viernes, 27 de julio de 2018

ARISTÓFANES. LAS NUBES. FRAGMENTO. TEATRO.


ARISTÓFANES.
(Atenas, 450 a.C.-id., 385 a.C.) Comediógrafo griego. Poco se sabe sobre su vida, tan sólo algunos detalles extraídos de su obra, de la que se conserva una cuarta parte. Fue un ciudadano implicado en la política ateniense: participó en las luchas políticas para la instauración del Partido Aristocrático y, desde sus filas, mostró su desacuerdo con la manera de gobernar de los demócratas. Se opuso a la guerra del Peloponeso, porque llevaba a la miseria a los campesinos del Ática, en una guerra fratricida que denunció sobre todo en Lisístrata. 

Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes presenta como a un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora.


Las Nubes fue presentada por primera vez el año 423 a. C., pero Aristófanes no logró ganar el primer lugar, sacando el tercero en las Dionisias. Aristófanes jamás se resignó a haber perdido. Por lo mismo, reescribió entre los años 420 y 417 el texto de su obra y esa es la versión que se conserva en la actualidad. Esto lo sabemos porque en la misma comedia el coro exhorta a los espectadores reprochándoles el haber perdido. Aristófanes la consideraba su obra más fina de entre sus comedias. En las nubes aparece la primera referencia histórica sobre Sócrates, que es presentado como un sofista.
Fuente:
Recopilador.

Dr: Enrico Pugliatti
***

Las nubes

Aristófanes

Personajes

ESTREPSÍADES, agricultor ateniense.
FIDÍPIDES, su hijo.
UN ESCLAVO DE ESTREPSÍADES.
UN DISCIPULO DE SOCRATES.
SÓCRATES, el filósofo.
EL CORO DE NUBES, en figura de mujeres.
EL ARGUMENTO MEJOR, representado como un hombre mayor de porte antiguo.
EL ARGUMENTO PEOR, un joven con atuendo moderno.
EL ACREEDOR 1
EL ACREEDOR 2
QUEROFONTE, discípulo de Sócrates.
PERSONAJES MUDOS: Discípulos de Sócrates; Testigos del Acreedor 1º; Jantias, esclavo de ESTREPSÍADES; otros esclavos.

Parte 1
Primer Acto

Hay dos casas, una grande, que pertenece a ESTREPSÍADES y otra pequeña, en la que viven SÓCRATES y sus discípulos. Ante la casa deESTREPSÍADES, en primer plano, se simula un interior. Es todavía de noche. Ocupan sendas camas ESTREPSÍADES y su hijo FIDÍPIDES. El padre da vueltas en la cama y acaba por levantarse.
 



