Máximo
Gorki
Henry
James
Rudyard
Kipling
Herman Melville
Máximo
Gorki
Cuando
volvió a Moscú, a principios de los años treinta, le condecoraron con la Orden
de Lenin, se puso su nombre a una calle y se le condujo a una dacha en la que
Stalin, al conocer sus problemas de movilidad, había ordenado instalar un
ascensor.
A esa casa le enviaron cada mañana, durante años, un
ejemplar del diario Pravda confeccionado solo para él. Las noticias molestas
—depuraciones, represión, juicios sumarios— eran eliminadas y sustituidas por
otras sobre planes de colectivización, o actos heroicos.
***
Henry
James
Hay
una foto suya en la que aparece, de perfil, con chistera y abrigo, las manos a
la espalda, sosteniendo los guantes y el bastón. Atildado, elegante,
ceremonioso, pulcro en el atuendo. Ocurrió en una ocasión que un niño se acercó
hasta él, en una fiesta, y le ofreció una flor sucia y mustia. Todo quedó en
suspenso, hasta que James se agachó hasta ponerse a la altura de su joven
amigo, aceptó la flor, e hizo una profunda reverencia. Al alejarse, todos
esperaron a ver si la ponía en su ojal. No hay constancia de que lo hiciera.
Bigote, gafas redondas, calva despejada, de contable o banquero, apenas uno sesenta y cinco de estatura. Llegó a ser tan popular que cuando en 1898 se recuperaba en Nueva York de una grave neumonía que casi le cuesta la vida, miles de personas, como en una vigilia laica, silenciosa, callada y entusiasta, se fueron congregando frente al hotel donde estaba hospedado, ocupando las calles adyacentes, para escuchar el parte médico que decía que se encontraba fuera de peligro.
***
Herman
Melville
Tenía
veintiún años y acababa de enrolarse en el Acushnet, un ballenero de 350
toneladas. La tripulación la componían 22 americanos, tres portugueses y un
inglés, según anotó cuidadosamente Valentine Pease, la hija del capitán. Era su
padre quien, mientras se iban alistando, dictaba las señas personales de cada
marinero: un metro ochenta, piel morena, cabellos castaños… Pero ella debió
levantar los ojos un momento para cruzarse con los de aquel mocetón sobre el
que los barcos ejercieron siempre una seducción casi magnética y anotó algo en
el margen. Una sola palabra: «cascarrabias».
Fuente:
Ficha
técnica
Nº de
páginas:
236
Editorial:
SIRUELA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa dura
ISBN:
9788416964406
Año
de edición:
2017
Plaza
de edición:
MADRID
No hay comentarios:
Publicar un comentario