sábado, 19 de julio de 2025

“Entre la suite europea y el banco de plaza: dos maneras de no escribir sobre dictadores”

 



Entre la suite europea y el banco de plaza: dos maneras de no escribir sobre dictadores

📚 Los escritores que no fueron censurados… sino promocionados

Hay autores tan afortunados que ni siquiera necesitan agente literario: basta con que un dictador los “persiga” para que su obra se multiplique en visibilidad internacional. Lo que para otros sería ruina, para estos escritores fue marketing estatal gratuito. ¡Casi podría decirse que el régimen los catapultó más que cualquier editorial!

🏛️ El exilio como Airbnb literario

Desde que cruzan las fronteras, no hay festival en Europa o América que no los acoja como símbolos vivientes de resistencia… mientras disfrutan de cenas exquisitas, apartamentos en barrios nobles y vidas tan “perseguidas” que los persiguen únicamente los recepcionistas con facturas en hoteles cinco estrellas.

🎤 Los disidentes de vitrina

Critican desde lejos, ladran desde conferencias, pero nunca se les ha visto discutir en la plaza de su ciudad. En lugar de enfrentarse a la realidad nacional con palabras encarnadas, prefieren las metáforas tibias y el susurro elegante del salón de actos parisino. La barricada siempre queda al otro lado del Atlántico.

📖 Los novelistas que esquivan al dictador como si fuera spoiler

Curiosamente, en sus novelas —que deberían ser testigos del horror— el dictador nunca aparece. Hay policías genéricos, sombras burocráticas, pero el verdadero rostro del poder… se borra como si la tinta tuviera cláusula de evasión. Una novela sobre el caudillo que los convirtió en celebridad literaria sería demasiado sincera. Y claro, uno no muerde la mano que lo exilia en cómodos sillones europeos.

🕯️ El otro escritor: Borges

“El que no se fue, aunque lo empujaron”

Hay escritores que se marchan con pasaporte diplomático y lágrimas de prensa. Y hay otros que se quedan, no por comodidad, sino por convicción estoica. Borges, humillado por el régimen peronista —que lo degradó de bibliotecario a inspector de aves y lo mantuvo brevemente prisionero junto a su madre— jamás convirtió su dolor en espectáculo. No hubo conferencias en Bruselas ni entrevistas en Viena para denunciar a su opresor. Hubo literatura. Y hubo presencia.

Mientras otros ladran desde la acera de enfrente, Borges caminó por la plaza San Martín entre bombos pagados por la CGT, y cuando lo reconocieron, firmó autógrafos con ironía y dignidad. No huyó. No se disfrazó de mártir. Se quedó en su patria, ciego pero lúcido, escribiendo contra la idiotez institucional y la opresión que fomenta el servilismo.

📚 La literatura como resistencia sin pancarta

Borges no necesitó escribir una novela sobre el dictador. Le bastaron frases que hoy son aforismos de lucidez:

“Las dictaduras fomentan la crueldad... pero más abominable es que fomenten la idiotez.”

Y cuando le preguntaron por Perón, respondió:

“No me interesan los millonarios. Tampoco me interesan las prostitutas.”

No hubo exilio dorado. Hubo resistencia desde la biblioteca, desde el aula, desde la palabra. Borges fue el escritor que no se fue, porque entendía que el verdadero heroísmo no está en la fuga, sino en permanecer sin rendirse.


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