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jueves, 5 de octubre de 2023

FOSSE JON TRILOGIA FRAGMENTO VIGILIA PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2023





VIGILIA

I

Asle y Alida caminaban por las calles de Bjørgvin, Asle llevaba al

hombro dos hatillos con todo lo que tenían y en la mano la caja con

el violín que había heredado de su padre Sigvald, Alida llevaba dos

bolsas con comida, y hacía horas que daban vueltas por las calles

de Bjørgvin buscando alojamiento, pero parecía imposible alquilar

nada en ningún sitio, no, decían, lo lamentamos, decían, no

tenemos nada para alquilar, lo que tenemos ya está alquilado, así

decían, y Asle y Alida tenían que seguir dando vueltas por las calles,

llamando a las puertas para preguntar si tenían habitaciones libres,

pero en ninguna casa tenían habitaciones, así que dónde iban a

meterse, dónde iban a cobijarse del frío y la oscuridad ya tan

entrado el otoño, en algún sitio tendrían que poder alquilar una

habitación, y menos mal que no llovía, aunque seguro que

empezaba a llover pronto, así que no podían seguir dando vueltas, y

por qué nadie querría alojarlos, sería porque todo el mundo veía que

Alida estaba a punto de parir, que tenía aspecto de poder parir en

cualquier momento, o sería porque no estaban casados y no eran

por tanto un matrimonio decente ni se los podía considerar personas

decentes, pero eso no podían verlo, no, eso era imposible que lo

vieran, o quizá sí lo vieran, alguna razón tenía que haber para que

nadie quisiera alojarlos, y no era que Asle y Alida no quisieran

recibir la bendición de la Iglesia, no era que no quisieran casarse,

pero cuándo habían tenido tiempo y ocasión para hacerlo, contaban

apenas diecisiete años y obviamente carecían de lo necesario para

celebrar una boda, pero en cuanto lo tuvieran, se casarían como es

debido, con párroco y maestro de ceremonia y fiesta y músico y todo

lo que corresponde, pero por ahora no podían, tenían que seguir

como estaban y en el fondo estaban bien, pero por qué nadie

querría alojarlos, qué problema les veían, quizá les ayudaría pensar

en sí mismos como marido y mujer, si lo hicieran, seguramente sería

más difícil para los demás notar que andaban por la vida como

pecadores y que habían llamado ya a muchas puertas y que nadie a

quien hubieran preguntado quería alojarlos, pero no pueden seguir

dando vueltas, la noche está a punto de caer, el otoño está muy

avanzado, hay poca luz, hace frío y no tardará en llover

Estoy tan cansada, dice Alida

y se paran y Asle mira a Alida sin saber qué decir para

consolarla, porque ya se habían consolado muchas veces hablando

del niño que venía, hablaban de si sería niño o niña, y Alida

pensaba que las niñas eran más fáciles de trato, y él opinaba lo

contrario, que era más sencillo tratar con niños, pero fuera niño o

niña, en cualquier caso estarían felices y agradecidos por el niño del

que pronto serían padres, así hablaban y así se consolaban con el

niño que no tardaría en nacer. Asle y Alida caminaban por las calles

de Bjørgvin. Y tampoco es que hasta entonces les hubiera pesado

demasiado eso de que nadie quisiera alojarlos, antes o después la

cosa se arreglaría, pronto encontrarían a alguien que tuviera un

cuartito para alquilar, un sitio donde vivir por un tiempo, ya les

saldría algo, porque en Bjørgvin había muchas casas, casas

grandes y pequeñas, no como en Dylgja, donde apenas había unas

pocas granjas y alguna casita de pescadores en la playa, ella, Alida,

era hija de Herdis la de la Cuesta, decían, y venía de una pequeña

granja de Dylgja, allí se crio con su madre Herdis y su hermana

Oline después de que su padre Aslak desapareciera para no volver

cuando Alida tenía tres años y la hermana cinco, y Alida ni siquiera

recordaba a su padre, solo le quedaba su voz, todavía era capaz de

oírla y recordaba la emoción que contenía, y un tono claro, afilado y

amplio, pero eso era todo lo que le quedaba de su padre Aslak, no

recordaba su aspecto ni ninguna otra cosa, solo su voz cuando

cantaba, eso era todo lo que le quedaba de él. Y él, Asle, se crio en

una caseta para barcas en Dylgja, allí habían montado una especie

de vivienda en el altillo y allí se crio Asle con su madre Silja y su

padre Sigvald hasta que el padre se perdió en el mar un día que la

tormenta de otoño llegó sin avisar, padre Sigvald solía pescar por

las islas al oeste y la barca se fue a pique allí, cerca de la Piedra

Grande. Y desde entonces madre Silja y Asle estuvieron solos en la

Caseta. Pero al poco de desaparecer padre Sigvald, madre Silja

enfermó y empezó a adelgazar y se quedó tan flaca que daba la

impresión de que se le veían los huesos de la cara, sus grandes

ojos azules fueron creciendo y al final le ocupaban casi la cara

entera, así lo veía Asle, y la larga melena oscura se fue poniendo

más fina, más rala, y al final una mañana no se levantó y Asle la

encontró muerta en la cama. Allí yacía madre Silja, con sus grandes

ojos azules abiertos, mirando hacia el costado, donde debería haber

estado padre Sigvald. La melena larga y fina le cubría gran parte de

la cara. Allí yacía madre Silja muerta. De eso hacía poco más de un

año y Asle tenía entonces alrededor de dieciséis. Lo único que le

quedaba en la vida eran él mismo y las cuatro cosas que había en la

Caseta, además del violín de padre Sigvald. Asle se había quedado

solo, más solo que la una, salvo por Alida. Al ver a su madre Silja

tan infinitamente muerta y perdida, lo único en lo que pensó fue en

Alida. En su larga melena oscura y en sus ojos negros. En todo lo

suyo. Asle tenía a Alida y ella era lo único que le quedaba, lo único

en lo que pensaba. Asle acercó la mano a la cara fría y blanca de

madre Silja y le acarició la mejilla. Ya solo le quedaba Alida. Eso

pensó. Y el violín. Eso también lo pensó. Porque padre Sigvald no

había sido solo pescador, también un buen músico, y era él quien

tocaba en todas las bodas de la comarca de Sygna, así fue durante

muchos años y, cuando alguna noche de verano se organizaba un

baile, era padre Sigvald quien tocaba. Así fue como llegó en su día a

Dylgja procedente del este, para tocar en la boda del granjero de

Leite, y así fue como se conocieron él y madre Silja, ella servía en la

granja y sirvió también en la boda y padre Sigvald tocó. Así se

conocieron padre Sigvald y madre Silja. Y madre Silja se quedó

preñada y parió a Asle. Y para ganarse el pan para él y los suyos,

padre Sigvald se buscó trabajo con un pescador de las islas, un

hombre que vivía en la Piedra Grande y, como parte de la paga, el

pescador permitió que Silja y Sigvald se instalaran en una caseta

para barcas que tenía allí, en Dylgja. De esa manera, el músico

Sigvald pasó a ser también pescador y se afincó en la Caseta de

Dylgja. Así fue. Así ocurrió. Y ya no estaban ninguno, ni padre

Sigvald ni madre Silja. Se habían ido para siempre. Y ahora Asle y

Alida caminaban por las calles de Bjørgvin, Asle con dos hatillos al

hombro con todo lo que tenían, además de la caja y el violín de su

padre Sigvald. Era de noche y hacía frío. Alida y Asle habían

llamado ya a muchas puertas para pedir alojamiento y todo el

mundo contestaba lo mismo, no podía ser, no tenían nada, la

habitación que tenían ya estaba ocupada, no, no alquilaban

habitaciones, no tenían necesidad, esas eran las respuestas que

recibían, y Asle y Alida caminan, se detienen y miran hacia una

casa, tal vez allí tuvieran algo en alquiler, pero no sabían si se

atrevían a llamar a otra puerta, seguro que volverían a responderles

lo mismo, por otro lado, tampoco podían seguir dando vueltas por la

calle, debían arriesgarse a llamar y preguntar si tenían alguna

habitación en alquiler, pero ni a Asle ni a Alida les quedaba ya ánimo

para explicar una vez más su ruego y recibir otro no por respuesta,

quizá se hubieran equivocado al coger todas sus cosas y navegar

hasta Bjørgvin, pero qué otra cosa podrían haber hecho, no podían

seguir viviendo con madre Herdis de la Cuesta, ella no los quería en

su casa, no había futuro en eso, y si les hubieran dejado seguir en la

Caseta, se habrían quedado allí, pero un día Asle vio llegar en barca

a un muchacho de su misma edad, el muchacho arrió las velas,

atracó en la playa y empezó a subir hacia la Caseta, al poco

llamaron a la trampilla y, cuando Asle abrió, cuando el muchacho

subió y acabó de carraspear, anunció que ahora él era el propietario

de la Caseta, su padre se había perdido en el mar junto al padre de

Asle, y ahora necesitaba la Caseta para él, de modo que Asle y

Alida no podían seguir viviendo allí, tenían que recoger sus cosas y

buscarse otro sitio, así era la cosa, dijo y se sentó en la cama junto

a Alida, que estaba allí con su vientre abultado, y ella se levantó y

se fue junto a Asle, y el muchacho se tumbó en la cama y se

acomodó y dijo que estaba fatigado y quería descansar un poco, y

Asle miró a Alida y se acercaron a la trampilla y la levantaron.

