[86]
Frontispicio 4
John Milton
No estoy solo cuando tú de noche
Me visitas en sueños o la aurora
cubre el este de púrpura. Urania,
Continúa orientando mi canto,
Y busca un auditorio apropiado,
Aunque exiguo. Pero aparta de mí
Las disonancias bárbaras de Baco
Y de sus bulliciosos seguidores,
Progenie de aquella alocada turba
Que en Rodope, donde bosques y peñas
Tenían oídos para el embeleso,
Despedazaron al bardo de Tracia
Hasta que el clamor desenfrenado
Ahogó a un tiempo a la voz y al arpa;
Ni siquiera la musa salvar pudo
A su hijo32.
El sparagmos, cuando Orfeo es desgarrado por las salvajes bacantes
de Tracia, es una angustia obsesiva en la obra de Milton. Y sin embargo
la identificación órfica es más fuerte en el orgullo legítimo que en el
temor, pues Calíope, la musa de la épica heroica, era la madre de Orfeo.
El considerarse la nueva encarnación de Orfeo supone identificar el
genio propio con la poesía misma. El extraordinario y justificado orgullo
poético de Milton revolotea muy cerca del centro de su don.
Milton, obsesionado con Shakespeare, consideró alguna vez la posibilidad
de un Macbeth pero lo pensó mejor. El género salvó a El paraíso
perdido y a Samson Agonistes [Sansón agonista] -dramáticos tan sólo en
el teatro de la mente- de un enfrentamiento con Shakespeare, y de allí
surge su fortaleza. Sobre el Satanás de Milton pende la sombra de Yago
y sin embargo Milton lucha por liberarse para poder participar a Satanás
de su genio particular.
[87]
En la invocación del libro noveno de El paraíso perdido, el libro de
la caída, Milton le pide a la musa, su patrona celestial, un “ estilo que
responda” . Y con ello se refería, en primera instancia, a un estilo que
correspondiese a su gran tema, pero también a un estilo a la par con
su propio genio y con su muy individual concepción de Dios.
[88]
John Milton
1608 | 1674
j o h n m i l t o n , gloria de su lengua junto con Shakespeare y Chaucer,
nació en la casa de su padre el 9 de diciembre de 1608. Shakespeare vivió
hasta 1616 y vale la pena recordar que Milton era un niño de ocho años
cuando murió su principal antecesor. Cuando Milton cumplió 16 años,
ya era un poeta; en 1632 se publicó su ambiguo poema de alabanza, “On
Shakespeare” [Sobre Shakespeare]. Milton se dedicó a la lectura de los
escritores griegos y latinos en Horton, la propiedad campestre de su
padre. Allí se puso en escena Comus, su soberbia mascarada, un drama
alegórico con motivos mitológicos, en 1634.
La madre de Milton (de la cual no habla mucho) murió en 1637; al
año siguiente, la muerte de un compañero de estudios, Edward King,
le sirvió de pretexto para escribir “Lycidas” [Lícidas], su magnífica elegía
clásica, posiblemente el mejor poema corto en lengua inglesa. Leo
“Lycidas” como una preelegía del mismo Milton, pero está saturada de
la muerte de la madre.
En mayo de 1638 inició su gran gira continental: Francia, y después
Italia, pero el estallido de la guerra civil en Inglaterra lo empujó de regreso
a casa en julio de 1639. En 1641 se había convertido en un temible
panfletista al servicio de los puritanos. Su infeliz matrimonio con Mary
Powell, en 1642, desembocó en su tratado sobre el divorcio. En septiembre
de 1643 le empezó a fallar la vista, pero esto no evitó la aparición,
en noviembre de 1644, de su Aeropagítica, sobre la libertad de imprenta.
Sus planes para volverse a casar se frustraron a causa del regreso
de su primera esposa en 1645. A finales de ese año se registró para publicación
su libro Poems o f Mr. John Milton [Poemas del señor John Milton],
que apareció en enero de 1646. Su padre murió el año siguiente.
En la primavera de 1649 se convirtió en el secretario de cartas latinas
del gobierno de Cromwell, posición que lo convirtió en el vocero oficial
de la revolución. Su primera esposa murió después de tres hijas y
un hijo, y al poco rato murió su hijito menor. En febrero de 1652, Milton
estaba completamente ciego. Se volvió a casar en 1656, pero su esposa
murió dos años después.
