martes, 25 de febrero de 2025

ESQUILO GILBERT MURRAY Esquilo Creador de la tragedia

 



NOTA A LA TRADUCCIÓN 

 El lector del «Prefacio» escrito por Gilbert Murray ya sabe que nuestro autor cita las tragedias de Esquilo según su propia traducción inglesa. Se trata de versiones poéticas en las que el traductor tensa al máximo la literalidad del texto para satisfacer las exi gencias de la rima y el metro de los versos ingleses. Nos ha parecido lo más pertinente no traducir el mensaje desnudo de esos fragmentos al español, puesto que no se con servaban los elementos poéticos de la versión inglesa y, en consecuencia, el alejamiento del original esquileo queda sin justificación. Por tanto, en el caso de las citas más ex tensas, ofrecidas en párrafo aparte y cuerpo de letra menor, ofrecemos textualmente la versión de Bernardo Perea Morales de las tragedias de Esquilo (Gredos) y la de Fran cisco Rodríguez Adrados y Juan Rodríguez Somolinos de Las ranas de Aristófanes (Cátedra), pese a que, en ocasiones, difieren bastante de las versiones de Murray. Por otro lado, tanto en el caso de citas más breves o paráfrasis de las piezas de Esquilo, en garzadas en el texto principal de nuestro autor, como en el «argumento» del Agame nón que Murray ofrece en el «Apéndice», no siempre ha sido posible ajustarnos a la versión castellana citada. En los múltiples casos en los que el autor cita el texto de Es quilo de forma resumida o aproximada, hemos traducido el texto de Murray, teniendo a la vista la versión de Bernardo Perea y la de José Alsina Cota, publicada por Cátedra. 