Bajaron la escalera, salieron y se quedaron parados delante de la

Caseta. Alida, con su vientre grande y pesado, y Asle

Ya no tenemos donde vivir, dijo Alida

y Asle no contestó

Pero la Caseta es suya, así que supongo que no hay nada que

hacer, dijo Asle

No tenemos donde vivir, dijo Alida

El otoño está muy avanzado, hay poca luz y hace frío, y tenemos

que vivir en algún sitio, dijo

y se quedaron un rato sin decir nada

Y pariré dentro de poco, podría ser ya cualquier día, dice

Sí, dice Asle

Y no tenemos adónde ir, dice ella

y se sienta en el banco junto a la pared de la Caseta, el banco

que había hecho padre Sigvald

Debería haberlo matado, dice Asle

No digas esas cosas, dice Alida

y Asle se sienta junto a Alida en el banco

Lo mato, dice Asle

No, no, dice Alida

Así son las cosas, los hay que son propietarios de algo y los hay

que no lo son, dice

Y los propietarios mandan sobre los que no tenemos nada, dice

Supongo que sí, dice Asle

Y así tiene que ser, dice Alida

Así tendrá que ser, dice Asle

y Alida y Asle se quedan sentados en el banco sin decir palabra

y, al cabo de un rato, sale el propietario de la Caseta diciendo que

tienen que recoger ya sus cosas, ahora es él quien vive en la

Caseta, dice, y no los quiere allí, al menos a Asle, dice, aunque

Alida, dado su estado, podría quedarse, dice, volverá en un par de

horas y para entonces tienen que haberse marchado, al menos Asle

tiene que haberse marchado, dice y entonces baja hasta la barca y,

mientras afloja el amarre, dice que va a acercarse a la tienda y que,

cuando vuelva, la Caseta tiene que estar vacía y preparada, esa

noche dormirá él allí, bueno, y quizá también Alida, si quiere, dice, y

por fin em-puja la barca, iza las velas y se aleja despacio hacia el

norte a lo largo de la orilla

Yo puedo recoger las cosas, dice Asle

Yo puedo ayudarte, dice Alida

No, tú sube a la Cuesta, ve a casa de madre Herdis, dice Asle

Tal vez nos acoja por esta noche, dice

Tal vez, dice Alida

y Alida se levanta y Asle la ve alejarse por la orilla con sus

piernas cortas, sus caderas redondas y la melena negra ondeando a

la espalda, y Asle se queda mirando cómo se aleja Alida y ella se

vuelve y levanta el brazo y lo saluda y luego empieza a remontar la

Cuesta, y Asle entra en la Caseta, prepara dos hatillos con todo lo

que tienen y luego sale y se aleja por la orilla con dos hatillos al

hombro y la caja del violín en la mano y ve al propietario de la

Caseta acercándose ya con la barca y empieza a remontar la

Cuesta y todo lo que tienen lo lleva en dos hatillos al hombro, salvo

el violín y la caja, eso lo lleva en una mano, y después de subir un

rato, ve a Alida venir a su encuentro y Alida dice que en casa de

madre Herdis no pueden quedarse, por lo visto a madre Herdis

nunca le ha gustado Alida, nunca le ha gustado su propia hija,

siempre le ha gustado mucho más su hermana Oline, aunque Alida

nunca haya entendido por qué, así que no quiere ir allí, no ahora

que tiene el vientre tan grande, dice y Asle dice que ya es muy

tarde, la noche no tardará en caer y hará frío ahora tan entrado el

otoño, incluso puede llover, así que no les queda otra que agachar

la cabeza y preguntar si pueden quedarse un tiempo en casa de

madre Herdis de la Cuesta, dice Asle y Alida dice que entonces lo

pida él, que ella no piensa hacerlo, antes dormiría en cualquier otro

sitio, dice, y Asle dice que si tiene que pedirlo, lo hará y, al llegar al

zaguán, Asle cuenta las cosas como son, dice que ahora el

propietario de la Caseta quiere vivir en ella, así que no tienen

adónde ir, pero se preguntan si podrían vivir un tiempo en casa de

madre Herdis, dice Asle y madre Herdis dice que bueno, que siendo

así, no puede sino acogerlos, aunque solo por un tiempo, dice, y

luego dice que adelante, que pasen, y empieza a subir la escalera, y

Asle y Alida la siguen hasta el sobrado y entonces madre Herdis

dice que pueden quedarse allí un tiempo, aunque no mucho, y luego

se da media vuelta y baja y Asle deja en el suelo los dos hatillos con

todo lo que tienen y en un rincón la caja del violín y Alida dice que a

madre Herdis nunca le ha gustado Alida, nunca, aunque ella jamás

haya entendido bien por qué, y seguramente tampoco le gusta

demasiado Asle, la verdad es que no le gusta nada, así es la cosa, y

ahora que Alida está preñada y ellos no están casados,

seguramente madre Herdis no quiera tener la vergüenza instalada

en su propia casa, así debía de pensar madre Herdis, aunque no lo

dijera, dijo Alida, de modo que solo podían quedarse una noche, una

única noche dijo, y Asle dijo que en ese caso no veía otra opción

que emprender viaje a Bjørgvin a la mañana siguiente, porque allí

debería haber sitio para ellos, él había estado una vez allí, en

Bjørgvin, dijo, había ido con su padre Sigvald y recordaba bien cómo

era, recordaba las calles, las casas, la gente, los sonidos, los olores,

las tiendas y las cosas de las tiendas, lo recordaba todo, dijo y,

cuando Alida le preguntó cómo llegarían a Bjørgvin, Asle dijo que

tendrían que buscarse una barca y navegar hasta allí

Buscarnos una barca, dijo Alida

Sí, dijo Asle

Qué barca, dijo Alida

Hay una barca amarrada delante de la Caseta, dijo Asle

Pero esa barca, dijo Alida

y entonces vio a Asle levantarse y salir y ella se echó en la cama

del sobrado y se estiró y cerró los ojos, y está muy, muy cansada y

entonces ve a padre Sigvald sentado con su violín, lo ve sacar una

botella y echar un buen trago y luego ve a Asle, ve sus ojos negros y

