domingo, 12 de junio de 2022

Michel de Montaigne 1533 I 1592. GENIOS. HAROLD BLOOM.




 [80]

Michel de Montaigne

1533 I 1592

e l p r im e r o de l o s e n s a y is t a s personales sigue siendo con mucho el

mejor; Montaigne inventó el término “ ensayo” para referirse a una

prueba de su juicio con base en el estudio de uno mismo. Sus Ensayos

tuvieron éxito inmediato y siguen teniéndolo entre los lectores juiciosos

de todo el mundo. Escritor sabio, declaradamente en la tradición de

Séneca y Plutarco, Montaigne sigue siendo profundamente original, no

tanto en este género del ensayo personal como en su extenso e íntimo

autorretrato, que tampoco tenía precedentes. Agustín nos da su autobiografía

espiritual, que culmina con su conversión; Montaigne nos da

todo su ser. El más elevado tributo proviene de Emerson: “ Corta estas

palabras y sangrarán; son vasculares y vivientes” .

Dirigiéndose a su lector, Montaigne exclama con precisión: “Yo

mismo soy la materia de mi libro” 19. Creyó haberse retirado de la vida

pública en 1570 para escribir sus Ensayos, pero se le pidió que regresara

para servir como alcalde de Burdeos, en calidad de mediador entre

Enrique 111 de Francia y el protestante Enrique de Navarra, quien se convirtió

en Enrique iv, el más dotado de los reyes franceses. De no haber

intervenido la muerte, Montaigne se habría convertido en un consejero

decisivo en la corte de Enrique iv. A pesar de la admiración que sentía

por Navarra, su coterráneo, Montaigne sin duda habría lamentado

su perdido retiro. La influencia de sus Ensayos en su vida es comparable

con el efecto de Don Quijote en Cervantes. Después de la primera

edición, en 1580, Montaigne pasó los siguientes doce años de su vida

revisando y reviviendo su libro.

La experiencia transformadora de la vida de Montaigne se presentó

en 1576 e incluyó a Sócrates, que desde entonces se convirtió en su

mentor. El Sócrates de Montaigne, al igual que el Platón de Montaigne,

era “ un poeta desconectado” , absolutamente inaceptable para el autor

de La república y Las leyes. No se puede menos que alabar la agudeza de

Montaigne al percibir la diferencia esencial entre Sócrates y Platón. Para

Platón, la naturaleza no es precisamente benigna y es necesario desalentar

cualquier tipo de sexualidad, excepto la necesaria para la propaga[

81]

ción. Sócrates tenía una visión más generosa del hombre natural, visión

que después de 1576 se convierte en la de Montaigne, quien considera

a Sócrates el hombre más sabio que haya existido jamás. Si bien Sócrates

nunca escribió nada, su postura dialéctica se convirtió en la base de las

pruebas a las que Montaigne sometió su propio juicio, de manera que

la idea del ensayo es socrática. Ser un hombre libre es “ saber gozar lealmente

del propio ser”20. Sócrates está más allá de la ansiedad o de cualquier

tipo de temor. Uno de sus últimos ensayos, De la fisonomía (1585-

1588), cita extensamente el discurso de Sócrates a sus jueces y de la

Apología de Platón, para después comentar magníficamente:

¿No es este un alegato claro y sano, mas también ingenuo y sencillo,

de altura inimaginable, verdadero, franco y justo más allá de todo ejemplo...

Debía su vida, no a sí mismo sino al ejemplo del mundo21.

¿No se podría igualmente aplicar esta última frase a Montaigne? El

no habría estado de acuerdo, pues se consideraba a sí mismo un imitador

de Sócrates, un seguidor tardío. Y sin embargo deseaba que su libro sirviese

de ejemplo de lo que el académico Herbert Luthy llamó “ el arte

de ser veraz” . Montaigne sólo escribe por su propio bien, y sin embargo

nos necesita a nosotros, sus lectores, para poder revelarse ante sí mismo.

