lunes, 13 de junio de 2022

Frontispicio 4 John Milton. GENIOS. HAROLD BLOOM.



 

[86]

Frontispicio 4

John Milton

No estoy solo cuando tú de noche

Me visitas en sueños o la aurora

cubre el este de púrpura. Urania,

Continúa orientando mi canto,

Y busca un auditorio apropiado,

Aunque exiguo. Pero aparta de mí

Las disonancias bárbaras de Baco

Y de sus bulliciosos seguidores,

Progenie de aquella alocada turba

Que en Rodope, donde bosques y peñas

Tenían oídos para el embeleso,

Despedazaron al bardo de Tracia

Hasta que el clamor desenfrenado

Ahogó a un tiempo a la voz y al arpa;

Ni siquiera la musa salvar pudo

A su hijo32.

El sparagmos, cuando Orfeo es desgarrado por las salvajes bacantes

de Tracia, es una angustia obsesiva en la obra de Milton. Y sin embargo

la identificación órfica es más fuerte en el orgullo legítimo que en el

temor, pues Calíope, la musa de la épica heroica, era la madre de Orfeo.

El considerarse la nueva encarnación de Orfeo supone identificar el

genio propio con la poesía misma. El extraordinario y justificado orgullo

poético de Milton revolotea muy cerca del centro de su don.

Milton, obsesionado con Shakespeare, consideró alguna vez la posibilidad

de un Macbeth pero lo pensó mejor. El género salvó a El paraíso

perdido y a Samson Agonistes [Sansón agonista] -dramáticos tan sólo en

el teatro de la mente- de un enfrentamiento con Shakespeare, y de allí

surge su fortaleza. Sobre el Satanás de Milton pende la sombra de Yago

y sin embargo Milton lucha por liberarse para poder participar a Satanás

de su genio particular.

[87]

En la invocación del libro noveno de El paraíso perdido, el libro de

la caída, Milton le pide a la musa, su patrona celestial, un “ estilo que

responda” . Y con ello se refería, en primera instancia, a un estilo que

correspondiese a su gran tema, pero también a un estilo a la par con

su propio genio y con su muy individual concepción de Dios.

[88]

John Milton

1608 | 1674

j o h n m i l t o n , gloria de su lengua junto con Shakespeare y Chaucer,

nació en la casa de su padre el 9 de diciembre de 1608. Shakespeare vivió

hasta 1616 y vale la pena recordar que Milton era un niño de ocho años

cuando murió su principal antecesor. Cuando Milton cumplió 16 años,

ya era un poeta; en 1632 se publicó su ambiguo poema de alabanza, “On

Shakespeare” [Sobre Shakespeare]. Milton se dedicó a la lectura de los

escritores griegos y latinos en Horton, la propiedad campestre de su

padre. Allí se puso en escena Comus, su soberbia mascarada, un drama

alegórico con motivos mitológicos, en 1634.

La madre de Milton (de la cual no habla mucho) murió en 1637; al

año siguiente, la muerte de un compañero de estudios, Edward King,

le sirvió de pretexto para escribir “Lycidas” [Lícidas], su magnífica elegía

clásica, posiblemente el mejor poema corto en lengua inglesa. Leo

“Lycidas” como una preelegía del mismo Milton, pero está saturada de

la muerte de la madre.

En mayo de 1638 inició su gran gira continental: Francia, y después

Italia, pero el estallido de la guerra civil en Inglaterra lo empujó de regreso

a casa en julio de 1639. En 1641 se había convertido en un temible

panfletista al servicio de los puritanos. Su infeliz matrimonio con Mary

Powell, en 1642, desembocó en su tratado sobre el divorcio. En septiembre

de 1643 le empezó a fallar la vista, pero esto no evitó la aparición,

en noviembre de 1644, de su Aeropagítica, sobre la libertad de imprenta.

Sus planes para volverse a casar se frustraron a causa del regreso

de su primera esposa en 1645. A finales de ese año se registró para publicación

su libro Poems o f Mr. John Milton [Poemas del señor John Milton],

que apareció en enero de 1646. Su padre murió el año siguiente.