su pelo negro, y se estremece porque ahí está, ahí está su

muchacho, y luego ve a padre Sigvald llamarlo con la mano y Asle

se acerca al padre y ella lo ve sentarse y colocarse el violín bajo la

barbilla y empezar a tocar y, al instante, algo se le movió por dentro

y Alida empezó a elevarse en el aire y en la música de Asle oyó el

canto de su padre Aslak, y oye su propia vida y su propio futuro y

sabe lo que sabe y entonces está presente en su propio futuro y

todo está abierto y todo es difícil, pero ahí está la canción, una

canción que debe de ser lo que llaman amor, de modo que se

conforma con estar presente en la música y no quiere existir en

ningún otro sitio y entonces llega madre Herdis y pregunta qué hace,

no tendría que haber llevado ya agua a las vacas, no tendría que

haber quitado la nieve, qué se había creído, acaso se había creído

que la madre iba a hacerlo todo, que iba a cocinar, cuidar de la casa

y atender a los animales, ya les costaba bastante hacer todo lo que

había que hacer como para que Alida, como siempre, como

siempre, intentara eludir el trabajo, no, eso no podía ser, tendría que

esforzarse más, tendría que mirar a su hermana Oline, ver cómo ella

procuraba ayudar todo lo posible, cómo podían dos hermanas ser

tan distintas, tanto en el aspecto como en todo lo demás, cómo

podía ser, aunque, claro, una se parecía al padre y la otra a la

madre, una era rubia como la madre y la otra morena como el

padre, así era la cosa, no se podía negar, y así sería siempre, dijo

madre Herdis, y desde luego Alida no pensaba ayudar en nada, no

mientras la madre siguiera regañándola y hablando mal de ella, ella

era la mala y la hermana Oline la buena, ella era la negra y la

hermana Oline la blanca, así que Alida se estira en la cama y se

pregunta cómo acabará aquello, adónde van a ir con ella a punto de

parir, en verdad la Caseta no era gran cosa, pero al menos era un

lugar donde alojarse y ahora ni siquiera podían quedarse allí y no

tenían adónde ir, por no mencionar los medios, no tenían

prácticamente nada, ella tenía algún billete y alguno tendría Asle

también, aunque pocos, casi ninguno, pero aun así saldrían

adelante, de eso estaba segura, saldrían adelante, y ojalá Asle

volviera pronto porque lo de la barca, no, no quería pensar en eso,

eso tendrá que ser como Dios quiera y Alida oye a madre Herdis

decir que es tan fea y tan negra como su padre, e igual de

holgazana, siempre eludiendo el trabajo, dice madre Herdis, quién

sabe cómo acabará, menos mal que es hermana Oline quien va a

heredar la granja, Alida no habría servido para eso, habría sido un

desastre, oye Alida decir a su madre y luego oye a la hermana decir

que menos mal que es ella quien va a heredar la granja, esa granja

tan buena que tienen aquí, en la Cuesta, dice hermana Oline y Alida

oye a madre Herdis preguntarse qué será de Alida, quién sabe

cómo acabará, y Alida dice que no se preocupe porque de todos

modos no se preocupa y entonces Alida sale y enfila hacia el

Peñasco donde ella y Asle han cogido por costumbre encontrarse y,

al acercarse, ve a Asle ahí sentado y lo ve pálido y agotado y ve que

tiene los ojos negros mojados y entiende que ha pasado algo y

entonces Asle la mira y dice que madre Silja ha muerto y que ahora

solo le queda Alida y Asle se tumba boca arriba y Alida se acerca y

se tumba a su lado y él la abraza y luego dice que por la mañana se

ha encontrado a madre Silja muerta en la cama y sus grandes ojos

azules le llenaban el rostro entero, dice y abraza a Alida contra su

cuerpo y desaparecen el uno dentro del otro y solo se oye un viento

suave en los árboles y han desaparecido y se avergüenzan y matan

y hablan y ya no piensan y después se quedan tumbados en el

Peñasco y se avergüenzan y se incorporan y se quedan sentados

en el Peñasco mirando el mar

Mira que hacer algo así el día que ha muerto madre Silja, dice

Asle

Sí, dice Alida

y Asle y Alida se levantan y se adecentan la ropa y miran hacia

las islas del oeste, hacia la Piedra Grande

Estás pensando en padre Sigvald, dice Alida

Sí, dice Asle

y alza la mano en el aire y la mantiene así, levantada con-tra el

viento

Pero me tienes a mí, dice Alida

Y tú me tienes a mí, dice Asle

y Asle empieza a agitar la mano como si estuviera saludando

Saludas a tus padres, dice Alida

Sí, dice Asle

Tú también debes de notarlo, dice

Que están aquí, quiero decir, dice

Ahora están aquí los dos, dice

y Asle baja la mano y la posa sobre Alida y le acaricia la barbilla

y luego enlaza su mano con la de ella y así se quedan

Pero imagínate, dice Alida

Sí, dice Asle

Pero imagínate si, dice Alida

y se coloca la otra mano sobre la tripa

Sí, imagínate, dice Asle

y se sonríen el uno al otro y empiezan a bajar por la Cuesta

cogidos de la mano y entonces Alida ve que Asle está en el sobrado

y que tiene el pelo mojado y hay un dolor en su rostro y parece

cansado y perdido

Dónde has estado, dice Alida

No, nada, dice Asle

Pero estás mojado y frío, dice Alida

y dice que Asle tiene que meterse en la cama con ella y él sigue

parado

Pero no te quedes ahí, dice Alida

y él sigue parado como un palo

Qué pasa, dice Alida

y él dice que tienen que irse ya, que la barca está lista

Pero no quieres dormir un poco, dice Alida

Deberíamos irnos, dice él

Solo un ratito, necesitas descansar un poco, dice ella

No mucho, solo un poco, dice

Estás cansada, dice Asle

Sí, dice Alida

Estabas dormida, dice él

Creo que sí, dice ella

y Asle se queda parado, bajo el techo inclinado

