INTRODUCCIÓN
El
accidentado año 44 a. C .
Al
comenzar el verano del 44 a. C. Cicerón sufría en sus propias carnes la agitada
situación de Roma 1 . A
comienzos de año había soportado como una pesada losa su exclusión de la vida
política por culpa del imparable ascenso del poder personal de César tras la
Guerra Civil y la subsiguiente degradación de la vieja República. El 15 de
marzo fue una fecha clave, con el asesinato de este a manos de unos senadores
conjurados. En Cicerón nació la esperanza de que podía abrirse un período de
nuevas oportunidades, pero pronto comprobó que no era así. Se produjo una
situación de caos e incertidumbre. Se proclamó una amnistía y Bruto y Casio
dejaron Roma, aun ocupando el cargo de pretores, mientras que Marco Antonio
permanecía como cónsul. Todo se había trastornado: la falta de programa político
de los conjurados generó una notable inestabilidad y Marco Antonio mantuvo la línea
de acción política del asesinado dictador, permitiendo que grupos armados de
sus partidarios actuaran en la Ciudad. En abril siguiente Octaviano, el sobrino
nieto adoptado por César y futuro Augusto, regresó apresuradamente a Roma y
polarizó la situación entre sus partidarios y los de Antonio. Cicerón vio en
este último y en sus medidas cada vez más radicales al enemigo real que debería
haber perecido junto con el dictador.
A
esta ansiedad se unían los sinsabores de su vida familiar: poco más de un año
antes su hija Tulia había muerto no mucho después de dar a luz y había sumido a
Cicerón en una tristeza considerable, de la que tardó meses en recuperarse;
además, estaba alejado de su gran esperanza, su hijo Marco, quien, una vez
recibido el perdón de César por haber participado como oficial en el ejército
de Pompeyo, se encontraba estudiando en Atenas desde el año anterior; y sobre él
le llegaban informaciones no del todo alentadoras.
En
esta situación, el 17 de julio se embarcó en Pompeya rumbo a Atenas con la
intención de reunirse con el joven Marco. Pero en una de las escalas, todavía
en la península Itálica, recibió la noticia de que para el 1 de septiembre se
había convocado una reunión especial del Senado en la que se esperaba que
Antonio hiciera concesiones. Emprendió entonces el viaje de vuelta y llegó a
Roma a tiempo. A pesar de ello, no acudió a la reunión ante las amenazas de
muerte que había recibido; Antonio consideró su ausencia como un desprecio y lo
atacó airadamente. Al día siguiente, 2 de septiembre, Cicerón sí habló ante el
Senado y en su discurso insertó un virulento ataque contra los desmanes políticos
de Antonio: el discurso se publicó inmediatamente como la Primera Filípica , título adoptado en recuerdo de los pronunciados
por Demóstenes contra Filipo de Alejandría trescientos años antes. En este
ambiente de tensión la presencia de Cicerón en Roma era muy arriesgada, de modo
que, tal como ya había hecho entre abril y julio, emprendió un casi continuo
peregrinaje por sus propiedades rurales con el objeto de no ser fácil objetivo
de las bandas armadas.
En medio de todos estos acontecimientos, Cicerón
continuaba con su intensa actividad intelectual, a partir del 46 a. C. centrada
especialmente en la composición de obras de contenido teorético. De officiis (Los deberes) , pensada según
Cicerón para suplir el frustrado encuentro con su hijo en Atenas, es una más de
ellas: en septiembre del mencionado 44 a. C., una vez abandonada Roma, debió de
concebir la idea de escribirla 2 y emprendió su redacción con un ritmo muy
acelerado: la primera referencia a ella en su epistolario es del 28 de octubre,
y sin embargo tan solo ocho días después anuncia en otra carta que ha
completado los dos primeros libros; además, mientras aguardaba la llegada del
material del filósofo Posidonio que habría de servirle en la redacción del
libro tercero, estaba ocupado simultáneamente con la Segunda Filípica y con el tratado La ancianidad . Su ritmo de trabajo era, por lo tanto, vertiginoso
y seguramente con interrupciones debidas a los desplazamientos. No existe
referencia ninguna sobre la conclusión y publicación de Los deberes, pero buena parte de los estudiosos consideran que para
el 9 de diciembre —fecha de su regreso a Roma para dedicarse íntegramente a la
política— debía de estar concluida. No son pocos los filólogos que detectan en
esta obra señales de redacción apresurada e incluso defienden que quedó sin la última
mano y que quizá solo se publicara póstumamente 3 .
La
obra está dedicada a su hijo Marco pero, como suele suceder, se destina a un público
más amplio. Basta una somera lectura para percibir la importante presencia de
cuestiones políticas. De hecho, Cicerón ofrece un planteamiento romanizado de ética
cívica a partir de un modelo griego de virtudes según la doctrina estoica, con
el objeto de presentarlas de cara a la batalla política del momento 4 . La forma adoptada se aleja del tratado (como
en Panecio) y del diálogo (como en las obras filosóficas previas de Cicerón)
para acercarse más a la redacción informal (sermo)
propia de una carta; el objeto de esa forma es hacer su contenido más asequible
a un público juvenil de elevada condición, los protagonistas de la actividad
política de los años subsiguientes 5 . Estos son los destinatarios de la obra,
antes que los filósofos; ante un público de estas características cobran
sentido las referencias reiteradas al derecho civil, a la tradición romana, a
los grandes ejemplos cívicos y a los peligros de una actividad pública
desligada del sentido de la virtud.
Por
otra parte, la obra se aparta de la línea estoica también por la importante
presencia de la retórica, tan amada por Cicerón. Desde el punto de vista de
esta escuela filosófica, esta no sería necesaria para hombres plenamente
racionales, que se convencen por la fuerza de los argumentos y no por la
capacidad de persuasión, la cual sirve para los más débiles. Los filósofos
censuran la ornamentación gratuita en cuanto que actúa sobre las pasiones más
que sobre el entendimiento y genera más impresiones que certezas. Sin embargo,
la retórica de la evidencia se justifica por sus capacidades pedagógicas y
parenéticas —guiando desde lo sensible a lo inteligible—, tanto más cuanto que
el público destinatario en este caso no es el sabio, sino la juventud romana de
elevada condición 6 .
Fuentes
de «Los deberes»
Como
el propio Cicerón deja claro en múltiples pasajes de Los deberes , para su redacción se sirvió principalmente de una
obra del filósofo estoico Panecio, El
deber (Perì toû kathḗkontos) , en tres libros. Tanto es así que el título
que escogió fue justamente el traslado del griego —pero en plural—, aunque
Cicerón se ve forzado a tratar en su correspondencia sobre la adecuación del término
latino officium 7 . No era un título en absoluto novedoso, pues
sabemos de sendas obras así llamadas escritas por Zenón, Cleantes, Esfero,
Crisipo, Hecatón y Posidonio 8 . Lo que evidencia es la inserción de la obra
en la corriente filosófica del estoicismo, pues a ella corresponde el llamar kathḗkon a lo que es apropiado, a lo que
incumbe a uno; en cierto modo, al deber 9 .
Esto
puede resultar extraño, porque la formación filosófica de Cicerón no es
estoica, sino académica; pero él mismo se detiene en I 6 y III 20 a exponer la
cercanía de estoicos, académicos y peripatéticos en las cuestiones sobre la
virtud y la moralidad, reconociendo las ventajas expositivas de la enseñanza
estoica y minimizando las divergencias 10 . Por otra parte, su suave escepticismo académico
le otorgaba licencia para adoptar los argumentos que en cada momento fueran más
plausibles, siempre conservando su criterio y capacidad de juicio particulares.
De hecho, Cicerón no se ve a sí mismo como un mero traductor, sino que su labor
consiste, en sus dos primeros libros, en una adaptación compendiosa del tratado
sobre el tema de Panecio, como se ha expuesto. Este fue un filósofo estoico (ca. 185-109 a. C.) natural de Rodas y
discípulo de Diógenes de Babilonia y de Antípatro de Tarso, a quien sucedió en
el 129 a. C. como cabeza de la Estoa. Fue amigo de Cornelio Escipión Emiliano,
al que acompañó en su embajada a Oriente en el 140-139 a. C. Transformó algunas
doctrinas físicas estoicas, y en moral trasladó el centro de interés del sabio
al hombre bueno ordinario. La obra de Panecio desarrollaba en tres libros la
cuestión del deber en relación con la honorabilidad y la utilidad.