[89]
En 1659, Ia Commonwealth se desbarató; Milton siguió publicando
panfletos republicanos aun cuando la Restauración ya estaba en proceso.
En mayo de 1659 el poeta tuvo que huir; en agosto, el verdugo quemó
sus libros en Londres, y en octubre fue hecho prisionero y permaneció
en prisión aproximadamente dos meses. Su presencia planteaba un problema
grave para el nuevo régimen: había defendido el regicidio por
escrito, pero era ciego y famoso en toda Europa y los eruditos lo consideraban
el poeta más importante de su tiempo. Los consejeros de Carlos 11
optaron, no sin reticencia, por liberar a Milton antes que ensuciarse las
manos con su ejecución.
El poeta ciego evidentemente tampoco estaba en buenos términos
con sus hijas, problema que se vio exacerbado por su tercera esposa, con
quien se casó en 1663. En agosto de 1667 se publicó El paraíso perdido,
revisado y aumentado en la edición de 1674. En 1671 se publicaron El
paraíso recuperado y Samson Agonistes [Sansón agonista]. John Milton
murió en algún momento entre el 8 y el 10 de noviembre.
Estos son los sucesos exteriores de la vida del poeta-profeta; pero
como este estuvo completamente ciego durante los últimos 20 años de
su vida, en El paraíso perdido nos enfrentamos a una revelación de la vida
interior. No existe en inglés una obra maestra más deliberada, y “obra
maestra” no acaba de expresar lo que es: una épica de esplendor barroco,
de posibilidades ilimitadas para la reflexión, sobrecogedora cuando se
lee en voz alta, y un reto casi infinito incluso para sus lectores más asiduos.
Un lector secular contemporáneo carente de educación clásica
haría bien en leerla como esplendorosa ciencia ficción. “Esplendorosa”
es una gran palabra que hemos desfigurado. Quiere decir “resplandeciente;
impresionante por su gran belleza o grandeza” . Son pocos los
rivales de Milton en su propia lengua: Shakespeare, Pope, James Joyce
-nuestros principales virtuosos-. Aunque Milton alguna vez fue considerado
el poeta protestante, así como Dante aún es el poeta católico,
después de sesenta años de leer a Milton estoy cada vez menos seguro de
que sea incluso un poeta cristiano, excepto en el mismo sentido en el
que llamaríamos poetas católicos a William Blake y Emily Dickinson.
Cada uno de estos tres es una secta de uno; cada uno, un hereje tan original
como para arrojar serias dudas sobre su cristianismo. A.D. Nuttall
(uno de los mejores críticos vivos) duda de que el envejecido Milton
creyera en los principios básicos del calvinismo normativo, mientras que
el fallecido historiador Christophér Hill sugirió que Milton se había con[
90]
vertido en un muggletoniano, cosa que suena tonta, pero la Inspiración
personal de Lodowicke Muggleton, quien murió en 1698, cuarenta años
después de haber fundado su secta, es muy similar a la versión de Milton
de la Luz interior. Sabemos que Milton rompió con los congregacionistas
o independientes, y Nuttall afirma que el poeta tenía tendencias
gnósticas, como Christopher Marlowe y William Blake, y había planteado
“ trinidades alternativas” . Y también nos ha quedado claro que Milton
abundaba en herejías, todas ellas originadas en su rechazo del dualismo
paulista y agustiniano y su radical separación entre el alma y el cuerpo.
Milton, monista agresivo, adoptó al menos cuatro de las principales
herejías: el rechazo de la creación del mundo a partir de la nada; el mortalismo,
creencia en que el cuerpo y el alma morían juntos y juntos serían
resucitados; el antitrinitarismo, que afirmaba que Yavé era una sola persona;
el arminianismo, o negación de la predestinación calvinista. Pero,
al igual que Nuttall, dudo mucho que Milton creyera en algo al final de
su vida. Sentía que conocía ciertas verdades, pero en ellas no participaba
la fe.
