Zhang Jie - Galera
Titulo Original: Fang zhou
Autora: Zhang Jie
Año: 1983
Traductora: Isabel Alonso
Editorial: Txalaparta
Año: 1995
Galera
¿Que es eso?
¡Fuego!
¿Debo atravesarlo?
¡Si!
Tengo miedo.
Es así como te purificas
Capítulo I
Galera.
1. Carro grande para transportar personas.
2. Cárcel de mujeres.
3. Embarcación de vela y remo.
¿Otro día nublado? Jinghua siempre se asusta
al ver cómo se oscurece el cielo en señal de lluvia. Cuando llueve siente un
dolor insoportable en la espalda. El médico ya le ha avisado que en unos años
se puede quedar paralítica debido a una artrosis de la región lumbar, al viento
y a la humedad del clima. Y luego, ¿qué será de ella? Jinghua no entiende cómo
los médicos se empeñan en alargar la vida de las personas. Sería verdaderamente
aburrido vivir eternamente. Cuando llegue el momento en que se convierta en un
ser inservible, desea morir para no ser una carga para otros. Si la gente
entendiera que el sentido de la vida consiste en dar y no en recibir, todo sería
más simple.
Jinghua estira sus piernas dormidas después de
una noche de sueño. Intenta encontrar el reloj colocado cerca de la cabecera de
la cama. ¡Las cinco menos diez! ¡Ah! ¡Menos mal! No es que esté nublado sino
que simplemente se ha despertado demasiado pronto. Intenta incorporarse pero su
espalda está muy rígida, como si fuese una tabla. Menos mal que todavía tiene
fuerza en los brazos y al estirarlos consigue enderezar el resto del cuerpo sin
demasiado esfuerzo. No han pasado los años en balde, sobre todo los 10 años del
exilio en las zonas fronterizas{[1]}... Tal vez llegue un día en que deba
jubilar a sus piernas y dar ese trabajo a sus brazos tal como lo vio hacer a
los inválidos privados de sus dos piernas.
Afortunadamente todavía tiene dos brazos
llenos de fuerza; sino, ¿qué sería de ella?... Recuerda unos poemas de
Maiakovsky{[2]} de carácter social que dicen algo así como «vivir dependiendo
de quien está y de quien se va». Si las mujeres tuviesen unos brazos potentes
como las atletas ya no aparecerían en el cuerpo de la mujer curvas femeninas.
Jinghua no sabe qué opinarían los hombres sobre este tema. Algunos se
esconderían detrás del delantal de la mujer. A veces le viene a la cabeza la
idea de que la humanidad va a volver a la época en que las mujeres llevaban los
pantalones. La evolución del universo consiste en un eterno recomienzo y ¿es
impensable que la sociedad vuelve al matriarcado?
Jinghua agarra el aparato de rayos infrarrojos
que ha dejado sobre la cabecera de la cama. Lo enciende. Crea un tenue halo
alrededor de la carcasa de plástico de un amarillo cremoso. Los comerciantes de
Shanghai son realmente gente muy lista y hay que ver cómo hacen que sea
atractivo un simple aparato médico.
A pesar de que este delicado aparato es uno de
los pocos lujos de su existencia no hace sino acrecentar su ansiedad. Cada vez
que utiliza ese aparato, algo le recuerda que está enferma y de nuevo evoca
unos poemas en los que el poeta Lermontov{[3]} cuenta cómo en todo momento,
tanto de día como de noche, con buen o mal tiempo, siempre se sentía como un
viudo, como un huérfano, como una roca solitaria.
Al ver que el aparato empieza a irradiar
calor, se lo pone en la espalda y ese calor se propaga hasta la parte anterior
del cuerpo. Sea cual sea la estación del año, siempre lo usa y de esa forma
desaparece la energía negativa de su cuerpo.
Gracias, Laoan, por encargar a otra persona
traer este aparato desde Shanghai. Cuando se lo entregó no supo cómo darle las
gracias. Laoan le dijo que no tenía que dárselas, pues ese favor sólo se lo
hizo porque no le gusta ver sufrir a la gente, sin más. Jinghua siempre ha
pensado que Laoan no es un secretario del partido como los demás. No se parece
en nada a lo que normalmente se entiende por secretario del partido. Hasta su
nombre evoca una quietud envidiable.
Con las primeras luces del día se adivina la
presencia de una orquídea cuya sombra se refleja en la cortina de la
habitación. La mayoría de las hojas se han caído y su vida está en juego. Otra
flor que se les muere.
