Desiderius Erasmus
Alabanza
de la estupidez
Penguin Clásicos
INTRODUCCIÓN
En
los retratos de Erasmo realizados por Hans Holbein el Joven se aprecia uno de
los rasgos más sugerentes de la humana condición en su variante literaria. No
es la mirada viva perdida en la lejanía, ni las dos manos reposando sobre el
papel, como quien escribe con doble cuidado y desconfianza vigilante. Se trata
de la comisura de los labios, donde juguetea el rasgo de la ironía, el músculo
de los cuentos, como lo describió Hoffmann, otro de los grandes irónicos. En
Erasmo, pese a toda la amargura, el cansancio y la resignación de la boca
prieta, bulle la sonrisa traviesa de quien sabe que la estupidez humana nunca
tendrá fin.
Las
idas y venidas, los anhelos sobrenaturales y los deseos más rastreros, los
atuendos y las poses, las artes y la teología, el amor y la guerra, nada humano
es ajeno a la tontería. Ese poder fatal y bendito se eleva en esta obra a
personaje y expresa la convicción de que la razón tiene un peso irrelevante y
menos que mínimo sobre la realidad del hombre.
Del
título Alabanza de la estupidez (Laus Stultitiae) es preciso entender lo
que en el lenguaje gramatical se denomina un genitivo subjetivo, o sea, la
estupidez es la autora de la alabanza y a la vez un genitivo objetivo, o sea,
compone la alabanza de sí misma, como corresponde a la más auténtica estupidez.
Erasmo
nació probablemente en 1466, fruto de la relación irregular entre un cura y una
joven. Su origen ilegítimo le preocupó siempre y en sus alusiones
autobiográficas bosquejó un cuadro idealizado donde su padre fue obligado por
la familia a dejar a su pareja y ordenarse sacerdote. En el capítulo XI de la Alabanza hay un pasaje que todas las
traducciones (en todas las lenguas) trasladan como «si debéis la vida al
matrimonio, y el matrimonio por su parte lo debéis a la Insensatez». No es
cierto que todo el mundo deba la vida al matrimonio y, desde luego, no fue así
en el caso de Erasmo. El original dice «si conjugiis debetis vitam», y aquí el
sentido de «conjugium» es el mismo que leemos en las Geórgicas de Virgilio (III, vv. 274-275) «et saepe sine ullis /
conjugiis vento gravidae mirabile dictu» (y muchas veces [las yeguas] quedan
preñadas por el viento sin ningún apareamiento, cosa admirable). Es decir,
significa coyunda, apareamiento o relación sexual. De hecho, a continuación
leemos: «¿Qué mujer experimentada se atrevería a repetir si, en su momento, no
le ayudara con su presencia la divinidad del Olvido?». Es una reflexión
semejante a la de Chamfort cuando asegura que ninguna mujer en sus cabales
cambiaría la epilepsia de unos instantes por una enfermedad de un año, si no
fuera porque el amor escapa al dominio de la razón y no mediara un arrebato de
vanidad y olvido. Naturalmente «conjugium» también significa unión conyugal o
matrimonio, y así lo emplea Erasmo más adelante. Pero aquí, como tantas veces,
se trata de un estudiado rasgo irónico.
Sólo
es un ejemplo de la desactivación que ha sufrido la ironía de la Alabanza en numerosos pasajes de la
mayoría de las traducciones. El caso más patente reside en el título, donde
«stultitiae» se ha trasladado en todas las lenguas casi siempre como «de la
locura». Erasmo cuenta que tuvo la idea al asociar el apellido de su amigo
Tomás Moro con el término griego «moria». La palabra proviene de «moros», que
significa reblandecido o inerte, y de ahí tonto, estúpido y, aplicado a los
alimentos, insípido. O sea, en griego «moria» no equivale a locura, sino a
estupidez: «morologos» es el que dice tonterías. El equivalente latino que
emplea Erasmo es «stultitia», que originalmente significa rigidez, tiesura y,
en consecuencia, incapacidad de cambiar de opinión, alelamiento, estupidez. De
hecho, el centro de gravedad de toda la obra radica esencialmente en la
contraposición sabio/ignorante, y no en la de loco/cuerdo. No cabe ningún
malentendido, sobre todo porque Erasmo se extiende en varios pasajes para
matizar la diferencia entre estupidez y locura, a la que llama de manera
inequívoca «insania»; en uno de los más polémicos, describe el cristianismo
como una mezcla de estupidez y locura.
