Jenofonte
Helénicas
Título original: Ἑλληνικά
Jenofonte, 354 a. C.
Traducción: Orlando Guntiñas
Tuñón
INTRODUCCIÓN
Vida de Jenofonte
Las propias obras de Jenofonte y
el segundo libro de las Vidas de los
filósofos de Diógenes Laercio son las fuentes que nos proporcionan algunos
datos sobre su vida. Poco es lo que sabemos acerca de él, aunque sea algo más
de lo que conocemos de otros historiadores como Heródoto y Tucídides. Ignoramos
la fecha exacta de su nacimiento y de su muerte. Probablemente nació en Atenas
hacia el año 430 a. de C. Así lo suponen todos los autores, basándose en su
participación en la expedición de Ciro en los años 401-399 a. de C. como
oficial griego más joven, y en que fue discípulo de Sócrates como dice en las Memorables. (Véase Strasburger, Xenophon Hellenika, pág. 646; Lesky, Hist. de la literatura griega, pág.
646.) Este último sitúa su muerte después del año 359, aunque quizá se deba
rebajar esa fecha tope, pues en el libro VI habla de Tisífono, tirano de Feras
del 358 a 355. Como este dato está relacionado con la cronología de las Helénicas volveremos más tarde sobre él.
Naturalmente, en la Anábasis hay numerosas alusiones a sus
intervenciones en la expedición que relata, y también alguna marginal al tema
de la obra. Así en III 1, 4 y ss. nos informa de su incorporación a la
expedición invitado por Próxeno de Beocia; en III 1, 11 y ss.; 45, de su
elección como jefe; antes, en II 5, 37 y siguientes, va con Cleanor y Soféneto
para enterarse de lo que le sucedió a Próxeno que no ha vuelto; en III 2, 7 y
ss., propone el plan de retirada; en V 3, 4 y ss., trata de la parte que le
correspondió de botín y de su estancia en Escilunte en la finca que le
regalaron los lacedemonios; en VI 1, 20 y ss., de su intento de elección como
jefe único al regresar al Mar Negro; en VII 7, 55, de su intervención ante
Seutes y de la preparación del regreso a Atenas de donde aún no había sido
desterrado, según afirma él mismo; finalmente en VII 8, 22, de sus últimas actividades
con los expedicionarios antes de incorporarse al ejército de Tibrón.
Después de la batalla de Leuctra
(371) vivió algún tiempo en Corinto, al caer su finca de Escilunte en manos de
los eleos.
Las «Helénicas»
Cronología.—Si
dejamos aparte el Cinegético, obra de
autenticidad dudosa considerada de su etapa juvenil, debemos situar las Helénicas, al menos parcialmente, entre
las primeras obras de Jenofonte.
Casi todos los autores coinciden
en separar una primera parte formada por I-II 3, 9 (o sea, la parte que
corresponde a la guerra del Peloponeso) del resto de la obra. A esta primera
parte le asignan como fecha probable de composición el año 390, después de la
campaña de Ciro y la estancia con Agesilao en Asia Menor. (Así Anderson, Xenophon, pág. 66, que añade que no hay
pruebas de que fuera escrita antes del año 401.) Pudo haber tenido la idea de
escribir la historia en los años 403-401 y haber tomado notas hasta el gobierno
de los Treinta, incluido este período. (Strasburger, Xenophon, Hellenika, pág. 667; Brownson, Xenophon, Hellenica, pág. VIII, fijan el año 393 para la
composición de esta parte o un poco más tarde; Hatzfeld, Xénophon, Helléniques, pág. 9, el 390.)