Aunque les encantan las flores sus dos amigas
y ella no consiguen mantener una planta con vida. Cuando compraron esas flores,
eran todas muy bellas, con unas hojas muy gruesas y de un verde luminoso. Al
seguir el contorno de las hojas se podían apreciar las gotas que caían. En cada
rama se asomaba un capullo. Pero ese encanto no duró mucho, enseguida las hojas
empezaron a marchitarse y los capullos a desaparecer. Eso no se debe a la falta
de claridad ya que la habitación da al Sur y siempre está presente el sol.
Además a Jinghua jamás se le olvida poner en el tiesto mosto de sésamo y regar
con una mezcla de azufre hasta que la atmósfera se impregne de oxígeno
sulfuroso.
Basta con entrar en el bloque de casas por la
parte sur y de echar una ojeada al patio para ver cómo todas las ventanas están
adornadas con bellas flores menos la de Jinghua. Se podría comparar el pobre
tiesto de Jinghua a una vieja ciega, fea, y de aspecto horrible que se hubiese
deslizado entre bellas doncellas.
No me acuerdo quién dijo que la salud de las
flores dependía del carácter de su amo y que los que tenían mala suerte no
conseguían mantener viva una flor durante mucho tiempo. Tal vez ellas
pertenezcan a ese grupo ya que hasta en los días más calurosos de julio reina
siempre en su casa un ambiente helado, como si fuese un desván o la morgue.
¿Será porque la habitación es demasiado
grande? Jinghua ha hecho lo imposible por llenarla. Libros, un sofá, una mesa,
unas sillas. Después ha hecho lo mismo con la de su compañera Liu Quan. Ella
misma ha fabricado los muebles. Claro está que no se pueden comparar con los
que venden en las tiendas pero aun así no están mal. Juraría que ninguno de sus
compañeros de trabajo cree que Jinghua tenga alma de carpintero. En realidad
todo ser humano tiene habilidades insospechadas.
Aunque se entregó por dejar bien las
habitaciones, un día se cansó y dejó todo sin acabar: ni pintó ni barnizó los
muebles. El sofá se quedó sin vestir una tela de cuero sintético o de pana;
sigue tirado en un rincón, envuelto en una tela gruesa y basta de color marrón
y sobre él yace un trozo de tela amarillenta que compró un día de rebajas.
Todo lo que adorna la habitación es parte de
un trabajo hecho a medias y la responsable de todo ello parece ser una persona
despreocupada, incapaz de acabar las cosas.
Así es como la mayoría de la gente juzga a
esta mujer que ya cumplió los cuarenta.
De repente y sin ningún motivo, Jinghua
empieza a reírse.
La gata ha saltado del sillón y maullando se
acerca a su cama como diciéndole «¿Qué, ya te has despertado?».
Jinghua le hace una señal con la mano para que
salte pero la gata parece tener aún sueño, mueve la cola y vuelve al sillón
para seguir durmiendo.
Ella también podría seguir durmiendo ya que
todavía es pronto y además es domingo. Pero no le apetece. Es como si hubiese
tenido una pesadilla en la que veía lluvia, nieve, tempestad, frío y barro; una
pesadilla en la que veía el hijo o la hija al que le prohibió nacer; una
pesadilla en la que veía una oficina de correos con una ventanilla con la
pintura raspada y billetes de banco manoseados y tirados por el suelo, sellados
por el dolor que padeció para poder juntar esa cantidad y poder así ayudar a su
padre y a su hermana menor a vivir con dignidad. Todo lo que representaba ese
dinero fue arrancado por ese hombre. ¿Qué le dijo exactamente? Ya no lo
recuerda con exactitud. Le dijo algo así como: «Para poder ayudar a tu padre y
a tu hermanita has abortado, ¡has matado a mi hijo! ¡No sé cómo me he casado
contigo, quiero el divorcio!».
¿El motivo fue el dinero? En aquella época el
aborto era casi obligatorio, no sabía que un día «La Banda de los Cuatro» se
vendría abajo. Qué más da. Para muchos la vida se limita a alumbrar, dormir,
instalarse y vivir. Pero a Jinghua no le van esas cosas. Su padre y su hermana
pequeña ¿es que no eran su familia para él? No, claro que no, ella tampoco
consideraba a su marido como de su propiedad.
Un cuento de invierno...
