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Michel de Montaigne
1533 I 1592
e l p r im e r o de l o s e n s a y is t a s personales sigue siendo con mucho el
mejor; Montaigne inventó el término “ ensayo” para referirse a una
prueba de su juicio con base en el estudio de uno mismo. Sus Ensayos
tuvieron éxito inmediato y siguen teniéndolo entre los lectores juiciosos
de todo el mundo. Escritor sabio, declaradamente en la tradición de
Séneca y Plutarco, Montaigne sigue siendo profundamente original, no
tanto en este género del ensayo personal como en su extenso e íntimo
autorretrato, que tampoco tenía precedentes. Agustín nos da su autobiografía
espiritual, que culmina con su conversión; Montaigne nos da
todo su ser. El más elevado tributo proviene de Emerson: “ Corta estas
palabras y sangrarán; son vasculares y vivientes” .
Dirigiéndose a su lector, Montaigne exclama con precisión: “Yo
mismo soy la materia de mi libro” 19. Creyó haberse retirado de la vida
pública en 1570 para escribir sus Ensayos, pero se le pidió que regresara
para servir como alcalde de Burdeos, en calidad de mediador entre
Enrique 111 de Francia y el protestante Enrique de Navarra, quien se convirtió
en Enrique iv, el más dotado de los reyes franceses. De no haber
intervenido la muerte, Montaigne se habría convertido en un consejero
decisivo en la corte de Enrique iv. A pesar de la admiración que sentía
por Navarra, su coterráneo, Montaigne sin duda habría lamentado
su perdido retiro. La influencia de sus Ensayos en su vida es comparable
con el efecto de Don Quijote en Cervantes. Después de la primera
edición, en 1580, Montaigne pasó los siguientes doce años de su vida
revisando y reviviendo su libro.
La experiencia transformadora de la vida de Montaigne se presentó
en 1576 e incluyó a Sócrates, que desde entonces se convirtió en su
mentor. El Sócrates de Montaigne, al igual que el Platón de Montaigne,
era “ un poeta desconectado” , absolutamente inaceptable para el autor
de La república y Las leyes. No se puede menos que alabar la agudeza de
Montaigne al percibir la diferencia esencial entre Sócrates y Platón. Para
Platón, la naturaleza no es precisamente benigna y es necesario desalentar
cualquier tipo de sexualidad, excepto la necesaria para la propaga[
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ción. Sócrates tenía una visión más generosa del hombre natural, visión
que después de 1576 se convierte en la de Montaigne, quien considera
a Sócrates el hombre más sabio que haya existido jamás. Si bien Sócrates
nunca escribió nada, su postura dialéctica se convirtió en la base de las
pruebas a las que Montaigne sometió su propio juicio, de manera que
la idea del ensayo es socrática. Ser un hombre libre es “ saber gozar lealmente
del propio ser”20. Sócrates está más allá de la ansiedad o de cualquier
tipo de temor. Uno de sus últimos ensayos, De la fisonomía (1585-
1588), cita extensamente el discurso de Sócrates a sus jueces y de la
Apología de Platón, para después comentar magníficamente:
¿No es este un alegato claro y sano, mas también ingenuo y sencillo,
de altura inimaginable, verdadero, franco y justo más allá de todo ejemplo...
Debía su vida, no a sí mismo sino al ejemplo del mundo21.
¿No se podría igualmente aplicar esta última frase a Montaigne? El
no habría estado de acuerdo, pues se consideraba a sí mismo un imitador
de Sócrates, un seguidor tardío. Y sin embargo deseaba que su libro sirviese
de ejemplo de lo que el académico Herbert Luthy llamó “ el arte
de ser veraz” . Montaigne sólo escribe por su propio bien, y sin embargo
nos necesita a nosotros, sus lectores, para poder revelarse ante sí mismo.
Tal como Montaigne correctamente advirtió, Sócrates no hablaba sólo
para sí mismo sino para todos aquellos que pudieran beneficiarse. El
autor de los Ensayos es prudente y modesto, pero también amistosamente
ofensivo y no siempre popular entre nuestras feministas de hoy. Una
de sus obras maestras es uno de sus últimos ensayos, Sobre unos versos
de Virgilio, en el que medita sobre la sexualidad. He aquí un centón de
pasajes en los que podemos saborear a Montaigne en toda su candidez:
.. .El matrimonio cuenta con la utilidad, la justicia, el honor y la constancia:
un placer soso, pero más general. El amor se funda únicamente en
el placer, y es el suyo, en verdad, más excitante, más vivo y más agudo; un
placer atizado por la dificultad. Necesita de los dardos y del escozor. Ya
no es amor si carece de flechas y de fuego. La liberalidad de las damas es
demasiado profusa en el matrimonio y embota la punta de la pasión y del
deseo22.
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Hacen muy bien las mujeres al rechazar las normas de vida que rigen
en el mundo, pues las han hecho los hombres sin contar con ellas. Hay
naturalmente artimañas y chanzas entre ellas y nosotros; el más estrecho
entendimiento que podemos tener con ellas, no deja de ser tumultuoso y
tempestuoso23.
¡Oh, furiosa ventaja la de la oportunidad! A quien me preguntara qué
es lo primero en el amor, responderíale que es saber esperar; lo segundo,
lo mismo, e incluso lo tercero: es un punto que todo lo puede24.
Todos huyen de verlo nacer, todos le siguen para verlo morir. Para
destruirlo, se busca un campo espacioso, a plena luz; para construirlo, se
mete uno en un agujero tenebroso y estrecho25.
Montaigne se casó y sólo uno de sus hijos sobrevivió, una hija. En
sus Ensayos hay dos referencias rápidas a su madre, Antoinette de Lopes,
hija de una prominente familia de Toulouse de origen judeo-espaftol.
A la hija le corresponden unas pocas referencias más bien desdeñosas.
Le reservó todo su amor a su padre y a su mejor amigo, La Boétie, muerto
en 1563, después de cuatro años durante los cuales la soledad interior
del ensayista desapareció, sólo para reinstalarse en los restantes treinta
años de su vida. Quizás Enrique de Navarra hubiese llenado ese vacío,
de haber vivido Montaigne después de 1592. A uno le da la sensación
de que este hombre, cuya apariencia exterior era la del gascón “sensual,
normal y corriente” , era en su interior un solitario shakespeariano, un
poco como el Hamlet en quien evidentemente ejerció alguna influencia
(Shakespeare tuvo que haber leído primero el manuscrito de la traducción
de John Florio, pues Florio era de la casa del conde de Southampton).
Donald Frame, traductor contemporáneo de Montaigne y su más
sobresaliente estudioso, observó que cada uno de nosotros tiene su propio
Montaigne, así como tiene su propio Hamlet y su propio don Quijote.
Me gusta este comentario porque el Montaigne que aparece en los
Ensayos es tan vivido que eclipsa a San Agustín, a Goethe y al doctor
Johnson en su papel de un personaje real tan poderosamente retratado
que parece ficticio, un personaje tan literario como mi héroe, sir Juan
Falstaff.
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Herbert Luthy afirmó con mucho énfasis que hay un gran componente
artístico en los caminos que escoge Montaigne para ser veraz:
“Quizás esto es lo que resulta escandaloso en Montaigne: que se contenta
con lo escandaloso y lo fragmentario, no obstante lo cual es radicalmente
lo opuesto a lo trágico” . Así como creo que no hay otro método
para la crítica literaria que uno mismo (cuando es más inteligente, espero),
Montaigne tampoco tiene un método para esa exploración de sí
mismo. Trató de mirarse a sí mismo como lo haría con un vecino, y dejó
a un lado su exitosa y honrosa carrera pública para poder llegar al fondo
de sí mismo. Pero maravillosamente no se convierte en un reduccionista,
a diferencia de la grande dame de Wallace Stevens, “la señora Alfred Uruguay”
, que salmodia “ he limpiado la luz de la luna como si fuese lodo” .
Montaigne, lejos de ser un romántico, no nos da luz de luna porque su
visión del sexo es demasiado pragmática, pero ciertamente no cree que
para conocerlo tal como es sea necesario conocer lo peor de él. Se soporta
con ecuanimidad, como el caballero de Chaucer en Cuentos de Canterbury,
porque nadie sabe mejor que Montaigne que siempre estamos
asistiendo a citas que no hicimos. Católico moderado y realista dedicado,
Montaigne quedó atrapado entre dos bandos durante las sangrientas
guerras civiles religiosas que asolaron Francia. Sitiar y quemar propiedades
eran prácticas comunes en Gascuña, donde los protestantes y los
saqueadores eran fuertes, y Montaigne no se libró de ellas. Decidido a
no convertirse ni en héroe ni en santo, el racional y metódico Montaigne
se retiraba a la torre de su biblioteca cada vez que podía, y vivió para
terminar el grandioso tercer tomo de sus Ensayos con la obra maestra
“De la experiencia” (1587-88). Aquí quisiera detenerme y hacer un comentario
más completo, pues me encuentro en terreno sagrado para mí.