Anda, ven aquí, dice Alida

y extiende los brazos hacia él

Tenemos que irnos pronto, dice Asle

Pero adónde, dice ella

A Bjørgvin, dice él

Pero cómo, dice ella

Por mar, dice él

Para eso necesitamos una barca, dice Alida

Ya he arreglado lo de la barca, dice Asle

Descansemos antes un poquito, dice Alida

De acuerdo, un poquito, dice él

Así se me seca un poco la ropa, dice

y Asle se desviste y extiende su ropa por el suelo y Alida aparta

la manta y Asle se mete en la cama con ella y se acurruca a su lado

y ella nota lo frío y mojado que está y pregunta si ha ido todo bien y

él dice que sí, que no ha ido mal y pregunta a Alida si ha dormido y

ella dice que cree que sí y él dice que ahora pueden descansar un

poco y que luego tendrán que coger comida, toda la que puedan, y

quizá algún billete, si es que lo encuentran, y bajar a la barca y

zarpar antes del amanecer y ella dice que sí, que harán lo que él

crea mejor, dice, y ahí yacen y entonces Alida ve a Asle coger el

violín y ella lo escucha y oye la canción de su propio pasado, y oye

la canción de su propio futuro, y oye a padre Aslak cantar, y sabe

que todo está decidido y que así ha de ser, y se coloca la mano en

el vientre y el niño da patadas y coge la mano de Asle y se la lleva al

vientre y el niño vuelve a dar patadas y luego oye a Asle decir que

tienen que marcharse ya, mientras aún es de noche, es lo mejor y

además está tan cansado, dice, que si se duerme, cogerá el sueño y

no despertará en muchas horas, pero no debe hacer eso, tienen que

bajar a la barca, dice Asle y se incorpora en la cama

No podríamos quedarnos aquí un poquito más, dice Alida

Pues descansa tú un poquito más, dice Asle

y se levanta y Alida pregunta si quiere que le encienda la vela y

él dice que no hace falta y empieza a vestirse y Alida pregunta si se

le ha secado la ropa y él dice que no, que no del todo, pero tampoco

está mojada, dice y Asle se viste y Alida se incorpora en la cama

Ahora nos vamos a Bjørgvin, dice Asle

Viviremos en Bjørgvin, dice Alida

Eso es, dice Asle

y Alida se levanta y enciende la vela y por fin ve lo atormentado

que parece Asle, fuera de sí, parece, y entonces empieza a vestirse

ella también

Pero dónde vamos a vivir, dice Alida

Habrá que encontrar una casa en algún sitio, dice él

Seguro que encontramos algo, dice

En Bjørgvin hay muchas casas, allí hay mucho de todo, así que

algo encontraremos, dice

Con todas las casas que hay en Bjørgvin, creo que

encontraremos algo, dice

y coge los dos hatillos y se los echa al hombro y agarra la caja

del violín y Alida toma la vela y abre la puerta y sale delante de él y

baja la escalera despacio, en silencio, y él la sigue en silencio

también

Me llevo algo de comida, dice Alida

Muy bien, dice Asle

Espérame fuera, dice ella

y Asle sale al zaguán y Alida entra en la despensa y encuentra

dos bolsas y mete en ellas chacina, pan ácimo y mantequilla y luego

sale al zaguán y abre la puerta y, al ver a Asle delante de la casa, le

tiende las bolsas y él va hacia ella y las coge

Pero qué va a decir tu madre, dice

Que diga lo que quiera, dice Alida

Sí, pero, dice Asle

y Alida vuelve a entrar en la casa y se dirige a la cocina y

ciertamente ella sabe dónde esconde la madre el dinero, lo guarda

en la parte alta del armario, en un cofrecillo, y Alida saca un taburete

y lo coloca delante del armario y se sube y abre y ahí, ahí al fondo,

está el cofrecillo, y consigue abrirlo y saca el dinero que hay y

devuelve el cofrecillo al fondo y cierra de nuevo la puerta y ahí está

ella subida al taburete con el dinero en la mano cuando se abre la

puerta que da a la sala y ve el rostro de madre Herdis a la luz de la

vela que lleva la madre en la mano

Qué haces, dice madre Herdis

y ahí está Alida y se baja del taburete

Qué tienes en la mano, dice madre Herdis

Hay que ver, dice

Eres increíble, dice

A esto has llegado, a robar, dice

Te voy a dar, dice

Robas a tu propia madre, dice

Hay que ver, dice

Eres igual que tu padre, dice

Chusma como él, dice

Y una ramera, dice

Mírate, dice

Dame el dinero, dice

Dame el dinero ahora mismo, dice

Serás zorra, dice madre Herdis

y agarra la mano de Alida

Suéltame, dice Alida

Suelta, dice madre Herdis

Suéltame, zorra, dice

Ni loca te suelto, dice Alida

Robar a tu propia madre, dice madre Herdis

y Alida pega a madre Herdis con la mano que tiene libre

Pegas a tu propia madre, dice madre Herdis

Eres peor que tu padre, dice

A mí no me pega nadie, dice

y madre Herdis agarra a Alida de los pelos y tira y Alida grita y a

su vez agarra a madre Herdis de los pelos y tira y entonces aparece

Asle y agarra la mano de madre Herdis y consigue que suelte a

Alida y la mantiene sujeta

Sal, dice Asle

Salgo, dice Alida

Sí, sal, dice él

Coge el dinero, sal y espérame fuera, dice Asle

y Alida estruja los billetes y sale y se para junto a los hatillos y

las bolsas y hace frío y se ven estrellas, y la luna brilla y no oye

nada y entonces ve a Asle salir de la casa y venir a su encuentro y

Alida le tiende los billetes y él los coge y los dobla y luego se los

mete en el bolsillo y entonces Alida coge una bolsa con cada mano

y Asle se echa al hombro los hatillos con todo lo que tienen y coge

la caja del violín y luego dice que ya es hora de marcharse y

empiezan a bajar por la Cuesta y ninguno dice nada y la noche es

clara y las estrellas brillan y la luna resplandece y descienden la

Cuesta y abajo está la Caseta y ahí está amarrada la barca

Pero podremos coger la barca sin más, dice Alida

