domingo, 21 de abril de 2019

EL CASO «GI» Ellery Queen

Ellery Queen es un seudónimo de crimen de ficción creado en 1929 por Frederic Dannay y Manfred Bennington Lee , y más tarde usado por otros autores bajo la supervisión de Dannay and Lee. El personaje principal de ficción de Dannay y Lee , a quien también llamaron Ellery Queen, es un escritor misterioso en la ciudad de Nueva York que ayuda a su padre inspector de policía a resolver asesinatos desconcertantes. [1]La mayoría de las más de treinta novelas y varias colecciones de cuentos en los que Ellery Queen apareció como un personaje fueron escritas por Dannay y Lee, y estaban entre los misterios estadounidenses más populares publicados entre 1929 y 1971. Desde 1961, Dannay y Lee también encargaron otros los autores escriben thrillers contra el crimen con el nombre de autor de Ellery Queen, pero no presentan a Ellery Queen como personaje.
Daniel Nathan , conocido profesionalmente como Frederic Dannay (octubre 20, 1905 a septiembre 3, 1982 ), [2] y Emanuel Benjamin Lepofsky , conocido profesionalmente como Manfred Bennington Lee (enero 11, 1905 a abril 3, 1971 ), [3] eran Primas americanas de brooklyn , nueva york . Además de escribir la mayoría de las novelas y cuentos con el brillante detective aficionado Ellery Queen, Dannay y Lee editaron más de treinta antologías de crimen ficción, que también se publicaron bajo el seudónimo de Ellery Queen. Dannay fue el fundador y editor de la revista Mystery Magazine de Ellery Queen., que se ha publicado continuamente desde 1941 hasta la actualidad.
Dannay y Lee también escribieron cuatro misterios bajo el seudónimo de Barnaby Ross , un nombre que luego le permitieron a otro autor usar. Varias novelas juveniles fueron acreditadas a Ellery Queen, Jr. Fuente:Wikipedia.

 EL CASO «GI»

 

 

