sábado, 25 de febrero de 2017

MEMPO GIARDINELLI. Elementos comunes a la literatura del far west y el género negro: Ambientes, temas, personajes, estilo y autores


 MEMPO GIARDINELLI
ENSAYO: EL GÉNERO NEGRO.

Elementos comunes a la literatura
 del far west y el género negro:
 Ambientes, temas, personajes, estilo y autores


   
    El valiente solitario muchacho que anda a caballo por las extensas llanuras, ese héroe aventurero, duro y desconfiado de las novelas del “salvaje Oeste", más allá de cierto estereotipo y de algunas ridiculizaciones en los filmes italianos llamados “spaghetti westerns”, dejó huella profunda en la literatura. De hecho, su parentesco con los personajes de la novela negra es obvio: todos los modernos detectives son solitarios, duros, aventureros y solo confían en sí mismos.
    Y no solo en los casos clásicos de los detectives Spade, Marlowe o Archer. También están —del lado de la justicia o del opuesto— en casi todos los personajes de James Hadley Chase, en el joven memorable de Amargo regreso de Gil Brewer [15], en los desesperados amantes de Asesinato en la laguna de Charles Williams [16], y aun en personajes bastante mediocres como el Shell Scott de Richard Prather [17]. Sobran ejemplos.
    Otro elemento importante que vincula a ambos géneros es el ambiente salvaje, inhóspito del Oeste, que se repite en la lucha callejera, en la ferocidad de la selva citadina moderna que tan certeramente describiera Hammett en Cosecha roja y sobre todo en La llave de cristal. [18] Está presente en la violencia de toda la obra de Charles Williams o de Charles Runyon [19] y de manera excepcional en Un gato del pantano, la impresionante obra de David Goodis. [20]
    Naturalmente, también se repiten en el género negro los interludios amorosos, apenas sugeridos por casi todos los autores, aunque presentes de distintas maneras como condimento narrativo indispensable. Chandler con su casi asexuado Marlowe (quien solo se acuesta con una dama en su última novela); James Cain más incitantemente en El cartero llama dos veces y en Pacto de sangre—, Mickey Spillane con el machismo exasperante de su detective Mike Hammer. Esos interludios reconocen antecedentes en las tiernas muchachas enamoradizas del Oeste, como la Terril Lambeth de Al Oeste del Pecos de Grey, o la Julie Cantyre del precioso relato La tarjeta comercial de Dick Boyle de Harte.
    Casi no hay elemento de la novela negra que no sea espejo (adaptado al siglo XX y a otra realidad) de situaciones ya tratadas por la literatura de la conquista del Oeste. Incluso el hecho de que los personajes del género negro —de cualquier lado de la justicia que estén— también luchan siempre en desventaja. Parten de la nada: solo tienen un crimen enigmático y pocos datos; confusiones y violencias inesperadas. Deben sobreponerse al desaliento, la incomprensión y cuanta adversidad les plantean sus miserables vidas. ¿El espejo?: el vaquero solitario, el bandido, el sheriff, el indio, todos en un mundo feroz, imponiéndose a él gracias a su ingenio, su valor y/o su propia violencia para sobrevivir.
    En un artículo de 1944 en la revista inglesa Horizon acerca de El secuestro de la señorita Blandish de James Hadley Chase [21], el gran escritor inglés George Orwell (1903-1950) escribió: “Hasta hace muy poco, en los relatos de aventuras característicos de los pueblos de habla inglesa el héroe lucha con desventaja. Ello es verdad desde Robin Hood hasta Popeye el Marinero. Tal vez el mito básico del mundo occidental sea Jack el Mata Gigantes”. [22] Aunque luego Orwell sostiene que esto ha cambiado hacia un sentimiento en cierta medida justificatorio del “grandulón contra el hombrecito”, la cita es pertinente porque esa lucha en desventaja es otro elemento común a la literatura del Oeste y al género negro.
    Fueron muchos los autores de fines del XIX, en los Estados Unidos, que dejaron sentadas las bases de un estilo literario seco, duro, ácido, el mismo que posteriormente se constituyó en estilo de toda la literatura norteamericana. Tébar cita a varios escritores, entre ellos Ernest Haycox, Albert Pike, Manlove Rhodes y MacLeod Rayne. Y dice luego que “casi todos los westerns cinematográficos de John Ford, Anthony Mann, Howard Hawks y Henry Hathaway, o sea los que podríamos llamar ‘clásicos’, están inspirados en relatos suyos. La diligencia, de John Ford, por ejemplo, se basa en una novela de Haycox”. [23] De ahí Tébar pasa a señalar que muchos “escritores intelectualmente consagrados” en realidad “no pudieron o no quisieron eludir su evocación del mito western". Y cita nada menos que a Hemingway, Faulkner, Steinbeck y Howard Fast, de quienes dice que “han escrito relatos que pueden llamarse con toda propiedad ‘del Oeste’ ”. Y esto es tan cierto como que también pueden considerarse relatos del Oeste muchos cuentos y novelas de Chandler, Williams, Cain, Runyon, Brewer y Jim Thompson, y no solamente porque muchos están ambientados en California.
    Pero los nombres paradigmáticos son, sin dudas, Harte, O.Henry y Grey. El primero de ellos fue un magnífico cuentista; quizás, con Poe y O.Henry, el mejor cuentista norteamericano del siglo XIX. Entre sus obras figuran relatos memorables como “Los proscriptos de Poker-Flat”, “El campamento que ruge” y “Los maridos de la señora Skagg”. California, la fiebre minera, las mujeres y hombres rudos son sus temas predilectos, así como la sátira y la crítica social.
    Particularmente el primero de los cuentos mencionados es uno de los mejores ejemplos de una influencia que han reconocido Hemingway y Borges. Se trata de la maravillosa historia de John Oakhurst, jugador profesional que hacia 1850 es expulsado del pueblo y se pasa varios días bajo una tormenta de nieve en la montaña con un par de prostitutas, una niña virgen y su novio, hasta que elige la muerte más digna para un tahúr: devolver los naipes ante una racha de mala suerte. Una historia que, como todo en Harte, tiene momentos, diálogos y un temperamento en sus personajes que es imposible no reconocer que se han filtrado hasta la novela negra.
    De O.Henry (1862-1910) puede decirse que fue el gran promotor de un género intermedio entre el cuento y la novela: la nouvelle o novela corta. Allí lució por cierta demagogia melodramática y por sus sorprendentes finales, a punto tal que fue favorito del público y sin dudas uno de los primeros best-sellers del siglo XX, con obras como Los cuatro millones y Los caminos del destino, aparecidas en 1906 y 1908, respectivamente. Su cuento “El impostor” es una muestra extraordinaria de elementos que luego aparecerán en la novela negra norteamericana: un crimen, una huida, un chantaje y un lenguaje escueto y áspero no desprovisto de humor.
    En las novelas de Zane Grey también están claros muchos de los componentes del posterior thriller negro: acción, violencia, heroísmo individual y ambición desmesurada de poder y dinero, narrados con un estilo basado en diálogos que cabrían perfectamente en cualquier novela negra, como el que sostienen Terril Lambeth y Bill Haines, corrupto sheriff de Nuevo México:
   