Sí, podemos, dice Asle

Pero, dice Alida

Podemos coger la barca sin problema, dice Asle

Podemos coger la barca y podemos navegar hasta Bjørgvin, dice

No tengas miedo, dice

y Asle y Alida bajan hasta la barca y él la trae a la orilla y echa

dentro los hatillos y las bolsas y la caja del violín, y Alida embarca, y

entonces Asle suelta el amarre y luego rema un rato y dice que hace

buen tiempo, la luna resplandece y las estrellas brillan, hace frío y el

cielo está despejado, y sopla un buen viento para navegar

tranquilamente hacia el sur, dice, así que no tendrán problemas para

llegar a Bjørgvin, dice y Alida no quiere preguntar si conoce la ruta y

Asle dice que recuerda bien aquella vez que él y su padre

navegaron a Bjørgvin, sabe más o menos por dónde ir, dice, y Alida

va sentada en el banco y ve a Asle recoger los remos e izar la vela y

luego lo ve sentarse al timón y la barca se aleja de Dylgja y Alida se

vuelve y ve, tan clara es la noche de finales de otoño, ve la casa en

la Cuesta, y la casa parece malvada, y ve el Peñasco donde Asle y

ella cogieron por costumbre encontrarse, donde ella se quedó

preñada, donde engendraron al niño al que parirá pronto, aquel es

su sitio, aquel es su hogar y Alida ve la Caseta donde Asle y ella

pasaron unos meses y en ese momento la barca dobla el cabo y

entonces ve montañas, islotes y escollos y la barca avanza

lentamente

Échate a dormir, si quieres, dice Asle

Puedo, de verdad, dice Alida

Claro que sí, dice Asle

Cúbrete bien con las mantas y échate ahí delante, dice

y Alida deslía uno de los hatillos y saca las cuatro mantas que

tienen y prepara una cama en la proa y se envuelve bien y luego se

tiende a escuchar cómo el mar le hace cosquillas a la barca y Alida

se funde con el suave cabeceo y todo es cálido y bueno en la noche

fría, y levanta la vista hacia las estrellas claras y la luna

resplandeciente

Ahora empieza la vida, dice

Ahora nos adentramos en la vida, dice Asle

No creo que logre dormirme, dice ella

Aun así puedes descansar un poco, dice él

Se está muy bien aquí acostada, dice ella

Qué bien que estés bien, dice él

Sí que estamos bien, dice Alida

y entonces oye una ola romper y oye una ola alejarse, y la luna

brilla y la noche es como un extraño día y la barca avanza y avanza,

hacia el sur, a lo largo de la orilla

No estás cansado, dice Alida

No, estoy muy despabilado, dice Asle

y entonces Alida ve a madre Herdis llamándola zorra y luego la

ve una Nochebuena, trayendo las costillas de cordero curadas, tan

feliz, tan hermosa y tan buena, y no con ese pesado sufrimiento en

el que se hundía tan a menudo, y Alida sencillamente se marchó, ni

siquiera se despidió de madre Herdis, ni tampoco de hermana Oline,

cogió la comida que encontró y la metió en las dos bolsas y después

cogió el dinero que había en la casa y sencillamente se marchó, y

nunca, nunca más volverá a ver a madre Herdis, eso lo sabe, y ha

visto por última vez la casa en la Cuesta, de eso está segura, y

nunca volverá a ver Dylgja, pero si no se hubiera marchado así,

habría ido a madre Herdis y le habría dicho que no volvería a

molestarla nunca, ni entonces ni más adelante en la vida, ya se iba,

todo había acabado entre ellas, habría dicho, nunca volverían a

molestarse la una a la otra y nunca volvería a verla a ella igual que

nunca había vuelto a ver a padre Aslak después de que

desapareciera, ahora era ella quien se marchaba para no volver y

cuando madre Herdis seguramente preguntara adónde iban, Alida

habría dicho que no se preocupara y madre Herdis habría dicho que

le daría algo de comida y le habría preparado alguna cosa y luego

habría sacado el cofrecillo con el dinero y le habría dado un poco y

habría dicho que no quería enviar a su hija al mundo con las manos

vacías, y nunca volverá a ver a madre Herdis y Alida abre los ojos y

ve que han desaparecido las estrellas y que ya no es de noche y se

incorpora y ve a Asle sentado al timón

Estás despierta, dice él

Qué bien, dice

Buenos días, dice

Buenos días a ti también, dice Alida


fuente:

 Originalmente publicado en Noruega como Andvake (2007), Olavs

draumar (2012) y Kveldsvaevd (2014) en Det Norske Samlaget. Los

tres libros fueron publicados juntos comoTrilogien en Det Norske

Samlaget en 2014.

© Copyright 2014 by Jon Fosse

Publicado con el permiso de Winje Agency A/S, Sklensgate, 12,

3912 Porsgrunn, Norway.

© De la traducción: Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun

La publicación de esta traducción ha recibido ayuda financiera de

NORLA, Norwegian Literature Abroad.

De esta edición:

© De Conatus Publicaciones S.L.

Casado del Alisal, 10. 28014 Madrid

www.deconatus.com

Primera edición: octubre de 2018

Diseño: Álvaro Reyero Pita

ISBN: 978-84-17375-15-7

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni

almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna

forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante

fotocopia, grabación ni otra manera sin previo permiso de los

editores.

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

comunicacion.deconatus@deconatus.com

viernes, 3 de enero de 2020

Jo Nesbø El redentor (Harry Hole 06)


     
 
Jo Nesbø
El redentor
(Harry Hole 06)

  Título original: Frelseren
© de la traducción: Carmen Montes Cano y Ada Berntsen, 2012.
  ¿Quién es este que viene de Edom,  con las ropas al rojo vivo de Bosrá?

             ¿Quién es este de espléndido vestido,  que camina con plenitud de fuerza?

—Soy yo, que proclamo justicia,  que tengo poder para salvar.