En la primavera de 1649 se convirtió en el secretario de cartas latinas

del gobierno de Cromwell, posición que lo convirtió en el vocero oficial

de la revolución. Su primera esposa murió después de tres hijas y

un hijo, y al poco rato murió su hijito menor. En febrero de 1652, Milton

estaba completamente ciego. Se volvió a casar en 1656, pero su esposa

murió dos años después.

[89]

En 1659, Ia Commonwealth se desbarató; Milton siguió publicando

panfletos republicanos aun cuando la Restauración ya estaba en proceso.

En mayo de 1659 el poeta tuvo que huir; en agosto, el verdugo quemó

sus libros en Londres, y en octubre fue hecho prisionero y permaneció

en prisión aproximadamente dos meses. Su presencia planteaba un problema

grave para el nuevo régimen: había defendido el regicidio por

escrito, pero era ciego y famoso en toda Europa y los eruditos lo consideraban

el poeta más importante de su tiempo. Los consejeros de Carlos 11

optaron, no sin reticencia, por liberar a Milton antes que ensuciarse las

manos con su ejecución.

El poeta ciego evidentemente tampoco estaba en buenos términos

con sus hijas, problema que se vio exacerbado por su tercera esposa, con

quien se casó en 1663. En agosto de 1667 se publicó El paraíso perdido,

revisado y aumentado en la edición de 1674. En 1671 se publicaron El

paraíso recuperado y Samson Agonistes [Sansón agonista]. John Milton

murió en algún momento entre el 8 y el 10 de noviembre.

Estos son los sucesos exteriores de la vida del poeta-profeta; pero

como este estuvo completamente ciego durante los últimos 20 años de

su vida, en El paraíso perdido nos enfrentamos a una revelación de la vida

interior. No existe en inglés una obra maestra más deliberada, y “obra

maestra” no acaba de expresar lo que es: una épica de esplendor barroco,

de posibilidades ilimitadas para la reflexión, sobrecogedora cuando se

lee en voz alta, y un reto casi infinito incluso para sus lectores más asiduos.

Un lector secular contemporáneo carente de educación clásica

haría bien en leerla como esplendorosa ciencia ficción. “Esplendorosa”

es una gran palabra que hemos desfigurado. Quiere decir “resplandeciente;

impresionante por su gran belleza o grandeza” . Son pocos los

rivales de Milton en su propia lengua: Shakespeare, Pope, James Joyce

-nuestros principales virtuosos-. Aunque Milton alguna vez fue considerado

el poeta protestante, así como Dante aún es el poeta católico,

después de sesenta años de leer a Milton estoy cada vez menos seguro de

que sea incluso un poeta cristiano, excepto en el mismo sentido en el

que llamaríamos poetas católicos a William Blake y Emily Dickinson.

Cada uno de estos tres es una secta de uno; cada uno, un hereje tan original

como para arrojar serias dudas sobre su cristianismo. A.D. Nuttall

(uno de los mejores críticos vivos) duda de que el envejecido Milton

creyera en los principios básicos del calvinismo normativo, mientras que

el fallecido historiador Christophér Hill sugirió que Milton se había con[

90]

vertido en un muggletoniano, cosa que suena tonta, pero la Inspiración

personal de Lodowicke Muggleton, quien murió en 1698, cuarenta años

después de haber fundado su secta, es muy similar a la versión de Milton

de la Luz interior. Sabemos que Milton rompió con los congregacionistas

o independientes, y Nuttall afirma que el poeta tenía tendencias

gnósticas, como Christopher Marlowe y William Blake, y había planteado

“ trinidades alternativas” . Y también nos ha quedado claro que Milton

abundaba en herejías, todas ellas originadas en su rechazo del dualismo

paulista y agustiniano y su radical separación entre el alma y el cuerpo.

Milton, monista agresivo, adoptó al menos cuatro de las principales

herejías: el rechazo de la creación del mundo a partir de la nada; el mortalismo,

creencia en que el cuerpo y el alma morían juntos y juntos serían

resucitados; el antitrinitarismo, que afirmaba que Yavé era una sola persona;

el arminianismo, o negación de la predestinación calvinista. Pero,

al igual que Nuttall, dudo mucho que Milton creyera en algo al final de

su vida. Sentía que conocía ciertas verdades, pero en ellas no participaba

la fe.