            Ellery Queen

            Ellery se movía entre un verdadero arsenal de escopetas de caza, avíos de pescar y atuendos deportivos.. Estaba planeando sus vacaciones veraniegas, que esperaba pasar en un lugar completamente tranquilo, alejado de toda preocupación. Sus agradables pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del timbre del teléfono. El que llamaba era el inspector Dakin, jefe de policía de Wrightsville. Un nuevo crimen, seguramente…
            —¡Por Dios! —se lamentó Ellery—. ¿Es que no va a dejarme en paz veinticuatro horas seguidas? ¿Qué ocurre ahora?
            —Algo muy importante —respondió Dakin—. ¿Puedo pasar a recogerle con mi coche dentro de un momento?
            No habían pasado cinco minutos, cuando el claxon del viejo automóvil de la policía sonó ante la casa de Ellery. Éste cruzó la acera. El inspector mantenía abierta la portezuela del coche.
            —Entre Ellery. Lamento mucho haberle molestado —murmuró, en un tono que desmentía su afirmación. Seguidamente, entró en materia—: ¿Se acuerda usted de Clint Fosdick?
            —Claro. «Artículos para el hogar». ¿Qué pasa con el viejo Clint?
            —Fue asesinado anoche —dijo Dakin, enjugándose la sudorosa frente con un pañuelo—. Podría decirle quién fue el autor del crimen, pero no voy a hacerlo. Quiero que sea usted quien me lo diga a mí.
            Ellery miró a su interlocutor con el mayor de los asombros. El coche se deslizaba por la Dade Street.
            —¿Cómo? —preguntó—. ¿Está usted seguro de lo que dice?
            —Ojalá tuviera tan seguro un lugar en el cielo… —exclamó Dakin—. No sólo sé quién mató a Clint, sino cómo le mató.
            —Entonces, ¿dónde está el problema?
            —GI —dijo lacónicamente el inspector,
            —G… ¿qué?
            —GI. G-I. ¿Le dicen algo estas dos letras, míster Queen?
            —De momento, no caigo…
            —Estas dos letras son la única cosa que no encaja con la evidencia que poseo —explicó Dakín—. Y, si no consigo que encaje, bastará para provocar una duda razonable en las mentes de los miembros del jurado. Voy a contarle a usted los hechos, míster Queen, y usted hará que GI se ajuste al caso… ¿Se acuerda usted de los Smith, aquellos hermanos a los que llamábamos los Presidentes?
            —¿Smith? ¿Presidentes? —Ellery frunció el ceño, intentando recordar.
            —Su padre era Jeff Smith —Thomas Jefferson Smith—, profesor de Historia de la Escuela Superior de Wrightsville. Jeff se casó con Martha Higgins y de su matrimonio nacieron tres hijos. Wash, el mayor, estudió la carrera de Derecho. Linc, el mediano, se hizo médico; actualmente trabaja como interno en el Hospital General de Wrightsville. En cuanto al menor, Woodie, ingresó en el Ejército hace tres meses.
            »Clint Fosdick estaba enamorado de Martha Higgins mucho antes de que ella contrajera matrimonio con jeff Smith. Pero Clint tenía dieciocho años más que Martha y nunca se atrevió a confesarle su amor. La muchacha se casó con Jeff, que había sido profesor suyo, y Clint vio desvanecerse, al parecer, sus esperanzas.
            »Pero, en el verano de 1936, Jeff Smith se ahogó en el Lago Quetonokis y Martha Higgins se encontró de la noche a la mañana convertida en viuda, sin un céntimo y con tres chiquillos que mantener. Clint no la había olvidado: aprovechó la oportunidad que se le presentaba y se casó con Martha. Fue entonces cuando compró la casa situada en lo alto de Hill Drive, en la cual se instaló en compañía de su esposa y de sus hijos…
            En aquel momento, el viejo automóvil comenzaba a subir, jadeando, la Hill Driver. Dakin prosiguió:
            —Clint hubiera hecho cualquier cosa por los muchachos. Llenaba sus bolsillos de dinero, les compró un coche a cada uno… Cuando murió Martha, a consecuencia de la epidemia de gripe que se declaró en Wrightsville durante la guerra, Clint hizo de padre y de madre a la vez para sus hijastros.
            »Ellos parecían corresponder a su cariño: siempre le llamaron «papá Clint» y ni una sola vez se olvidaron de felicitarle el cumpleaños y las Navidades. Fosdick solucionaba todos sus problemas y en más de una ocasión se hizo cómplice de alguna de sus granujadas. El joven Woodie, el que acaba de ingresar en el Ejército, era un pequeño salvaje y una verdadera pesadilla para las gentes del condado. Linc —el doctor—, por el contrario, siempre fue un muchacho serio y estudioso, y Clint no se recataba de decir que era el mejor de los hijos; en cuanto a Wash, el mayor, era un chico de carácter indolente y bonachón; demasiado bonachón, según afirmaba Clint, al cual tenía que pagar con mucha frecuencia sus deudas de juego y resolver sus líos de faldas con muchachas de reputación más que dudosa. Siempre que se presentaba uno de estos casos, Fosdick no dejaba de asegurar que habían sorprendido la buena fe del muchacho…