Tal como Montaigne correctamente advirtió, Sócrates no hablaba sólo

para sí mismo sino para todos aquellos que pudieran beneficiarse. El

autor de los Ensayos es prudente y modesto, pero también amistosamente

ofensivo y no siempre popular entre nuestras feministas de hoy. Una

de sus obras maestras es uno de sus últimos ensayos, Sobre unos versos

de Virgilio, en el que medita sobre la sexualidad. He aquí un centón de

pasajes en los que podemos saborear a Montaigne en toda su candidez:

.. .El matrimonio cuenta con la utilidad, la justicia, el honor y la constancia:

un placer soso, pero más general. El amor se funda únicamente en

el placer, y es el suyo, en verdad, más excitante, más vivo y más agudo; un

placer atizado por la dificultad. Necesita de los dardos y del escozor. Ya

no es amor si carece de flechas y de fuego. La liberalidad de las damas es

demasiado profusa en el matrimonio y embota la punta de la pasión y del

deseo22.

[82]

Hacen muy bien las mujeres al rechazar las normas de vida que rigen

en el mundo, pues las han hecho los hombres sin contar con ellas. Hay

naturalmente artimañas y chanzas entre ellas y nosotros; el más estrecho

entendimiento que podemos tener con ellas, no deja de ser tumultuoso y

tempestuoso23.

¡Oh, furiosa ventaja la de la oportunidad! A quien me preguntara qué

es lo primero en el amor, responderíale que es saber esperar; lo segundo,

lo mismo, e incluso lo tercero: es un punto que todo lo puede24.

Todos huyen de verlo nacer, todos le siguen para verlo morir. Para

destruirlo, se busca un campo espacioso, a plena luz; para construirlo, se

mete uno en un agujero tenebroso y estrecho25.

Montaigne se casó y sólo uno de sus hijos sobrevivió, una hija. En

sus Ensayos hay dos referencias rápidas a su madre, Antoinette de Lopes,

hija de una prominente familia de Toulouse de origen judeo-espaftol.

A la hija le corresponden unas pocas referencias más bien desdeñosas.

Le reservó todo su amor a su padre y a su mejor amigo, La Boétie, muerto

en 1563, después de cuatro años durante los cuales la soledad interior

del ensayista desapareció, sólo para reinstalarse en los restantes treinta

años de su vida. Quizás Enrique de Navarra hubiese llenado ese vacío,

de haber vivido Montaigne después de 1592. A uno le da la sensación

de que este hombre, cuya apariencia exterior era la del gascón “sensual,

normal y corriente” , era en su interior un solitario shakespeariano, un

poco como el Hamlet en quien evidentemente ejerció alguna influencia

(Shakespeare tuvo que haber leído primero el manuscrito de la traducción

de John Florio, pues Florio era de la casa del conde de Southampton).

Donald Frame, traductor contemporáneo de Montaigne y su más

sobresaliente estudioso, observó que cada uno de nosotros tiene su propio

Montaigne, así como tiene su propio Hamlet y su propio don Quijote.

Me gusta este comentario porque el Montaigne que aparece en los

Ensayos es tan vivido que eclipsa a San Agustín, a Goethe y al doctor

Johnson en su papel de un personaje real tan poderosamente retratado

que parece ficticio, un personaje tan literario como mi héroe, sir Juan

Falstaff.

[83]

Herbert Luthy afirmó con mucho énfasis que hay un gran componente

artístico en los caminos que escoge Montaigne para ser veraz:

“Quizás esto es lo que resulta escandaloso en Montaigne: que se contenta

con lo escandaloso y lo fragmentario, no obstante lo cual es radicalmente

lo opuesto a lo trágico” . Así como creo que no hay otro método

para la crítica literaria que uno mismo (cuando es más inteligente, espero),

Montaigne tampoco tiene un método para esa exploración de sí

mismo. Trató de mirarse a sí mismo como lo haría con un vecino, y dejó

a un lado su exitosa y honrosa carrera pública para poder llegar al fondo

de sí mismo. Pero maravillosamente no se convierte en un reduccionista,

a diferencia de la grande dame de Wallace Stevens, “la señora Alfred Uruguay”

, que salmodia “ he limpiado la luz de la luna como si fuese lodo” .

Montaigne, lejos de ser un romántico, no nos da luz de luna porque su

visión del sexo es demasiado pragmática, pero ciertamente no cree que

para conocerlo tal como es sea necesario conocer lo peor de él. Se soporta

con ecuanimidad, como el caballero de Chaucer en Cuentos de Canterbury,

porque nadie sabe mejor que Montaigne que siempre estamos

asistiendo a citas que no hicimos. Católico moderado y realista dedicado,

Montaigne quedó atrapado entre dos bandos durante las sangrientas

guerras civiles religiosas que asolaron Francia. Sitiar y quemar propiedades

eran prácticas comunes en Gascuña, donde los protestantes y los

saqueadores eran fuertes, y Montaigne no se libró de ellas. Decidido a

no convertirse ni en héroe ni en santo, el racional y metódico Montaigne

se retiraba a la torre de su biblioteca cada vez que podía, y vivió para

terminar el grandioso tercer tomo de sus Ensayos con la obra maestra

“De la experiencia” (1587-88). Aquí quisiera detenerme y hacer un comentario

más completo, pues me encuentro en terreno sagrado para mí.