Como Shakespeare y Dante, Milton es un genio tan evidente que

tratar de caracterizar su don puede parecer redundante, como tratar de

describir la belleza de Sofía Loren en mi lejana juventud; su poder y su

feracidad son sobrecogedores y primarios. Pero a mí me interesa en

especial el juicio que nos hemos formado de Satanás, su demoníaco y

brutalmente difamado álter ego. En realidad no habría poema si Satanás,

siendo todo lo malvado que se quiera, no fuera un genio, y he disfrutado

poco de una generación de críticos cristianos, emuladores de C.S. Lewis

-uno de los pavorreales de la academia moderna-, que repiten con él

que Satanás es estúpido. Shelley, tan preciso como Borges y Oscar

Wilde, no se equivocó al afirmar taimadamente que, “ el Diablo se lo debe

todo a Milton” . El Satanás de El paraíso perdido es el discípulo del Yago

de Shakespeare, maestro extraordinario de la trapacería. Aunque no

acaba de tener la eminencia maligna de Yago, es, por así decirlo, un diablo

sagaz y entero que se las arregla de la mejor manera posible, y es deber

del lector animarlo. Contrario a lo mandado por C.S. Lewis, no se debe

empezar el poema después de una declaración matinal de odio a Satanás.

Recuerdo haber escrito hace algunos años que lo mejor es pensar en él

como en un pariente cercano, no como si fuera la peor de las noticias

en un poema donde la mejor de las noticias, que es Jesucristo, se trans[

91]

forma en un Rommel o en un Patton, a la cabeza de una ofensiva blindada

en su Carruaje de la deidad paterna, el Merkabah que vomita fuego

(por el cual recibió su nombre el principal tanque de batalla israelí), dispuesto

a borrar con llamas el rastro en el Cielo de Satanás y sus huestes.

Claro que el pobre Satanás acaba mal, y lo vemos por última vez

como una serpiente del mar Muerto que se aleja sibilante, pero Milton

(como la mayoría de los grandes poetas excepto Shakespeare, como

siempre) juega sucio. Milton estaba muy amargado y tenía razones para

estarlo: Cromwell, su conductor de hombres, acabó colgado de las puertas

de la ciudad, su cadáver expuesto, y Harry Vane, su mejor amigo, fue

ejecutado por regicida. Además tuvo que haber sido una dura prueba

para un hombre ciego - y eso que Milton era un hombre valiente- permanecer

en prisión mientras sus libros ardían y su enemigo Belial, el

duque de Clarendon, posiblemente intercedía para que fuese perdonado

aduciendo la conveniencia diplomática. Milton y su facción habían perdido

la guerra, como Satanás y sus bizarros demonios perdieron la suya.

Perder una guerra, así sea cultural, no es bueno para el carácter: yo era

una persona más dulce antes de que las universidades cedieran al supuesto

provecho social y escogieran los textos de enseñanza con base

en la raza, el género, la orientación sexual y las afinidades étnicas de los

nuevos autores, pasados y presentes, al margen de su verdadera capacidad

como escritores.

Satanás, como su predecesor Yago, padece de Dignidad ofendida

porque lo pasaron por alto y prefirieron a Cristo, de la misma manera

como Yago fue ignorado a favor de Casio. La Dignidad ofendida suele

provocar Resentimiento, y tanto Yago como Satanás son verdaderos arquetipos

de todos los practicantes del Agravio. ¿Y qué hay de la Dignidad

ofendida del propio Milton?, me preguntarán. Pues yo pienso que

no existe. Lo que Milton padeció fue antiapocalíptico: la muerte de la

esperanza nacional y personal. Su hijo murió, sus hijas se alejaron, dos

de sus matrimonios acabaron mal, su vista lo abandonó, su imagen pública

fue deshonrada y sus amigos fueron asesinados con juicio previo

o forzados al exilio. El paraíso perdido y Samson Agonistes [Sansón agonista]

surgen de la derrota absoluta con fuerza y energía sobrenaturales y

expresan la autoridad edificante, el orgullo, la autoconfianza y una pugnacidad

asombrosa. El cautivo Sansón, ante la amenaza del gigante

Harafa, lo desafía: “Mis talones están encadenados pero mi puño está

libre” , uno de mis versos favoritos en Milton.