Cuando se junta con alguna de esas mujeres
felices que no se privan de criticar a las demás, se siente sin motivos el
centro de las críticas. La verdad es que si se casó con ese hombre fue para
poder sacar a su padre y a su hermana de la miseria. A su padre le acusaban de
reaccionario mientras su hermana no tenía apoyo alguno. La gente que presume de
ser feliz debería ser más tolerante con los demás, ya que ellos gozan de salud
y de bienestar.
Jinghua se da la vuelta en la cama. Ya no
tiene ganas de dormir y de caer otra vez en esa pesadilla, o de aparecer en un
bosque. El bosque sólo es poético y maravilloso en las obras de arte como la
pintura, la música y la literatura. Aunque el artista intente representar al
bosque como algo oscuro y brutal, siempre lo veremos como algo bello y salvaje.
Si debemos vivir dentro de él, sobre todo si uno es débil como lo es Jinghua,
acabaremos como menú del bosque. Recuerda aquel frío que pasó a unos 20° bajo
cero en una chabola de madera. Es normal que su columna vertebral se resienta
¡ese frío hubiera sido capaz de hacer estallar una barra de acero! Cuando algún
día le salen mal las cosas y empieza a deprimirse, para no caer en ese
abatimiento, recuerda que de ahora en adelante, cuando llegue el invierno, ya
no tendrá que sacar el agua del pozo, revolver el barro o subir y bajar
aquellos barrotes de la escalera que ella misma había clavado para poder tapar
los agujeros de su chabola. Hay que saber asumir su destino.
Pero no es un sueño sino una triste realidad.
Su cuerpo recuerda todo lo que ha sufrido. Como en La Carta Escarlata escrita
por Hawthorne{[4]}.
Es curioso. Recuerda cada puñetazo recibido en
el cuerpo y en la cara así como todas las humillaciones sufridas; de cada frase
del dazibao{[5]} que su ex marido escribió y pegó en el muro de la pequeña
escuela donde ella daba las clases. En el dazibao su ex marido contaba cómo su
mujer no había cumplido con sus obligaciones de esposa. También escribió
algunas frases sacadas del Pequeño libro rojo{[6]} tales como: «No existe en el
mundo un amor inocente como tampoco hay un odio inocente», o: «La clase obrera
debe dirigir todo»; o: «Debemos trazar una línea fronteriza entre nosotros y la
burguesía ya que no podemos convivir juntos», seguidas de frases como «Las
banderas rojas flotan con el viento del Este que barre...». Todavía percibe el
olor a ajo que salía de su cuerpo como si la hubiesen dejado metida durante
varios años dentro de un tarro lleno de ajos.
Y, sin embargo no recuerda nada de aquel
hombre que compartió con ella la cama y la comida durante unos seis o siete
años. Teme que si un día se encuentra con él, no lo reconocerá. A veces le
entran remordimientos. Pero ahora que todas las penas y sufrimientos no son más
que simple recuerdo, todo parece estar cubierto por una capa de nubes y de
niebla...
Jinghua intenta pensar en otra cosa.
Hoy le toca hacer la comida. Cuando se levante
deberá ir al mercado. Normalmente suelen comer cualquier cosa pero hoy deberá
preparar dos buenas comidas.
A Liu Quan se le oye llorar en la otra
habitación.
La gata salta del sofá con un maullido, como
si estuviese frente a un enemigo. Se mete en la habitación de Liu Quan, con la
cola apuntando hacia arriba, como si quisiera pelearse con alguien.
¿Qué ocurre? Jinghua se sienta en la cama con
la intención de ir a ver lo que pasa. Vaya, le falta una zapatilla que se llevó
la gata y no sabe dónde demonios la habrá dejado. ¡Esa gata es una delicia!
De repente, Liu Quan se pone a gritar: «¡No
hay que exagerar, hasta los perros saltan los muros cuando no tienen otro
remedio!». Sólo ha sido un sueño. Seguramente habrá tenido otra pesadilla.
Jinghua suspira; no entiende cómo ambas sólo tienen pesadillas.
La gata aparece de nuevo, se sube al sofá y se
tumba. Mira fijamente a Jinghua con unos ojos extrañados por lo ocurrido que
parecen preguntarle: «¿Qué está pasando en esta casa?».
No sólo los hombres huyen de la casa; hasta
para una gata es cosa difícil compartir su vida con esas mujeres.
