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jueves, 28 de abril de 2022

Desiderius Erasmus Alabanza de la estupidez. INTRODUCCIÓN DE E. GIL BERA

 


 

Desiderius Erasmus

Alabanza de la estupidez

Penguin Clásicos

 

 


 INTRODUCCIÓN

 

 

En los retratos de Erasmo realizados por Hans Holbein el Joven se aprecia uno de los rasgos más sugerentes de la humana condición en su variante literaria. No es la mirada viva perdida en la lejanía, ni las dos manos reposando sobre el papel, como quien escribe con doble cuidado y desconfianza vigilante. Se trata de la comisura de los labios, donde juguetea el rasgo de la ironía, el músculo de los cuentos, como lo describió Hoffmann, otro de los grandes irónicos. En Erasmo, pese a toda la amargura, el cansancio y la resignación de la boca prieta, bulle la sonrisa traviesa de quien sabe que la estupidez humana nunca tendrá fin.

Las idas y venidas, los anhelos sobrenaturales y los deseos más rastreros, los atuendos y las poses, las artes y la teología, el amor y la guerra, nada humano es ajeno a la tontería. Ese poder fatal y bendito se eleva en esta obra a personaje y expresa la convicción de que la razón tiene un peso irrelevante y menos que mínimo sobre la realidad del hombre.

Del título Alabanza de la estupidez (Laus Stultitiae) es preciso entender lo que en el lenguaje gramatical se denomina un genitivo subjetivo, o sea, la estupidez es la autora de la alabanza y a la vez un genitivo objetivo, o sea, compone la alabanza de sí misma, como corresponde a la más auténtica estupidez.

Erasmo nació probablemente en 1466, fruto de la relación irregular entre un cura y una joven. Su origen ilegítimo le preocupó siempre y en sus alusiones autobiográficas bosquejó un cuadro idealizado donde su padre fue obligado por la familia a dejar a su pareja y ordenarse sacerdote. En el capítulo XI de la Alabanza hay un pasaje que todas las traducciones (en todas las lenguas) trasladan como «si debéis la vida al matrimonio, y el matrimonio por su parte lo debéis a la Insensatez». No es cierto que todo el mundo deba la vida al matrimonio y, desde luego, no fue así en el caso de Erasmo. El original dice «si conjugiis debetis vitam», y aquí el sentido de «conjugium» es el mismo que leemos en las Geórgicas de Virgilio (III, vv. 274-275) «et saepe sine ullis / conjugiis vento gravidae mirabile dictu» (y muchas veces [las yeguas] quedan preñadas por el viento sin ningún apareamiento, cosa admirable). Es decir, significa coyunda, apareamiento o relación sexual. De hecho, a continuación leemos: «¿Qué mujer experimentada se atrevería a repetir si, en su momento, no le ayudara con su presencia la divinidad del Olvido?». Es una reflexión semejante a la de Chamfort cuando asegura que ninguna mujer en sus cabales cambiaría la epilepsia de unos instantes por una enfermedad de un año, si no fuera porque el amor escapa al dominio de la razón y no mediara un arrebato de vanidad y olvido. Naturalmente «conjugium» también significa unión conyugal o matrimonio, y así lo emplea Erasmo más adelante. Pero aquí, como tantas veces, se trata de un estudiado rasgo irónico.

Sólo es un ejemplo de la desactivación que ha sufrido la ironía de la Alabanza en numerosos pasajes de la mayoría de las traducciones. El caso más patente reside en el título, donde «stultitiae» se ha trasladado en todas las lenguas casi siempre como «de la locura». Erasmo cuenta que tuvo la idea al asociar el apellido de su amigo Tomás Moro con el término griego «moria». La palabra proviene de «moros», que significa reblandecido o inerte, y de ahí tonto, estúpido y, aplicado a los alimentos, insípido. O sea, en griego «moria» no equivale a locura, sino a estupidez: «morologos» es el que dice tonterías. El equivalente latino que emplea Erasmo es «stultitia», que originalmente significa rigidez, tiesura y, en consecuencia, incapacidad de cambiar de opinión, alelamiento, estupidez. De hecho, el centro de gravedad de toda la obra radica esencialmente en la contraposición sabio/ignorante, y no en la de loco/cuerdo. No cabe ningún malentendido, sobre todo porque Erasmo se extiende en varios pasajes para matizar la diferencia entre estupidez y locura, a la que llama de manera inequívoca «insania»; en uno de los más polémicos, describe el cristianismo como una mezcla de estupidez y locura.

Pero esa desactivación de la ironía original y del genio auténtico de la obra no es sólo una equivocación generalizada por el seguidismo imperante en las traducciones de los clásicos. Muchos traductores han anotado que la traslación de «stultitia» como locura no es la mejor, pero sí la tradicional, y tal vez todos han sido conscientes de que se trataba de un licencia no del todo afortunada, aunque masivamente admitida. Tampoco se debe sólo a la importante influencia que ejercieron los grabados de Holbein en los márgenes del manuscrito original, que luego se han reproducido acompañando a muchísimas ediciones y que sugieren que nos encontramos ante una bufonada o chifladura. El malentendido es más bien consecuencia de la actitud insistente del propio Erasmo, que buscó justificarse ante los ataques y censuras y se refirió a la obra como discursillo («declamatiuncula») ocurrente que redactó por puro entretenimiento en unos pocos días. El extendido tópico de que la escribió en una semana procede de una carta dirigida por Erasmo al teólogo Dorp, que le había acusado de denigrar el cristianismo y la vida eterna. De la misiva disculpatoria de Erasmo se concluye que todo empezó con un par de líneas jocosas que comunicó a unos amigos, los cuales le animaron a prolongarlas, lo hizo en una semana. De ahí los repetidos «nosotros» que esparció en el texto, como si hablase de cierta autoría colegiada y que tampoco se recogen en las traducciones tradicionales.

Un obra que condensa toda la insatisfacción y acidez de su autor de la manera más elegante y estudiadamente superficial, y que contiene más rasgos autobiográficos e implacables contra sí mismo que todas las cartas y confesiones sinceras redactadas en su vida, no es consecuencia de un arrebato ni un juego, aunque luego se sintiera obligado a dar esa sensación y ya lo presintiera desde el mismo momento de su redacción, como se trasluce en la carta de dedicatoria a Tomás Moro, cuya fecha de junio de 1508 es errónea a propósito. Erasmo afirma escribir «ex rure», que, en un primer y recto sentido, significa «desde el campo», pero en una segunda lectura se percibe un guiño al «vestigia ruris» de Horacio (Epístolas, II, v. 160), con lo cual se puede entender también «sin formalidad», «a la pata la llana».

No es posible determinar con exactitud cuándo se compuso esta obra maestra de la ironía y la polémica. La versión de Erasmo, que sostiene que tomó apuntes mientras iba a caballo por los Alpes y luego la terminó sin tener sus libros a mano, en un par de días, durante un ataque de ciática en la casa de Tomás Moro en Bucklersbury, es ciertamente divertida, y casa a la perfección con el tono del texto, pero no es válida para determinar una datación más allá de lo aproximado y aún menos para hacerse una idea de su verdadero fondo e intención. Que tantos estudiosos y comentaristas hayan tomado al pie de la letra la indicación que hace la propia Estupidez sobre su manera de redactar: «No vayáis a creer que [esta conferencia] está pergeñada para lucir mi ingenio, como acostumbran a hacer la mayoría de los oradores. Como bien sabéis, suelen jurar que un discurso, que les ha llevado treinta años de elaboración, y que a veces ni siquiera es suyo, lo han escrito o incluso dictado en tres días, poco menos que por pasar el rato. A mí, en cambio, siempre me ha gustado por encima de todo decir lo primero que se me ocurre», ofrece una elocuente medida del grado de eficacia de la finura y la afilada malicia del autor.

