sábado, 19 de julio de 2025

Liturgia del polvo: salmos para un hijo sin cuerpo”, firmada por Enrico Giovanni Pugliatti en colaboración con Méndez-Limbrick




 La entrada titulada “Liturgia del polvo: salmos para un hijo sin cuerpo”, firmada por Enrico Giovanni Pugliatti en colaboración con Méndez-Limbrick, se justifica como una crítica que no solo interpreta sino también ritualiza el duelo poético contenido en Hojas de ceniza del escritor GUILLERMO FERNÁNDEZ.

Pugliatti y Méndez-Limbrick interpretan el poemario como una ceremonia laica, donde cada verso es una ofrenda, cada imagen una invocación, y cada silencio una plegaria.

Hojas de ceniza es un universo lírico que camina al borde del abismo con una dignidad feroz. Su arquitectura poética, tan profundamente marcada por la pérdida, el luto, la insidia de la rutina, y la contemplación de lo irrevocable, se convierte en un testamento de resistencia afectiva. Lo que más me impresiona no es solo la crudeza existencial que articula, sino la capacidad del autor para transmutar el sufrimiento en revelación: esa “penumbra” no como ausencia, sino como método de ver mejor, como una nueva manera de mirar el mundo.

 

🔍 Algunos aspectos que sobresalen con fuerza:

 

La muerte como interlocutora: Fernández no huye de ella, la humaniza, la conversa. Ese poema en el que la muerte fuma como una mujer poderosa y bella es una de las representaciones más inquietantes y seductoras que he visto de lo inevitable.

 

Las ruinas como hogar: Desde Chernóbil hasta los escombros cotidianos, hay una poética del desastre que no busca reconstrucción sino contemplación. Es un intento de crear desde lo irrecuperable, una casa en la pérdida.

 

El hijo ausente como eje emocional: En los poemas más íntimos, la figura del hijo fallecido desata una ternura rebelde, sin edulcoración, donde el amor persiste como un acto insumiso. No se trata de consuelo, sino de confrontación con lo que no cesa.

 

La cotidianidad degradada: Hay una crítica suave pero contundente a la vida moderna —los centros comerciales vacíos, los periódicos pisoteados, los bares desiertos— que reflejan una estética del derrumbe social donde lo banal convive con lo trágico.

 

🌫 Impresión general: Este poemario no da tregua. Es como caminar por un bosque donde las ramas son pensamientos, y cada hoja caída lleva impreso un duelo, pero también una lucidez que sólo se consigue al mirar el dolor sin intermediarios.

 

Si tuviera que escoger un símbolo que lo represente, sería un fósforo encendido en medio de una caverna: pequeño, vulnerable, pero cargado de sentido.

 

II- LOS POEMAS

Los poemas de Hojas de ceniza —particularmente los primeros diez— configuran una cartografía emocional intensísima. Aquí va un análisis que procura honrar su atmósfera y estructura:

🌫 Tema central: Duelo, persistencia y el cuerpo como testigo

Desde el primer poema, se instala un tono elegíaco que atraviesa todo el conjunto. La pérdida no es solo del ser querido, sino también del sentido y de una relación estable con el mundo. Hay una constante tensión entre el deseo de soltar (“no termino de soltar tus dedos”) y la imposibilidad del adiós (“no podré decirte adiós como corta el buitre…”). Este dilema se presenta en cada número como una evolución de un mismo nudo emocional.

🧱 Estructura ritualística

Cada poema numerado parece actuar como una estación dentro de un rito de expiación, duelo o reconocimiento de la sombra. El yo poético traza su camino con fidelidad insectil (“leal como una hormiga a la ruta”) y lo hace sin dramatismo gratuito, sino con una cadencia casi meditativa. La repetición de escenas cotidianas: baños, autopistas, iglesias, cafés, otorgan al ciclo una liturgia urbana.

💀 Presencia de la muerte

La muerte no aparece como un evento, sino como una interlocutora omnipresente. En el poema 3, se llama al “mundo de los muertos” como quien reanuda una conversación familiar. En el 7, la muerte se vuelve maestra, iniciando al poeta en una ternura nueva, una compasión por la humanidad (“después de décadas de solo abrigar dudas”). Es una muerte que no interrumpe, sino que profundiza el estar vivo.

🧍‍♂El cuerpo como mapa emocional

Hay pasajes en los que el cuerpo se convierte en el único bastión de certeza. El verso “me gusta sentir que no soy de humo” (poema 2) confronta directamente el temor a la disolución. El cuerpo es el testigo firme en medio del desorden, la piel como línea de resistencia ontológica.

