Enumeración caótica
Parece imposible definir como
caótica toda enumeración, ya que, desde cierto punto de vista,
cualquier enumeración puede adquirir algún tipo de coherencia.
Incluso una lista que reuniera una escoba, una copia incompleta de
una biografía de Galen, un feto conservado en alcohol y (por citar a
Lautréamont) un paraguas y una mesa de disección, no tendría nada
de incongruente. Solo sería necesario establecer que esto era un
inventario de objetos abandonados en el sótano de una escuela
medieval. Una lista que incluyera a Jesús, Julio César, Cicerón,
Luis IX, Ramón Llull, Juana de Arco, Gilles de Rais, Damiens,
Lincoln, Hitler, Mussolini, Kennedy y Sadam Hussein se convierte en
un elenco homogéneo si decimos que todas estas personas no murieron
en sus camas.
Para
encontrar ejemplos de genuina enumeración caótica, que anticipa las
inquietantes listas de los surrealistas, deberíamos echar un vistazo
al poema de Rimbaud «El barco ebrio». De hecho, a propósito de
Rimbaud, un estudioso ha propuesto que hay una diferencia entre la
enumeración conjuntiva y disyuntiva1.
Hasta ahora, todas mis citas han sido ejemplos de enumeración
conjuntiva: cada una de ellas se basa en un universo discursivo
específico según el cual los elementos de la lista adquieren una
determinada coherencia mutua. Por el contrario, la enumeración
disyuntiva representa un pasmo, como la experiencia que aflige a un
esquizofrénico que se da cuenta de la secuencia de impresiones
dispares y es capaz de imponer una unidad entre ellas. Leo Spitzer se
inspiró en la idea de la enumeración disyuntiva al formular su
concepto de la enumeración caótica2.
De hecho, citó a modo de ejemplo estos versos de las Iluminaciones
de
Rimbaud:
En el bosque hay un pájaro,
su canto te detiene y te ruboriza.
Hay un reloj que no da las
horas.
Hay una hoyada con un nido
de animales blancos.
Hay una catedral que baja y
un lago que sube. Hay un
cochecito abandonado en el
boscaje, o que baja por el
sendero corriendo, adornado
con cintas.
Hay una compañía de
cómicos en traje de función, vistos en la
carretera por entre el
lindazo del bosque. Hay finalmente,
cuando
tenemos hambre y sed, alguien que te ahuyenta3
La
literatura ofrece una gran variedad de ejemplos de enumeración
caótica, desde Pablo Neruda a Jacques Prévert, incluidas Las
cosmicómicas de
Calvino, que representa la formación aleatoria de la superficie de
la Tierra a través de los restos de meteoritos. El propio Calvino
califica su lista de «batiburrillo absurdo», y señala: «Disfruté
imaginando que todos esos objetos terriblemente incongruentes tenían
un misterioso vínculo cuya naturaleza yo iba a tener que adivinar»4.
Pero sin duda alguna, la más deliberadamente caótica de todas las
listas incongruentes es la lista de animales de la enciclopedia china
titulada El
imperio celestial del conocimiento benevolente, inventada
por Borges y citada por Michel
Foucault al principio de su prólogo a El
orden de las cosas. La
enciclopedia propone dividir a los animales en: a)
pertenecientes
al emperador, b)
embalsamados,
c) amaestrados, d)
lechones,
e)
sirenas,
f) fabulosos, g)
perros
sueltos, h)
incluidos
en esta clasificación, i)
que
se agitan como locos, j) innumerables, k)
dibujados
con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m)
que
acaban de romper el jarrón, n)
que
de lejos parecen moscas5.
Tras
considerar ejemplos de exceso coherente y de enumeración caótica,
nos
damos cuenta
de
que, comparadas con las listas de la Antigüedad, estas revelan algo
distinto. Como hemos visto, Homero cayó de nuevo en la lista porque
carecía de palabras para hacer justicia a su tema, y el topos de lo
inefable dominó la poética de las listas durante siglos. Pero si
nos fijamos en las listas elaboradas por Joyce y Borges, vemos que
ellos hicieron listas no porque no supieran qué decir, sino porque
querían decir cosas a partir de un amor por el exceso, en un afán
de arrogancia, y una avaricia por
las palabras, por la jubilosa (y rara vez excesiva) ciencia de
lo plural y
lo
ilimitado.
La lista se
convierte en
una
forma de construir de nuevo el mundo, poniendo casi en práctica el
método de Tesauro de acumular propiedades para producir nuevas
relaciones entre cosas dispares, y en cualquier caso para poner en
duda las que acepta el sentido común. De esta forma, la lista
caótica se convierte en uno de los modos de ruptura de la forma
puestos en movimiento de distintas maneras por el futurismo, el
cubismo, el dadaísmo, el surrealismo y el nuevo realismo.
La
lista de Borges, además, no solo desafía todos los criterios de
congruencia, sino que juega deliberadamente con las paradojas de la
teoría de los conjuntos. Su lista desafía en realidad cualquier
criterio razonable de congruencia, porque no se puede entender qué
sentido podría tener el poner ese «etcétera» no al final de la
serie, donde se referiría a elementos adicionales, sino entre los
elementos de la propia lista. Y no es este
el
único problema. Lo que hace la lista realmente inquietante es que,
entre los elementos que clasifica, incluye también los «incluidos
en esta clasificación». Un estudiante de lógica matemática
reconocerá aquí de inmediato la paradoja formulada por el joven
Bertrand Russell a modo de objeción a Frege: si un conjunto es
normal cuando no se incluye a sí mismo (el conjunto de todos los
gatos no es un gato, sino un concepto) y si un conjunto es anormal
cuando es un elemento de sí mismo (el conjunto de todos los
conceptos es un concepto), ¿cómo podemos definir el conjunto de
todos los conjuntos normales? Si fuera normal, tendríamos un
conjunto incompleto, porque entre todos los conjuntos normales
habríamos incluido también un conjunto anormal. La clasificación
de Borges juega con esta paradoja. O bien la clasificación de los
animales es un conjunto normal, y por lo tanto no debe contenerse a
sí
mismo
—pero la autoinclusión no se da en la lista de Borges—; o bien
es un conjunto anormal, y entonces la lista sería incongruente
porque entre los animales aparecería algo que no es un animal, sino
un conjunto.
Me
pregunto si alguna vez he elaborado una lista verdaderamente caótica.
