MARCO TULIO CICERÓN
EL ORADOR (A MARCO BRUTO)
M. TVLLI CICERONIS
ORATOR AD M. BRVTVM
Texto
latino de esta edición tomado de: http://www.thelatinlibrary.com/cicero/brut.shtml
Traducción
española de Marcelino Menéndez Pelayo
(en los fragmentos que se ha comprobado falta de traducción se ha utilizado,
rellenando las lagunas existentes, la versión de E. Sánchez Salor publicada en
Alianza Editorial, Madrid, 1991).
Otras
obras de consulta sobre el tema:
OBRAS
COMPLETAS DE MARCO TULIO, T. II Menéndez Pelayo, Marcelino Traductor http://www.bibliojuridica.org/libros/libro.htm?l=788
Obras de Literatura clásica
Grecolatina: http://ar.geocities.com/cayocesarcaligula/Libros.html
Traducción inglesa: http://www.gutenberg.org/etext/9776
EN TORNO AL ORATOR:
MODERNIDAD DE CICERÓN
En este artículo
el autor demuestra que la escuela
aticista de Roma no puede ser disociada
de este movimiento neo-ático que se dio
en
Grecia,
Asia
e
Italia
en
ese
siglo.
Sus
pretensiones
eran
la
imitación del arte ático en su pureza
original, estableciendo los modelos que debían
ser seguidos.
1. Composición del tratado: su estructura
En el año
La corriente estética aticista, que había recorrido
Grecia, Asia e Italia en el siglo I a. C.
y que
se había manifestado tanto en las artes plásticas
como en las literarias, amenazaba con imponerse
en
la
oratoria
romana1.
Los aticistas
propugnaban
una
elocuencia
caracterizada por la sobriedad y la selección
de
los
modelos y sus acerbas críticas al
estilo del Arpinate nos son conocidas gracias al testimonio de Quintiliano2. En lugar de una diatriba contra sus
detractores,
Cicerón
escribió
un
tratado
en
el
que
defendía
su
estilo y sobre todo definía aquello que más lo caracterizaba, el ritmo en prosa3; además, la obra
debe
entenderse
también como
un
intento de convencer al dedicatario,
Bruto,
buen amigo
de
Cicerón
y
al
que
éste
veía
como
su
posible
sucesor
en
la
oratoria
romana, de que abandonase la escuela aticista
y acogiese una prosa más elaborada
y con mayor fuerza, aunque sus esfuerzos en este sentido fueron vanos4.
La obra ha sido acusada en numerosas ocasiones de anarquía
compositiva. A ello han contribuido
en
gran
medida las frecuentes repeticiones del texto,
en
el
que
incluso se pueden hallar varias introducciones. Una explicación ingeniosa
y elaborada a la aparente desorganización de este tratado fue propuesta por Remigio Sabbadini5. De los 236 parágrafos
en que se divide la obra, los 97 últimos (140-236) corresponden a la teoría del
ritmo en prosa, y por lo tanto
constituyen
una
pieza
aparte
dentro
de
la
estructura general. Según Sabbadini, si dividimos los primeros 139 en seis fragmentos6 y
se
suprimen los pares nos encontramos con que se eliminan
las
contradicciones
y
repeticiones; estas tres partes encajarían perfectamente en una hipotética carta a Bruto que constituiría la primera redacción
de la obra. Posteriormente Cicerón habría añadido
los otros
fragmentos
para
elaborar
así
un
tratado
sobre
el
mejor estilo oratorio; el
ensamblaje de distintas redacciones o la inclusión
de nuevos temas habría originado la aparente desorganización estructural. Esta teoría resulta
atractiva y por ello ha gozado
de crédito
durante mucho tiempo, siendo recogida por la mayoría de editores del Orator7.
Pero recientemente Sánchez Salor8
ha puesto de relieve ciertas
incongruencias en la argumentación
de
Sabbadini.
En
primer lugar, ha demostrado que el hilo conductor de la obra es doble: por un lado el concepto de decorum, por otro, la crítica a los neoáticos. Las partes eliminadas en la supuesta
primera redacción evitan, es cierto,
muchas repeticiones, pero
también gran parte de
los
elementos que suponen la polémica con los neoáticos, con lo que uno de dichos hilos conductores queda truncado.
