Ellery Queen es un seudónimo de crimen de ficción creado en 1929 por Frederic Dannay y Manfred Bennington Lee , y más tarde usado por otros autores bajo la supervisión de Dannay and Lee. El personaje principal de ficción de Dannay y Lee , a quien también llamaron Ellery Queen, es un escritor misterioso en la ciudad de Nueva York que ayuda a su padre inspector de policía a resolver asesinatos desconcertantes. [1]La mayoría de las más de treinta novelas y varias colecciones de cuentos en los que Ellery Queen apareció como un personaje fueron escritas por Dannay y Lee, y estaban entre los misterios estadounidenses más populares publicados entre 1929 y 1971. Desde 1961, Dannay y Lee también encargaron otros los autores escriben thrillers contra el crimen con el nombre de autor de Ellery Queen, pero no presentan a Ellery Queen como personaje.
Daniel Nathan , conocido profesionalmente como Frederic Dannay (octubre 20, 1905 a septiembre 3, 1982 ), [2] y Emanuel Benjamin Lepofsky , conocido profesionalmente como Manfred Bennington Lee (enero 11, 1905 a abril 3, 1971 ), [3] eran Primas americanas de brooklyn , nueva york . Además de escribir la mayoría de las novelas y cuentos con el brillante detective aficionado Ellery Queen, Dannay y Lee editaron más de treinta antologías de crimen ficción, que también se publicaron bajo el seudónimo de Ellery Queen. Dannay fue el fundador y editor de la revista Mystery Magazine de Ellery Queen., que se ha publicado continuamente desde 1941 hasta la actualidad.
Dannay y Lee también escribieron cuatro misterios bajo el seudónimo de Barnaby Ross , un nombre que luego le permitieron a otro autor usar. Varias novelas juveniles fueron acreditadas a Ellery Queen, Jr. Fuente:Wikipedia.
EL CASO «GI»
Ellery
Queen
Ellery
se movía entre un verdadero arsenal de escopetas de caza, avíos de pescar y
atuendos deportivos.. Estaba planeando sus vacaciones veraniegas, que esperaba
pasar en un lugar completamente tranquilo, alejado de toda preocupación. Sus
agradables pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del timbre del
teléfono. El que llamaba era el inspector Dakin, jefe de policía de
Wrightsville. Un nuevo crimen, seguramente…
—¡Por
Dios! —se lamentó Ellery—. ¿Es que no va a dejarme en paz veinticuatro horas
seguidas? ¿Qué ocurre ahora?
—Algo
muy importante —respondió Dakin—. ¿Puedo pasar a recogerle con mi coche dentro
de un momento?
No
habían pasado cinco minutos, cuando el claxon del viejo automóvil de la policía
sonó ante la casa de Ellery. Éste cruzó la acera. El inspector mantenía abierta
la portezuela del coche.
—Entre
Ellery. Lamento mucho haberle molestado —murmuró, en un tono que desmentía su
afirmación. Seguidamente, entró en materia—: ¿Se acuerda usted de Clint
Fosdick?
—Claro.
«Artículos para el hogar». ¿Qué pasa con el viejo Clint?
—Fue
asesinado anoche —dijo Dakin, enjugándose la sudorosa frente con un pañuelo—.
Podría decirle quién fue el autor del crimen, pero no voy a hacerlo. Quiero que
sea usted quien me lo diga a mí.
Ellery
miró a su interlocutor con el mayor de los asombros. El coche se deslizaba por
la Dade Street.
—¿Cómo?
—preguntó—. ¿Está usted seguro de lo que dice?
—Ojalá
tuviera tan seguro un lugar en el cielo… —exclamó Dakin—. No sólo sé quién mató
a Clint, sino cómo le mató.
—Entonces,
¿dónde está el problema?
—GI —dijo lacónicamente el inspector,
—G…
¿qué?
—GI. G-I. ¿Le dicen algo estas dos
letras, míster Queen?