ESTREPSÍADES. ¡Ayay, Zeus soberano!, ¡qué larga es la noche! Es interminable. ¿Nunca se hará de día? La verdad es que he oído hace un rato cantar al gallo, pero los esclavos aún están roncando. Antes no hubiera pasado esto. ¡Maldita seas, guerra, maldita por tantas y tantas cosas, cuando ya ni siquiera puedo castigar a los esclavos! 
Tampoco el chico este se despierta en toda la noche. ¡Mira cómo se tira pedos bien envuelto con cinco mantas! En fin, si os parece, vamos a roncar bien tapados. (Se acuesta y se tapa.) Nada, no puedo dormir, ¡pobre de mí!, mordido como estoy por los gastos, los pesebres y las deudas, por culpa de este hijo. Él, con su pelo largo, monta, guía el carro y sueña, todo con caballos. En cambio yo estoy hecho polvo cuando veo que la luna me trae otra vez el día veinte del mes, pues los intereses se acumulan . 
(Hacia la casa.) 
Chico, coge el candil y saca los apuntes de mis cuentas, para que mire a quién le debo dinero calcule los intereses. 
(Un esclavo trae un candil y las tablillas con las cuentas.) 
A ver qué debo. «Doce minas a Pasias». ¿De qué, doce minas a Pasias? ¿Por qué se las pedí prestadas? Ya está: cuando compré el caballo señalado con la «coppa». ¡Pobre de mí!, ¡ojalá me hubiera señalado  antes el ojo con una piedra!
FIDÍPIDES. (Dormido.) 
Filón, estás haciendo trampa. Ve por tu calle.
ESTREPSÍADES. Ésa, ésa es la desdicha que me tiene hecho polvo: hasta dormido sueña con los caballos.
FIDÍPIDES. (Dormido.) 
¿Cuántas vueltas a la pista van a dar los carros de guerra? .
ESTREPSÍADES. ¡Tú sí que me haces dar muchas vueltas a mí, a tu padre! Después de Pasias, ¿en qué deuda me metí? «Tres minas por un carro pequeño y un par de ruedas a Aminias.»
FIDÍPIDES. (Dormido.) 
Haz que el caballo se revuelque  y luego llévatelo al establo.
ESTREPSÍADES. ¡Ay, amigo!, ¡a mí sí que me has revolcado… fuera de mi dinero: ya he perdido varios pleitos y otros acreedores dicen que me van a embargar por los intereses!
FIDÍPIDES. (Despierto.) 
A ver, padre; ¿por qué te pones de mal humor y andas dando vueltas toda la noche?
ESTREPSÍADES. Me está picando entre las mantas… un demarco .
FIDÍPIDES. ¡Déjame dormir un poco, hombre! 
(Se tapa otra vez y sigue durmiendo.)
ESTREPSÍADES. ¡Por mí, duerme! Pero para que te enteres: todas estas deudas serán tu problema. ¡Ay, ojalá hubiera reventado la casamentera que me empujó a casarme con tu madre! Yo llevaba una vida de agricultor muy agradable: sucio y mugriento, tumbado a la bartola, con un montón de rebaños, de miel de abejas y de aceitunas prensadas.
Pero me fui a casar con la sobrina de Megacles, hijo de Megacles, yo, un campesino, con una de ciudad: una señoritinga loca por el lujo, del estilo de Cesira. el día que me casé con ella, yo, acostado a su lado, olía a vino nuevo, a higos secos, a copos de lana y a abundancia, pero ella olía a perfume, a azafrán, a morreos, a despilfarro, a glotonería, a Afrodita Colíade y a Genetilide.Sin embargo, no diré que era una vaga, que ella tejía y tejía, así que yo le mostraba esta capa 
(señala su capa) 
tomándola como excusa para decirle: «Mujer, tejes demasiado apretado» .
ESCLAVO. (El candil se apaga.) 
No nos queda aceite en el candil.
ESTREPSÍADES. ¡Rayos! ¿Por qué me encendiste el candil que chupa tanto? Ven aquí, que me las vas a pagar.
ESCLAVO. ¿Por qué te las voy a pagar?
ESTREPSÍADES. Porque le metiste una mecha de las más gruesas. 
(El ESCLAVO se va.) 
Más adelante, cuando nos nació este hijo, a mí y a la buena de mi mujer, nos empezamos a pelear por el nombre. Ella quería añadir «ipo»  al nombre: Jantipo, Queripo o Calipides, mientras que yo quería ponerle Fidónides, por su abuelo. Pasaba el tiempo mientras tratábamos de decidirlo y, al fin, llegamos a un acuerdo y le pusimos FIDÍPIDES. Ella cogía a este tipo y le decía cariñosamente: «Cuando tú seas mayor y conduzcas la carroza hacia la Acrópolis   como Megacles, con la túnica de lujo… ».