Pero sobre todo lo que le parece inaceptable son ciertas agrupaciones y ciertos cortes, como el hecho de que una parte, la segunda,
termine con una dedicatoria a Bruto, o que
al partir los fragmentos cuarto y quinto se separe el tratamiento de la elocutio, quedando en uno la de los filósofos,
historiadores y poetas y en otro la de los oradores. Según este
autor, la obra tiene una estructura que obedece
al
siguiente
esquema: los §§1-19 corresponden al prólogo y el resto (§§20-236) a la descripción del orador perfecto.
Esta descripción se establece
en cinco apartados
de desigual extensión:
§§20-32 en lo que se refiere
al estilo oratorio;
§§33-42 en lo que se refiere al género oratorio;
§§43-112 en lo que se refiere a los officia oratoris; §§113-139 en lo que se refiere a los conocimientos
del orador; §§140-236 en lo que se refiere al empleo de la prosa rítmica.
La estructuración propuesta por Sánchez
Salor
es
congruente
y
convincente,
pero no lo son tanto sus críticas a Sabbadini.
El hecho de que en los fragmentos que se
habrían compuesto
en
primer lugar no hubiera un enfrentamiento
claro
con
los
neoáticos sólo supondría que entre ambas redacciones se agrió la polémica por algún motivo,
o
bien
que
en
una
originaria
carta
privada
a
Bruto
el
Arpinate
no
juzgase
adecuado incluir esa crítica, que posteriormente sí sería incorporada. Por otra parte, que
un fragmento termine con una dedicatoria no es tan extraño si se tiene en cuenta que es uno de los incorporados en la hipotética
segunda redacción, cuando ya el autor tiene en
mente la trabazón definitiva.
Lo mismo ocurre con la separación del tratamiento de la elocutio: no parece inverosímil que Cicerón hubiera
hablado en principio
sólo de la del orador y después,
una
vez
concebido
el
plan
final
de
la
obra,
antepusiera
la
de
los
filósofos, historiadores y poetas. En definitiva, creemos que la interpretación de Sánchez Salor
es
altamente clarificadora y la compartimos,
pero
pensamos que no invalida la tesis de Sabbadini de la
doble cronología en la redacción.
2. Filosofía y Retórica
Una vez aclarada la estructura
del tratado, debemos preguntarnos qué es lo que
Cicerón trata en él. Como hemos apuntado al principio, si seguimos la cronología de los tres tratados ciceronianos de
retórica más importantes, podemos ver
una
clara evolución. En el De
oratore
el
Arpinate
es
magister,
nos
enseña
cuál
debe
ser
la
educación del orador, cómo debe desenvolverse para inventar, ordenar y redactar
sus
discursos. En el Brutus es historicus que narra y juzga a los representantes de la oratoria romana. En el Orator, finalmente, se hace existimator, crítico
en
busca
de
un
ideal
artístico, el tipo eterno e inmutable que constituye la idea platónica9. Cicerón lo expresa varias veces a lo largo
del
tratado:
«Recordemos...que voy a actuar para dar la impresión de que soy un crítico, no un maestro»10; «como dije más arriba, quiero ser un crítico, no un maestro»11; «Pero, puesto que yo no busco un orador al que instruir,
sino un orador al que aprobar...»12.
La evolución no sólo
se
constata
en
cuanto
a
la
postura
de
Cicerón
(maestro, historiador o crítico), sino al mismo tiempo en la búsqueda
del modelo de elocuencia o de hombre
elocuente.
