Lampedusa,
pastelitos y Shakespeare
Se levantaba pronto, el viejo marqués de Parma. Se vestía, traje y corbata siempre, los zapatos oscuros, y salía a desayunar a una bombonería. Un lugar de veladores románticos, y reloj de pared, y servilletas almidonadas —todo muy kitsch— con las que se limpiaba la comisura de los labios; en el dedo un anillo con su escudo, flameando como una banderola.
Una figura corpulenta, grande y desaliñada (el
cinturón, con frecuencia, por encima de la tripa) que llevaba una bolsa de
cuero llena de libros y galletas, pastas y algún tomo de Proust, o de
Shakespeare, por si algo salía mal, un tropezón, una salpicadura, y tenía que
buscar consuelo en la lectura.
Fue el único niño, traje de marinero, en un palacio de
adultos; padres, tíos, abuelos y criados. Unos padres jalonados de toisones y
apellidos sonoros: Mastrogiovanni, Tasca, Filangeri, Cutò… Un mundo de nobleza
decadente, de brocados y cortinas de raso, y encajes, y tapices y pasillos de
mármol de Carrara, y carruajes donde iban a los bailes, o donde comían helados
para no tener que pisar los barrizales. El último superviviente de una estirpe
que se extinguía, un poco, cada mañana en él.
Viajó, anduvo aquí y allá, con su álbum de fotos, el de
un turista, casi; nunca mucho dinero, siempre cierta arrogancia, un poco
rancia, acaso, de chistera y botines.
En la guerra, un obús rompió en su palacio todos los
cristales. Otro día, una explosión en un polvorín cercano arrancó las puertas y
ventanas de los quicios. Al final, una bomba acertó, y quedó destruido. A
partir de ese día todo fue ya escombros, demolición y ruina. Los aires de
grandeza cubiertos de paredes desconchadas. Muros caídos, nostalgia, desazón.
Los últimos años de su vida llevó una existencia
frugal, viviendo de sus exiguas rentas, solo gastando en libros, en entradas de
cine y en cenas en pizzerías, mientras escribía en secreto, casi a escondidas,
el libro que, póstumo, le llevaría a la gloria.
Tenía, sí, la manía de hablar con sus perros en idiomas
distintos: alemán iracundo con uno, italiano con otro, francés con un tercero…
Tuvo un sueño. Lo llamaban de un cuartel donde debía presentarse para que lo
fusilaran. Pero cuando llegaba no conseguía encontrar el despacho en el que
debían tramitar su ejecución. Esperaba, durante horas, en salas vacías.
Preguntaba por dependencias de las que nadie sabía darle cuenta. Deambulaba por
corredores desiertos. Una mañana se levantó con tos, le miraron por rayos y
torcieron el gesto. Y a los pocos días, en el sueño encontraba por fin el
despacho donde lo esperaban, todo muy administrativo: los sellos, las copias de
carbón, la grapadora… Lo bajaban al patio, con un libro de Shakespeare bajo el
brazo por si algo salía mal. Saludaba al piquete, el cinturón encima de la
tripa, y disparaban. Apareció muerto, en la cama, la mañana siguiente.
No le había acertado ni un disparo.
Ficha
técnica
Nº de
páginas:
236
Editorial:
SIRUELA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa dura
ISBN:
9788416964406
Año
de edición:
2017
Plaza
de edición:
MADRID
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