—De
momento, no caigo…
—Estas
dos letras son la única cosa que no encaja con la evidencia que poseo —explicó
Dakín—. Y, si no consigo que encaje, bastará para provocar una duda razonable
en las mentes de los miembros del jurado. Voy a contarle a usted los hechos,
míster Queen, y usted hará que GI se
ajuste al caso… ¿Se acuerda usted de los Smith, aquellos hermanos a los que
llamábamos los Presidentes?
—¿Smith?
¿Presidentes? —Ellery frunció el ceño, intentando recordar.
—Su
padre era Jeff Smith —Thomas Jefferson Smith—, profesor de Historia de la
Escuela Superior de Wrightsville. Jeff se casó con Martha Higgins y de su
matrimonio nacieron tres hijos. Wash, el mayor, estudió la carrera de Derecho.
Linc, el mediano, se hizo médico; actualmente trabaja como interno en el
Hospital General de Wrightsville. En cuanto al menor, Woodie, ingresó en el
Ejército hace tres meses.
»Clint
Fosdick estaba enamorado de Martha Higgins mucho antes de que ella contrajera
matrimonio con jeff Smith. Pero Clint tenía dieciocho años más que Martha y
nunca se atrevió a confesarle su amor. La muchacha se casó con Jeff, que había
sido profesor suyo, y Clint vio desvanecerse, al parecer, sus esperanzas.
»Pero,
en el verano de 1936, Jeff Smith se ahogó en el Lago Quetonokis y Martha
Higgins se encontró de la noche a la mañana convertida en viuda, sin un céntimo
y con tres chiquillos que mantener. Clint no la había olvidado: aprovechó la
oportunidad que se le presentaba y se casó con Martha. Fue entonces cuando
compró la casa situada en lo alto de Hill Drive, en la cual se instaló en
compañía de su esposa y de sus hijos…
En
aquel momento, el viejo automóvil comenzaba a subir, jadeando, la Hill Driver.
Dakin prosiguió:
—Clint
hubiera hecho cualquier cosa por los muchachos. Llenaba sus bolsillos de
dinero, les compró un coche a cada uno… Cuando murió Martha, a consecuencia de
la epidemia de gripe que se declaró en Wrightsville durante la guerra, Clint
hizo de padre y de madre a la vez para sus hijastros.
»Ellos
parecían corresponder a su cariño: siempre le llamaron «papá Clint» y ni una
sola vez se olvidaron de felicitarle el cumpleaños y las Navidades. Fosdick
solucionaba todos sus problemas y en más de una ocasión se hizo cómplice de
alguna de sus granujadas. El joven Woodie, el que acaba de ingresar en el
Ejército, era un pequeño salvaje y una verdadera pesadilla para las gentes del
condado. Linc —el doctor—, por el contrario, siempre fue un muchacho serio y
estudioso, y Clint no se recataba de decir que era el mejor de los hijos; en
cuanto a Wash, el mayor, era un chico de carácter indolente y bonachón;
demasiado bonachón, según afirmaba Clint, al cual tenía que pagar con mucha
frecuencia sus deudas de juego y resolver sus líos de faldas con muchachas de
reputación más que dudosa. Siempre que se presentaba uno de estos casos,
Fosdick no dejaba de asegurar que habían sorprendido la buena fe del muchacho…
»En
resumen, Clint Fosdick los quería a los tres por igual y se creía correspondido
igualmente por los tres. Sin embargo, se equivocaba en lo que respecta a uno de
ellos, ya que fue uno de ellos el que le asesinó, envenenándole. Y yo espero
conducir al asesino a la silla eléctrica, míster Queen, si es usted capaz de
decirme lo que significa GI.
—Si
no se explica mejor… —comenzó a decir Ellery.
Pero
en aquel mismo instante el coche penetraba en el jardín de la casa de Fosdick y
Dakin guardó silencio.
Un
joven oficial de la policía les abrió la puerta de la casa, al tiempo que
saludaba respetuosamente a su jefe. Dakin y Ellery penetraron en el amplio
vestíbulo y avanzaron por ün pasillo que conducía a la biblioteca. Dakin se
detuvo un momento ante la puerta de la misma y se volvió hacia Ellery.