A modo de respuesta, diré que las listas genuinamente caóticas solo
pueden escribirlas los poetas. Los novelistas están obligados a
representar algo que sucede en un espacio y un tiempo determinados, y
con ello crean siempre una especie de marco dentro del cual todo
elemento incongruente queda, de algún modo, «pegado» a todos los
demás. Como ejemplo, quisiera proponer una especie de monólogo
interior de Yambo, el protagonista de La
misteriosa llama de la reina Loana. Yambo
ha perdido su memoria personal y ha salvado solo la cultural, que le
obsesiona, aunque no puede recordar nada sobre sí mismo ni sobre su
familia. En un momento determinado, bajo una especie de delirio, crea
un collage totalmente incoherente de citas poéticas misceláneas. La
lista suena ciertamente caótica, porque la sensación de caos mental
era precisamente lo que yo
quería
evocar. Pero si los pensamientos de mi personaje eran caóticos, mi
lista lo era aún más, porque se suponía que representaba una mente
devastada:
Acariciaba
a los niños y sentía su olor, sin poderlo definir, excepto que era
muy tierno. Solo se me ocurría que «hay
perfumes tan frescos como un cuerpo de niño». Y, en efecto,
mi cabeza no estaba vacía, en ella se arremolinaban memorias que no
eran mías, la marquesa salió a las cinco a mitad
de camino de la vida, o fue Ernesto Sábato Sábado sabadete camisa
nueva, allí donde Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a
Jacob, Jacob engendró a Judá y a Rocco y a sus hermanos, daba las
doce el viejo reloj de la catedral
y fue entonces cuando vi el Péndulo, en ese ramal del
lago de Como duermen pájaros con largas alas, messieurs
les anglais je me suis couché de bonne heure, aquí
estamos
construyendo Italia no pisamos sobre mojado, tu
quoque alea, oh
hermanos de Italia mía el enemigo que huye va
delante a helarte el corazón, y al arado que traza el surco
puente de plata, Italia está hecha pero no se rinde, combatiremos
a la sombra ocaso dorado colinas plateadas, en bosques y espesuras yo
me la llevé al río, y más la piedra dura
fue a dar en la mar, la inconsciente azagaya bárbara a la
que tendías la mano infantil, no pidas la palabra enloquecida
de luz desde los Alpes hasta las Pirámides, se fue a la
guerra y picó su pica en Flandes, frescas te sean mis palabras
en la tarde a docena a docena de fraile, pan tierra y libertad
sobre las alas doradas, adiós montañas que salís de las aguas pero
mi nombre es Lucía o Elisa o Teresa vida mía, quisiera Guido una
llama de amor viva, pues conocí la trémula mano roja de las armas
los amores, de la musique où
marchent les colombes, vuélvete
paloma por donde has venido, clara y dulce es la noche y el capitán
soy capitán me ilumino de plenitud aunque hablar sea en vano los he
visto
en Pontida, septiembre vamos
a donde florecen los limones, quién hubiera tal ventura del Pélida
Aquiles, a la pálida luz de la luna de mis soledades vengo, en
principio era la tierra y todo pasa y todo queda, Licht
mehr Licht über alles, condesa,
¿qué será la vida? Amor y pedagogía. Nombres, nombres, nombres,
Angelo Dall’Oca Bianca, lord Brummell, Píndaro, Flaubert,
Disraeli, Remingo Zena, Jurásico, Fattori, Straparola y sus
agradables veladas, la Pompadour, Smith and Wesson, Rosa Luxemburgo,
Zeno Cosini, Palma el Viejo, Arqueopterix, Ciceruacchio, Mateo Marcos
Lucas Juan, Pinocho, Justine, Maria Goretti, Tais puta con sus
merdosas uñas, Osteoporosis, Saint Honoré, Bacta Ecbatana
Persépolis Susa Arbela, Alejandro y el nudo gordiano.
La
enciclopedia se me caía encima en hojas sueltas, y
me entraban ganas de mover
frenéticamente las manos como en medio de un enjambre de abejas6.
Listas de medios de
comunicación de masas
La
poética de la lista impregna asimismo muchos aspectos de la cultura
de masas, pero con intenciones diferentes de las del arte de
vanguardia. Basta pensar en esos ejemplares cinemáticos de la lista
visual —el desfile de chicas adornadas con plumas de avestruz que
bajan la escalera en la película Ziegfeld
Follies (1945),
el famoso ballet acuático de Escuela
de sirenas (1944),
las filas de bailarinas en Desfile
de candilejas (1933)
o las modelos que desfilan en Roberta
(1935)—
y los desfiles de moda modernos de los grandes diseñadores.
Aquí, la sucesión de
criaturas fascinantes tiene únicamente la intención de sugerir
abundancia, una necesidad de satisfacer el deseo del éxito de
taquilla, no solo mostrar una imagen glamurosa sino muchísimas,
facilitar al usuario una reserva inagotable de atractivos
voluptuosos, de la misma manera que los potentados de antaño se
adornaban con cascadas de joyas. La técnica de la lista no está
pensada para cuestionar el orden social; al contrario, su propósito
es el de reiterar que el universo de la abundancia y del consumo,
accesible para todo el mundo, supone el único modelo posible de
sociedad ordenada.
Facilitar
listas de distintas bellezas tiene algo que ver con las
características de la sociedad que generó los medios de
comunicación de masas. Nos recuerda a Karl Marx, quien decía al
principio de El
capital: «La
riqueza de las sociedades en las que prevalece el modo de producción
capitalista se presenta como una inmensa acumulación de artículos
de consumo». Piensen en el escaparate que exhibe una extravagante
riqueza de objetos y sugiere que en el interior hay muchos más; o en
una feria comercial, con mercancías de todo el mundo; o en los
pasajes de París celebrados por Walter Benjamín —pasillos con
techos de cristal y paredes con incrustaciones de mármol, llenos de
filas de tiendas elegantes— que las guías de París del siglo XIX
describían como un mundo en miniatura; y, por último, los grandes
almacenes (ensalzados por Zola en su
novela El paraíso de las damas), en
sí una verdadera lista.
En
La
misteriosa llama de la reina Loana, que
trata principalmente de un rescate casi arqueológico de recuerdos de
la década de 1930, recurrí con frecuencia al catálogo (una vez más
caotizado por medio de un collage frenético). Permítanme citar un
fragmento en el que evoco la masa de canciones sentimentales con las
que las emisiones de la radio nacional ametrallaron mis jóvenes
oídos:
Como
si la radio me cantara, ella sola, sin que yo tuviera
que girar el sintonizador. Lo puse en marcha y
me dejé acunar, en el
alféizar, ante el cielo estrellado encima de mí, con el sonido de
toda esa buena mala música que había de despertar algo dentro de
mí.