En
el
De
oratore
se
nos
ofrece
una
imagen virtual de la perfección oratoria centrada en la formación intelectual del orador: ni Craso ni Antonio
(los interlocutores del diálogo,
pertenecientes
a
una
generación
anterior
a
la
del
Arpinate) se tienen por elocuentes, pero se apunta a una posibilidad futura que podría estar encarnada, aunque nunca se nombre debido a la fecha dramática de la acción (
Sobre las relaciones entre filosofía y retórica en la concepción ciceroniana de la elocuencia se ha
escrito
mucho, pero sin duda el autor a quien más
se
debe
en
este
terreno es Alain Michel17. El tema es demasiado
complejo para abordarlo aquí en
profundidad, pero nos gustaría mencionarlo someramente porque en las
conclusiones
finales volveremos a hacer referencia a ello. Baste decir que con Cicerón se unen estas dos
disciplinas que se habían separado
e incluso nos atreveríamos a decir
enemistado desde Sócrates
y
los
sofistas:
una
buscaba
la
verdad,
la
esencia,
y
otra
la
opinión,
la
apariencia. Cicerón, en cambio, que reclama la necesidad de una profunda
formación filosófica en el orador
y
critica
la
desnudez
ornamental del filósofo ajeno a la
elocuencia, proclama con orgullo
no haber sido formado en las escuelas de los rétores sino en
3. El estilo oratorio
Dentro de este breve repaso que estamos realizando a algunos puntos relevantes
del Orator no podemos pasar por alto uno de los aspectos más importantes que en él trata
Cicerón: nos estamos refiriendo
a la teoría de los tres estilos20. Aquí se encuentra seguramente la innovación más importante
del
Arpinate
en
el
terreno
de
la
teoría
retórica. Desde luego, la triple vertiente
de
los
estilos
o genera dicendi no es en
absoluto novedosa, pues viene de la tradición
retórica helena y se remonta a Teofrasto;
una alteración
que
tampoco tiene excesiva relevancia es la descomposición del estilo sublime en “rudo” y “pulido” y del
estilo
humilde en “descuidado” y “armonioso”21.
Pero lo que sí supone una trascendental novedad
es, como ha puesto de
relieve Douglas22, la relación que se establece
entre cada uno de los tres estilos y cada una delas
funciones del orador:
el
humilde, sutil o tenue para el docere, el medio para el delectare o conciliare, el grave, sublime o vehemente para el mouere.
En
Es en el Orator donde
encontramos por vez primera esta vinculación entre las funciones aristotélicas del orador y los genera de Teofrasto, en el siguiente pasaje: «Será, pues, elocuente...aquel que en las causas forenses
y civiles habla de forma que pruebe, agrade y
convenza: probar, en aras de la necesidad;
agradar, en aras de la belleza; y convencer,
en aras de la victoria; esto último es, en efecto, lo que más importancia de todo tiene para conseguir la vistoria.
Pero a cada una de estas funciones
del orador corresponde un tipo de estilo:
preciso a la hora de probar; mediano a la hora de deleitar;
vehemente, a la
hora de convencer»24. Es decir, que los métodos para alcanzar el fin del orador, que es
siempre la persuasión, son las pruebas materiales, que se presentan
en un estilo sencillo y llano, la impresión
causada
por
el
carácter
del
hablante
cuando
emplea un estilo armonioso y bello,
y
la
capacidad de
mover las
pasiones del
auditorio con
la vehemencia de su estilo más
apasionado25.
¿Cuál es entonces el mejor estilo para el orador perfecto que se intenta definir? Los tres lo son, pues el mejor
orador
es
el
que
los
sabe
conjugar
y
emplear según convenga a la causa en cada momento. Cicerón considera uno de sus mayores logros el ser capaz de hablar bien en los
tres
genera
dicendi,
pudiendo
cambiar de uno a otro según las exigencias
de
cada
caso,
cosa
que
ningún
otro
había
conseguido
en
Roma:
«Así pues, encontramos que los oídos
de
nuestros
ciudadanos
están
ayunos
de
esa
oratoria multiforme e igualmente repartida entre todos los estilos, y he sido yo el que
por primera vez, en la medida
de mis posibilidades, y por poco que valgan mis discursos, me los he atraído a la increíble afición
de escuchar ese tipo de elocuencia»26.
De hecho, algunos autores
como Kumaniecki27 han cifrado el éxito
sin
parangón
del
Arpinate frente a la decadencia de Hortensio
porque
este
último se obstinaba en mantener un estilo vehemente, asianista, que le había
reportado
gran
éxito
en
su
juventud pero que no convenía
a un hombre maduro, mientras que Cicerón, que en sus
primeros discursos no era muy diferente de Hortensio, había alcanzado un alto grado de
uarietas en su oratoria, que le permitía cambiar de uno a otro estilo según las exigencias
del decorum. Él mismo lo afirma en su tratado:
«Y es que ningún orador, ni siquiera los
desocupados griegos, escribieron tantos
discursos
como yo, discursos que tienen
precisamente esa variedad que yo apruebo»28. El exhaustivo análisis
estilístico que de sus discursos realizó Laurand29 demuestra que la praxis de la oratoria
ciceroniana sigue de cerca sus propias
teorías retóricas y que no se jacta en vano de la variedad de estilos
de que hizo gala.
El eclecticismo entre los tres estilos es sólo aparente. Aunque las circunstancias de su polémica con
los
aticistas
le
hacen
tratarlos
por
igual, no logra disimular
su
preferencia por el estilo vehemente o sublime. Como señala Alain Michel, parece
desprenderse de las declaraciones de Cicerón que este estilo reúne todas las cualidades: instruye como el simple, deleita como el medio y además conmueve30. Si los ataques
contra los vicios del estilo elevado son más virulentos,
esto sólo se debe a la necesidad de defenderse de las acusaciones de asianismo. Así, nos dice que el que sólo se dedica
al estilo llano y nunca se eleva por encima
de éste, si consigue al menos la perfección en ese ámbito será un buen orador, aunque no sea el mejor; y lo mismo ocurre con el que
se entrega
a
la
práctica
del
estilo
medio, que puede alcanzar el éxito
sin
arriesgarse
demasiado, ya que de poca altura
puede caer. En cambio, el que sólo emplea el tono
vehemente es totalmente despreciable, pues al tratar determinados temas
poco importantes que no exigen este estilo parecerá un loco o un borracho tambalándose
en medio de sobrios31. Pero en otra parte del discurso,
sin disimular su simpatía hacia este
genus dicendi apasionado, dice
al
hablar
de
la
fuerza
patética (del pathos, del sentimiento arrebatado): «...es vehemente, encendida, impetuosa, arrebata
las causas y, cuando
es llevada impetuosamente, no puede de ninguna forma ser resistida.
Gracias a esto último, yo, que soy un orador mediano o
incluso menos, pero que recurro siempre a esa
gran
impetuosidad, he
conseguido con
frecuencia que
mis adversarios se tambaleen»32.
La forma de combinar los estilos, es decir, de decidir
cuándo emplear uno u otro,
viene determinada por el decorum, que, como ya hemos dicho antes, constituye
el hilo conductor de la obra junto con la polémica contra
los neoáticos. «Es elocuente», dice Cicerón, «el que es capaz de decir las cosas sencillas
con sencillez, las cosas elevadas con fuerza, y las cosas intermedias con tono medio»33.
4. Modernidad de Cicerón
Una vez vista la estructura
de la obra y tras una breve reflexión sobre la filosofía y la teoría
del
estilo
en
el
tratado
ciceroniano,
nos
resta
tan
sólo,
para
cerrar
nuestra
intervención, aportar unos pequeños
apuntes
sobre
un
tema que debería ser más a menudo objeto de nuestra atención:
la
modernidad de los clásicos. Muchas
veces
latinistas y helenistas olvidamos que los clásicos lo son precisamente por no pasar
de moda, o lo que
es
lo
mismo, por ser siempre
modernos. El pensamiento
ciceroniano
reflejado en el Orator es un buen
ejemplo de ello. Apenas echamos un vistazo sorprende la
palpable actualidad de
algunos
de
sus
temas. Sin
pretensiones de exhaustividad hemos entresacado algunos que merecen ser comentados:
Destacaremos en primer lugar su pragmatismo, si bien esta es una característica que en general define a la cultura romana por oposición a la griega.
En el apartado 2, al hablar
de las relaciones entre filosofía
y retórica en su teoría oratoria, hemos señalado el hecho de que Cicerón
mismo nos cuenta que su educación
se basó más en los paseos de
En efecto, es difícil imaginar alguna de ellas que entre sus enseñanzas incluyera el
subordinar la filosofía a la retórica, o bien
que
potenciara
la
educación
práctica
a
expensas de la contemplativa.
Lo que Cicerón propugna como modelo de enseñanza
es la que él mismo recibió, la encaminada a una formación “útil” con vistas a la práctica
forense y a la política, en definitiva,
una
más “romana”
que
“griega”.