[92]

En 1660, con la Restauración de los Estuardos en marcha, Milton

se dirigió como Jeremías a un pueblo desatento, “ escogiéndoles entonces

un capitán de regreso a Egipto, para que reflexionaran un poco y pensaran

si se estaban apresurando” . Después se sumergió en el exilio interior

durante el cual compuso El paraíso perdido. Al contemplar, en su juventud,

una victoria de los puritanos en Inglaterra, Milton dijo de los himnos

y aleluyas de los santos: “Quizás se oiga a alguien haciendo ofrendas

en tono elevado con nuevos y encumbrados metros para cantar y celebrar”

. No podemos saber cómo habría sido esa canción triunfal, pero

sí conjeturar que hubiera sido un romance spenseriano sobre la cuestión

de la Bretaña, elevado a las alturas del éxtasis de una nación redimida.

En cambio Cromwell murió, la Revolución de los Santos fracasó

y el ciego Milton compuso El paraíso perdido.

Cuando yo era joven E l paraíso perdido no era bien visto porque a

T.S. Eliot, el vicario de Cristo en las universidades, no le gustaba (mucho

tiempo después Eliot permitió su regreso al canon). La mayoría de

los críticos lo leían como si se tratara de un poema de C.S. Lewis, una

épica elevada de “ pura cristiandad” . Hace mucho tiempo que perdí la

cuenta de las veces que he releído El paraíso perdido, y mi calidad de judío

gnóstico me convierte necesariamente en sospechoso, pero mi última

relectura, terminada hace poco, no me llevaría a calificar este esplendor

barroco de “épica cristiana” . Milton es mucho más circunspecto que

Blake y que Emily Dickinson, pero la suya, tanto como la de ellos, es

una religión de uno. Jesucristo apenas es un personaje secundario en

El paraíso perdido. Dios lo proclama su hijo, provocando con ello, según

William Empson, todo el lío de la rebelión de Satanás. Ya mencioné la

aparición de Cristo como comandante acorazado. Pero el pasaje crucial,

casi ridículo en su desasosiego, es el de John Milton hablando de la

crucifixión:

En la cruz clavará a tus enemigos,

A la ley que es adversaria tuya,

Y a los pecados de la humanidad,

Que con él serán en la cruz clavados

Para ya nunca más dañar a aquellos

Que confíen sinceramente en él

[93]

Como medio de satisfacción; así

Que muere, pero pronto resucita

Quiero ser enfático: las itálicas son mías. ¡Una épica cristiana en doce

libros y miles de versos le dedica seis palabras, partidas por un encabalgamiento,

a la muerte y resurrección de Jesucristo! Milton tiene que

ponerlo pero se aleja con una prisa que podríamos calificar de chistosa;

hasta los descreídos se sienten ligeramente avergonzados en este punto.

Hay un comentario de A.D. Nuttall que me resulta encantador: “Por

una vez, Milton suena casi tan imperdonablemente vivaz como Pope” .

La verdad es que Milton es, por decir lo menos, insensible ante el tema

de la crucifixión y de hecho parece como si lo avergonzara. Si este es

un poema cristiano, no lo es cristológico. En su De Doctrina Cristiana,

cautelosamente reservado para publicación postuma (finalmente apareció

en 1825), Milton se revela implacablemente como un hereje ariano

que acepta al Padre pero que rechaza la Trinidad. Una vez más Nuttall

me complace señalando que no hay ninguna referencia a Prometeo en

El paraíso perdido, y yo sospecho que en lo profundo de Milton había

algo que acogía el arianismo y tenía que ver con la evitación de Prometeo.

Milton exalta la libertad humana, incluyendo la libertad de perderse,

pero trató de no exaltar la rebelión de los hombres contra un tirano divino.

Blake y Shelley intuyeron que había un Prometeo clandestino en

Milton, pero este se habría sentido muy infeliz con la acusación.

