domingo, 12 de octubre de 2014

Lope de Vega. La gatomaquia. (Literatura de rescate).




La Gatomaquia, es un poema épico burlesco de Lope de Vega, que fue publicado un año antes de su fallecimiento, en 1634, bajo el pseudónimo de Tomé de Burguillos. Se divide en siete silvas, y consta de unos 2.500 versos. Lope ya había tocado el tema épico desde diversas perspectivas, (Dragontea, Isidro, Jerusalén conquistada) aunque siempre bajo tono solemne. En esta ocasión la obra es heroicocómica, y tiene muy lejanos antecedentes formales, desde la Batracomiomaquia, hasta modelos italianos del Renacimiento, bien adaptados en España desde la Loa de la Pulga de Gutierre de Cetina, la Mosquea de Villaviciosa y otras.

El argumento presenta a Zapaquilda, bella felina y amada de Marramaquiz, convertida en una paródica Helena de Troya, y presa de las gracias del pulcro Micifuf. Tras peripecias irónicas, serenatas, retos e intentos de encantamiento, finalmente Marramaquiz rapta a Zapaquilda el día de su boda con Micifuf. Se declara la guerra entre los mininos y el Olimpo divide sus preferencias. Finalmente, Marramaquiz muere durante una salida para buscar comida, a manos de un cazador y el final feliz acontece entre Zapaquilda y Micifuf. La obra ha merecido juicios dispares. Mientras la generalidad de la crítica alaba las virtudes líricas del monstruo de la Naturaleza y el tono gracioso y al tiempo sentimental del poema, otros han puesto de manifiesto un cierto tono de licencia y de vacío.
Fuente: Wikipedia.


LOPE FÉLIX DE VEGA CARPIO
LA GATOMAQUIA

DEL LICENCIADO TOMÉ DE BURGUILLOS





Prólogo y notas de
PILAR DIEZ Y JIMÉNEZ – CASTELLANOS



Primera edición
Ilustrada




EDITORIAL EBRO,S.A
FUNDADA     EN    1938     POR      D. TEODORO    DE    MIGUEL
ZARAGOZA –    MADRID –    BARCELONA –    BUENOS AIRES.

 RESUMEN CRONOLÓGICO DE LA VIDA 
DE LOPE DE VEGA (1562 – 1635)
1562.–25 de diciembre. Nace en Madrid Lope de Vega. Fueron sus padres Felices o Félix de Vega, bordador, y Francisca Hernán-dez o Fernández. Muy da niño, «en los primeros años de su vida», pasó una temporada en Sevilla. Montalbán dice que a los cinco años «leía en romance y en latín».
¿1574?–Estudios en el Colegio de la Compañía de Jesús.
¿1576?–Entra al servicio de don Jerónimo Manrique de Lara, Obispo de Avila. Es posible que en este mismo año marchase a estudiar a la Universidad de Alcalá, donde no llegó a hacerse bachiller.
1578.–Fuga de su casa. Amores con Marfisa, según dice en La Dorotea.
1580.–Marcha a estudiar a la Universidad de Salamanca.
1583.–Forma parte de la expedición de don Álvaro de Bazán en la conquista de la Isla Terceira. Es muy posible que a su vuelta conociese a Elena Osorio.
1587.–Diciembre. Se le detiene y comienza su proceso por los libelos escritos contra Elena Osorio y su familia
1588.–Se le condena a cuatro años de destierro en el reino y ocho de la Corte. Rapta a Isabel de Urbina, casándose con ella, por poderes. El 29 de mayo embarca en Lisboa en la Invencible y a su vuelta se traslada con su esposa a Valencia.
1595.–Muere su esposa Isabel. En este mismo año se le levanta el destierro, trasladando su residencia a la Corte.
1598.–Secretario del Marqués de Sarria. Imprime La Arcadia. Casa con Juana de Guardo. Comienza su polémica literaria con Góngora. Publica La Dragontea. Continúa sus amores con Mi-caela Lujan, Camila Lucinda en sus versos, a la que debió co-nocer un año o dos antes de su casamiento.
1599.–Publica El Isidro.
1602.–Viaje a Sevilla, Córdoba y Antequera. Publica La hermosura de Angélica y las Rimas humanas.
1603.–Hace un nuevo viaje a Sevilla, donde publica, en febrero del año siguiente, El peregrino en su patria.
1605.–Conoce al Duque de Sessa, que tanta influencia habla de ejer-cer en su vida.
1607.–Vuelve a Madrid.
1612.–Muere su hijo Carlos Félix.
1613.–Muere su esposa.
1614.–Se ordena de menores en Madrid y de presbítero en Toledo.
Publica las Rimas sacras.
1616.–Conoce a Marta Nevares, la famosa Amarilis de su versos.
1621.–Imprime La Filomena.
1625.–Imprime Los triunfos divinos.
1628.–Pierde la razón Amarilis.
1629.–Publica El Laurel de Apolo.
1632.–Muere Marta de Nevares. Publica La Dorotea y escribe su de-licada égloga Amarilis.
1633.–Imprime las Rimas de Tomé Burguillos.
1634.–Fuga de su hija Antonia Clara con Cristóbal Tenorio.
1635.–27 de agosto. Muere en Madrid.
 PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS
EN LA ÉPOCA DE LOPE DE VEGA

En política. – Sublevación de los moriscos en las Alpujarras (1568–1570). – Batalla de Lepante (1571). – Desastre de Alcazarquivir, donde fue vencido y muerto por los moros el rey don Sebastián de Portugal (1580). – Batalla de Alcántara: Guerra con Francia (1585–1598). – Destrucción de la Armada Invencible (1588). – Huida de Antonio Pérez a Zaragoza y a Francia (1590). – Muere Felipe II y sube al trono Feli-pe III (1598). – Expulsión de los moriscos (1609). – Guerra desgraciada contra los Países Bajos y muerte de Felipe III, comenzando el reinado de Felipe IV (1621). – Canonización de Santa Teresa (1622).

En las ciencias y en las artes.–Muere el célebre pintor Alonso de Berruguete (1561). – Se publica la Biblia Políglota de Amberes por Arias Montano (1572) – Concluye el arqui-tecto Herrera los trabajos del Escorial (1584) – Fundación por Felipe II de la célebre biblioteca del mismo monaste-rio (1561–1584). – Nace Descartes (1596). – Nacimiento de Velázquez (1599). – Nace Alonso de Cano, arquitecto, pintor y escultor (1601). – Kepler (1609) publica las observaciones so-bre el planeta Marte y en 1619 sus Harmonices Mundi. – Galileo profesa en público las teorías de Ptolomeo y publica su Sidereus mundi (1610). – Muerte del Greco (1614). – Bacon pu-blica el Novum organum (1620). – Nacimiento del pintor Clau-dio Coello (1623).

En literatura. – Muere Jorge de Montemayor, en 1561. Na-cen Góngora y Bartolomé Leonardo de Argensola, en 1561.– Nacimiento de Quevedo (1580). – Muerte de Santa Teresa (1582). –Muerte de San Juan de la Cruz y de Fray Luis de León (1591). – Muerte del poeta Herrera, en 1597. – Se publica la Atalaya de la vida humana, Vida del célebre pícaro, Guzmán de Alfarache. – Nacimiento de Calderón y de Gracián, en 1600 y 1601, respectivamente. – Se publica en Madrid la primera parte del Quijote en 1505, y en este mismo año, en Valladolid. la célebre Antología de Pedro Espinosa, Flores de Poetas ilustres. – Nace Francisco de Rojas Zorrilla (1607).–Apa-rece la Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sa-les (1608). – Se publica L'astré, de Honoré d'Urfé, y Marianne, de Hardy, que rompen con la literatura anterior (1609). – Se publican las obras de don Luis Carrillo y Sotomayor (1610). Aparece la segunda parte del Quijote (1615). – Muerte de Cer-vantes y de Shakespeare (1616). – Nace en 1617 el célebre bi-bliógrafo Nicolás Antonio. – En 1626 se publica el Buscón, de Quevedo. – Muere don Luis de Góngora. – Se publican sus obras completas (1627).

***
 ***

De doña Teresa Verecundia 1 al Licenciado
Tomé de Burguillo

SONETO
Con dulce voz y pluma diligente
y no vestida de confusos caos, 2
cantáis, Tomé, las bodas, los saraos3
de Zapaquilda y Micifuf 4 valientes.

Si a Homero coronó la ilustre frente
cantar las armas de las griegas naos,5
a vos de los insignes marramaos6
guerras de amor por súbito accidente.