PREFACIO ¿Es verdad que hay suficientes, y más que suficientes, libros sobre Esquilo, no solo ediciones, comentarios y traducciones, sino tam bién estudios literarios e históricos como aquellos que el difunto doctor Verrall llamaba, un tanto irrespetuosamente, «hojarasca» ? Cuando un estudioso consulta el catálogo de la Biblioteca Bodleia- na, o incluso sus propias estanterías, le resulta difícil pensar que no sea así. Y, sin embargo, habrá y tiene que haber más; el proceso no tiene fin. La razón es muy sencilla. Los pocos libros verdaderamente grandes de la historia, los libros cuya belleza y vitalidad intelectual siguen conservando la capacidad de acelerarnos el pulso e inspi rarnos al cabo de más de dos mil años tienen un valor especial para la humanidad y no debemos permitir que mueran. Sin embargo, morirán a menos que, generación tras generación, se los siga estu diando, amando y reinterpretando. Recuerdo la emoción con la que, hará unos cuarenta años, en la biblioteca Laurenciana de Florencia, tomé por primera vez entre mis manos el gran manuscrito de Esquilo, Mediceus 32,9. Me con taron que Rudolf Merkel no pudo reprimir las lágrimas cuando se lo dieron; pero en aquel entonces Merkel acababa de salir de la cár cel por haber participado en algún movimiento republicano en Alemania y le emocionó que lo tratasen con consideración y respe to. Hizo una transcripción extremadamente cuidadosa del ma nuscrito, que resultó muy útil hasta que fue remplazada por el fac 9 10 Prefacio símil fotográfico. En la misma situación, otros harían algo distinto; pero todo verdadero estudiante y amante de Esquilo querrá hacer algo, aunque solo sea tomar notas en el margen de su libro o parti cipar en los debates de alguna sociedad erudita. Algunos optarán por escribir libros. El sufrido público tiene el derecho de plantear al nuevo intér prete al menos dos exigencias mínimas. En primer lugar, tiene que haber estudiado realmente su materia, tiene que haberla es tudiado durante años, antes de creer que tiene algo valioso que de cir al respecto; en segundo lugar, su libro no tiene que ser innece sariamente largo. Creo que yo he cumplido estos dos requisitos básicos. El presente libro no es, en el sentido más estricto de la palabra, erudito. Es únicamente un intento de entender las obras esquíleas como literatura y teatro de gran calidad. Esa clase de estudios corren el riesgo de ser llamados «meramente populares», y el pre sente libro tiene los defectos propios de la especie. Da pocas refe rencias y no recoge una gran cantidad de testimonios o autoridades. Hace escasa o nula mención de la deuda que tiene con escritores anteriores. Los pasajes citados se ofrecen en la mayoría de los casos en inglés, y casi siempre están tomados de mis propias traduccio nes publicadas, opción que reconozco que es posible criticar. Soy consciente, sin embargo, de haber resistido a dos tentaciones que podrían haber hecho el libro excesivamente largo: la de añadir no tas argumentativas al pie para explicar o defender mis opiniones sobre determinados pasajes, y la de alejarme de mi tema inmedia to para adentrarme en otros ámbitos literarios. Por ejemplo, al mostrar que Esquilo elaboró sus grandes piezas dramáticas y su estilo magnífico a partir de «pequeñas fábulas y una dicción bur lesca», fue difícil no explayarse sobre los casos similares de otras grandes tragedias como Hamlet y Fausto: la primera es el resultado de una lenta evolución por etapas que se remonta a la tosca farsa del bufón Amlodi de la epopeya escandinava, de la que quedan Prefacio I I huellas en el Primer Cuarto de Shakespeare; la segunda procede de la popular Comedia del Dr. Fausto, común en las ferias alemanas desde el siglo xvi, que trataba del destino de un hombre que, según las palabras de un contemporáneo, era «un necio más que un filó sofo, un charlatán y un fanfarrón que merece que lo azoten». No obstante, la adición de un apéndice, apéndice que, por aña didura, entraña la repetición de algunas cosas ya dichas, exige una palabra de apología. Cuando empecé a leer obras de teatro griegas me di cuenta de que muchas veces, cuando creía que conocía la obra, y tenía la mente llena de frases y pasajes concretos, en reali dad tenía poca idea de la obra como conjunto o del valor dramá tico de determinadas escenas y transiciones entre escenas. Esto es especialmente aplicable a una obra tan sutil y difícil como Agame nón, y estoy seguro de que a mucha gente le pasará lo mismo. Por ejemplo, en un comentario competente desde el punto de vista lin güístico he visto una observación sobre la «extraña falta de inteli gencia» mostrada por los ancianos en la escena de Casandra. El escritor no había comprendido el interés esencial de la escena, que consiste en ver que se está cumpliendo la maldición de Apolo. Es un ejemplo extremo; pero creo que muchos profesores, cuando leen, pongamos por caso, un parlamento de Clitemestra, no se pre guntan suficientemente, o no hacen que su clase se pregunte, no solo «¿Qué significan las palabras?», sino «¿Por qué dice eso?» o «¿Qué efecto pretende