jueves, 29 de octubre de 2020

Lampedusa, pastelitos y Shakespeare. 44 escritores de la literatura universal.

 



Lampedusa, pastelitos y Shakespeare

Se levantaba pronto, el viejo marqués de Parma. Se vestía, traje y corbata siempre, los zapatos oscuros, y salía a desayunar a una bombonería. Un lugar de veladores románticos, y reloj de pared, y servilletas almidonadas —todo muy kitsch— con las que se limpiaba la comisura de los labios; en el dedo un anillo con su escudo, flameando como una banderola.

Una figura corpulenta, grande y desaliñada (el cinturón, con frecuencia, por encima de la tripa) que llevaba una bolsa de cuero llena de libros y galletas, pastas y algún tomo de Proust, o de Shakespeare, por si algo salía mal, un tropezón, una salpicadura, y tenía que buscar consuelo en la lectura.

Fue el único niño, traje de marinero, en un palacio de adultos; padres, tíos, abuelos y criados. Unos padres jalonados de toisones y apellidos sonoros: Mastrogiovanni, Tasca, Filangeri, Cutò… Un mundo de nobleza decadente, de brocados y cortinas de raso, y encajes, y tapices y pasillos de mármol de Carrara, y carruajes donde iban a los bailes, o donde comían helados para no tener que pisar los barrizales. El último superviviente de una estirpe que se extinguía, un poco, cada mañana en él.

Viajó, anduvo aquí y allá, con su álbum de fotos, el de un turista, casi; nunca mucho dinero, siempre cierta arrogancia, un poco rancia, acaso, de chistera y botines.

En la guerra, un obús rompió en su palacio todos los cristales. Otro día, una explosión en un polvorín cercano arrancó las puertas y ventanas de los quicios. Al final, una bomba acertó, y quedó destruido. A partir de ese día todo fue ya escombros, demolición y ruina. Los aires de grandeza cubiertos de paredes desconchadas. Muros caídos, nostalgia, desazón.

Los últimos años de su vida llevó una existencia frugal, viviendo de sus exiguas rentas, solo gastando en libros, en entradas de cine y en cenas en pizzerías, mientras escribía en secreto, casi a escondidas, el libro que, póstumo, le llevaría a la gloria.

Tenía, sí, la manía de hablar con sus perros en idiomas distintos: alemán iracundo con uno, italiano con otro, francés con un tercero… Tuvo un sueño. Lo llamaban de un cuartel donde debía presentarse para que lo fusilaran. Pero cuando llegaba no conseguía encontrar el despacho en el que debían tramitar su ejecución. Esperaba, durante horas, en salas vacías. Preguntaba por dependencias de las que nadie sabía darle cuenta. Deambulaba por corredores desiertos. Una mañana se levantó con tos, le miraron por rayos y torcieron el gesto. Y a los pocos días, en el sueño encontraba por fin el despacho donde lo esperaban, todo muy administrativo: los sellos, las copias de carbón, la grapadora… Lo bajaban al patio, con un libro de Shakespeare bajo el brazo por si algo salía mal. Saludaba al piquete, el cinturón encima de la tripa, y disparaban. Apareció muerto, en la cama, la mañana siguiente.

No le había acertado ni un disparo.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas