jueves, 20 de abril de 2023

Zhang Jie - Galera Titulo Original: Fang zhou Autora: Zhang Jie . CAPÍTULO I. NOVELA.

 




Zhang Jie - Galera

 

Titulo Original: Fang zhou

 

Autora: Zhang Jie

 

Año: 1983

 

Traductora: Isabel Alonso

 

Editorial: Txalaparta

 

Año: 1995

 

Galera

 

¿Que es eso?

 

¡Fuego!

 

¿Debo atravesarlo?

 

¡Si!

 

Tengo miedo.

 

Es así como te purificas

 

Capítulo I

 

Galera.

 

1. Carro grande para transportar personas.

 

2. Cárcel de mujeres.

 

3. Embarcación de vela y remo.

 

¿Otro día nublado? Jinghua siempre se asusta al ver cómo se oscurece el cielo en señal de lluvia. Cuando llueve siente un dolor insoportable en la espalda. El médico ya le ha avisado que en unos años se puede quedar paralítica debido a una artrosis de la región lumbar, al viento y a la humedad del clima. Y luego, ¿qué será de ella? Jinghua no entiende cómo los médicos se empeñan en alargar la vida de las personas. Sería verdaderamente aburrido vivir eternamente. Cuando llegue el momento en que se convierta en un ser inservible, desea morir para no ser una carga para otros. Si la gente entendiera que el sentido de la vida consiste en dar y no en recibir, todo sería más simple.

 

Jinghua estira sus piernas dormidas después de una noche de sueño. Intenta encontrar el reloj colocado cerca de la cabecera de la cama. ¡Las cinco menos diez! ¡Ah! ¡Menos mal! No es que esté nublado sino que simplemente se ha despertado demasiado pronto. Intenta incorporarse pero su espalda está muy rígida, como si fuese una tabla. Menos mal que todavía tiene fuerza en los brazos y al estirarlos consigue enderezar el resto del cuerpo sin demasiado esfuerzo. No han pasado los años en balde, sobre todo los 10 años del exilio en las zonas fronterizas{[1]}... Tal vez llegue un día en que deba jubilar a sus piernas y dar ese trabajo a sus brazos tal como lo vio hacer a los inválidos privados de sus dos piernas.

 

Afortunadamente todavía tiene dos brazos llenos de fuerza; sino, ¿qué sería de ella?... Recuerda unos poemas de Maiakovsky{[2]} de carácter social que dicen algo así como «vivir dependiendo de quien está y de quien se va». Si las mujeres tuviesen unos brazos potentes como las atletas ya no aparecerían en el cuerpo de la mujer curvas femeninas. Jinghua no sabe qué opinarían los hombres sobre este tema. Algunos se esconderían detrás del delantal de la mujer. A veces le viene a la cabeza la idea de que la humanidad va a volver a la época en que las mujeres llevaban los pantalones. La evolución del universo consiste en un eterno recomienzo y ¿es impensable que la sociedad vuelve al matriarcado?

 

Jinghua agarra el aparato de rayos infrarrojos que ha dejado sobre la cabecera de la cama. Lo enciende. Crea un tenue halo alrededor de la carcasa de plástico de un amarillo cremoso. Los comerciantes de Shanghai son realmente gente muy lista y hay que ver cómo hacen que sea atractivo un simple aparato médico.

 

A pesar de que este delicado aparato es uno de los pocos lujos de su existencia no hace sino acrecentar su ansiedad. Cada vez que utiliza ese aparato, algo le recuerda que está enferma y de nuevo evoca unos poemas en los que el poeta Lermontov{[3]} cuenta cómo en todo momento, tanto de día como de noche, con buen o mal tiempo, siempre se sentía como un viudo, como un huérfano, como una roca solitaria.

 

Al ver que el aparato empieza a irradiar calor, se lo pone en la espalda y ese calor se propaga hasta la parte anterior del cuerpo. Sea cual sea la estación del año, siempre lo usa y de esa forma desaparece la energía negativa de su cuerpo.

 

Gracias, Laoan, por encargar a otra persona traer este aparato desde Shanghai. Cuando se lo entregó no supo cómo darle las gracias. Laoan le dijo que no tenía que dárselas, pues ese favor sólo se lo hizo porque no le gusta ver sufrir a la gente, sin más. Jinghua siempre ha pensado que Laoan no es un secretario del partido como los demás. No se parece en nada a lo que normalmente se entiende por secretario del partido. Hasta su nombre evoca una quietud envidiable.