Sin
embargo, no es posible realizar el cotejo directo entre Panecio y Cicerón
porque no se conserva la obra del primero; no obstante, muchos estudiosos han
intentado deslindar los elementos panecianos de los ciceronianos en Los deberes , con conclusiones no
siempre homogéneas. Recientemente se ha planteado el problema comparándolo —no
sin cierta ironía— con el famoso de las fuentes griegas de la comedia latina:
estaríamos en ambos casos ante un modelo griego fielmente seguido, pero con
contaminación de otras ideas, y sería necesaria una gran habilidad filológica
para identificar los «elementos ciceronianos en Cicerón» 11 . La «romanización» de su fuente por parte de
Cicerón resultaría indudable, al menos, en los ejemplos romanos que se cuida de
adjuntar a los griegos. De todos modos, el propio Cicerón manifiesta sobre esta
cuestión en II 60: «este mismo Panecio al que sigo mucho en estos libros pero
sin traducirlo».
Pero,
sin duda, la obra de Panecio no fue la única de que se sirvió Cicerón para
redactar la suya. En I 159 y en III 8 menciona a Posidonio, que también había
compuesto un libro titulado El deber
. Ahora bien, por una carta de Cicerón a Ático, fechada el 5 de noviembre del
44 a. C. (Cartas a Ático XVI 11, 4),
sabemos que había escrito a un tal Atenodoro Calvo pidiéndole un listado de
contenidos 12 del libro de
Posidonio; y una semana después, el 12 (XVI 14, 4) manifestaba que este le había
enviado un comentario mucho más detallado 13 . Cicerón conoció personalmente a este estoico
en Rodas y estudió bajo su autoridad en el 78 a. C., tras lo cual mantuvo
siempre un gran aprecio por su obra. De todos modos, resulta claro que no
disponía de El deber y que, una vez
recibido el material, sintió una cierta decepción por el tratamiento tan
sucinto de la materia, tanto más cuanto que Posidonio calificaba el asunto como
vital. Parece, por lo tanto, que la doctrina de Posidonio pudo ser de ayuda a
Cicerón en la redacción del libro III, al menos hasta III 34, donde declara que
seguirá la redacción sin ayuda ninguna.
No
obstante esta última afirmación del autor, a partir de III 63 (y especialmente
en III 89-95) se menciona y usa —probablemente de modo directo— otra obra también
titulada El deber : en este caso, de
Hecatón de Rodas, otro discípulo de Panecio contemporáneo de Posidonio 14 . Es posible que la obra de Hecatón estuviera
redactada en forma de diálogo entre las dos cabezas de la Estoa que fueron
maestros de Panecio: Antípatro de Tarso y Diógenes de Babilonia.
Estructura
y contenido de «Los deberes»
Los
deberes trata sobre la actuación que corresponde a un varón bueno (vir bonus) , es decir, a una persona de
rango social elevado, ya sea por estirpe o por el reconocimiento de su virtud.
Un deber es, según la definición estoica asumida por Cicerón, una acción «sobre
la que puede darse un motivo razonable de por qué se ha hecho» (I 8, cf. infra , «elementos de moral estoica»).
La obra trata sobre cómo un varón bueno puede decidir acertadamente: a) si una
acción es honorable o ignominiosa; b) si es provechosa o no; c) qué solución
dar al aparente conflicto entre lo honorable y lo provechoso. Cicerón adopta
esta estructura tripartita de la obra de Panecio, quien la había formulado sin
llegar a desarrollar el tercer punto. Así, el primer libro de la obra de Cicerón
versa sobre lo honorable; el segundo, sobre lo útil, y el tercero, sobre la
solución de aparentes conflictos.
Dentro de cada libro el esquema de desarrollo
se atiene, con flexibilidad, a las cuatro virtudes cardinales, según la
descripción de Panecio: sabiduría (más prudencia), justicia (más generosidad),
magnanimidad y decorum (que incluye
la templanza) 15 . A ellas
antecede una sección inicial que consiste en un proemio, una descripción y una divisio (un resumen de la estructura);
tras los deberes correspondientes a estas virtudes sigue, en los dos primeros
libros, una sección de contraposición entre ellas. Se cierra cada libro con una
pequeña conclusión. Todos los estudiosos que proponen un esquema coinciden básicamente
en la descripción del libro primero, muy nítidamente expresada por Cicerón; sin
embargo, en los libros segundo y tercero las divergencias entre ellos son muy
acusadas porque hay menos divisiones
y recapitulaciones, o son menos explícitas. En mi opinión, la sinopsis de la
obra es esta:
LIBRO
I
LIBRO II
LIBRO
III
Acudiendo
a otro tipo de presentación 17 , puede decirse que el libro I trata de los
atributos morales más importantes en un varón bueno: justicia —especialmente en
cuanto asociada con el cumplimiento de los deberes sociales—, magnanimidad —tradicionalmente
asociada al coraje y a la superación de límites— y corrección —llamada decorum por Cicerón y consistente en
acertar con lo adecuado—. El libro II trata del reconocimiento (gloria ) como el mayor provecho que un
varón bueno puede obtener de los demás: en este contexto la ambición y la
liberalidad requieren atención especial, pues desenfocadas pueden ser
terriblemente dañinas. El libro III aporta la regla de no dañar a nadie en
beneficio propio y se aplica a multitud de ejemplos prácticos de problemas éticos,
a menudo atendiendo a la tradición romana. Por otra parte, hay que tener
siempre presente que Los deberes solo
se comprende cabalmente como una obra de fuerte carga política 18 y atenta a materias relevantes para la difícil
situación tras la dictadura y asesinato de César; su última obra filosófica de
peso parece enviar a sus conciudadanos un mensaje sobre cómo afrontar la grave
crisis política del momento, especialmente con un aviso acerca el peligro de la
gloria mal entendida 19 .
Elementos
de moral estoica
Para
acceder al contenido de Los deberes
es preciso poseer algunas nociones básicas de doctrina moral estoica y de la
correspondencia entre la terminología griega y su adaptación latina, no siempre
sencilla 20 . Como
consideración previa, es preciso liberarse de la idea popular que identifica «estoicismo»
con la resignación: los primeros estoicos proponen la felicidad como el supremo
bien. De hecho, Cicerón había expuesto la doctrina estoica sobre el supremo
bien en el libro tercero de su Del
supremo bien y del supremo mal (De finibus) . La felicidad se relaciona
directamente con lo que es acorde con lo natural voluntariamente escogido.
Ahora bien, al hablar de naturaleza hay que pensar en sentido humano, pero
también cósmico: ambos aspectos son, en la doctrina estoica, partes de lo
mismo.
Los
estoicos comparten con peripatéticos y académicos la idea de que la virtud es
algo naturalmente arraigado en los seres humanos, de modo que la conducta
virtuosa es el funcionamiento correcto del ser racional. Frente a esta idea,
los epicúreos solo veían en la virtud un valor instrumental, ya que, según
ellos, se observa incluso en las crías más jóvenes de cualquier animal, también
el hombre, que el fundamento del obrar es el placer. La respuesta estoica es
toda una teoría del desarrollo humano (o animal, en general) a la que llamaron oikeíōsis (traducible, aproximadamente,
por 'apropiación', 'familiaridad'): el comportamiento neonatal de cuidado de sí,
de búsqueda del bienestar y, en un estadio más avanzado, de preservación del
otro (primero su prole, luego el conjunto de la sociedad) se fundamentan en el
impulso natural que dirige al animal —incluyendo al hombre— a su propia
preservación. El tránsito del impulso de amor a sí al amor a otros se basa en
que la prole es parte en cierta medida de uno mismo y por eso es amada; y este
amor no desaparece cuando se independiza. Cicerón expone esta doctrina en Los deberes I 11-12 21 y la enlaza con la búsqueda de la virtud,
entendiendo que esta es una extensión de la oikeíōsis
correspondiente al carácter racional del ser humano.
A
fin de cuentas, la perspectiva cosmológica estoica sobre la unidad de toda la
naturaleza permite defender que el comportamiento de los hombres, en cuanto
partes de esa naturaleza, ha de emular la racionalidad, orden e
interdependencia que en ella se observa 22 . La tarea de llevar a plenitud nuestra naturaleza
es el fin (télos) del hombre y su
determinación no se fundamenta en la autoobservación, como en el caso de los
epicúreos, sino que procede también de la observación de la realidad
circundante. El fin es un concepto central en la teoría ética estoica y a
partir de Crisipo se describe como «vivir de acuerdo con la naturaleza»
(recogido por Cicerón en Los deberes
III 13 y Del supremo bien y del supremo
mal III 26, entre otros lugares). Una vida así será sólida, armoniosa,
virtuosa y feliz; la naturaleza es la referencia para dirigir la vida. El
problema que se impone es, en consecuencia, aclarar qué es exactamente lo
natural en cada circunstancia, y a ello se dedican los muchos tratados sobre
los deberes que escribieron los estoicos y tuvo en cuenta Cicerón al escribir
el suyo.