Yo, en cambio, le decía: «Más bien cuando traigas las cabras desde el Roquedal, como tu padre, vestido con la pelliza». Pero él no me hacía ni pizca de caso y así hizo que cayera sobre mis bienes una peste caballar . Llevo toda la noche pensando cómo salir de esto y, por fin, ahora acabo de encontrar un camino totalmente excepcional; si consigo convencerlo de que lo siga, me veré a salvo. Bueno, en primer lugar quiero despertarlo. ¿Cómo podría yo despertarlo suavemente?, a ver, ¿cómo? ¡Fidípides, Fidipidito!
FIDÍPIDES. ¿Qué pasa, padre?
ESTREPSÍADES. Bésame y dame tu mano derecha 
FIDÍPIDES. (Se incorpora y le alarga la mano.) 
Aquí la tienes. ¿Qué pasa?
(Las camas son retiradas del escenario.)
ESTREPSÍADES. Dime, ¿tú me quieres?
FIDÍPIDES. Sí, ¡por Posidón Hípico, aquí presente! (
Señala una estatua.)
ESTREPSÍADES. No, no por el Hípico, ni hablar, que ese dios es el culpable de mis desgracias. Pues si me quieres de verdad, de corazón, obedéceme, hijo.
FIDÍPIDES. ¿Y en qué tengo que obedecerte?
ESTREPSÍADES. Cambia de un plumazo tu estilo de vida y vete a aprender lo que yo te diga.
FIDÍPIDES. A ver, dime, ¿qué me mandas?
ESTREPSÍADES. ¿Me vas a hacer caso?
FIDÍPIDES. Te haré caso, ¡por Dioniso!
ESTREPSÍADES. Bien, pues mira aquí. ¿Ves esa puertecita y esa casita? 
(Señala la casa de SÓCRATES.)
FIDÍPIDES. Sí. ¿Qué es eso en realidad, padre?
ESTREPSÍADES. Eso es el «caviladero» de los espíritus selectos. Ahí viven unos hombres que, al hablar del cielo, tratan de convencerte de que es una tapadera de horno, y de que está alrededor de nosotros, que somos los carbones. Si se les paga, ellos te enseñan a ganar pleiteando todas las causas, las justas y las injustas.
FIDÍPIDES. ¿Y quiénes son?
ESTREPSÍADES. No sé exactamente el nombre. Son «cavilopensadores», gente bien.
FIDÍPIDES. Bah, unos hijos de perra. Ya sé yo: te refieres a esos fantasmones, paliduchos y descalzos, entre los que están el desgraciado de Sócrates y Querefonte.
ESTREPSÍADES. Eh, eh, cállate. No digas niñerías. Si algo te importan los garbanzos de tu padre, hazte de su grupo, por favor, y manda los caballos a paseo.
FIDÍPIDES. Ni hablar, ¡por Dioniso!, ni aunque me dieras los faisanes que cría Leógoras 
ESTREPSÍADES. Anda, ve, te lo pido por favor, hijo de mi alma; ve a que te enseñen.
FIDÍPIDES. ¿Y qué quieres que aprenda?
ESTREPSÍADES. Dicen que con ellos están los dos Argumentos, el Mejor, sea como sea, y el Peor. De esos dos Argumentos, dicen que el Peor gana los pleitos defendiendo las causas injustas. Así que, si me aprendes ese Argumento injusto, de lo que ahora debo por tu culpa, de todas esas deudas, no tendría que devolver ni un óbolo a nadie.
FIDÍPIDES. No te puedo obedecer, que ni me atrevería a mirar a la cara a los caballeros estando tan descolorido.
ESTREPSÍADES. ¡Por Deméter! Que conste que de lo mío no vas a probar bocado, ni tú, ni el caballo del tiro, ni el marcado con la s. Te echaré de casa, ¡a hacer puñetas! 
FIDÍPIDES. Pues mi tío Megacles no va a consentir que yo me quede sin caballos. Hala, me voy adentro, y a ti, ¡ni caso! 
(Entra en su casa.)
ESTREPSÍADES. Pues yo, desde luego, no voy a quedarme así, hecho polvo. Voy a encomendarme a los dioses e iré yo en persona al caviladero para que me enseñen. Pero a mí, con lo viejo, lo olvidadizo y lo burro que soy, ¿cómo me van a entrar esas exquisiteces y esas finuras de argumentos? No tengo más remedio que ir. ¿Por qué ando perdiendo el tiempo con estas cosas en vez de llamar a la puerta? 
(Llama a la puerta del caviladero.)¡Chico, chico!
DISCÍPULO. (Abriendo la puerta.)
 ¡Al cuerno! ¿Quién llama a la puerta?
ESTREPSÍADES. Estrepsíades, hijo de Fidón, de Cicina.
DISCÍPULO. ¡Un patán, por Zeus!: le has pegado una patada a la puerta de una forma tan increíble que has hecho abortar una idea recién inventada.
ESTREPSÍADES. Perdona, es que yo vivo lejos, en el campo. Anda, dime la idea abortada.
DISCÍPULO. No se nos permite decirla a los que no sean discípulos.
ESTREPSÍADES. Entonces, dímela con toda confianza, que yo, aquí donde me ves, vengo al caviladero para ser discípulo.
DISCÍPULO. Te lo voy a decir, pero hay que considerar estas cosas como misterios. Hace un momento preguntaba Sócrates a Querefonte cuántas veces podría saltar una pulga la longitud de sus pies, pues una mordió la ceja de Querefonte y luego saltó a la cabeza de Sócrates.