 

Con las primeras luces del día se adivina la presencia de una orquídea cuya sombra se refleja en la cortina de la habitación. La mayoría de las hojas se han caído y su vida está en juego. Otra flor que se les muere.

 

Aunque les encantan las flores sus dos amigas y ella no consiguen mantener una planta con vida. Cuando compraron esas flores, eran todas muy bellas, con unas hojas muy gruesas y de un verde luminoso. Al seguir el contorno de las hojas se podían apreciar las gotas que caían. En cada rama se asomaba un capullo. Pero ese encanto no duró mucho, enseguida las hojas empezaron a marchitarse y los capullos a desaparecer. Eso no se debe a la falta de claridad ya que la habitación da al Sur y siempre está presente el sol. Además a Jinghua jamás se le olvida poner en el tiesto mosto de sésamo y regar con una mezcla de azufre hasta que la atmósfera se impregne de oxígeno sulfuroso.

 

Basta con entrar en el bloque de casas por la parte sur y de echar una ojeada al patio para ver cómo todas las ventanas están adornadas con bellas flores menos la de Jinghua. Se podría comparar el pobre tiesto de Jinghua a una vieja ciega, fea, y de aspecto horrible que se hubiese deslizado entre bellas doncellas.

 

No me acuerdo quién dijo que la salud de las flores dependía del carácter de su amo y que los que tenían mala suerte no conseguían mantener viva una flor durante mucho tiempo. Tal vez ellas pertenezcan a ese grupo ya que hasta en los días más calurosos de julio reina siempre en su casa un ambiente helado, como si fuese un desván o la morgue.

 

¿Será porque la habitación es demasiado grande? Jinghua ha hecho lo imposible por llenarla. Libros, un sofá, una mesa, unas sillas. Después ha hecho lo mismo con la de su compañera Liu Quan. Ella misma ha fabricado los muebles. Claro está que no se pueden comparar con los que venden en las tiendas pero aun así no están mal. Juraría que ninguno de sus compañeros de trabajo cree que Jinghua tenga alma de carpintero. En realidad todo ser humano tiene habilidades insospechadas.

 

Aunque se entregó por dejar bien las habitaciones, un día se cansó y dejó todo sin acabar: ni pintó ni barnizó los muebles. El sofá se quedó sin vestir una tela de cuero sintético o de pana; sigue tirado en un rincón, envuelto en una tela gruesa y basta de color marrón y sobre él yace un trozo de tela amarillenta que compró un día de rebajas.

 

Todo lo que adorna la habitación es parte de un trabajo hecho a medias y la responsable de todo ello parece ser una persona despreocupada, incapaz de acabar las cosas.

 

Así es como la mayoría de la gente juzga a esta mujer que ya cumplió los cuarenta.

 

De repente y sin ningún motivo, Jinghua empieza a reírse.

 

La gata ha saltado del sillón y maullando se acerca a su cama como diciéndole «¿Qué, ya te has despertado?».

 

Jinghua le hace una señal con la mano para que salte pero la gata parece tener aún sueño, mueve la cola y vuelve al sillón para seguir durmiendo.

 

Ella también podría seguir durmiendo ya que todavía es pronto y además es domingo. Pero no le apetece. Es como si hubiese tenido una pesadilla en la que veía lluvia, nieve, tempestad, frío y barro; una pesadilla en la que veía el hijo o la hija al que le prohibió nacer; una pesadilla en la que veía una oficina de correos con una ventanilla con la pintura raspada y billetes de banco manoseados y tirados por el suelo, sellados por el dolor que padeció para poder juntar esa cantidad y poder así ayudar a su padre y a su hermana menor a vivir con dignidad. Todo lo que representaba ese dinero fue arrancado por ese hombre. ¿Qué le dijo exactamente? Ya no lo recuerda con exactitud. Le dijo algo así como: «Para poder ayudar a tu padre y a tu hermanita has abortado, ¡has matado a mi hijo! ¡No sé cómo me he casado contigo, quiero el divorcio!».

 

¿El motivo fue el dinero? En aquella época el aborto era casi obligatorio, no sabía que un día «La Banda de los Cuatro» se vendría abajo. Qué más da. Para muchos la vida se limita a alumbrar, dormir, instalarse y vivir. Pero a Jinghua no le van esas cosas. Su padre y su hermana pequeña ¿es que no eran su familia para él? No, claro que no, ella tampoco consideraba a su marido como de su propiedad.