Según
los estoicos, conectada con la noción de fin está la de bien —es el estado de
perfección (teleíon) en el agente
racional— y tiene la ventaja de ser natural en el hombre: se alcanza por la
experiencia de la vida y se percibe según su relación con el fin de la vida. El
bien está en aquellas cosas relacionadas con la virtud y el mal en aquellas que
participan del vicio; ahora bien, la valoración de las cosas debe atenerse a si
facilitan el bien último o lo dificultan. Fuera de estas, las demás realidades
son indiferentes (adiáphora) . La
virtud se alcanza siguiendo la razón (lógos)
, que entre los estoicos es una concreción de la divinidad.
La
moral estoica está centrada en el sujeto como agente, por lo que dedica gran
atención al fundamento, proceso y objeto de la acción. En el punto de partida
de la teoría de la acción se encuentra el impulso (hormé en griego, traducido como appetitus por Cicerón y como impetus
por Séneca) 23 , que actúa
sobre las facultades anímicas superiores 24 y es previo a la actividad racional sobre el
objeto. El impulso se genera por una representación fuerte de un objeto
deseable —ya se ha dicho que Epicuro establecía como primer impulso el del
placer, mientras que para Zenón era la virtud—. Las acciones pueden ser, por lo
tanto, buenas (o virtuosas), malas (o viciosas), neutras (ni buenas ni malas).
En la mayor parte de las ocasiones el impulso se da sobre realidades
indiferentes para el fin último, que no contribuyen a la felicidad o
infelicidad de la vida: en ellas debe imponerse la razón sobre el impulso, y en
consecuencia hay que preferir las indiferentes «acordes con la naturaleza» (katà fýsin) mejor que las «contrarias a
la naturaleza» (parà fýsin). La toma
de decisiones en favor de «las cosas preferidas» (proēgména) es una actividad constante del sujeto racional, pero es
independiente de la atención a los verdaderos bienes: salud y riqueza, por
ejemplo, son preferibles, pero no son en sí ni buenas ni malas; tampoco son
malos sus contrarios, enfermedad y pobreza, a pesar de ser no preferibles.
La
toma de decisiones depende de la noción de kathḗkon,
término de difícil traducción que aproximadamente significa 'lo apropiado', 'lo
que incumbe a uno'; en cierto modo, la obligación, el deber (usaremos este último
término, consagrado por la tradición). Es algo —por lo general una acción— que
es natural en el sentido de que normalmente mejora su vida; la definición genérica
del deber es «aquello sobre lo que puede darse un motivo razonable de por qué
se ha hecho» 25 ; es decir,
algo coherente con la naturaleza del agente. Evidentemente, una acción puede
ser «apropiada» y a la vez moralmente correcta, pero la decisión de qué es el
deber en cada circunstancia no garantiza su moralidad. Cuando un deber (kathḗkon) es perfecto se llama katórthōma , que es una acción correcta
llevada a cabo por el sabio por un motivo recto y en la que se implican la
virtud y la felicidad 26 ;
pero este tipo de acciones están fuera del alcance de la mayor parte de los
hombres, según la doctrina estoica tradicional. Concepto estrechamente ligado
al deber es la norma (paraínesis en
griego, praeceptum en Cicerón): cada
acción apropiada tiene una formulación verbal equivalente, ya sea absoluta («siempre
hay que respetar a los padres»), ya sea condicional («hay que permitir perder
los bienes en caso de que…») 27 .
Sin
embargo, esta racionalidad de las decisiones se ve turbada muy a menudo: por
una parte, la mayoría de la gente tiene un desarrollo racional imperfecto y comete
errores que corrompen su mente; por otra, los hombres en general están sujetos
a las pasiones (en plural, páthē) 28 . Estas últimas son perturbaciones del ánimo
como consecuencia de un estímulo externo: es una reacción excesiva que altera
la actividad de la razón alejando su juicio de lo natural e impidiendo la
estabilidad, uno de los elementos característicos de la virtud. Las pasiones,
por lo tanto, son siempre malas en la moral estoica; por contra, en el
pensamiento académico y peripatético son connaturales al hombre y, bien
controladas, podían llegar a ser provechosas de cara a alcanzar el justo medio
(cf. Los deberes I 89).
El texto
de «Los deberes»
La
primera obra clásica que llegó a la imprenta es, con toda probabilidad, Los deberes (en Maguncia, 1465); además,
es una de las que nos ha llegado en un mayor número de testimonios manuscritos,
casi ochocientos. También el número de ediciones en los primeros siglos de la
imprenta es muy abultado, nada extraño si se piensa en su uso escolar
continuado en muchas partes de Europa.
Desde
el siglo XVIII el interés por Los deberes
lleva a los estudiosos a trabajar en busca de un texto más fiable con métodos más
cercanos a la filología. En ese siglo destaca la impresionante edición de J.
Facciolati 29 , que abunda en
atétesis, es decir, supresiones de partes del texto transmitido por
considerarlas interpolaciones espurias. Esto lo hizo porque en Los deberes ciertamente llama la atención
la presencia de palabras y de frases enteras que, además de parecer
inapropiadas al contexto en que se encuentran, dan la impresión de incurrir en
una cierta reiteración de conceptos. Seguidor destacado de la línea iniciada
por Facciolati fue el trabajo de A. Weidner 30 . El objeto fundamental de estos estudiosos
fue librar la obra de Cicerón de añadidos espurios que estarían desvirtuando su
sentido originario. Pero el peligro inherente de este método es que su aplicación
abusiva causaría pérdidas de contenido realmente ciceroniano. De hecho, las
ediciones críticas de la segunda mitad del siglo XIX son testigo, en general,
de una exagerada tendencia a dudar hasta de pasajes sobre cuya autoría no cabe
duda razonable.
A
comienzos del siglo XX R. Sabbadini 31 observó en algunas secciones amplificaciones y
alternativas, cuya explicación atribuyó más bien a añadidos del propio Cicerón
como parte de un proceso de reelaboración de la obra: formuló así la hipótesis
de que Cicerón debió de enriquecer un manuscrito con acotaciones marginales.
Esta hipótesis fue firmemente apoyada y desarrollada poco después por A.
Goldbacher 32 : según él, no
debió de existir una edición aprobada por el autor, sino una publicación póstuma
bajo la responsabilidad de otra persona (quizá su querido secretario Tirón),
quien habría insertado las notas marginales de Cicerón en el cuerpo de la obra
con desigual fortuna. Pero no sería este el único problema, sino que también
habrían pasado a la edición apuntes y notas que Cicerón ni siquiera habría
llegado a redactar en forma literaria. En esta línea se sitúa la primera edición
crítica de K. Atzert, la teubneriana de 1923. Un paso ulterior en esta teoría
es el de M. Pohlenz 33 ,
quien usó argumentos de estilo y de recurrencia para identificar presuntas
adiciones. Es innegable que el método habitual de trabajo de Cicerón 34 y las dificultades en que se vio envuelto
hasta su muerte hacen muy razonable la hipótesis de la existencia de un
manuscrito reelaborado como base del texto que ha llegado a nosotros. Las
ediciones segunda y tercera de Atzert (1932 y 1949, respectivamente) ofrecen la
mejor muestra de la aplicación de esta hipótesis de los añadidos ciceronianos.
Una aportación relevante, como fue la de
Jachmann —curiosamente, en un artículo dedicado a Propercio 35 —, dio comienzo a una nueva tendencia en el
acercamiento al texto de Los deberes
. Este estudioso defiende que ya en la Antigüedad la obra debió de ser
maltratada con un uso escolar descuidado en manos de maestrillos que a menudo
ensuciaban sus copias con anotaciones resumidas y simplificaciones, en un
estilo torpe e incomprensible; ante esta situación, debió de existir un intento
de recuperación del mejor texto mediante una especie de edición crítica
antigua. Ofrece como prueba de esto el pasaje de I 40, presente solo en una
rama de la tradición y que repite esquemáticamente algo que se desarrollará por
extenso en el libro tercero: su ausencia en ciertos manuscritos no se debería a
un fallo mecánico de transmisión, sino que más bien podría proceder de una nota
crítica antigua. Esta hipótesis fue posteriormente desarrollada por W. J. Brüser
36 , quien llegó a la conclusión
de que lo defendido como variantes de autor debían considerarse más bien como
interpolaciones, si bien matizaba entre interpolaciones aditivas y expresiones
alternativas. La tesis de Brüser convenció a K. Atzer, quien le dio amplia
cabida en su cuarta edición, la teubneriana de 1963, manifiestamente diversa de
las tres anteriores y que considera interpolaciones multitud de pasajes tenidos
por genuinos en sus ediciones previas 37 .
Como reacción al extremo que supone la
propuesta de Brüser, K. B. Thomas 38 publicó en 1971 un estudio que relativizaba
los fundamentos en que se apoyaba la hipótesis de la interpolación y
reivindicaba muchos pasajes eliminados por Atzert, Brüser u otros estudiosos.
