DRÁCULA EL NO MUERTO. NOVELA
El
monstruo murió hace 25 años desintegrado, convertido en cenizas
pero no ha sido tan fácil borrar las huellas de aquello que ocurrió
en los Cárpatos hace un cuarto de siglo. Seward es adicto a la
morfina. Holmwood se ha convertido en un hombre hermético, que nunca
superó la muerte de Lucy, el amor de su vida. Jonathan es alcohólico
y Mina -quien sigue manteniendo su belleza y juventud intactas- sabe
que hace tiempo que su matrimonio hace aguas. Y Van Helsing es tan
excéntrico que incluso es sospechoso de ser el mismísimo Jack el
destripador.
Quincey Harker, el hijo de Jonathan y Mina, también tiene problemas. Es estudiante de derecho en la Sorbona por imposición paterna, pero su verdadera pasión es el teatro. En París irá a ver al más reputado actor del momento, el rumano Basarab, famoso y rodeado de misterio. Lo conoce y su relación de amistad con él se hace profunda, con lo que su deseo de perseguir una carrera en las artes escénicas reaparece. Quincey se entera de que una obra llamada Drácula, de un tal Bram Stoker, está en proceso de producción en el West End londinense y decide intentar que su amigo Basarab interprete al protagonista. Cuando lee la obra se da cuenta de que está basada en las vidas de sus padres y sus amigos y decide pedirles explicaciones. Es justo entonces cuando empieza la violenta caza de todos y cada uno de los que participaron en la persecución y muerte del vampiro, un peligro que también amenaza a Quincey y más de lo que él imagina?
Pero ¿quién busca venganza? Y ¿por qué después de tanto tiempo?
El no muerto está basada en las notas de Bram Stoker que fueron editadas de la primera versión de Drácula.
A través de un exhaustivo proceso de investigación, Ian Holt y Dacre Stoker han conseguido dar vida de nuevo a estos personajes clásicos en una novela electrizante, digna de la primera parte.
Quincey Harker, el hijo de Jonathan y Mina, también tiene problemas. Es estudiante de derecho en la Sorbona por imposición paterna, pero su verdadera pasión es el teatro. En París irá a ver al más reputado actor del momento, el rumano Basarab, famoso y rodeado de misterio. Lo conoce y su relación de amistad con él se hace profunda, con lo que su deseo de perseguir una carrera en las artes escénicas reaparece. Quincey se entera de que una obra llamada Drácula, de un tal Bram Stoker, está en proceso de producción en el West End londinense y decide intentar que su amigo Basarab interprete al protagonista. Cuando lee la obra se da cuenta de que está basada en las vidas de sus padres y sus amigos y decide pedirles explicaciones. Es justo entonces cuando empieza la violenta caza de todos y cada uno de los que participaron en la persecución y muerte del vampiro, un peligro que también amenaza a Quincey y más de lo que él imagina?
Pero ¿quién busca venganza? Y ¿por qué después de tanto tiempo?
El no muerto está basada en las notas de Bram Stoker que fueron editadas de la primera versión de Drácula.
A través de un exhaustivo proceso de investigación, Ian Holt y Dacre Stoker han conseguido dar vida de nuevo a estos personajes clásicos en una novela electrizante, digna de la primera parte.
Recopilador:
Dr. Enrico Pugliatti.
Drácula,
el no muerto (Dracula,
the Un-Dead) es
una novela de vampiros,
escrita por Dacre
Stoker,
sobrino-biznieto de Bram
Stoker e Ian
Holt,
un estudioso de la figura literaria de Drácula y miembro de la
Sociedad Drácula. El título está basado en el título
original, The
Un-Dead,
que Bram Stoker tenía para su novela.
Aunque
la novela pretende ser una secuela oficial de Drácula,
basándose en varios apuntes breves de Bram Stoker sobre una posible
continuación e ideas desechadas, se desvía en varios puntos, al
mismo tiempo que profundiza en varias referencias del pasado de los
personajes que aparecían en Drácula.
Esto hace que la novela no parezca una secuela, sino otra historia,
pero con los personajes de Drácula de Bram
Stoker.Drácula, el no muerto asume que Drácula es una ficción literaria escrita por Bram Stoker, pero que difiere de la realidad de los acontecimientos ocurridos en varios puntos. El propio Bram Stoker aparece entre los personajes de la novela. También introduce nuevos personajes, como la condesa Erzsébet Báthory o Jack el Destripador.