            »En resumen, Clint Fosdick los quería a los tres por igual y se creía correspondido igualmente por los tres. Sin embargo, se equivocaba en lo que respecta a uno de ellos, ya que fue uno de ellos el que le asesinó, envenenándole. Y yo espero conducir al asesino a la silla eléctrica, míster Queen, si es usted capaz de decirme lo que significa GI.
            —Si no se explica mejor… —comenzó a decir Ellery.
            Pero en aquel mismo instante el coche penetraba en el jardín de la casa de Fosdick y Dakin guardó silencio.
            Un joven oficial de la policía les abrió la puerta de la casa, al tiempo que saludaba respetuosamente a su jefe. Dakin y Ellery penetraron en el amplio vestíbulo y avanzaron por ün pasillo que conducía a la biblioteca. Dakin se detuvo un momento ante la puerta de la misma y se volvió hacia Ellery.
            —Aquí —dijo—fue donde el ama de llaves de Clint, Lettie Dowuing, encontró muerto al señor la pasada noche. Oyó el extraño ruido que producía una silla al caer y se asomó para ver lo que había ocurrido.
            Entraron en la biblioteca. Era una estancia muy bien decorada, de aspecto acogedor, pero a Ellery le pareció que en aquel momento tenía una atmósfera misteriosa y siniestra.
            Encima de la mesa escritorio situada en el centro de la habitación se veía una copa volcada sobre un montón de papeles. A su lado aparecía una bandeja en la que reposaba una jarra de cristal llena de un líquido casi incoloro. Ellery se inclinó hacia la jarra, oliendo su contenido.
            —Sí, es un combinado —le informó Dakin—. Clint era abstemio, pero a raíz de la muerte de su esposa se aficionó al alcohol. Cuando se sentía deprimido por los recuerdos, especialmente por la noche, acostumbraba a encerrarse en la biblioteca y buscar consuelo en la bebida.
            —¿Quién se la preparaba? —preguntó Ellery.
            —Comprendo adonde quiere usted ir a parar, y lamento tener que decirle que lo hacía el propio Clint. No obstante, puedo darle algunos informes interesantes. La habitación de la vieja Lettie, el ama de llaves, está situada frente a la cocina. Ayer mañana, Lettie, que había pasado muy mala noche a consecuencia del intenso calor, se levantó temprano para tomarse una aspirina. Se disponía a salir de su habitación para dirigirse a la cocina, cuando oyó que alguien andaba revolviendo en la despensa, y precisamente en el armario donde se guardan los licores. Entreabrió ligeramente la puerta de su cuarto y vio a uno de los hermanos que en aquel momento colocaba en su. sitio una botella de ginebra que Wash había comprado para Clint hacía un par de días. En las manos llevaba un pequeño frasco, que Lettie me describió como «de medicina». La anciana pudo distinguir perfectamente su rostro.
            »Entonces oyó la voz de Clint, el cual, siguiendo su vieja costumbre de todos los días, se dirigía a la cocina para prepararse por sí mismo el café. Lettie oyó que Clint preguntaba al muchacho qué estaba haciendo por allí a aquellas horas. No consiguió entender la respuesta del muchacho, pero vio cómo éste subía la escalera que conduce al piso superior, ocultando en el bolsillo de su bata el frasco de medicina. Lettie ha reconocido el frasco, que encontramos escondido entre el césped del jardín, y el resultado del análisis de su contenido me ha hecho ver claro en el asunto: el frasco contenía veneno, la misma clase.de veneno que produjo la muerte a Clint y que fue introducido en la botella de ginebra. Además, el frasco conserva las huellas digitales del hombre que lo utilizó. Como puede ver, las pruebas son evidentes.
            —Excepto, al parecer, por lo que respecta a GI —dijo Ellery—. ¿Puedo saber ahora de qué se trata?
            Dakin llevó su mano al bolsillo y sacó del mismo una hoja de papel. Mientras la desdoblaba, explicó:
            —Cuando Clint se dio cuenta de que había sido envenenado, recordó, posiblemente, lo ocurrido aquella mañana; no es descabellado suponer que vio lo mismo que había visto Lettie y que supo quién era su asesino. Intentó escribir su nombre en esta cuartilla, pero la muerte le sorprendió cuando sólo había escrito las dos primeras letras…
            —¿GI? —inquirió Ellery.
            Dakin le tendió la cuartilla.
            Era papel de cartas, corriente. Debajo del membrete: Clint Fosdick, Artículos, para el Hogar, aparecían estas dos letras:
              