Como Shakespeare y Dante, Milton es un genio tan evidente que
tratar de caracterizar su don puede parecer redundante, como tratar de
describir la belleza de Sofía Loren en mi lejana juventud; su poder y su
feracidad son sobrecogedores y primarios. Pero a mí me interesa en
especial el juicio que nos hemos formado de Satanás, su demoníaco y
brutalmente difamado álter ego. En realidad no habría poema si Satanás,
siendo todo lo malvado que se quiera, no fuera un genio, y he disfrutado
poco de una generación de críticos cristianos, emuladores de C.S. Lewis
-uno de los pavorreales de la academia moderna-, que repiten con él
que Satanás es estúpido. Shelley, tan preciso como Borges y Oscar
Wilde, no se equivocó al afirmar taimadamente que, “ el Diablo se lo debe
todo a Milton” . El Satanás de El paraíso perdido es el discípulo del Yago
de Shakespeare, maestro extraordinario de la trapacería. Aunque no
acaba de tener la eminencia maligna de Yago, es, por así decirlo, un diablo
sagaz y entero que se las arregla de la mejor manera posible, y es deber
del lector animarlo. Contrario a lo mandado por C.S. Lewis, no se debe
empezar el poema después de una declaración matinal de odio a Satanás.
Recuerdo haber escrito hace algunos años que lo mejor es pensar en él
como en un pariente cercano, no como si fuera la peor de las noticias
en un poema donde la mejor de las noticias, que es Jesucristo, se trans[
91]
forma en un Rommel o en un Patton, a la cabeza de una ofensiva blindada
en su Carruaje de la deidad paterna, el Merkabah que vomita fuego
(por el cual recibió su nombre el principal tanque de batalla israelí), dispuesto
a borrar con llamas el rastro en el Cielo de Satanás y sus huestes.
Claro que el pobre Satanás acaba mal, y lo vemos por última vez
como una serpiente del mar Muerto que se aleja sibilante, pero Milton
(como la mayoría de los grandes poetas excepto Shakespeare, como
siempre) juega sucio. Milton estaba muy amargado y tenía razones para
estarlo: Cromwell, su conductor de hombres, acabó colgado de las puertas
de la ciudad, su cadáver expuesto, y Harry Vane, su mejor amigo, fue
ejecutado por regicida. Además tuvo que haber sido una dura prueba
para un hombre ciego - y eso que Milton era un hombre valiente- permanecer
en prisión mientras sus libros ardían y su enemigo Belial, el
duque de Clarendon, posiblemente intercedía para que fuese perdonado
aduciendo la conveniencia diplomática. Milton y su facción habían perdido
la guerra, como Satanás y sus bizarros demonios perdieron la suya.
Perder una guerra, así sea cultural, no es bueno para el carácter: yo era
una persona más dulce antes de que las universidades cedieran al supuesto
provecho social y escogieran los textos de enseñanza con base
en la raza, el género, la orientación sexual y las afinidades étnicas de los
nuevos autores, pasados y presentes, al margen de su verdadera capacidad
como escritores.
Satanás, como su predecesor Yago, padece de Dignidad ofendida
porque lo pasaron por alto y prefirieron a Cristo, de la misma manera
como Yago fue ignorado a favor de Casio. La Dignidad ofendida suele
provocar Resentimiento, y tanto Yago como Satanás son verdaderos arquetipos
de todos los practicantes del Agravio. ¿Y qué hay de la Dignidad
ofendida del propio Milton?, me preguntarán. Pues yo pienso que
no existe. Lo que Milton padeció fue antiapocalíptico: la muerte de la
esperanza nacional y personal. Su hijo murió, sus hijas se alejaron, dos
de sus matrimonios acabaron mal, su vista lo abandonó, su imagen pública
fue deshonrada y sus amigos fueron asesinados con juicio previo
o forzados al exilio. El paraíso perdido y Samson Agonistes [Sansón agonista]
surgen de la derrota absoluta con fuerza y energía sobrenaturales y
expresan la autoridad edificante, el orgullo, la autoconfianza y una pugnacidad
asombrosa. El cautivo Sansón, ante la amenaza del gigante
Harafa, lo desafía: “Mis talones están encadenados pero mi puño está
libre” , uno de mis versos favoritos en Milton.