Sinopsis de la novela
Han pasado 25 años tras los acontecimientos de la novela de Drácula. Quincey Harker, hijo de Jonathan y Mina Harker, pretende seguir una carrera en el teatro contra los deseos de su autoritario padre, sumido en el alcoholismo y la depresión debido a que se considera traicionado por su esposa Mina, quien no ha envejecido desde que bebió la sangre del vampiro. Ambos progenitores han procurado mantener a su hijo oculto y apartado de la escena pública. Sin embargo, Quincey está dispuesto a hacer carrera como actor, asociándose con el enigmático Basarab, un atractivo actor de origen rumano, que está teniendo gran éxito en los escenarios de París.El doctor Jack Seward, obsesionado con dar caza a los vampiros, ha arruinado su matrimonio y se ha convertido en un adicto a la morfina, dedicándose a perseguir a los no muertos. Siguiendo el rastro de la condesa Báthory en París, muere atropellado por su carruaje.
El profesor Abraham van Helsing, ya muy anciano, vive retirado en Ámsterdam, continuando con sus estudios sobre el vampirismo, y manteniendo apenas el contacto con el mundo exterior.
Arthur Holmwood, Lord Godalming, se ha encerrado en sí mismo, y vive deprimido y esperando la muerte, impávido y apático ante todo.
Al mismo tiempo la policía londinense sigue investigando los asesinatos de Jack el Destripador, sucedidos en 1888, al mismo tiempo que la estancia de Drácula en Londres. Uno de los policías que intervino en el caso relaciona un reciente asesinato con la reaparición del asesino y con el profesor Van Helsing. Su visita a la tumba de Lucy Westenra no hace sino incrementar sus sospechas.
Es entonces cuando vuelven a reaparecer los crímenes de Jack el Destripador, y el comisario Contford (quien había abierto la tumba de Lucy) comienza a perseguir con vehemencia a Van Helsing. Tras la muerte de Jack Seward, Jonathan Harker, como albacea del difunto, marcha a su despacho a preparar los papeles del testamento. Justo cuando va a retornar a casa, es encandilado por una prostituta, que realmente es una vampiresa, sierva de la condesa Báthory.
A su vez, Quincey, hijo de Jonathan y Mina, es tomado bajo la tutela de Basarab, y comienzan a prepararse para representar la obra de Drácula, dirigida por Bram Stoker. En un principio, Bram Stoker no quería darle el papel a Basarab, pero éste le amenazó acusándole de injurias y defendiendo a Drácula, diciendo que él no había matado a Lucy, sino que había muerto debido a las transfusiones realizadas por Van Helsing, y que tampoco fue Drácula quien mató a la tripulación del Démeter, sino que fue la peste traída por las ratas.
A Bram le da un ataque que le deja paralizado la mitad del cuerpo... y mientras Quincey Harker había descubierto ya la verdad sobre Drácula, y pretendía pedirle a Basarab que le ayudase a vengar la muerte de su padre, creyendo que había sido Drácula, y no Báthory. Se alía con Arthur Holmwood, y juntos van a ver a Van Helsing. Van Helsing les dice que Drácula no es el verdadero enemigo, sino que es Báthory... y luego se revela que ha sido convertido en vampiro por Drácula. Cuando Arthur le ataca con la cruz, Van Helsing la coge, y les explica que no le afecta la cruz porque sirve a Dios incluso después de la muerte, igual que Drácula, el cual podía tocar el símbolo de Cristo no por ser tan poderoso, sino porque luchaba en el bando de Dios contra el ejército de las tinieblas (en definitiva, los demás vampiros... e incluso se hace alusión a otros tipos de criaturas). Y también les dice que Basarab es Drácula, y que Báthory es Jack el Destripador. Al parecer, Drácula viajó antes a Londres para detener a Báthory, y cuando se marchó, no era porque huía de Val Helsing y los demás, sino porque Báthory huía y él la perseguía. Al final, su intervención sirvió para que Báthory escapase, y fingió su muerte para no tener que matarles, porque dijo que les respetaba y les tenía por hombres honorables que luchaban por lo que creían justo.