 

Un cuento de invierno...

 

Cuando se junta con alguna de esas mujeres felices que no se privan de criticar a las demás, se siente sin motivos el centro de las críticas. La verdad es que si se casó con ese hombre fue para poder sacar a su padre y a su hermana de la miseria. A su padre le acusaban de reaccionario mientras su hermana no tenía apoyo alguno. La gente que presume de ser feliz debería ser más tolerante con los demás, ya que ellos gozan de salud y de bienestar.

 

Jinghua se da la vuelta en la cama. Ya no tiene ganas de dormir y de caer otra vez en esa pesadilla, o de aparecer en un bosque. El bosque sólo es poético y maravilloso en las obras de arte como la pintura, la música y la literatura. Aunque el artista intente representar al bosque como algo oscuro y brutal, siempre lo veremos como algo bello y salvaje. Si debemos vivir dentro de él, sobre todo si uno es débil como lo es Jinghua, acabaremos como menú del bosque. Recuerda aquel frío que pasó a unos 20° bajo cero en una chabola de madera. Es normal que su columna vertebral se resienta ¡ese frío hubiera sido capaz de hacer estallar una barra de acero! Cuando algún día le salen mal las cosas y empieza a deprimirse, para no caer en ese abatimiento, recuerda que de ahora en adelante, cuando llegue el invierno, ya no tendrá que sacar el agua del pozo, revolver el barro o subir y bajar aquellos barrotes de la escalera que ella misma había clavado para poder tapar los agujeros de su chabola. Hay que saber asumir su destino.

 

Pero no es un sueño sino una triste realidad. Su cuerpo recuerda todo lo que ha sufrido. Como en La Carta Escarlata escrita por Hawthorne{[4]}.

 

Es curioso. Recuerda cada puñetazo recibido en el cuerpo y en la cara así como todas las humillaciones sufridas; de cada frase del dazibao{[5]} que su ex marido escribió y pegó en el muro de la pequeña escuela donde ella daba las clases. En el dazibao su ex marido contaba cómo su mujer no había cumplido con sus obligaciones de esposa. También escribió algunas frases sacadas del Pequeño libro rojo{[6]} tales como: «No existe en el mundo un amor inocente como tampoco hay un odio inocente», o: «La clase obrera debe dirigir todo»; o: «Debemos trazar una línea fronteriza entre nosotros y la burguesía ya que no podemos convivir juntos», seguidas de frases como «Las banderas rojas flotan con el viento del Este que barre...». Todavía percibe el olor a ajo que salía de su cuerpo como si la hubiesen dejado metida durante varios años dentro de un tarro lleno de ajos.

 

Y, sin embargo no recuerda nada de aquel hombre que compartió con ella la cama y la comida durante unos seis o siete años. Teme que si un día se encuentra con él, no lo reconocerá. A veces le entran remordimientos. Pero ahora que todas las penas y sufrimientos no son más que simple recuerdo, todo parece estar cubierto por una capa de nubes y de niebla...

 

Jinghua intenta pensar en otra cosa.

 

Hoy le toca hacer la comida. Cuando se levante deberá ir al mercado. Normalmente suelen comer cualquier cosa pero hoy deberá preparar dos buenas comidas.

 

A Liu Quan se le oye llorar en la otra habitación.

 

La gata salta del sofá con un maullido, como si estuviese frente a un enemigo. Se mete en la habitación de Liu Quan, con la cola apuntando hacia arriba, como si quisiera pelearse con alguien.

 

¿Qué ocurre? Jinghua se sienta en la cama con la intención de ir a ver lo que pasa. Vaya, le falta una zapatilla que se llevó la gata y no sabe dónde demonios la habrá dejado. ¡Esa gata es una delicia!

 

De repente, Liu Quan se pone a gritar: «¡No hay que exagerar, hasta los perros saltan los muros cuando no tienen otro remedio!». Sólo ha sido un sueño. Seguramente habrá tenido otra pesadilla. Jinghua suspira; no entiende cómo ambas sólo tienen pesadillas.

 

La gata aparece de nuevo, se sube al sofá y se tumba. Mira fijamente a Jinghua con unos ojos extrañados por lo ocurrido que parecen preguntarle: «¿Qué está pasando en esta casa?».

 

No sólo los hombres huyen de la casa; hasta para una gata es cosa difícil compartir su vida con esas mujeres.