Asimismo todos señalan las
diferencias estilísticas con la segunda parte o el resto de la obra. (Por
ejemplo, Anderson, pág. 66, se fija en los caracteres de Tisafernes y Farnabazo
y los coteja con el resto y con la Anábasis. Henry, Greek historical writing. A historiographical Essay Based on Xenophon’s
Hellenics, pág. 14, observa el diferente uso de una serie de partículas: mēn no aparece en I mientras es común en
II (73 veces); de, sólo 7 veces en I, frente a 211 en II; ge 7 frente a 130; -per 11 y 151 respectivamente;
Strasburger, Hellenika, páginas
668-69, no ve la narración intuitiva que observa en Helénicas II y Anábasis,
salvo en algunas escenas como la llegada de Alcibíades al Pireo, el proceso de
las Arginusas, la actuación de Calicrátidas en Asia Menor y algunas más. La
viveza de la descripción que nos cautiva en la Anábasis se encuentra a menudo en Helénicas II y aparecen nuevos elementos estilísticos que apenas se
encuentran en la primera parte: caracterizaciones de personajes, diálogos,
juicios del autor en primera persona, sentencias, comparaciones y sobre todo la
observación de la influencia de la divinidad en el correr de la historia.
(Hatzfeld, ob. cit., pág. 6, insiste
en el método analítico de la primera parte, en las digresiones de la segunda,
etc.; lo mismo podemos ver en Lesky, ob.
cit., pág. 649, que nota además el uso del optativo futuro después de II 3,
9.)
Estas diferencias suelen
atribuirse a la influencia de Tucídides en la primera parte, cosa que no
ocurrió en la segunda, donde Jenofonte tiene ya un estilo propio. Incluso
algunos pretenden que la primera es fruto intencionado de una imitación de
Tucídides, del que Jenofonte intenta continuar la obra inacabada. Pero los más
se inclinan por atribuir al tiempo estas diferencias, puesto que entre ambas
partes hay un largo intervalo que supone un desarrollo en el estilo jenofonteo.
Para esta segunda parte ha de
pensarse en los años posteriores al 381, si se tiene en cuenta que en III habla
de la muerte de Pausanias ocurrida en este año; en VI de los tiranos de Feras,
entre ellos de Tisífono (358-355) que vive cuando escribe esa historia. En III
remite a la Anábasis para los hechos
correspondientes a esa época. (Por ello Strasburger, pág. 668, piensa que han
de colocarse en este orden cronológico las Helénicas
y la Anábasis: Helénicas I [1.ª parte], Anábasis y Helénicas II [2.ª parte]. Cf. asimismo Hatzfeld, página 9.)
Hay autores que sostienen una
división tripartita, es decir, hacen una segunda separación en lo que hemos
llamado 2.ª parte: 2.ª II 3, 11-V 1, 36 y 3.ª V 2, 1-fin, escritas en los años
385-380 y 362-354 respectivamente (como en Brownson, Hellenica, págs. VIII y IX), o un núcleo compuesto por III y IV
completado luego con la 1.ª parte y más tarde con la 3.ª, pero casi todos
rechazan esta división por considerarla inútil y no estar fundada en pruebas
convincentes. (Así Lesky, pág. 649; Hatzfeld, págs. 7 y 8; Strasburger, pág.
670, y, sobre todo, Henry, op. cit.,
págs. 131 y ss., que rebate ampliamente a De Sanctis y Sordi, los sostenedores
de tal teoría.)
Otro problema es el de la
cronología relativa del Agesilao con
las Helénicas y sobre todo con las
partes correspondientes III-V. Henry, ob.
cit., págs. 108-133, no ve argumentos sólidos para sostener la anterioridad
de una u otra; pero la mayoría sitúan el Agesilao
después de la parte correspondiente de las Helénicas.
Por ejemplo, De Sanctis admite la fecha del 360 para el Agesilao, antes del VI y VII de las Helénicas.
Relación con la obra de Tucídides.—Comúnmente se admite que Jenofonte pretende
continuar y completar la obra histórica de Tucídides y que sus primeras
palabras metà dètaûta… enlazan directamente
con los acontecimientos descritos por su predecesor. Incluso el título de su
obra es muchas veces Paraleipómena tês
Thoukydídou xyggraphês o Complemento
de la historia de Tucídides. El de Helénicas
es común a muchas historias de autores de esta época. En Lesky (págs. 653-659),
encontramos media docena de Helénicas,
como las de Teopompo, que también enlazan con Tucídides; las de Oxirrinco, de
Calístenes de Olinto, Anaxímenes de Lámpsaco… Sin duda ha de entenderse su
significado en oposición con Persiká
o Mediká de Ctesias, Indiká, etcétera, obras que abundan en
este siglo IV y en los posteriores.