A esa casa se le podría llamar «El club de
viudas». Esta afirmación da qué pensar. Uno debería analizar los hechos e
intentar descubrir por qué en la generación de Jinghua hay tantos divorcios y
no sólo por simple «ideología burguesa». Por otra parte habría que subrayar la
valentía de estas mujeres por asumir el divorcio a pesar de todos los problemas
que han tenido que afrontar.
Estas mujeres han ido juntas a la escuela
primaria, secundaria y sólo se han separado después de cursar estudios
superiores. Luego se han casado y como de común acuerdo se divorciaron. Fue
gracias a Liang Qian que Liu Quan y Jinghua vinieron a vivir juntas en ese
piso.
A veces Jinghua añora el pasado, esos años de
estudiante cuando en vez de compartir un piso compartían un dormitorio. Jinghua
solía aprovechar el momento en el que sus compañeras echaban la siesta para
echarles unas gotas de agua fría sobre los párpados con un frasco de colirio.
Liu Quan le solía regañar: «Camarada Cao Jinghua, no debes actuar así, no te lo
pienso repetir». En aquella época Liu Quan era la responsable de la clase,
tenía temperamento. Ahora no tiene ni voz ni voto.
¡Ay! ¡Cómo le gustaría oír otra vez el
despertador de la escuela!
¡Pum, pum, pum! Llaman a la puerta. Llaman
como si hubiese un incendio y les suplicaran ayuda. Jinghua se pregunta quién
será. No consigue ponerse la blusa, el brazo izquierdo se resiste a pasar por
la manga.
«¿Quién es?» grita Liu Quan saliendo de su
habitación, arrastrando los pies y atándose los botones.
¡Pum, pum, pum! Nadie contesta. Siguen
llamando.
Jinghua , muy enfadada, abre la puerta.
Vaya, otra vez él. ¡Bai Fushan! Ese pelma
educado.
Bai Fushan viste un traje de un gris plateado,
zapatos blancos de tafilete, un peinado que no se puede calificar de hyppie por
su largura, pero tampoco corresponde al de un profesor de universidad que se
pasa el día con una tiza en la mano, repitiendo siempre las mismas frases «uno
grande, uno pequeño, dos grandes, dos pequeños, Jia, Yi, Bing, Jin,... A, B, C,
D...», o de un empleado que se pasa el día sentado detrás de una mesa
escribiendo unos documentos. Si uno examina con detalle a Bai Fushan, se dará cuenta
de que tiene ante él un personaje que presume, un violinista famoso y no un
músico mediocre. Ese deseo suyo de querer siempre presumir y destacar es fruto
de su falta de personalidad.
Esta llegada inesperada de Bai Fushan
desagrada a Liu Quan y Jinghua, ya que todavía tienen el mal sabor de boca,
fruto de sus pesadillas. ¡A quién se le ocurre aparecer con esos modales un
domingo por la mañana!
Bai Fushan frunce la nariz. La habitación
siempre tiene un olor a zoo. Sin duda la gata a vuelto a mear en el suelo.
―¿A qué has venido? ―le inquiere Jinghua
impidiéndole con su brazo cruzar la puerta.
Bai Fushan mira sin entender a esas dos
mujeres que acaban de levantarse, de ponerse las zapatillas y llevan los pelos
revueltos y la cara sucia. No entiende por qué le impiden pasar. Cree que como
el piso está a nombre de Liang Qian también le pertenece. Entonces tiene
derecho a aparecer cuando le apetezca, sin tener en cuenta si las otras dos
inquilinos están duchándose o en la cama.
―He venido a ver a Liang Qian.
Sonríe con un aire socarrón. Como estas
mujeres y su gata viven solas y de un modo que él no entiende, siempre que
aparece, lo hace con descaro.
―¡Oye, no nos pagas para que cuidemos de tu
mujer!
Liu Quan está especialmente enfadada. Este
individuo ya les hizo la misma jugada hace dos días. Eran ya las diez pasadas
de la noche cuando apareció y preguntó por Liang Qian. Liu Quan le dijo que
Liana Qian no había regresado, pero no la creyó y tal como suele actuar
Hércules Poirot, se fue al cuarto de Jinghua como si hubieran escondido en su
interior a un criminal.
Esa vez se pasó. Además, un día en verano
empujó la puerta del dormitorio de Liu Quan cuando ésta sólo llevaba puesta la
blusa y la braga. A Liu Quan no le dio ni tiempo a taparse con la sábana.
