UNA VIGILIA SOLITARIA
Fui consciente de que la luz se apagó. Porque lo más singular y más angustiante de mis circunstancias era el hecho de que, por lo que yo sé y creo, jamás perdí la consciencia durante las largas horas que siguieron. Fui consciente de que se apagó la lámpara y de la negra oscuridad que siguió. Escuché un crujido de tela, como si el hombre de la cama estuviera incorporándose entre las sábanas. Entonces, todo quedó en silencio. Y a lo largo de aquella noche interminable permanecí con el cerebro despierto pero el cuerpo muerto, vigilante y a la espera del nuevo día.
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