Mas puede pensarse que Jenofonte
no tuviera esta idea de completar a Tucidides y que el punto de partida sea
sólo eso, un punto de arranque de un historiador que pretende también escribir
los hechos de su tiempo. En este sentido, repetimos, Teopompo enlaza igualmente
con Tucídides en sus Helénicas. Su
método analístico y los demás rasgos tucidídeos pueden ser consecuencia de la
influencia profunda del maestro en sus escritos jóvenes o incluso una imitación
consciente sin que ello presuponga la intención de completar la obra del
maestro. De todos modos, piénsese que precisamente presenta esas semejanzas el
período de la Guerra del Peloponeso, es decir, la 1.ª parte que señalamos antes
hasta el II 3, 10 con la capitulación de Samos.
Pero veamos más detenidamente
este problema. Siguiendo a los autores que constituyen la base de nuestra
introducción, Lesky, ob. cit., pág.
649, lo da por admitido. Hatzfeld, Helléniques,
págs. 5-6, señala que la unión no es perfecta. Strasburger, Hetlenika, págs. 666-667, nos recuerda
la teoría de varios investigadores que sostienen que existía un resumen de
Jenofonte con los últimos acontecimientos de Tucídides e incluso que se debió
perder una parte de este último. A ello opone que otras obras de Jenofonte
comienzan de modo parecido sin introducción o presentación como el Económico. Agrega (págs. 670 y ss.), que
acaso su intención fue acabar la obra inacabada de Tucídides, y publicarla y
que quizás animado por el éxito de la Anábasis
se decidió a pasar la línea del 404 por sus propias fuerzas, aunque nunca
abandonó la influencia de Tucídides. Así en VI 2, 9 razona los motivos de ayuda
a Corcira de un modo semejante a Tuc., I 32; la caracterización de Alcibíades
de I 4, 16 aparece con los rasgos de Tuc., V 43, VI 16, aunque aquí la
semejanza puede no deberse a dependencia mutua, ya que Alcibíades es una figura
clave entre historiadores y filósofos; la contraposición de Atenas como poder
marítimo y Esparta como poder terrestre del discurso de Procles en VII 1, 2, es
réplica de Tuc., IV 12. Como éste coloca tres discursos antes de la expedición
a Sicilia, así Jenofonte inserta otros tres antes de la batalla de Leuctra. La
caracterización tucidídea de Brásidas influye en la jenofontea de Calicrátidas.
Al faltar una introducción que
nos explique sus propósitos, método, relaciones con sus predecesores, etc., nos
quedamos con la duda de si Jenofonte quiso hacer en su tiempo lo que aquél en
la guerra del Peloponeso.
Henry, ob. cit., págs. 15 y ss., trata este problema con más detenimiento
y parte de una doble suposición: si Jenofonte al escribir la primera parte
reconocía simplemente la existencia de la obra de Tucídides y sufrió su
influencia o si el relato de Jenofonte de los últimos años de la guerra del
Peloponeso constituye un intento formal de continuar y completar la obra
inacabada de Tucídides. Luego estudia los desajustes de la unión de ambas
obras. Luego (págs. 53 y ss.), sostiene que en el fondo esta relación con
Tucídides nace de un juicio de valor comparativo de la obra de Jenofonte.
También habla de los que sostienen que Jenofonte tuvo en su poder unas notas —hypomnémata— de Tucídides para su propia
historia y que estaría relacionado con lo que dice Diógenes Laercio sobre
Jenofonte como editor de Tucídides. Más adelante (pág. 87), nos recuerda la
tendencia antigua a asociar sucesos importantes y personas: como los tres
trágicos con la batalla de Salamina, así se ponen en relación los tres
historiadores: Tucídides y Heródoto por su vida en parte coetánea, Tucídides y
Jenofonte por los biblia lanthánonta
de los antiguos y las notas o hypomnémata
de los modernos. Hipótesis, añade, que no sirve sino para confundir y añadir
dificultades sin que ayude a resolverlas.