 

A esa casa se le podría llamar «El club de viudas». Esta afirmación da qué pensar. Uno debería analizar los hechos e intentar descubrir por qué en la generación de Jinghua hay tantos divorcios y no sólo por simple «ideología burguesa». Por otra parte habría que subrayar la valentía de estas mujeres por asumir el divorcio a pesar de todos los problemas que han tenido que afrontar.

 

Estas mujeres han ido juntas a la escuela primaria, secundaria y sólo se han separado después de cursar estudios superiores. Luego se han casado y como de común acuerdo se divorciaron. Fue gracias a Liang Qian que Liu Quan y Jinghua vinieron a vivir juntas en ese piso.

 

A veces Jinghua añora el pasado, esos años de estudiante cuando en vez de compartir un piso compartían un dormitorio. Jinghua solía aprovechar el momento en el que sus compañeras echaban la siesta para echarles unas gotas de agua fría sobre los párpados con un frasco de colirio. Liu Quan le solía regañar: «Camarada Cao Jinghua, no debes actuar así, no te lo pienso repetir». En aquella época Liu Quan era la responsable de la clase, tenía temperamento. Ahora no tiene ni voz ni voto.

 

¡Ay! ¡Cómo le gustaría oír otra vez el despertador de la escuela!

 

¡Pum, pum, pum! Llaman a la puerta. Llaman como si hubiese un incendio y les suplicaran ayuda. Jinghua se pregunta quién será. No consigue ponerse la blusa, el brazo izquierdo se resiste a pasar por la manga.

 

«¿Quién es?» grita Liu Quan saliendo de su habitación, arrastrando los pies y atándose los botones.

 

¡Pum, pum, pum! Nadie contesta. Siguen llamando.

 

Jinghua , muy enfadada, abre la puerta.

 

Vaya, otra vez él. ¡Bai Fushan! Ese pelma educado.

 

Bai Fushan viste un traje de un gris plateado, zapatos blancos de tafilete, un peinado que no se puede calificar de hyppie por su largura, pero tampoco corresponde al de un profesor de universidad que se pasa el día con una tiza en la mano, repitiendo siempre las mismas frases «uno grande, uno pequeño, dos grandes, dos pequeños, Jia, Yi, Bing, Jin,... A, B, C, D...», o de un empleado que se pasa el día sentado detrás de una mesa escribiendo unos documentos. Si uno examina con detalle a Bai Fushan, se dará cuenta de que tiene ante él un personaje que presume, un violinista famoso y no un músico mediocre. Ese deseo suyo de querer siempre presumir y destacar es fruto de su falta de personalidad.

 

Esta llegada inesperada de Bai Fushan desagrada a Liu Quan y Jinghua, ya que todavía tienen el mal sabor de boca, fruto de sus pesadillas. ¡A quién se le ocurre aparecer con esos modales un domingo por la mañana!

 

Bai Fushan frunce la nariz. La habitación siempre tiene un olor a zoo. Sin duda la gata a vuelto a mear en el suelo.

 

―¿A qué has venido? ―le inquiere Jinghua impidiéndole con su brazo cruzar la puerta.

 

Bai Fushan mira sin entender a esas dos mujeres que acaban de levantarse, de ponerse las zapatillas y llevan los pelos revueltos y la cara sucia. No entiende por qué le impiden pasar. Cree que como el piso está a nombre de Liang Qian también le pertenece. Entonces tiene derecho a aparecer cuando le apetezca, sin tener en cuenta si las otras dos inquilinos están duchándose o en la cama.

 

―He venido a ver a Liang Qian.

 

Sonríe con un aire socarrón. Como estas mujeres y su gata viven solas y de un modo que él no entiende, siempre que aparece, lo hace con descaro.

 

―¡Oye, no nos pagas para que cuidemos de tu mujer!

 

Liu Quan está especialmente enfadada. Este individuo ya les hizo la misma jugada hace dos días. Eran ya las diez pasadas de la noche cuando apareció y preguntó por Liang Qian. Liu Quan le dijo que Liana Qian no había regresado, pero no la creyó y tal como suele actuar Hércules Poirot, se fue al cuarto de Jinghua como si hubieran escondido en su interior a un criminal.

 

Esa vez se pasó. Además, un día en verano empujó la puerta del dormitorio de Liu Quan cuando ésta sólo llevaba puesta la blusa y la braga. A Liu Quan no le dio ni tiempo a taparse con la sábana.

