesto por 12 capítulos y, entre cada uno de ellos, se intercalan los diez incipit donde se ensayan diferentes estilos novelescos. Esta estructura sugiere afinidades con Las ciudades invisibles, pero los desarrollos narrativos divergen profundamente. Los diez comienzos de novela recuerdan el sistema orgánico de El castillo de los destinos cruzados, pero la semejanza se detiene ahí porque las novelas de Si una noche… tienen una densidad de realidad que no tenían los relatos emblemáticos, construidos por los viajeros, mediante las cartas del tarot en El castillo. Es un conjunto de posibilidades novelescas lo que Calvino ofrece en esta hipernovela, mucho más que un muestrario de historias. Genera ruptura en la inspiración y en la lógica temporal, así como en las cualidades de una vena narrativa que se desarrolla alrededor de una figura específica: el Lector, y de un universo particular: el libro, objeto de consumo y producto de la ingeniería editorial. Ciertamente hay un rompimiento con la tradición canónica de la novela y con su propia línea narrativa, pero, al mismo tiempo, se presenta una coherencia que desemboca en una continuidad con esos mismos elementos. ¿Acaso no hay cierta secreta relación entre el Lector de Si una noche… y Qfwfq, el personaje de Cosmicomiche y de Ti con zero?
Y, aun cuando el Lector sea muy diferente de la figura histórica de Marco Polo en Las ciudades invisibles, ¿no asume él también la responsabilidad de desarrollar y encadenar los diversos relatos que se intercalan en la novela? El Lector, “Cándido de nuestro tiempo”, es la figura a partir de la cual se articula la novela, complementada por la Lectora, Ludmilla, la lectora ideal que va tras el deseo de cumplimiento de la lectura. ¿Tiene ella un funcionamiento comparable al de las imágenes iniciales de la trilogía Nuestros antepasados (El caballero inexistente, El vizconde Demediado y El Barón Rampante), o de las unidades imaginarias de El castillo de los destinos cruzados y Las ciudades invisibles? ¿Es Ludmila el motor de un imaginario esquizomorfo que contiene en sí mismo las premisas, el desarrollo y el final del relato? ¿O bien, asume las virtudes del imaginario sintético que vemos afirmarse en el periodo de los textos fantásticos?
A primera vista, Si una noche… parece desprovista de imágenes espaciales fuertes como el castillo, la selva, la ciudad o el cosmos, que modulan la economía y la significación de los relatos de libros anteriores; subsiste, sin embargo, la unidad del viaje y su naturaleza dinámica. La metáfora del viaje y la figura mítica del viajero están en el centro de articulación de Si una noche..., pero nada en la literatura de Calvino es sencillo; en esta novela, el viajero no se desplaza forzosamente en el espacio, más bien, su viaje es a través del universo narrativo, del mundo narrado, contenido en los libros. W. Pedullà afirma: En la mitología actual, Ulises no navega, sino que se sienta y lee [...] Es más o menos eso lo que sucede en la última novela de I. Calvino (Pedullà, 1979). Por su parte, Pietro Citati, constata que Si una noche de invierno un viajero está construida alrededor de la figura del Lector: Como lo decía Hofmannsthal, “el hombre con libro” es la figura simbólica de nuestro tiempo, y ya no el guerrero, el sacerdote o el escritor. Parece que todos los demás gestos han desaparecido de la tierra [...] Si queremos conocer el sentido de la existencia, debemos abrir un libro (Citati, 1979). Por un lado, Calvino cuenta historias en las que involucra a los protagonistas más extraordinarios, describe lugares reales o ficticios y los dota ingeniosamente de interés. Por otro, hace deslizarse en sus textos, insensiblemente, un arte poético sutil pero complejo a la vez, una ejecución orientada hacia la sensibilidad de los lectores. La novela de Calvino acontece en un territorio común a la historia, la poesía, la geografía, la mitología y la psicología; del mismo modo, atraviesa y transgrede un sinfín de límites y fronteras en la convención estética.
En su esencia misma, la novela es uno de los géneros más ambiguos y plurales de la literatura. Su impureza nace a causa de su constante oscilación entre la prosa y la poesía, entre el concepto y el mito. “La novela debe su ambigüedad y su impureza al hecho de que es el género épico de una sociedad fundada en el análisis y la razón, es decir, en la prosa”, escribe, inmejorablemente, Octavio Paz (1956b, p. 225). Si una noche de invierno un viajero rompe con la tradición de la novelística y hace que la novela, como género, se plantee a sí misma varias interrogantes: ¿qué soy?, ¿cómo puedo existir?, ¿cuál es mi genealogía?, ¿cuáles son mis orígenes? La novela de Calvino formula y ensaya a responder estas y otras cuestiones en el momento de su ejecución, en un nivel metanovelesco y metaliterario: un andamiaje admirable. La novela es el lugar de encuentro y diálogo de un sinnúmero de voces-textos pertenecientes a la tradición literaria: es un mosaico de citas, un fenómeno de absorción y transformación de otros textos; una rapsodia también. Es un libro que vive dentro del intertexto, las series combinatorias de palabras que tienden su infinito hacia la escritura literaria. Calvino, en su ensayo Il libro, i libri, describe de manera insuperable el espíritu que animó la escritura de su novela de novelas: La empresa de tratar de escribir novelas “apócrifas”, que me imagino escritas por un autor que no soy yo y que no existe, la llevé a sus últimas consecuencias en mi libro Si una noche de invierno un viajero. Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el Lector, que empieza diez veces a leer un libro que por vicisitudes ajenas a su voluntad no consigue acabar. Tuve que escribir, pues, el inicio de diez novelas de diez autores imaginarios, todos en cierto modo distintos de mí y distintos entre sí; una novela toda sospechas y sensaciones confusas; una toda sensaciones corpóreas y sanguíneas; una introspectiva y simbólica; una revolucionaria existencial; una cínico-brutal; una de manías obsesivas; una lógica y geométrica; una erótico-perversa; una telúrico-primordial; una apocalíptica alegórica.
Más que identificarme con el autor de cada una de las diez novelas, traté de identificarme con el Lector: representar el placer de la lectura de un género dado, más que el texto propiamente dicho. En algún momento me sentí incluso como atravesado por la energía creativa de estos diez autores inexistentes. Pero sobre todo traté de hacer resaltar el hecho de que cada libro nace en presencia de otros libros, en relación y cotejo con otros libros (Calvino, 1984). A manera de cierre resulta necesario mencionar que el título de esta obra, La novela infinita de Italo Calvino, es idéntico al de un texto de la misma autora, publicado en 1991 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Fondo Editorial Tierra Adentro, 14); sin embargo, el contenido de la nueva edición que recorre estas páginas ha sido actualizado y enriquecido a la luz del tiempo transcurrido, sobre todo respecto de los libros póstumos de Italo Calvino. Que estas líneas sean también, pues, un viaje que depare una aventura renovada para el lector.
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