Fuentes.—Hay
unanimidad en casi todos los autores al señalar la misma vida viajera de
Jenofonte como la principal fuente de información de los hechos relatados en
las Helénicas. Así, de su vida en
Atenas hasta la expedición de Ciro provendría su conocimiento de los
acontecimientos de la primera parte y de los Treinta; la estancia en Asia Menor
con Agesilao le puso en contacto directo con los de esta época hasta la batalla
de Coronea y, en consecuencia, estaríamos ante una especie de memorias como la Anábasis. Asimismo su permanencia en el
Peloponeso y especialmente en Escilunte (Élide) le dio ocasión de anotar hechos
y recabar información del lado lacedemonio. Su último período en Corinto le
proporcionó abundante material sobre los asuntos de esta polis, de Sición y de
Fliunte… Incluso algunos atribuyen omisiones importantes en su historia a esta
causa: Jenofonte no refiere a sabiendas acontecimientos trascendentes porque no
asistió a ellos, como sería la batalla naval de Cnido, que sólo menciona de
paso cuando se entera de la noticia durante el regreso a Grecia, la segunda
liga marítima ática, que se creó como resultado de la influencia de Atenas
cuando él estaba fuera de su área, etc.
Es de suponer que le ayudarían
informadores, testigos directos o indirectos de los hechos que personalmente no
pudo conocer. Sobre otras fuentes, al carecer de una introducción, no podemos
asegurar nada, así como de la consulta a los documentos oficiales, por así
decirlo, que por cierto parece no haber prodigado según se deduce de la misma
obra. (Véanse Henry, Essay…, páginas
91 y ss.; Strasburger, Hel., págs.
677 y ss. Ésta añade además que coincide a veces con Isócrates sin que podamos
decir quién sigue a quién; Brownson, Hel.,
pág. IX, le llama ciudadano del mundo y nos confirma que de ahí saca su
material; Hatzfeld, Helléniques,
págs. 14 y 15, abunda en lo mismo.)
Jenofonte escritor.—Las cualidades que los investigadores niegan a Jenofonte como historiador
se las suelen reconocer como escritor. Efectivamente, todos coinciden en alabar
su claridad, sencillez, viveza del relato y agradable fluidez. Por ejemplo,
Bowra (Introducción… página 269),
reconoce su sentido de la situación dramática y elogia pasajes como el lamento
que recorre los Muros Largos a la llegada de la noticia de Egospótamos.
Strasburger, (págs. 681 y ss.) admite que los discursos son más reales y
adaptados a los personajes que los pronuncian que los de Tucídides, sus
escritos son verdaderas memorias que se leen con gusto y enumera unos cuantos
episodios que cautivan al lector: conversaciones de Agesilao, conspiración de
Cinadón, despedida de Teleutias, el vendaval que azota al ejército peloponesio
al regreso de Beocia, situación de Corcira durante el asedio, las maniobras por
mar de Ifícrates, el ataque nocturno contra Fliunte…
Henry, (págs. 192 y ss.) elogia
igualmente su obra literaria e insiste en que hay que verla como tal más que
como obra histórica. Volveremos sobre él en la valoración crítica.
Hatzfeld, (págs. 10-11) a las
cualidades ya reseñadas y episodios notables añade el arresto de Terámenes en
el consejo, la matanza de los Muros Largos de Corinto (IV 4, 9 y ss.), el
efecto escénico del desastre del batallón espartiata (IV 5, 6 y ss.), la
entrada de la escuadra de Teleutias en el Pireo, el regreso de los desterrados
de Tebas. Observa que son admirables diálogos como los de Dercílidas y Midias,
Agesilao y Lisandro, Agesilao y Otis…
Lesky, (ob. cit., pág. 646) reconoce además que Jenofonte no incurre en los
excesos retóricos de los historiadores del siglo IV.
Resonancia de su obra.—Strasburger, (ob. cit., página
673) nos recuerda que Jenofonte fue muy apreciado en toda la Antigüedad,
constantemente leído y admirado por su lengua y estilo. Cicerón lo cita a
menudo, elogia su obra «más dulce que la miel» (precisamente como alusión a su
fluidez y dulzura debe entenderse el apodo de la «abeja ática» y no por la
pureza de su lengua. Cf. Hatzfeld, pág. 27, nota 1) y traduce el Económico. Los aticistas del siglo II
d. C. le toman por modelo por su estilo sencillo. Flavio Arriano escribió
una Anábasis de Alejandro Magno y un Cinegético en admiración por las obras
de Jenofonte.