[92]
En 1660, con la Restauración de los Estuardos en marcha, Milton
se dirigió como Jeremías a un pueblo desatento, “ escogiéndoles entonces
un capitán de regreso a Egipto, para que reflexionaran un poco y pensaran
si se estaban apresurando” . Después se sumergió en el exilio interior
durante el cual compuso El paraíso perdido. Al contemplar, en su juventud,
una victoria de los puritanos en Inglaterra, Milton dijo de los himnos
y aleluyas de los santos: “Quizás se oiga a alguien haciendo ofrendas
en tono elevado con nuevos y encumbrados metros para cantar y celebrar”
. No podemos saber cómo habría sido esa canción triunfal, pero
sí conjeturar que hubiera sido un romance spenseriano sobre la cuestión
de la Bretaña, elevado a las alturas del éxtasis de una nación redimida.
En cambio Cromwell murió, la Revolución de los Santos fracasó
y el ciego Milton compuso El paraíso perdido.
Cuando yo era joven E l paraíso perdido no era bien visto porque a
T.S. Eliot, el vicario de Cristo en las universidades, no le gustaba (mucho
tiempo después Eliot permitió su regreso al canon). La mayoría de
los críticos lo leían como si se tratara de un poema de C.S. Lewis, una
épica elevada de “ pura cristiandad” . Hace mucho tiempo que perdí la
cuenta de las veces que he releído El paraíso perdido, y mi calidad de judío
gnóstico me convierte necesariamente en sospechoso, pero mi última
relectura, terminada hace poco, no me llevaría a calificar este esplendor
barroco de “épica cristiana” . Milton es mucho más circunspecto que
Blake y que Emily Dickinson, pero la suya, tanto como la de ellos, es
una religión de uno. Jesucristo apenas es un personaje secundario en
El paraíso perdido. Dios lo proclama su hijo, provocando con ello, según
William Empson, todo el lío de la rebelión de Satanás. Ya mencioné la
aparición de Cristo como comandante acorazado. Pero el pasaje crucial,
casi ridículo en su desasosiego, es el de John Milton hablando de la
crucifixión:
En la cruz clavará a tus enemigos,
A la ley que es adversaria tuya,
Y a los pecados de la humanidad,
Que con él serán en la cruz clavados
Para ya nunca más dañar a aquellos
Que confíen sinceramente en él
[93]
Como medio de satisfacción; así
Que muere, pero pronto resucita
Quiero ser enfático: las itálicas son mías. ¡Una épica cristiana en doce
libros y miles de versos le dedica seis palabras, partidas por un encabalgamiento,
a la muerte y resurrección de Jesucristo! Milton tiene que
ponerlo pero se aleja con una prisa que podríamos calificar de chistosa;
hasta los descreídos se sienten ligeramente avergonzados en este punto.
Hay un comentario de A.D. Nuttall que me resulta encantador: “Por
una vez, Milton suena casi tan imperdonablemente vivaz como Pope” .
La verdad es que Milton es, por decir lo menos, insensible ante el tema
de la crucifixión y de hecho parece como si lo avergonzara. Si este es
un poema cristiano, no lo es cristológico. En su De Doctrina Cristiana,
cautelosamente reservado para publicación postuma (finalmente apareció
en 1825), Milton se revela implacablemente como un hereje ariano
que acepta al Padre pero que rechaza la Trinidad. Una vez más Nuttall
me complace señalando que no hay ninguna referencia a Prometeo en
El paraíso perdido, y yo sospecho que en lo profundo de Milton había
algo que acogía el arianismo y tenía que ver con la evitación de Prometeo.
Milton exalta la libertad humana, incluyendo la libertad de perderse,
pero trató de no exaltar la rebelión de los hombres contra un tirano divino.
Blake y Shelley intuyeron que había un Prometeo clandestino en
Milton, pero este se habría sentido muy infeliz con la acusación.