lograr Esquilo?». Si queremos entender la obra, debemos formularnos estas preguntas. La respuesta que les demos, claro está, será hipotética y a me nudo equivocada. Ninguna producción de una obra es perfecta. Recuerdo que uno de los directores más expertos de nuestra época me dijo que, después de dirigir Chéjov con un éxito notable en Londres, vio cómo lo representaban en Moscú unos actores a los que había preparado el propio Chéjov y quedó perplejo al descu brir cuántas cosas no había sabido ver o había entendido mal. No hay duda de que, si pudiésemos ver una representación del Agame 12 Prefacio nón dirigida por el propio Esquilo, quedaríamos considerable mente más perplejos. Pero la comprensión perfecta de cualquier poema, como el propio poema perfecto, queda fuera del alcance de los mortales. Con todo, podemos esforzarnos para aproximarnos a ese ideal. Pero volvamos a los detalles. Como se menciona en la pág. 132, la búsqueda continua de fragmentos de Esquilo en los trozos de papiros de Oxirrinco y otros lugares se ha visto recompensada oca sionalmente con un hallazgo importante. Como el señor Lobel ha tenido la amabilidad de dejarme ver los fragmentos que publicará en su próximo libro, Oxyrhynchus Papyri XVIII, añado esta breve nota. En primer lugar, mi sugerencia sobre la trilogía de Perseo en la pág. 148 es errónea. Los nuevos fragmentos de los Δικτυουλκοί, o Los que tiran de la red, pertenecen sin duda al mismo manuscrito que los dos ya publicados por Vitelli y Norsa en Pap. Soc. It. 1209, y proceden de un drama satírico, no de una tragedia. Al parecer, el cofre en el que Dánae y su hijo fueron arrojados al mar no se man tuvo a flote como un bote abierto, sino que tenía la tapa cerrada y se hundió. Al menos, en el fragmento florentino, el coro, que lleva a la costa un objeto pesado que ha quedado atrapado en su red, cree que es «un tiburón o una ballena o alguna clase de mons truo», y en el fragmento de Oxirrinco se dice que Dánae estuvo «bajo el agua» (ύφαλος). Es evidente que el coro está formado por sátiros. Arrastran el cofre hasta la costa, lo abren y descubren a la madre y el niño. Parece que Dánae está dormida o inconsciente. El pescador, Dictis, se apiada de ellos y promete protección a los des terrados, y pide a los sátiros que los vigilen. Se marcha y Dánae despierta y se encuentra con los grotescos sátiros bailando a su alrededor. Dirige una súplica desesperada a Zeus, que la había traicionado, amenazando con matarse antes que permitir que vuelvan a arrojarla al mar o la entreguen a la merced de «esos mons truos» (τοΐσδε κνωδάλοις). Mientras tanto, no obstante, el niño, Prefacio τ3 divertido con las payasadas de los sátiros, empieza a reír. Juegan con él y hacen ruidos apropiados (ποππυσμός), y todo va bien. En un fragmento posterior, tenemos un final feliz, en el que Dánae va a casarse con Dictis. Se ha encontrado otro espécimen del estilo satírico de Esquilo y el señor Lobel lo ha relacionado con los Enviados o Isthmiastai. Los enviados son sátiros; los encontramos ante el templo de Posei don, colgando unas máscaras que son sus propios retratos. (¡Es tal el parecido que haría gritar a su madre!) Parece una referencia al ritual de los oscilla colgantes a los que se refiere en Géorgie II389 y sigs. (cf. el festival ateniense de Αιώρα). La trama es oscura. Algún «Exarchón» —probablemente el propio Dioniso, puesto que al guien lo llama άναλκις y γύννις— reprocha a su coro que haya asis tido a la fiesta de Istmia en lugar de dedicarse a sus propios bailes. Alguien se refugia en el templo, y algún perseguidor accede a abandonar su persecución a cambio de un regalo, un objeto «he cho con una azuela y un yunque» que no sabe para qué sirve. No tenemos ninguna descripción antigua de los Isthmiastai y los estu diosos tienen que recurrir a su ingenio para interpretar los frag mentos. Estos dos papiros tienen un interés extraordinario, puesto que son los únicos ejemplares de que disponemos del famoso drama satírico de Esquilo. Lo poco que se ha conservado permite hacerse una idea de la gracia y el vigor del estilo: parece espontáneo, ani mado y rápido, y al mismo tiempo tiene cierta elegancia. Ahora bien sería precipitado sacar conclusiones a partir de un material tan exiguo. Hay menos que comentar acerca de los nuevos fragmentos de tragedias. El papiro florentino de Níobe es un magnífico ejem plo del verso esquileo. Los numerosos fragmentos diminutos del Glauco de Potnia, la tercera parte de la trilogía de Los persas, solo son incitantes, pero parecen encajar bien, como señala el señor Lobel, con la historia conocida del Sparagmos de ese héroe por sus Μ Prefacio propios caballos. El otro Glauco también está representado. Un fragmento de quince versos contiene un pareado citado por Estra- bón a partir de Glaucus Pontius, y parece proceder de un par lamento de Glauco en el que cuenta que, en un lugar desierto, encontró la planta de la vida eterna, lo cual sabemos que era el epi sodio principal de la obra. G. M. Oxford 27 de diciembre de 1939

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