Pero
donde
el
pragmatismo ciceroniano entronca
más tristemente con la realidad
de nuestros tiempos
modernos es quizás en la necesidad
de justificar los estudios
de filosofía e historia: «y sin una formación filosófica», argumenta el Arpinate, «no podemos distinguir el género
y la
especie de ninguna cosa, ni definirla, ni clasificarla, ni juzgar lo que es verdadero y lo que es falso, ni analizar las consecuencias lógicas,
ver lo contradictorio y distinguir lo ambiguo»36; «desconocer qué es lo que ha ocurrido antes de nuestro
nacimiento es ser siempre un niño. ¿Qué es, en efecto, la vida de un hombre, si no se une a la vida de
sus antepasados mediante el recuerdo de los hechos antiguos?»37. Ante esta defensa
de la utilidad práctica de dos disciplinas como la filosofía y la historia
uno no puede menos de
sorprenderse ante la inmediatez
y la modernidad de las palabras
de Cicerón. ¡Cuán reciente tenemos en España la memoria del intento de eliminar de los planes de estudio de bachillerato la asignatura de filosofía, y la controversia creada sobre su utilidad y la
necesidad de su mantenimiento!
La filosofía ciceroniana es menos elaborada que la
socrática,
pero
aún
así
ha
conseguido seguramente una mayor repercusión en el mundo moderno, debido sin lugar a dudas a que vivimos
en
una
cultura
pragmática con la que conecta fácilmente. Los estudiosos Perelman y Olbrechts38
distinguen entre filosofías “primarias” y filosofías “regresivas”. Las primarias parten de principios fundamentales que constituyen la base
de toda
una
construcción
lógica
que
se
elabora
mediante demostraciones
de carácter lógico-matemático. Las regresivas operan a través de la razón argumentativa sin partir
de términos precisos fijados de una vez
por
todas. Tomando como base estas definiciones, Barilli39
ha analizado el pensamiento ciceroniano, llegando
a la conclusión de que lo
que se había llamado
eclecticismo del Arpinate puede ser
mejor precisado como filosofía regresiva, estando caracterizado todo su sistema por la preocupación de remitirse a la communis opinio, que constituye
el punto de partida y el de llegada de la
filosofía ciceroniana. De esta forma, entronca con el pragmatismo norteamericano y la fenomenología
husserliana,
filosofías
también regresivas que asumen como
punto
de
partida, respectivamente, el sentido común y
Esta referencia
constante a la communis opinio y la moldeabilidad del estilo ante la referencia del efecto buscado en el auditorio, de la que hablamos anteriormente en el
apartado 3, permiten afirmar que también el sistema teórico retórico de Cicerón puede ser
definido como pragmático, en el sentido que tiene esta palabra en la semiótica de G. Klaus como
el
efecto
de
signos
lingüísticos
que
alcanzan
a
los
destinatarios41.
No
debemos olvidar que entre las categorías que la retórica
toma en consideración se hallan
muchas que ofrecen un evidente interés
para la lingüística moderna. Al ocuparse de la persuasión, es decir, de un mensaje enunciado
por un hablante con una intencionalidad
determinada de actuar sobre el oyente,
entramos en el campo de la lingüística aplicada. Como el efecto
buscado repercute en la esfera emocional
del auditorio, la psicolingüística también se ve implicada. Además, el criterio del decorum o adecuación
del mensaje al acto de comunicación
en sí, variando según los oyentes y la situación circunstancial (que
abarca
tiempo, lugar, anteriores mensajes...)
entra de lleno en la pragmática lingüística y en la sociolingüística42.
También tiene un
sabor notable a modernidad, o quizá sería mejor
decir
a
problema eterno de todos los tiempos, una cuestión concreta de la diatriba ciceroniana con los aticistas.
Nos
referimos a la cuestión del destinatario del discurso.
Los
neoáticos, continuadores de la filosofía estoica,
buscaban
los
aplausos
del
público
entendido, capaces de comprender sus
estructurados razonamientos. Cicerón, en cambio, no desdeña, sino que busca una elocuencia que agrade al público llano, incluso
al inculto; por este motivo critica
también a los neoteroi, cuyo arte es demasiado sutil para poder ser
popular.
