miércoles, 21 de marzo de 2012

ROBERTO BOLAÑO: ¿Los detectives salvajes ó 2666?


Algunas personas me preguntan que cuál de las dos novelas de Roberto Bolaño es mejor: LOS DETECTIVES SALVAJES ó 2666.  La respuesta es sencilla: no se pueden comparar. Quizá por aspectos estéticos me gusta más Los detectives salvajes, sin embargo, 2666 es grandiosa, ¿la razón? En 2666 Roberto Bolaño nos muestra su poderío narrativa, su fuerza como narrador que a cualquiera paraliza. Me impresiona en ambas novelas - Los detectives salvajes y 2666- la "naturalidad" y del cómo se desborda  como escritor en maratónicos relatos. Es una aparente facilidad que por supuesto no existe. Otro asunto que se debe de tomar en consideración a la hora de ponderar 2666 es que - lo quieran o no- los editores  y por más justificaciones que se hagan,  Bolaño nunca terminó 2666 y siempre pensó en la publicación de 5 libros o historias concatenadas entre sí. Es decir, si la muerte no lo hubiera sorprendido (2003) quizá la idea original se hubiera respetado de la publicación por separado de las 5 historias. ¿Era mejor la idea de Bolaño? Pienso que la decisión de Anagrama en la publicación de un solo volumen es más acertada que lo planeado por Bolaño. Fue un riesgo y acierto editorial.


Roberto Bolaño
(Chile, 1953-2003)
Escritor nacido en Santiago de Chile, Bolaño ha llevado una existencia bastante trashumante. A los 15 años estaba viviendo en México, donde comenzó a trabajar como periodista y se hizo troskista. En el 73 regresó a su país y pudo presenciar el golpe militar. Se alistó en la resistencia y terminó preso. Unos amigos detectives de la adolescencia lo reconocieron y lograron que a los ocho días abandonase la cárcel. Se fue a El Salvador: conoció al poeta Roque Dalton y a sus asesinos. En el 77 se instaló en España, donde ejerció (también en Francia y otros países) una diversidad de oficios: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador. Hasta que, en los 80, pudo sustentarse ganando concursos literarios. A fines de los años 90 la suerte empezó a estar de su lado: Los detectives salvajes (1999) obtuvo el premio Herralde y el Rómulo Gallegos, considerado el Nobel de Latinoamérica. Es autor de las novelas, La pista de hielo (1993), La literatura nazi en América (1996), Estrella distante (1996), Amuleto (1999), Monsieur Pain (1999), Nocturno de Chile (2000), Una novelita lumpen (2002) y 2666 (2004), ésta última póstuma.

t/9/16749.jpgRESEÑA:
Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifacético que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigmático comienzo del XXI.

Podría decirse que el protagonista es un escritor alemán que tiene un proceso de desarrollo singularísimo, dramático y cómico a la vez, que, careciendo de educación y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus críticos lo buscan sin éxito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no sería exacto. También podría decirse, y tal vez sería más cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinrazón del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de México hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos críticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposición familiar y los establecimientos siquiátricos. El singular escritor alemán encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.

Cada una de las cinco partes es una pequeña novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.

El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el interés del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.
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Los detectives salvajes:

t/0/16750.jpgRESEÑA:
***
La novela narra la búsqueda de la poetisa mexicana Cesárea Tinajero, por parte de dos jóvenes poetas y ocasionales vendedores de droga, el chileno Arturo Belano y el también mexicano Ulises Lima. Bolaño utiliza a estos personajes para componer una ficción en la que se mezclan las ciudades y los personajes, en un homenaje a la poesía.

La obra se divide en tres partes. La primera y la última comprenden la búsqueda de Tinajero por parte de Belano, Lima y un joven seguidor, Juan García Madero. En la segunda, un narrador innombrado sigue las pistas de los dos poetas a lo largo de 20 años y recorre el mundo, partiendo del DF, y pisando entre otros lugares, Managua, París, Barcelona, Tel Aviv, Austria y África.

Antes de partir, Lima y Belano forman un grupo, un movimiento de poesía, llamado los real visceralistas, un homenaje al estilo de Tinajero, que se desintegra poco después de su partida. El libro se estructura como una serie de testimonios tomados por un autor desconocido, de los miembros, sus allegados y las personas con las que Lima y Belano tuvieron contacto en sus viajes. Los testimonios, narrados en primera persona, no siguen nigún orden aparente, lo que ha servido a algunos críticos para comparar Los detectives salvajes con Rayuela de Cortazar.

Belano es considerado por algunos críticos como el alter ego de Roberto Bolaño.
***