 

―Tengo la intención de contratar a alguien para que os vigile a vosotras también ―les dijo Bai Fushan.

 

En realidad esas palabras tenían doble sentido ya que si salieran a la calle después de las doce de la noche, nadie se fijaría en ellas, ni tan siquiera en Liang Qian. Las tres sólo son carne seca. ¡Claro está que también podrían caer con uno que no se haya comido una rosca desde hace mucho tiempo!

 

―¡Eres un caradura! ―Cuando Liu Quan se enfada, pierde el control y no piensa lo que dice.

 

Bai Fushan mueve la cabeza como diciendo «a mí nadie me toma el pelo». En realidad el comentario hecho por Liu Quan ni le va ni le viene. Desprecia a las tres y a veces da la impresión de que las pisotea.

 

Jinghua ya no le aguanta más y decide atacar con las mismas armas:

 

―Ahora son las 6.30 de la mañana. Según nuestro horario, las visitas son de nueve de la mañana a ocho de la tarde. Si tienes algo importante que contar vuelve a las nueve por favor. ―Una vez dicho esto Jinghua le cierra la puerta en las narices.

 

Ya les ha estropeado el día, ¡qué fastidio!

 

En total hay 18 tazones y platos sucios en la fregadera. Los de ayer y anteayer. Ya no queda ninguno limpio en el armario. Antes de desayunar algo Jinghua deberá fregar todo. A ninguna de las dos les gusta fregar y siempre esperan a que se les agoten los utensilios limpios. Así no pueden seguir. Tendrán que fregar a turnos como cuando estaban juntas en la escuela.

 

Eso de fregar realmente es una tarea penosa, prefiere cocinar. Por lo menos se puede considerar algo creativo.

 

Jinghua echa una cucharada de sodio en una palangana grande. El agua está ardiendo y tiene que agarrar la esponja con las puntas de los dedos para no quemarse y al mismo tiempo dar vueltas al agua para que se enfríe. El agua se oscurece enseguida formándose en la superficie una capa de espuma grasienta.

 

Nunca logra fregar del todo esos tazones y platos. La esponja está llena de grasa. Todos estos cacharros sucios muestran su poco interés por las cosas de la vida cotidiana.

 

¡Qué desastre!

 

¡Pam! Es Liu Quan que da un golpe en la mesa.

 

«¡Ni siquiera eres capaz de resolver un problema tan sencillo como éste. No pareces muy interesado en ir a la escuela secundaria. ¿Crees que no es necesario ir a la escuela secundaria para poder pasar a la universidad? Me pregunto si tu padre suele ocuparse de ti!».

 

Liu Quan le estará regañando a Mengmeng por no saber resolver un ejercicio de matemáticas.

 

«Buaa, Buaa» Mengmeng empieza a llorar.

 

En realidad ya no están en el dormitorio de una escuela secundaria. Lo que ganan por un lado, lo pierden por el otro.

 

¡Tontas! En realidad no son más que un par de tontas y van a hacer de ese chico un idiota. ¡Qué duro es vivir así trabajando como una descosida y para nada!

 

Si el niño no viniera más que una vez por semana, seguro que se perdería en elogios. Pero uno no debe creer que Liu Quan no es una buena madre, al contrario. Para no perder la custodia de su hijo Mengmeng, Liu Quan se ha esforzado en que todo el papeleo del divorcio no se haya resuelto hasta transcurrir unos cinco años. Su marido le avisó que si no quería perder la custodia de su hijo no debía divorciarse. Mengmeng era un mero objeto de chantaje. Poco le faltó a su madre para volverse loca.

 

Uno cree que el matrimonio es algo privado, que concierne sólo a la pareja, pero en realidad es un asunto mucho más confuso. Será por eso que ni a Jinghua ni a Liu Quan se les ha pasado por la cabeza la idea de volverse a casar. La palabra divorcio les asusta. No es de extrañar que algunas personas asocien el matrimonio con palabras como «luchar» o «enfrentarse». Los divorcios suelen ser una lucha a muerte, donde los dos adversarios se destrozan mutuamente, hasta llegar a la agonía mutua. La mayoría de los divorcios acaban así.