El paraíso perdido es magnífico, pero su más elevada ambición, la de

explicar el mal definitivamente y para siempre, le dio a Milton la libertad

de perderse en su propia épica. Era tan incapaz de explicar la maldad

de la Restauración realista como lo somos nosotros de explicar los campos

de muerte de Hitler y los horrores de Stalin y del Poi Pot. Pero a

mí no me preocupa el fracaso inevitable del argumento de El paraíso

perdido sino el genio de John Milton. Ya sea que les guste o no a los críticos

normativos, algo extraordinario le sucede a la poesía de Milton y

en la poesía de Milton cada vez que habla Satanás. No creo que Satanás

sea el demonio personal de Milton ni su genio, pero sí creo que el

genio de Milton se activa íntimamente gracias a Satanás, al margen de

la frecuencia con la que la voz narradora del poema editorializa en su

contra.

[94]

Milton es un poeta erótico, no tanto en la forma ovidiana como lo

es Shakespeare sino más bien en el estilo hebraico del bíblico Cantar de

los Cantares. No sería hiperbólico asegurar que el genio de Milton es

esencialmente erótico; no puede describir a Eva sin desearla y no hay

otro poeta masculino tan fascinado con la idea de jugar con el cabello

enmarañado de una mujer hermosa. Nuestra madre Eva es increíblemente

atractiva y el pobre Satanás padece el lujurioso tormento de un

mirón:

Así habló nuestra madre universal,

Y con ojos de cándido atractivo

Conyugal y de modesto abandono,

Medio abrazada se inclinó hacia nuestro

Primer padre; parte del pecho túrgido

Y desnudo se encuentra junto al de él,

Oculto bajo la cascada de oro

De su suelto cabello. Deleitado

Por su belleza Adán y sus sumisos

Encantos le sonrió lleno de amor,

Igual que Júpiter sonríe a Juno

Cuando hincha las nubes que derraman

Las flores sobre mayo; y de besos

Puros colmó sus labios de mujer.

El Diablo se volvió preso de envidia,

Y al mirarlos celoso y malicioso

De soslayo, se lamentó a sí mismo:

“ ¡Visión odiosa y atormentadora!

Así estos dos, encerrados en el

Paraíso de sus pobres brazos,

El Edén más feliz, disfrutarán

De un cúmulo de dichas sobre dichas,

Mientras yo, arrojado en el Infierno,

Carezco de felicidad y amor,

Y sólo una ansiedad feroz, que no es

El más leve de todos mis tormentos,

Permanece aún insatisfecha

Y me consume de pena e impaciencia:

[95]

Sin embargo, conviene no olvidar

Lo que he aprendido de su propia boca.

No parece que todo esto sea suyo:

Allí se yergue un árbol que es fatal,

Llamado de la Ciencia, y les ha sido

Prohibido probar. ¿Por qué prohibida

La ciencia? Esto es sospechoso y absurdo.

¿Por qué a envidiar les iba esto el Señor?

¿Puede ser un delito el saber, puede

Ser muerte? ¿Acaso viven solamente

Por la ignorancia? ¿Es el feliz estado

De que gozan prueba de su obediencia

Y de su fe? ¡Oh, cuán hermosa base

Para fundar en ella su ruina!

En su ánimo, por ende, excitaré

Un deseo más grande de saber

Y rechazar decretos envidiosos,

Inspirados por la mera intención

De mantenerlos sometidos, cuando

La ciencia podría haberlos nivelado

Con los dioses. De aspirar a tales,

Gustarán de su fruto y morirán.

¿Qué puede suceder más verosímil?

Mas primero con cuidadoso celo

Debo reconocer este jardín

Y no dejar rincón sin explorar;

Sólo el acaso puede conducirme

Donde pudiera hallar a algún errante

Espíritu del Cielo, al margen de una

Fuente, o retirado en la espesura

Umbrosa, y consiga obtener de él

Lo que aún me falta por saber.

Entretanto vivid lo que podáis,

Feliz pareja; y hasta mi regreso

Disfrutad de vuestros breves placeres,

Pues largos sufrimientos seguirán”34.