Acumulaba argumentos importantes para poner coto al fervor interpolacionista:
además, en esa línea moderada podía mostrar la edición de M. Testard 39 , aparecida poco antes, que ofrecía un texto
totalmente opuesto a esa tendencia y reacio a cualquier tipo de seclusiones.
En
esta situación se llega a la edición de M. Winterbottom, que es la usada para
esta traducción 40 . El filólogo
británico llevó a cabo una profunda tarea de recensión, hasta el punto de
llegar a censar y examinar más de setecientos manuscritos, al menos
indirectamente 41 . El
resultado es la simplificación del stemma
codicum con la supresión de la tercera rama postulada por Atzert y la
eliminación del códice Q, considerado hasta entonces relevante. Se muestra
distante de las hipótesis de las interpolaciones y de las notas marginales de
autor y opta por una postura conservadora, algo ecléctica, que ocasionalmente sí
reconoce estos fenómenos (siete casos de interpolaciones y cinco de variantes
de autor). Por lo demás, evita el uso de conjeturas (tan solo una: meson , en I 8): lo que podría haber
sido un número considerable de buenas propuestas conjeturales, queda relegado
al aparato crítico, con una honradez científica encomiable. El último paso en
esta cuestión es el impresionante comentario de A. Dyck, de 1996, en el que se
adopta una postura similar a la de Winterbottom de distanciamiento respecto a
esas hipótesis, pero dándoles igualmente cabida cuando lo estima oportuno, cosa
que hace con mayor frecuencia que el filólogo británico.
A
pesar de la existencia de tantos manuscritos, la tradición textual de Los deberes puede simplificarse de modo
muy notable tras la eliminatio codicum
. En concreto y sin perder de vista que muchos testimonios están fuertemente
contaminados, se establecen dos familias que remiten al arquetipo: ζ y ξ (antes
de Winterbottom llamadas Z y X respectivamente). En líneas generales las
lecturas de ζ son más fiables y para su establecimiento se usan los siguientes
códices:
B
=
Bamberg,
Königliche Bibliothek, Class. 26 (siglo X );
P
=
París,
BN, lat. 6601 (siglo IX med.); y
V
=
Leiden,
UL, Voss. lat. Q. 71 (siglo IX ).
La
otra rama de la tradición, ξ, está muy deficientemente representada:
L
=
Londres,
British Library, Harley 2716 (siglo X ), con pérdida de hojas;
C
=
Berna,
Bürgerbibliothek, ms. 104 (siglo XIII );
además,
para los lugares donde L ha desaparecido, se usan dos manuscritos descencientes
de él y copiados antes de la pérdida de hojas:
M
=
Múnich,
Bayerische StB, ms. 7020 (siglo XV ex.); y
S
=
Múnich,
Bayerische StB, ms. 650 (siglo XV ex.).
Estos
códices son los usados por Winterbottom en su edición, si bien acude
ocasionalmente a un buen número de recentiores
para documentar en manuscritos conjeturas de críticos posteriores o propuestas
del propio editor que quedan en el aparato crítico.
«Los
deberes» a través de los siglos
La
violenta muerte de Cicerón incluyó sin duda el deseo de muerte para su obra escrita,
pero las letras sobreviven muy a menudo a sus autores y a sus enemigos. Muy
poco después del suicidio del derrotado Marco Antonio en el 30 a. C., hay
rastros de la circulación e influjo de Los
deberes en Horacio y en Ovidio. Y si bien la identificación de tal
presencia en textos poéticos ofrece un margen de incertidumbre al investigador,
basta esperar a Valerio Máximo, quien en sus Hechos y dichos memorables , escritos durante el reinado de Tiberio
(14-37 d. C.) usa directamente bastantes pasajes de la obra. Hay escasa duda de
que Séneca la usó también, en concreto en Los
beneficios (59 d. C.), uno de sus diálogos. Pocos años después Plinio el
Viejo elogia la obra en el prefacio de su Historia
natural y recomienda al emperador Tito no solo su lectura frecuente, sino
incluso su memorización 42 .
Se
ha identificado la presencia de Los
deberes en un buen número de obras a partir de finales del siglo III . El
cristiano Firmiano Lactancio (ca.
240-320 d. C.), que se convirtió al cristianismo cuando contaba ya sesenta años,
usa profusamente el tratado de Cicerón en sus Instituciones divinas (extensa obra escrita entre el 305 y el 313
d. C.), en la idea de que la coincidencia de principios morales de los grandes
filósofos con los del cristianismo redundaría en su más fácil reconocimiento;
no obstante, en algunas cuestiones Lactancio muestra su disconformidad con
Cicerón, como al tratar, por ejemplo, sobre la impasibilidad divina 43 . Contemporáneo de Lactancio es Nonio Marcelo,
quien a caballo entre los siglos III y IV compuso una gran obra lexicográfica,
llamada a veces De compendiosa doctrina
, que incluye numerosas citas de Los
deberes y todavía hoy se revela en ocasiones de gran utilidad para la
fijación del texto crítico. En pleno siglo IV se recopila la colección conocida
como Panegíricos latinos , que
contiene discursos en alabanza de emperadores, en la que también se ha señalado
la influencia de Los deberes , aunque
con carácter más bien alusivo. En la última parte del siglo se sitúa la figura
enorme de san Ambrosio (Aurelio Ambrosio, ca.
340-397 d. C.), quien recibió una esmerada formación en retórica y leyes. Su
tratado Los deberes es una completa
reelaboración de la obra de Cicerón a partir de una fundamentación cristiana y
bíblica 44 . No solo conserva
el título y la estructura en tres libros, sino que reconoce una intención
similar a la de su modelo: si Cicerón escribía para dar normas a su hijo, él
también lo hacía, pensando en sus hijos espirituales, los clérigos bajo su
autoridad episcopal. Por lo demás, tanto en Ambrosio como en otros autores hay
rasgos que permiten suponer que Los
deberes era obra de uso escolar frecuente en aquella época.
A
la generación posterior a san Ambrosio pertenecen dos grandes autores
cristianos y admiradores de Cicerón: san Jerónimo y san Agustín; sin embargo,
en ellos desciende radicalmente la presencia de citas expresas, emprendiendo así
una tendencia a evitar dar la impresión de que con ellas se aprueba la
literatura pagana 45 : en el
siglo VI san Gregorio el Grande llega a afirmar que la misma boca no puede
cantar las alabanzas de Júpiter y de Cristo.
En
los cuatro siglos que median entre san Ambrosio y el Renacimiento carolingio
tan solo se encuentran algunos testimonios aislados del uso de Los deberes , como en la Consolación de la filosofía de Boecio (ca. 480-ca. 524), en la Fórmula de la
vida honesta de san Martín de Braga (ca.
520-580, discutida por algunos estudiosos) y en Beda el Venerable (ca. 673-735). A partir de finales del
siglo VIII se detecta la difusión del texto latino, especialmente en torno a
Tours y al monasterio de Corbie; implica la progresiva difusión de Los deberes , que en tres siglos va a
alcanzar una importancia notable.
En
el siglo XII se observa un gran interés por los escritos éticos, de modo que Los deberes se convierte en un tratado
ampliamente usado, hasta el punto de generar multitud de copias fuertemente
influidas por las escuelas episcopales, lo que da lugar a un texto llamado «vulgata del siglo XII », con el que se
relaciona la mayor parte de los manuscritos conservados, más de setecientos.
Entre los ejemplos del gran influjo de Los
deberes en el siglo XII merece un puesto destacado Hildeberto de Lavardin
(1057-1133), cuya obra Moralis
Philosophia de honesto et utili 46 sigue estrechamente la estructura de Los deberes , aunque difiere de él
decididamente cuando lo estima oportuno; enriquece el conjunto, además, con una
amplísima erudición clásica y con un apéndice en dísticos elegíacos, donde
replica poéticamente los contenidos más destacados de su fuente. Por otra
parte, el debate sobre moral era especialmente cuidado en la Escuela de
Chartres: vinculada a ella está un florilegio de textos bíblicos y filosóficos titulado
Moralium dogma philosophorum (su
atribución a Guillermo de Conches se discute) que incorpora extractos de Los deberes y de Séneca sobre la relación
entre lo útil y lo honorable. El concepto ciceroniano del carácter inseparable
de utilidad y honorabilidad lo desarrolla también Juan de Salisbury (ca. 1115-1180) en su Policraticus , que igualmente debe a él
aspectos de la exposición de las cuatro virtudes cardinales y de la defensa del
tiranicidio. Al final del siglo se sitúa el filósofo y poeta Alain de Lille
(1128-1203), cuya obra De virtutibus, de
vitiis, de donis Spiritus sancti compara la estructura de las virtudes
cardinales tal como la presenta Cicerón con las virtudes en los textos bíblicos,
sobre todo en Isaías.
