La entrada titulada “Liturgia del polvo: salmos para un hijo sin cuerpo”, firmada por Enrico Giovanni Pugliatti en colaboración con Méndez-Limbrick, se justifica como una crítica que no solo interpreta sino también ritualiza el duelo poético contenido en Hojas de ceniza del escritor GUILLERMO FERNÁNDEZ.
Pugliatti y Méndez-Limbrick interpretan el poemario como una ceremonia laica, donde cada verso es una ofrenda, cada imagen una invocación, y cada silencio una plegaria.
Hojas de ceniza es un
universo lírico que camina al borde del abismo con una dignidad feroz. Su
arquitectura poética, tan profundamente marcada por la pérdida, el luto, la
insidia de la rutina, y la contemplación de lo irrevocable, se convierte en un
testamento de resistencia afectiva. Lo que más me impresiona no es solo la
crudeza existencial que articula, sino la capacidad del autor para transmutar
el sufrimiento en revelación: esa “penumbra” no como ausencia, sino como método
de ver mejor, como una nueva manera de mirar el mundo.
🔍 Algunos aspectos que sobresalen
con fuerza:
La muerte como
interlocutora: Fernández no huye de ella, la humaniza, la conversa. Ese poema
en el que la muerte fuma como una mujer poderosa y bella es una de las
representaciones más inquietantes y seductoras que he visto de lo inevitable.
Las ruinas como hogar: Desde
Chernóbil hasta los escombros cotidianos, hay una poética del desastre que no
busca reconstrucción sino contemplación. Es un intento de crear desde lo
irrecuperable, una casa en la pérdida.
El hijo ausente como eje
emocional: En los poemas más íntimos, la figura del hijo fallecido desata una
ternura rebelde, sin edulcoración, donde el amor persiste como un acto
insumiso. No se trata de consuelo, sino de confrontación con lo que no cesa.
La cotidianidad degradada:
Hay una crítica suave pero contundente a la vida moderna —los centros
comerciales vacíos, los periódicos pisoteados, los bares desiertos— que
reflejan una estética del derrumbe social donde lo banal convive con lo
trágico.
🌫️ Impresión general: Este poemario no
da tregua. Es como caminar por un bosque donde las ramas son pensamientos, y
cada hoja caída lleva impreso un duelo, pero también una lucidez que sólo se
consigue al mirar el dolor sin intermediarios.
Si tuviera que escoger un
símbolo que lo represente, sería un fósforo encendido en medio de una caverna:
pequeño, vulnerable, pero cargado de sentido.
II- LOS POEMAS
Los poemas de Hojas de
ceniza —particularmente los primeros diez— configuran una cartografía emocional
intensísima. Aquí va un análisis que procura honrar su atmósfera y estructura:
🌫️ Tema central: Duelo, persistencia y el
cuerpo como testigo
Desde el primer poema, se
instala un tono elegíaco que atraviesa todo el conjunto. La pérdida no es solo
del ser querido, sino también del sentido y de una relación estable con el mundo.
Hay una constante tensión entre el deseo de soltar (“no termino de soltar tus
dedos”) y la imposibilidad del adiós (“no podré decirte adiós como corta el
buitre…”). Este dilema se presenta en cada número como una evolución de un
mismo nudo emocional.
🧱 Estructura ritualística
Cada poema numerado parece
actuar como una estación dentro de un rito de expiación, duelo o reconocimiento
de la sombra. El yo poético traza su camino con fidelidad insectil (“leal como
una hormiga a la ruta”) y lo hace sin dramatismo gratuito, sino con una
cadencia casi meditativa. La repetición de escenas cotidianas: baños,
autopistas, iglesias, cafés, otorgan al ciclo una liturgia urbana.
💀 Presencia de la muerte
La muerte no aparece como un
evento, sino como una interlocutora omnipresente. En el poema 3, se llama al
“mundo de los muertos” como quien reanuda una conversación familiar. En el 7,
la muerte se vuelve maestra, iniciando al poeta en una ternura nueva, una
compasión por la humanidad (“después de décadas de solo abrigar dudas”). Es una
muerte que no interrumpe, sino que profundiza el estar vivo.
🧍♂️El
cuerpo como mapa emocional
Hay pasajes en los que el
cuerpo se convierte en el único bastión de certeza. El verso “me gusta sentir
que no soy de humo” (poema 2) confronta directamente el temor a la disolución.
El cuerpo es el testigo firme en medio del desorden, la piel como línea de
resistencia ontológica.
🔮 Símbolos que definen la atmósfera
• El cerillo (poema 5): símbolo mínimo de esperanza en la
oscuridad total.