Bien merecéis un gato de doblones7,
aunque ni Lope celebréis ni el Taso8,
Ricardos o Gofredos de Bullones9

Pues que por vos, segundo Gatilaso10,
quedarán para siempre de ratones
libres las bibliotecas del Parnaso11.




***

GENERALIDADES SOBRE LA GATOMAQUIA
El cuadro general de la épica renacentista, en España, no es muy halagüeño. Ni los españoles somos amigos de la grandilo-cuencia ni nos gusta apartarnos demasiado de la realidad, aun-que esa realidad haya que embellecerla, a veces, con esfuerzos titánicos.
Condición precisa para la épica es la grandilocuencia, el énfasis, la hipérbole, todo lo que hincha y ahueca el estilo. Estas características, aunque vayan unidas a la pureza del len-guaje, a la altura de pensamiento y a la nobleza de las acciones, nos molestan por falsas y rebuscadas. Nuestra épica medieval tiene un carácter histórico; nuestros héroes nacionales son héroes a fuerza de ser humanos, sin ditirambos ni paliativos; nuestra épica es de fuente e inspiración popular, cuando es buena. Si todo esto distingue nuestra épica de los siglos medios, de su contemporánea en el resto de Europa, mucho más nos diferenciamos al tratar la materia épica de un modo erudito, ajustado a patrón renacentista. Nuestros esfuerzos por emular a Ariosto y al Tasso fracasan rotundamente. No se salva ape-nas de este naufragio el Bernardo, de Valbuena, ni la Araucana, de Ercilla, aquél por lo que tiene de poema legendario y éste por las excelentes cualidades que posee de documento histórico.
Y no quedamos tan por bajo del nivel renacentista a causa de pereza en alcanzarle, porque los intentos son muchos, aun-que la fortuna de ellos no corresponda al brío con que se aco-metieron. Lo principal es que el género es falso y prolijo, y, por tanto, tan distanciado de nuestro temperamento, que sólo en broma, por burla y chiste, podía surgir en España obra genial que lo dignificase y salvase, entre nosotros, del olvido: este es el caso de La Gatomaquía.
Nunca fue esta obrita tan apreciada y ensalzada como me-rece, por razones análogas, entre propios y extraños; por una fundamentalísima: porque la épica renacentista tiene el pres-tigio de haber sido universalmente admitida, sin que nadie de-nunciase jamás lo que de prolijo, pesado y sin gracia (en mu-chas ocasiones) tiene el poema de Ariosto, y lo que de recargado, en negruras y pesados nubarrones, en luchas caballerescas rei-teradas y en delirios fantásticos tiene el de Tasso. La aquies-cencia y la reverencia a la épica renacentista, la inveterada costumbre española de encontrar excelente todo lo ajeno, por e1 hecho de serlo; nuestro respeto, fetichista, a las influencia» del momento, ora italianas, ora francesas, fueron relegando al olvido, como juguetillo infantil e intrascendente, la obra épica de mayor empeño y más feliz realización que ha producido la literatura española.
Porque este juguetito es una sátira magnífica contra la so-ciedad de su tiempo; contra el amor al uso, en los siglos XVI y XVII; contra la épica renacentista, hinchada y fantástica; contra lo que tiene de hueco y de falso el género épico, en general; y hasta contra esa manía guerrera, humana, de todos los tiempos, que hoy como ayer pone en peligro la vida de los seres por razones mezquinas, y punto menos que particulares, que a la luz de los siglos son riñas de gatos por otras tantas y más o menos abstractas razones aunque no se llamen Zapaquildas.
