Algunas personas me han preguntado del por qué no comento
sobre el quehacer literario (la creación literaria) y después de mucho
pensarlo, creo que me han convencido ustedes. No pretendo ser un teórico ni
mucho menos, ni tampoco pretendo persuadir a nadie con mis opiniones acerca de
lo que para mí es la literatura: cada uno tendrá su opinión y eso, “está bien y así debe ser”.
Simplemente, lo que deseo es externar mis opiniones acerca de la Literatura que
por largo tiempo he pensado y he practicado, especialmente sobre la creación
literaria y que, a todos los que escribimos nos apasiona este tema.
También deseo advertirles que en ocasiones soy bastante
radical en lo que pienso del quehacer literario, en ocasiones son intuiciones
que a lo largo de los años la experiencia me ha confirmado que no estaba
equivocado. Ya ustedes dirán sobre el anterior punto: ¿cuáles sospechas? Ya lo comento pero antes, deseo continuar explicando
sobre mi justificación de esta sección con el nombre de: CÁTEDRA EN EL CAFÉ y que
trataré de presentar cada semana. El nombre se me ocurrió porque así se llama
una novela inédita que tengo y que es muy probable nunca publique. En la citada novela se nombraba una soda: la soda Guevara, - aludida en varios de mis post- donde nosotros, jóvenes escritores en aquella época, íbamos a charlar de lo que pensábamos era o es la literatura. Aclaro, que muchos de nosotros salíamos amargados con las opiniones de unos con los otros. ¡Discusiones! ¡Benditas
discusiones! ¡ Feo sería el mundo si todos opináramos igual! Y ese era el
mundillo de la soda Guevara y del mundo universitario de los años 80 del siglo
pasado. Con la anterior explicación deseo revivir algunas de las discusiones que se dieron por entonces:
Esta semana: deseo hablar sobre los TALLERES DE LITERATURA.
Siempre han existido los talleres de literatura. Recuerdo,
que en mi época no era la excepción. Sin embargo, yo siempre fui un rebelde o
un escéptico y nunca puse un pie en un taller de literatura. ¿ La razón o
razones? Pues, sobran. La más elemental: A NADIE SE LE PUEDE DECIR
CÓMO ESCRIBIR PORQUE NO EXISTEN LAS RECETAS. Y creo, este fue el punto
principal y más fuerte para que yo nunca fuera a un taller. Por tal decisión, muchos de mis amigos escritores de aquella época, me veían como a un alienígena
por no asistir a un taller famosísimo que impartía un escritor argentino.
Otros, dirían: mi petulancia no me dejaba poner al descubierto mis escritos. No es del todo cierto lo anterior.
Sin embargo, el mayor temor quizá era un modelaje al
gusto del maestro del taller y que, yo
perdiera de alguna manera mi identidad. Pienso: es un razonamiento justo.
Ahora, si ustedes me dicen: voy a un “taller de
literatura” pero, que allí no se discute
el trabajo de novelas o poemas que uno escribe y que, se va como a una especie
de reunión a compartir ideas literarias, intercambios de libros y uno que otro
consejo para escribir, estamos totalmente de acuerdo. Entonces, sí me apunto a
un taller como el anterior. Pero, en la práctica este tipo de talleres no
existen.
Dejemos a Roberto Bolaño que nos dé su opinión
sobre los talleres de Literatura:
Tomado de:
3
de noviembre
No sé muy bien en qué consiste
el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy
en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho
sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano.
Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi
habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con
aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de
un mes me inscribí en el taller de poesía de Julio César Álamo, en la Facultad
de Filosofía y Letras, y de esa manera conocí a los real visceralistas o
viscerrealistas e incluso vicerrealistas como a veces gustan llamarse. Hasta
entonces yo había asistido cuatro veces al taller y nunca había ocurrido nada,
lo cual es un decir, porque bien mirado siempre ocurrían cosas: leíamos poemas
y Álamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía,
Álamo criticaba, otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a leer, Álamo
criticaba. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros (los que en ese
momento no leíamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos
y Álamo se ponía a leer el periódico.
El método era el idóneo para
que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la
enfermedad y el rencor.
Por
otra parte no puedo decir
que Álamo fuera un buen crítico, aunque siempre hablaba de la crítica. Ahora
creo que hablaba por hablar. Sabía lo que era una perífrasis, no muy bien, pero
lo sabia. No sabía, sin embargo, lo que era una pentapodia (que, como todo el
mundo sabe, en la métrica clásica es un sistema de cinco pies), tampoco sabía
lo que era un nicárqueo (que es un verso parecido al falecio), ni lo que era un
tetrástico (que es una estrofa de cuatro versos). ¿Que cómo sé que no lo sabía?