—Aquí
—dijo—fue donde el ama de llaves de Clint, Lettie Dowuing, encontró muerto al
señor la pasada noche. Oyó el extraño ruido que producía una silla al caer y se
asomó para ver lo que había ocurrido.
Entraron
en la biblioteca. Era una estancia muy bien decorada, de aspecto acogedor, pero
a Ellery le pareció que en aquel momento tenía una atmósfera misteriosa y
siniestra.
Encima
de la mesa escritorio situada en el centro de la habitación se veía una copa
volcada sobre un montón de papeles. A su lado aparecía una bandeja en la que
reposaba una jarra de cristal llena de un líquido casi incoloro. Ellery se
inclinó hacia la jarra, oliendo su contenido.
—Sí,
es un combinado —le informó Dakin—. Clint era abstemio, pero a raíz de la
muerte de su esposa se aficionó al alcohol. Cuando se sentía deprimido por los
recuerdos, especialmente por la noche, acostumbraba a encerrarse en la
biblioteca y buscar consuelo en la bebida.
—¿Quién
se la preparaba? —preguntó Ellery.
—Comprendo
adonde quiere usted ir a parar, y lamento tener que decirle que lo hacía el
propio Clint. No obstante, puedo darle algunos informes interesantes. La
habitación de la vieja Lettie, el ama de llaves, está situada frente a la
cocina. Ayer mañana, Lettie, que había pasado muy mala noche a consecuencia del
intenso calor, se levantó temprano para tomarse una aspirina. Se disponía a
salir de su habitación para dirigirse a la cocina, cuando oyó que alguien
andaba revolviendo en la despensa, y precisamente en el armario donde se
guardan los licores. Entreabrió ligeramente la puerta de su cuarto y vio a uno
de los hermanos que en aquel momento colocaba en su. sitio una botella de
ginebra que Wash había comprado para Clint hacía un par de días. En las manos
llevaba un pequeño frasco, que Lettie me describió como «de medicina». La
anciana pudo distinguir perfectamente su rostro.
»Entonces
oyó la voz de Clint, el cual, siguiendo su vieja costumbre de todos los días,
se dirigía a la cocina para prepararse por sí mismo el café. Lettie oyó que
Clint preguntaba al muchacho qué estaba haciendo por allí a aquellas horas. No
consiguió entender la respuesta del muchacho, pero vio cómo éste subía la
escalera que conduce al piso superior, ocultando en el bolsillo de su bata el
frasco de medicina. Lettie ha reconocido el frasco, que encontramos escondido
entre el césped del jardín, y el resultado del análisis de su contenido me ha
hecho ver claro en el asunto: el frasco contenía veneno, la misma clase.de
veneno que produjo la muerte a Clint y que fue introducido en la botella de
ginebra. Además, el frasco conserva las
huellas digitales del hombre que lo utilizó. Como puede ver, las pruebas
son evidentes.
—Excepto,
al parecer, por lo que respecta a GI
—dijo Ellery—. ¿Puedo saber ahora de qué se trata?
Dakin
llevó su mano al bolsillo y sacó del mismo una hoja de papel. Mientras la
desdoblaba, explicó:
—Cuando
Clint se dio cuenta de que había sido envenenado, recordó, posiblemente, lo
ocurrido aquella mañana; no es descabellado suponer que vio lo mismo que había
visto Lettie y que supo quién era su asesino. Intentó escribir su nombre en
esta cuartilla, pero la muerte le sorprendió cuando sólo había escrito las dos
primeras letras…
—¿GI? —inquirió Ellery.
Dakin
le tendió la cuartilla.
Era
papel de cartas, corriente. Debajo del membrete: Clint Fosdick, Artículos, para el Hogar, aparecían estas dos
letras:
—GI —repitió Ellery—. ¿Y dice usted que
los tres hermanos estaban en casa ayer mañana?