Sin embargo, se niegan a escucharle, locos de ira, y atacan al anciano, quien, a pesar de sus poderes de vampiro, descubre que Quincey también tiene poderes vampíricos, y tras ser atravesado por una flecha, es arrojado por las escaleras, encontrando a la muerte en su caída.
Tras matar a Van Helsing, van al teatro a ver a Basarab-Drácula, pero se encuentran que éste es presa de un incendio, y dentro arde Basarab, de quien creen que ha muerto. Mina también estaba allí, y es atacada por una vampiresa, pero haciendo uso de los poderes que le daba la sangre de Drácula, la mató.
Al final, resulta ser que Drácula no es el tirano que se creía, sino que es un "guerrero de Dios", y nunca se sintió como un verdadero no-muerto. Las pocas veces que mató a alguien fue por necesidad, y casi siempre fue a criaturas malignas. No mató a Lucy, no mató a la tripulación del Démeter... incluso cuando fue atacado al final de la novela homónima, Drácula prefirió fingir su muerte antes que matar a Jonathan Harker, Val Helsing y Arthur Holmwood.
Así, convierte a Mina en vampiro, y se entabla con Báthory en un duelo a muerte de espadas en la abadía de Carfax, que aún le pertenecía. Prosiguen la lucha cuando aún es de día, y le arranca a la condesa el corazón, matándola.
Sin embargo, Quincey (quien en realidad es hijo de Drácula, y que posee parte de los poderes vampíricos de su padre) intenta matarle. Drácula, recordando la promesa hecha a Mina (y que se trataba de su hijo), prefirió suicidarse antes que mantener con éste la contienda. Cuando Mina intenta hablar con su hijo, éste dice "Mi madre está muerta", obviamente no queriendo aceptar que la vampiresa seguía siendo su madre. Mina se arrojó al mar, de día, muriendo también mediante el suicidio.
La novela acaba con el joven Harker a bordo de un transatlántico, en viaje al nuevo mundo: América. Y, casualmente, dentro del barco se llevaba tierra experimental en cajas desde la abadía de Carfax... y decía que la propiedad era de Basarab (Drácula. Aunque la novela da a entender que Quincey Harker desconoce que el afamado vampiro va en el mismo barco que él).
La novela termina mostrando cómo un marinero ve alejarse al navío, quien lee en voz alta el nombre de éste: "Titanic".
Fuente:
Wikipedia.
(Fragmento. Novela. Drácula el no muerto).
Dacre
Stoker y Ian Holt
DRACULA,
EL NO MUERTO
Prólogo
Carta de Mina Harker a su hijo Quincey Harker
(Para abrirla tras la muerte repentina o por causas no naturales de
Wilhelmina Harker.)
9 de marzo de 1912
Querido Quincey:
Mi querido hijo, toda la vida has sospechado que ha habido
secretos entre nosotros. Temo que ha llegado la hora de revelarte la
verdad. Seguir negándola pondría en peligro tu vida y tu alma
inmortal.
Tu querido padre y yo decidimos ocultarte los secretos de
nuestro pasado para protegerte de la oscuridad que envuelve este
mundo. Deseábamos darte una infancia libre de los temores que nos
han perseguido durante toda nuestra vida adulta. Cuando creciste y te
convertiste en el joven prometedor que eres hoy, decidimos no
contarte lo que sabíamos por temor a que nos tomaras por locos.
Perdónanos. Si estás leyendo esta carta es que el mal -del cual con
tanta desesperación y quizás equivocadamente hemos tratado de
protegerte- ha regresado. Y ahora tú, como antes tus padres, estás
en grave peligro.
En el año 1888, cuando tu padre y yo aún éramos jóvenes,
descubrimos que el mal acecha en las sombras de nuestro mundo,
esperando para alimentarse de los no incrédulos e incautos.
Tu padre, entonces un joven abogado, fue enviado a la remota
Transilvania. Su labor consistía en ayudar al príncipe Drácula a
cerrar la adquisición de una propiedad en Whitby, un antiguo
monasterio conocido como abadía de Carfax.
Durante su estancia en Transilvania, tu padre descubrió que su
anfitrión y cliente, el príncipe Drácula, era en realidad una
criatura de las que se pensaba que sólo existían en los cuentos y
las leyendas populares, uno de esos que se alimentan de la sangre de
los vivos para lograr la inmortalidad. Drácula era lo que sus
paisanos llamaban «Nosferatu», el No Muerto. Te costará menos
reconocer a la criatura por su nombre más común: vampiro.