            —GI —repitió Ellery—. ¿Y dice usted que los tres hermanos estaban en casa ayer mañana?
            —Exactamente Linc lleva unos cuantos días fuera del hospital, Woodie está disfrutando de un permiso y Wash vive siempre aquí.
            Ellery permaneció silencioso, mientras contemplaba el mensaje póstumo de Clint Fosdick. Al cabo de unos instantes, preguntó:
            —¿Conoce el culpable las sospechas que recaen sobre él?
            —No. Lettie no ha comunicado a nadie más que a mí lo que ella vio y yo no he tomado ninguna medida a causa de este trozo de papel. Aparentemente los tres hermanos son igualmente sospechosos.
            —Bien —dijo Ellery—. ¿No podríamos charlar un rato con los Presidentes, como usted les llama?
            Los tres hermanos postraban en sus pálidos rostros las huellas del insomnio. Tenían el mismo color de piel y los mismos ojos castaños.
            Uno de ellos, de cara infantil, iba embutido en un uniforme del Ejército, por lo que no podía caber duda de que se trataba del soldado Woodie Smith. Los ojos castaños del soldado Smith traslucían el temor y la confusión que embargaban a su dueño. Sus labios temblaban perceptiblemente.
            El segundo tenía la aguda mirada propia de un médico; era, indudablemente, el interno, doctor Linc Smith. Muy delgado y muy tranquilo. Demasiado tranquilo, pensó Ellery.
            El tercero era el abogado Wash —Wash, el bonachón—. Tenía el rostro abotargado y sus carnes se adivinaban blandas y fofas. Permanecía en pie, con una desvaída sonrisa en los labios, como un actor profesional sorprendido por una tragedia, que realiza un esfuerzo desesperado para disimularla con una chanza.
            —GI —murmuró Ellery—. ¿Qué cree usted que intentaba escribir su padrastro, soldado Smith?
            —Supongo que el nombre de su asesino. Pero ¿por qué iba a desear yo la muerte de papá Clint?
            —Dakin, ¿por qué iba a desear el soldado Smith la muerte de su padrastro? —preguntó Ellery, en tono aburrido:
            —Porque no podía aguardar a que se produjera la muerte natural de Clint para entrar en posesión de la tercera parte de sus bienes.
            —¡Y un cuerno! —exclamó el joven.
            —¡Woodie! —le reprendió suavemente Linc.
            —GI —dijo Ellery—. ¿No le parece, doctor Smith, que Clint pudo referirse a usted? GI podrían ser las siglas de Gastro- Intestinal…
            El joven interno se quedó mirando fijamente a Ellery.
            —¿Habla usted en serio? —preguntó—. Desde luego, mi especialidad es la gastroenterología. Incluso traté a papá Clint de una dolencia intestinal, el verano pasado… Y, naturalmente, tengo acceso a muchas clases de venenos. Sólo que no fui yo quien envenenó a Clint.
            —Pero ¿y el GI, doctor Smith? —insistió Ellery.
            El interno se encogió de hombros.
            —Si mi padre hubiese creído que yo le había envenenado, hubiera escrito mi nombre claramente. El GI no tiene sentido, al menos en lo que a mí respecta.
            —Ni para mí tampoco —exclamó de repente Wash Smith, como si no pudiese esperar a ser interrogado.
            Ellery se quedó mirando fijamente al abogado.
            —Ginebra empieza por Gl, y el veneno que mató a su padre fue introducido en una botella de ginebra. Una botella que, según tengo entendido, había regalado usted a míster Fosdick.
            —Es verdad, la compré yo —reconoció el mayor de los hermanos—. ¿Es acaso un delito? Linc tiene razón: sí papá Clint sabía quién le había envenenado, hubiese escrito claramente su nombre.
            Ellery dejó asomar a sus labios una débil sonrisa: en su cerebro comenzaba a hacerse la luz. El rostro del inspector Dakin continuaba mostrándose completamente inexpresivo.
            De repente, la sonrisa desapareció de los labios de Ellery.