—Exactamente
Linc lleva unos cuantos días fuera del hospital, Woodie está disfrutando de un
permiso y Wash vive siempre aquí.
Ellery
permaneció silencioso, mientras contemplaba el mensaje póstumo de Clint
Fosdick. Al cabo de unos instantes, preguntó:
—¿Conoce
el culpable las sospechas que recaen sobre él?
—No.
Lettie no ha comunicado a nadie más que a mí lo que ella vio y yo no he tomado
ninguna medida a causa de este trozo de papel. Aparentemente los tres hermanos
son igualmente sospechosos.
—Bien
—dijo Ellery—. ¿No podríamos charlar un rato con los Presidentes, como usted
les llama?
Los
tres hermanos postraban en sus pálidos rostros las huellas del insomnio. Tenían
el mismo color de piel y los mismos ojos castaños.
Uno
de ellos, de cara infantil, iba embutido en un uniforme del Ejército, por lo
que no podía caber duda de que se trataba del soldado Woodie Smith. Los ojos
castaños del soldado Smith traslucían el temor y la confusión que embargaban a
su dueño. Sus labios temblaban perceptiblemente.
El
segundo tenía la aguda mirada propia de un médico; era, indudablemente, el
interno, doctor Linc Smith. Muy delgado y muy tranquilo. Demasiado tranquilo,
pensó Ellery.
El
tercero era el abogado Wash —Wash, el bonachón—. Tenía el rostro abotargado y
sus carnes se adivinaban blandas y fofas. Permanecía en pie, con una desvaída
sonrisa en los labios, como un actor profesional sorprendido por una tragedia,
que realiza un esfuerzo desesperado para disimularla con una chanza.
—GI —murmuró Ellery—. ¿Qué cree usted
que intentaba escribir su padrastro, soldado Smith?
—Supongo
que el nombre de su asesino. Pero ¿por qué iba a desear yo la muerte de papá
Clint?
—Dakin,
¿por qué iba a desear el soldado Smith la muerte de su padrastro? —preguntó
Ellery, en tono aburrido:
—Porque
no podía aguardar a que se produjera la muerte natural de Clint para entrar en
posesión de la tercera parte de sus bienes.
—¡Y
un cuerno! —exclamó el joven.
—¡Woodie!
—le reprendió suavemente Linc.
—GI —dijo Ellery—. ¿No le parece, doctor
Smith, que Clint pudo referirse a usted? GI
podrían ser las siglas de Gastro- Intestinal…
El
joven interno se quedó mirando fijamente a Ellery.
—¿Habla
usted en serio? —preguntó—. Desde luego, mi especialidad es la gastroenterología.
Incluso traté a papá Clint de una dolencia intestinal, el verano pasado… Y,
naturalmente, tengo acceso a muchas clases de venenos. Sólo que no fui yo quien
envenenó a Clint.
—Pero
¿y el GI, doctor Smith? —insistió
Ellery.
El
interno se encogió de hombros.
—Si
mi padre hubiese creído que yo le había envenenado, hubiera escrito mi nombre
claramente. El GI no tiene sentido,
al menos en lo que a mí respecta.
—Ni
para mí tampoco —exclamó de repente Wash Smith, como si no pudiese esperar a
ser interrogado.
Ellery
se quedó mirando fijamente al abogado.
—Ginebra
empieza por Gl, y el veneno que mató
a su padre fue introducido en una botella de ginebra. Una botella que, según
tengo entendido, había regalado usted a míster Fosdick.
—Es
verdad, la compré yo —reconoció el mayor de los hermanos—. ¿Es acaso un delito?
Linc tiene razón: sí papá Clint sabía quién le había envenenado, hubiese
escrito claramente su nombre.
Ellery
dejó asomar a sus labios una débil sonrisa: en su cerebro comenzaba a hacerse
la luz. El rostro del inspector Dakin continuaba mostrándose completamente
inexpresivo.
De
repente, la sonrisa desapareció de los labios de Ellery.
