sábado, 5 de junio de 2021

INFIERNO. CANTO XIV. LA DIVINA COMEDIA. DANTE ALIGHIERI. ANOTACIONES.


 

[L1]Nos encontramos ahora, y en los dos siguientes cantos, en el segundo re­cinto del círculo séptimo, donde se castiga a los violentos contra Dios en un arenal ardiente sobre el que cae una incesante lluvia de fuego: blasfemos, que yacen boca arriba; homosexuales, caminando sin tregua; y usureros, sentados.

 [L2]Lo cuenta Lucano en Farsalia X, 382 y ss.

 [L3]Dante unifica aquí dos hechos que cuenta la apócrifa Epístola de Alejandro a Aristóteles: una nieve copiosísima, que los soldados debían pisar para fundirla; y una lluvia de fuego.

 [L4]Se trata de Capaneo, uno de los siete reyes que lucharon contra Tebas en ayuda de Eteocles. Blasfemando contra Júpiter y el resto de los dioses nos lo presenta Estacio en Tebaida, X, 738 y ss.; 897 y ss.

 [L5]52‑57 Los Gigantes habían intentado expugnar la morada de los dioses, dándose una gran batalla entre unos y otros hasta ser precipitados, por los rayos que Vulcano fabricaba para Júpiter, al valle de Flegra, en Tesalia. Volve­remos a ello en Infierno, XXXI.

 [L6]Se trata nuevamente del Flagetonte.

 [L7]Fuente termal cercana a Viterbo, donde según la costumbre se bañaban las prostitutas.

 [L8]Las puertas del Infiemo.

 [L9]Alude a Satumo, bajo cuyo reinado tuvo lugar la paradisiaca Edad de Oro.

 [L10]Rea o Cibeles, mujer de Saturno, escondió de éste a su hijo Júpiter, para que no lo devorase como había hecho con el resto de sus hermanos, en la isla de Creta. Allí ordenó que cuando el niño llorase, los habitantes prorrumpieran en gritos, para que Saturno no se diera cuenta de la presencia de quien posterior­mente habría de derrotarle.

 [L11]Es muy posible el recuerdo de la visión de Nabucodonosor en Daniel, III. En este pasaje, como en aquél, la estatua del Viejo debe representar la historia de la humanidad: la estatua vuelve la espalda a Damiata, en el Oriente, de donde vino la civilización; y mira a Roma, que es la meta espiritual del hom­bre. El pie de barro es el poder espiritual y el otro el temporal. El oro señala una época de inocencia primigenia; la plata y el cobre no señalan ninguna época concreta, sino dos sucesivas etapas de corrupción. Existen, como el lector po­drá suponerse, muchas otras interpretaciones.

 [L12]Las culpas del hombre tras la pérdida de la pureza originaria dan forma a los ríos infemales, de los que ya conocemos tres: Aqueronte, Estigia y Flege­tonte.

 [L13]Es, como veremos, el río del noveno círculo.

 [L14]Dante no ha caído en la cuenta de que el Flegetonte fuera el río de san­gre que ha contemplado en los cantos precedentes: el Leteo nos lo encontrare­mos en la cima del Purgatorio (Purgatorio, XXVIII).

CANTO XIV

 

Y como el gran amor del lugar patrio

me conmovió, reuní la rota fronda,

y se la devolví a quien ya callaba.                                         3

 

Al límite llegamos que divide

el segundo recinto del tercero,

y vi de la justicia horrible modo.                                          6[L1] 

 

Por bien manifestar las nuevas cosas,

he de decir que a un páramo llegamos,

que de su seno cualquier planta ahuyenta.                            9

 

La dolorosa selva es su guirnalda,

como para ésta lo es el triste foso;

justo al borde los pasos detuvimos.                                      12

 

Era el sitio una arena espesa y seca,

hecha de igual manera que esa otra

que oprimiera Catón con su pisada.                                      15[L2] 

 

¡Oh venganza divina, cuánto debes

ser temida de todo aquel que lea

cuanto a mis ojos fuera manifiesto!                                      18

 

De almas desnudas vi muchos rebaños,

todas llorando llenas de miseria,

y en diversas posturas colocadas:                                         21

 

unas gentes yacían boca arriba;

encogidas algunas se sentaban,

y otras andaban incesantemente.                                          24

 