La Gatomaquía acabamos de decir que es una sátira de cos-tumbres. Gustaba Lope de comparar las mujeres con las gatas, y Zapaquilda sabía mirlarse, como las damas al uso, transfor-mándose en una de éstas.
Mirlarse es entonarse, afectando gravedad en el rostro. Sa-bían nacerlo aquellas damas, cuyo recato era más aparente que real, demasiado coquetas; rabiando por casarse; aficionadas a las joyas y galas; interesadísimas... no vale la pena proponerlas como modelo de virtud. Obedecían a sus mayores, es cierto, aceptando lo que llamó Tirso, por boca del Duque, en El ver-gonzoso, «un cautiverio de por vida»; era la costumbre, y todas se sometían a ella, ansiando que el enlace concertado por el padre les diese posición social, holgura económica, brillo exter-no, un mayorazgo de tantos o cuantos miles de ducados era su meta y casi ninguna tañía otra más elevada. Consumían la vida en pereza, devoción y comadreo; pasaban sus ocios con-tinuos golosineando, murmurando, enterándose de vidas ajena» por medio de las criadas. Así es Zapaquilda, con el mismo mesurado recato recibe los obsequios de sus galanes, y cuando ya corresponde a otro, aún da satisfacciones al primero, como si, prudente, no quisiera apagar el cabo de la vela antes de cerciorarse de lo bien que arde la nueva. Así nos pintaba An-tonio de Solís a las damas, en su divertida comedia El amor al uso. En cuanto a ellos, a caballo y con numerosa caterva de lacayos y criados paseaban las celosías de sus damas, seguros de ser vistos y admirados. Marramaquiz, como tantos bípedo» de su época, guardaba cama y se sangraba, cuando tenía dis-gustos, aunque celos y amor fuesen el único motivo. Al que se sangraba ofrecían regalos «para alegrarle la sangría», y no eran pequeño censo de familiares y amigos las damas melin-drosas, que por cualquier susto o enojo lo hacían, como cuenta el duque de Maura de la reina doña M.» Ana de Neoburgo, segunda esposa de Carlos II, que recurría a sangrarse para obtener joyas y regalos de los nobles y grandes de España, pródigos en ofrecerlas, según la época, a pesar del empobre-cimiento general de la nación al finalizar el siglo XVII.
Lope se río de lo muy importantes que eran los cumpli-mientos, haciendo que Zapaquilda y Marramaquiz se hiciera» reverencias con las colas
Por otra parte, Zapaquilda visitaba en carroza el alto desván donde Marramaquiz yacía enfermo, entraba a verle acompa-ñada de su escudero y los pajes del galán encendían hachas para acompañarla al regreso.
No menos satírico es el duelo de los dos galanes. Marrama-quiz y Micifuf, valientes, sacando las espadas, siembran e4 terror en los tejados, hasta que presentándose la justicia tiene fin el duelo; y no queriendo los contendientes reconciliarse, llévanlos a la cárcel, tal como solían hacer los alguaciles. Lope sabía, de los turbulentos días de su juventud, lo que era esto, y como Marramaquiz había llorado y rabiado en la cárcel, mientras la gata ingrata (Elena Osorio) favorecía al contra-rio.
No puede menos de reparar el que lee La Gatomaquía, aquella insistencia con que Lope se queja de príncipes ingra-tos. Por un lado está el episodio de Garfiñante, el sabio y soli-tario gato, que da a Marramaquiz el consejo que siempre tuyo Lope por infalible receta: curarse de un amor buscando otro. A Garfiñante le paga Marramaquiz,