Porque cometí el error, el primer día de taller, de preguntárselo. No sé en qué
estaría pensando. El único poeta mexicano que sabe de memoria estas cosas es
Octavio Paz (nuestro gran enemigo), el resto no tiene ni idea, al menos eso fue
lo que me dijo Ulises Lima minutos después de que yo me sumara y fuera
amistosamente aceptado en las filas del realismo visceral. Hacerle esas
preguntas a Álamo fue, como no tardé en comprobarlo, una prueba de mi falta de
tacto. Al principio pensé que la sonrisa que me dedicó era de admiración. Luego
me di cuenta que más bien era de desprecio. Los poetas mexicanos (supongo que
los poetas en general) detestan que se les recuerde su ignorancia. Pero yo no
me arredré y después de que me destrozara un par de poemas en la segunda sesión
a la que asistía, le pregunté si sabía qué era un rispetto. Álamo pensó
que yo le exigía respeto para mis poesías y se largó a hablar de la
crítica objetiva (para variar), que es un campo de minas por donde debe
transitar todo joven poeta, etcétera, pero no lo dejé proseguir y tras
aclararle que nunca en mi corta vida había solicitado respeto para mis pobres
creaciones volví a formularle la pregunta, esta vez intentando vocalizar con la
mayor claridad posible.
—No me vengas con chingaderas,
García Madero —dijo Álamo.
—Un rispetto, querido
maestro, es un tipo de poesía lírica, amorosa para ser más exactos, semejante
al strambotto, que tiene seis u ocho endecasílabos, los cuatro primeros
con forma de serventesio y los siguientes construidos en pareados. Por
ejemplo... —y ya me disponía a darle uno o dos ejemplos cuando Álamo se levantó
de un salto y dio por terminada la discusión. Lo que ocurrió después es brumoso
(aunque yo tengo buena memoria): recuerdo la risa de Álamo y las risas de los
cuatro o cinco compañeros de taller, posiblemente celebrando un chiste a costa
mía.
Otro, en mi lugar, no hubiera
vuelto a poner los pies en el taller, pero pese a mis infaustos recuerdos (o a
la ausencia de recuerdos, para el caso tan infausta o más que la retención
mnemotécnica de éstos) a la semana siguiente estaba allí, puntual como siempre.
Creo que fue el destino el que me
hizo volver. Era mi quinta sesión en el taller de Álamo (pero bien pudo ser la
octava o la novena, últimamente he notado que el tiempo se pliega o se estira a
su arbitrio) y la tensión, la corriente alterna de la tragedia se mascaba en el
aire sin que nadie acertara a explicar a qué era debido. Para empezar,
estábamos todos, los siete aprendices de poetas inscritos inicialmente, algo
que no había sucedido en las sesiones precedentes. También: estábamos
nerviosos. El mismo Álamo, de común tan tranquilo, no las tenía todas consigo.
Por un momento pensé que tal vez había ocurrido algo en la universidad, una
balacera en el campus de la que yo no me hubiera enterado, una huelga sorpresa,
el asesinato del decano de la facultad, el secuestro de algún profesor de
Filosofía o algo por el estilo. Pero nada de esto había sucedido y la verdad
era que nadie tenía motivos para estar nervioso. Al menos, objetivamente nadie
tenía motivos. Pero la poesía (la verdadera poesía) es así: se deja presentir,
se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten algunos
animales especialmente aptos para tal propósito. (Estos animales son las
serpientes, los gusanos, las ratas y algunos pájaros.) Lo que sucedió a
continuación fue atropellado pero dotado de algo que a riesgo de ser cursi me
atrevería a llamar maravilloso. Llegaron dos poetas real visceralistas y Álamo,
a regañadientes, nos los presentó aunque sólo a uno de ellos conocía
personalmente, al otro lo conocía de oídas o le sonaba su nombre o alguien le
había hablado de él, pero igual nos lo presentó.
No sé qué buscaban ellos allí.
La visita parecía de naturaleza claramente beligerante, aunque no exenta de un
matiz propagandístico y proselitista. Al principio los real visceralistas se
mantuvieron callados o discretos. Álamo, a su vez, adoptó una postura
diplomática, levemente irónica, de esperar los acontecimientos, pero poco a
poco, ante la timidez de los extraños, se fue envalentonando y al cabo de media
hora el taller ya era el mismo de siempre. Entonces comenzó la batalla. Los
real visceralistas pusieron en entredicho el sistema crítico que manejaba
Álamo; éste, a su vez, trató a los real visceralistas de surrealistas de
pacotilla y de falsos marxistas, siendo apoyado en el embate por cinco miembros
del taller, es decir todos menos un chavo muy delgado que siempre iba con un
libro de Lewis Carroll y que casi nunca hablaba, y yo, actitud que con toda franqueza
me dejó sorprendido, pues los que apoyaban con tanto ardimiento a Álamo eran
los mismos que recibían en actitud estoica sus críticas implacables y que ahora
se revelaban (algo que me pareció sorprendente) como sus más fieles defensores.