Pero
esa desactivación de la ironía original y del genio auténtico de la obra no es
sólo una equivocación generalizada por el seguidismo imperante en las
traducciones de los clásicos. Muchos traductores han anotado que la traslación
de «stultitia» como locura no es la mejor, pero sí la tradicional, y tal vez
todos han sido conscientes de que se trataba de un licencia no del todo
afortunada, aunque masivamente admitida. Tampoco se debe sólo a la importante
influencia que ejercieron los grabados de Holbein en los márgenes del
manuscrito original, que luego se han reproducido acompañando a muchísimas
ediciones y que sugieren que nos encontramos ante una bufonada o chifladura. El
malentendido es más bien consecuencia de la actitud insistente del propio
Erasmo, que buscó justificarse ante los ataques y censuras y se refirió a la
obra como discursillo («declamatiuncula») ocurrente que redactó por puro
entretenimiento en unos pocos días. El extendido tópico de que la escribió en
una semana procede de una carta dirigida por Erasmo al teólogo Dorp, que le
había acusado de denigrar el cristianismo y la vida eterna. De la misiva
disculpatoria de Erasmo se concluye que todo empezó con un par de líneas
jocosas que comunicó a unos amigos, los cuales le animaron a prolongarlas, lo
hizo en una semana. De ahí los repetidos «nosotros» que esparció en el texto,
como si hablase de cierta autoría colegiada y que tampoco se recogen en las
traducciones tradicionales.
Un
obra que condensa toda la insatisfacción y acidez de su autor de la manera más
elegante y estudiadamente superficial, y que contiene más rasgos
autobiográficos e implacables contra sí mismo que todas las cartas y
confesiones sinceras redactadas en su vida, no es consecuencia de un arrebato ni
un juego, aunque luego se sintiera obligado a dar esa sensación y ya lo
presintiera desde el mismo momento de su redacción, como se trasluce en la
carta de dedicatoria a Tomás Moro, cuya fecha de junio de 1508 es errónea a
propósito. Erasmo afirma escribir «ex rure», que, en un primer y recto sentido,
significa «desde el campo», pero en una segunda lectura se percibe un guiño al
«vestigia ruris» de Horacio (Epístolas,
II, v. 160), con lo cual se puede entender también «sin formalidad», «a la pata
la llana».
No
es posible determinar con exactitud cuándo se compuso esta obra maestra de la
ironía y la polémica. La versión de Erasmo, que sostiene que tomó apuntes
mientras iba a caballo por los Alpes y luego la terminó sin tener sus libros a
mano, en un par de días, durante un ataque de ciática en la casa de Tomás Moro
en Bucklersbury, es ciertamente divertida, y casa a la perfección con el tono
del texto, pero no es válida para determinar una datación más allá de lo
aproximado y aún menos para hacerse una idea de su verdadero fondo e intención.
Que tantos estudiosos y comentaristas hayan tomado al pie de la letra la
indicación que hace la propia Estupidez sobre su manera de redactar: «No vayáis
a creer que [esta conferencia] está pergeñada para lucir mi ingenio, como
acostumbran a hacer la mayoría de los oradores. Como bien sabéis, suelen jurar
que un discurso, que les ha llevado treinta años de elaboración, y que a veces
ni siquiera es suyo, lo han escrito o incluso dictado en tres días, poco menos
que por pasar el rato. A mí, en cambio, siempre me ha gustado por encima de
todo decir lo primero que se me ocurre», ofrece una elocuente medida del grado
de eficacia de la finura y la afilada malicia del autor.