Como historiador los antiguos lo
colocan en el canon de los diez historiadores; incluso con Heródoto y Tucídides
ocupa a veces un lugar superior. Luciano lo elogia como tal. Dionisio de
Halicarnaso lo coloca detrás de Heródoto por su sencillez. Dión de Prusa lo
recomienda a los jóvenes como modelo.
Jenofonte historiador.—Al considerar su obra histórica no encontramos en los investigadores
modernos la misma línea de encomios, sino que las críticas suelen oscurecer las
alabanzas. Bowra (Introducción…,
páginas 268 y 269) dice que no es un historiador serio y que sus méritos como
tal son muy menguados. G. Strasburger, (págs. 674 y ss.), nos previene de que
el juicio favorable de los antiguos no ha de entenderse referido a su obra
histórica, pues sólo juzgan la forma. Es injusto compararlo con los grandes
modelos como Platón en filosofía o Tucídides en historia, pues no estaba dotado
de alma de investigador. Se le reprocha su parcialidad, a favor de Atenas
mientras estuvo en su ciudad hasta el destierro, y más tarde cuando se le
levantó éste, y sobre todo a favor de Esparta: por ello oculta hechos tan
importantes como el levantamiento de los hilotas, la fundación del estado
independiente de Mesenia, la fundación de Megalópolis que indica el fin de su
hegemonía en el Peloponeso y sobre todo oculta las operaciones de Pelópidas y
Epaminondas, silencia la gran labor de Conón y su flota, la segunda liga
marítima, la victoria ateniense de Naxos. Aunque algunos objetan que también
hay luces sombrías del lado lacedemonio: el sometimiento de los aliados, la
toma de la acrópolis de Tebas y el engrandecimiento final de Epaminondas que
acaba con la hegemonía lacedemonia. En resumen, le achacan que no sepa ver
muchas cosas que interesan al historiador moderno: por ejemplo, la organización
interna de la Confederación arcadia.
No obstante, alega en su favor
que el material que presenta es fiel y muchos historiadores han acudido a él:
Plutarco para sus Vidas Paralelas;
Polibio dice que sus contemporáneos son menos dignos de fiar, abusan de la
retórica y se olvidan del contenido histórico, describen batallas sin tener
idea de la táctica militar, cosa que no ocurre en Jenofonte.
Gracias a él disponemos de
material de primera mano para la política de Esparta, sobre todo para su
política interna; las Helénicas son
la fuente principal para el siglo IV, la política tesalia con el discurso de
Polidamante de Farsalo sobre Jasón de Feras, predecesor de Filipo y Alejandro;
la situación de Atenas después de la derrota de la guerra del Peloponeso…
Brownson (Hellenica, págs. IX y ss.), insiste en que no es exacta ni
imparcial; no presenta a los personajes y trata sucesos como descritos cuando
no ha dicho nada de ellos. Es neutral con relación a Atenas, pero se deja
llevar de la admiración por Esparta y del odio por Tebas. En elogio suyo
concluye diciendo que es la mejor autoridad que tenemos para la mitad del siglo
que cubre.
Lesky (ob. cit., págs. 649-50) repite que la comparación con Tucídides
refleja su superficialidad. Por ejemplo, atribuye la caída de Esparta a la
cólera de los dioses y no hay ni rastro de un intento serio por examinar las
fuerzas que condicionan el curso de la historia como en su predecesor.
Hatzfeld (Helléniques, págs. 12 y ss.) señala los mismos defectos anteriores.
Sin embargo, reconoce que no calla las grandes derrotas ni los errores de
Esparta; que en pleno destierro elogia al partido democrático de Atenas, sus
gobernantes y generales. Tebas, al contrario, parece ser la única responsable
en su relato de haber turbado la paz en Grecia. Epaminondas es elogiado sólo al
final y únicamente por su talento militar; Pelópidas sólo es nombrado en una
ocasión, que le hace antipático, en la embajada ante el rey de Persia.