"que no pagar la ciencia
es cargo de conciencia,
mas dicen que de sabios es desdicha".

¿Respiraba por alguna herida? Probablemente, sí; porque algo más adelante insiste en la misma idea, cuando Marrama-quiz le da un manotazo a su escudero Tomizas:
"¡Oh cuánto, Amor, de la razón desquicias
un noble caballero!
Por eso ningún paje ni escudero
se fíe en la privanza;
que es fácil en señores la mudanza,
y el Sol es gran señor, y nunca para.
En rueda más mudable, a la Fortuna
se parece la dama doña Luna,
que nunca vemos de una misma cara".

La vanidad del abolorio y los antepasados, preocupación inmensa de todos aquellos inflados señores, no queda muy bien parada en la descripción de la galería de retratos, cuando pa-sando revista a los antepasados gatunos de Ferrato, los ve coro-nados de cívicas coronas, navales y murales, el uno porque ganó la batalla de las Monas, el otro porque asistía en las casas del cabildo, el de más allá por ser gato perulero.
Las frustradas bodas de Zapaquilda son otro monumento inestimable: allí se bailó la gallarda; allí con unas cáscaras de almendras atadas a los dedos y cogiendo el delantal con las dos manos. Trapillos y Maimona bailaron la chacona, entre las murmuraciones de gatos canos. ¿Aquellos graves censores de teatro, a quienes la chacona y la zarabanda preocupaban tanto, no eran en su quiero y no quiero ridículos como gatos?
Micifuf llegó tarde a la defensa de su prometida, y todo por un zapatero que vivía lejos, porque para calzarse, nece-sitaban los galanes del XVII zapatero y todo. No es broma ni chiste de Lope ni hipérbole burlesca, porque así lo manifiesta Zabaleta: «Siéntase en una silla el galán, híncase el zapatero de rodillas... mete un calzador en el talón del zapato, enca-píllale otro en la punta del pie, y luego empieza a guiar el zapato por encima del calzador...; dobla hacia fuera el copete del zapato, cógele con la boca de las tenazas... afírmase en el suelo con la mano izquierda, y puesto de bruces sobre el pie, hecho arco los dos dedos de la mano derecha... va con ellos ayudando a llevar por el empeine arriba el cordobán, de quien tira con las tenazas su dueño.
Ajustada ya la punta del pie acude al talón, humedece con la lengua los remates de las costuras... Desdobla el zapatero el talón, dale una vuelta con el calzador a la mano y empieza a encajar en el pie la segunda porción del zapato... saca el cruel ministro el calzador del empeine... lleva las orejas a que cierren el zapato, ajústalas y da luego con tanta fuerza el nudo, que si pudieran ahogar a un hombre por la garganta del pie lo ahogara».
No falta la crítica contra el lujo, cuando al hablar del que ostentaba Zapaquilda, asegura «que ponen miedo de casarse a un hombre» En verdad, tanto ese miedo como la fiera vanidad de no tener buena dote con que casar a las hijas, con arreglo a su «alto» nacimiento, llenaba de gente sin vocación los con-ventos, y poblaba las casas de infelices solteras a su pesar.
La Gatomaquía es también una crítica del amor al uso: los gatos paseaban el tejado a Zapaquilda con pajes y a ca-ballo. Tomaban el sereno lindamente, como no quería tomarle Don Domingo de don Blas, el genial personaje de Alarcón, cuando se resistía a esas pruebas de amor, consistentes en no dormir y pasar frío, dejando que el alba sorprendiese al ena-morado ante la puerta de su dama. Enviarle regalos y golosinas era otra prueba de aquel voluntario servicio, tan cómodo para ellas y tan terrible para el enamorado pobre, tal como en su juventud había experimentado Lope, para quien fue un tor-mento no poder dar a sus amadas cuanto ellas merecían. Pajes, esclavos y criadas eran forzosos intermediarios de los amantes, a quienes debían tener contentos, pagando en buena moneda su tercería. Y a la hora de casarse, nadie por sí mismo había de hablar, sino algún amigo, deudo o casamentero, «que hiciese las partes», como «Garullo, con prudente maullo», hace las de Micifuf, concertando la dote como de paso.  Divertidas cos-tumbres preestablecidas, religiosamente respetadas y no menos dignas de ser puestas en solfa!
No era Lope guerrero, a pesar de su intervención en expe-diciones armadas y de sus patrióticos alegatos en comedias his-tóricas. También estaba demasiado cerca del pueblo para sentir la grandeza de lo caballeresco. El género épico tiene dema-siados puntos vulnerables para que Lope no los percibiese y ca-yera en la tentación paródica que le brindaban, tanto la épica renacentista como la Iliada, especialmente esta última. Lope había tomado en serio la épica demasiadas veces, acaso por seguir la moda, acaso por demostrar que no se le resistía género literario alguno, ya que no estaba exento de vanidad, ni mucho menos. La Dragontea, sobre la muerte del célebre corsario inglés, terror de su época, Francisco Drake; La her-mosura de Angélica, continuación del Orlando furioso, de Ariosto; La Filomena, de asunto mitológico, sobre la transforma-ción o metamorfosis de la desdichada princesa Filomena en ruiseñor; La Andrómeda, sobre la liberación de esta mítica princesa (destinada a ser pasto de un monstruo marino) por Perseo; La Circe, amplificación del conocido pasaje de la Odi-sea; la Jerusalén conquistada, de tono caballeresco, quizá la más ambiciosa de todas ellas; Corona trágica, sobre el destino de María Estuardo, etc. Todas estas obras debió pensar Lope que le diesen honor y fama. No dejaron de procurarle cierta aureola, en su tiempo. Pero las desmintió, las superó y depuró al convertirlas en materia paródica, tanto a las suyas propias como a las que le habían servido de fuente y dechado. Todo este ingente material épico de Lope no vale nada frente a La Gatomaquía.