Esta
pieza brillante de la literatura del humanismo se imprimió por primera vez
seguramente en 1511, en París, por Gilles de Gourmont. Erasmo valoró la edición
como pésima y plagada de erratas («pessimis formulis depravatissime»). La
primera versión revisada y autorizada por el autor apareció al año siguiente, también
en París, impresa por Josse Bade van Assche (Jodocus Badius Ascensius). En vida
de Erasmo, o sea, hasta 1536, se publicaron treinta y seis ediciones, que
salieron de veintiuna imprentas diferentes en once ciudades. Durante ese
tiempo, el autor la reescribió siete veces y la versión final era una quinta
parte más extensa que la primera. Una de tantas ocasiones en que Erasmo se
alude a sí mismo por boca de la Estupidez en la Alabanza dice: «[los eruditos] me parecen más que felices, dignos
de compasión, porque se atormentan sin parar, añaden, cambian, suprimen,
vuelven a empezar, reescriben, repasan, insisten y luego lo retienen nueve años
para no estar nunca satisfechos». La edición de Basilea impresa por Froben en
1515 incluye unos detallados y bastante ingenuos comentarios del médico
humanista holandés Gerhardus Listrius, que contó con la colaboración del propio
Erasmo, y que después han sido aprovechados en numerosas versiones. En la
actualidad, se sigue el texto establecido por Clarence H. Miller en Ámsterdam y
Oxford en 1979.
La
Alabanza fue un best seller en su época y ha seguido siéndolo hasta hoy.
Naturalmente, se tradujo enseguida a numerosas lenguas. Quizá la primera
traducción fue al checo por Gregorius Gelenius en 1512, aunque no se imprimió
hasta el siglo XIX. La siguiente fue la versión francesa de George Halewin en
1517, que contenía añadidos superfluos, omisiones y errores, y supuso un gran
disgusto para Erasmo. La primera traducción alemana fue obra de Sebastian
Franck en 1534, y estaba como mínimo a la altura de la francesa en todos sus
defectos. La versión italiana de Antonio Pellegrini en 1539 fue la primera en
merecer la consideración de íntegra y fiel. Después siguieron las traducciones
inglesa en 1549, de Thomas Chaloner, y holandesa, en 1560. Se supone la
existencia de versiones españolas manuscritas, no se sabe si parciales o
completas, que pasaron de mano en mano en los círculos erasmistas a lo largo
del siglo XVI, pero no se conoce con certeza ninguna anterior al manuscrito hallado
en la sinagoga portuguesa de Ámsterdam y que data del siglo XVII.
El
genial rasgo medular de la Alabanza
consiste en que sea la propia Estupidez la que tome la palabra desde la cátedra
y pronuncie una conferencia llena de verdades amargas contra el género humano.
Con tal personaje, el autor accede a una posición privilegiada desde donde
puede escoger un tono más libre y al mismo tiempo quedar amparado de los
eventuales ofendidos. Naturalmente la treta no engaña a nadie, pero su eficacia
ha sido más que evidente. La Estupidez se excusa por su falta de estilo y
letras en el latín más brillante, elegante y flexible, de musicalidad asombrosa
y ritmo hechicero.
Los
frailes y los teólogos son los gremios peor parados. Erasmo se matriculó en
1495 en la facultad de teología de la Sorbona, donde tuvo el disgusto de
conocer los rancios excesos y las sofisterías estériles de la escolástica. Dos
años antes se había ordenado cura para huir de las excelencias de la vida
monacal de los agustinos de Delft. En 1499 viajó por primera vez a Inglaterra
invitado por su compañero de estudios William Blount, el futuro lord Mountjoy.
En diversas temporadas llegó a pasar cinco años en Inglaterra y para él siempre
fue el país más querido, donde conoció a sus mejores amigos. Como casi todos
los humanistas de primer rango de su época, estuvo en Italia y conoció la
triple herencia cultural de la Roma pagana, la Roma cristiana y el Renacimiento
italiano. En Bolonia asistió a la entrada triunfal de Julio II, el papa
guerrero criticado en la Alabanza con
una alusión muy clara («robur/rovere», «robusto») para lo que suele ser usual
en la siempre estudiada sutileza erasmiana. También los abusos homicidas de los
luteranos ansiosos de dinero tienen su capítulo particular.