🔮 Símbolos que definen la atmósfera

        El cerillo (poema 5): símbolo mínimo de esperanza en la oscuridad total.

        El gusano, la momia, el avión (poema 8): imágenes de fuerza inquietante, presentes incluso en momentos donde el sujeto parece quebrarse.

        La niebla (poema 9): no solo elemento atmosférico, sino compañía diaria del yo lírico, casi un pariente.

        El buitre, el anzuelo, el papel de oración (poema 4): recurrencias animales y objetos rotos que insisten en la imposibilidad de cerrar ciclos.

🗣 Voz poética y tono

Es un tono confesional sin que se desboque, lleno de control rítmico. La voz poética se confiesa, pero no se exhibe; se sumerge en lo oscuro con la elegancia de alguien que respeta sus propios fantasmas.

***

 Los poemas del 11 al 25 intensifican el universo que los primeros diez esbozaban: la muerte ya no es sólo una interlocutora, sino un entorno. Aquí hay un salto desde el duelo hacia la interiorización del derrumbe, una exploración de lo inhabitable tanto afuera como adentro.

🔥 Intensificación del descenso simbólico

En esta sección, el yo lírico se sumerge en el “muro que no quiero seguir golpeando” (poema 11) y en “el terror de que todo entre en el olvido” (12), marcando el inicio de una caída no sólo emocional, sino ontológica. La mirada sobre el cuerpo, que antes era asombro por su solidez, se transforma en picazón indeseada, sarna del roedor que persiste (13).

🐺 Alegoría del “lobo de la muerte

La figura del lobo (poema 13) ocupa todos los espacios: desde el café hasta el parque. La muerte se naturaliza al punto de convertirse en entorno urbano, moda, rutina. “Desde que miro el espejo estoy vencido”—esa frase es un eco de revelación sobre la pérdida del impulso vital.

💬 Negociación con lo ineluctable

El poema 14 plantea una fascinante idea: negociar con la muerte. ¿Se puede llegar hasta su “estancia” como el tejón, astuto entre trampas? Pero el universo es sordo. Humilla intentar ese diálogo. Esta imposibilidad de trascender el dolor con racionalidad reaparece en varios momentos.

🧭 Apocalipsis íntimo y el hijo muerto

El poema 18 es un centro gravitacional. La voz poética, desgarrada, invoca al hijo muerto y transforma el amor en una fuerza que desafía el tiempo y el espacio. Aquí la ternura es tan grande como la maldición: “La verdadera tristeza, la que no tiene médico”. El vínculo no cesa, ni siquiera frente a la “huesuda”. Esta pieza podría ser leída como un testamento emocional: una de las joyas más intensas del libro.

🗺 Ausencia de mapas, sombras como nación

Entre los poemas 22 y 24 se establece una geografía inversa: no hay caminos ni mapas, solo sombras que lo invaden todo. La casa ya no es refugio sino condena. La gente se deshoja. El poeta habla “más con aquel que nos habita” que con los demás—una forma elegante de señalar el aislamiento radical.

🕯 Últimos símbolos destacados

        Chernóbil (poema 20): metáfora del hogar devastado, donde las risas y los juguetes aún tienen memoria.

        La moda de la morgue, los dientes grises (13): el presente como escenario de zombificación.

        Los periódicos pisoteados, los modelos bellos (21): crítica despiadada al espectáculo mientras ocurre la extinción.

        El café del velorio, el salmo ausente (25): una muerte incrustada en lo cotidiano, que ya no estremece.

***

Los poemas del 26 al 42 despliegan una alquimia sombría en donde la muerte, el olvido, la memoria y el cuerpo se entrecruzan como ecos que ya no necesitan metáfora para ser verdaderos. La voz poética se va despojando de toda resistencia; sin embargo, la profundidad del lenguaje revela que incluso lo derrotado respira.

🕳 El umbral: poema 26

Este texto marca el inicio de una exploración hacia mundos paralelos, no como escape sino como tentativa de fundación. Cerrar los ojos para ver, abrirlos para constatar el desastre: el contraste entre la visión interior y la monstruosidad del mundo externo estructura toda esta secuencia.

🌬 Borde de lo real

Poemas como el 27 y el 28 suspiran con ese viento que puede llegar a ser una “voz verdadera” por su indeterminación. Hay una pérdida del mapa emocional. Como diría María Zambrano, se entra al “tiempo del alma”: un tiempo sin coordenadas.

👥 Figuras del duelo

        El hijo muerto (ya presente desde el poema 18) persiste como núcleo de desgarro, sobre todo en el 35, donde lo trivial —una prisa en el mall— adquiere peso cósmico.