Esta
noche mil estrellas palpitan [...] Una noche, con las estrellas y
contigo [...] Háblame, háblame bajo las estrellas, díme las cosas
más bellas, en el dulce hechizo de amor [...] Mailù, bajo el cielo
de Singapur, en un sueño de
estrellas de oro allá donde nació nuestro amor [...] Bajo la
bóveda de las estrellas que tiernas nos miran, bajo esta bóveda
estrellada yo te quiero besar [...] Vivir sin ti es vivir sin luna,
cantemos pues a las estrellas y a la luna, y quién sabe si me
sonreirá la fortuna [...] Luna luna marinera qué bonito es el amor
que no se aprende [....] Venecia, la luna y tú, en la luz incierta
de tus calles, un rayo de luna me besó [...] Solos en la noche,
tarareando al unísono nuestra canción [...] Cielo de Hungría,
suspiro de nostalgia, con infinito amor yo pienso en ti [...] Voy al
tuntún donde el cielo siempre es azul, oigo a los gorriones entre
los árboles, y gorjean tú por tú7.
Libros, libros, libros...
Un catálogo de biblioteca,
como he dicho antes, es un ejemplo de lista práctica porque los
libros de una biblioteca son finitos en número. Una excepción, por
supuesto, sería el catálogo de una biblioteca infinita.
¿Cuántos
libros hay en la Biblioteca de Babel que Borges describe con tanta
fantasía? Una de las propiedades de la biblioteca de Borges es que
contiene libros que contienen todas las combinaciones posibles de
veinticinco signos ortográficos, de modo que no podemos imaginar
ninguna combinación de caracteres que la biblioteca no previera. En
1622, Paul Guldin, en Problema
arithmeticum de rerum combinationibus, calculó
cuántas palabras podrían haberse producido con las treinta y tres
letras del alfabeto que estaba en uso en ese momento. Las combinó de
dos en dos, de tres en tres, y así sucesivamente, hasta que llegó a
palabras de veintitrés letras, sin tener en cuenta las repeticiones
y sin preocuparse por si las palabras que podían generarse tenían
sentido o eran ya pronunciables; y llegó al excesivo número de
setenta mil miles de millones de miles de millones (escribirlas
hubiera requerido más de un millón de miles de millones de miles de
millones de letras). Si escribiéramos todas esas palabras en
volúmenes de mil páginas cada uno, a cien líneas por página y
sesenta caracteres por línea, necesitaríamos 257 millones de miles
de millones de volúmenes. Y si quisiéramos ponerlos en una
biblioteca equipada con espacios de almacenamiento cúbico capaces de
albergar 32 millones de volúmenes, entonces necesitaríamos
8.052.122.350 de esas bibliotecas. Pero ¿qué reino podría contener
todas esas
edificaciones?
Si calculamos la superficie disponible en todo el planeta,
descubrimos que la Tierra podría acoger solamente 7.575.213.799 de
ellas.
Muchos
otros, desde Marin Mersenne a Gottfried Leibniz, han hecho cálculos
de este tipo. El sueño de una biblioteca infinita anima a los
escritores a intentar reunir ejemplos de una lista infinita de
títulos, y el espécimen más convincente de una infinidad semejante
es una lista de títulos inventados, no existentes, es decir, que es
posible concebir una invención infinita. Es el tipo de aventura
sensacional que puede darnos, por decir algo, la lista de los libros
(falsos) de la Biblioteca de San Víctor, como los presenta Rabelais
en Pantagruel: El
por el amor de Dios de la salvación; La bragueta
de la Ley; La babucha de los decretales; La granada del vicio; El
fondo de la pista de la teología; El plumero del colgajo de la cola
de zorro de los predicadores, compuesto por Turlupin; La bragueta del
derecho; La pantufla de los decretos; La granada del
vicio; El pelotón de la teología; El látigo de cola de zorro de
los
sacerdotes, compuesto por Turelupin; El saco de los valientes; Las
hierbas de los obispos; Marmotretus de baboonis et apis, com
comento Dorbellis; Decretum Universitatis Parisiensis super
gorgiasitate muliercularum ad placitum; La aparición de santa
Gertrudis a una monja, de Poissy; Ars honeste fartandi in societate
per Marcum Corvinum; Quaestio subtilissima, utrum Chimaera in vacuo
bonbinans possit comedere secundas intentiones; y
así
sucesivamente, basta alcanzar unos ciento cincuenta títulos8.
Pero podemos sentir el mismo
vértigo de infinidad cuando encontramos listas de títulos de libros
de verdad, como cuando Diógenes Laercio detalla todos los libros
escritos por Teofrasto. El lector tiene dificultades en concebir una
colección tan vasta, no solo por su contenido, sino ya por el mero
título de los libros:
Tres
libros De
los primeros analíticos; siete
De
los postreros
analíticos; uno
De
la solución de los silogismos; otro
titulado Epítome
de los analíticos; dos De
la reducción de los lugares; un
escrito polémico Acerca de la
teoría en las cosas disputables; un
libro De los sentidos; otro
Contra Anaxágoras; otro
De los dogmas de Anaxágoras;
otro De
los dogmas de Anaxímenes; otro
De los dogmas de Arquelao;
otro De
las sales, del nitro y alumbre; dos
De las cosas que se
petrifican; uno De
las líneas indivisibles; dos
de Audiciones; uno
De los vientos; otro
titulado Diferencias de las
virtudes; otro Del
reinar; otro De
la institución del rey; tres
De las vidas; uno
De la vejez; otro
De la Astrología de
Demócrito; otro De
la disputa sublime; otro De
las imágenes; otro De
los sucos, colores y carnes; otro
Del ornato; otro
De los hombres; otro
titulado Colección de dichos
de Diógenes; tres De
distinciones; uno de
Eróticas; otro
Del amor; otro
De la felicidad; dos
De las especies; uno
De la epilepsia; otro
Del entusiasmo; otro
De Empédocles; dieciocho
de Epiqueremas; tres
de Exordios; uno
De lo espontáneo; dos
del Epítome de la República
de Platón; uno De
la diferencia de voz en los animales homogéneos; otro
De los fenómenos repentinos;
otro De
los animales que muerden y pican; otro
De los que se dice tienen
envidia; otro De
los que viven en seco; otro
De los que mudan de color;
otro De
los que cavan sus cuevas; siete
De los animales en general;
uno Del
deleite según Aristóteles; otro
Del deleite no según
Aristóteles; veinticuatro De
cuestiones; uno De
lo cálido y lo frío; otro
De los torbellinos y
oscuridad; otro Del
sudor, otro De
la afirmación o negación; otro