—¡Presidentes!
—exclamó—. A su padre de ustedes, según creo, le impusieron el nombre del
presidente Thomas Jefferson. Y él, a su vez, impuso a sus hijos el nombre de
otros Presidentes, ¿no es cierto?
—Desde
luego —respondió Wash Smith—. Escogió los nombres de los Presidentes que, a su
modo de ver, habían alcanzado mayor gloria. A mí me impuso el nombre de
Washington.
—A
mí el de Lincoln —añadió el doctor Linc Smith.
—A
mí el de Woodrow Wilson —balbució el soldado Woodie Smith.
Y
los tres a un tiempo preguntaron:
—¿Qué
tiene que ver…?
Pero
Ellery les interrumpió:
—Muchas
gracias. ¿Tendrían la bondad de dejarnos solos un momento al inspector Dakin y
a mí?
Cuando
los tres Smith hubieron salido de la habitación, Ellery dijo:
—Inspector
Dakin, ahora ya puedo decirle a quién señaló Clint como su asesino.
—Le
escucho —respondió el inspector.
Ellery
dirigió una mirada a la silla donde había estado sentado Clint, intentando, en
un supremo esfuerzo de su voluntad, garabatear un nombre en una hoja de papel
de cartas.
—El
doctor Smith tiene razón —comenzó Ellery—. Los juegos verbales son propios de
las novelas policíacas. En la vida real, las cosas ocurren de un modo muy
distinto. El hombre que en los últimos instantes de su existencia realiza el
milagro de forzar su cerebro y sus músculos para trasladar un mensaje al papel,
no está en situación de mostrarse enrevesado o sutil. Su esfuerzo tiene un solo
objetivo: transmitir su información del modo más directo posible. Clint
Fosdick, al escribir estas dos letras, GI,
pretendía solamente una cosa: damos a
conocer el nombre de su asesino.
La
expresión del inspector Dakin no cambió en absoluto.
—GI no es ni siquiera una parte del
nombre de cualquiera de los Smith, míster Queen —comentó.
—No
estoy de acuerdo con usted, Dakin. A Clint se le planteó un problema.
Suponiendo que el asesino fuera Wash Smith, Clint no podía comenzar a escribir
Wash, o Washington, porque intuía que le faltarían las fuerzas y, caso de no
poder trazar más que la primera letra,
la W de Washington podría ser aplicada igualmente al joven Woodie, al que se
había impuesto el nombre del presidente Wilson. Su cerebro trabajaba a una
velocidad extraordinaria, y en una milésima de segundo concibió la idea de
señalar al asesino por su primer nombre.
—¿Su
primer nombre? —El inspector Dakin parpadeó, asombrado.
—Thomas
Jefferson Smith aplicó a sus tres hijos los nombres de tres Presidentes. Pero
el nombre completo de los muchachos, como el del propio Jeff Smith, debe
empezar con el primer nombre de los respectivos Presidentes. Al soldado Smith
le llaman Woodie, indudablemente por Woodrow, de Woodrow Wilson Smith. El
nombre completo del doctor Linc Smith, por tanto, debe ser Abraham Lincoln
Smith. A de Abraham (o L de Lincoln), de Woodrow (o de Wilson)…
No encajan con el GI.
»Nos
queda Washington Smith. Es probable que su necesidad de obtener inmediatamente
la tercera parte de la herencia de Clint fuera muy grande. Porque el muchacho
al que Lettie Dowling vio manipulando en la botella de ginebra ayer mañana era
George Washington Smith, ¿no es cierto? ¿No son sus huellas dactilares las que
aparecen en el frasco de veneno?
—Efectivamente
—asintió el inspector Dakin—. Wash es mi hombre. Pero Clint escribió GI, y el primer nombre de Wash, George,
empieza por GE…
—¡De
acuerdo! —exclamó Ellery, palmeando afectuosamente la espalda del inspector—.
El pobre Clint trazó la G y murió
precisamente cuando acababa de trazar el palo vertical de la E…
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