―Tengo la intención de contratar a alguien
para que os vigile a vosotras también ―les dijo Bai Fushan.
En realidad esas palabras tenían doble sentido
ya que si salieran a la calle después de las doce de la noche, nadie se fijaría
en ellas, ni tan siquiera en Liang Qian. Las tres sólo son carne seca. ¡Claro
está que también podrían caer con uno que no se haya comido una rosca desde
hace mucho tiempo!
―¡Eres un caradura! ―Cuando Liu Quan se
enfada, pierde el control y no piensa lo que dice.
Bai Fushan mueve la cabeza como diciendo «a mí
nadie me toma el pelo». En realidad el comentario hecho por Liu Quan ni le va
ni le viene. Desprecia a las tres y a veces da la impresión de que las pisotea.
Jinghua ya no le aguanta más y decide atacar
con las mismas armas:
―Ahora son las 6.30 de la mañana. Según
nuestro horario, las visitas son de nueve de la mañana a ocho de la tarde. Si
tienes algo importante que contar vuelve a las nueve por favor. ―Una vez dicho
esto Jinghua le cierra la puerta en las narices.
Ya les ha estropeado el día, ¡qué fastidio!
En total hay 18 tazones y platos sucios en la
fregadera. Los de ayer y anteayer. Ya no queda ninguno limpio en el armario.
Antes de desayunar algo Jinghua deberá fregar todo. A ninguna de las dos les
gusta fregar y siempre esperan a que se les agoten los utensilios limpios. Así
no pueden seguir. Tendrán que fregar a turnos como cuando estaban juntas en la
escuela.
Eso de fregar realmente es una tarea penosa,
prefiere cocinar. Por lo menos se puede considerar algo creativo.
Jinghua echa una cucharada de sodio en una
palangana grande. El agua está ardiendo y tiene que agarrar la esponja con las
puntas de los dedos para no quemarse y al mismo tiempo dar vueltas al agua para
que se enfríe. El agua se oscurece enseguida formándose en la superficie una
capa de espuma grasienta.
Nunca logra fregar del todo esos tazones y
platos. La esponja está llena de grasa. Todos estos cacharros sucios muestran
su poco interés por las cosas de la vida cotidiana.
¡Qué desastre!
¡Pam! Es Liu Quan que da un golpe en la mesa.
«¡Ni siquiera eres capaz de resolver un
problema tan sencillo como éste. No pareces muy interesado en ir a la escuela
secundaria. ¿Crees que no es necesario ir a la escuela secundaria para poder
pasar a la universidad? Me pregunto si tu padre suele ocuparse de ti!».
Liu Quan le estará regañando a Mengmeng por no
saber resolver un ejercicio de matemáticas.
«Buaa, Buaa» Mengmeng empieza a llorar.
En realidad ya no están en el dormitorio de
una escuela secundaria. Lo que ganan por un lado, lo pierden por el otro.
¡Tontas! En realidad no son más que un par de
tontas y van a hacer de ese chico un idiota. ¡Qué duro es vivir así trabajando
como una descosida y para nada!
Si el niño no viniera más que una vez por
semana, seguro que se perdería en elogios. Pero uno no debe creer que Liu Quan
no es una buena madre, al contrario. Para no perder la custodia de su hijo
Mengmeng, Liu Quan se ha esforzado en que todo el papeleo del divorcio no se
haya resuelto hasta transcurrir unos cinco años. Su marido le avisó que si no
quería perder la custodia de su hijo no debía divorciarse. Mengmeng era un mero
objeto de chantaje. Poco le faltó a su madre para volverse loca.
Uno cree que el matrimonio es algo privado,
que concierne sólo a la pareja, pero en realidad es un asunto mucho más
confuso. Será por eso que ni a Jinghua ni a Liu Quan se les ha pasado por la
cabeza la idea de volverse a casar. La palabra divorcio les asusta. No es de
extrañar que algunas personas asocien el matrimonio con palabras como «luchar»
o «enfrentarse». Los divorcios suelen ser una lucha a muerte, donde los dos
adversarios se destrozan mutuamente, hasta llegar a la agonía mutua. La mayoría
de los divorcios acaban así.