ESTREPSÍADES. ¿Y cómo consiguió medirlo?
DISCÍPULO. De una forma muy astuta. Fundió cera; después cogió la pulga y le sumergió los dos pies en la cera; cuando la pulga se enfrió, se le habían formado unas zapatillas persas; se las quitó, y medía con ellas la distancia.
ESTREPSÍADES. ¡Zeus soberano!, ¡qué finura de mente!
DISCÍPULO. ¿Pues qué dirías si te enteraras de este otro pensamiento de Sócrates?
ESTREPSÍADES. ¿Cuál? Por favor, cuéntamelo.
DISCÍPULO. Le preguntaba Querefonte de Esfeto si, en su opinión, los mosquitos cantan por la boca o por el culo.
ESTREPSÍADES. ¿Y qué dijo él sobre el mosquito?
DISCIPULO. Decía que el intestino del mosquito es estrecho, y que por ser un conducto delgado el aire pasa por él con fuerza directamente hasta el culo. Después, como el ano resulta ser un espacio hueco junto a un conducto estrecho, hace ruido por la fuerza del aire.
ESTREPSÍADES. Así que el ano de los mosquitos es una trompeta. ¡Tres vivas por esta investigación intestinal! Seguro que si lo acusaran saldría absuelto fácilmente el que conoce tan bien el intestino del mosquito.
DISCÍPULO. Pues hace un par de días se vio privado de un gran pensamiento por una salamanquesa.
ESTREPSÍADES. ¿De qué modo? Cuéntamelo.
DISCÍPULO. Investigaba el curso y los desplazamientos de la luna, y al estar con la boca abierta mirando hacia arriba como era de noche, un geco le cagó desde el alero.
ESTREPSÍADES. ¡Qué gracioso el geco ese que le cagó encima a Sócrates!
DISCÍPULO. Pues ayer por la noche no teníamos cena.
ESTREPSÍADES. ¡Ajá! y, ¿cómo se las ingenió para conseguir los garbanzos?
DISCÍPULO. Espolvoreó la mesa con una capa fina de ceniza, curvó un asador, lo usó como compás y… robó un manto del gimnasio .
ESTREPSÍADES. Entonces, ¿por qué seguimos admirando a aquel Tales? Abre, abre el caviladero, termina ya, y enséñame a Sócrates lo más aprisa que puedas, que quiero ser su discípulo. ¡Venga, abre la puerta! 
(El DISCÍPULO abre la puerta. La máquina escénica trae al escenario a varios grupos de discípulos.)
 ¡Heracles!, ¿de dónde han salido estos animales?
DISCÍPULO. ¿Por qué te asombras? ¿A qué crees que se parecen?
ESTREPSÍADES. A los laconios capturados en Pilos , pero, ¿por qué razón están mirando al suelo esos de ahí?
(Señala a un grupo de discípulos.)
DISCÍPULO. Investigan lo que hay bajo tierra.
ESTREPSÍADES. Entonces buscan cebollas . No os preocupéis (al grupo) más por eso, que yo sé dónde las hay grandes y hermosas. ¿Y qué están haciendo esos otros, los que están tan encorvados?
 (Señala otro grupo.)
DISCÍPULO. Ésos escrutan las tinieblas que hay más allá del Tártaro .
ESTREPSÍADES. ¿Y por qué su culo mira al cielo?
DISCÍPULO. Está aprendiendo astronomía por su cuenta. 
(A los discípulos que están fuera de la casa.) 
Venga, entrad, no sea que él os pille fuera.
ESTREPSÍADES. Aún no, aún no; que se queden, que quiero ponerlos al corriente de un asuntillo mío.
DISCÍPULO. Es que no les está permitido pasar demasiado tiempo fuera al aire libre. (Los discípulos mencionados entran en el caviladero.)
ESTREPSÍADES. 
(Va señalando algunos objetos.) 
¡Por los dioses!, ¿qué es esto? Dime.
DISCÍPULO. Esto de aquí es astronomía.
ESTREPSÍADES. Yeso otro, ¿qué es?
DISCÍPULO. Es geometría.
ESTREPSÍADES. Y,¿para qué sirve?
DISCÍPULO. Para medir la tierra.
ESTREPSÍADES. ¿La que se adjudica en parcelas? .
DISCÍPULO. No, toda la tierra.
ESTREPSÍADES. ¡Qué cosa más buena! Esa idea es democrática y útil.
DISCÍPULO. Yéste es un mapa de toda la tierra. ¿Ves? Aquí está Atenas.
ESTREPSÍADES. ¿Qué dices? No lo creo, porque no veo a los jueces en sesión .
DISCÍPULO. Puedes estar seguro de que este territorio es el Ática.
ESTREPSÍADES. ¿Ydónde están los de Cicina, mis vecinos?
DISCÍPULO. Están justamente aquí. 
(Señalando la zona en el mapa.) 
Y ésta, como ves, es Eubea, situada a lo largo del continente un buen trecho.
ESTREPSÍADES. Lo sé bien, pues la situamos fuera de juego nosotros con Pericles . Pero ¿dónde está Lacedemonia?.
DISCÍPULO. ¿Que dónde está? Ahí la tienes. 