El príncipe Drácula, temiendo que tu padre revelara la verdad
al mundo, lo encarceló en su castillo. Poco después, el propio
Drácula reservó un pasaje para Inglaterra en una goleta, el
Demeter; pasó muchos días del trayecto escondido en alguna de las
decenas de cajas de transporte que llenaban la bodega. Se ocultó de
esta extraña manera porque, aunque un vampiro puede tener la fuerza
de diez hombres y la capacidad de adoptar múltiples formas, la luz
del sol podía reducirlo a cenizas.
En ese momento, yo me alojaba en Whitby, en la casa de mi más
íntima y estimada amiga, Lucy Westenra. Se había desatado una
tormenta en el mar y una densa niebla envolvía los traicioneros
acantilados de Whitby. Lucy, incapaz de conciliar el sueño, vio
desde su ventana el barco, que, impulsado por la tormenta, se dirigía
a las rocas. Salió corriendo en plena noche en un intento de dar la
voz de alarma antes de que el buque naufragara, pero no llegó a
tiempo. Yo me desperté presa del pánico, vi que Lucy no estaba a mi
lado en la cama y corrí a buscarla en medio de la tormenta. La
encontré al borde del acantilado, inconsciente y con dos pequeños
orificios en el cuello.
Lucy se puso gravemente enferma. Su prometido, Arthur Holmwood,
hijo de lord Godalming, y su querido amigo, Quincey P. Morris, un
visitante tejano al que debes tu nombre, corrieron a su lado. Arthur
llamó a todos los médicos de Whitby y de otros lugares, pero
ninguno de ellos supo explicar la enfermedad de Lucy. Fue nuestro
amigo y propietario del manicomio de Whitby, el doctor Jack Seward,
quien llamó a su mentor de Holanda, el doctor Abraham van Helsing.
El doctor Van Helsing, instruido hombre de medicina, también
estaba versado en lo oculto. Enseguida diagnosticó que Lucy había
sufrido la mordedura de un vampiro.
Fue entonces cuando finalmente tuve noticias de tu padre. Había
escapado del castillo del príncipe Drácula y se había refugiado en
un monasterio, donde también él estaba gravemente enfermo. Me vi
obligada a dejar la cabecera del lecho de Lucy y viajé para reunirme
con él. Fue allí, en Budapest, donde nos casamos.
Tu padre me habló de los horrores que había presenciado, y a
raíz de ello averiguamos la identidad del vampiro que había atacado
a Lucy y que amenazaba nuestras vidas: el príncipe Drácula.
A nuestro regreso de Budapest, nos enteramos de que Lucy había
muerto. Pero lo peor estaba por llegar. Días después de su muerte
se había levantado de la tumba. Se había convertido en un vampiro y
se alimentaba de la sangre de niños pequeños. El doctor Van
Helsing, Quincey Morris, el doctor Seward y Arthur Holmwood se
enfrentaron a una decisión terrible. No les quedó otra alternativa
que clavar una estaca en el corazón de Lucy para liberar su
desdichada alma.
Poco después, el príncipe Drácula regresó de noche para
atacarme. Después de ese ataque, todos juramos cazar y destruir al
vampiro para liberar al mundo de su maldad. Y así fue como nos
convertimos en la «banda de héroes» que persiguió a Drácula
hasta su castillo de Transilvania. Allí, Quincey Morris murió
luchando, pero, como el héroe que era, logró clavar un puñal en el
corazón de Drácula. Todos vimos estallar en llamas al príncipe
Drácula, que luego se convirtió en polvo con los últimos rayos del
sol.
Éramos libres, o eso pensé. Sin embargo, un año después
de que tú nacieras, empecé a sufrir pesadillas horribles. Drácula
me acosaba en sueños. Fue entonces cuando tu padre me recordó la
advertencia del Príncipe Oscuro, que había asegurado: «Me cobraré
mi venganza. La extenderé durante siglos. El tiempo está de mi
lado».
Desde ese día, tu padre y yo no hemos conocido la paz. Hemos
pasado los años mirando por encima del hombro. Y temo que ahora ya
no somos lo bastante fuertes para protegerte de su mal.
