Kafka,
el oficinista
Porque de aquellas callejas empedradas de su odiada
Praga, imperial, imposible, que recorría a diario —tiqui, tiqui— con paso
apresurado y unos zapatos negros, solo salió un par de veces, tres como mucho:
alguna excursión, algún viaje corto, además de sus escapadas en tranvía. Solía
cogerlo hasta la última parada, donde terminaba la ciudad, vestido siempre de
negro —como un enterrador—, camisa blanca y lazo o pajarita, y un extraño,
simpático bombín en la cabeza. Alto como un pararrayos.
Allí se lo cruzaba, a menudo, Vera Nabokov. Y de él
recordó toda la vida su palidez extrema, la tirantez de su piel en la cara, y
los ojos brillantes, azules y brumosos, afilados como los de un hipnotizador,
un mago.
Trabajó media vida, de ocho a dos, en un despacho al
que se llegaba por un pasillo umbrío lleno de archivadores, con olor a tabaco
rancio, y a goma de pegar. Un opresivo universo de bandejas de baquelita,
plumas fuente, sellos de caucho, informes —a veces un plato de peras—, y un
reloj que marcaba la frontera entre el mundo real, por las mañanas, y la
literatura, por la noche, en su casa, con luz artificial. Folios y folios que
destruía a menudo, o que escondía en el piano.
Tuvo dos o tres novias a las que mandaba cartas, con
las que se prometía y nunca se casaba, y un padre omnipresente y burocrático.
Un hombre de aspecto decimonónico, con bigote y anillo, con pinta de intendente
o potentado, al que en una ocasión llevó uno de sus libros, recién salido de la
imprenta. «Déjalo ahí, en la mesa», le dijo con desgana —la mano regordeta,
indolente y exangüe—, incómodo porque le había interrumpido.
Antes de morir dejó dicho que destruyeran todo cuanto
había escrito. Que hicieran un montón de cuartillas y folios, y hojas sueltas
de notas, y lo prendieran fuego. O eso entendió Max Brod, su amigo, que no le
hizo ni caso. Así podemos leerlo ahora; lo desasosegante, lo indecible, esa
obsesión tan suya, tan… kafkiana.
Un día escupió sangre. Tiempo después murió. Y fue su
última novia, Dora Diamant, una actriz, quien, teatral como correspondía, se
acercó hasta la cabecera de la cama, y le cerró los ojos.
Fuente:
Ficha
técnica
Nº de
páginas:
236
Editorial:
SIRUELA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa dura
ISBN:
9788416964406
Año
de edición:
2017
Plaza
de edición:
MADRID
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