• El gusano, la momia, el avión (poema 8): imágenes de fuerza
inquietante, presentes incluso en momentos donde el sujeto parece quebrarse.
• La niebla (poema 9): no solo elemento atmosférico, sino
compañía diaria del yo lírico, casi un pariente.
• El buitre, el anzuelo, el papel de oración (poema 4):
recurrencias animales y objetos rotos que insisten en la imposibilidad de
cerrar ciclos.
🗣️ Voz poética y tono
Es un tono confesional sin
que se desboque, lleno de control rítmico. La voz poética se confiesa, pero no
se exhibe; se sumerge en lo oscuro con la elegancia de alguien que respeta sus
propios fantasmas.
***
Los poemas del 11 al 25 intensifican el
universo que los primeros diez esbozaban: la muerte ya no es sólo una
interlocutora, sino un entorno. Aquí hay un salto desde el duelo hacia la
interiorización del derrumbe, una exploración de lo inhabitable tanto afuera
como adentro.
🔥 Intensificación del descenso simbólico
En esta sección, el yo
lírico se sumerge en el “muro que no quiero seguir golpeando” (poema 11) y en
“el terror de que todo entre en el olvido” (12), marcando el inicio de una
caída no sólo emocional, sino ontológica. La mirada sobre el cuerpo, que antes
era asombro por su solidez, se transforma en picazón indeseada, sarna del
roedor que persiste (13).
🐺 Alegoría del “lobo de la muerte”
La figura del lobo (poema
13) ocupa todos los espacios: desde el café hasta el parque. La muerte se
naturaliza al punto de convertirse en entorno urbano, moda, rutina. “Desde que
miro el espejo estoy vencido”—esa frase es un eco de revelación sobre la
pérdida del impulso vital.
💬 Negociación con lo ineluctable
El poema 14 plantea una
fascinante idea: negociar con la muerte. ¿Se puede llegar hasta su “estancia”
como el tejón, astuto entre trampas? Pero el universo es sordo. Humilla
intentar ese diálogo. Esta imposibilidad de trascender el dolor con
racionalidad reaparece en varios momentos.
🧭 Apocalipsis íntimo y el hijo
muerto
El poema 18 es un centro
gravitacional. La voz poética, desgarrada, invoca al hijo muerto y transforma
el amor en una fuerza que desafía el tiempo y el espacio. Aquí la ternura es
tan grande como la maldición: “La verdadera tristeza, la que no tiene médico”.
El vínculo no cesa, ni siquiera frente a la “huesuda”. Esta pieza podría ser
leída como un testamento emocional: una de las joyas más intensas del libro.
🗺️ Ausencia de mapas, sombras como nación
Entre los poemas 22 y 24 se
establece una geografía inversa: no hay caminos ni mapas, solo sombras que lo
invaden todo. La casa ya no es refugio sino condena. La gente se deshoja. El
poeta habla “más con aquel que nos habita” que con los demás—una forma elegante
de señalar el aislamiento radical.
🕯️ Últimos símbolos destacados
• Chernóbil (poema 20): metáfora del hogar devastado, donde las
risas y los juguetes aún tienen memoria.
• La moda de la morgue, los dientes grises (13): el presente
como escenario de zombificación.
• Los periódicos pisoteados, los modelos bellos (21): crítica
despiadada al espectáculo mientras ocurre la extinción.
• El café del velorio, el salmo ausente (25): una muerte
incrustada en lo cotidiano, que ya no estremece.
***
Los poemas del 26 al 42
despliegan una alquimia sombría en donde la muerte, el olvido, la memoria y el
cuerpo se entrecruzan como ecos que ya no necesitan metáfora para ser
verdaderos. La voz poética se va despojando de toda resistencia; sin embargo,
la profundidad del lenguaje revela que incluso lo derrotado respira.
🕳️ El umbral: poema 26
Este texto marca el inicio
de una exploración hacia mundos paralelos, no como escape sino como tentativa
de fundación. Cerrar los ojos para ver, abrirlos para constatar el desastre: el
contraste entre la visión interior y la monstruosidad del mundo externo
estructura toda esta secuencia.
🌬️ Borde de lo real
Poemas como el 27 y el 28
suspiran con ese viento que puede llegar a ser una “voz verdadera” por su
indeterminación. Hay una pérdida del mapa emocional. Como diría María Zambrano,
se entra al “tiempo del alma”: un tiempo sin coordenadas.
👥 Figuras del duelo
• El hijo muerto (ya presente desde el poema 18) persiste como
núcleo de desgarro, sobre todo en el 35, donde lo trivial —una prisa en el
mall— adquiere peso cósmico.