—Me alegro de conocerte, muchacho —dijo, cordialmente.—¿Es usted guardia montado? —inquirió Terril.—Lo era, hijo —fue la respuesta—. Ahora represento intereses particulares.—¿Ha venido aquí para arrestar a Pecos Smith?—Pues sí, si este Pecos Smith es Hod Smith.—Entonces será mejor que se largue antes de que sea tarde, porque Pecos Smith es Pecos Smith.—Breen, este mequetrefe tiene muchas agallas —gruñó Haines.   
    Un estilo seco, frío, cambiante de la cordialidad al gruñido, como años más tarde se admirará en el sarcasmo del Marlowe de Chandler.
    Evidentemente, una antología que vincule estas literaturas sería de gran utilidad. De hacerse, en ella habría que incluir a otros importantes autores: Mark Twain (1835-1910), quien además de su memorable Huckleberry Finn escribió la estupenda Historia de un californiano en la que describe la dulce locura de un minero enamorado; Jack London (1876-1916) y sus historias sociales y de aventuras; y sobre todo Stephen Crane (1871-1900), quien a pesar de su corta vida dejó relatos impactantes en los que aparece la violencia irracional, esa especie de "él se lo buscó” que luego será tan frecuente en la novela negra. Como sucede en El hotel azul, una historia en la que un sueco temeroso se envalentona luego de una pelea, se torna camorrero y termina con un cuchillo clavado. Aparecen allí el crimen y un estilo narrativo que evidentemente adoptó la novela negra:
   
