viernes, 22 de julio de 2022

Alexander Pope. GENIOS. HAROLD BLOOM.





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Frontispicio 32

Alexander Pope

Otros expresan que su amor es sólo por la lengua

y valoran los libros, como las mujeres a los hombres, por el vestido:

Sus elogios son quedos, el estilo, excelente:

asumen que el sentido está en el contenido.

Las palabras son como las hojas; donde más abundan

escasea el fruto del sentido.

La falsa elocuencia, como el lente prismático,

esparce sus colores chillones por doquier.

Ya no distinguimos el rostro de la naturaleza

y todo brilla igual, alegre sin diferencias;

pero la verdadera expresión, como el sol inmutable,

aclara y mejora todo aquello sobre lo cual relumbra,

dorando todos los objetos sin alterar ninguno.

La expresión es el ropaje del pensamiento, y es

más decente cuanto más apropiado;

la vil vanidad expresada en palabras pomposas

es como un bufón vestido de púrpura;

pues hay un estilo para cada tema,

así como cada país, cada ciudad y cada corte tienen su traje.

Algunos pretenden la fama con palabras antiguas;

¡suspalabras son antiguas, su estilo, moderno!

Tan elaboradas naderías, en estilo tan raro,

fascinan al ignorante, y hacen sonreír al culto.

En su Ensayo sobre la crítica [Essay on Criticism], su primer poema

importante, Pope advierte a los críticos sobre los engaños de los falsos

poetas. Aunque era muy joven aún, decidió ocupar la posición de moralista

literario, vacía desde la muerte de Ben Jonson, amigo y rival de

Shakespeare. Alexander Pope era un enano de cuerpo contrahecho por

la tuberculosis infantil, y seguramente no parecía el candidato más idóneo

para convertirse en el gran poeta inglés de la Ilustración europea.

Buscar equivalentes del precoz genio técnico de Pope nos obliga a pen-

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sar en John Milton, AlfredTennyson, o el recientemente fallecido James

Merrill. Estos, como Pope, eran artistas del verso desde niños, más

magos que escritores.

Pope era un genio de la sátira como su amigo Jonathan Swift, y esto

es un peligro para cualquier escritor. Los lectores no suelen amar la

sátira: nos da miedo bañarnos en ácido, aunque sea saludable. Pope no

es tan salvaje como Swift, pero sí va más allá que cualquiera de los

satíricos vivos:

Que Sporus tiemble: “ ¿Qué? ¿Sporus, esa cosa de seda,

esa cuajada blanca de leche de burro?

Sátira o sentido: ¡vaya! ¿Acaso siente Sporus?

¿Quién aplasta a una mariposa con una rueda?” .

Pero permítanme sacudir este insecto de alas doradas,

este niño pintado de caca que hiede y pica;

cuyo zumbido irrita al sabio y al hermoso

sin probar nunca la sabiduría ni disfrutar la belleza,

como los perros de raza que se deleitan educadamente

murmurando sobre la caza que no osan morder.

Sus eternas sonrisas traicionan su vacuidad,

como los riachuelos pandos que corren de hueco en hueco.

Aunque hable con florida impotencia,

cuando el apuntador respira, la marioneta chilla;

o, sapo familiar al oído de Eva, se lanza

en escupitajos, mitad espumarajo, mitad veneno,

que son retruécanos o política, o cuentos o mentiras,

rencor o tizne, rimas o blasfemias.

Su ingenio es un balancín que va de aquel a este,

Ora arriba, ora abajo, ora conquista, ora fracaso,

él mismo una antítesis vil.

¡Cosa anfibia que puede desempeñar cualquier papel!,

el de la cabeza frívola o el del corazón corrupto,

petimetre en el tocado, zalamero en la mesa,

ya baila con una dama, ya se pavonea ante un señor.

Los rabinos lo declaran la tentación de Eva,

carita de querubín aunque de resto sea un reptil;

la belleza nos sorprende pero nadie confía en su papel;

su ingenio se arrastra y su orgullo muerde el polvo.

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No importa quién se supone que fuera Sporus (lord Hervey, que

había atacado a Pope). Al leer este pasaje, el lector bien puede reemplazar

su nombre con el de su malignidad literaria favorita.

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Alexander Pope

1688 | 1744

HAY g r a n d e s p o e t a s que siempre tuvieron que maldecir al margen,

como William Blake, y otros que fueron ignorados por sus contemporáneos,

como Emily Dickinson y Gerard Manley Hopkins. Pero el genio

de Pope era público, como el de Ben Jonson, o el de lord Byron, o el de

Oscar Wilde. Estos fueron noticia como no ha logrado serlo ningún

escritor de verdadera eminencia en la actualidad a pesar de que hoy tenemos

genios de la publicidad, si bien no es a eso a lo que me refiero

con “ genio público” .