Experiencia, el mejor ensayo de Emerson, es hijo de ese último ensayo
de Montaigne, y yo soy uno de los muchos vástagos tardíos de Emerson.
En sus aproximadamente cuarenta páginas, “De la experiencia” examina
tanto a Montaigne como la condición humana. No puedo pensar
en otro ensayo, en la tradición que va desde Montaigne hasta Freud, que
explore con tanta profundidad la metafísica del yo y que nos exhorte
con tanta convicción a aceptar la necesidad:
Mas no mueres por estar enfermo, mueres por estar vivo. También te
mata la muerte sin el socorro de la enfermedad. Y a algunos les han aleja-
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do las enfermedades de la muerte, habiendo vivido más cuanto más les
parecía estar agonizando26.
¿Qué sé? Sobre la muerte, nada, y en relación con esa nada Montaigne
adopta la postura socrática. Como Sócrates, Montaigne se fortalece
con los años en una total aceptación de sí mismo. “ Es absoluta
perfección y como divina, el saber gozar lealmente del propio ser” 27. Ese
es por mucho el bien supremo, y no el saber de la existencia de un Dios
remoto e incognoscible. Y no hay reducto de nuestro mero ser qué tenga
que ser aprobado:
Yo que me jacto de abrazar con tanto entusiasmo los bienes de la vida,
y tan particularmente, no hallo en ellos, cuando los miro así de atentamente,
nada más que viento. Mas qué, no somos sino viento en todo. Y
aún, el viento, más sabiamente que nosotros, gusta de moverse, de agitarse,
y se contenta con sus propias funciones, sin desear la estabilidad ni la
solidez, cualidades que no son suyas28.
Esta es el tipo de sabiduría que va más allá del desencanto, más allá
del deseo de no ser engañado. Sólo Shakespeare, de entre los más vigorosos
escritores occidentales, exhibe algo parecido a la pragmática desconfianza
hacia la trascendencia de Montaigne:
Quieren salirse fuera de sí y escapar del hombre. Locura es: en lugar
de transformarse en ángeles, transfórmanse en bestias, en lugar de elevarse,
rebájanse. Espántanme esas posturas trascendentes, como los lugares
altos e inaccesibles; y nada me resulta tan difícil de digerir en la vida
de Sócrates como sus éxtasis y sus posesiones demoníacas29.
Emerson, con su propio demonio y sus variados anhelos de trascendencia,
se mostró particularmente cauteloso ante su padre, Montaigne:
¿Podremos decir que Montaigne ha hablado sabiamente y nos ha dado
la recta y permanente expresión del espíritu humano acerca de la conducta
de la vida?30
Sin dejar de mostrarse reverente ante su precursor, Emerson maniobra
hacia la defensa de sus propios éxtasis:
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Quiero aprovechar esta ocasión para celebrar la fiesta de nuestro san
Miguel de Montaigne, contando y describiendo estas dudas o negaciones31.
Emerson se refiere a sus propias dudas y negaciones ante lo que
considera el escepticismo de Montaigne, pero el Montaigne que leemos
en “De la experiencia” es lo que Donald Frame llamaría “ el hombre entero”
. Y sin embargo ese hombre que verifica se siente incómodo con
la posesión demoníaca, aunque el demonio sea el de Sócrates. En su propio
ensayo “Experiencia” , Emerson finalmente cede a su propia sensación
de que el demonio sabe cómo se hace.
No conozco más que la recepción; yo soy y yo tengo, pero no obtengo.
Le digo al genio, si me perdona el proverbio, untado un dedo, untada toda
la mano.
Montaigne es demasiado unitario para dirigirse a su genio o a su
demonio. Este no tenía una existencia independiente para él como sí la
tenía para Sócrates, Emerson, Goethe, W.B. Yeats y tantos otros. Montaigne
nos parece mucho más contemporáneo que Emerson y Goethe,
en parte por esa imagen de persona completa que tan singularmente
representa.
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