No entiendo a esas personas que son incapaces
de distinguir lo blanco de lo negro y están convencidas de que al renunciar al
divorcio tienen tanto mérito como los que construyen pagodas o perdonan a las
almas criminales y se transforman en budas misericordiosos. Algunos creen que
lo importante es que la pareja se mantenga unida para que el caparazón del
matrimonio no se quiebre, aunque uno de los dos se vea obligado a ahorcarse, a
clavarse un cuchillo en el cuello o a beberse un frasco de insecticida antes de
divorciarse. Esas personas no quieren reconocer que el matrimonio se puede
venir abajo después de muchos años de vida en común, al caerse las máscaras y
desvelar sus verdaderas almas. Tampoco reconocen que el matrimonio no tiene en
absoluto que ver con las calabazas y las berenjenas que al podrirse se puede
tirar la parte dañada y comerse la otra mitad. El amor es una relación
recíproca así que cuando uno deja de amar al otro, el amor desaparece y nada ni
nadie puede salvarlo.
Por ello cuando uno decide divorciarse debe
armarse de mucho valor para poder afrontar las críticas y desvelar intimidades
de toda clase, hasta descripciones físicas, y estar dispuesta a repetirlas
miles de veces a todo individuo que insista en entrometerse y aconsejarte sobre
tu matrimonio. También te verás obligada a defender tus teorías sobre el
matrimonio aunque nadie te crea y te veas acorralada, sin escapatoria.
Jinghua ha conseguido convencer a Liu Quan de
que debe confiar en la capacidad de juzgar las cosas de su hijo Mengmeng.
Todavía no entiende lo que está pasando pero como es un niño honesto, cuando
crezca lo entenderá y, cuando nadie se interponga en su camino, volverá con su
madre. Si uno tiene cariño a un objeto y teme por él, basta con guardarlo en un
lugar seguro y cerrado con llave. A un ser humano no se le puede tratar de esa
forma. No sólo está hecho de carne y hueso sino que también tiene alma. El alma
es la única cosa que existe en este mundo que no se puede guardar encerrada con
llave. El alma es una forma material activa y sutil que cuando se siente atraída
no hace falta encarcelarla; no se va escapar. Si al contrario no hay atracción
uno debe resignarse. Ni la violencia, ni el dinero, ni la astucia, nada podrá
con ella.
Ese hombre es realmente estúpido si cree que
podrá romper los lazos que unen a madre e hijo y destruir a Liu Quan.
Desgraciadamente hay muchos hombres tan estúpidos como lo es el padre de
Mengmeng.
Veis, ahora que Mengmeng está creciendo, ha
venido él solo a ver a su madre. Si su padre quisiera le podría impedir ver a
su madre pero no le conviene. Para él lo material predomina sobre lo
espiritual. Su sueldo no puede ser inferior a 56 yuanes{[7]}. El padre de
Mengmeng es un «materialista integral». En cuanto a los problemas de
matemáticas de su hijo eso ya no es cosa suya.
«¡Buaa, buaa!» ―Ahora es Liu Quan la que
llora.
¡Llora, vamos llora!
Estos dos últimos días Liu Quan se enfada por
nada. El administrador Wei vuelve a perseguirla.
Hace unos días, al salir del trabajo, el
administrador Wei la ha llamado para decirle: «Pequeña Liu, quiero hablar
contigo sobre el ritmo de la producción de estos últimos 15 días».
¿Por qué no hablar de ello en las horas de
trabajo? O que hable con el viejo Dong, el jefe de servicio.
Antes de que Liu Quan abriera la boca, el
administrador Wei le hizo saber sus intenciones al decir: «Este vestido te va
de maravilla, sigue el contorno de tus formas...» e intentando al mismo tiempo
cogerla por la cintura.
Liu Quan hace como que no le oye y se dirige
hacia la silla más próxima de la entrada de la oficina. El rostro del señor Wei
cambia de expresión y se queda unos momentos sin hablar. Liu Quan intenta
controlarse. Siente que se le suben los colores.
―¿No quería discutir conmigo un asunto de
trabajo?
―Sí, así es. Si quieres ven esta noche a casa
y lo discutiremos. ¿Qué te parece? ―Al decir esas palabras empieza a reír a
carcajadas. Parecía que un sapo frío se movía bajo sus pies y que ello le
producía movimientos incontrolados. Ciertamente es difícil acertar con un
hombre que tiene un humor tan versátil.
―No tengo tiempo.
¡Qué tonta! A ese Wei le tendría que haber
dicho que no la tomase por una cabaretera.