[96]

Supongo que podrían alegar que el lascivo Milton es quien ocupa

la posición de Satanás, pues Milton y el lector también son mirones. Pero

la reacción de Milton a su propia Eva es inmensamente apasionada y

compleja, casi como si este poeta ferozmente heterosexual tuviese que

buscar en su creación ficticia todo el amor que su esposa y sus hijas -con

o sin motivos- no le dieron. Después de Satanás, Eva es el esplendor

estético de El paraíso perdido, la verdadera manifestación de una otredad

en el genio de Milton. Los críticos feministas a veces tienden a hacer

una lectura literal del poema, centrándose en la representación de Eva

como un magnífico objeto sexual y evadiendo la sutil creación de su

poderosa subjetividad, su penetrante (y peligrosa) conciencia. Me complace

citar a Barbara Lewalski, la distinguida especialista en Milton, cuya

advertencia refuerza el argumento de este libro en torno al genio:

Los grandes poetas se las arreglan para resurgir de entre las cenizas

que van dejando las secuelas de las revoluciones sociales e intelectuales,

así que indudablemente pronto podremos volver a leer a Milton por su

importancia imperecedera y no por su concepción históricamente condicionada

del hombre y de la mujer.

Al igual que Shakespeare, el Milton que yo leo atraviesa arrasando

la historia y nos permite ver lo que fue y lo que siempre estará ahí, aquello

que nunca veríamos de no ser por él. Es brillante la afirmación de

Nuttall de que “ la rebelión de Eva contra su marido se convierte en un

viaje de descubrimiento en el que ella conduce y él sigue detrás” . Ante

la conmoción que nos produce la declaración de Eva, no podemos menos

que olvidar el infortunado verso de Milton: “El por Dios, ella por

Dios en él” . Cuando Eva pronuncia una de las grandes ironías de la

épica, brota algo que resulta a la vez radicalmente novedoso y tan viejo

como la historia antigua:

¿Adán, no te ha extrañado mi tardanza?

Te he echado de menos y muy largo

Me ha parecido el tiempo separada

De tu presencia, agonía de amor

Hasta ahora no sentida, que ya no

Se habrá de repetir, pues nunca más

[97]

Sentiré, temeraria e inexperta,

El dolor de ausencia que he sufrido

Por haberme apartado de tu vista.

Pero la causa ha sido muy extraña

Y maravillosa de oír: este árbol

No es lo que se nos ha dicho, un árbol

Peligroso de probar, que hacia el mal

Desconocido abre su camino,

Sino que abre los ojos con divino

Efecto, y tal como se ha probado,

Convierte en dioses a quienes lo gustan:

La serpiente sabia, o no constreñida

Como nosotros, o desobediente,

Ha comido del fruto y no se ha muerto,

Como a nosotros se nos amenaza,

Sino que está dotada desde entonces

De voz y de inteligencia humanas,

Y razona tan admirablemente,

Que ha sabido persuadirme de que también

Gustara yo del fruto, y he encontrado

En mí los efectos correspondientes,

Los ojos más abiertos, antes turbios,

Dilatado el espíritu y más ancho

El corazón, elevándome hasta la

Divinidad; lo que especialmente

Por ti buscaba y sin ti desprecio.

Porque el gozo en que tú participas

Para mí es gozo; y enojoso resulta

Si tú no lo compartes, y aun odioso.

Por tanto, prueba tú también la fruta,

Para que un mismo sino pueda unirnos,

Con igual dicha y con igual amor;

A no ser que dejando de gustarla,

Un diferente estado nos separe,

Y para mí sea demasiado tarde

Renunciar a la deidad por ti,

Y el destino no quiera permitirlo35.

[98]

Cada vez que intento espolear una discusión sobre este parlamento

descubro que no hay dos lectores, ni dos estudiantes, ni dos críticos que

lo interpreten exactamente de la misma manera. Esto se debe en parte

a que la actitud del mismo Milton es contradictoria. Al principio Adán

se lo toma muy mal, porque entiende que en las palabras de Eva está su

sentencia de muerte, y jura que morirá con ella. Y sin embargo la llama

“ la última y la mejor de las creaciones de Dios” . Ya voy a dejar de darle

palo a C.S. Lewis (héroe, entre otras, de nuestros fundamentalistas

sureños de la actualidad), ¡pero no puedo pasar por alto su afirmación

de que Eva es culpable de planear el asesinato de Adán! Es verdad que

ella teme ser reemplazada por una segunda Eva, y que los cabalistas especularon

que ella misma había heredado a Adán, después de que él y su

primera mujer, Lilith, hubiesen tenido una disputa insoluble sobre la

posición adecuada para el acto sexual.