Después de la guerra del
Peloponeso abandona el método analístico de Tucídides, pero no lo sustituye por
nada; se adelanta en el relato que tiene entre manos varios años y luego vuelve
atrás; hay digresiones y saltos sin que nos lo advierta. Sólo le interesa el
cómo y no el porqué de los hechos; no explica el cambio brusco de la política
tebana después de la derrota ateniense; falta visión de conjunto y no podemos
saber el fin que se propone en su obra; no sabe ver que la causa de la caída de
Esparta está en su apego a formas periclitadas de organización social,
política, económica y militar. En resumen, supone un retroceso notable sobre
Tucídides.
Henry (ob. cit., págs. 192 y ss.) trata de justificarlo notando que para
los antiguos la historia es literatura y por consiguiente el acercamiento a su
obra debe de ser estético y no científico. En esta vía analiza literariamente
tres ejemplos para hacemos ver cómo sabe crear un clímax en su narración y
presentárnosla viva y emocionante, como el proceso de las Arginusas. Insiste en
que la admiración de Jenofonte por Epaminondas es grande desde VII 5, 8 al fin
(parte que llama tà Epameinondiká).
La manera de tratar a Epaminondas contradice a los que critican a Jenofonte por
presentar un método de distorsión, supresión y exageración, que minimiza u
omite el cumplimiento de todo lo que representa los ideales contrarios.
La intervención de Agesilao al
final es de las más finas de su espléndida carrera. Defender la ciudad con unos
pocos soldados frente a un ejército completo es la acción más gloriosa en la
historia de un espartano. Por ello Jenofonte aprovecha esta oportunidad única
que se le presenta para terminar su obra con la acción de su gran héroe, figura
central de su historia del siglo IV que comienza don las campañas de Agesilao y
que domina el curso de los acontecimientos. De ahí que encuentre su momento
adecuado en la memorable escena dedicada a su gran ideal: la defensa de
Esparta, como broche final para cerrar la obra.
La admiración por Esparta y la
aversión por Tebas las explica Henry considerando que Tebas no es digna del
afecto de Jenofonte. Tenía una gran desventaja: luchó con Mardonio en Platea, y
otra aún mayor: si Atenas era líder por mar y Esparta por tierra, cualquier
otro poder iba contra ellos, rompía el equilibrio y, por supuesto, Tebas
luchaba claramente por la hegemonía (VII 1, 33). El recelo que sentía por Tebas
no era peculiar de Jenofonte, sino una convicción general compartida por sus
contemporáneos. Esparta representaba más que la influencia y el poder
políticos, una institución: la cultura, los antiguos ideales y la tradición
conservados en Lacedemonia. Si Atenas era admirada, Esparta era reverenciada.
Esparta se mantenía como un testimonio de la raza helénica. Cuando cayó
Esparta, cayó el resto de Grecia. La fe en Esparta era la fe en sí mismo. Cada
griego era un filolaconio. Sin embargo, precisaríamos nosotros, que cada griego
de la facción oligárquica. Henry justifica en todo caso la obra del
reaccionario Jenofonte anclado en los ideales de la nobleza doria, pero no nos
convence. Puede mirarse una obra y analizarse bajo el punto de vista literario,
pero no se debe olvidar que es una obra histórica sujeta a determinados moldes.
Esto no se lo recordamos nosotros, los hombres del siglo XX, sino su predecesor
Tucídides, que le abrió un camino seguro que Jenofonte no supo seguir.
En su misma obra aparecen ideas
luminosas que no sabe aprovechar, como cuando Calicrátidas manifiesta su deseo
de luchar por la unión de todos los griegos y acabar con su división y luchas
entre sí, causa de sus males; como en el discurso de Polidamante sobre Jasón de
Feras y su ambicioso plan de unión panhelénica y sometimiento del persa; como
la conjuración de Cinadón denunciando a unos pocos espartiatas que esclavizan a
miles de hilotas; la política del estado dominante sea Persia, Lacedemonia,
Atenas o Tebas que busca el debilitamiento de todos los demás, enemigos o
aliados, para mantener su explotación, etc.
El texto de las «Helénicas»
Los principales mss. que
contienen el texto de las Helénicas
son los siguientes:
B. Parisinus 1738, de la
Biblioteca Nacional de París de comienzos del s. XIV.