En
el siglo XIII basta señalar dos ejemplos que ponen de manifiesto la relevancia
y gran difusión de Los deberes :
Vicente de Beauvais y santo Tomás de Aquino, ambos dominicos. Vicente de
Beauvais (ca. 1190-1264) compuso un
conjunto de obras de aire enciclopédico que serían de gran influjo en los
siglos siguientes: en una de ellas, el Speculum
doctrinale , incluyó secciones de Los
deberes , y un resumen en otra, el Speculum
historiale . Santo Tomás de Aquino (ca.
1225-1274) usó frecuentemente la obra de Cicerón, tal como había visto hacer a
sus maestros, pero siempre subordinándolo a su gran guía, Aristóteles. En su Suma Teológica , especialmente en el
tratado sobre las virtudes 47 , Los
deberes está presente de modo reiterado, aunque su uso es ciertamente
matizado por los intereses específicos del Aquinate. En la Escolástica
posterior destaca el uso de Los deberes
en el Defensor Pacis de Marsilio de
Padua (ca. 1290-1342), obra
revolucionaria por sus propuestas políticas en favor de la democracia.
Dante Alighieri (1265-1321), el primer autor
que se orienta hacia el Renacimiento, demuestra ser un buen conocedor de Los deberes : en su Convivio (compuesto por comentarios a canzone) lo cita seis veces, y en su De monarchia , dos; pero la presencia más relevante es en la Divina Comedia , de modo más perceptible
en los círculos octavo y noveno del Infierno. También en Petrarca (1304-1374),
el redescubridor del estilo latino de Cicerón, en general, se percibe la
presencia de Los deberes , muy
especialmente en el elogio contenido en una carta al arzobispo Guido de Génova
y en la famosa a Francesco da Carrara, escrita casi al final de su vida 48
.
A
partir del Quattrocento , con la
llegada del Humanismo, Cicerón se convierte en una autoridad máxima y Los deberes en una de las obras más leídas,
continuando la idea de Petrarca de debatir la filosofía política sobre la base
de la obra de Cicerón: ejemplo de ello son las obras filosóficas de Coluccio
Salutati (1330-1406). En esta línea se inscribe la Laudatio Florentiae urbis de Leonardo Bruni (1369-1444), el tratado
De nobilitate de Poggio Bracciolini
(1380-1459) y una serie de manuales y espejos de príncipes, como el De principe de Giovanni Pontano (ca. 1427-1503) 49 . Rudolf Agricola (1443-1485) propone una
definición de filosofía basada en la de Los
deberes I 153. Es también el siglo de las traducciones a las lenguas
peninsulares, de las que se tratará en el siguiente apartado de esta Introducción.
Es impensable trazar siquiera un bosquejo de
la influencia de Los deberes en el
siglo XVI , pues figura habitualmente en el currículo universitario y está
presente en multitud de obras políticas y morales 50 . Tres de los mayores humanistas no italianos
con interés pedagógico lo usan y recomiendan: Juan Luis Vives (1492-1540)
51 , Erasmo de Rotterdam 52 (1465-1536) y Felipe Melanchthon 53 (1497-1560); y otro tanto sucede en el ámbito
italiano 54 , donde destaca
la edición de Pietro Vettori (1499-1585). También es notable la influencia en Il Cortegiano de Baldassar Castiglione
55 . En España la edición de
Erasmo se imprime tres veces en este siglo: en Barcelona en 1526 y en Salamanca
en 1567 y 1583 56 ; en
traducción aparece en molde en fecha tan temprana como 1501, en Sevilla (la de
Cartagena), y en 1549, en Alcalá (aunque quizá con una edición previa sevillana
perdida) 57 . Entre los
humanistas españoles destaca el uso abundante de Los deberes por parte de Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) en el
desarrollo de las cuestiones de la guerra justa (Democrates) y de las virtudes del gobernante (De regno) , aparte de su notable presencia en otras obras filosóficas.
También
para el siglo XVII es preciso limitarse a unas pocas referencias, pues era un
texto habitual en las escuelas y las universidades de media Europa. Fue objeto
de amplio debate por parte de grandes teóricos, como Hugo Grocio (1583-1645) y
Samuel Pufendorf (1632-1694). Este último escribió una obra que incluso recogía
el nombre de la de Cicerón, De officiis
hominis et civis . Por su parte, Grocio se basó en Los deberes para redactar su obra más famosa, De iure belli ac pacis , y para De
iure praedae commentarius . En De
cive y en Leviatán de Thomas
Hobbes (1588-1679) no se cita explícitamente Los deberes —casi sería un insulto para el lector culto—, pero es
el perpetuo término de debate 58 . Es también el siglo de Johann Georg Graevius
(1632-1703), discípulo de Heinsius que abordó la preparación de una riquísima
edición variorum (Ámsterdam, 1688).
En
el Siglo de las Luces se encuentra por todas partes la sombra de Cicerón, a menudo,
más que como modelo (algo difícil, habida cuenta de la falta de sistematicidad
del pensamiento del Arpinate), como inspirador y proveedor de conceptos. Entre
las figuras influidas por él es frecuente mencionar a Pierre Bayle, a
Montesquieu, a Voltaire, a Hume o a Locke, e incluso señalar el poder
inspirador de Los deberes en los
padres de la Constitución americana 59 . También se ha señalado su influencia en Kant
60 . En España, mientras tanto, Los deberes mantiene su prestigio para
el currículo de estudios, en una época en que la formación más prestigiosa
estaba pasando a los escolapios: en el Plan
de estudios de 1787 del colegio de Madrid se insiste en la utilidad de De Officiis de Cicerón, junto con Vives,
para dotar a los alumnos de «una especie de curso de Filosofia moral que con
aquellas excelentes máximas les ponga de manifiesto lo que deben al Criador»
61 . Y Gregorio Mayans escribía: «El
primero y principal estudio de cualquier hombre debe ser el de su propia
obligación; y es cosa vergonzosa que un cristiano ignore lo que sabía un
gentil. Por eso deben leerse una y mil veces los tres libros que Cicerón
escribió De officiis , que
ciertamente contienen una utilísima doctrina, explicada con admirable
elocuencia…» 62 .
Para
los estudiosos del siglo XIX , Cicerón fue ante todo una cantera de la que
extraer información sobre los filósofos helenísticos 63 . Su reputación como hombre público, que había
permanecido básicamente estable en los siglos precedentes, sufrió en cambio un
declive absoluto, en buena medida a causa del severo ataque llevado a cabo por
Theodor Mommsen (1817- 1903) en su Römische
Geschichte , publicada en 1845-1846. Es en esta época también cuando se
generaliza la idea de la escasa originalidad de producción filosófica de Cicerón,
que sería mera trasposición de obras helenísticas mal digeridas y, para colmo
de males, forzada para coincidir con posiciones romanas tradicionales 64 . Habrá que esperar al último tercio del siglo
XX para asistir al inicio del proceso de revalorización de la filosofía romana
en general y de Cicerón en particular.
Traducciones
previas
En
el siglo XV comienzan las traducciones de esta obra a lenguas vulgares
peninsulares, con una muy nutrida representación de ellas y a cuatro lenguas:
castellano, catalán, aragonés y portugués. Presumiblemente la primera versión
conocida de Los deberes es la que
Alonso de Cartagena dedicó al escribano de cámara Juan Alfonso de Zamora en
Lisboa en 1422. Ha llegado a nosotros a través de cinco manuscritos y una edición
incunable sevillana; además, poco después de su realización dio lugar a una
traducción portuguesa a cargo del infante Don Pedro 65 . De la versión de Cartagena existe edición
moderna a cargo de María Morrás 66 .
Estrictamente contemporáneas a la de Cartagena
son dos traducciones al catalán. Una de ellas —se suele datar en 1425— es la
del franciscano Nicolau Quilis, llena de glosas y amplificaciones 67 . La segunda, conservada en un manuscrito anónimo
e incompleto, se fecha tentativamente en el segundo tercio del siglo y solo
recientemente ha sido descrita 68 . Se anuncia su edición, pero todavía no está
disponible.
En
fecha no muy posterior hay que situar la perdida traducción atribuida a Gonzalo
de la Caballería —converso al igual que Cartagena— 69 . Por último, a finales del siglo XV suele
situarse el manuscrito de una traducción anónima al aragonés conservada en la
Biblioteca Nacional, ms. 10246 70 . Esta última traduce a partir de la versión
catalana anónima antes señalada, pero usando un manuscrito independiente del
conservado y previo a él. Desde Nicolás Antonio se plantea si el manuscrito en
aragonés de la Biblioteca Nacional y la versión no identificada de Caballería
son la misma, habida cuenta del hecho de que este era zaragozano.