• La muerte femenina (poema 42): aparece fumando, poderosa, con
tiempo para filosofar. Este diálogo metafísico con la muerte humaniza el dolor,
lo vuelve interlocutor.
• El poeta como indigente (poema 33): pordiosero de Dios,
cuerpo fusionado con la penumbra, habitante de un mal que se ha vuelto salud.
🧠 Cuerpo fragmentado y deseo
insatisfecho
En el 30, el cuerpo es un
enemigo. El yo se entrega a la “turbación de los cuerpos” ajenos para olvidarse
de sí. La caja de ecos reemplaza al ser. El 39 refuerza esta tensión: fotos
mordidas como huesos, imágenes que no alimentan. El cuerpo entonces se vuelve
animal, sombra, residuo.
🌌 El paisaje del mundo como ruina
Los poemas 36 y 37 conjuran
Chernóbil, la infancia, el deseo de descanso. El mundo ya no es hogar, sino
escenario enfermo. El viaje final es abordado con una cabeza recostada en la
borda del navío; se mira la luna, se pregunta a Caronte. La figura del zombi
—el viejo que no responde— es demoledora.
🔥 Filosofía del fin
• La nostalgia como certeza (poema 44).
• El amor decapitado (32) como fuerza persistente.
• El recuerdo como insuficiencia (34).
• Las rutinas apocalípticas y el encubrimiento del duelo bajo
“falacias de bondad” (41).
🧩 Tensión entre pensar y sobrevivir
“Ya el pensar se agota como
un puño de polvo” (37). Aquí, se insinúa
que incluso la conciencia —esa última defensa— está en declive. Lo que queda es
la costumbre de mirar, el diálogo con la sombra, el residuo de fe “imperfecta”.
Pero también hay reservas: en el 40, la infancia aparece como medicina, como
barro y luz.
Cierre lúcido y conmovedor para este libro que es
más rito que colección. Los poemas del 43 al 50 condensan lo que ya se había
insinuado: el duelo se ha vuelto forma de habitar el mundo, y el mundo mismo se
transforma en eco, ausencia, sombra que responde solo con silencio.
🌑 La vocación del silencio y la
nostalgia
En el poema 43, el momento
de invocación culmina en el apagón cósmico: “todo se oscurece”. Este llamado
sin respuesta parece cristalizar la experiencia del conjunto. El 44 ofrece uno
de los versos más precisos del libro: “más cierta es la nostalgia que estos
almanaques”. Aquí, la ausencia se vuelve más real que cualquier presencia, más
tangible que el tiempo mismo. La mesa se transforma en altar de lo no hecho.
🕯️ Hermandad con lo mínimo y con los muertos
El poema 45 es una
declaración de pertenencia: “fui uno con los muertos, uno con las frías
bóvedas”. Pero también con los vivos mínimos, los que en los túneles buscan “un
cerillo mojado”. Este verso tiene la estructura de un salmo anónimo, y podría
leerse como una poética del sobreviviente.
💀 Convivencia con la muerte como
fertilidad
El poema 46 inicia con un
verso brutalmente honesto: “cuesta ponerse el traje de la vida”. La ironía del
mundo alegre y sus frases hechas (“interesante”, “playa”) contrasta con la
vivencia de quien ha bebido de la copa de la muerte y no puede fingir. La
crítica a la ligereza es también una defensa de la gravedad poética.
🌘 Desaparición
y dolor como vela
En el poema 47, la sombra,
antes compañera, se agota. El yo lírico se revela como alguien que incluso para
encender el dolor necesita una imagen: “una vela en una fotografía”. Esta
imagen condensa el poder del simulacro, la imposibilidad de volver a sentir si
no es a través de signos.
🌲 La demolición que no toca
el núcleo
El poema 48 tiene una
potencia nihilista, pero con una afirmación insólita: “lo único que no puede
destruir tanta insidia” permanece. El yo se identifica con ese resto
indestructible, casi ontológico.
🛤️ Aceptación de la muerte como destino
En el 49, la muerte deja de
ser enemiga. El verso “no se puede odiar a la muerte si ya tiene lo más amado”
encierra una sabiduría desgarradora. Lo que antes era sombra se vuelve camino
abierto; no hay más resistencia.
🛏️ El poema final como escena de ternura
El 50 es una elegía
doméstica, casi cinematográfica: padre acostado en la cama del hijo, lo observa
sin interrumpir. Las estrellas de juguete iluminan un presente que se vuelve
eterno. El cierre con “Me gusta este rincón, amo este instante” revela que,
pese a toda pérdida, hay aún un lugar para el amor. Es un descenso final hacia
la paz, como si el poema se inclinara suavemente hacia el sueño.
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