Eran las más las que iban dando vueltas,

menos las que yacían en tormento,

pero más se quejaban de sus males.                                      27

 

Por todo el arenal, muy lentamente,

llueven copos de fuego dilatados,

como nieve en los Alpes si no hay viento.                            30

 

Como Alejandro en la caliente zona                                     31[L3] 

de la India vio llamas que caían

hasta la tierra sobre sus ejércitos;                                          33

 

por lo cual ordenó pisar el suelo

a sus soldados, puesto que ese fuego

se apagaba mejor si estaba aislado,                                       36

 

así bajaba aquel ardor eterno;

y encendía la arena, tal la yesca

bajo eslabón, y el tormento doblaba.                                    39

 

Nunca reposo hallaba el movimiento

de las míseras manos, repeliendo

aquí o allá de sí las nuevas llamas.                                        42

 

Yo comencé: «Maestro, tú que vences

todas las cosas, salvo a los demonios

que al entrar por la puerta nos salieron,                                45

 

¿Quién es el grande que no se preocupa                               46[L4] 

del fuego y yace despectivo y fiero,

cual si la lluvia no le madurase?»                                          48

 

Y él mismo, que se había dado cuenta

que preguntaba por él a mi guía,

gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.                                51

 

Aunque Jove cansara a su artesano                                       52[L5] 

de quien, fiero, tomó el fulgor agudo

con que me golpeó el último día,                                          54

 

o a los demás cansase uno tras otro,

de Mongibelo en esa negra fragua,

clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda”                          57

 

tal como él hizo en la lucha de Flegra,

y me asaeteara con sus fuerzas,

no podría vengarse alegremente.»                                        60

 

Mi guía entonces contestó con fuerza

tanta, que nunca le hube así escuchado:

 «Oh Capaneo, mientras no se calme                                    63

 

tu soberbia, serás más afligido:

ningún martirio, aparte de tu rabia,

a tu furor dolor será adecuado.»                                           66

 

Después se volvió a mí con mejor tono,

«Éste fue de los siete que asediaron

a Tebas; tuvo a Dios, y me parece                                        69

 

que aún le tenga, desdén, y no le implora;

mas como yo le dije, sus despechos

son en su pecho galardón bastante.                                      72

 

Sígueme ahora y cuida que tus pies

no pisen esta arena tan ardiente,

mas camina pegado siempre al bosque.»                              75

 

En silencio llegamos donde corre

fuera ya de la selva un arroyuelo,                                         77[L6] 

cuyo rojo color aún me horripila:                                          78

 

como del Bulicán sale el arroyo                                            79[L7] 

que reparten después las pecadoras, t

al corrta a través de aquella arena.                                        81

 

El fondo de éste y ambas dos paredes

eran de piedra, igual que las orillas;

y por ello pensé que ése era el paso.                                     84

 

«Entre todo lo que yo te he enseñado,

desde que atravesamos esa puerta

cuyos umbrales a nadie se niegan,                                        87[L8] 

 

ninguna cosa has visto más notable

como el presente río que las llamas

apaga antes que lleguen a tocarle.»                                       90

 

Esto dijo mi guía, por lo cual

yo le rogué que acrecentase el pasto,

del que acrecido me había el deseo.                                     93

 

«Hay en medio del mar un devastado

país ‑me dijo‑ que se llama Creta;

bajo su rey fue el mundo virtuoso.                                       96[L9] 

 

Hubo allí una montaña que alegraban

aguas y frondas, se llamaba Ida:

cual cosa vieja se halla ahora desierta.                                  99

 

La excelsa Rea la escogió por cuna                                      100[L10] 

para su hijo y, por mejor guardarlo,

cuando lloraba, mandaba dar gritos.                                     102

 

Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,                       103[L11] 

que hacia Damiata vuelve las espaldas

y al igual que a un espejo a Roma mira.                                105

 

Está hecha su cabeza de oro fino,

y plata pura son brazos y pecho,

se hace luego de cobre hasta las ingles;                                108

 

y del hierro mejor de aquí hasta abajo,

salvo el pie diestro que es barro cocido:

y más en éste que en el otro apoya.                                      111

 

Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas

por una raja que gotea lágrimas,                                           113[L12] 

que horadan, al juntarse, aquella gruta;                                114

 

su curso en este valle se derrama:

forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;

corre después por esta estrecha espita                                              117

 

al fondo donde más no se desciende:

forma Cocito; y cuál sea ese pantano                                               119[L13] 

ya lo verás; y no te lo describo.»                                          120

 

Yo contesté: «Si el presente riachuelo

tiene así en nuestro mundo su principio,

¿como puede encontrarse en este margen?»                         123

 

Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,

y aunque hayas caminado un largo trecho

hacia la izquierda descendiendo al fondo,                           126

 

aún la vuelta completa no hemos dado;

por lo que si aparecen cosas nuevas,

no debes contemplarlas con asombro.»                                129

 

Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan

Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,                               131[L14] 

y el otro dices que lo hace esta lluvia.»                                132

 

«Me agradan ciertamente tus preguntas

‑dijo‑, mas el bullir del agua roja

debía resolverte la primera.                                                   135

 

Fuera de aquí podrás ver el Leteo,

allí donde a lavarse van las almas,

cuando la culpa purgada se borra.»                                      138

 

Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse

del bosque; ven caminando detrás:

dan paso las orillas, pues no queman,                                   141

y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»


 [L1]Nos encontramos ahora, y en los dos siguientes cantos, en el segundo re­cinto del círculo séptimo, donde se castiga a los violentos contra Dios en un arenal ardiente sobre el que cae una incesante lluvia de fuego: blasfemos, que yacen boca arriba; homosexuales, caminando sin tregua; y usureros, sentados.

 [L2]Lo cuenta Lucano en Farsalia X, 382 y ss.

 [L3]Dante unifica aquí dos hechos que cuenta la apócrifa Epístola de Alejandro a Aristóteles: una nieve copiosísima, que los soldados debían pisar para fundirla; y una lluvia de fuego.

 [L4]Se trata de Capaneo, uno de los siete reyes que lucharon contra Tebas en ayuda de Eteocles. Blasfemando contra Júpiter y el resto de los dioses nos lo presenta Estacio en Tebaida, X, 738 y ss.; 897 y ss.

 [L5]52‑57 Los Gigantes habían intentado expugnar la morada de los dioses, dándose una gran batalla entre unos y otros hasta ser precipitados, por los rayos que Vulcano fabricaba para Júpiter, al valle de Flegra, en Tesalia. Volve­remos a ello en Infierno, XXXI.

 [L6]Se trata nuevamente del Flagetonte.

 [L7]Fuente termal cercana a Viterbo, donde según la costumbre se bañaban las prostitutas.

 [L8]Las puertas del Infiemo.

 [L9]Alude a Satumo, bajo cuyo reinado tuvo lugar la paradisiaca Edad de Oro.

 [L10]Rea o Cibeles, mujer de Saturno, escondió de éste a su hijo Júpiter, para que no lo devorase como había hecho con el resto de sus hermanos, en la isla de Creta. Allí ordenó que cuando el niño llorase, los habitantes prorrumpieran en gritos, para que Saturno no se diera cuenta de la presencia de quien posterior­mente habría de derrotarle.

 [L11]Es muy posible el recuerdo de la visión de Nabucodonosor en Daniel, III. En este pasaje, como en aquél, la estatua del Viejo debe representar la historia de la humanidad: la estatua vuelve la espalda a Damiata, en el Oriente, de donde vino la civilización; y mira a Roma, que es la meta espiritual del hom­bre. El pie de barro es el poder espiritual y el otro el temporal. El oro señala una época de inocencia primigenia; la plata y el cobre no señalan ninguna época concreta, sino dos sucesivas etapas de corrupción. Existen, como el lector po­drá suponerse, muchas otras interpretaciones.

 [L12]Las culpas del hombre tras la pérdida de la pureza originaria dan forma a los ríos infemales, de los que ya conocemos tres: Aqueronte, Estigia y Flege­tonte.

 [L13]Es, como veremos, el río del noveno círculo.

 [L14]Dante no ha caído en la cuenta de que el Flegetonte fuera el río de san­gre que ha contemplado en los cantos precedentes: el Leteo nos lo encontrare­mos en la cima del Purgatorio (Purgatorio, XXVIII).

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