Has de saber esto, hijo mío, si quieres sobrevivir al mal que
ahora te acecha; acepta la verdad que te cuento en estas páginas.
Busca en el interior de tu joven ser y, tal y como tu padre y yo nos
vimos obligados a hacer en una ocasión, busca al valiente héroe que
se halla en tu interior. Drácula es un enemigo sabio y astuto. No
puedes huir y no hay lugar donde esconderse. Has de enfrentarte y
luchar.
Buena suerte, mi querido hijo, y no temas. Si Van Helsing tiene
razón, los vampiros son auténticos demonios y Dios estará de tu
lado en el combate.
Con todo mi amor inmortal,
Tu madre, Mina
1
Océanos de amor, Lucy.
La inscripción era la única cosa en la que el doctor Jack Seward
pudo concentrarse cuando sintió que la oscuridad le vencía. En la
oscuridad estaba la paz, no había luces crudas que iluminaran los
restos hechos jirones de su vida. Durante años se había consagrado
a combatir la oscuridad. Ahora se limitaba a abrazarla.
Seward sólo encontraba paz por la noche, en el recuerdo de Lucy.
En sus sueños, todavía sentía la calidez de su abrazo. Por un
fugaz instante, regresó a Londres, a una época más feliz, donde
encontraba sentido a la existencia rodeado de su entorno y dedicado a
la investigación. Ésa era la vida que había deseado compartir con
Lucy.
El estruendo matinal de las carretas de los lecheros, pescaderos y
otros comerciantes que se apresuraban ruidosamente por las calles
adoquinadas de París se infiltró en el sueño de Seward y lo
devolvió de golpe a la dura realidad del presente. Se obligó a
abrir los ojos. Le escocían más que si le hubieran echado yodo en
una herida abierta. Cuando logró enfocar el techo resquebrajado de
la vieja habitación alquilada de aquel albergue parisino, reflexionó
sobre lo mucho que había cambiado su vida. Le entristecía ver que
había perdido la musculatura de antaño. Su bíceps flácido parecía
una de esas modernas bolsitas de té hechas de muselina cosida a mano
después de sacarla de la tetera. Las venas de su brazo eran como los
ríos de un mapa ajado. No era más que una sombra de lo que había
sido.
Seward rezó por que la muerte no tardara en llegar. Había donado
su cuerpo a la ciencia, para que lo usaran en un aula de su antigua
universidad. Le reconfortaba pensar que su muerte ayudaría a
inspirar a futuros médicos y científicos.
Al cabo de un rato, recordó el reloj, que todavía agarraba con la
mano izquierda. Le dio la vuelta. ¡Las seis y media! Durante un
instante le invadió el pánico. ¡Por todos los demonios! Había
dormido demasiado. Seward se puso en pie, tambaleándose. Una
jeringuilla de cristal vacía rodó desde la mesa y se hizo añicos
en el sucio suelo de madera. Una ampolla de morfina de color marrón
ahumado estaba a punto de sufrir el mismo destino que la jeringuilla,
pero Seward cogió rápidamente el preciado líquido y se desató la
cinta de cuero del bíceps izquierdo con un ágil movimiento.
Recuperó la circulación normal en el tiempo que tardó en bajarse
la manga y volver a colocarse los gemelos con el monograma de plata
en su raída camisa de etiqueta. Se abotonó el chaleco y se puso la
chaqueta. Wallingham & Sons eran los mejores sastres de
Londres. Si el traje lo hubiera confeccionado cualquier otro, se
habría desintegrado diez años antes. «La vanidad se resiste a
morir», pensó Seward para sus adentros con una risita carente de
humor.
Tenía que darse prisa si no quería que se le escapara el tren.
¿Dónde estaba la dirección? La había guardado en un lugar seguro.
Ahora que la necesitaba, no lograba recordar dónde la había metido.
Dio la vuelta al colchón lleno de paja, inspeccionó la parte
inferior de la mesa que bailaba y miró bajo los cajones de verdura
que servían de sillas. Pasó su mirada por las pilas de recortes de
periódico viejos. Sus titulares hablaban de la preocupación actual
de Seward: horripilantes historias de Jack el Destripador. Fotos de
las autopsias de las cinco víctimas conocidas. Las mujeres mutiladas
parecían posar, con las piernas abiertas, como si esperaran aceptar
a su desquiciado asesino. Se tenía al Destripador como a un
carnicero de mujeres, pero un carnicero es mucho más piadoso con los
animales que sacrifica. Seward había releído infinidad de veces las
notas de las autopsias. Páginas sueltas de sus teorías e ideas
escritas en trozos de papel, cartón rasgado y cajas de cerillas
desplegadas revoloteaban a su alrededor como hojas arrastradas por el
viento.