Pope empezó la vida con demasiadas desventajas: era un católico

romano fervoroso (aunque de doctrinas dudosas) en un país en el que

los católicos estaban excluidos de Londres y de las universidades. Era

jorobado, como el Ricardo m de Shakespeare, y enano. Pero también fue

un niño prodigio como poeta y sus dotes fueron casi universalmente

reconocidas. Nadie lo supera como artista del verso en inglés, aunque

tiene algunos iguales: Milton, Tennyson, James Merrill. No hay un solo

verso inferior en Pope: los lugares comunes de tipo moral en Ensayo sobre

el hombre [An Essay on Man] me irritan pero su expresión es intachable.

Dondequiera que uno lea, se topa con unja piedra preciosa:

¡Ah! Si bailar toda la noche y pavonearse todo el día

sirviera de encantamiento contra la viruela o alejara la vejez,

¿quién no despreciaría el cuidado de la esposa,

quién aprendería una sola cosa útil sobre la tierra?

Caen los poetas como caen aquellos a quienes celebraron en sus versos,

sordo el oído alabado y muda la armoniosa lengua.

¡Ah, si pudiese subir al ala menonia

sus brazos, sus actos, su reposo, para cantarles!

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¡Qué mares atravesó! ¡Y en qué campos y qué tanto

peleó por la paz del país, tan duramente ganada!

Así ante la intuición de su llegada, y su secreto poderío,

el arte sale en persecución del arte, y todo se vuelve noche.

Se ha alabado con razón la unión del sonido y el sentido en Pope,

pero a mí me interesa el genio, o el otro yo. Aunque Pope fue el apóstol

de la razón, la naturaleza y el orden, y así lo dejó establecido el doctor

Samuel Johnson, su persona pública es engañosa. Hay una energía furiosa

que impulsa su obra, pero no se parece en nada a la furia irónica

que anima las sátiras de su amigo íntimo Jonathan Swift, quien da el

paso que lo separa del abismo de la digresión. Pope, como Racine, nunca

pierde el control, pero el lector no puede dejar de percibir la oscuridad

que se acumula, sin caer del todo.

Y hubo mucha oscuridad. A los 16, una infección tuberculosa le torció

la columna; y a pesar de su poca estatura y del tormento de los dolores

de cabeza y del cansancio, logró crear un arte superior a su

deformación. La elegancia, el poder y la proporción de su memorable

poesía lo fortalecieron moralmente y le permitieron soportar su larga

enfermedad. La energía que impulsa su obra casi hace de él una culminación

demasiado exuberante de la tradición neoclásica de Ben Jonson,

Denham, Waller, Dryden. El doctor Samuel Johnson, el Shakespeare

de la crítica, amaba a Dryden pero consideraba que Pope era la perfección

en la poesía, y quizás esa fue la razón por la cual él mismo no escribió

más que dos poemas importantes, “Londres” [London] y “La

vanidad de los deseos humanos” [The Vanity of Human Wishes]. Nos

encontramos ante un acertijo: Dryden, Pope y Johnson sabían que Shakespeare

y John Milton superaban con creces la cota del neoclasicismo

(Chaucer no era tan accesible, por su lenguaje). Pope y Johnson hicieron

ediciones de Shakespeare y Dryden los precedió en la proclamación de

la supremacía de Shakespeare. Dryden, Pope y Johnson consideraban

que Milton estaba justo debajo de Shakespeare. En este punto empieza

a operar una compleja división: de acuerdo con Johnson, la versión que

Pope hizo de Homero “afinó la lengua inglesa” y, por tanto, a Dryden.

¿Significa esto que era necesario perfeccionar a Shakespeare y a Milton?

¿Se someterían a ello? ¿O acaso representaban algo más grande, algo que

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espolearía a los poetas de 1740, como Collins, Grey y los Warton, obligándolos

a crear la Nueva Poesía que Johnson desaprobaba? La cuestión

se volvió más urgente a partir de 1780, con William Cowper y

William Blake, y se convirtió en una polémica de grandes proporciones

con Coleridge, Wordsworth, Shelley y Keats.

Aunque Pope lo veneraba, Shakespeare no logró inhibir a este escritor

de sátiras morales y de falsas épicas. Sus obras maestras son El

robo del rizo [The Rape of the Lock] y La Dunciada [The Dunciad], falsas

épicas, la primera de las cuales está brillantemente entretejida con

El paraíso perdido, mientras que la segunda lo está con Milton y con la

Biblia inglesa. El doctor Johnson tenía en la más alta estima su traducción

de Homero, cosa que nos resulta inexplicable. El Homero de Pope

le dio a este independencia económica y lo convirtió en el primer poeta

inglés desde Shakespeare capaz de vivir cómodamente de sus ingresos,

pero no conozco a nadie que lo lea (o que pueda leerlo) hoy en día.

Lo falso heroico en Pope fue definido por Maynard Mack como “ la

metáfora del tono” , simultánea y ambivalentemente cómico y destructivo.