(Señalando.)
ESTREPSÍADES. ¡Qué cerca de nosotros! Planteaos de nuevo esto: apartarla de nosotros todo lo posible.
DISCÍPULO. No se puede.
ESTREPSÍADES. ¡Por Zeus! Ospesará entonces.
(SÓCRATES aparece en un cesto colgado del techo mediante una grúa.)
 ¡Anda! y ¿quién es ese hombre que está en la cuerda colgada del gancho?
DISCÍPULO. Es él.
ESTREPSÍADES. ¿El, quién?
DISCÍPULO. Sócrates.
ESTREPSÍADES. ¡Sócrates! Anda, llámamelo bien fuerte.
DISCÍPULO. Llámalo tú mismo, que yo no tengo tiempo. 
(Entra en la casa.)
ESTREPSÍADES. ¡Sócrates, Socratillo!
SÓCRATES. ¿Por qué me llamas, efímera criatura?
ESTREPSÍADES. En primer lugar, dime qué haces, por favor.
SÓCRATES. Camino por los aires y paso revista al sol .
ESTREPSÍADES. ¿Así que «pasas» de los dioses desde un cesto en vez desde el suelo, si eso es lo que haces?
SÓCRATES. Nunca habría yo llegado a desentrañar los fenómenos celestes si no hubiera suspendido mi inteligencia y hubiera mezclado mi sutil pensamiento con el aire semejante a él. Si yo, estando en el suelo, hubiera examinado desde abajo las regiones de arriba, nunca habría desentrañado nada. Seguro, porque la tierra arrastra hacia así la sustancia del pensamiento. Eso mismo les pasa también a los berros.
ESTREPSÍADES. ¿Cómo dices? ¿El pensamiento arrastra la sustancia hacia los berros? Anda, baja hasta mí, Socratillo, para que me enseñes las cosas por las que he venido.
SÓCRATES. (Descendiendo del cesto.) 
Y,¿para qué has venido?
ESTREPSÍADES. Quiero aprender a discursear, pues por culpa de los intereses y de los acreedores mal dispuestos, me veo despojado y saqueado: tengo todo embargado.
SÓCRATES. ¿Y cómo es que te has endeudado sin enterarte?
ESTREPSÍADES. Me hizo polvo una enfermedad hípica, que consume muchísimo. Pero anda, enséñame uno de tus dos Argumentos, aquél que no paga nada. Y cualquiera que sea la remuneración que me pidas, juraré por los dioses pagártela puntualmente.
SÓCRATES. ¿Que vas a jurar por los dioses? Para empezar, los dioses no son de curso legal  entre nosotros.
ESTREPSÍADES. Entonces, ¿por qué cosa juráis? ¿Por unas monedas de hierro, como en Bizancio?
SÓCRATES. ¿Quieres saber con claridad en qué consiste exactamente lo divino?
ESTREPSÍADES. Sí, por Zeus, si puede ser.
SÓCRATES. ¿Y entablar diálogo con las Nubes, nuestras divinidades?
ESTREPSÍADES. Sí, sí.
SÓCRATES. Pues siéntate en el jergón sagrado. 
(Señala un humilde jergón.)
ESTREPSÍADES. Vale, ya me siento.
SÓCRATES. Ahora coge esta corona.
 (Le da una corona.)
ESTREPSÍADES. ¿Una corona para qué? ¡Pobre de mí!, no me sacrifiquéis como a Atamante , Sócrates.
SÓCRATES. No; es que esto se lo hacemos a todos los que se inician.
ESTREPSÍADES. ¿Y qué voy a sacar yo en limpio?
SÓCRATES. En discursear te convertirás en un experto, en unas castañuelas, en harina de la más fina. ¡Pero estáte quieto!
 (Lo espolvorea con harina muy molida.)
ESTREPSÍADES. ¡Por Zeus!, no me vas a tomar el pelo, que espolvoreado de esta manera me voy a convertir de verdad en harina.
SÓCRATES. Es preciso que el anciano guarde un silencio reverente y preste oídos a la plegaria. ¡Oh Rey soberano, inconmensurable Aire, que sostienes la tierra en el espacio, y tú, Éter brillante, y vosotras, Nubes, veneradas diosas del trueno y el rayo, levantaos, oh señoras, apareceos en las alturas al hombre que cavila!
ESTREPSÍADES. (Mientras se tapa con la capa.) 
Aún no, aún no, hasta que me eche por encima ésta, no me vayan a mojar. ¡Si seré imbécil que he salido de casa sin llevar ni siquiera la gorra!
SOCRATES. Así pues, ¡oh Nubes muy venerables!, venid a mostraros a este hombre, ya sea que os encontréis en las sagradas cimas del Olimpo, batidas por la nieve, ya sea que con las Ninfas forméis un coro sagrado en los jardines de vuestro padre Océano, ya sea que con áureos jarros extraigáis agua en las bocas del Nilo, ya sea que habitéis en el lago Meotis o en la cima nevada del Mimante. Prestadme oídos aceptando el sacrificio y alegrándoos con los sagrados ritos.
 (Comienza a oírse el canto del coro de nubes, sin que se haga visible. Al mismo tiempo se oyen truenos.)