 

No entiendo a esas personas que son incapaces de distinguir lo blanco de lo negro y están convencidas de que al renunciar al divorcio tienen tanto mérito como los que construyen pagodas o perdonan a las almas criminales y se transforman en budas misericordiosos. Algunos creen que lo importante es que la pareja se mantenga unida para que el caparazón del matrimonio no se quiebre, aunque uno de los dos se vea obligado a ahorcarse, a clavarse un cuchillo en el cuello o a beberse un frasco de insecticida antes de divorciarse. Esas personas no quieren reconocer que el matrimonio se puede venir abajo después de muchos años de vida en común, al caerse las máscaras y desvelar sus verdaderas almas. Tampoco reconocen que el matrimonio no tiene en absoluto que ver con las calabazas y las berenjenas que al podrirse se puede tirar la parte dañada y comerse la otra mitad. El amor es una relación recíproca así que cuando uno deja de amar al otro, el amor desaparece y nada ni nadie puede salvarlo.

 

Por ello cuando uno decide divorciarse debe armarse de mucho valor para poder afrontar las críticas y desvelar intimidades de toda clase, hasta descripciones físicas, y estar dispuesta a repetirlas miles de veces a todo individuo que insista en entrometerse y aconsejarte sobre tu matrimonio. También te verás obligada a defender tus teorías sobre el matrimonio aunque nadie te crea y te veas acorralada, sin escapatoria.

 

Jinghua ha conseguido convencer a Liu Quan de que debe confiar en la capacidad de juzgar las cosas de su hijo Mengmeng. Todavía no entiende lo que está pasando pero como es un niño honesto, cuando crezca lo entenderá y, cuando nadie se interponga en su camino, volverá con su madre. Si uno tiene cariño a un objeto y teme por él, basta con guardarlo en un lugar seguro y cerrado con llave. A un ser humano no se le puede tratar de esa forma. No sólo está hecho de carne y hueso sino que también tiene alma. El alma es la única cosa que existe en este mundo que no se puede guardar encerrada con llave. El alma es una forma material activa y sutil que cuando se siente atraída no hace falta encarcelarla; no se va escapar. Si al contrario no hay atracción uno debe resignarse. Ni la violencia, ni el dinero, ni la astucia, nada podrá con ella.

 

Ese hombre es realmente estúpido si cree que podrá romper los lazos que unen a madre e hijo y destruir a Liu Quan. Desgraciadamente hay muchos hombres tan estúpidos como lo es el padre de Mengmeng.

 

Veis, ahora que Mengmeng está creciendo, ha venido él solo a ver a su madre. Si su padre quisiera le podría impedir ver a su madre pero no le conviene. Para él lo material predomina sobre lo espiritual. Su sueldo no puede ser inferior a 56 yuanes{[7]}. El padre de Mengmeng es un «materialista integral». En cuanto a los problemas de matemáticas de su hijo eso ya no es cosa suya.

 

«¡Buaa, buaa!» ―Ahora es Liu Quan la que llora.

 

¡Llora, vamos llora!

 

Estos dos últimos días Liu Quan se enfada por nada. El administrador Wei vuelve a perseguirla.

 

Hace unos días, al salir del trabajo, el administrador Wei la ha llamado para decirle: «Pequeña Liu, quiero hablar contigo sobre el ritmo de la producción de estos últimos 15 días».

 

¿Por qué no hablar de ello en las horas de trabajo? O que hable con el viejo Dong, el jefe de servicio.

 

Antes de que Liu Quan abriera la boca, el administrador Wei le hizo saber sus intenciones al decir: «Este vestido te va de maravilla, sigue el contorno de tus formas...» e intentando al mismo tiempo cogerla por la cintura.

 

Liu Quan hace como que no le oye y se dirige hacia la silla más próxima de la entrada de la oficina. El rostro del señor Wei cambia de expresión y se queda unos momentos sin hablar. Liu Quan intenta controlarse. Siente que se le suben los colores.

 

―¿No quería discutir conmigo un asunto de trabajo?

 

―Sí, así es. Si quieres ven esta noche a casa y lo discutiremos. ¿Qué te parece? ―Al decir esas palabras empieza a reír a carcajadas. Parecía que un sapo frío se movía bajo sus pies y que ello le producía movimientos incontrolados. Ciertamente es difícil acertar con un hombre que tiene un humor tan versátil.

 

―No tengo tiempo.

 

¡Qué tonta! A ese Wei le tendría que haber dicho que no la tomase por una cabaretera.