titulado Calístenes o Del
llanto; otro Del
cansancio; tres Del
movimiento; uno De
las piedras;
otro
De
la peste; otro
Del
desmayo; otro
titulado Megárico;
otro
De
la melancolía; dos
De
los metales; uno
De
la
miel; otro
Colecciones
de Metrodoro; dos
De
meteoros; uno
De
la embriaguez; veinticuatro
De
las leyes según
las letras
del alfabeto; diez Epítome
de las Leyes; uno
Para
las definiciones;
otro
De
los olores; otro
Del
vino y aceite; dieciocho
De
las primeras proposiciones; otro
De
los legisladores; seis
De
política; cuatro
De
política según las oportunidades; cuatro
De
costumbres civiles; uno
De
la mejor República; cinco
Colección
de problemas; uno
De
Proverbios; otro
De
las
concreciones y licuaciones; dos
Del
Juego; uno
De
los vientos;
otro
De
la parálisis; otro
De
la sofocación; otro
De
la demencia; otro
De
las pasiones; otro
De
las señales; dos
De
los sofismas; uno
De
la solución de los silogismos; dos
De
Tópicos;
dos
Del
tormento; uno
De
los pelos; otro
De
la tiranía; tres
Del
agua; uno
Del
dormir
y de los sueños; tres
De
la amistad; dos
de
la
ambición; tres
De
la
naturaleza;
dieciocho
De
Física; dos
Del
epítome de Física; otros
ocho De
Física;
uno
A
los físicos; diez
De
historia
de las plantas; ocho
De
las causas de las plantas; cinco
De
los sucos; uno
Del
engaño
del deleite; una
Cuestión
acerca del alma; un
libro De
la
creencia sin arte; otro
De
las simples dudas; otro
titulado Armónica;
otro
De
la virtud; otro
de Aversiones
o contradicciones;
otro
De
la negación; otro
De
la
opinión o sentencia; otro
Del
ridículo; dos
De
las
tardes;
dos
De
divisiones;
uno
De
las
diferencias;
otro
De
las injusticias; otro
De
la calumnia; otro
De
la alabanza; otro
De
la experiencia; tres
libros de Cartas;
uno De
los animales espontáneos; otro
De las elecciones; otro
titulado Encomios de los
dioses; otro De
los días festivos; otro De
la felicidad; otro De
los entimemas; dos De
los invenios; uno De las escuelas morales; otro titulado
Caracteres morales; otro
Del tumulto; otro
De la historia; otro
Del juicio o crítica de los
silogismos; otro De
la adulación; otro Del
mar, un libro a Casandro
Acerca del reino; otro
De la comedia; otro
De los meteoros; otro
De la dicción; otro
titulado Colección de
discursos; otro titulado
Soluciones; tres
libros De música; uno
De medidas; otro
titulado Megacles; otro
De
las
Leyes; otro
De
las transgresiones de las Leyes; otro
titulado Colección
de dogmas de Jenócrates; otro
Conversaciones familiares;
otro Del
Juramento; otro Preceptos
de retórica; otro De
la riqueza; otro De
la poesía; otro Problemas
políticos, morales, físicos y amatorios; otro
titulado Proemios; otro
Colección de problemas; otro
De problemas físicos; otro
Del paradigma o ejemplo; otro
De la
proposición y narración;
otro segundo
libro De
la poética; otro De las
sabios; otro Del consejo; otro
De los
solecismos; otro
Del
Arte Retórica;
Diecisiete especies acerca de las artes retóricas; un
libro De la hipocresía
o simulación; seis
De
comentarios aristotélicos o teofrásticos;
dieciséis De
opiniones físicas; uno
titulado Epítome de
los físicos; otro
De
la gracia o favor; Los caracteres morales (326);
un libro De lo falso y
verdadero; seis De
historia divina; tres libros
De los dioses; cuatro
De historia geométrica; seis
De los epítomes de
Aristóteles acerca de los animales; dos
libros De epiqueremas; tres
De cuestiones o posiciones;
dos Del
reino; uno
De
las causas; otro
Acerca
de Demócrito; otro
De
la calumnia; otro
De
la generación; otro
Del
instinto y costumbre
de los animales; dos
Del
movimiento; cuatro
De
la vista;
dos
titulados Para
las definiciones; uno
De
lo dado a concedido; otro
De
lo mayor y menor; otro
De
los músicos; otro
De
la felicidad divina; otro
De
los académicos; otro
Exhortatorio;
otro Del
mejor modo de habitar en la ciudad; otro
de Comentarios;
otro
Acerca
del volcán de Sicilia; otro
De
las cosas concedidas; otro
De
problemas físicos; otro
De
cuáles
son los modos de saber; tres
De
lo falso; uno
De
los ante-tópicos;
otro
A
Esquiles; seis
De
historia astrológica; uno
De
historia de la Aritmética; otro
Del
aumento; otro
titulado Acicaro;
otro
De
oraciones jurídicas; otro
De
la calumnia;
Cartas sobre Asticreonte, Fanias y Nicanor, un
libro De
la piedad; otro
titulado Euíades;
dos
De
las oportunidades;
otro
De
discursos domésticos; otro
De
la enseñanza de los niños;
otro de la misma materia,
diverso del antecedente; otro
De
la enseñanza, virtudes y prudencia; otro
Exhortatorio;
otro
Del
número; otro
De
definiciones acerca de la dicción
en los silogismos; otro
Del
cielo; dos
De
política; uno
De
la Naturaleza, de los frutos y de los animales. Las
cuales obras componen la
suma de 230.808 versos. Tantos fueron los libros que escribió9.
Pensaba
seguramente en ese tipo de listas cuando incluí en El
nombre de la rosa una
lista ininterrumpida de libros conservados en la biblioteca de la
abadía. Y el hecho de que mencioné
libros reales (que circulaban por aquel entonces en las colecciones
de los monasterios) y no títulos inventados como los que cita
Rabelais, no altera la impresión de oración, mantra o letanía que
puede sugerir una lista de libros. El gusto por las listas de libros
ha fascinado a muchos escritores, desde Cervantes a Huysmans y
Calvino.
Los bibliófilos leen los catálogos de librerías de viejo (que se
supone que son sin duda listas prácticas) como retratos fascinantes
de una tierra de Jauja, un reino del deseo, y obtienen de ellas tanto
placer como el que obtiene un lector de Jules Verne al explorar las
silenciosas profundidades de los océanos, donde encuentra fabulosos
monstruos marinos.
Hoy en día, podemos realmente
encontrar una lista infinita de títulos: la World Wide Web es la
Madre de todas las Listas, infinita por definición porque está en
evolución constante, red y laberinto al mismo tiempo. De todos los
vértigos, el que nos promete es el más místico; es casi totalmente
virtual, y nos ofrece realmente un catálogo de información que hace
que nos sintamos ricos y omnipotentes. La única pega es que no
sabemos cuáles de sus elementos se refieren al mundo real y cuáles
no. Ya no hay distinción entre verdad y error.