Desmouliez43 ha planteado los
problemas que puede acarrear esta postura, pues
al
subordinar el estilo al gusto
del
público se corre
el riesgo de hipotecar virtudes
estéticas.
El
problema es tan antiguo como el arte; hoy en día se plantea en los términos de someterse a los dictámenes de la crítica o del público. Pero,
tal como apunta Desmouliez, el Arpinate no cree que
sea
necesario
elegir
entre complacer al gran público
o a los entendidos, pues no tiene por qué haber desacuerdo entre los gustos
estéticos
de
ambos. La naturaleza ha dotado
a
los
hombres de un instinto para apreciar la belleza, por lo que todos pueden sentirla y deleitarse con ella;
los entendidos, además, pueden analizar los recursos técnicos del artífice.
Una vez más se puede
decir
que
la
cuestión
que
subyace en el fondo es el criterio del decorum:
Cicerón considera necesario
adecuar el estilo al alma del oyente; al sentir predilección por el genus grauis
y estar éste relacionado, según
su propia teoría,
con el mouere, es
decir, con el territorio de los
sentimientos, del pathos, era conclusión
inevitable
su
concepto de oratio, que por antonomasia era la oratio
popularis,
es
decir, la desarrollada ante la multitud, principalmente en el foro.
Los aticistas, en cambio, que
fundaban sus principios en la
filosofía
estoica (que por principio rechaza los
afectos
como turbadores de la razón)
no
encontraban
otro
público
apto
que
no
fuera la élite culta capaz de
comprender verdades en una
formulación lógica desnuda de
pasión44. Punto fundamental de discrepancia era que los aticistas sostenían que en el pueblo
inculto sólo actuaba la persuasión por medio del mouere, pues eran incapaces
de comprender las argumentaciones propias del probare
o docere, abandonando la razón y quedando a merced del vaivén de las emociones.
Frente a esto, el Arpinate
sostenía que a través
del
mouere
las
clases
populares
también percibían la trabazón lógica
del
probare. La cuestión
ha adquirido un nuevo significado en la actualidad, en España al menos, con la polémica ley del jurado. Viéndose obligada gente no especialista en leyes
a determinar sobre cuestiones de complicados matices,
si
tan
sólo
el
ámbito de los sentimientos y la vehemencia
de
un
abogado
pueden
modelar una decisión tan trascendental, si los aticistas
tenían
razón
en
su
diatriba
contra
Cicerón,
habría
que
plantearse de nuevo la ética de la ley.
El alejamiento de las élites se percibe
no sólo en sus discursos, sino también en
sus obras de teoría retórica. Como ha señalado acertadamente Atkins45, la elaboración del material, tanto en el De oratore como en el Brutus, se aparta
del
tratado
para
especialistas, cuyo modelo
sería
Aristóteles,
y
se
aproxima más
al
diálogo
platónico
para el público en general.
En el caso del primero, supo elegir los interlocutores entre los oradores más prestigiosos de la generación anterior
para dar un aire de credibilidad
y autoridad romana a su obra; además, el diálogo permite una exposición
que sin dejar de ser ordenada
se muestra mucho más viva. En el Orator
adopta la forma de la carta o
ensayo, pero el tratamiento sigue
siendo igualmente lúcido.
Finalizaremos nuestra
intervención reflexionando
sobre la rehabilitación que ha experimentado la retórica en los últimos años. El auge de las ciencias argumentativas
ha sido provocado, como apunta Valenti46, por el debate filosófico que ha puesto de manifiesto la insuficiencia de la lógica formal y del razonamiento more geometrico. La pérdida de seguridad en los presupuestos
de
las
ciencias
basadas
en
la
deducción
matemática
o
la
inducción experimental
(provocada al mismo tiempo
por
la
revisión
constante de los presupuestos
que antes se creían axiomáticos,
inmutables) ha revalorizado
esas otras esferas del conocimiento
tradicionalmente relegadas al campo de lo irracional. Entre las
ciencias
de
la
argumentación nació en los años cincuenta la «Nueva Retórica».