Se organizó un gran desorden y luego apareció la hoja de un cuchillo en la mano del jugador. La mano salió proyectada hacia adelante, y un cuerpo humano, aquella ciudadela de virtud, de sabiduría, de poder, quedó atravesada con la misma facilidad que si se hubiera tratado de un melón. El sueco cayó con un grito de supremo asombro. Los importantes hombres de negocios y el fiscal del distrito habían desaparecido como por arte de magia. El camarero se encontró fuertemente asido al respaldo de una silla y contemplando los ojos de un asesino.—Henry —dijo el asesino en cuestión, mientras limpiaba su cuchillo en una de las servilletas que colgaban de un extremo del mostrador—, diles dónde pueden encontrarme. Estaré en casa esperándoles.Y desapareció. Un momento después, el camarero estaba en la calle gritando a través de la tormenta para encontrar ayuda y, seguramente, también compañía.El cadáver del sueco, solo en el salón, tenía los ojos clavados en un horrible letrero colocado encima de la caja registradora: “Este es su precio".   
    Como si el paso del tiempo no hubiese significado, para la literatura, más que un cambio de escenarios, nombres y contextos, la prosa es la misma que encontraremos décadas después en Hammett y los otros escritores del género policial negro.
    Evidentemente, además, hay un “carácter nacional” en la influencia de la literatura del Oeste sobre el género negro. Es lo que podríamos llamar su “norteamericanidad”. Desde luego, eso está presente en la totalidad de la literatura estadounidense. Pero la delimitación del campo (literario) del llamado Far West implica hablar de sus pioneros y de sus temáticas sociales comunes: realismo a ultranza, cierto naturalismo, descripciones costumbristas, acción rampante, heroísmo individual, machismo, dinero, poder, corrupción, etc. Y un estilo también identificable: prosa llana, seca, dura. Dada su inclusión dentro de las corrientes del realismo literario, es evidente que también influenció a la literatura latinoamericana moderna, como más adelante desarrollaremos.
    Temática y estilo son comunes a ambos géneros (del Oeste y policial negro) porque ambos se inscriben dentro del realismo crítico y ambos corresponden a una misma sociedad que, aunque cambió mucho en algo menos de un siglo (entre 1850 y 1920, aproximadamente), de todas formas mantuvo su esencia y en su literatura se reconoce esa continuidad.
    Como bien señala el crítico y escritor argentino Juan Martini en su prólogo a Di adiós al mañana, de Horace McCoy: “El mundo de la novela policiaca no es ya un espacio cerrado, identificable, aislado dentro del amplio espacio de la realidad. El mundo de la novela policiaca no es otro mundo, sino el mismo, el único, el mundo que conocemos y en el cual vivimos”. En ese ámbito social se repitieron, en ese casi siglo, muchas de las características que definen a la sociedad norteamericana: “La violencia es un hecho inseparable del sistema —sigue Martini— que no se expresa solo en formas obvias, estruendosas o sangrientas. Las reacciones humanas son, en sí, una forma de violencia, una expresión del poder y del sometimiento. Todo poder es una forma de violencia. Todo destino no elegido es una forma de violencia”. [24]
    También se emparenta el género negro con el destino incierto del lejano Oeste norteamericano, destino que todos los autores westerns intentaron describir. En el caso de Harte, a quien también debe considerarse como uno de los padres del moderno relato de personajes en los Estados Unidos, sus tipos humanos son sentimentales, altaneros, violentos, leales, ambiciosos, pero sobre todo son gente de destino incierto. Dejaron una huella muy profunda en toda la literatura norteamericana de fines del Siglo XIX y de todo el XX.