Esta pieza brillante de la literatura del humanismo se imprimió por primera vez seguramente en 1511, en París, por Gilles de Gourmont. Erasmo valoró la edición como pésima y plagada de erratas («pessimis formulis depravatissime»). La primera versión revisada y autorizada por el autor apareció al año siguiente, también en París, impresa por Josse Bade van Assche (Jodocus Badius Ascensius). En vida de Erasmo, o sea, hasta 1536, se publicaron treinta y seis ediciones, que salieron de veintiuna imprentas diferentes en once ciudades. Durante ese tiempo, el autor la reescribió siete veces y la versión final era una quinta parte más extensa que la primera. Una de tantas ocasiones en que Erasmo se alude a sí mismo por boca de la Estupidez en la Alabanza dice: «[los eruditos] me parecen más que felices, dignos de compasión, porque se atormentan sin parar, añaden, cambian, suprimen, vuelven a empezar, reescriben, repasan, insisten y luego lo retienen nueve años para no estar nunca satisfechos». La edición de Basilea impresa por Froben en 1515 incluye unos detallados y bastante ingenuos comentarios del médico humanista holandés Gerhardus Listrius, que contó con la colaboración del propio Erasmo, y que después han sido aprovechados en numerosas versiones. En la actualidad, se sigue el texto establecido por Clarence H. Miller en Ámsterdam y Oxford en 1979.

La Alabanza fue un best seller en su época y ha seguido siéndolo hasta hoy. Naturalmente, se tradujo enseguida a numerosas lenguas. Quizá la primera traducción fue al checo por Gregorius Gelenius en 1512, aunque no se imprimió hasta el siglo XIX. La siguiente fue la versión francesa de George Halewin en 1517, que contenía añadidos superfluos, omisiones y errores, y supuso un gran disgusto para Erasmo. La primera traducción alemana fue obra de Sebastian Franck en 1534, y estaba como mínimo a la altura de la francesa en todos sus defectos. La versión italiana de Antonio Pellegrini en 1539 fue la primera en merecer la consideración de íntegra y fiel. Después siguieron las traducciones inglesa en 1549, de Thomas Chaloner, y holandesa, en 1560. Se supone la existencia de versiones españolas manuscritas, no se sabe si parciales o completas, que pasaron de mano en mano en los círculos erasmistas a lo largo del siglo XVI, pero no se conoce con certeza ninguna anterior al manuscrito hallado en la sinagoga portuguesa de Ámsterdam y que data del siglo XVII.

El genial rasgo medular de la Alabanza consiste en que sea la propia Estupidez la que tome la palabra desde la cátedra y pronuncie una conferencia llena de verdades amargas contra el género humano. Con tal personaje, el autor accede a una posición privilegiada desde donde puede escoger un tono más libre y al mismo tiempo quedar amparado de los eventuales ofendidos. Naturalmente la treta no engaña a nadie, pero su eficacia ha sido más que evidente. La Estupidez se excusa por su falta de estilo y letras en el latín más brillante, elegante y flexible, de musicalidad asombrosa y ritmo hechicero.

Los frailes y los teólogos son los gremios peor parados. Erasmo se matriculó en 1495 en la facultad de teología de la Sorbona, donde tuvo el disgusto de conocer los rancios excesos y las sofisterías estériles de la escolástica. Dos años antes se había ordenado cura para huir de las excelencias de la vida monacal de los agustinos de Delft. En 1499 viajó por primera vez a Inglaterra invitado por su compañero de estudios William Blount, el futuro lord Mountjoy. En diversas temporadas llegó a pasar cinco años en Inglaterra y para él siempre fue el país más querido, donde conoció a sus mejores amigos. Como casi todos los humanistas de primer rango de su época, estuvo en Italia y conoció la triple herencia cultural de la Roma pagana, la Roma cristiana y el Renacimiento italiano. En Bolonia asistió a la entrada triunfal de Julio II, el papa guerrero criticado en la Alabanza con una alusión muy clara («robur/rovere», «robusto») para lo que suele ser usual en la siempre estudiada sutileza erasmiana. También los abusos homicidas de los luteranos ansiosos de dinero tienen su capítulo particular.