Poner en solfa una de las arraigadas manías de la huma-nidad, como es la guerra, resulta doblemente meritorio en un hombre de la época de los Austrias, en que todavía nadie, y menos en España, había levantado bandera pacifista. Lope, soldado en su juventud, hacíase eco, en su obra, de una frase muy popular entonces; «hacer la guerra mantiene en paz». Esta paradoja la encontramos en Cervantes. Lope la expresa también en El villano en su rincón, como un motivo de reconocimiento de los vasallos para con el rey. España, dominadora todavía del mundo, en aquel momento, podía creer en esta pa-radoja, aunque el poeta nacional se ría blandamente de las guerras, en esta obra. La supremacía de todas las naciones (era la lección que les daba la historia) por medio de las gue-rras se logra. Hoy empezamos a comprender que la supremacía de un pueblo la proporciona el trabajo; pero acaso el con-cepto del mundo y de la vida está evolucionando de tal modo que a nosotros mismos, los artífices de este cambio, nos asom-bra un poco. Por otra parte, las guerras se suceden con inhu-manidad creciente, a pesar de que vistas a distancia no producen otro efecto que el de riñas de gatos, cruel exterminio de muchos para satisfacer la soberbia y la ambición de unos pocos.
La guerra descrita en La Gatomaquía es la contienda que debió ser personal y se hace extensiva al mundo gatuno entero. Los gatos no proceden de otro modo que los hombres, en todas sus guerras. La parodia de la Ilíada está bastante clara y re-sulta muy divertida; Zapaquilda, la Elena de tan peregrina Troya, coqueta sempiterna, favorecedora de Marramaquiz pri-mero y de Micifuf luego, es el motivo ocasional entre las dos bizarrías guerreras que se enfrentan y contraponen. Lope está siempre en la obra hablando de las mujeres, porque se le olvi-da que la coqueta Zapaquilda es una gata, y porque la trans-posición metafórica de términos: gatos–hombres es tan perfecta, que cuando dice gatos piensa en hombres, y cuando dice hom-bres los está identificando con los gatos.
Lope tenía en esta obrita antecedentes ilustres. El primero de todos, la Betracomiomaquia, atribuida a Homero. Si Homero escribió esta guerra burlesca de ranas y ratones hay que añadir una excelsa cualidad más a las que brillan en sus poemas Ilíada y Odisea: el humorismo, la capacidad de reír a costa de los trascendentales poemas que había fabricado. Y reírse de la propia obra, comprender lo que de exagerado y risible puede haber en nuestra propia creación es precisamente subli-mar, depurándolo de toda escoria, el genio y la inspiración reci-bidos del cielo.
En España misma tiene Lope un antecedente curioso: La mosquea, de José de Villaviciosa (1589–1658), guerra entre mos-cas y hormigas, inspirada en la obra del mismo título de Teófilo Folengo, y no exenta totalmente de ingenio. La obra de Villa–viciosa apareció hacia 1616, y, por tanto, pudo haberla tenido en cuenta Lope.
Algunas obritas sobre gatos pudieron también servirle de fuente, como La Gaticida, publicada en París, en 1604, y de la que fue autor Bernardino de Albornoz (o Cintio Meretisco, si preferimos su pseudónimo). También Quevedo (Musa VI del parnaso español) compuso un romance, en 1627, titulado Con-sultación de los gatos, tan cáustico y divertido como todo lo suyo, puesto que dice que el hurtar lo aprendieron los gatos de los hombres, y por eso dicen mío, hablando y mayando, porque no quieren que haya nada ajeno.
A pesar de todo, La Gatomaquía no les debe nada a estas obritas, cuyo asunto es completamente distinto.
Lope era particularmente aficionado a gatos. A un animal tan estético, de gracia sinuosa que tanto recuerda el movimiento femenino, no podía menos de tenerle simpatía Lope. Lo ma-nifiesta en varias de sus obras. En La dama boba, es uno de los más divertidos pasajes aquel en que llega Clara, criada de Finea, la tonta, y le cuenta, en un monólogo en que la criada también pretende hacerse la simple, el parto de una gata, y los subsiguientes festejos del mundo gatuno por el alumbramiento de seis gatos:
''Salía por donde suele
el sol, muy galán y rico,
con la librea del rey;
colorado y amarillo.
Andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid...
aunque no sé quien me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios.
Dormían tos rentas grandes,
despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces de pino,
cuando la gata de casa
comenzó con mil suspiros
a decir; –¡Ay, ay, ay, ay,
que quiero parir, marido'.
Levantóse Hociquimocho
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos,
que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablan
en tiple de monacillos,
si no es gerigonza entre ellos
ni es español ni es latino".