Experiencia, el mejor ensayo de Emerson, es hijo de ese último ensayo

de Montaigne, y yo soy uno de los muchos vástagos tardíos de Emerson.

En sus aproximadamente cuarenta páginas, “De la experiencia” examina

tanto a Montaigne como la condición humana. No puedo pensar

en otro ensayo, en la tradición que va desde Montaigne hasta Freud, que

explore con tanta profundidad la metafísica del yo y que nos exhorte

con tanta convicción a aceptar la necesidad:

Mas no mueres por estar enfermo, mueres por estar vivo. También te

mata la muerte sin el socorro de la enfermedad. Y a algunos les han aleja-

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do las enfermedades de la muerte, habiendo vivido más cuanto más les

parecía estar agonizando26.

¿Qué sé? Sobre la muerte, nada, y en relación con esa nada Montaigne

adopta la postura socrática. Como Sócrates, Montaigne se fortalece

con los años en una total aceptación de sí mismo. “ Es absoluta

perfección y como divina, el saber gozar lealmente del propio ser” 27. Ese

es por mucho el bien supremo, y no el saber de la existencia de un Dios

remoto e incognoscible. Y no hay reducto de nuestro mero ser qué tenga

que ser aprobado:

Yo que me jacto de abrazar con tanto entusiasmo los bienes de la vida,

y tan particularmente, no hallo en ellos, cuando los miro así de atentamente,

nada más que viento. Mas qué, no somos sino viento en todo. Y

aún, el viento, más sabiamente que nosotros, gusta de moverse, de agitarse,

y se contenta con sus propias funciones, sin desear la estabilidad ni la

solidez, cualidades que no son suyas28.

Esta es el tipo de sabiduría que va más allá del desencanto, más allá

del deseo de no ser engañado. Sólo Shakespeare, de entre los más vigorosos

escritores occidentales, exhibe algo parecido a la pragmática desconfianza

hacia la trascendencia de Montaigne:

Quieren salirse fuera de sí y escapar del hombre. Locura es: en lugar

de transformarse en ángeles, transfórmanse en bestias, en lugar de elevarse,

rebájanse. Espántanme esas posturas trascendentes, como los lugares

altos e inaccesibles; y nada me resulta tan difícil de digerir en la vida

de Sócrates como sus éxtasis y sus posesiones demoníacas29.

Emerson, con su propio demonio y sus variados anhelos de trascendencia,

se mostró particularmente cauteloso ante su padre, Montaigne:

¿Podremos decir que Montaigne ha hablado sabiamente y nos ha dado

la recta y permanente expresión del espíritu humano acerca de la conducta

de la vida?30

Sin dejar de mostrarse reverente ante su precursor, Emerson maniobra

hacia la defensa de sus propios éxtasis:

[85]

Quiero aprovechar esta ocasión para celebrar la fiesta de nuestro san

Miguel de Montaigne, contando y describiendo estas dudas o negaciones31.

Emerson se refiere a sus propias dudas y negaciones ante lo que

considera el escepticismo de Montaigne, pero el Montaigne que leemos

en “De la experiencia” es lo que Donald Frame llamaría “ el hombre entero”

. Y sin embargo ese hombre que verifica se siente incómodo con

la posesión demoníaca, aunque el demonio sea el de Sócrates. En su propio

ensayo “Experiencia” , Emerson finalmente cede a su propia sensación

de que el demonio sabe cómo se hace.

No conozco más que la recepción; yo soy y yo tengo, pero no obtengo.

Le digo al genio, si me perdona el proverbio, untado un dedo, untada toda

la mano.

Montaigne es demasiado unitario para dirigirse a su genio o a su

demonio. Este no tenía una existencia independiente para él como sí la

tenía para Sócrates, Emerson, Goethe, W.B. Yeats y tantos otros. Montaigne

nos parece mucho más contemporáneo que Emerson y Goethe,

en parte por esa imagen de persona completa que tan singularmente

representa.

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