El sudor que le resbalaba por la frente empezó a irritarle los
ojos inyectados en sangre. Maldita fuera, ¿dónde la había metido?
El Benefactor se había arriesgado mucho para conseguirle esa
información. Seward no podía soportar la idea de decepcionar a la
única persona que todavía creía en él. Todos los demás -los
Harker, los Holmwood- pensaban que había perdido el juicio. Si
pudieran ver el estado de su habitación, se habrían reafirmado en
esa opinión. Examinó las desconchadas paredes de yeso y vio las
pruebas de sus arrebatos inducidos por la morfina, sus disparatadas
revelaciones escritas en tinta, carbón, vino e incluso con su propia
sangre. Ningún loco sería tan ostensible. Y sin embargo, estaba
seguro de que esos escritos algún día probarían su cordura.
En medio de todo aquello había una página arrancada de un libro,
clavada en la pared con una navaja con mango de hueso, cuya hoja
estaba manchada de sangre seca. En la página se veía el retrato de
una bella y elegante mujer de pelo negro azabache. Al pie de la
imagen se leía la inscripción: «Condesa Erzsébet Báthory, hacia
1582».
«Claro, ahí es donde lo escondí.» Se rio de sí mismo al
desclavar la navaja de la pared. Cogió la página y le dio la
vuelta. En su propia caligrafía, apenas legible, encontró la
dirección de una villa de Marsella. Seward descolgó la cruz, la
estaca de madera y varias cabezas de ajos que había puesto junto a
la pintura de Báthory; finalmente, recogió del suelo un cuchillo de
plata. Lo guardó todo en el doble fondo de su maletín de médico y
puso encima diversos frascos de medicinas.
El tren partió con puntualidad de Lyon. Tras verlo arrancar justo
cuando estaba pagando su billete, Seward corrió por el edificio
embarrado por la inundación para alcanzar aquel behemot que no
dejaba de resoplar y que salía del andén número siete. Logró
alcanzar el último vagón y subirse a él antes de que cogiera
velocidad. Se sintió orgulloso por haber sido capaz de dar aquel
osado salto. Había hecho esa clase de proezas en su juventud con el
tejano Quincey P. Morris y su viejo amigo Arthur Holmwood. «La
juventud se desperdicia en los jóvenes.» Seward se sonrió al
recordar aquellos días temerarios de inocencia… e ignorancia.
El médico tomó asiento en el barroco vagón comedor mientras el
tren avanzaba lentamente hacia el sur. No iba lo bastante rápido.
Miró su reloj de bolsillo; sólo habían transcurrido cinco minutos.
Seward lamentó que ya no pudiera pasar el tiempo escribiendo en su
diario, pues ya no podía permitirse semejantes lujos. No estaba
previsto que el tren llegara a Marsella hasta al cabo de diez horas.
Allí, finalmente, obtendría las pruebas necesarias para probar sus
teorías y mostraría a aquellos que lo habían rechazado que no
estaba loco, que siempre había tenido razón.
Iban a ser las diez horas más largas de la vida de Seward.
- Billets, s’il vous plaît!
Seward miró con los ojos como platos al revisor que se alzaba
sobre él con una severa expresión de impaciencia.
- Discúlpeme -dijo Seward. Le pasó al revisor su billete,
ajustándose la bufanda para tapar el bolsillo rasgado de la pechera.
- ¿Es usted británico? -preguntó el revisor con un fuerte acento
francés.
- Pues sí.
- ¿Médico? -El revisor señaló con la cabeza hacia el maletín
que Seward tenía entre los pies.
- Sí.
Seward se fijó en que los ojos grises del revisor calibraban la
persona consumida que tenía delante, el ajado traje y los zapatos
gastados. Sin duda no daba la imagen de un doctor respetable.
- ¿Puede mostrarme el maletín, por favor?