El paraíso perdido es magnífico, pero su más elevada ambición, la de
explicar el mal definitivamente y para siempre, le dio a Milton la libertad
de perderse en su propia épica. Era tan incapaz de explicar la maldad
de la Restauración realista como lo somos nosotros de explicar los campos
de muerte de Hitler y los horrores de Stalin y del Poi Pot. Pero a
mí no me preocupa el fracaso inevitable del argumento de El paraíso
perdido sino el genio de John Milton. Ya sea que les guste o no a los críticos
normativos, algo extraordinario le sucede a la poesía de Milton y
en la poesía de Milton cada vez que habla Satanás. No creo que Satanás
sea el demonio personal de Milton ni su genio, pero sí creo que el
genio de Milton se activa íntimamente gracias a Satanás, al margen de
la frecuencia con la que la voz narradora del poema editorializa en su
contra.
[94]
Milton es un poeta erótico, no tanto en la forma ovidiana como lo
es Shakespeare sino más bien en el estilo hebraico del bíblico Cantar de
los Cantares. No sería hiperbólico asegurar que el genio de Milton es
esencialmente erótico; no puede describir a Eva sin desearla y no hay
otro poeta masculino tan fascinado con la idea de jugar con el cabello
enmarañado de una mujer hermosa. Nuestra madre Eva es increíblemente
atractiva y el pobre Satanás padece el lujurioso tormento de un
mirón:
Así habló nuestra madre universal,
Y con ojos de cándido atractivo
Conyugal y de modesto abandono,
Medio abrazada se inclinó hacia nuestro
Primer padre; parte del pecho túrgido
Y desnudo se encuentra junto al de él,
Oculto bajo la cascada de oro
De su suelto cabello. Deleitado
Por su belleza Adán y sus sumisos
Encantos le sonrió lleno de amor,
Igual que Júpiter sonríe a Juno
Cuando hincha las nubes que derraman
Las flores sobre mayo; y de besos
Puros colmó sus labios de mujer.
El Diablo se volvió preso de envidia,
Y al mirarlos celoso y malicioso
De soslayo, se lamentó a sí mismo:
“ ¡Visión odiosa y atormentadora!
Así estos dos, encerrados en el
Paraíso de sus pobres brazos,
El Edén más feliz, disfrutarán
De un cúmulo de dichas sobre dichas,
Mientras yo, arrojado en el Infierno,
Carezco de felicidad y amor,
Y sólo una ansiedad feroz, que no es
El más leve de todos mis tormentos,
Permanece aún insatisfecha
Y me consume de pena e impaciencia:
[95]
Sin embargo, conviene no olvidar
Lo que he aprendido de su propia boca.
No parece que todo esto sea suyo:
Allí se yergue un árbol que es fatal,
Llamado de la Ciencia, y les ha sido
Prohibido probar. ¿Por qué prohibida
La ciencia? Esto es sospechoso y absurdo.
¿Por qué a envidiar les iba esto el Señor?
¿Puede ser un delito el saber, puede
Ser muerte? ¿Acaso viven solamente
Por la ignorancia? ¿Es el feliz estado
De que gozan prueba de su obediencia
Y de su fe? ¡Oh, cuán hermosa base
Para fundar en ella su ruina!
En su ánimo, por ende, excitaré
Un deseo más grande de saber
Y rechazar decretos envidiosos,
Inspirados por la mera intención
De mantenerlos sometidos, cuando
La ciencia podría haberlos nivelado
Con los dioses. De aspirar a tales,
Gustarán de su fruto y morirán.
¿Qué puede suceder más verosímil?
Mas primero con cuidadoso celo
Debo reconocer este jardín
Y no dejar rincón sin explorar;
Sólo el acaso puede conducirme
Donde pudiera hallar a algún errante
Espíritu del Cielo, al margen de una
Fuente, o retirado en la espesura
Umbrosa, y consiga obtener de él
Lo que aún me falta por saber.
Entretanto vivid lo que podáis,
Feliz pareja; y hasta mi regreso
Disfrutad de vuestros breves placeres,
Pues largos sufrimientos seguirán”34.