¿Es
posible, aun así, inventar nuevas listas si, cuando le pido a Google
que me haga una búsqueda con la palabra clave «lista», me da una
lista de casi 2.200
millones
de páginas?
Pero
si una lista está destinada a sugerir infinitud, no puede ser
escandalosamente larga. Ya me mareo bastante cuando reviso los
títulos de solo algunos de los libros que menciono en El
nombre de la rosa: De pentágono Salomonis, Ars loquendi et
intelligendi in lingua hebraica y De rebus metalicis, de
Roger de Hereford; Algebra,
de
Al
Kuwarizmi;
Punica,
de
Silius Italicus; Gesta
francorum y De laudibus sanctae crucis, de
Rabanus Maurus; Giordani
de aetate mundi et hominis reservatis singulis litteris per singulos
libros ab A usque ad Z, Quinti Sereni de medicamentis, Phaenomena,
Liber Aesopi de natura animalium, Liber Aethici peronymi de
cosmographia, Libri tres quos Arculphus episcopus Adammano escipiente
de locis sanctis ultramarinis designavit conscribendo, Libellus Q.
Iulii Hilarionis de origine mundi, Solini Polyhistor desitu orbis
terrarum et mirabilibus, Almagesthus...
O
la lista de novelas sobre Fantomas: Fantomas,
Juve contra Fantomas, Fantomas se venga. Un ardid de Fantomas o
El
agente
secreto, Un rey prisionero de Fantomas, El policía apache,
En manos de Fantomas, La hija de Fantomas, El carruaje de Fantomas,
La mano del muerto, La detención de Fantomas, El juez Fantomas, El
uniforme de Fantomas, La muerte de Juve, Fantomas, rey del crimen,
Fandor contra Fantomas, La hazaña del muerto, La boda de Fantomas,
Los amores de Fantomas, El desafío de Fantomas, El tren perdido, Los
amores de un príncipe, El bouquet trágico, El genio del crimen,
Prisionero
de Fantomas, El cadáver que habla, El hacedor de reinas, El ataúd
vacío, Fantomas se escapa, El hotel del crimen, El criado de
Fantomas y ¿Ha muerto Fantomas?
O
el catálogo (parcial) de historias de Sherlock Holmes: «Un caso de
identidad», «Escándalo en Bohemia», «La liga de los pelirrojos»,
«El misterio del valle Boscombe», «Las cinco semillas de naranja»,
«El hombre del labio torcido», «El carbunclo azul», «La banda de
lunares», «El dedo pulgar del ingeniero»,
«El
aristócrata
solterón», «La aventura de la finca de Copper
Beeches», «Estrella de plata», «El soldado de la piel
decolorada», «El hombre que trepaba», «El cliente ilustre», «La
melena de león», «La piedra de Mazarino», «El fabricante de
colores retirado», «El vampiro de Sussex», «Los tres gabletes»,
«Los tres Garridebs», «La inquilina del velo», «La diadema de
berilos», «La caja de cartón», «El detective moribundo», «La
casa deshabitada», «El problema final», «La corbeta Gloria
Scott», «El
intérprete griego», «El sabueso de los Bas-kerville», «El ritual
de los Musgrave», «Un estudio en escarlata», «El tratado naval»,
«El constructor de Norwood», «El problema del puente de Thor»,
«El círculo rojo», «Los hacendados de Reigate», «El paciente
interno», «La segunda mancha», «El signo de los cuatro», «Los
seis Napoleones», «El ciclista solitario», «El oficinista del
corredor de bolsa», «El valle del terror»... Amén.
Listas: un placer leerlas y
escribirlas. Estas son las confesiones de un joven escritor.
Notas
1. Escribiendo de izquierda a
derecha
-
Algunos, como Rimbaud, dejan de versificar solo un poco después de los dieciocho.
-
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, escribí varias parodias y otras obras en prosa —ahora recogidas en el volumen Diario mínimo, Barcelona, Edicions 62, 1988. Pero las consideré más bien divertissements.
-
Véase Umberto Eco, «Come scrivo», en Maria Teresa Serafini, ed., Come si scrive un romanzo, Milán, Bompiani 1996.
-
Linda Hurcheon, «Eco's Echoes: Ironizing the (Post) Modern», en Norma Bouchard y Verónica Pravadelli, eds., Umberto Eco’s Alternativa, Nueva York, Peter Lang, 1998; Linda Hutcheon, A Poetics of Postmodernism, Londres, Routledge 1988; Brian McHale, Constructing Postmodernism, Londres, Routledge 1992; Remo Ceserani, «Eco’s (Post)modernist Fictions», en Bouchard y Pravadelli, Umberto Eco’s Alternative.
-
Charles A. Jencks, The Language of Post-Modern Architecture, Wisbech (Reino Unido), Balding and Mansell, 1978, p. 6 (hay trad. cast.: El lenguaje de la arquitectura posmoderna, Barcelona, Gustavo Gili, 1986).
6. Charles
A. Jencks, What Is Post-Modernism?,
Londres, Art and Design, 1986, pp.
14-15. Véase también Charles A. Jencks, ed., The
Post-Modern Reader, Nueva York, St.
Martin's, 1992.
2. Autor, texto e intérpretes
Una versión del capítulo 2
en forma de una conferencia titulada «El autor y sus intérpretes»
se entregó a la Academia Italiana de Estudios Avanzados en América,
Universidad de Columbia, 1996.
-
Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona, Ariel, 1979.
-
Véase Jacques Derrida, «Signature Event Context» (1971), Glyph, I (1977), pp. 172-177, reimpreso en Derrida, Limited Inc., y John Searle, «Reiterating the Differences: A Reply to Derrida», Glyph, 1 (1977), pp. 198-208, reimpreso en Searle, The Construction of Social Reality, Nueva York, Free Press, 1995 (hay trad. cast.: La construcción de la realidad social, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997).
-
Véase Philip L. Graham, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1964), pp. 13-14; Nathan Halper, «Notes on Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1965), pp. 15-16.
-
Ruth von Phul, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (diciembre de 1965), pp. 14-15.
-
Hay que observar, sin embargo, que en términos de cantidad silábica, la o de «Roma» es larga, de modo que el dáctilo inicial del hexámetro no funcionaría. «Rosa» es por lo tanto la lectura correcta.
6.
Umberto Eco, El péndulo de
Foucault, Barcelona, Lumen.
Traducción de R.P., revisada por Helena Lozano.