A Liu Quan le hubiese gustado contestar con el
mismo aplomo que el que tienen esas mujeres que parecen estar pegadas a una
columna de acero de un metro de diámetro. Ella misma pudo ver a esas mujeres
que se sienten a gusto en cualquier situación y que al entrar en una sala
saturada de gente que mira hacia el mismo lado, caminan como si fuese un
desierto. Lo malo es que no dispone de acero en donde apoyarse. No puede hablar
ni actuar como ella quiere. La experiencia le ha enseñado a controlarse, a
encajar los insultos, a callarse.
¿Por qué nació hembra y no varón? Bueno, el
ser mujer no le molesta tanto, lo peor es que es guapa. La gente piensa que la
fealdad es una calamidad pero no se imagina que la belleza también puede ser
una desventaja. Además ¿por qué debe permanecer divorciada y sin pertenecer a
nadie? No pertenecer a nadie es como pertenecer a todo el mundo.
Su única salida está en la fuga. Liang Qian y
su padre le están buscando otro trabajo. ¡A ver si hay suerte! Si cambia de
trabajo tal vez mejoren las cosas.
Jinghua coge la botella de aceite y la menea.
Está casi vacía. Tendrá que comprar otra hoy mismo, de lo contrario, no le va llegar
para preparar la comida del mediodía. Echa todo lo que queda en la sartén. No
tiene que quedar ni una sola gota en la botella, necesita hasta la última gota
para poder freír los trozos de pan al vapor.
Mengmeng sigue llorando; Liu Quan también. Primer
movimiento de una sinfonía de domingo.
Jinghua llama:
―¡Mengmeng ven aquí!, ¿qué prefieres? ¿que
ponga los panes con sal o con azúcar?
―¡Con azúcar! ―contesta Mengmeng lloriqueando.
Hum... Por suerte Mengmeng se va interesando
por la fritura de los panes y ya no llora.
«Con azúcar». Cuando uno es pequeño sólo le
interesan las cosas dulces. Luego cuando uno se hace mayor se da cuenta de que
los otros sabores, picante, salado y amargo, son igualmente buenos.
«¡Toc, toc, toc...!». Llaman otra vez a la
puerta.
Jinghua mira el reloj: son las nueve.
¿Y si Bai Fushan no se fue y se quedó
tranquilamente fuera esperando a que dieran las nueve? ¡Ese maldito viejo!, a
ver cuándo decide dedicar media hora de su tiempo para asuntos serios. Creo que
eso ocurrirá cuando el sol salga por el Oeste. A menos que se trate de algo
serio.
―¡Mengmeng!, ¡Ve a abrir la puerta!
Un ruido, la puerta no se abre. Otro ruido, la
puerta sigue cerrada. Mengmeng todavía no sabe manejar el cerrojo. No hay
prisa, hay que dejarle solo. Ya aprenderá. Tiene que aprender a apañárselas
solo. Su madre interviene demasiado en sus tareas cotidianas. Estoy segura de
que si no estuviese ahora lloriqueando como una tonta, estaría abriendo la
puerta. Si sigue actuando así, Mengmeng se convertirá en un ser sin futuro.
Por fin abre la puerta.
―Abuela... ¿a quien desea ver?
Así que no era Bai Fushan. Jinghua se ríe
sola. Sabe que Bai Fushan no hubiera sido capaz de esperar tanto tiempo fuera.
Jinghua oye cómo la directora Jia del comité
del barrio le pregunta a Mengmeng con un tono sospechoso:
―¿Hay algún adulto en casa?
Los ruidos producidos antes de que se abriera
la puerta y el hecho de que sea un niño quien lo hiciera, pueden levantar
sospechas. Tal vez estén escondiendo a alguien.
Liu Quan no está muy arreglada y por eso no ha
ido a recibir a la directora Jia, quien se extraña de esa actitud. Jinghua se
apresura en apagar el fuego y en sacar de la sartén los trozos de pan fritos.
Corre a recibir a su huésped.
―¡Ah! camarada Cao, ¿estás ahí? ―le dice a
Jinghua, mirándola con afecto y al mismo tiempo echando una ojeada por el
pasillo.