El divertido monólogo continúa con la llegada de la abuela, y luego con la bajada, "de caballetes y terrados, de la gente gatuna:

"Cual la morcilla presenta,
 cual el pez, cual el cabrito,
cual el gorrión astuto,
cual el simple palomino.
Trazando quedan ahora,
para mayor regocijo,
en su gatesco senado
correr cañas cinco a cinco.
Ven presto, que si los ves
dirás que parecen niños,
 y darás a la parida
 el parabién de los hijos".

Aquel mundo simbólico de reverencias con la cola; compe-tencia galante; regalos a coquetas desdeñosas; celos ora vio-lentos, ora sentimentales; desafíos e insultos, entre los cuales predomina el de «fullero»; gatesco senado, en una palabra, vivía en la mente de Lope como una imagen depositada allí por la viva sensación de que lo humano, hombres y mujeres, no son sino eso: zarpas, arañazos, de codicia, de envidia, de soberbia y ambición, entre los que se deslizan el maullo hala-gador, con frecuencia traicionero, el bufido del instinto, el ron-roneo del placer...
Lope vuelve al tema de los gatos en Las almenas de Toro, aunque no podemos, con seguridad, otorgar prioridades ni a ésta ni a La dama boba, porque no son seguras las fechas, y Las almenas de Toro no figuran en ninguna de las dos listas de El Peregrino. Sea como quiera, ya que esto es lo de menos en la cuestión que nos ocupa, Los almenas de Toro contiene otro monólogo delicioso sobre el modo de hacerse los gatos el amor:

« ¡ Qué cosa es velle rondar,
haciendo espada la cola,
si tío está la gata sola,
que nunca lo suele estar.
Pues si acaso hay dos o tres,
¡qué dama y qué melindrosa
se relame desdeñosa
el lomo, el cuello y los pies!
Llégase el gato atrevido
y dicele su razón,
en lengua que Salomón
no se la hubiera entendido.
Ella, en un tiple falsete,
respóndele que se vaya;
él la promete una saya,
y ella un favor le promete.
Los gatos que en torno están
ya, con los celos crueles,
suenan cotas y broqueles,
y hacia la gata se van.
Deshónranse unos a otros,
hasta llamarse fulleros;
erizan los lomos fieros
y empínanse como potros.
Comiénzase una cuestión
que suele durar un día;
la lengua es algarabía;
celos y amor, la ocasión.
No hay en quien la paz se halle;
no hay quien los venga a prender,
y para todo en caer
desde el tejado a la calle".

Admira que un hombre en el ocaso de su vida, después de los setenta años, tan próximo a la muerte como Lope lo estaba, haya podido soltar un chorro de donaire tan fresco, tan ágil, tan vivo.
La Gatomaquía es la sonrisa de Lope anciano, la más her-mosa muestra de conformidad con la vida, la más alegre y se-rena aceptación del mundo tal cual es. Haber pasado más de cincuenta años divirtiendo al público, en los teatros, ya era mucho; pero es más todavía hacerse niño al pie de la sepultura, tomarlo todo a broma, hacer una perfecta ecuación del mundo gatuno y del humano, y con una agilidad envidiable de pluma demostrar que la juventud del espíritu reside en el trabajo, en la benevolencia, en la misericordia. Lleno de penas y desengaños, a Lope aún le quedaba tiempo para reír y hacer reír, privilegio del genio el poder dar estas lecciones a la huma-nidad.
El estilo de La Gatomaquía es el más suelto y natural que salió de la pluma del Fénix: los versos parecen brotar espon-táneamente, sin esfuerzo, con ripios frecuentes, que provocan la sonrisa, con numerosas palabras inventadas por el autor, en todo momento dispuesto a la broma. Así nos encontramos con que la gorra de Micifuf había sido de «un ministril de Cala-horra», porque algo tenía que rimar con gorra; y cuando Marramaquiz estaba enfermo «piramizaba» (se moría como Píramo) y el gato forastero era un «zapinarciso y gatimarte» (palabras inventadas para decir que el gato era bello y valiente).
Recurso inestimable en ayuda de tal derroche de gracia es la sátira culterana, que abunda muchísimo, no sólo en palabras altisonantes, sino en hipérbaton especialmente:

«un muerto por sus uñas papagayo»
«en una de fregar cayó caldera».