No
es demasiado complaciente en su autodescripción: «Un hombre que pasó toda su
niñez y adolescencia estudiando asignaturas, y la mejor parte de su vida en
vigilias interminables, preocupaciones y fatigas, y por lo demás sin probar ni
un tanto así de placer, siempre parco, pobre, triste, sombrío, duro e injusto
consigo mismo, serio y riguroso con los demás, pálido, macilento, débil,
legañoso, envejecido y canoso prematuro». En general, habla de sí mismo con
tono de escarnio: aquí se burla de los que estudian griego en la vejez, en sus
cartas se confiesa el más feliz del mundo por hacerlo; aquí llama a Homero
«padre de las bobadas», y en una carta a Nicolas Sygeros, que le regaló una
copia de un manuscrito de la obra del griego dice: «Ardo en tal amor por él,
que a pesar de no entenderlo me recreo y alimento sólo con ver la traza de sus
palabras escritas», y en otra a su amigo Blatt: «Cómo me gustaría que supieras
griego, porque la literatura latina es incompleta sin la griega, y nuestro
trato sería más agradable si nos recreásemos en los mismos estudios».
En
1509, Erasmo conoció a Giovanni de’ Medici, el futuro papa León X, aficionado a
la caza y las letras y sumo despreciador de las órdenes mendicantes. Su
secretario personal, el humanista Pietro Bembo, recogió del pontífice renacentista
estas palabras: «Quantum nobis nostrisque ea de Christo fabula profuerit, satis
est omnibus saeculis notum» (Es cosa notable qué larguísimo provecho sacamos de
este cuento de Cristo). Erasmo nunca llegó a ese extremo de cinismo y su
desprecio por la pompa eclesiástica romana era radical. Tampoco pasó por alto
su propia vanidad de autor: «Hay que verlos huecos de satisfacción cuando la
gente vulgar los alaba y señala con el dedo “por ahí va el famoso”, y se ven en
los escaparates, y leen en la cabecera de cada página sus tres nombres que
parecen tan singulares y cosa de magia. Pero, por los dioses inmortales, ¿qué
son más que nombres?». Erasmo, en efecto, firmaba los libros como Desiderius
Erasmus Roterodamus.
La
Estupidez menciona en su conferencia tres principales concepciones de sí misma:
la estupidez como fabricante de ilusiones imprescindibles para vivir en este
mundo, la estupidez como poder efectivo en la sociedad y la historia, y la
estupidez del cristianismo y la mística.
Entre
los incontables rasgos de valor actual e imperecedero, encontramos el
ensalzamiento irónico de la adulación colectiva como fuerza que cohesiona al
grupo social. Sólo en eso, hay más verdad y penetración que en toda la obra de
Rousseau y Habermas reunida. «Esa estupidez engendra los estados y mantiene los
imperios, los magistrados, las religiones, los consejos y las judicaturas,
porque toda la vida humana no es más que una burla de la estupidez».
En
los pasajes donde se cita a sí mismo, Erasmo se alinea sin demérito con los más
grandes de todos los tiempos: Ulises oyendo el canto de su vida en boca de las
sirenas y Cervantes asistiendo al escrutinio de su propia obra.
Ningún
texto de Erasmo irritó tanto a católicos y protestantes como esta Alabanza de la estupidez. En 1527 supo
que la Sorbona la había condenado como incompatible con la fe y la moral. Tanto
y tanto se defendió contra unos y otros, que acabó por hacer creer, siquiera a
los mediocres, que su gran obra era pequeña y su lucidez, locura.
E. GIL BERA
2016
Título original: Enchomion moriae seu laus stultitiae
Desiderius Erasmus, 1511
Traducción: Eduardo Gil Bera
Editor digital: Titivillus
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