CORO.
Nubes imperecederas,


alcémonos, visibles en nuestra brillante apariencia húmeda,


desde nuestro padre Océano, de profundo estruendo,


hasta las cimas de altísimos montes


cubiertas de árboles, para que


contemplemos las atalayas que se divisan a lo lejos,


los frutos y la sagrada tierra bien regada,


el cadencioso martillo de los divinos ríos,


y el mar que con sordo fragor resuena;


pues el ojo incansable del Éter resplandece


con sus brillantes rayos.


Ea, sacudamos de nuestra forma inmortal


la lluviosa niebla, y contemplemos,


con mirada que mucho abarca, la tierra.








SÓCRATES. Oh muy venerables Nubes, está claro que habéis escuchado mi llamada.
(A Estrepsíades.)
¿Has oído su voz y el rugido del divino trueno que inspira temor?
ESTREPSÍADES. Sí, os adoro, ¡oh muy honorables!, quiero tirarme pedos en respuesta a los truenos, de tanto que me asusto y tiemblo ante ellos. Y si es licito, ahora mismo ya -y aunque no sea lícito también- voy a cagar.
SÓCRATES. Déjate de bromas y no hagas lo que esos malditos comediantes; estáte quieto y callado, pues un nutrido enjambre de diosas se aproxima cantando.



CORO. (No visible aún.)
Doncellas portadoras de la lluvia,


vayamos a la espléndida tierra de Palas, para contemplar


el muy deseable país de Cécrope, rico en hombres


valerosos;


lugar sagrado de ritos indecibles, donde


un santuario que acoge a los iniciados


abre sus puertas en los Sagrados Misterios.


Allí se brindan presentes a los dioses celestiales,


templos hay de elevado techo, estatuas,


procesiones sacratísimas de los bienaventurados,


sacrificios y fiestas a los dioses, con ornamento de coronas,


en las estaciones más diversas,


y al llegar la primavera, el don de Bromio:


la porfía de los coros melodiosos


y la música de las flautas de grave sonido.







ESTREPSÍADES. Por Zeus te lo pido, Sócrates, dime quiénes son las que entonan ese canto tan solemne. ¿No son alguna clase de heroínas, verdad?
SÓCRATES. Nada de eso. Son las Nubes celestiales, grandes diosas para los hombres inactivos, que nos facilitan el pensamiento, la dialéctica, la inteligencia, la expresión de invenciones novedosas, el circunloquio, el desconcertar al auditorio y el tenerlo a raya 
ESTREPSÍADES. Entonces, por eso, al oírlas, mi alma ha remontado el vuelo y está deseando ya hablar sutilmente y decir finuras sobre el humo, rebatir una sentencia con una sentencilla sutil y oponerse a un argumento con el argumento contrario. Así que, si puede ser, quiero verlas ya a las claras.
SÓCRATES. Pues mira por este lado, en dirección al monte Parnes, que ya las diviso descendiendo lentamente.
ESTREPSÍADES. A ver, ¿por dónde? Señálamelo.
SÓCRATES. Por ahí 
(Señalando a un lado) 
viene un gran número de ellas atravesando navas y bosques, por ahí, por ese lado.
ESTREPSÍADES. (Mirando en la dirección indicada.) 
¿Qué, qué? Yo no las veo.
SÓCRATES. Allí, junto a la entrada lateral.
ESTREPSÍADES. Sí, ahora ya, por donde dices, empiezo a verlas. 
(Entra el coro de nubes, representadas por mujeres.)
SÓCRATES. Ahora ya no tienes más remedio que verlas, a no ser que tengas unas legañas tan grandes como calabazas.
ESTREPSÍADES. Sí, por Zeus. ¡Oh venerables! Ya ocupan todo.
SÓCRATES. ¿Y la verdad es que no sabías que son diosas, ni creías en ellas?
ESTREPSÍADES. Desde luego que no, por Zeus. Yo las tomaba por niebla, rocío y vapor.
SÓCRATES. Por Zeus, es que no sabes que ellas apacientan a muchísimos «listillos», adivinos de Turios, profesores de medicina, gandules melenudos con sellos de ónice. Y a los moduladores de canciones de los coros ditirámbicos, embaucadores aéreos, a esos seres ociosos que nada hacen, los apacientan porque componen poesías para ellas.
ESTREPSÍADES. Entonces por eso componen aquello de «ímpetu destructor de las húmedas nubes que culebrea resplandeciente», «mechones de Tifón» «de cien cabezas», «tempestades de violento fuelle» y también «aéreos seres húmedos, aves de curvas garras que se mecen en el aire» y «aguaceros de las nubes llenas de rocío», y como recompensa por ello engullen filetes de opíparos y sabrosos mújeles, y «pajariles» carnes de zorzal.
SÓCRATES. Sí, por causa de ellas. Y con razón, ¿no?
ESTREPSÍADES. A ver, dime: si de verdad son nubes, ¿qué les ha pasado, que parecen mujeres mortales? Porque aquéllas de allí 
(Señala al cielo)
no son así.
SÓCRATES. Bueno, pues, ¿cómo son?
ESTREPSÍADES. No lo sé bien, pero se parecen a copos de lana esponjados y no a mujeres, ¡por Zeus!; eso, ni una pizca. En cambio, éstas de aquí tienen nariz.
SÓCRATES. A ver, contéstame a lo que voy a preguntarte.
ESTREPSÍADES. Di lo que quieras, sin más.
SÓCRATES. Alguna vez, al mirar para arriba, ¿has visto una nube parecida a un centauro, a un leopardo, a un lobo o a un toro?
ESTREPSÍADES. Sí, por Zeus. Y eso, ¿qué?
SÓCRATES. Se convierten en todo lo que quieren. Así que si ven a un melenudo, un bruto de esos muy velludos, como el hijo de Jenofanto, para burlarse de su pasión adoptan la forma de centauros.
ESTREPSÍADES. Y si ven a un ladrón del erario público, a Simón, ¿qué hacen?
SÓCRATES. Para proclamar su condición se convierten de golpe y porrazo en lobos.
ESTREPSÍADES. Claro, por eso ayer, al ver ellas a Cleónimo el arrojaescudos, como le echaron la vista encima a un tío tan cobarde, se convirtieron en ciervos.
SÓCRATES. Y ahora, como han visto a Clistenes, ¿ves tú?, por eso se han convertido en mujeres.
ESTREPSÍADES. 
(Al CORO.)
 ¡Bienvenidas, entonces, señoras! Y ahora, si alguna vez lo hicisteis para otro, reinas todopoderosas, emitid también para mí vuestra voz tan descomunal como el propio cielo.



CORO. ¡Salud, anciano cargado de años, cazador de palabras artísticas!, y tú 
(A SÓCRATES),
 ¡sacerdote de las naderías más sutiles!, explícanos lo que quieres. Pues a ningún otro de los eruditos de hoy en día en temas celestes atenderíamos, excepto a Pródico: a él, por su sabiduría y su inteligencia, y a ti, porque caminas con paso arrogante por las calles, lanzas miradas de reojo, soportas descalzo muchas cosas desagradables y presumes a costa nuestra.



ESTREPSÍADES. ¡Oh Tierra, qué voz!, ¡qué sagrada, venerable y portentosa!
SÓCRATES. Es que verdaderamente éstas son las únicas diosas. Todo lo demás son pamplinas.
ESTREPSÍADES. Pero Zeus, según vosotros, a ver, por la Tierra. ¿Zeus Olímpico, no es un dios?
SÓCRATES. ¿Qué Zeus? No digas tonterías. Zeus ni siquiera existe.
ESTREPSÍADES. Pero, ¿tú qué dices? Pues, ¿quién hace llover? Esto, acláramelo antes de nada.
SÓCRATES. ¡Ésas, claro! Y te lo demostraré con pruebas de gran peso. A ver: ¿dónde has visto tú que alguna vez llueva sin nubes? Sin embargo, lo que tendría que ser es que él hiciera llover con el cielo despejado y que éstas estuvieran ausentes.
ESTREPSÍADES. ¡Por Apolo!, con lo que acabas de decir le has dado un buen apoyo al asunto éste. Y la cosa es que yo antes creía a pies juntillas que Zeus orinaba a través de una criba. Pero explícame quién es el que produce los truenos, eso que me hace a mí temblar de miedo.
SÓCRATES. Éstas producen los truenos al ser empujadas por todas partes.
ESTREPSÍADES. A ver, a ti que no se te pone nada por delante: ¿cómo?
SÓCRATES. Cuando se saturan de agua y por necesidad son forzadas a moverse, como están llenas de lluvia necesariamente son impulsadas hacia abajo; entonces, chocan unas contra otras y, como pesan mucho, se rompen con gran estrépito.
ESTREPSÍADES. Pero el que las obliga a moverse, ¿quién es? ¿No es Zeus?
SÓCRATES. Ni mucho menos; es un torbellino etéreo.
ESTREPSÍADES. ¿Torbellino? No me había dado cuenta de eso, de que Zeus no existe y de que en su lugar reina ahora Torbellinos. Pero aún no me has explicado nada del estruendo y del trueno.
SÓCRATES. ¿No me has oído? Las nubes, al estar llenas de agua, te digo que chocan unas con otras y hacen ruido porque son muy densas.
ESTREPSÍADES. Vamos a ver: eso, ¿quién se lo va a creer?
SÓCRATES. Te lo voy a explicar poniéndote a ti como ejemplo. En las Panateneas, cuando ya estás harto de sopa de carne, ¿no se te revuelven las tripas y de pronto se produce un movimiento en ellas que empieza a pro­ducir borborigmos?
ESTREPSÍADES. Sí, por Apolo, y al momento provoca un jaleo horrible un alboroto; la dichosa sopa produce un ruido y un estruendo tremendo, como un trueno; primero flojito, «papax, papax», después más fuerte «papapapax», y cuando cago, talmente un trueno, «pa­papapax», como hacen ellas.
SÓCRATES. Pues fíjate qué pedos tan grandes han salido de ese vientre tan pequeño. Y el aire éste, que es infini­to, ¿cómo no va a ser natural que produzca truenos tan grandes?
ESTREPSÍADES. Por eso incluso los nombres de las dos cosas, «trueno» y «pedo», son parecidos. Otra cosa: el rayo con su fuego brillante, ¿de dónde viene -explícamelo-, el rayo que, cuando nos atiza, a unos los achicharra, y a otros los chamusca dejándolos vivos? Pues está claro que Zeus lo lanza sobre los perjuros.
SÓCRATES. Tú, ¡imbécil, chapado a la antigua, que hueles a tiempos de Crono!, ¿cómo es que, si fulmina a los perjuros, no abrasó a Simón, a Cleónimo ni a Teoro?, y desde luego que son perjuros. Sin embargo, fulmina su propio templo, y Sunio, «promontorio de Atenas», las grandes encinas: eso, ¿por qué? Pues claro está que la encina no es perjura.
ESTREPSÍADES. No sé. Pero lo que dices tiene visos de verdad. Bueno, pues ¿qué es exactamente el rayo?
SÓCRATES. Cuando un viento seco al elevarse queda encerrado en las nubes, las infla desde dentro como a una vejiga, y después necesariamente las rompe, y sale disparado violentamente por causa de la densidad, y por el roce y el ímpetu del movimiento se incendia a sí mismo.
ESTREPSÍADES. Por Zeus, a mí una vez me pasó exactamente lo mismo en las Diasias. Yo estaba asando un estómago para mis parientes, pero, por descuido no lo rajé. Entonces se fue hinchando, y después, de golpe, explotó, llenándome de mierda los ojos y quemándome la cara.
CORIFEO. ¡Humano que deseas de nosotras la elevada sabiduría!, ¡qué dichoso llegarás a ser entre los atenienses y entre los griegos todos!: si tienes buena memoria, eres capaz de pensar, y en tu alma reside la fortaleza; si no te fatigas al estar de pie ni al caminar, si no te molesta en exceso pasar frío ni estás demasiado ansioso por el de­sayuno, si prescindes del vino de los ejercicios gimnásticos de los demás disparates, si consideras que lo mejor es lo que cuadra a un hombre inteligente vencer en la actuación y en la deliberación, así como en las porfías de la lengua.
ESTREPSÍADES. Pues lo que es por tener un alma dura, un pensamiento que se mantiene despierto en la cama, y un estómago ahorrador, hecho a las privaciones y que se apañe con ajedrea a la hora de la comida, descuida, por todo ello yo podría sin miedo ofrecerme para servirte de yunque.
SÓCRATES. ¿Así que desde luego ya no considerarás dios a ningún otro que a los que nosotros consideramos: el Vacío que nos rodea, las Nubes y la Lengua, esos tres?
ESTREPSÍADES. Ni siquiera hablaría con los demás dioses ni lo más mínimo, aunque me topara con ellos; ni les haría sacrificios, ni vertería libaciones, ni pondría incienso en sus altares.
CORIFEO. Así pues, dinos, sin miedo, qué hemos de hacer por ti. Pues no dejarás de conseguirlo en caso de que nos respetes y nos veneres, y al mismo tiempo trates de ser avispado.
ESTREPSÍADES. Señoras, os pido entonces esta insignificancia: que yo sea, por cien estadios de distancia, el que mejor discursee de todos los griegos.
CORIFEO. Pues eso lo obtendrás de nosotras, hasta tal punto que, de cara al futuro y desde este mismo momento, nadie en la Asamblea hará prosperar mayor número de mociones que tú
ESTREPSÍADES. No hagáis que proponga mociones importantes, que no quiero eso; quiero solamente volver la justicia en mi provecho y escurrirme de mis acreedores.
CORIFEO. Entonces conseguirás lo que deseas, pues tus aspiraciones no son grandes. Ea, ponte sin miedo en manos de nuestros ministros.
ESTREPSÍADES. Tal haré, confiando en vosotras, pues la necesidad me apremia por culpa de los caballos marcados con la «coppa» y del matrimonio que me hizo polvo. Así pues, ahora, para todo lo que quieran hacerme, les entrego a ellos este cuerpo mío, para recibir golpes, pasar hambre, sed, estar roñoso, sufrir un frío terrible o ser desollado para convertirme en odre; todo, siempre que yo me vea libre de las deudas, y a los hombres dé la impresión de ser osado, hábil de lengua, atrevido, caradura, repugnante, urdidor de mentiras, de palabra pronta, muy ducho en pleitos, un código de leyes ambulante, una castañuela, un zorro, el ojo de una aguja, un tipo flexible como el cuero, un hipócrita, un tío pegajoso, un farsante, un bribón que merece pálos, un hijo de perra, un tipo retorcido, un incordio, un hombre al que no se le escapa nada. Si me han de llamar esas cosas los que se topen conmigo, hagan de mí estos ministros todo lo que gusten. Y si quieren, por Deméter, que me sirvan convertido en salchichas a los caviladores.




CORO.
El temple arrogante de este individuo no está falto


de audacia, sino dispuesto a todo.


(A ESTREPSÍADES.) 


Ten por seguro que si aprendes de mí


estas cosas, una fama que llegará al cielo


tendrás entre los mortales.


ESTREPSÍADES. ¿Qué me pasará?



CORO.
Junto a mí llevarás, para siempre,


la existencia más envidiable de todas.







ESTREPSÍADES. ¿Acaso entonces yo he de ver con eso algún día?



CORO.
Sí, tanto que a tu puerta se sentará siempre mucha gente, deseosa de comunicarse contigo y entablar diálogo para consultarte asuntos y pleitos de muchos talentos, materias dignas de tu caletre.