Tras
esta acumulación de seis (o cinco) traducciones en unas pocas décadas, es
preciso dar un largo salto, hasta mediados del siglo XVI , para encontrar una
nueva traducción, a cargo de Francisco Támara. Si bien Támara obtuvo licencia
inquisitorial para imprimir en Sevilla en 1545, la primera edición que
conocemos de su versión es la de Amberes, 1546, que se publicó sin nombre del
traductor. Sería esta la traducción más veces imprimida hasta el siglo XVIII y
la única realmente en uso durante mucho tiempo 71 . De hecho, más de dos siglos habrían de pasar
hasta la traducción de Manuel de Valbuena, publicada en Madrid en 1777 y cuyas
reimpresiones llegan hasta el siglo XX .
La
serie de traducciones hispánicas sobre la base de una edición crítica se
desarrolla ampliamente en el siglo XX , si bien es preciso esperar hasta el
segundo tercio del siglo para encontrar la primera. A partir de entonces
asistimos a la extraordinaria multiplicación que supone la aparición de ocho de
ellas en setenta años. La pionera fue la de Eduard Valentí i Fiol, quien entre
1938 y 1946 publicó los dos volúmenes de la colección Bernat Metge, con texto
latino y versión catalana enfrentadas, reeditados posteriormente. Las
traducciones al español vienen a continuación: la de Agustín Millares Carlo,
exiliado en México, aparece en esa ciudad en 1945, seguida tan solo un año
después al otro lado del Atlántico por la de Agustín Blánquez (Barcelona,
1946), numerosas veces reimpresa. Nuevamente en México, en 1948 se publica otra
traducción, en esta ocasión a cargo de Baldomero Estrada Morán en la colección
de la UNAM. Siguiendo en América, pero casi un cuarto de siglo más tarde,
Francisco Samaranch imprime en Puerto Rico una nueva traducción, en 1972. Dos
traducciones nuevas aparecen en España posteriormente: la de José Santa Cruz
Teijeiro, en la desaparecida Editora Nacional, en 1975, y la muy difundida de
José Guillén Cabañero, en 1989. Cierra el grupo la más reciente, a cargo de Rubén
Bonifaz Nuño, publicada en México en 2009.
Esta
traducción
La
traducción que sigue está basada en la edición crítica publicada por Michael
Winterbottom en la colección Oxford
Classical Texts en 1994 (reeditada con leves retoques poco después), con
escasas divergencias que se señalan a continuación:
En
la traducción se mantienen los signos usados en la edición de Winterbottom:
†
lugar
pendiente de sanar;
[]
palabras
consideradas como interpolación y cuya supresión se propone;
[[ ]]
palabras
consideradas originales de Cicerón pero situadas fuera de lugar;
<>
palabras
restituidas por el editor;
***
supuesta
pérdida de palabras.
La
labor de traducción suele exigir el avance por lugares a menudo ásperos o
intrincados, pero más aún cuando se trata de un texto filosófico; y todavía más
cuando este intenta aclimatar a un horizonte cultural nuevo una doctrina filosófica
generada en un ambiente diverso, como es el caso. Además, a la necesidad de
intentar una imposible coherencia en el vocabulario filosófico en español, latín
y griego se une el hecho de que Cicerón no se constriñe a un uso técnico del
lenguaje, sino que se toma las grandes libertades que permite la redacción
informal (sermo) propia de una carta.
Se suma a esto que el traductor no parte de cero, sino que debe tener presente
la larga tradición sobre cómo verter el léxico filosófico; es preciso reconocer
que esta no siempre se ha respetado en esta ocasión. Así, por ejemplo, sí se
mantiene el tradicional «deberes» para officia
, en vez de otras opciones como «obligaciones» o «acciones adecuadas». Sin
embargo, para appetitus se ha
desechado el tradicional «apetito» en favor del más reciente «impulso»; y para honestum y honestas se ha preferido «honorable» y «honorabilidad» en vez de
los consagrados «honesto» y «honestidad» 75 . Para animus
se ha usado preferentemente «ánimo», en vez de «alma».
Hay
otra serie de términos, aparte de los filosóficos, que generan dificultad
porque es imposible encontrar un equivalente exacto en la lengua de destino, en
este caso el español. Tal es el caso, por ejemplo, de res publica : es en latín un término de tal amplitud semántica que
puede equivaler a 'república' como sistema de gobierno, a 'gobierno
republicano', a 'comunidad' en general o 'comunidad política' en particular, a
'nación', a 'actividad pública', a 'asuntos públicos'… En esta traducción se ha
tendido a privilegiar el término castellano «república», muy arraigado en la
tradición, pero no se ha hecho así cuando el contexto exigía una mayor
especificación. Problemas similares surgen con términos complejos relacionados
con la vida pública romana, como fides
, societas , decorum , dignitas … En
las notas a pie se da oportunamente noticia del sentido de estos términos y de
las palabras usadas para traducirlas.
Esta
es la primera traducción castellana con anotación abundante. Esta tarea ha
resultado mucho más asequible al disponer del fundamental comentario de Dyck y
de otras traducciones con rica anotación, especialmente las de Testard,
Gunermann, Griffin-Atkins y Walsh. La existencia de esas obras, sobre todo del
mencionado comentario de Dyck, permite aliviar las notas para reflejar solo una
bibliografía mínima: para las referencias prosopográficas, por ejemplo, se
reducen a RE , NP , MRR y FS (cuando corresponden).
Agradecimientos
La
amplitud de temas tratados en esta obra ha exigido acudir al consejo de muchas
personas más avezadas que yo en tantas cuestiones. Igual que Cicerón, debería
reconocer primeramente mi agradecimiento a tantos investigadores que a lo largo
de los siglos han aportado su saber y con quienes podemos mantener contacto
gracias a sus escritos: de esa deuda queda constancia en la bibliografía. Por
otra parte, también deseo agradecer su ayuda a los bibliotecarios de las
bibliotecas de la Universidad de Castilla-La Mancha, de la Universidad
Complutense de Madrid y de la Bodleian Library. Y muchas mejoras de la traducción
que ahora se publica se deben a la generosa ayuda y consejos de Vicente Cristóbal,
Juan Antonio Estévez, Carlos Gilly, Miriam Griffin, Stephen Harrison, Gregory
Hutchinson, Salvador Mas, Luis Rivero, Alicia Valmaña y Michael Winterbottom. Y
en capítulo aparte y destacado es preciso agradecer la minuciosa revisión a cargo
de Francisco Socas. También la gran acogida que tuve en Oxford, en Corpus
Christi College y en Grandpont House, cooperó de modo importante para que el
trabajo progresara adecuadamente.
Ediciones,
traducciones y comentarios
Se
señalan a continuación una selección de las ediciones de Los deberes más importantes a lo largo de la historia, por motivos
críticos o por su influencia:
Erasmo
(1511)
Anemoecius
(1535)
Vettori
(1536)
Fabricius
(1581)
Graevius (1688, variorum )
Pearce
(1745)
Facciolati
(1747)
Ernesti
(1776)
Unger
(1852)
Müller
(1882)
Sabbadini
(1911)
Atzert
(19231 , 19322 , 19493 , 19634 )
Büchner
(19642 )
Fedeli
(1965)
Testard
(1965)
Winterbottom
(1994)
Entre
las traducciones, han servido de contraste las españolas de Guillén Cabañero y
Blánquez, ya señaladas; de las de otras lenguas, destacan por su utilidad las
siguientes 76 :
Les
devoirs (ed. y trad. de M. TESTARD ), París, 1965.
On
Duties (trad. de M. GRIFFIN y E. M. ATKINS ), Cambridge, 1991.
On
Obligations (trad. P. G. WALSH ), Oxford, 2000.
Vom
rechten Handeln (trad. K. BÜCHNER ), Múnich, 19944 .
De
officiis. Vom pflichtgemäßen Handeln (trad. y notas de H. GUNERMANN ),
Stuttgart, 2010.
1 Las referencias cronol?gicas, salvo aviso en
contra, se atienen a N. MARINONE , Cronologia
ciceroniana , Bolonia, 20042 .
2 Aunque nada impide suponer que Cicer?n tuviera
desde antes la idea de la obra; en concreto, en julio hab?a acabado La gloria , hoy perdida, y el nexo
conceptual entre ambas obras parece claro. En cualquier caso, en I 1 se afirma
que el joven hijo de Cicerón llevaba un año en Atenas, adonde no pudo llegar
antes de mediados de abril del 45 a. C.; la redacción de la obra corresponde,
por lo tanto, a la segunda mitad del 44 a. C.
3 Cf. DYCK 10.
4 E. GABBA , «Per un'interpretazione politica
del De officiis di Cicerone», RAL 34 (1979) 117-141; paralelamente,
las contemporáneas Filípicas muestran
una notable presencia de expresiones filosóficas: ambas obras deben ser leídas
como facetas de una misma realidad.
5 Cf. D. KRIES , «On the Intention of Cicero's De Officiis », The Review of Politics 65, 4 (2003), 375-393, 378-379.
6 Sobre la relaci?n entre filosof?a y ret?rica
en Roma cf. J. DROSS , Voir la
philosophie. Les représentations de la philosophie à Rome , París, 2010,
esp. 365-366.