[96]
Supongo que podrían alegar que el lascivo Milton es quien ocupa
la posición de Satanás, pues Milton y el lector también son mirones. Pero
la reacción de Milton a su propia Eva es inmensamente apasionada y
compleja, casi como si este poeta ferozmente heterosexual tuviese que
buscar en su creación ficticia todo el amor que su esposa y sus hijas -con
o sin motivos- no le dieron. Después de Satanás, Eva es el esplendor
estético de El paraíso perdido, la verdadera manifestación de una otredad
en el genio de Milton. Los críticos feministas a veces tienden a hacer
una lectura literal del poema, centrándose en la representación de Eva
como un magnífico objeto sexual y evadiendo la sutil creación de su
poderosa subjetividad, su penetrante (y peligrosa) conciencia. Me complace
citar a Barbara Lewalski, la distinguida especialista en Milton, cuya
advertencia refuerza el argumento de este libro en torno al genio:
Los grandes poetas se las arreglan para resurgir de entre las cenizas
que van dejando las secuelas de las revoluciones sociales e intelectuales,
así que indudablemente pronto podremos volver a leer a Milton por su
importancia imperecedera y no por su concepción históricamente condicionada
del hombre y de la mujer.
Al igual que Shakespeare, el Milton que yo leo atraviesa arrasando
la historia y nos permite ver lo que fue y lo que siempre estará ahí, aquello
que nunca veríamos de no ser por él. Es brillante la afirmación de
Nuttall de que “ la rebelión de Eva contra su marido se convierte en un
viaje de descubrimiento en el que ella conduce y él sigue detrás” . Ante
la conmoción que nos produce la declaración de Eva, no podemos menos
que olvidar el infortunado verso de Milton: “El por Dios, ella por
Dios en él” . Cuando Eva pronuncia una de las grandes ironías de la
épica, brota algo que resulta a la vez radicalmente novedoso y tan viejo
como la historia antigua:
¿Adán, no te ha extrañado mi tardanza?
Te he echado de menos y muy largo
Me ha parecido el tiempo separada
De tu presencia, agonía de amor
Hasta ahora no sentida, que ya no
Se habrá de repetir, pues nunca más
[97]
Sentiré, temeraria e inexperta,
El dolor de ausencia que he sufrido
Por haberme apartado de tu vista.
Pero la causa ha sido muy extraña
Y maravillosa de oír: este árbol
No es lo que se nos ha dicho, un árbol
Peligroso de probar, que hacia el mal
Desconocido abre su camino,
Sino que abre los ojos con divino
Efecto, y tal como se ha probado,
Convierte en dioses a quienes lo gustan:
La serpiente sabia, o no constreñida
Como nosotros, o desobediente,
Ha comido del fruto y no se ha muerto,
Como a nosotros se nos amenaza,
Sino que está dotada desde entonces
De voz y de inteligencia humanas,
Y razona tan admirablemente,
Que ha sabido persuadirme de que también
Gustara yo del fruto, y he encontrado
En mí los efectos correspondientes,
Los ojos más abiertos, antes turbios,
Dilatado el espíritu y más ancho
El corazón, elevándome hasta la
Divinidad; lo que especialmente
Por ti buscaba y sin ti desprecio.
Porque el gozo en que tú participas
Para mí es gozo; y enojoso resulta
Si tú no lo compartes, y aun odioso.
Por tanto, prueba tú también la fruta,
Para que un mismo sino pueda unirnos,
Con igual dicha y con igual amor;
A no ser que dejando de gustarla,
Un diferente estado nos separe,
Y para mí sea demasiado tarde
Renunciar a la deidad por ti,
Y el destino no quiera permitirlo35.
[98]
Cada vez que intento espolear una discusión sobre este parlamento
descubro que no hay dos lectores, ni dos estudiantes, ni dos críticos que
lo interpreten exactamente de la misma manera. Esto se debe en parte
a que la actitud del mismo Milton es contradictoria. Al principio Adán
se lo toma muy mal, porque entiende que en las palabras de Eva está su
sentencia de muerte, y jura que morirá con ella. Y sin embargo la llama
“ la última y la mejor de las creaciones de Dios” . Ya voy a dejar de darle
palo a C.S. Lewis (héroe, entre otras, de nuestros fundamentalistas
sureños de la actualidad), ¡pero no puedo pasar por alto su afirmación
de que Eva es culpable de planear el asesinato de Adán! Es verdad que
ella teme ser reemplazada por una segunda Eva, y que los cabalistas especularon
que ella misma había heredado a Adán, después de que él y su
primera mujer, Lilith, hubiesen tenido una disputa insoluble sobre la
posición adecuada para el acto sexual.