Esta ambivalencia es magistral en La Dunciada, la obra más importante

de Pope y en la cual me concentraré aquí. La Dunciada es comedia

de la mejor, y sin embargo es tan destructiva como Swift. La lectura de

El cuento de la barrica me produce cierta turbación, y en cambio me río

con La Dunciada.

A William Blake no le gustaba Pope, pero hay afinidades curiosas

entre ellos como escritores apocalípticos que eran: resulta esclarecedor

leer “Night the Ninth, Being the Last Judgment” [Noche la novena,

siendo el juicio final], de Los Cuatro Zoas, al tiempo con el libro cuarto

de La Dunciada. Blake está escribiendo profecía, no épica falsa, pero es

que en Pope este es un modo profètico. A mí me resulta fascinante el

poco interés que La Dunciada despertaba en el doctor Johnson, quien

consideraba que en ella “ prevaleció la irascibilidad de Pope” , quien

“ confesaba su propio dolor a través de su rabia pero no causaba dolor a

quienes lo provocaban” . Johnson se dio perfecta cuenta de que La Dunciada

es swiftiana - y Swift no lo hacía nada feliz-, pues es “demasiado

petulante y maligna” y contiene imágenes vulgares en exceso. Lo que

La Dunciada y El cuento de la barrica temen es a la locura cultural universal.

Ahora en 2001, cuando escribo, la locura cultural se ha vuelto un

infierno y ninguno de nosotros se puede sustraer a ella. No necesitamos

una nueva Dunciada; la de Pope sigue siendo minuciosamente relevante

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y profetiza sin equivocarse el triunfo del Reino de los insulsos en las

universidades y los medios de comunicación, enemigos de la cultura:

Al pie de su escabel, la Ciencia gime encadenada

y el Ingenio teme al Exilio, las Penas y el Dolor.

Allí, la Lógica rebelde espumajea, amordazada y atada,

y más allá, desmantelada, la bella Retórica languidece por los suelos;

Nacen de la Sofistería sus armas romas,

desvergonzadas Procacidades adornan sus ropajes.

La Moralidad, atraída por sus falsos guardianes,

el Embrollo cubierto de pieles, la Casuística con sus vestiduras,

se queda sin aliento mientras ellas halan la cuerda a uno y otro lado

y muere, cuando la Insulsez da la orden a su paje.

sólo la insana Instrucción permanece libre,

demasiado loca para las cadenas,

ora dirigiendo su mirada extática hacia el espacio,

ora corriendo alrededor del círculo, donde encuentra su cuadrado.

Las Musas yacen atadas por diez lazos

bajo la mirada vigilante de la Envidia y del Halago:

allí quiso la entristecida Tragedia enterrar en su corazón la daga

que debía hender el pecho de la Tirana

pero la sensata Historia contuvo su rabia,

y le prometió Venganza en una era bárbara.

Es allí donde yo enseño y donde enseña todo el mundo hoy en día,

y es allí donde se lleva a cabo la crítica y la especulación cultural (basta

mirar el suplemento cultural de los periódicos). El magnífico pasaje final

de La Dunciada nos anuncia hacia dónde vamos todos y dónde (evidentemente)

queremos ir:

En vano, en vano —la Hora que todo lo compone

cae sin resistencia: la Musa obedece al Poder.

¡Ya viene! ¡Ya viene! el trono oscuro sostenido

por la Noche primitiva, por el antiguo Caos.

Ante ella, las doradas nubes de la Imaginación se desvanecen

y todos sus variados arco iris mueren.

Los fuegos momentáneos del Ingenio estallan en vano,

cae el meteoro y expira en un instante.

[352]

Así como las estrellas enfermas, temblando de miedo la casta de

/ Medea,

desaparecen una a una del valle etéreo,

como los ojos de Argos, tocados por la vara de Hermes,

se cierran uno a uno para descansar eternamente,

Así, al sentir su cercanía y su poder secreto,

Arte tras Arte se apagan y todo se vuelve Noche.

¡Mirad cómo huye a hurtadillas la Verdad a su antigua caverna,

mientras se apilan sobre su cabeza las montañas de la Casuística!

La Filosofía, que antaño se apoyara en el Cielo,

se encoge hasta su segunda causa y desaparece.

¡La Física y la Metafísica ruegan que se las defienda,

y la Metafísica pide su ayuda al Sentido!

¡Ved cómo vuela el Misterio hacia las Matemáticas!

¡En vano! Miran fijamente, se marean, desvarían y mueren.

La Religión abochornada cubre con un velo sus fuegos sagrados

y la Moralidad fallece en la inconsciencia.

No hay Llama pública o privada que se atreva a brillar

ni queda ni una chispa humana ni una fugaz mirada divina.

Tu temible imperio, oh Caos, se ha restablecido;

la luz muere ante tu palabra estéril;

tu mano, gran Anarquía, deja que caiga la cortina

y que la Oscuridad Universal lo entierre Todo.

La risa demoníaca de Pope ante el horror cultural tiene un toque

de deleite ante la destrucción. El libro cuarto de La Dunciada se publicó

en 1742; en 2001, me asusta.

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