7 Cf. DYCK 7.
8 Cf. DYCK 3-4.
9 F. MALDONADO VILLENA , «Introducción general»
en CRISIPO , Fragmentos morales ,
Madrid, 1999, 11-115, 61-62; se vuelve sobre el concepto de kathḗkon más adelante, al tratar de la
moral estoica. La difícil traducción del término griego y del officium de Cicerón es objeto de debate
en la reseña de B. INWOOD en BMCR
(2003.01.29) a M. MORFORD , The Roman
Philosophers: from the Time of Cato the Censor to the Death of Marcus Aurelius
, Londres-Nueva York, 2002, pág. 89.
10
Cicer?n hab?a criticado
abiertamente la ense?anza estoica; ante la inevitable pregunta de por qu? la
sigue en una obra tan importante han sido variadas las respuestas. Entre ellas,
resulta convincente la fuerte motivaci?n pol?tica que encierra: la doctrina
acad?mica, con su apertura al gobierno ideal mon?rquico, no pod?a satisfacer el
amor republicano del romano ?en contraste con La república , escrita diez años atrás—; cf. LEFÈVRE 201 y 215.
11
Parodiando as? el Plautinisches im Plautus de Fränkel, cf.
LEFÈVRE 9-12. Este estudioso critica la idea de una fuerte dependencia de Cicerón
respecto a Panecio, como la presente, por ejemplo, en el trabajo de F. A.
STEINMETZ , Die Freundschaftslehre des
Panaitios , Wiesbaden 1967, quien asumía que incluso la doctrina del Laelius ciceroniano era en realidad
paneciana.
12
En la carta original, en griego, tà kephalaía , que también puede
interpretarse como 'argumentario'.
13
Nuevamente un t?rmino griego, hypómnēma , 'memorial' o 'memorándum'.
14
Sobre el tipo de acceso de Cicer?n
a la obra de Hecat?n, cf. DYCK 573-574; sobre Hecatón, cf. nota a III 63.
15
Cicer?n usa el t?rmino decorum para traducir el griego tò prépon , aproximadamente 'lo
apropiado'; cf. nota a I 93.
16
Se adopta aqu? el punto de vista,
en cuanto a la inseparabilidad del an?lisis de estas dos virtudes en el libro
III, de E. M. ATKINS , « "Domina et Regina Virtutum": Justice and
Societas in De officiis », Phronesis 35 (1990), 258-289, 262.
17
Cf. M. SCHOFIELD , «Writing
Philosophy», en C. STEEL (ed.), The
Cambridge Companion to Cicero , Cambridge, 2013, 73-87, 85.
18
Cf. LEFÈVRE 11.
19
A. A. LONG , «Cicero's Politics in
De officiis », en ID ., From Epicurus to Epictetus: Studies in
Hellenistic and Roman Philosophy , Oxford, 2006, 213-240.
20
Este apartado de la introducci?n
es deudor, principalmente, de B. INWOOD y P. DONINI , «Stoic Ethics», en K.
ALGRA , J. BARNES , J. MANSFELD y M. SCHOFIELD (eds.), The Cambridge History of Hellenistic Philosophy , Cambridge, 1999,
675-738; MALDONADO VILLENA , «Introducción general», op. cit .; T. BRENNAN , The
Stoic Life: Emotions, Duties, and Fate , Oxford, 2005. En las notas
diseminadas a lo largo de Los deberes
se detallan a menudo los términos griegos y latinos que están detrás de la
expresión española adoptada.
21
Otra exposici?n del mismo asunto
puede leerse en Del supremo bien y del
supremo mal III 16. Sobre el carácter neonatal de la oikeíōsis , cf. J. BRUNSCHWIG , «The Craddle Argument», en M.
SCHOFIELD y G. STRIKER (eds.), The Norms
of Nature , Cambridge, 1986, 113-144; en general, R. RADICE , «Oikeiosis». Ricerche sul fondamento del
pensiero stoico e sulla sua genesi , Milán, 2000.
22
Igualmente, se postula la unidad
de la virtud, que recibe diversos nombres pero esencialmente es ?nica.
23
Su contrario es la repulsa (aphormḗ) . El impulso es el verdadero núcleo
psicológico de la moral estoica, pues los otros dos aspectos, la sensación y el
asentimiento, son los que lo hacen posible; cf. T. BRENNAN , «Reservation in
Stoic Ethic», Archiv für Geschichte der
Philosphie 82/2 (2000), 149-177, 165.
24
En Los deberes I 132, Cicerón expone que estas o bien corresponden al
pensamiento, y se orientan a la pesquisa de la verdad, o bien corresponden al
impulso, y se orientan hacia la acción. La parte del alma en que se producen
las impresiones, impulsos y asentimientos es el hegemonikón , o parte rectora, capaz de convertirse ella misma en
sabiduría. Una buena descripción de la discusión dentro del estoicismo acerca
de las ocho partes del ánimo puede verse en F. J. CAMPOS DAROCA y M. NAVA
CONTRERAS , «Introducción», en CRISIPO DE SOLOS , Testimonios y fragmentos I , Madrid, 2006, 7-98, 82-84.
25
Los deberes I 8; cf. también Del
supremo bien y el supremo mal III 58.
26
Dentro del propio estoicismo se
debat?a si el katórthōma es un tipo
de deber o es esencialmente distinto, como parece desprenderse de lo expresado
en el párrafo anterior; cf. D. TSEKOURAKIS , Studies in the Terminology of Early Stoic Ethics , Wiesbaden, 1974,
35.
27
Cf. D. SEDLEY , «The
Stoic-Platonist Debate on kathêkonta »,
en K. IERODIAKONOU (ed.), Topics in Stoic
Philosophy , Oxford, 1999, 128-152, 129-130.
28
Por otra parte, en Crisipo las
pasiones se consideran juicios, con lo que los dos aspectos se?alados se
resuelven en uno solo; no obstante, se ha alegado que Panecio y Posidonio se
alejan de este monismo de Crisipo, al menos en parte, dejando lugar a la
existencia en el alma de partes no racionales; cf. M. BONAZZI , «Eudorus
Psychology and Stoic Ethics», en M. BONAZZI y C. HELMIG (eds.), Platonic Stoicism-Stoic Platonism. The
dialogue between Platonism and Stoicism in antiquity , Lovaina, 2007,
109-132, 115.
29
Venecia, 1747.
30
A. WEIDNER , Die Interpolationen in Ciceros Offizien , Magdeburgo, 1872.
31
I tre libri De officiis di M. Tullio Cicerone. Commentati da R.
Sabbadini , Turín, 1911.
32
A. GOLDBACHER , Zur Kritik von Ciceros Schrift de officiis,
I , Viena, 1921.
33
En dos de sus publicaciones: Antikes Führtentum (Cicero de officiis und
das Lebensideal des Panaitios) , Leipzig-Berlín, 1934 y Cicero de officiis III , Göttingen,
1934.
34
Sabemos, por ejemplo, que Cicer?n
prepar? hasta tres ediciones de sus Académicos
y que el proemio a su perdido Sobre la
gloria había sido publicado antes en otro sitio; cf. K. B. THOMAS , Textkiritsche Untersuchungen zu Ciceros
Schrift de officiis , Münster, 1971.
35
G. JACHMANN , «Eine Elegie des
Properz – Ein Überlieferungsschicksal», RhM
84 (1935) 193-240, 215: en I 101 el pasaje «ita
fit ut… descriptio officii » (en la traducción, «Y resulta… del deber»),
aunque ya incorporado en época de san Ambrosio, tiene muchos rasgos que apuntan
a un añadido; de hecho, si se suprime, es mucho más clara la continuidad argumentativa;
cf. la nota ad loc .
36
Der Textzustand von Ciceros Büchern de officiis , Colonia, 1951.
37
Tambi?n partidario de la hip?tesis
de las interpolaciones es P. Fedeli, como puede comprobarse leyendo su rese?a
de la cuarta edici?n de Atzert en Gnomon
XXXVII, 3 (1965) 263-267, 267, y su propia edición (Milán-Verona 1965).
38
Cf. nota 34.
39
Par?s, 1965.
40
En la Scriptorum Classicorum Bibliotheca Oxoniensis , Oxford, 1994:
existe una reimpresión posterior (s. f.) con un post scriptum de 1996 del autor al final del prefacio, en el que da
cuenta de pequeñas correcciones por indicación de amigos y de su artículo de
1995; se han tenido en cuenta en esta traducción.
41
M. WINTERBOTTOM , «The
Transmission of Cicero's De officiis »,
CQ 43 (1993), 215-242.
42
PLINIO EL VIEJO , Historia natural, pref., 22.