-
Helena Costiucovich, «Umberto Eco: Imia Rosi», Sovriemiennaya hudoziestviennaya literatura za rubiezom, 5 (1982), pp. 101 yss.
-
Robert R Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey of Literary Flora from Shakespeare to Eco, West Cornwall (Reino Unido), Locust Hill Press, 1989, p. 139.
-
Giosuè Musca, «La camicia del nesso» Quaderni Medievali, 27 (1989).
10. A.
R Luria, The Man with a Shattered World:
The History of a Brain Wound, Cambridge
(Massachusetts), Harvard University Press, 1987 (hay trad. cast.:
Mundo perdido y recuperado: historia
de
una lesión, Oviedo, KRK, 2010).
una lesión, Oviedo, KRK, 2010).
3. Algunas observaciones sobre
los personajes de ficción
-
Umberto Eco, El péndulo de Foucault, traducción de R.P. revisada por Helena Lozano, capítulo 57.
-
Existió, por cierto, un Faria de verdad, y Dumas se inspiró en ese curioso cura portugués. Pero el Faria de verdad era aficionado al mesmerismo y tenía muy poco que ver con el mentor de Montecristo. Dumas solía sacar algunos de sus personajes de la historia (como hizo con D'Artagnan), pero no esperaba que sus lectores estuvieran familiarizados con los atributos de esos personajes reales.
-
Hace años visité la fortaleza y, además de lo que llamaban La celda de Montecristo, vi también el túnel que supuestamente cavó el abad Faria.
-
Alexandre Dumas, Viva Garibaldi! Une odysée en 1860, París, Fayard, 2002, cap. 4.
-
Un amable y sensible amigo mío solía decir: «Lloro cada vez que veo una bandera al viento en una película, independientemente de la nacionalidad». En cualquier caso, el hecho de que los seres humanos se emocionen con los personajes ficticios ha dado pie a una vasta bibliografía, tanto en psicología como en narratología. Para una exhaustiva visión de conjunto, véase Margit Sutrop, «Sympathy, Imagination, and the Reader's Emotional Response to Fiction», en Jürgen Schlaeger y Gesa Stedman, eds., Representations of Emotions, Tubinga, Günter Narr Verlag, 1999, pp. 29-42. Véanse también Margit Sutrop, Fiction and Imagination, Paderborn, Mentis Verlag, 2000, 5.2; Colin Radford, «How Can We Be Moved by the Fate of Ana Karenina?», Proceedings of the Aristotelian Society, 69, suplemento (1975), p. 77; Francis Farrugia, «Syndrome narratif et archétipes romanesques de la sentimentalité: Don Quichotte, Madame Bovary, un discurs du pape, et autres histories», en Farrugia et al., Emotions et sentiments: Une construction sociale, París, L'Harmattan, 2008.
6. Véase
Gregory Currie, Image and Mind,
Cambridge, Cambridge University Press,
1995. La catarsis, tal como la
define Aristóteles, es una especie de ilusión emocional: depende de
nuestra identificación con los héroes de una tragedia, de manera
que sentimos pena y terror al presenciar lo que les pasa.
-
Un debate cuidadoso y completo sobre el punto de vista ontológico se encuentra en Carola Barbero, Madame Bovary: Something Like a Melody, Milán, Albo Versorio, 2005. Barbero hace un buen trabajo al aclarar la diferencia entre un enfoque ontológico y uno cognitivo: «La teoría de los objetos no se ocupa de saber cómo asimos cognitivamente objetos que no existen. De hecho, se concentra solamente en los objetos en su absoluta generalidad e independientemente de su existencia» (p. 65).
-
Véase John Searle, «The Logical Status of Fictional Discourse», New Literary History, 6, n.° 2 (invierno de 1975), pp. 319-332.
-
Jaakko Hintikka, «Exploring Possible Worlds», en Sture Allén, ed., Possible Worlds in Humanities, Arts and Sciences, vol. 65 de Proceedings of the Nobel Symposium, Nueva York, De Gruyter, 1989, p. 55.
-
Lubomir Dolezel, «Possible Worlds and Literary Fiction», en Allén, Possible Worlds, p. 233.
-
Por ejemplo, el presidente George W. Bush dijo en una rueda de prensa el 24 de septiembre de 2001 que «las relaciones fronterizas entre Canadá y México nunca habían sido mejores». Véase usinfo.org/wf-archive/2001 /010924/epf 109.htm.
-
Citado en Samuel Delany, «Generic Protocols», en Teresa de Lauretis, ed., The Technological Imagination, Madison (Wisconsin), Coda Press, 1980.
-
Sobre un mundo posible narrativo de carácter «pequeño» y «parasitario», véase Umberto Eco, Los límites de la interpretación, Barcelona, Lumen, 1992, capítulo titulado «Pequeños mundos»,
-
Como dije en Seis paseos por los bosques narrativos, Barcelona, Lumen, 1996, capítulo 5, los lectores están más o menos ansiosos por aceptar ciertas violaciones de las condiciones del mundo real, de acuerdo con el estado de su información enciclopédica. En Los tres mosqueteros, cuya acción tiene lugar en el siglo XVII, Alexandre Dumas situó al personaje de Aramis viviendo en la rue Servandoni, algo imposible, ya que el arquitecto Giovanni Servandoni, a quien la calle debe su nombre, vivió y trabajo un siglo más tarde. Pero los lectores podían aceptar esa información sin desconcertarse porque muy pocos sabían algo de Servandoni. Si, en contraste con ello, Dumas hubiera dicho que Aramis vivía en la rue Bonaparte, los lectores habrían tenido derecho a sentirse inquietos.
-
Véase, por ejemplo, Roman Ingarden, Das literarische Kunstwerk, Halle, Niemayer Verlag, 1931; en inglés, The Literary Work of Art, Evanston (Illinois), Northwestern University Press, 1973.
-
Stendhal, Rojo y negro, trad, de Carlos Ribas y Gregorio Lafuerza, Buenos Aires, Antonio Fossiti, 1961.
-
Sobre esas dos balas, véase Jacques Geninasca, La Parole littéraire, París, PUF, 1997, II, p. 3.
-
Véase, por ejemplo, Umberto Eco, Kant y el ornitorrinco, Barcelona, Lumen, 1999.
-
Pero, si Ana es un artefacto, su naturaleza es diferente de la de otros artefactos como las sillas y los barcos. Véase Amie L. Thornasson, «Fictional Characters and Literary Practices», British Journal ofAesthetics, 43, n.° 2 (abril de 2002), pp. 138-157. Los artefactos ficticios no son entes físicos y carecen de localización espacio-temporal.
-
Véanse, por ejemplo, Umberto Eco, Semiótica y filosofía del lenguaje, Barcelona, Lumen 2000; e idem. Los límites de la interpretación.