Seward le entregó el maletín, pues no tenía elección al
respecto. El revisor sacó metódicamente los frascos de medicinas,
leyó las etiquetas y volvió a dejarlos con un tintineo. Seward
sabía lo que estaba buscando y esperaba que no hurgara demasiado.
- Morfina -anunció el revisor en una voz tan alta que los otros
pasajeros los miraron. Levantó el vial marrón.
- En ocasiones he de prescribirla como sedante.
- Déjeme ver su licencia, por favor.
Seward buscó en sus bolsillos. El mes anterior se había firmado
la Convención Internacional del Opio, que prohibía a las personas
importar, vender, distribuir o exportar morfina sin licencia médica.
Seward tardó tanto en encontrar la licencia que, cuando finalmente
la sacó, el revisor ya estaba a punto de tirar de la cuerda para
parar el tren. El revisor examinó el documento, torciendo el gesto;
luego posó sus ojos acerados en el papel de viaje. El Reino Unido
era el primer país que usaba fotos de identificación en sus
pasaportes. Desde que habían tomado aquella foto, Seward había
perdido muchísimo peso. Ahora tenía el cabello más gris y llevaba
la barba descuidada y sin recortar. El individuo del tren era una
mera sombra del hombre de la foto.
- ¿Por qué va a Marsella, doctor?
- Estoy tratando a un paciente allí.
- ¿Qué dolencia tiene ese paciente?
- Sufre trastorno narcisista de la personalidad.
- Qu’est-ce que c’est?
- Consiste en una inestabilidad psicológica que provoca que el
paciente imponga un control depredador, autoerótico, antisocial y
parásito sobre aquellos que lo rodean, así como…
- Merci. -El revisor cortó a Seward al tiempo que le devolvía sus
papeles y el billete con un hábil movimiento. Se volvió y se
dirigió a los hombres que ocupaban la mesa de al lado-. Billets,
s’il vous plaît.
Jack Seward suspiró. Al guardarse los documentos en la chaqueta,
miró de nuevo el reloj de bolsillo, en una suerte de tic nervioso.
Parecía que el interrogatorio había durado horas, pero sólo habían
pasado otros cinco minutos. Bajó la raída cortina de la ventana
para protegerse los ojos de la luz del sol y se reclinó en el lujoso
asiento tapizado en color Burdeos.
«Océanos de amor, Lucy.»
Jack Seward sostuvo el preciado reloj cerca del corazón, cerró
los ojos y enseguida empezó a soñar.
?
Un cuarto de siglo antes, Seward acercó el mismo reloj a la luz
para leer mejor la inscripción. «Océanos de amor, Lucy.»
Ella estaba allí. Viva.
- No te gusta -dijo haciendo un mohín.
Él no pudo apartar la mirada de sus ojos verdes, suaves como un
prado estival. Lucy tenía la extraña manía de mirar a la boca de
su interlocutor como si tratara de saborear la siguiente palabra
antes de que pasara por los labios de éste. Tales eran sus ansias de
vivir. Su sonrisa podía dar calor al más gélido de los corazones.
Cuando ella se sentó en el banco del jardín ese día primaveral,
Seward se maravilló de cómo la luz del sol iluminaba los mechones
sueltos y rojizos que danzaban en la brisa, formando un halo en torno
a su rostro. El aroma de las lilas frescas se mezclaba con el aire
salado del mar en el puerto de Whitby. En los años transcurridos
desde entonces, siempre que Seward olía a lilas recordaba ese día
hermoso y amargo.
- Sólo puedo concluir -dijo Seward, que se aclaró la garganta
antes de que su voz pudiera quebrarse-, puesto que has inscrito «mi
querido amigo» en lugar de «prometido», que has decidido no
aceptar mi proposición de matrimonio.
Lucy apartó la mirada, con los ojos húmedos. El silencio era
elocuente.
- Pensaba que sería mejor que te enteraras por mí -dijo
finalmente con un suspiro-. He accedido a casarme con Arthur.
Arthur era amigo de Jack Seward desde que eran muchachos. Seward lo
quería como a un hermano, aunque siempre había envidiado lo fácil
que le resultaba todo a Art. Era atractivo y rico, y jamás en su
vida había conocido las preocupaciones ni las penurias. Y nunca le
habían roto el corazón.
- Ya veo. -La voz de Seward sonó como un chillido en sus propios
oídos.
- Te quiero -susurró Lucy-, pero…
- Pero no tanto como quieres a Arthur.