    Ned E. Hoopes dice de ellos que “a pesar de estar trazados con rasgos exagerados, son tan humanos e imperecederos que se convirtieron en los modelos de donde se han extraído posteriormente para la novela, el cine y la televisión, los prototipos del hombre del Oeste, que forman una parte importante de la tradición literaria americana”. Y es que Harte, “creador del cuento vernáculo, humano, de la literatura americana”, fue quien “por lo menos lo popularizó, dándole nuevas dimensiones en el cuento corto. Sus narraciones son interesantísimas, amenas y perdurables. Fue el primer escritor que dio a conocer a California en el mundo y, a pesar del tiempo, su mundo literario es todavía tan interesante como cuando lo escribió”. [25]
    Resulta evidente la vinculación de Harte y sus contemporáneos con los autores de la revista Black Mask en adelante. Todos ellos abrevaron en él como en Grey o Haycox y otros, y no casualmente California se convirtió en escenario obligado, casi excluyente, también de la novela negra. Y es que muchos de los que hoy son reconocidos como fundadores del género negro fueron también, antes o a la vez, escritores de novelas westerns. Entre ellos:
    • Frank Gruber (1904-1969), quien comenzó escribiendo obras sobre el Oeste (El Justiciero y Amarga prudencia son dos de sus mejores novelas de vaqueros, editadas por las editoriales Novaro y Diana en los años 60) [26] y solo después creó a Fletcher & Cragg, su pareja de detectives-vendedores de libros.
    • William Riley Burnett (1899-1982), quien debe ser considerado otro autor fundamental desde el nacimiento mismo del género negro. Autor de El pequeño César (1929), escribió una profusa novelística del Oeste antes de dedicarse a la novela negra por más de treinta años. El famoso bandido John Herbert Dillinger (1903-1933) fue su modelo para la memorable novela Alta Sierra {1940), cuyo guión cinematográfico también escribió. Ambas novelas fueron llevadas al cine, siendo esta última un clásico de la filmografía de Humphrey Bogart. Tan importante fue este autor como vínculo entre ambos géneros, que el autorizado crítico español Javier Coma, en su Diccionario dice que “no cabe, de todos modos, aislar las novelas negras burnettianas, ancladas en sus respectivas coetaneidades, de las retrospectivas, ya que éstas (a menudo bajo la apariencia de westerns) enlazan con aquéllas en la crónica de la historia de los Estados Unidos desde la primera mitad del siglo XIX”. [27]
    • Horace McCoy (1897-1955) es otro autor que compartió ambos géneros. Fue uno de los más importantes escritores del género negro y sobre él volveremos más adelante. Baste decir, por ahora, que también se inició escribiendo westerns. Entre otras obras, fue el guionista de Texas, la inolvidable película de George Marshall, con William Holden y Glenn Ford. [28]
    Y todavía puede agregarse un elemento más que vincula a ambos géneros: la manera en que se dieron a conocer y se popularizaron. El vehículo original, y principal, de ambos fueron las pulp magazines, que así se llamaba a las revistas de relatos de acción, las que debían su nombre al hecho de estar impresas en un ordinario papel de pulpa. Las pulps se difundieron en todos los Estados Unidos de manera asombrosa, y en ellos encontró el relato negro un espacio ideal para popularizarse. Coma, en “La novela negra", dice que “normalmente, cada pulp incluía diversas narraciones y albergaba algún personaje fijo, así como dedicábase a una temática concreta, desde la fantasía paracientífica hasta la 'espada y brujería’, merodeando por el western, la aviación, las aventuras en parajes exóticos”. Allí aparecieron también todos los primeros textos del género negro.
    Quizá exageradamente, Coma señala al pulp como una de las novedades que hicieron furor en los años 20 en los Estados Unidos, junto a los automóviles, la radio, el cine, la Ley Seca, la música rítmica y todo aquello que les hizo creer a los norteamericanos que eran infalibles y que la felicidad era su único destino.

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