-
Philippe Doumenc, Contre-enquete sur la mort d'Emma Bovary, París, Actes Sud, 2007.
-
Véase Eco, Seis paseos por los bosques narrativos, Barcelona, Lumen, 1996.
-
Véase, por ejemplo, Aislinn Simpson, «Winston Churchill didn't really exist», Telegraph, 4 de febrero de 2008.
-
Sobre la historia de la idea de los objetos sociales, desde Giambattista Vico y Thomas Reid a John Searle, véase Maurizio Ferraris, «Szienze sociali», en Maurizio Ferraris, ed., Storia dell'ontologia, Milán, Bompiani, 2008, pp. 475-490.
-
Véanse, por ejemplo, John. Searle, «Proper Names», Mind, 67 (1958), p. 172.
-
Véanse Roman Ingarden, Time and Modes of Being, Springfield (Illinois), Charles C. Thomas, 1964; e idem, The Literary Work of Art. Para una crítica de la posición de Ingarden, véase Amie L. Thomasson, «Ingarden and the Ontology of Cultural Objects», en Arkadiusz Chrudzimski, ed., Existence, Culture, and Persons: The Ontology of Roman Ingarden, Frankfurt, Ontos Verlag, 2005.
-
Barbero, Madame Bovary, pp. 45-61.
-
Woody Allen, «El experimento del profesor Kugelmass», en Allen, Side Effects, Nueva York, Randon House, 1980 (hay trad. cast.: Perfiles, Barcelona, Círculo de Lectores, 2002).
-
Sobre estos problemas, véase Patrizia Violi, Meaning and Experience, Bloomington, Indiana University Press, 2001, IIB y III. Véase también Eco, Kant y el ornitorrinco.
-
Peter Strawson, «On Referring», Mind, 59 (1950).
-
Obviamente, las enciclopedias tienen que actualizarse. El 4 de mayo de 1821, la enciclopedia pública debía registrar a Napoleón como un ex emperador que vivía exiliado en la isla de Santa Elena.
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En casos difíciles de comprobar de visu (por ejemplo, si p afirma que Obama visitó ayer Bagdad), nos basamos en «prótesis» (como diarios o programas de televisión) que supuestamente nos permiten comprobar qué sucedió en realidad en este mundo, aunque el acontecimiento no estuviera al alcance de nuestra percepción.
-
Uno podría verse tentado a reclamar que los entes matemáticos también son inmunes a la revisión. Pero incluso el concepto de las líneas paralelas cambió tras el advenimiento de las geometrías no euclidianas, y nuestras ideas sobre el teorema de Fermat cambiaron a partir de 1994 gracias al trabajo del matemático británico Andrew Wiles.
-
Para ser rigurosos, deberíamos decir que la expresión «Jesucristo» se refiere a dos objetos diferentes, y que cuando alguien pronuncia ese nombre deberíamos —para dar significado a la pronunciación— determinar qué tipo de creencias religiosas (o no religiosas) comparte el hablante.
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Sobre estas cuestiones, véase Umberto Eco, The Role of the Reader, Bloomington, Indiana University Press, 1979.
4. Mis listas
-
Véase Umberto Eco, El vértigo de las listas, trad. de María Polis Irazazábal, Barcelona, Lumen, 2009.
-
Sobre la diferencia enere listas «pragmáticas» y «literarias», véase Robert E. Belknap, The List, New Haven, Yale University Press, 2004. Una valiosa antología de listas literarias se encuentra asimismo en Francis Spufford, ed., The Chatto Book of Cabbages and Kings: Lists in Literature, Londres, Chatto and Windus, 1989. Belknap piensa que las listas «pragmáticas» pueden extenderse hasta el infinito (un listín telefónico, por ejemplo, puede alargarse cada año, y podemos alargar una lista de la compra de camino a la tienda), mientras que las listas que llama «literarias» son de hecho cerradas debido a las restricciones formales de la obra que las contiene (métrica, rima, forma de soneto, etcétera). Me parece que es fácil darle la vuelta a ese argumento. En la medida en que designan una serie finita de cosas en un momento determinado, las listas prácticas son necesariamente finitas. Pueden extenderse, sin duda, como sucede con un listín telefónico, pero el listín de 2008, comparado con el de 2007, es simplemente otra lista. En contraste con ello, y a pesar de las restricciones que implican las técnicas artísticas, todas las listas poéticas que mencionaré más adelante podrían extenderse ad infinitum.
-
Enodio, Carmina, libro 9, secc. 323C, en Patrología Latina, ed. de J. P. Migne, vol. 63, París, 1847.
-
Cicerón, «Primera Catilinaria», trad. de Juan Bautista Calvo, Barcelona, Planeta, 1994.
-
Ibid.
-
Wislawa Szymborska, «Posibilidades», en Poesía no completa, trad. de Abel A. Murcia Soriano y Gerardo Beltrán, México, Fondo de Cultura Económica, 2009.
-
Traducción de Hernando Alcocer, 1550.
-
Italo Calvino, El caballero inexistente, traducción de Esther Benítez, Madrid, Siruela, 1989.
-
François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, trad. de Juan Borja, Madrid, Akal, 2004.
-
James Joyce, Ulises, trad. de José María Valverde, Barcelona, Lumen, 2010, pp. 862-863.
-
Umberto Eco, Diario mínimo.
-
Umberto Eco, El nombre de la rosa, trad. de Ricardo Pochtar, Barcelona, Lumen, 2005.
-
En esto puede que me equivocara. Aunque las fechas son inciertas, es posible que la primera lista sea la Teogonía entera de Hesíodo.
-
Véase Giuseppe Ledda, «Elenchi impossibili: Cataloghi e topos de l'indicibilitá», inédito; e Ídem, La Guerra della lingua: Ineffabilità, retorica e narrativa nella Commedia di Dante, Rávena, Longo, 2002.
-
Dante, Paraíso, trad. de Luis Martínez de Merlo, Madrid, Cátedra, 2006.
-
Umberto Eco, La isla del día de antes, trad. de Helena Lozano Miralles, Barcelona, Random House Mondadori, 1997. El lector experimentado verá en la última frase un caso no solo de hipotiposis, sino también de écfrasis; describe una típica cabeza pintada por Arcimboldo.
-
Walt .Whitman, Hojas de hierba, parte XII, «Canto del hacha», trad. de Armando Vasseur, Valencia, F. Sempere Editores, 1910. Véase en particular el capítulo dedicado a Whitman en Belknap, The List.
-
James Joyce, «Anna Livia Plurabelle», trad. de James Joyce y Nino Frank (1938), reimpreso en Joyce, Scritti italiani, Milán, Mondadori, 1979.
-
James Joyce, «Anna Livia Plurabelle», trad. de Samuel Beckett, Alfred Perron, Philippe Soupault, Paul Léon, Eugène Jolas, Ivan Goll y Adrienne Monnier, con la colaboración de Joyce, Nouvelle Revue Française, 1 de mayo de 1931.
-
Umberto Eco, Baudolino, trad. de Helena Lozano Miralles, Barcelona, Lumen, 2001.
-
Umberto Eco, El péndulo de Foucault, trad. de R.P. revisada por Helena Lozano.
-
No abordaremos aquí el viejo problema de la diferencia específica, en virtud del cual los humanos pueden distinguirse como animales racionales en contraste con los demás animales, carentes de la capacidad de razonar. Sobre esto, véase Umberto Eco, Semiótica y filosofía del lenguaje, cap. 2. Sobre el ornitorrinco, véase id., Kant y el ornitorrinco.
-
Por supuesto, una lista de propiedades también puede tener una intención evaluativa. Un ejemplo de ello sería el elogio de Tiro en Ezequiel, 27, o el himno a Inglaterra («esta isla coronada...») en el acto II de Ricardo II de Shakespeare. Otra lista evaluativa a partir de propiedades es el topos de la laudatio puellae —la representación de las mujeres hermosas—, cuyo ejemplo más noble es el Cantar de los Cantares. Pero también tropezamos con él en autores modernos como Rubén Darío, en su «Canto a la Argentina», que es una verdadera explosión de listas encomiásticas al estilo de Whitman, De forma similar, está la vituperatio puellae (o vituperatio dominae) —la descripción de mujeres feas— como en Horacio o en Clément Marot, Hay también descripciones de hombres feos, como la famosa diatriba de Cyrano contra su propia nariz, en el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand.
-
Véase Umberto Eco, La búsqueda de la lengua, perfecta, Barcelona, Crítica, 1999.
-
Se sigue la traducción de María Pons Irazazábal en Eco, El vértigo de las listas.
-
Véase Leo Spitzer, La enumeración caótica en la poesía moderna, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1945.
-
Eco, Baudolino, cap. 28, trad. de Helena Lozano Miralles.
-
Louis-Ferdinand Céline, Bagatelles pour un massacre. Céline prohibió en su herencia cualquier traducción de esa obra, rabiosamente antisemita.
-
Véase Detlev W. Schumann, «Enumerative Style and Its Significance in Whitman, Rilke, Werfel», Modern Language Quarterly, 3, n.° 2 (junio de 1942), pp. 171-204.
-
Spitzer, La enumeración caótica en la poesía moderna.
-
Arthur Rimbaud, Iluminaciones, trad. de Ramón Buenaventura, Madrid, Hiperión, 1985.
-
Italo Calvino, «El cielo de piedra», en Todas las cósmicomicas.
-
Jorge Luis Borges, El idioma analítico de John Wilkins,
http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/borges3.htm.
Michel Foucault, Las palabras
y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, Siglo
XXI de España Editores, 1997.
-
Umberto Eco, La misteriosa llama de la reina Loana, Barcelona, Lumen, 2004, capítulo 1. Me siento algo torpe citando este texto como si fuera mío. En el texto original italiano, improvisé citas literarias fácilmente reconocibles por el lector italiano medio, y el traductor tenía que «recrear» la recopilación eligiendo citas que reconocería el lector español. Es uno de esos casos en los que el traductor debe evitar una traducción literal con el fin de producir, en otro idioma, el mismo efecto.
-
Ibid, capítulo 8.
-
François Rabelais, Pantagruel.
-
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, trad. de José Ortiz y Sanz, Madrid, 1887. Hay nueva trad. de Carlos García Gual, Vida de los filósofos ilustres, Madrid, Alianza, 2007.
Índice
1.
Escribiendo de izquierda a derecha
2.
Autor, texto e intérpretes
3.
Algunas observaciones sobre los personajes de ficción
4.
Mis listas
Notas
TEXTO DE CONTRAPORTADA
Título:
¿por qué Confesiones
de un joven novelista si
el eximio profesor está a punto de cumplir los ochenta años? Pues
porque su estreno como narrador se remonta a 1980 y, por lo tanto,
Umberto Eco puede permitirse el lujo de hablar de juventud en estos
menesteres y comentar además que le quedan unos cincuenta años
de carrera...
As!
empieza este texto de ensayos, donde el gran intelectual cuenta cómo
se acercó a la ficción siendo ya un autor reconocido como gran
ensayista, cómo prepara cada una de sus novelas antes de ponerse a
escribir, cómo crea sus personajes y la realidad que los rodea.
Luego
también nos hablará de la buscada ambigüedad en que el escritor
se mantiene a veces para que sus lectores se sientan libres de seguir
su propio camino en la interpretación de un texto. Y de la
ambigüedad pasamos a la definición de los personajes de una novela
y a la capacidad de un escritor para manipular las emociones del
lector. ¿Por qué en general no lloramos si un amigo nos cuenta que
la novia lo ha dejado y en cambio muchos nos emocionamos al leer el
episodio de la muerte de Anna Karenina? Como broche final, una
reflexión sobre la pasión de Eco por las listas, que explica su
peculiar manera de ver el mundo.
Todo
en este delicioso texto son preguntas que Eco plantea y respuestas
ingeniosas que él mismo propone, con ese aire socarrón que lo
distingue y convierte cada anécdota en una lección de vida.
Lumen/futura
1
Véase Detley W. Schumann, «Enumerative Style and Its Significance
in Whitman, Rilke, Werfel», Modern
Language Quarterly, 3, n.° 2 (junio
de 1942), pp. 171-204.
5
Jorge Luis Borges, El
idioma analítico de John Wilkins,
http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/borges3.htm.
Michel Foucault, Las palabras
y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, Siglo
XXI de España Editores, 1997.
6
Umberto Eco, La
misteriosa llama de la reina Loana, Barcelona,
Lumen, 2004, capítulo 1. Me siento algo torpe citando este texto
como si fuera mío. En el texto original italiano, improvisé citas
literarias fácilmente reconocibles por el lector italiano medio, y
el traductor tenía que
«recrear» la recopilación eligiendo citas que reconocería el
lector español. Es uno de esos casos en los que el traductor debe
evitar una traducción literal con el fin de producir, en otro
idioma, el mismo efecto.
9
Diógenes Laercio, Vidas,
opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, trad.
de José Ortiz y Sanz, Madrid, 1887. Hay nueva trad. de Carlos
García Gual, Vida de los
filósofos ilustres, Madrid,
Alianza, 2007.