 

A Liu Quan le hubiese gustado contestar con el mismo aplomo que el que tienen esas mujeres que parecen estar pegadas a una columna de acero de un metro de diámetro. Ella misma pudo ver a esas mujeres que se sienten a gusto en cualquier situación y que al entrar en una sala saturada de gente que mira hacia el mismo lado, caminan como si fuese un desierto. Lo malo es que no dispone de acero en donde apoyarse. No puede hablar ni actuar como ella quiere. La experiencia le ha enseñado a controlarse, a encajar los insultos, a callarse.

 

¿Por qué nació hembra y no varón? Bueno, el ser mujer no le molesta tanto, lo peor es que es guapa. La gente piensa que la fealdad es una calamidad pero no se imagina que la belleza también puede ser una desventaja. Además ¿por qué debe permanecer divorciada y sin pertenecer a nadie? No pertenecer a nadie es como pertenecer a todo el mundo.

 

Su única salida está en la fuga. Liang Qian y su padre le están buscando otro trabajo. ¡A ver si hay suerte! Si cambia de trabajo tal vez mejoren las cosas.

 

Jinghua coge la botella de aceite y la menea. Está casi vacía. Tendrá que comprar otra hoy mismo, de lo contrario, no le va llegar para preparar la comida del mediodía. Echa todo lo que queda en la sartén. No tiene que quedar ni una sola gota en la botella, necesita hasta la última gota para poder freír los trozos de pan al vapor.

 

Mengmeng sigue llorando; Liu Quan también. Primer movimiento de una sinfonía de domingo.

 

Jinghua llama:

 

―¡Mengmeng ven aquí!, ¿qué prefieres? ¿que ponga los panes con sal o con azúcar?

 

―¡Con azúcar! ―contesta Mengmeng lloriqueando.

 

Hum... Por suerte Mengmeng se va interesando por la fritura de los panes y ya no llora.

 

«Con azúcar». Cuando uno es pequeño sólo le interesan las cosas dulces. Luego cuando uno se hace mayor se da cuenta de que los otros sabores, picante, salado y amargo, son igualmente buenos.

 

«¡Toc, toc, toc...!». Llaman otra vez a la puerta.

 

Jinghua mira el reloj: son las nueve.

 

¿Y si Bai Fushan no se fue y se quedó tranquilamente fuera esperando a que dieran las nueve? ¡Ese maldito viejo!, a ver cuándo decide dedicar media hora de su tiempo para asuntos serios. Creo que eso ocurrirá cuando el sol salga por el Oeste. A menos que se trate de algo serio.

 

―¡Mengmeng!, ¡Ve a abrir la puerta!

 

Un ruido, la puerta no se abre. Otro ruido, la puerta sigue cerrada. Mengmeng todavía no sabe manejar el cerrojo. No hay prisa, hay que dejarle solo. Ya aprenderá. Tiene que aprender a apañárselas solo. Su madre interviene demasiado en sus tareas cotidianas. Estoy segura de que si no estuviese ahora lloriqueando como una tonta, estaría abriendo la puerta. Si sigue actuando así, Mengmeng se convertirá en un ser sin futuro.

 

Por fin abre la puerta.

 

―Abuela... ¿a quien desea ver?

 

Así que no era Bai Fushan. Jinghua se ríe sola. Sabe que Bai Fushan no hubiera sido capaz de esperar tanto tiempo fuera.

 

Jinghua oye cómo la directora Jia del comité del barrio le pregunta a Mengmeng con un tono sospechoso:

 

―¿Hay algún adulto en casa?

 

Los ruidos producidos antes de que se abriera la puerta y el hecho de que sea un niño quien lo hiciera, pueden levantar sospechas. Tal vez estén escondiendo a alguien.

 

Liu Quan no está muy arreglada y por eso no ha ido a recibir a la directora Jia, quien se extraña de esa actitud. Jinghua se apresura en apagar el fuego y en sacar de la sartén los trozos de pan fritos. Corre a recibir a su huésped.

 

―¡Ah! camarada Cao, ¿estás ahí? ―le dice a Jinghua, mirándola con afecto y al mismo tiempo echando una ojeada por el pasillo.

 

La directora Jia vive en un piso al lado de Jinghua y sus amigas. Por la mañana ha podido oír cómo llamaba Bai Fus-han a la puerta y las voces que siguieron a la conversación. Durante los años de la revolución cultural, era cosa corriente entrar en los pisos para controlar a sus inquilinos. ¡Muchas veces vinieron a registrar este piso, como si escondieran ocho o diez hombres en su interior! Al principio creyeron que era una rutina y que miraban todos los pisos, pero luego se dieron cuenta de que algunos, como el de ellas, estaba en una lista especial. La verdad es que para muchos, una mujer divorciada no es una mujer, por así decirlo, normal. Por eso no hay que extrañarse si el señor Wei siempre intenta aprovecharse de Liu Quan.