La cuestión que suscita el parlamento de Eva es si el desmesurado

conocimiento la ha convertido en un dios, para usar un giro keatsiano.

Y ello nos regresa al laberinto de la imaginación de Milton, e ineludiblemente

al asunto de Satanás, que por fin voy a examinar. En términos

shakespearianos, Satanás es un héroe-villano que en ciertos aspectos se

asemeja a Macbeth y a Yago. En la medida en que Milton reúne el espíritu

y el poder en un solo concepto, podemos decir que es un vitalista

teomórfico, del tipo del Jacob o de la Tamar yavistas. La mayoría de nosotros

no se toma con seriedad miltoniana la idea de que fuimos creados

a imagen y semejanza de Dios. Milton creía en el Dios interior y no en

el Papinadie de Blake que es no obstante el que aparece en El paraíso

perdido. El enigma estético de su poema está en su Dios burlón y mordaz,

el disparate de un gran poeta. Milton ha debido de perseverar en la

audacia yavista al presentar a un Yavé completamente humano, que se

acomoda a la sombra de un terebinto a devorar el almuerzo de ternera,

mantequilla y leche que le preparó Sara y después se siente tan feliz que

le anuncia que tendrá un hijo. El monista Milton nos presenta en cambio

a un Dios dualista, dado a poses espirituales. En los momentos en

que fue más fiel a sí mismo, Milton no aceptaba que los sentidos humanos

pudiesen ser motivo de perdición porque para él toda la realidad

debía ser aprehendida como una sensación, certeza que su ceguera ayudó

a fortalecer. El genio miltoniano rechaza cualquier distinción entre lo

naturalista y lo trascendente, razón por la cual Satanás resulta una representación

tan soberbia.

[99]

El poeta identificó su libertad imaginativa con la tradición de la iluminación

interior propia del protestantismo radical, y con su propia

interpretación de la Libertad cristiana, la Libertad de los santos. La

regeneración miltoniana perfecciona la naturaleza sin mutilarla. Satanás

es un católico dualista que no entiende su propia fusión de espíritu y

energía, y esa es su tragedia. W.B.C. Watkins, mi crítico favorito de Milton,

asegura que en él, “ la pasión siempre es más fuerte que la razón” .

El paraíso perdido es una épica apasionada, no razonable. Es por esto que

Satanás es estéticamente superior a Adán, pero no a Eva. En un intento

por distanciarse de Satanás, en el libro quinto el poeta se representa a

sí mismo como el serafín Abdiel, cuyo nombre (que significa “el sirviente

de Dios” ), en la Biblia hebrea, es el de un humano, no el de un ángel.

Abdiel es el único ángel recalcitrante en las vastas huestes celestiales de

Satanás, el único que se opone a él, “ encendido de fervor severo” . Los

demás ángeles consideran que Abdiel es “ intempestivo” , al igual que

Milton fue considerado intempestivo desde 1660 hasta su muerte, en

1674.

El desafío de Abdiel provoca en Satanás la aserción que a mí me

parece más problemática porque es la que más se acerca al corazón del

propio genio de Milton:

¿Quién vio cuándo se hizo la creación?

¿Recuerdas haber sido tú creado

Y cuándo el Creador te daba el ser?

No sabes del tiempo en que nosotros

No fuéramos como somos ahora,

A nadie conocemos anterior;

Hemos sido engendrados y creados

Por nuestra propia esencia.. .36.

Satanás no habla por el hombre, ¿pero no es esta la postura del poeta?

¿Acaso Milton no hubiese dicho “nuestra pujanza es propia” y no

la de Shakespeare o la de Spenser? La libertad del poeta es su aspiración

más querida, el corazón de su integridad. Podríamos, si quisiéramos,

decir que esta libertad resulta de la genuina obediencia a la voluntad

de Dios, pero ¿a quién corresponde interpretar dicha voluntad? Milton

la interpretó para sí mismo, basándose exclusivamente en su propia autoridad,

que identificó con su genio.

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