Por supuesto, él no podía competir con el rico Arthur Holmwood ni
era tan atractivo como el otro pretendiente de Lucy, el tejano
Quincey P. Morris.
- Perdóname -continuó Seward en un tono más suave, temiendo de
repente haberla herido-. He olvidado el lugar que me corresponde.
Lucy se le acercó y le dio un golpecito en la mano, como si se
tratara de su animal de compañía preferido.
- Siempre estaré aquí.
De nuevo en el presente, Seward se despertó de su sueño. Si al
menos pudiera ver la belleza en los ojos de Lucy… La última vez
que había mirado en ellos, aquella terrible noche en el mausoleo, no
había visto nada más que dolor y tormento. El recuerdo de los
gritos agonizantes de Lucy todavía le atormentaba.
Al bajar del tren, Seward caminó bajo un torrencial aguacero por
el laberinto de edificios blancos de Marsella y maldijo su suerte por
llegar en uno de sus raros días de lluvia.
Subió penosamente una cuesta, mirando ocasionalmente atrás para
ver Fort Saint Jean, que se alzaba como un centinela de piedra en el
puerto añil. Luego se volvió para examinar la ciudad provenzal,
fundada 500 años atrás. Se habían encontrado restos de los
colonizadores griegos y romanos de la ciudad en sus arrondissements
medievales de estilo parisino. Seward lamentó hallarse en ese
pintoresco remanso de paz con un propósito tan siniestro. Sin
embargo, no sería la primera vez que la malevolencia había dejado
sentir su presencia allí: en los últimos dos siglos, la ciudad
costera había sido asolada por la peste y los piratas.
Seward se detuvo. Ante él se alzaba una típica villa mediterránea
de dos plantas con grandes postigos de madera y barrotes de hierro
forjado en las ventanas. La luna invernal que asomaba entre las nubes
de lluvia proyectaba un brillo espectral sobre las tradicionales
paredes blancas. Las tejas de arcilla roja le recordaron algunas de
las viejas casas españolas que había visto cuando había visitado
en Texas a Quincey P. Morris, hacía ya muchos años. La atmósfera
era decididamente premonitoria, incluso inhóspita, para una ampulosa
villa de la Riviera francesa. Tenía un aspecto completamente carente
de vida. Seward sintió que se le caía el alma a los pies al pensar
que podía haber llegado demasiado tarde. Volvió a leer la
dirección.
Correcto.
De repente, oyó la estruendosa aproximación de un coche de
caballos que retumbaba en los adoquines. Se agachó en un viñedo
situado al otro lado del edificio. No había uvas en las ramas
empapadas y retorcidas. Un carruaje negro con molduras de oro subía
por la colina, tirado por dos refulgentes yeguas negras. Los animales
se detuvieron sin recibir ninguna orden. Seward levantó la mirada y,
para su sorpresa, vio que no había cochero. ¿Cómo era posible?
Una figura robusta bajó del carro. Las yeguas se mordisquearon la
una a la otra y relincharon, con los cuellos arqueados. Luego, otra
vez para asombro de Seward, echaron a trotar con paso perfecto, sin
cochero que las dirigiera. La figura alzó un bastón con una mano
enguantada en negro y hurgó en el bolsillo en busca de una llave,
pero se detuvo de repente al darse cuenta de algo.
«Maldición», murmuró Seward.
La persona que estaba ante la puerta ladeó la cabeza, casi como si
hubiera oído la voz de Seward a través de la lluvia, y se volvió
lentamente hacia el viñedo. Seward tenía los nervios a flor de piel
y sintió una oleada de pánico, pero logró contener la respiración.
La mano enguantada sujetó el borde del sombrero de fieltro; Seward
ahogó un grito cuando al retirar el sombrero apareció una sensual
melena de cabello negro que caía sobre los hombros de la figura.
La cabeza le daba vueltas. «¡Es ella!» El Benefactor estaba en
lo cierto.
La condesa Erzsébet Báthory se alzaba en el umbral de la villa,
con un aspecto exactamente igual al del retrato pintado hacía más
de trescientos años.
Características
- Título del libroDRÁCULA EL NO MUERTO
- AutorDACRE STOKER E IAN HOLT
- IdiomaEspañol
- EditorialRoca
- Año de publicación2010
- FormatoPapel