 

―¿Ocurre algo? ―Cuanto más insiste la directora Jia en meterse en los asuntos de Jinghua, ésta sostiene con más fuerza la puerta para que no pueda entrar. ¿Cuál será el verdadero motivo de esta visita?

 

―¿No habrá entrado por casualidad nuestro gato en su casa?

 

―¡No! ―contesta Jinghua enfadada― ¿Para qué vendría su gato a nuestra casa?

 

―Vaya, camarada Cao, ¿así que no lo sabe? Pues mire, su gata se pasa el día ligando con los seis gatos, de varios tamaños de la residencia, ji, ji.

 

La directora se ríe y esa risa tiene doble sentido.

 

¡Increíble! Que la gente se meta con las mujeres solteras, pasa, pero que encima atosiguen a una pobre gata soltera... ¡Un día de estos deberán «casarla» a la fuerza!

 

A Jinghua también le entra la risa.

 

―Pues estoy muy orgulloso de nuestra gata. ¡Vaya suerte tiene al contar con tantos pretendientes!

 

«¡Ah, vaya!». La directora no sabe qué contestar.

 

―¿No quiere entrar y sentarse un rato? ―le pregunta Jinghua con una voz más amable y abriendo la puerta de par en par.

 

―No, no gracias. ―La directora desea irse, tal vez tema que el piso esté infectado por la lepra.

 

Jinghua cierra la puerta y la abre de nuevo como si de repente se hubiese acordado de algo importante. Llama a la directora que ya había bajado unas cuantas escaleras y le pregunta:

 

―Directora Jia, hay algo muy importante que deseo preguntarle, ¿No se habrá quedado usted dormida en la terraza después de cenar?

 

La terraza de la directora Jia es contigua a la de Jinghua. Cada noche, entre las diez y las once, si uno presta atención puede oír el ruido del abanico que golpea contra el muslo. Es la directora Jia que está tomando el fresco. Cuando el movimiento del abanico se hace menos audible es señal de que la directora Jia se está durmiendo.

 

―Así es, ¿pues?

 

―Es que la he oído hablar en sus sueños ―añade Jinghua como si tuviese muchas cosas que contar.

 

―¿Qué dije?

 

Al ver la expresión de la cara de Jinghua, se da cuenta de que desveló algo importante que no debía contar. Empieza a asustarse y reacciona como si inconscientemente hubiese acercado su mano al agujero del saco, después de que todo el arroz se hubiese derramado por el suelo.

 

―Dijo algo sobre política, algo muy grave que no me atrevo a repetir. ―Jinghua deja que sus palabras asusten a la directora Jia.

 

―¿Yo?, imposible, ¿cómo voy a decir esas cosas...? ―dice asustada la directora. Su doble mentón al temblar la traiciona.

 

Parece que sí ha discutido en privado sobre temas políticos, con opiniones contrarias. ¡Lo que solemos pensar durante el día, aparece luego en nuestros sueños!

 

―¿Imposible?, ¡Intente recordar! ―le dice Jinghua al cerrar otra vez la puerta.

 

Liu Quan le pregunta extrañada y con los ojos hinchados y enrojecidos.

 

―En serio, ¿la has oído?

 

―La he oído decir ¡A tomar por culo! Eso es lo que llamo caer en su propia trampa.

 

―Te has pasado, le has metido el miedo en el cuerpo.

 

Jinghua lo admite, pero ¿cómo sobrevivir en este mundo si uno no actúa de esta forma?

 

Hace poco vinieron a preguntar por una mujer, ahora les interesa una gata, la verdad nadie entiende lo que está pasando. En vez de venir a molestarlas, por qué no se preocupan por sus penas y les traen regalos, amistad, solidaridad,...

 

¿Qué le ocurre? parece otra, ahora actúa como una viuda solitaria. No tiene a nadie para compartir sus penas. Le gustaría ser una flor y abrirse al universo o, mejor aún, ser una luna para poder envolver todos los sueños del mundo en un manto plateado. ¡Cómo le gustaría ser una mujer amada y amante!

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