En ese momento decidí poner mi grano de arena y acusé a Álamo de no tener idea
de lo que era un rispetto; paladinamente los real visceralistas
reconocieron que ellos tampoco sabían lo que era pero mi observación les
pareció pertinente y así lo expresaron; uno de ellos me preguntó qué edad
tenía, yo dije que diecisiete años e intenté explicar una vez más lo que era un
rispetto; Álamo estaba rojo de rabia; los miembros del taller me
acusaron de pedante (uno dijo que yo era un academicista); los real
visceralistas me defendieron; ya lanzado, le pregunté a Álamo y al taller en
general si por lo menos se acordaban de lo que era un nicárqueo o un
tetrástico. Y nadie supo responderme.
La discusión no acabó, contra
lo que yo esperaba, en una madriza general. Tengo que reconocer que me hubiera
encantado. Y aunque uno de los miembros del taller le prometió a Ulises Lima
que algún día le iba a romper la cara, al final no pasó nada, quiero decir nada
violento, aunque yo reaccioné a la amenaza (que, repito, no iba dirigida contra
mí) asegurándole al amenazador que me tenía a su entera disposición en
cualquier rincón del campus, en el día y a la hora que quisiera.
El cierre de la velada fue
sorprendente. Álamo desafió a Ulises Lima a que leyera uno de sus poemas. Éste
no se hizo de rogar y sacó de un bolsillo de la chamarra unos papeles sucios y
arrugados. Qué horror, pensé, este pendejo se ha metido él solo en la boca del
lobo. Creo que cerré los ojos de pura vergüenza ajena. Hay momentos para
recitar poesías y hay momentos para boxear. Para mí aquél era uno de estos
últimos. Cerré los ojos, como ya dije, y oí carraspear a Lima. Oí el silencio
(si eso es posible, aunque lo dudo) algo incómodo que se fue haciendo a su
alrededor. Y finalmente oí su voz que leía el mejor poema que yo jamás había
escuchado. Después Arturo Belano se levantó y dijo que andaban buscando poetas
que quisieran participar en la revista que los real visceralistas pensaban
sacar. A todos les hubiera gustado apuntarse, pero después de la discusión se
sentían algo corridos y nadie abrió la boca. Cuando el taller terminó (más
tarde de lo usual) me fui con ellos hasta la parada de camiones. Era demasiado
tarde. Ya no pasaba ninguno, así que decidimos tomar juntos un pesero hasta
Reforma y de allí nos fuimos caminando hasta un bar de la calle Bucareli en
donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poesía.
En claro no saqué muchas cosas.
El nombre del grupo de alguna manera es una broma y de alguna manera es algo
completamente en serio. Creo que hace muchos años hubo un grupo vanguardista
mexicano llamado los real visceralistas, pero no sé si fueron escritores o
pintores o periodistas o revolucionarios. Estuvieron activos, tampoco lo tengo
muy claro, en la década de los veinte o de los treinta. Por descontado, nunca
había oído hablar de ese grupo, pero esto es achacable a mi ignorancia en
asuntos literarios (todos los libros del mundo están esperando a que los lea).
Según Arturo Belano, los real visceralistas se perdieron en el desierto de
Sonora. Después mencionaron a una tal Cesárea Tinajero o Tinaja, no lo
recuerdo, creo que por entonces yo discutía a gritos con un mesero por unas
botellas de cerveza, y hablaron de las Poesías del Conde de Lautréamont,
algo en las Poesías relacionado con la tal Tinajero, y después Lima hizo
una aseveración misteriosa. Según él, los actuales real visceralistas caminaban
hacia atrás. ¿Cómo hacia atrás?, pregunté.
—De espaldas, mirando un punto
pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo desconocido.
Dije que me parecía perfecto
caminar de esa manera, aunque en realidad no entendí nada. Bien pensado, es la
peor forma de caminar.
Más tarde llegaron otros
poetas, algunos real visceralistas, otros no, y la barahúnda se hizo imposible.
Por un momento pensé que Belano y Lima se habían olvidado de mí, ocupados en
platicar con cuanto personaje estrafalario se acercaba a nuestra mesa, pero
cuando empezaba a amanecer me dijeron si quería pertenecer a la pandilla. No
dijeron «grupo» o «movimiento», dijeron pandilla y eso me gustó. Por supuesto,
dije que sí. Fue muy sencillo. Uno de ellos, Belano, me estrechó la mano, dijo
que ya era uno de los suyos y después cantamos una canción ranchera. Eso fue
todo. La letra de la canción hablaba de los pueblos perdidos del norte y de los
ojos de una mujer. Antes de ponerme a vomitar en la calle les pregunté si ésos
eran los ojos de Cesárea Tinajero. Belano y Lima me miraron y dijeron que sin
duda yo ya era un real visceralista y que juntos íbamos a cambiar la poesía
latinoamericana. A las seis de la mañana tomé otro pesero, esta vez solo, que
me trajo hasta la colonia Lindavista, donde vivo. Hoy no fui a la universidad.
He pasado todo el día encerrado en mi habitación escribiendo poemas".
Liberduplex, S.L.,
Constitució, 19,08014,BarceÍona
© Roberto Bolaño,
1998
© EDITORIAL
ANAGRAMA, S.A., 1998
Pedro
de la Creu, 58
08034 Barcelona
Edición
Digital: G.M.O.
México,
2006.
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