No es demasiado complaciente en su autodescripción: «Un hombre que pasó toda su niñez y adolescencia estudiando asignaturas, y la mejor parte de su vida en vigilias interminables, preocupaciones y fatigas, y por lo demás sin probar ni un tanto así de placer, siempre parco, pobre, triste, sombrío, duro e injusto consigo mismo, serio y riguroso con los demás, pálido, macilento, débil, legañoso, envejecido y canoso prematuro». En general, habla de sí mismo con tono de escarnio: aquí se burla de los que estudian griego en la vejez, en sus cartas se confiesa el más feliz del mundo por hacerlo; aquí llama a Homero «padre de las bobadas», y en una carta a Nicolas Sygeros, que le regaló una copia de un manuscrito de la obra del griego dice: «Ardo en tal amor por él, que a pesar de no entenderlo me recreo y alimento sólo con ver la traza de sus palabras escritas», y en otra a su amigo Blatt: «Cómo me gustaría que supieras griego, porque la literatura latina es incompleta sin la griega, y nuestro trato sería más agradable si nos recreásemos en los mismos estudios».

En 1509, Erasmo conoció a Giovanni de’ Medici, el futuro papa León X, aficionado a la caza y las letras y sumo despreciador de las órdenes mendicantes. Su secretario personal, el humanista Pietro Bembo, recogió del pontífice renacentista estas palabras: «Quantum nobis nostrisque ea de Christo fabula profuerit, satis est omnibus saeculis notum» (Es cosa notable qué larguísimo provecho sacamos de este cuento de Cristo). Erasmo nunca llegó a ese extremo de cinismo y su desprecio por la pompa eclesiástica romana era radical. Tampoco pasó por alto su propia vanidad de autor: «Hay que verlos huecos de satisfacción cuando la gente vulgar los alaba y señala con el dedo “por ahí va el famoso”, y se ven en los escaparates, y leen en la cabecera de cada página sus tres nombres que parecen tan singulares y cosa de magia. Pero, por los dioses inmortales, ¿qué son más que nombres?». Erasmo, en efecto, firmaba los libros como Desiderius Erasmus Roterodamus.

La Estupidez menciona en su conferencia tres principales concepciones de sí misma: la estupidez como fabricante de ilusiones imprescindibles para vivir en este mundo, la estupidez como poder efectivo en la sociedad y la historia, y la estupidez del cristianismo y la mística.

Entre los incontables rasgos de valor actual e imperecedero, encontramos el ensalzamiento irónico de la adulación colectiva como fuerza que cohesiona al grupo social. Sólo en eso, hay más verdad y penetración que en toda la obra de Rousseau y Habermas reunida. «Esa estupidez engendra los estados y mantiene los imperios, los magistrados, las religiones, los consejos y las judicaturas, porque toda la vida humana no es más que una burla de la estupidez».

En los pasajes donde se cita a sí mismo, Erasmo se alinea sin demérito con los más grandes de todos los tiempos: Ulises oyendo el canto de su vida en boca de las sirenas y Cervantes asistiendo al escrutinio de su propia obra.

Ningún texto de Erasmo irritó tanto a católicos y protestantes como esta Alabanza de la estupidez. En 1527 supo que la Sorbona la había condenado como incompatible con la fe y la moral. Tanto y tanto se defendió contra unos y otros, que acabó por hacer creer, siquiera a los mediocres, que su gran obra era pequeña y su lucidez, locura.

 E. GIL BERA

2016

Título original: Enchomion moriae seu laus stultitiae

Desiderius Erasmus, 1511

Traducción: Eduardo Gil Bera

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

 

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