No deja
de
constituir
una
cierta
ironía47 el hecho
de que
la
rehabilitación de la retórica no fuera promovida por filólogos clásicos ni por autores de manuales de estilística, que siempre la han manejado y la han tenido en cuenta, sino por
sus tradicionales enemigos, los filósofos, con lo que se ha producido, dos mil años más
tarde, esa unión de filosofía
y retórica que propugnaba Cicerón. Schopenhauer, uno de
los precursores de la revitalización de las ciencias argumentativas, preconizó al mismo
tiempo la restauración de la retórica en su acepción estrictamente literaria
y criticó ese estilo descuidado que
había
caracterizado durante siglos a la filosofía. Nihil noui sub
sole, porque ya Cicerón había clamado
contra la mollis oratio philosophorum48.
Carlos de Miguel Mora
Universidad de Granada
1 Cf. Desmouliez, A., «Sur la polémique de
Cicéron et des atticistes», Revue des Études Latines, 30
(1952)
2 Quintiliano (Inst. orat., XII, 10, 12) dice a propósito
de la opinión que los aticistas
tenían de Cicerón: «tumidiorem et Asianum et redundantem et in repetitionibus nimium et in salibus aliquando
frigidum et in compositione fractum, exultantem ac paene, quod procul absit, uiro molliorem».
3 G.M.A. Grube (The Greek and Roman Critics, London 1924, p.184) ha puesto de relieve que se debe entender el Orator como una defensa de Cicerón ante los ataques de los aticistas y que en este sentido hay que comprender la extensa discusión sobre la prosa rítmica.
4 Así se lo comenta Cicerón a Ático (Ad Att.,
XIV,
20,
3):
«Cum
ipsius precibus paene adductus scripsissem ad eum de optimo genere dicendi, non modo mihi sed etiam tibi scripsit sibi illud quod mihi
placeret non probari».
5 En «La composizione dell’Orator ciceroniano», Rivista di Filologia e d’Istruzione Classica, 44 (1916)
1-22.
6 Que serían: I=§§ 3-19; II=§§ 20-35; III=§§ 36-42; IV=§§ 43-68; V=§§ 69-111; VI=§§ 112-139.
7 Así, por ejemplo, C. de Marchi-E.
Stampini (Turín 1960), A. Yon (París 1964), A. Tovar-A.R. Bujaldón
(Barcelona 1967)…
8 Cicerón, El orador, traducción, introducción y notas de E. Sánchez Salor, Madrid 1991, pp.8-20.
9 Cf. de Marchi en la introducción a su edición del Orator (Turín 1960), p. XII.
10 Orat., XXXI, 112: «meminerimus:...ita potius acturos, ut existimatores videamur loqui, non magistri». Para las citas del texto latino sigo la edición de Bernhard Kytzler (München-Zürich 1988). Las traducciones están extraídas de la de E. Sánchez (op. cit.).
11 Orat., XXXIII, 117: «...ut supra dixi, iudicem esse me, non doctorem volo».
12 Orat., XXXV, 123: «Quoniam autem non quem doceam quaero, sed quem probem,...»
13 Cf. Desmouliez, A., Cicéron et son goût. Essai sur une définition d’une esthétique romaine
à la fin de
14 Cicerone, Orator, commento di C. de Marchi e E. Stampini, Torino 1960, pp.XII-XIII.
15 Orat., XXIX, 101:
« “Nemo is”, inquies, “umquam
fuit”.
Ne fuerit. ego enim
quid
desiderem,
non
quid
viderim disputo redeoque ad illam
Platonis,
de
qua
dixeram, rei formam et speciem, quam, etsi
non cernimus, tamen animo tenere possumus».
16 Alberte González, A.,
«Cicerón y
Quintiliano ante
17 Obra
clave es Michel,
A., Les rapports
de
18 Orat., III, 12: «et fateor me oratorem, si modo sim aut etiam quicumque sim, non ex rhetorum officinis, sed ex Academiae spatiis extitisse».
19 Cf. Leeman, A.D., Orationis ratio,
20 Como ha advertido muy bien J.W.H. Atkins (Literary Criticism in
Antiquity.
A
sketch
of
its
development, vol.