NOTA A LA PRIMERA EDICIÓN

 2666 se publica por vez primera póstumamente, más de un año después de la muerte de su autor. Es razonable, pues, preguntarse en qué medida el texto que se ofrece al lector se corresponde con el que Roberto Bolaño hubiera dado a la luz de haber vivido lo suficiente. La respuesta es tranquilizadora: en el estado en que quedó a la muerte de Bolaño, la novela se aproxima mucho al objetivo que él se trazó. No cabe duda de que Bolaño hubiera seguido trabajando más tiempo en ella; pero sólo unos pocos meses más: él mismo declaraba estar cerca del final, ya sobrepasado ampliamente el plazo que se había fijado para terminarla. De cualquier modo el edificio entero de la novela, y no sólo sus cimientos, ya estaba levantado; sus contornos, sus dimensiones, su contenido general no hubieran sido, en ningún caso, muy distintos de los que tiene finalmente.
 A la muerte de Roberto Bolaño se dijo que el magno proyecto de 2666 había sido transformado en una serie de cinco novelas, que se corresponderían con las cinco partes en que la obra está dividida. Lo cierto es que los últimos meses de su vida Bolaño insistió en esta idea, cada vez menos confiado como estaba en poder culminar su proyecto inicial. Conviene advertir, sin embargo, que en esta intención se interpusieron consideraciones de orden práctico (en las que, dicho sea de paso, Bolaño no era muy ducho): ante la cada vez más probable eventualidad de una muerte inminente, a Bolaño le parecía más llevadero y más rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, habérselas con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida.
 Tras la lectura del texto, sin embargo, parece preferible retornar la novela en su conjunto. Aunque toleran una lectura independiente, las cinco partes que integran 2666, aparte los muchos elementos que comparten (un tejido sutil de motivos recurrentes), participan inequívocamente de un designio común.
 No vale la pena empeñarse en justificar la estructura relativamente «abierta» que las abarca, tanto menos cuando se cuenta con el precedente de Los detectives salvajes. Si esta novela se hubiera publicado póstumamente, ¿no hubiera dado pie a todo tipo de especulaciones acerca de su inacabamiento?
 Hay además una consideración que avala la decisión de publicar reunidas –y sin detrimento de que, una vez establecido el marco íntegro de su lectura, se publiquen luego sueltas, permitiendo combinaciones que la estructura abierta de la novela autoriza, incluso recomienda– las cinco partes de 2666. Bolaño, él mismo excelente cuentista y autor de varias nouvelles magistrales, se jactó siempre, una vez embarcado en la redacción de 2666, de habérselas con un proyecto de dimensiones colosales, que dejaba muy atrás, en ambición tanto como en extensión, a Los detectives salvajes. La envergadura de 2666 es indisociable de la concepción de original de todas sus partes, también de la voluntad de riesgo que la anima, y de su insensata aspiración de totalidad. En este punto, no viene de más recordar el pasaje de 2666 en el que, tras su conversación con un farmacéutico aficionado a la lectura, Amalfitano, uno de los protagonistas de la novela, reflexiona con indisimulada decepción sobre el prestigio creciente de las novelas breves, redondas (en el pasaje se citan títulos como Bartleby, el escribiente, de Melville, o La metamorfosis, de Kafka), en perjuicio de las más extensas, ambiciosas y atrevidas (como Moby Dick, como El proceso). «Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez» (pp. 289290).
 Y está luego el título. Esa cifra enigmática, 2666 –una fecha, en realidad–, que actúa como punto de fuga en el que se ordenan las diferentes partes de la novela. Sin este punto de fuga, la perspectiva del conjunto quedaría coja, irresuelta, suspendida en la nada.
 En una de sus abundantes notas relativas a 2666 Bolaño señala la existencia en la obra de un «centro oculto» que se escondería debajo de lo que cabe considerar, por así decirlo, su «centro físico». Hay razones para pensar que ese centro físico sería la ciudad de Santa Teresa, fiel trasunto de Ciudad Juárez, en la frontera de México con Estados Unidos. Allí convergen, al cabo, las cinco partes de la novela; allí tienen lugar los crímenes que configuran su impresionante telón de fondo (y de los que, en un pasaje de la novela, dice un personaje que «en ellos se esconde el secreto del mundo»). En cuanto al «centro oculto »..., ¿no lo estaría indicando precisamente esa fecha, 2666, que ampara la novela entera?
 La escritura de 2666 ocupó a Bolaño los últimos años de su vida. Pero la concepción y el diseño de la novela son muy anteriores, y retrospectivamente cabe reconocer sus latidos en este y aquel libro de Bolaño, más en particular entre los que fue publicando a partir de la conclusión de Los detectives salvajes (1998), que no por casualidad concluye en el desierto de Sonora.
 El momento llegará de rastrear detenidamente esos latidos.
 Por ahora, baste señalar uno muy elocuente, que resuena en Amuleto, de 1999. Su relectura ofrece una pista inequívoca del sentido al que apunta la fecha de 2666. La protagonista de Amuleto, Auxilio Lacouture (personaje prefigurado, a su vez, en Los detectives salvajes), cuenta cómo una noche siguió a Arturo Belano y a Ernesto San Epifanio en su caminata rumbo a la colonia Guerrero, en Ciudad de México, adonde los dos se dirigen en busca del llamado Rey de los Putos. Esto es lo que dice:
 «Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprisa que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975 [fecha en la que se dicta el relato de Auxilio Lacouture], sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo» (pp. 76-77).
 El texto que aquí se sirve al lector se corresponde con el de la última versión de las distintas «partes» de la novela. Bolaño señaló muy claramente cuáles, entre sus archivos de trabajo, debían considerarse definitivos. Pese a ello, se han revisado borradores anteriores, a fin de enmendar posibles saltos o errores, a fin también de detectar posibles pistas acerca de las intenciones últimas de Bolaño. El resultado de las pesquisas realizadas no ha arrojado mayores luces sobre el texto, y deja muy poco margen a las dudas sobre su carácter definitivo.
 Bolaño era un escritor concienzudo. Solía hacer varios borradores de sus textos, que por lo común redactaba de un tirón pero que pulía luego con cuidado. La última versión de 2666 ofrece en este sentido, a salvo de excepciones, un nivel muy satisfactorio de claridad y de limpieza: de deliberación, pues.
 Apenas ha habido ocasión de introducir enmiendas mínimas y corregir algunos errores evidentes, con la seguridad que proporciona a los editores su trato asiduo y experto –pero sobre todo cómplice– de las «debilidades» y de las «manías» del escritor.
 Una última observación, que acaso no esté de más añadir.
 Entre las anotaciones de Bolaño relativas a 2666 se lee, en un apunte aislado: «El narrador de 2666 es Arturo Belano». Y en otro lugar añade, con la indicación «para el final de 2666»: «Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano».
 Adiós, pues.
 IGNACIO ECHEVARRÍA Septiembre de 2004

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