ISAÍAS, 63



             
 PRIMERA PARTE


Adviento


1


AGOSTO, 1991

LAS ESTRELLAS


Tenía catorce años y estaba segura de que, si cerraba los ojos y se concentraba, podría ver las estrellas a través del techo.
A su alrededor respiraban varias mujeres. Era una respiración propia del sueño, acompasada, profunda. Solo una roncaba, la tía Sara, a la que habían colocado en un colchón bajo la ventana abierta.
Cerró los ojos e intentó respirar como las demás. Era difícil dormir, en particular desde que todo lo que la rodeaba se había vuelto de pronto tan nuevo y diferente. Los sonidos de la noche y del bosque que se extendía al otro lado de la ventana en Østgård eran distintos. Las personas a las que tan bien conocía de las reuniones en el Templo y de los campamentos de verano ya no eran las mismas. Ella tampoco era la misma. Aquel verano, la cara y el cuerpo que le devolvía el espejo del lavabo parecían otros. Al igual que sus sentimientos, esas extrañas oleadas de frío y calor que le recorrían el cuerpo cuando alguno de los chicos la miraba. En concreto, cuando la miraba uno de ellos. Robert. Aquel año, él también se había convertido en otra persona.
Abrió los ojos de par en par. Sabía que Dios tenía poder para hacer grandes cosas, incluso para dejarle ver las estrellas a través del techo. Si Él quería.
Había sido un día largo y lleno de acontecimientos. El viento seco del verano silbaba entre las espigas de los campos, y las hojas de los árboles bailaban una danza febril de modo que la luz se vertía a raudales sobre los veraneantes tumbados en el césped del patio. Estaban oyendo a uno de los cadetes de la Escuela de Oficiales del Ejército de Salvación hablar sobre su trabajo como predicador en las islas Feroe. Era atractivo y se expresaba con gran sensibilidad y entusiasmo.
Pero ella se había entretenido espantando un abejorro que le zumbaba alrededor de la cabeza y, cuando este desapareció repentinamente, el calor ya la había dejado aletargada. Cuando el cadete terminó, los ojos de todos los presentes se posaron en el comisionado, David Eckhoff, que les devolvió la mirada con unos ojos risueños y jóvenes pese a tener más de cincuenta años. Realizó el saludo propio del Ejército de Salvación que consistía en levantar la mano derecha por encima del hombro, apuntar con el dedo índice hacia el reino de los cielos y pronunciar un rotundo «¡Aleluya!». Luego pidió que bendijeran la labor del cadete entre pobres y marginados, recordando a todos lo que dice el Evangelio de San Mateo, a saber, que Jesús, el Redentor, podía andar vagando entre ellos por las calles como un extraño, quizá como un presidiario, sin comida ni ropa. Y que los justos, los que hubieran ayudado a los necesitados, alcanzarían la vida eterna en el día del juicio final. Aquel discurso prometía ser largo, pero entonces se oyó un murmullo y él se echó a reír diciendo que, según el programa, había llegado el momento del Cuarto de Hora de la Juventud, y que hoy le tocaba el turno a Rikard Nilsen.
Ella se dio cuenta de que Rikard intentaba que su voz sonara más adulta cuando dio las gracias al comisionado. Como de costumbre, Rikard llevaba el discurso por escrito y se lo había aprendido de memoria. Y allí estaba, hablando acerca de aquella lucha a la que quería dedicar su vida, la lucha de Jesús por el reino de Dios. Lo hizo con un tono nervioso pero monótono y soporífero al mismo tiempo. Detuvo sobre ella la mirada ceñuda e introvertida. Ella parpadeó al reparar en el labio superior, que, sudoroso, se movía a medida que formaba frases conocidas, confiadas, aburridas. Así que no reaccionó cuando una mano le tocó la espalda. No hasta que las yemas de los dedos descendieron por la columna hacia la región lumbar y más abajo, y le provocaron un escalofrío bajo la tela ligera del vestido veraniego.
Se dio la vuelta y vio los ojos marrones y sonrientes de Robert. Le habría gustado tener la piel tan morena como la suya para disimular el rubor de las mejillas.
—¡Silencio! —dijo Jon.
Robert y Jon eran hermanos. A pesar de que Jon era un año mayor, de pequeños mucha gente los tomaba por gemelos. Pero Robert ya tenía dieciséis años, y aunque ambos conservaban el parecido, las diferencias resultaban más obvias. Robert era alegre, despreocupado, le gustaba tomar el pelo a la gente y tocaba muy bien la guitarra, pero nunca llegaba puntual a los sermones que se celebraban en el Templo, y a veces se pasaba un poco con sus bromas, sobre todo si se daba cuenta de que los demás le reían la gracia. En esas ocasiones, Jon solía intervenir. Era un chico honrado y responsable. La gente pensaba que iría a la Escuela de Oficiales y, aunque no lo decían expresamente, también pensaban que encontraría novia en el seno del Ejército, lo que no podía considerarse tan evidente tratándose de Robert. Jon era dos centímetros más alto que su hermano, pero curiosamente, este parecía más alto. Eso se debía a que a los doce años Jon empezó a encorvarse, como si llevara todo el peso del mundo sobre sus espaldas. Ambos eran morenos y tenían rasgos delicados y atractivos, pero Robert poseía algo que a Jon le faltaba. Algo que se adivinaba detrás de sus ojos, algo oscuro y juguetón que ella no estaba segura de querer descubrir.
Mientras Rikard hablaba, ella recorrió con la mirada las muchas caras conocidas de la congregación. Un día se casaría con un chico del Ejército de Salvación, puede que los destinaran a otra ciudad, a otra parte del país. Pero siempre volverían a Østgård, al lugar que el Ejército acababa de comprar, y que desde ahora sería el destino común de sus vacaciones.
Apartado de la congregación, en la escalera de la casa, se había sentado un chico rubio que acariciaba a un gato que tenía en el regazo. Por la expresión de su cara, ella supo que había estado mirándola, pero le había dado tiempo de apartar la mirada antes de que lo sorprendiera. Era la única persona allí presente a la que no conocía, pero sabía que se llamaba Mads Gilstrup, que era nieto de los que habían sido los dueños de Østgård, que era un par de años mayor que ella y que la familia Gilstrup era rica. Sí, bueno, era bastante guapo, pero tenía un aire solitario. Por cierto, ¿qué estaría haciendo allí? Había llegado la noche anterior y lo habían visto deambulando por ahí con semblante enojado, sin hablar con nadie. Pero ella ya había advertido su mirada un par de veces. Todo el mundo la miraba aquel año. Eso también era una novedad.
Robert vino a sacarla de sus pensamientos cogiéndole la mano y, depositando un objeto en ella, le dijo:
—Ven al granero cuando el aspirante a general haya terminado. Quiero enseñarte algo.
Robert se puso de pie y se marchó, y ella estuvo a punto de soltar un grito cuando se miró la mano. Se tapó la boca con la otra mano y dejó caer al suelo lo que le había dado. Era un abejorro. Aún se movía, pero no tenía patas ni alas.
Rikard terminó por fin, y ella se quedó mirando cómo sus padres y los de Robert y Jon se acercaban a las mesas donde servían el café. Ambas eran lo que el Ejército llamaba «familias fuertes» dentro de sus respectivas congregaciones de Oslo, y ella sabía que la tenían vigilada.
Se dirigió a la letrina y, al doblar la esquina y comprobar que nadie la veía, echó a correr en dirección al granero.
—¿Sabes qué es esto? —preguntó Robert con ojos risueños y esa voz grave que no tenía el verano anterior.
Estaba tumbado en el heno tallando una raíz con la navaja que siempre llevaba en el cinturón.
Levantó la raíz y ella vio de qué se trataba. Lo había visto en dibujos. Esperaba que estuviera suficientemente oscuro como para que él no se diera cuenta de que volvía a sonrojarse.
—No —mintió y se sentó a su lado en el heno.
Y él la miró burlón, como si supiera de su persona algo que ni siquiera ella misma conocía. Y ella le devolvió la mirada y se recostó apoyándose en los codos.
—Algo que debe llegar hasta aquí —dijo y, en un abrir y cerrar de ojos, tenía la mano debajo del vestido.
Ella sintió la raíz dura contra la parte interior del muslo. Aún no había tenido tiempo de cerrar las piernas, cuando notó que le rozaba las braguitas. Sintió en el cuello la respiración cálida de Robert.
—No, Robert —susurró.
—Es que lo he hecho especialmente para ti —resopló él.
—Para, no quiero.
—¿Me estás rechazando? ¿A mí?
Ella se quedó sin resuello, sin poder contestar ni gritar, cuando, de repente, oyeron la voz de Jon desde la puerta del granero.
—¡Robert! ¡No, Robert!
Ella notó que soltaba la mano, que la apartaba, y la raíz quedó atrapada entre sus piernas.
—¡Ven aquí! —dijo Jon con un tono que parecía reservado a un perro desobediente.
Robert se levantó riendo; le guiñó un ojo, y echó a correr hacia el sol, donde se encontraba su hermano.
Ella permaneció sentada, sacudiéndose el heno y sintiéndose aliviada y avergonzada al mismo tiempo. Aliviada porque Jon había interrumpido aquel juego alocado. Avergonzada porque parecía que él se lo había tomado como algo más de lo que era: un juego.
Más tarde, durante la oración de la cena, miró los ojos castaños de Robert y vio que formaba con los labios una palabra que ella no entendió, pero se echó a reír de todos modos. ¡Estaba loco! ¿Y ella...? ¿Lo estaba ella? Loca, ella también lo estaba. Loca. ¿Y enamorada? Sí, enamorada, exactamente. Y no enamorada como a los doce o trece años. Ahora tenía catorce, y todo era más serio. Más importante. Y más emocionante.
Sintió que la risa le ascendía otra vez, como burbujas, mientras yacía intentando atravesar el techo con la mirada.
La tía Sara gruñó y dejó de roncar bajo la ventana. Se oyó ulular a un animal. ¿Sería un búho?
Tenía que hacer pis.
Le daba pereza, pero tenía que hacerlo. Debía caminar sobre la hierba húmeda de rocío y pasar junto al granero que, de noche, estaba oscuro y totalmente transformado. Cerró los ojos, pero de nada le sirvió. Salió del saco de dormir, metió los pies en las sandalias y se encaminó de puntillas hacia la puerta.
Unas cuantas estrellas se dejaban ver en el cielo, pero volverían a desaparecer al cabo de una hora, cuando el sol saliera por el este. El aire fresco le acariciaba la piel mientras corría oyendo sonidos nocturnos cuya procedencia ignoraba, insectos que permanecían quietos durante el día, animales cazando. Rikard dijo que había visto zorros en la arboleda. O quizás eran los mismos animales que se movían durante el día, pero emitían sonidos diferentes. Cambiaban. Como si mudaran la piel.
La letrina quedaba apartada, sobre una pequeña colina que se alzaba tras el granero. Vio cómo iba aumentando de tamaño conforme se acercaba. La cabaña, sorprendente e inclinada, estaba hecha de tablones de madera sin pintar que, de tan viejos, se veían torcidos, agrietados y grises. Sin ventanas, solamente un corazón en la puerta. Pero lo peor de la letrina era que resultaba imposible saber si ya había alguien sentado allí dentro.
Y ella tuvo la firme sensación de que había alguien.
Tosió para que la persona que la estaba usando le advirtiese que estaba ocupada.
Una urraca alzó el vuelo desde una rama en la orilla del bosque. Por lo demás, todo estaba en calma.
Subió el peldaño de piedra. Agarró el taco de madera que hacía de picaporte y tiró de él. Entonces se desveló ante ella un espacio cavernoso.
Lanzó un suspiro. Había una linterna junto al asiento de la letrina, pero no la necesitaba. Corrió la tapa de la letrina antes de cerrar la puerta y echar el gancho. Se levantó el camisón, se bajó las braguitas y se sentó. En el silencio que siguió después, le pareció oír algo. Algo que no provenía de un animal, ni de la urraca ni de los insectos que habían abandonado el capullo. Algo que se movía rápidamente sobre la hierba alta que crecía tras la letrina. El ruido se acalló en cuanto empezó a caer el chorro. Pero el corazón ya había empezado a latirle con fuerza.
Cuando acabó, se subió rápidamente las braguitas y esperó en la oscuridad, aguzando el oído. Pero lo único que pudo distinguir fue un suave susurro entre las copas de los árboles y su propia sangre bombeándole en las sienes. Esperó hasta que se le reguló el pulso, quitó el gancho y abrió la puerta. La oscura silueta llenaba prácticamente todo el hueco. Había estado esperando en el peldaño, totalmente inmóvil. De pronto, se vio sobre el asiento del retrete con él de pie, inclinado sobre ella. Cerró la puerta tras de sí.
—¿Tú? —preguntó ella.
—Yo —respondió con una voz extraña, temblorosa y bronca.
Se abalanzó sobre ella. Los ojos le brillaban en la oscuridad. Le mordió el labio inferior hasta hacerla sangrar y coló una mano por debajo del camisón para quitarle las bragas con violencia. Y ella se quedó paralizada bajo el filo de la navaja que le quemaba la piel del cuello mientras él, cual perro en celo, la embestía con los genitales incluso antes de haberse quitado los pantalones.
—Una palabra, y te corto en pedazos —susurró.

Pero ella nunca pronunció una palabra. Porque tenía catorce años y estaba segura de que si cerraba los ojos con fuerza y se concentraba, podría ver las estrellas a través del techo. Dios tenía poder para hacer cosas así. Si Él quería.

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