            —¡Presidentes! —exclamó—. A su padre de ustedes, según creo, le impusieron el nombre del presidente Thomas Jefferson. Y él, a su vez, impuso a sus hijos el nombre de otros Presidentes, ¿no es cierto?
            —Desde luego —respondió Wash Smith—. Escogió los nombres de los Presidentes que, a su modo de ver, habían alcanzado mayor gloria. A mí me impuso el nombre de Washington.
            —A mí el de Lincoln —añadió el doctor Linc Smith.
            —A mí el de Woodrow Wilson —balbució el soldado Woodie Smith.
            Y los tres a un tiempo preguntaron:
            —¿Qué tiene que ver…?
            Pero Ellery les interrumpió:
            —Muchas gracias. ¿Tendrían la bondad de dejarnos solos un momento al inspector Dakin y a mí?
            Cuando los tres Smith hubieron salido de la habitación, Ellery dijo:
            —Inspector Dakin, ahora ya puedo decirle a quién señaló Clint como su asesino.
            —Le escucho —respondió el inspector.
            Ellery dirigió una mirada a la silla donde había estado sentado Clint, intentando, en un supremo esfuerzo de su voluntad, garabatear un nombre en una hoja de papel de cartas.
            —El doctor Smith tiene razón —comenzó Ellery—. Los juegos verbales son propios de las novelas policíacas. En la vida real, las cosas ocurren de un modo muy distinto. El hombre que en los últimos instantes de su existencia realiza el milagro de forzar su cerebro y sus músculos para trasladar un mensaje al papel, no está en situación de mostrarse enrevesado o sutil. Su esfuerzo tiene un solo objetivo: transmitir su información del modo más directo posible. Clint Fosdick, al escribir estas dos letras, GI, pretendía solamente una cosa: damos a conocer el nombre de su asesino.
            La expresión del inspector Dakin no cambió en absoluto.
            —GI no es ni siquiera una parte del nombre de cualquiera de los Smith, míster Queen —comentó.
            —No estoy de acuerdo con usted, Dakin. A Clint se le planteó un problema. Suponiendo que el asesino fuera Wash Smith, Clint no podía comenzar a escribir Wash, o Washington, porque intuía que le faltarían las fuerzas y, caso de no poder trazar más que la primera letra, la W de Washington podría ser aplicada igualmente al joven Woodie, al que se había impuesto el nombre del presidente Wilson. Su cerebro trabajaba a una velocidad extraordinaria, y en una milésima de segundo concibió la idea de señalar al asesino por su primer nombre.
            —¿Su primer nombre? —El inspector Dakin parpadeó, asombrado.
            —Thomas Jefferson Smith aplicó a sus tres hijos los nombres de tres Presidentes. Pero el nombre completo de los muchachos, como el del propio Jeff Smith, debe empezar con el primer nombre de los respectivos Presidentes. Al soldado Smith le llaman Woodie, indudablemente por Woodrow, de Woodrow Wilson Smith. El nombre completo del doctor Linc Smith, por tanto, debe ser Abraham Lincoln Smith. A de Abraham (o L de Lincoln), de Woodrow (o de Wilson)… No encajan con el GI.
            »Nos queda Washington Smith. Es probable que su necesidad de obtener inmediatamente la tercera parte de la herencia de Clint fuera muy grande. Porque el muchacho al que Lettie Dowling vio manipulando en la botella de ginebra ayer mañana era George Washington Smith, ¿no es cierto? ¿No son sus huellas dactilares las que aparecen en el frasco de veneno?
            —Efectivamente —asintió el inspector Dakin—. Wash es mi hombre. Pero Clint escribió GI, y el primer nombre de Wash, George, empieza por GE…

            —¡De acuerdo! —exclamó Ellery, palmeando afectuosamente la espalda del inspector—. El pobre Clint trazó la G y murió precisamente cuando acababa de trazar el palo vertical de la E…

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