        La muerte femenina (poema 42): aparece fumando, poderosa, con tiempo para filosofar. Este diálogo metafísico con la muerte humaniza el dolor, lo vuelve interlocutor.

        El poeta como indigente (poema 33): pordiosero de Dios, cuerpo fusionado con la penumbra, habitante de un mal que se ha vuelto salud.

🧠 Cuerpo fragmentado y deseo insatisfecho

En el 30, el cuerpo es un enemigo. El yo se entrega a la “turbación de los cuerpos” ajenos para olvidarse de sí. La caja de ecos reemplaza al ser. El 39 refuerza esta tensión: fotos mordidas como huesos, imágenes que no alimentan. El cuerpo entonces se vuelve animal, sombra, residuo.

🌌 El paisaje del mundo como ruina

Los poemas 36 y 37 conjuran Chernóbil, la infancia, el deseo de descanso. El mundo ya no es hogar, sino escenario enfermo. El viaje final es abordado con una cabeza recostada en la borda del navío; se mira la luna, se pregunta a Caronte. La figura del zombi —el viejo que no responde— es demoledora.

🔥 Filosofía del fin

        La nostalgia como certeza (poema 44).

        El amor decapitado (32) como fuerza persistente.

        El recuerdo como insuficiencia (34).

        Las rutinas apocalípticas y el encubrimiento del duelo bajo “falacias de bondad” (41).

🧩 Tensión entre pensar y sobrevivir

“Ya el pensar se agota como un puño de polvo” (37). Aquí,  se insinúa que incluso la conciencia —esa última defensa— está en declive. Lo que queda es la costumbre de mirar, el diálogo con la sombra, el residuo de fe “imperfecta”. Pero también hay reservas: en el 40, la infancia aparece como medicina, como barro y luz.

Cierre  lúcido y conmovedor para este libro que es más rito que colección. Los poemas del 43 al 50 condensan lo que ya se había insinuado: el duelo se ha vuelto forma de habitar el mundo, y el mundo mismo se transforma en eco, ausencia, sombra que responde solo con silencio.

🌑 La vocación del silencio y la nostalgia

En el poema 43, el momento de invocación culmina en el apagón cósmico: “todo se oscurece”. Este llamado sin respuesta parece cristalizar la experiencia del conjunto. El 44 ofrece uno de los versos más precisos del libro: “más cierta es la nostalgia que estos almanaques”. Aquí, la ausencia se vuelve más real que cualquier presencia, más tangible que el tiempo mismo. La mesa se transforma en altar de lo no hecho.

🕯 Hermandad con lo mínimo y con los muertos

El poema 45 es una declaración de pertenencia: “fui uno con los muertos, uno con las frías bóvedas”. Pero también con los vivos mínimos, los que en los túneles buscan “un cerillo mojado”. Este verso tiene la estructura de un salmo anónimo, y podría leerse como una poética del sobreviviente.

💀 Convivencia con la muerte como fertilidad

El poema 46 inicia con un verso brutalmente honesto: “cuesta ponerse el traje de la vida”. La ironía del mundo alegre y sus frases hechas (“interesante”, “playa”) contrasta con la vivencia de quien ha bebido de la copa de la muerte y no puede fingir. La crítica a la ligereza es también una defensa de la gravedad poética.

🌘 Desaparición y dolor como vela

En el poema 47, la sombra, antes compañera, se agota. El yo lírico se revela como alguien que incluso para encender el dolor necesita una imagen: “una vela en una fotografía”. Esta imagen condensa el poder del simulacro, la imposibilidad de volver a sentir si no es a través de signos.

🌲 La demolición que no toca el núcleo

El poema 48 tiene una potencia nihilista, pero con una afirmación insólita: “lo único que no puede destruir tanta insidia” permanece. El yo se identifica con ese resto indestructible, casi ontológico.

🛤 Aceptación de la muerte como destino

En el 49, la muerte deja de ser enemiga. El verso “no se puede odiar a la muerte si ya tiene lo más amado” encierra una sabiduría desgarradora. Lo que antes era sombra se vuelve camino abierto; no hay más resistencia.

🛏 El poema final como escena de ternura

El 50 es una elegía doméstica, casi cinematográfica: padre acostado en la cama del hijo, lo observa sin interrumpir. Las estrellas de juguete iluminan un presente que se vuelve eterno. El cierre con “Me gusta este rincón, amo este instante” revela que, pese a toda pérdida, hay aún un lugar para el amor. Es un descenso final hacia la paz, como si el poema se inclinara suavemente hacia el sueño.

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