CORIFEO. (A SÓCRATES.)
Tú trata de impartir al viejo las enseñanzas previas que tengas intención de darle; agita su mente y pon a prueba su inteligencia.
SÓCRATES. (A ESTREPSÍADES.)
A ver, tú, descríbeme tu carácter, para que, conociendo cómo es, sobre esa base pueda yo aplicar contra ti nuevos ingenios.
ESTREPSÍADES. ¿Cómo? Por los dioses; ¿es que intentas sitiarme?
SÓCRATES. No, lo que quiero es enterarme de algunos detalles sobre tu persona, como, por ejemplo, si tienes buena memoria.
ESTREPSÍADES. Se comporta de dos maneras, por Zeus. Cuando se me debe algo tengo muy buena memoria, pero cuando yo, pobre de mí, soy el deudor, me vuelvo muy olvidadizo.
SÓCRATES. A ver, ¿tienes dotes para discursear?
ESTREPSÍADES. Para discursear, no; pero para estafar, sí.
SÓCRATES. Pues así, ¿cómo podrás aprender?
ESTREPSÍADES. Descuida, lo haré bien.
SÓCRATES. Pues ándate listo para que cuando yo lance algunas enseñanzas sabias sobre las cosas celestes, tú las cojas al vuelo.
ESTREPSÍADES. Pero, ¿cómo? ¿Tengo que comerme la sabiduría como un perro?
SÓCRATES. Este hombre es un ignorante y un bárbaro. Anciano, me temo que necesita unos palos. A ver ¿qué haces si alguien te pega?
ESTREPSÍADES. Recibo los golpes, y, después, espero un poco y reúno testigos; después otra vez dejo pasar un momento, y pongo un pleito.
SÓCRATES. Venga, deja ahí tu capa.
ESTREPSÍADES. ¿He hecho algo malo?.
SÓCRATES. No, es que es costumbre entrar desnudo.
ESTREPSÍADES. Pero si yo no voy a entrara llevarme objetos robados.
SÓCRATES. Déjala ahí, ¿qué tonterías andas diciendo?
ESTREPSÍADES. (Se quita la capa.)
 Bueno, pues dime: en caso de que yo esté atento y aprenda con gana, ¿a cuál de tus discípulos llegaré a parecerme?
SÓCRATES. Tus características no se van a distinguir nada de las de Querefonte.
ESTREPSÍADES. ¡Aypobre mí! ¡Voya ser medio cadáver!.
SÓCRATES. ¿No dejarás de decir bobadas y vendrás de una vez conmigo aquí dentro, deprisa?
ESTREPSÍADES. Pues ponme primero en las manos un pastel de miel, que tengo miedo de bajar ahí dentro como si fuera la cueva de Trofonio.
SÓCRATES. Venga, ¿por qué te paras a escudriñar junto a la puerta? 
(Ambos entran en el caviladero.)



CORO.
Entra con buen pie


por causa de tu valor.


Que la buena fortuna acompañe


a este humano, pues, siendo ya


de avanzada edad,


impregna su naturaleza


de ideas novedosas


y se dedica a la sabiduría.







CORIFEO. Espectadores, con franqueza os expondré toda la verdad, ¡por Dioniso que me ha sustentado desde antiguo! Que no sea yo el vencedor ni me tengan por sabio si no es verdad que yo, por consideraros a vosotros espectadores inteligentes y creer que ésta era la mejor de mis comedias, juzgué apropiado que vosotros fuerais los primeros en saborearla, siendo como ha sido la pieza que más trabajo me ha dado. Pero me tuve que retirar derrotado por hombres vulgares sin que yo mereciera eso.
Así que os echo en cara esto a vosotros los instruidos, por quienes yo me tomé tanto trabajo. Pero ni aun así os traicionaré nunca voluntariamente, a vosotros los inteligentes. Pues desde el momento en que aquí mismo unos varones, a los que es agradable incluso mencionar, hablaron muy bien de mis dos muchachos, del reprimido y del maricón, y yo -como era todavía una joven soltera y no me era licito tener hijos­ expuse la criatura, y otra muchacha la recogió, y vosotros, por vuestra parte, la criasteis con generosidad, desde entonces tengo yo garantías seguras de vuestro juicio favorable.
Así que ahora esta comedia, a la manera de aquella Electra, ha venido con ánimo de buscar, por si en alguna parte encuentra espectadores tan instruidos; pues reconocerá, si lo ve, el mechón de pelo de su hermano. Observad que es de condición humilde. En primer lugar, no ha venido trayendo cosido a su vestido un cuero colgando, rojo en la punta y grueso, para diversión de los niños, tampoco se burló de los calvos ni bailó el kordax. Ni siquiera hay un personaje anciano que, llevando la voz cantante, golpee con su bastón a cualquiera que esté a su alcance, disimulando así los chistes desafortunados. No se lanzó esta pieza al escenario con antorchas, ni gritó «¡socorro, socorro!».
Por el contrario, ésta ha venido confiando en sí misma y en sus versos. Y yo, sí, yo, siendo un poeta del mismo talante, no me doy tufo, ni trato de engañaros trayendo a escena dos y tres veces las mismas cosas. Muy al contrario, yo estrujo mis sesos para presentar en cada ocasión innovaciones, que en nada se parecen unas a otras, y son todas ellas ingeniosas.
Yo, cuando Cleón era muy poderoso, le golpeé en el vientre, y no tuve la osadía de saltar sobre él cuando yacía derribado. En cambio, esos otros, en cuanto Hipérbolo les permitió hacer presa en él, golpean una y otra vez a ese individuo desdichado y también a su madre.
En primerísimo lugar Éupolis llevó a rastras su Maricás, haciendo un refrito de nuestros Caballeros,tan mediocre como mediocre es él, añadiéndole además, por culpa del Kórdax, una vieja borracha, personaje que ha creado Frínico tiempo atrás, aquella a la que trataba de engullir el monstruo marino.
Después también Hermipo compuso una pieza sobre Hipérbolo, y luego ya todos los demás van en masa contra Hipérbolo, imitando mis comparaciones con las anguilas. Así pues, el que se ría con las piezas de ésos, que no se deleite con las mías. Pero si disfrutáis conmigo y con mis hallazgos, en tiempos futuros os tendrán por gente de buen juicio.



CORO.
De entre los dioses al que gobierna


en las alturas, Zeus, gran señor,


en primer lugar a mi danza convoco;


y al muy poderoso Guardián del Tridente,


el que estremece salvajemente


la tierra y el salino mar.


Y al de gran fama, nuestro padre,


el Éter muy venerable, que a todos los seres alimenta.


Y al Auriga, que con sus rayos


muy brillantes abraza la llanura


de la tierra, entre los dioses


y entre los mortales divinidad poderosa.



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