La directora Jia vive en un piso al lado de
Jinghua y sus amigas. Por la mañana ha podido oír cómo llamaba Bai Fus-han a la
puerta y las voces que siguieron a la conversación. Durante los años de la
revolución cultural, era cosa corriente entrar en los pisos para controlar a
sus inquilinos. ¡Muchas veces vinieron a registrar este piso, como si
escondieran ocho o diez hombres en su interior! Al principio creyeron que era
una rutina y que miraban todos los pisos, pero luego se dieron cuenta de que
algunos, como el de ellas, estaba en una lista especial. La verdad es que para
muchos, una mujer divorciada no es una mujer, por así decirlo, normal. Por eso
no hay que extrañarse si el señor Wei siempre intenta aprovecharse de Liu Quan.
―¿Ocurre algo? ―Cuanto más insiste la
directora Jia en meterse en los asuntos de Jinghua, ésta sostiene con más
fuerza la puerta para que no pueda entrar. ¿Cuál será el verdadero motivo de
esta visita?
―¿No habrá entrado por casualidad nuestro gato
en su casa?
―¡No! ―contesta Jinghua enfadada― ¿Para qué
vendría su gato a nuestra casa?
―Vaya, camarada Cao, ¿así que no lo sabe? Pues
mire, su gata se pasa el día ligando con los seis gatos, de varios tamaños de
la residencia, ji, ji.
La directora se ríe y esa risa tiene doble
sentido.
¡Increíble! Que la gente se meta con las
mujeres solteras, pasa, pero que encima atosiguen a una pobre gata soltera...
¡Un día de estos deberán «casarla» a la fuerza!
A Jinghua también le entra la risa.
―Pues estoy muy orgulloso de nuestra gata.
¡Vaya suerte tiene al contar con tantos pretendientes!
«¡Ah, vaya!». La directora no sabe qué
contestar.
―¿No quiere entrar y sentarse un rato? ―le
pregunta Jinghua con una voz más amable y abriendo la puerta de par en par.
―No, no gracias. ―La directora desea irse, tal
vez tema que el piso esté infectado por la lepra.
Jinghua cierra la puerta y la abre de nuevo
como si de repente se hubiese acordado de algo importante. Llama a la directora
que ya había bajado unas cuantas escaleras y le pregunta:
―Directora Jia, hay algo muy importante que
deseo preguntarle, ¿No se habrá quedado usted dormida en la terraza después de
cenar?
La terraza de la directora Jia es contigua a
la de Jinghua. Cada noche, entre las diez y las once, si uno presta atención
puede oír el ruido del abanico que golpea contra el muslo. Es la directora Jia
que está tomando el fresco. Cuando el movimiento del abanico se hace menos
audible es señal de que la directora Jia se está durmiendo.
―Así es, ¿pues?
―Es que la he oído hablar en sus sueños ―añade
Jinghua como si tuviese muchas cosas que contar.
―¿Qué dije?
Al ver la expresión de la cara de Jinghua, se
da cuenta de que desveló algo importante que no debía contar. Empieza a
asustarse y reacciona como si inconscientemente hubiese acercado su mano al
agujero del saco, después de que todo el arroz se hubiese derramado por el
suelo.
―Dijo algo sobre política, algo muy grave que
no me atrevo a repetir. ―Jinghua deja que sus palabras asusten a la directora
Jia.
―¿Yo?, imposible, ¿cómo voy a decir esas
cosas...? ―dice asustada la directora. Su doble mentón al temblar la traiciona.
Parece que sí ha discutido en privado sobre
temas políticos, con opiniones contrarias. ¡Lo que solemos pensar durante el
día, aparece luego en nuestros sueños!
―¿Imposible?, ¡Intente recordar! ―le dice
Jinghua al cerrar otra vez la puerta.
Liu Quan le pregunta extrañada y con los ojos
hinchados y enrojecidos.
―En serio, ¿la has oído?
―La he oído decir ¡A tomar por culo! Eso es lo
que llamo caer en su propia trampa.
―Te has pasado, le has metido el miedo en el
cuerpo.
Jinghua lo admite, pero ¿cómo sobrevivir en
este mundo si uno no actúa de esta forma?
Hace poco vinieron a preguntar por una mujer,
ahora les interesa una gata, la verdad nadie entiende lo que está pasando. En
vez de venir a molestarlas, por qué no se preocupan por sus penas y les traen
regalos, amistad, solidaridad,...
¿Qué le ocurre? parece otra, ahora actúa como
una viuda solitaria. No tiene a nadie para compartir sus penas. Le gustaría ser
una flor y abrirse al universo o, mejor aún, ser una luna para poder envolver
todos los sueños del mundo en un manto plateado. ¡Cómo le gustaría ser una
mujer amada y amante!
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