La cuestión que suscita el parlamento de Eva es si el desmesurado
conocimiento la ha convertido en un dios, para usar un giro keatsiano.
Y ello nos regresa al laberinto de la imaginación de Milton, e ineludiblemente
al asunto de Satanás, que por fin voy a examinar. En términos
shakespearianos, Satanás es un héroe-villano que en ciertos aspectos se
asemeja a Macbeth y a Yago. En la medida en que Milton reúne el espíritu
y el poder en un solo concepto, podemos decir que es un vitalista
teomórfico, del tipo del Jacob o de la Tamar yavistas. La mayoría de nosotros
no se toma con seriedad miltoniana la idea de que fuimos creados
a imagen y semejanza de Dios. Milton creía en el Dios interior y no en
el Papinadie de Blake que es no obstante el que aparece en El paraíso
perdido. El enigma estético de su poema está en su Dios burlón y mordaz,
el disparate de un gran poeta. Milton ha debido de perseverar en la
audacia yavista al presentar a un Yavé completamente humano, que se
acomoda a la sombra de un terebinto a devorar el almuerzo de ternera,
mantequilla y leche que le preparó Sara y después se siente tan feliz que
le anuncia que tendrá un hijo. El monista Milton nos presenta en cambio
a un Dios dualista, dado a poses espirituales. En los momentos en
que fue más fiel a sí mismo, Milton no aceptaba que los sentidos humanos
pudiesen ser motivo de perdición porque para él toda la realidad
debía ser aprehendida como una sensación, certeza que su ceguera ayudó
a fortalecer. El genio miltoniano rechaza cualquier distinción entre lo
naturalista y lo trascendente, razón por la cual Satanás resulta una representación
tan soberbia.
[99]
El poeta identificó su libertad imaginativa con la tradición de la iluminación
interior propia del protestantismo radical, y con su propia
interpretación de la Libertad cristiana, la Libertad de los santos. La
regeneración miltoniana perfecciona la naturaleza sin mutilarla. Satanás
es un católico dualista que no entiende su propia fusión de espíritu y
energía, y esa es su tragedia. W.B.C. Watkins, mi crítico favorito de Milton,
asegura que en él, “ la pasión siempre es más fuerte que la razón” .
El paraíso perdido es una épica apasionada, no razonable. Es por esto que
Satanás es estéticamente superior a Adán, pero no a Eva. En un intento
por distanciarse de Satanás, en el libro quinto el poeta se representa a
sí mismo como el serafín Abdiel, cuyo nombre (que significa “el sirviente
de Dios” ), en la Biblia hebrea, es el de un humano, no el de un ángel.
Abdiel es el único ángel recalcitrante en las vastas huestes celestiales de
Satanás, el único que se opone a él, “ encendido de fervor severo” . Los
demás ángeles consideran que Abdiel es “ intempestivo” , al igual que
Milton fue considerado intempestivo desde 1660 hasta su muerte, en
1674.
El desafío de Abdiel provoca en Satanás la aserción que a mí me
parece más problemática porque es la que más se acerca al corazón del
propio genio de Milton:
¿Quién vio cuándo se hizo la creación?
¿Recuerdas haber sido tú creado
Y cuándo el Creador te daba el ser?
No sabes del tiempo en que nosotros
No fuéramos como somos ahora,
A nadie conocemos anterior;
Hemos sido engendrados y creados
Por nuestra propia esencia.. .36.
Satanás no habla por el hombre, ¿pero no es esta la postura del poeta?
¿Acaso Milton no hubiese dicho “nuestra pujanza es propia” y no
la de Shakespeare o la de Spenser? La libertad del poeta es su aspiración
más querida, el corazón de su integridad. Podríamos, si quisiéramos,
decir que esta libertad resulta de la genuina obediencia a la voluntad
de Dios, pero ¿a quién corresponde interpretar dicha voluntad? Milton
la interpretó para sí mismo, basándose exclusivamente en su propia autoridad,
que identificó con su genio.
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