M. Ambrosianus A 4, de Milán, de
1434, contiene también la Historia de Tucídides.
D. Parisinus 1642, de la
Biblioteca Nacional de París, del s. XV, contiene otras obras de Jen., de
Platón y una antología de Diodoro y Apiano.
V. Marcianus 368, de la
Biblioteca de San Marcos de Venecia, de los siglos XIV o XV, contiene además la
mayor parte de las obras menores de Jenofonte.
C. Parisinus 2080, de la
Biblioteca Nacional de París, del s. XV, contiene una obra de Plutarco y
extractos de Diodoro y Apiano.
F. Perizonianus 6, de la
Biblioteca de la Univ. de Leyden, de 1456, contiene también la Anáb. de Alejandro de Arriano.
Hatzfeld (Helléniques, págs. 18 y ss.) distingue dos grupos dentro de la
serie de mss. basándose en las lagunas del cap. 1 del libro V: 1.° B, M, V, D y
otros menos importantes; 2.° C, F y otros caracterizados por la laguna de V 3,
18; éstos tienen más faltas que los del primer grupo.
Los dos grupos derivan de un
mismo arquetipo, ya que presentan faltas y lagunas comunes. Asimismo la
separación entre los dos grupos no es tajante, pues se encuentran faltas
comunes. Por ello Hatzfeld deduce que el arquetipo común era un arquetipo con
variantes que se mantienen como tales en los mss. de donde derivan directamente
las dos familias o bien que los copistas de los mss. de la segunda familia
consultaron parcialmente uno o varios mss. de la primera.
Los papiros descubiertos y las
citas de las Helénicas en los autores
antiguos confirman la lectura de B como la más segura. Es además el ms. más
antiguo.
Para la traducción presente se ha
seguido el texto de «Tusculum», es decir el de Strasburger. En las págs. 744 y
ss. se puede consultar el cuadro de variantes que presenta esta edición con
relación a las de Hatzfeld, Hude (Teubner), Marchant y Keller.
Traducciones de las «Helénicas»
Las Helénicas no tuvieron la suerte de la Anábasis que fue traducida a nuestra lengua en 1552 por Diego
Gracián. La primera versión castellana es de finales del siglo XIX, 1888
exactamente, de Enrique Soms y Castelín y figura en la «Biblioteca Clásica» con
el número CXIX. Su título es Las Helénicas
o Historia griega del año 411 hasta el 362 antes de Jesucristo. Traducida por
primera vez del griego al castellano con numerosas notas filológico-literarias.
Soms es asimismo autor de una
versión al castellano de la Gramática
griega de Curtius (1886) y de la Historia
de la literatura clásica griega de G. Murray (1899).
En la introducción nos dice que
ha seguido el texto de Reiske, pág. XXII, y que es una «traducción ajustada al
original», pág. XXIII. Hemos podido comprobar que así es en general. Aunque el
juicio que da sobre Alcibíades, cf. pág. 20, a su regreso a Atenas, no se
adapta al texto, al menos a las ediciones manejadas por nosotros. Cf. I 4,
13-17.
En la página 3 notamos un error o
errata en el número de las naves de Míndaro: 600 en lugar de las 60 del texto.
Cf. I 1, 11, 16. El «terminaron nuestras victorias» de la página 5 no está en
los textos (cf. I 1, 23) y nos chocan traducciones como «regala un traje a los
soldados…», pág. 5 (I 1, 24); «es proclamado generalísimo», pág. 21 (I 4, 20);
«caen muchos de los escevóforos», pág. 71 (II 4, 3); «donde deja tres de las
doce cohortes que llevaba», pág. 337 (VII 4, 20), etc., cuyos términos traje,
generalísimo, escevóforos, cohortes… preferiríamos ver sustituidos por manto,
jefe supremo, bagajeros o portadores de bagaje, compañías, etc.
En 1953 Bernardo Perea Morales
traduce el libro I para la colección de textos clásicos bilingües de la
editorial Credos publicados, como se sabe, con un propósito fundamentalmente
didáctico.
En 1965 Juan B. Xuriguera publica
en Barcelona dos volúmenes en la colección «Obras maestras» de la editorial
Iberia. El I contiene el Agesilao, La
Anábasis, La República de Esparta, La República de Atenas; el II, Las Helénicas y Las rentas del Ática. (Su versión de Las Helénicas depende directamente de la traducción francesa de J.
Hatzfeld.)
En 1969 en Historiadores griegos de la editorial Aguilar aparecen las Helénicas junto con la Anábasis traducidas por Francisco de P.
Samaranch, entre otras obras.
Esta versión está bien en general,
aunque encontramos algunos descuidos come en I 2, 10, «inmunidad perpetua», por
ateleî…; en II 3, 56 la traducción no
concuerda con el texto griego y no se entiende en ella la alusión al juego del
cótabo: «igual que en el juego del cótabo, bebió hasta la última gota…»; en II
4, 2 no comprendemos cómo traduce «constituyendo un bello espectáculo…» el euēmerías oúsēs en oposición con el khión del párrafo siguiente; en V 4, 7
«alegres comensales…», por kōmastás o
miembros de un kômos; VI 5, 7
«vencedores» por derrotados; en VI 5, 37 «dieron muestras de haberse
emocionado…» no parece ajustado al término griego epethorybēsan, especifico para expresar la aprobación o desagrado
del público al orador; en VII 5, 24 «derecha» por izquierda (más comprensible),
etc.
Entre las versiones extranjeras
debemos señalar la de Hatzfeld de «Les Belles Lettres», buena, salvo algunos
errores numéricos, erratas diríamos mejor; la alemana de Gisela Strasburger de
«Tusculum», muy fiel y la de Brownson de «Loeb Clas. Lib.», a nuestro juicio la
mejor de estas tres.
Por nuestra parte se ha
pretendido conseguir una versión sencilla, fiel y concisa.
Queremos testimoniar nuestro
agradecimiento a don Manuel Polín Galán, que se ha dignado leer la traducción
castellana y apuntar algunas correcciones.
BIBLIOGRAFÍA
EDICIONES
E. C. MARCHANT, Xenophontis opera omnia, I: Historia graeca,
Oxford, 1900.
O. KELLER, Xenophontis Historia graeca, editio minor, Leipzig, 1903.
C. L. BROWNSON, Xenophon, Hellenica I-II (The Loeb
Classical Library, 89), Londres-Cambridge-Massachusetts, 1968 (= 1918-1921).
C. HUDE, Xenophon, Historia graeca (Teubner),
Stuttgart, 1969 (= 1930).
J. HATZFELD, Xénophon, Helléniques I-II, I, 6.a ed.,
París, 1973, II, 3.a ed., 1965.
G. STRLSBURCER, Xenophon, Helienika. Griechisch-deutsch
(Tusculum), Munich, 1970.
LÉXICO
F. W. STURZ, Lexicón xenophonteum, Leipzig, 1831,
Reimpr. I-IV, Hildesheim, 1964.
ESTUDIOS GENERALES
C. M. BOWRA, Landsmarks in Greek Literature =
Introducción a la literatura griega [trad. L. Gil], Madrid, 1968.
A. LESKY, Geschichte der Griechischen Literatur = Hist. de la literatura griega
[trad. J. M.
DÍAZ REGAÑÓN, B. ROMERO], Madrid, 1968.
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J. K. ANDERSON, Xenophon, Londres, 1974.
TRADUCCIONES ESPAÑOLAS
B. PEREA MORALES, Jenofonte, Helénicas, libro I [Texto griego con traducción yuxtalineal y
mapa por…] (Colección Gredos de textos clásicos bilingües), Madrid, 1953.
F. P. SAMARANCH, Historiadores griegos… Jenofonte: Anábasis,
Helénicas, Madrid, 1969.
E. SOMS Y CASTELIN, Jenofonte. Las Helénicas o Historia griega
del año 411 hasta el 362 antes de Jesucristo por… Traducida por primera vez del
griego al castellano con numerosas notas filológico-literarias (Biblioteca
Clásica; CXIX), Madrid, 1888.
J. B. XURIGUERA, Jenofonte. Historia griega I-II
(Colección «Obras Maestras»), Barcelona, 1965
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