II,
London
1952,
pp.29-30),
la
contribución
ciceroniana
será
clave
importante en la formación de la doctrina de los estilos literarios o “colores” en
21 Orat., V-VI, 20: «nam et grandiloqui, ut ita dicam, fuerunt cum ampla et sententiarum gravitate et maiestate verborum, vehementes varii copiosi graves, ad permovendos et convertendos animos instructi et parati -quod ipsum alii aspera tristi horrida oratione neque perfecta atque conclusa consequebantur, alii levi et structa et terminata-; et contra tenues acuti, omnia docentes et dilucidiora, non ampliora facientes, subtili quadam et pressa oratione limati; in eodemque genere alii callidi, sed impoliti et consulto rudium similes et imperitorum, alii in eadem ieiunitate concinniores, id est faceti, florentes etiam et leviter ornati».
22 Douglas, A.E., «A Ciceronian Contribution to Rhetorical Theory», Eranos, 55 (1957) 18-26.
23 Cf. Ibíd., p.23.
24 Orat., XXI, 69: «Erit igitur eloquens...is, qui in foro causisque civilibus
ita dicet, ut probet, ut delectet,
ut flectat. probare necessitatis est, delectare suavitatis, flectere
victoriae; nam id unum ex omnibus ad obtinendas causas potest
plurimum.
sed quot officia
oratoris,
tot
sunt
genera
dicendi:
subtile
in
probando, modicum in delectando, vehemens
in flectendo».
25 Cf. Grube, op. cit., pp.180-181.
26 Orat., XXX, 106: «Ieiunas igitur huius multiplicis et aequabiliter in omnia genera fusae orationis aures civitatis accepimus, easque nos primi, quicumque eramus et quantulumcumque dicebamus, ad huius generis dicendi audiendi incredibilia studia convertimus».
27 Kumaniecki, K., «Tradition et apport personnel
dans l’oeuvre de Cicéron», Revue des Études Latines, 37 (1959) 171-183.
28 Orat., XXX, 108:
«nemo enim orator tam multa en in Graeco quidem otio scripsit, quam multa sunt nostra, eaque hanc ipsam habent,
quam probo, varietatem».
29 Laurand, L., Études sur le style des discours de Cicéron, avec une esquisse de l’histoire du «cursus» (3 vols.), Paris 1928-1931.
30 Michel, A., «L’eloquenza romana», en Introduzione allo Studio della Cultura Classica, Marzorati editore, Vol. I: Letteratura, Milano 1972, pp.551-575 (p.560).
31 Cf. Orat., XXVIII,
98-99.
32 Orat., XXXVII, 128-129: «hoc vehemens incensum incitatum, quo causae eripiuntur; quod cum rapide fertur, sustineri nullo pacto potest. quo genere nos mediocres aut multo etiam minus, sed magno semper usi impetu saepe adversarios de statu omni deiecimus».
33 Orat., XIX, 100: «is est enim eloquens, qui et humilia subtiliter et magna graviter et mediocria temperate potest dicere».
34 Cf. nota 17.
35 Op. cit., p.174.
36 Orat., IV, 16: «nec vero sine philosophorum disciplina genus et speciem cuiusque rei cernere neque eam definiendo explicare nec tribuere in partes possumus nec iudicare, quae vera, quae falsa sint, neque cernere consequentia, repugnantia videre, ambigua distinguere».
37 Orat., XXXIV, 120: «nescire autem quid ante quam natus sis acciderit, id est semper esse puerum. quid enim est aetas hominis, nisi ea memoria rerum veterum cum superiorum aetate contexitur?».
38 Perelman,
C.-Olbrechts Tyteca, L., Rhetorique et philosophie,
39 Barilli, R., «La retorica di Cicerone», en Poetica e Retorica, Torino 1969, pp.21-53.
40 Cf., Valenti Pagnini, V., «La retorica di Cicerone nella moderna problematica cultural», Bolletino di Studi Latini, 7 (1977) 327-342.
41 Cf. Spillner, B., Lingüística y Literatura, trad. esp. de Elena Bombín, Madrid 1979, p.172.
42 Cf. ibíd., pp.168-169.
43 Cicéron et son goût, cit., pp.254-256.
44 Cf. Alberte González, A., Historia de la retórica latina, Amsterdam 1992, pp.14-16.
45 Op. cit., p.25.
46 Art. cit., pp.327-328.
47 Así lo hace notar V. Florescu (La rhétorique et la néorhétorique, Paris 1982, p.4).
48 Cf. ibíd., pp.154-155.