La locura de Marramaquiz es un delicioso pretexto para lanzar toda clase de piruetas en el vocabulario y en el estilo.
Lope mismo declara haber escrito su poema para olvidar los desengaños y la ingratitud que cosechó en la vida, y la per-secución de la fortuna. Tenía razón. Nos parece hoy mucho lo alcanzado por él, si atendemos a su popularidad, a la estima-ción del vulgo; pero no obtuvo honores ni bienestar económico proporcionados a su trabajo. La fortuna había gobernado su pluma, a su despecho, como él mismo dice poco antes de morir, en la Égloga a Claudio. De no haber tenido que luchar tan a brazo partido con la vida, para subsistir, no le culparía la crítica de tantos montones de obras cuyo único defecto es la prisa con que fueron compuestas.
Dedica a su hijo Lope Félix La Gatomaquía, justificando hu-morísticamente el haberla escrito:
«Que como otros están dados a perros,
o por ajenos o por propios yerros,
 también hay hombres que se dan a gatos,
por olvidos de príncipes ingratos,
 o porque los persigue la  fortuna
 desde el columpio de la tierna cuna».

La Gatomaquía está escrita en silvas, la más cómoda estrofa y apropiada forma métrica para dar libre curso a la imagina-ción. De indefinido número, de versos, la silva es propensa a la digresión (y Lope hace muchas en su obrita), porque corre el razonamiento de uno en otro verso, con facilidad, por ella. La mezcla de endecasílabos y heptasílabos da una agilidad rítmica como irónica y como desordenada, a la silva, y la hace especialmente apta para la sátira. Con frecuencia Lope ende-reza cuatro, cinco y seis versos graves, entonados, como si estu-viese construyendo una octava real, y de pronto la quiebra con un recorte agudo y donoso, como si estuviera ciñéndose con garbo la capa, ostentada con solemne empaque momentos antes.
Por último, Lope coloca La Gatomaquía al final de las Rimas humanas y divinas, de Tomé de Burguillos, publicadas en 1634, edición que seguimos sin más alteraciones que la moderniza-ción de la ortografía y de la puntuación. Tomé de Burguillos, como Gabriel Padecopeo, es un pseudónimo. Lo adoptó Lope en la Justa poética por la beatificación de San Isidro, patrón de Madrid, y a Burguillos le atribuye cuanto salió de su pluma con ribetes de satírico y atrevimientos de burla y crítica.
***

BIBLIOGRAFÍA
Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos. En Madrid, en la Imprenta del reino, año 1634.
Tesoro del Parnaso español, poesías selectas castellanos, etcé-tera. París. Baudry, 1808. Tomo XV de la Colección de los me-jores autores españoles, de Manuel José Quintana.
Hay otra edición de Quiníana: Poesías selectas, etc. Madrid, 1830.
La Gatomaquía, segunda edición, anotada y corregida por don Alberto Lisia. Madrid, 1840.
Lope de Vega. Teatro y obras diversas. En el tomo II, dis-puesto por Ramírez Tomé, está La Gatomaquía. Madrid. Ca-lleja (s. a.).
Francisco Rodríguez Marín. La Gatomaquía. Poema jocoserio de Lope de Vega Carpió. Madrid, C. Bermejo. 1935.
Azorín. Lope en silueta. Ediciones del Árbol. Madrid, 1935.
M. Ernest– Mérimée. Précis d'Histoire de la Literature Espagnole. París, 1922.
Karl Vossler. Lope de Vega y su tiempo. Traducción de don Ramón de la Serna. Madrid, 1933.

NUESTRA EDICIÓN
Se basa en la de las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos, no sacadas de biblioteca alguna (que en Castellano se llama librería), sino de papeles de amigos y borradores suyos, etc. Madrid, Imprenta del Reyno, 1634. A costa de Alonso Pérez, Librero de su Majestad. Aprobación del Maestro José de Valdivieso. Aprobación de Quevedo, que descubre al verdadero autor, Fray Lope Félix de Vega Carpió. Dedicatoria de Lope de Vega (en nombre de Tomé de Burgui-llos) al duque de Sessa. En el advertimiento al señor Lector se habla de Burguillos como de un personaje real. Ejemplar M. 2252 de la Biblioteca Nacional de Madrid, que perteneció a Usoz. Hay una edición facsímil de Madrid, 1935.

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