43
M?s detalladamente se trata del
uso matizado de Los deberes por parte
de Lactancio en S. MAC CORMACK , «Cicero in Late Antiquity», en C. STEEL (ed.),
The Cambridge Companion to Cicero ,
Cambridge, 2013, 251-305, 260-261.
44
Cf. C. CASTILLO GARCÍA , «La
cristianización del pensamiento ciceroniano en el De officiis de san Ambrosio», Anuario
Filosófico 34 (2001), 297-322.
45
Por ejemplo, en el tratado De ordine de san Agustín es muy patente
la influencia de Los deberes ; sin
embargo, en una carta llega a señalar que ya nadie enseña esas doctrinas ni en
Roma ni en África; cf. AGUSTÍN de HIPONA , Cartas
CXVIII 2. Se trata de la presencia de Cicerón en san Agustín en R. DODARO , Christ and the Just Society in the Thought
of Augustine , Cambridge, 2004.
46
PL clxxi, 1007-1056.
47
Sobre las virtudes en general,
trata en Suma Teológica 1-2, qq.
55-67; en particular, en 2-2: sobre la prudencia, qq. 47-56; sobre la justicia,
qq. 57-122; sobre la fortaleza, qq. 123-140; sobre la templanza, qq. 141-154.
48
En Familiares , XXIII 12 (agradezco la noticia a Francisco Socas) y en
Seniles , XIV 1; cf. D. G. GARFAGNINI
, «Petrarca e i filosofi. Le "Senili" e i loro "auctores"»,
Rinascimento 33 (1993), 145-156.
49
Un panorama de la presencia de Los deberes en manuscritos y comentarios
del siglo XV en bibliotecas florentinas puede leerse en los apéndices de R.
BLACK , Humanism and Education in
Medieval and Renaissance Italy: Tradition and Innovation in Latin Schools from
the Twelfth to the Fifteenth Century , Cambridge, 2004.
50
Una lista provisional de m?s de
setenta comentarios human?sticos impresos sobre las trece obras filos?ficas de
Cicer?n puede verse en J. HANKINS y A. PALMER , The Recovery of Ancient Philosophy in the Renaissance: a Brief Guide
, Florencia, 2008.
51
Especialmente en su Praelectio in leges Ciceronis , París,
1514, y en sus Declamationes Sullanae
, Amberes, 1520.
52
Erasmo public? su edici?n de Los deberes en 1501; fue reimpresa en
multitud de ocasiones, a menudo con paratextos del propio Erasmo, en alabanza
de la obra; se observa la impronta de su influencia en muchas obras suyas, como
por ejemplo en la Institutio principis
Christiani (Basilea, 1516) y en su De
civilitate morum puerilium (1530).
53
Tambi?n public? una edici?n con
escolios (Hagenau, 1525), repetidas veces reimpresa con modificaciones. Por
otra parte, el conocido como praeceptor
Germaniae propuso Los deberes
como parte habitual en los estudios escolares.
54
Cf. A. Buck, ??berlegungen zur
moralistischen Literatur des italienischen Renaissance-Humanismus?, en S.
REVARD et al. (eds.), Acta conventus neo-latini Guelpherbytani:
proceedings of the Sixth International Congress of Neo-Latin Studies: Wolfenbüttel,
August 1985 , Binghamton, NY, 1988, 581-596.
55
Sobre ?l y sobre otros autores
italianos, cf. E. NARDUCCI , «Appunti sulla fortuna del De officiis nelle lettere italiane (de Baldassar Castiglione a
Carlo Emilio Gadda)», en ID . (ed.), Cicerone
tra antichi e moderni. Atti del IV Symposium Ciceronianum Arpinas ,
Florencia, 2004, 38-55.
56
No he podido consultar otra
edici?n de Los deberes , de
Barcelona, 1599, catalogada en A. COROLEU , «Translating Cicero in Renaissance
Catalunya», Renaissance Studies 27, 3
(2012) 341-355, 354.
57
Sobre todo esto, vide J. M. NÚÑEZ GONZÁLEZ , El ciceronianismo en España ,
Valladolid, 1993.
58
Cf. D. ?LVAREZ GARCÍA , «Hobbes:
cooperación, retórica y estabilidad tras la óptica de Cicerón», Ágora 26, 1 (2007), 55-77, 65-66.
59
Una visi?n de conjunto, con la
bibliograf?a all? apuntada, puede verse en M. Fox, ?Cicero in the
Enlightenment?, en C. STEEL (ed.), Cambridge
Companion to Cicero , Cambridge, 2013, 318-336.
60
C. MELCHES GIBERT , Der Einfluss von Christian Garves Übersetzung
Ciceros «De officiis» auf Kants «Grundlegung zur Metaphysik der Sitten» ,
Ratisbona, 1994.
61
V. MORENO GALLEGO , La recepción hispana de Juan Luis Vives
, Valencia, 2006, 691.
62
Citado en A. MESTRE , Don Gregorio Mayans y Siscar, entre la
erudición y la política , Valencia, 1999, 265.
63
J. G. F. POWELL , BMCR 2002.08.40.
64
N. P. COLE , «Nineteenth-century
Ciceros», en C. STEEL (ed.), Cambridge
Companion to Cicero , Cambridge, 2013, 337-349.
65
El manuscrito completo se conserva
en la Real Academia de la Historia, ms. 9-5487; hay un fragmento en la
Biblioteca Nacional de Par?s, cf. BITAGAP 1102 y M. FRADE (coord.), Scrinium. Traduções Medievais Portuguesas
<URL: http://www.scrinium.pt/pt/001> (09/06/2012). No se va a tratar en
adelante de las traducciones portuguesas de Los
deberes .
66
M. MORRÁS , De Officiis de Cicerón, MS. 7815, Biblioteca Nacional de Madrid ,
[microforma] Madison, Wis., 1989 y A. DE CARTAGENA , Libros de Tulio: De senectute, De los oficios (ed., pról. y notas
de M. MORRÁS ), Alcalá de Henares, 1996.
67
TRANSLAT n⍜ 29.1.1. (09/06/2012);
conservado en la Biblioteca de Catalunya, ms. 228 y 285; cf. G. COLÓN , «Traduir y Traducció en catalán, con una ojeada a los romances vecinos», en T.
MARTÍNEZ I ROMERO y R. RECIO (eds.), Essays
on Medieval Translation in the Iberian Peninsula , Castellón, 2001, 153-171,
162. El artículo clásico sobre esta traducción es el de C. J. WITTLIN , «"Sens
lima e correció de pus dols estill": fra Nicolau Quilis trauint el llibre
"De officiis" de Ciceró», Boletín
de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona 35 (1973-1974), 125-156.
68
L. CABRÉ y J. TORRÓ , «Una nueva
traducción catalana del De officiis
de Cicerón (con noticia de su versión aragonesa y de otra del De amicitia)», Boletín de la Real Academia Española 87
(2007) 201-213; cf. TRANSLAT núm. 29. 1. 2. (09/06/2012): se trata tan solo de Los deberes III 81-121, en el resto del
pliego «f», el único conservado de ese manuscrito, en el Arxiu Renom-Llonch de
Sabadell. Por la filigrana se sitúa su copia entre 1430 y 1460.
69
Cf. C. ALVAR y J. M. LUCÍA MEGÍAS
, Repertorio de traductores del siglo XV , Madrid, 2009, 67-68.
70
G. GRESPI , Traducciones castellanas de obras latinas e italianas contenidas en
manuscritos del siglo XV en las
bibliotecas de Madrid y El Escorial , Madrid: Biblioteca Nacional, 2004,
95-96. El manuscrito está disponible en la Biblioteca
Digital Hispánica .
71
La escueta menci?n del cat?logo de
la biblioteca de la Universidad de Toledo en 1577 (?Tulio de officiis en
rromance, de mano?) no nos permite saber si se trataba de una copia de una de
las mencionadas o bien de otra diferente, en cualquier caso perdida; cf. P. M.
CÁTEDRA , «La biblioteca de la Universidad de Toledo (siglo XVI )» Bulletin of Spanish Studies 81 (2004)
927-956, 947.
72
Cicer?n, Vom rechten Handeln , Múnich, 19944 .
73
En G. F. G. LUND , De emendandis Ciceronis libris De officiis
observationes criticae , Nykiøbing, 1848, 38.
74
Ibid . 39.
75
Cf. los motivos para esta ?ltima
preferencia en nota a I 4.
76
No he tenido acceso a Vom pflichtgemäßen Handeln / De officiis
(ed. y trad. de R. NICKEL ), Düsseldorf, 2008.
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1 El comentario de DYCK recoge la bibliografía
hasta 1996: a él hay que acudir para un repertorio de las obras imprescindibles
sobre Los deberes ; por lo tanto, a
continuación se recogen solo las citadas en este volumen y una selección de la
bibliografía posterior a aquella fecha. A las aquí presentes deben añadirse las
obras que figuran en la lista de abreviaturas incluida al principio.