domingo, 12 de junio de 2016

Fragmento. LA MONTAÑA MÁGICA. Thomas Mann.


Fragmento. La Montaña Mágica. Páginas 425-426.
"La señora Chauchat, que estaba allí, frente a él, se había arreglado para el Carnaval. Llevaba un vestido nuevo, al menos Hans Castorp no se lo había visto llevar nunca, una seda ligera y oscura, casi negra, que no brillaba más que de vez en cuando con un reflejo moreno, dorado y acariciante, un vestido de escote redondo y discreto que no descubría más que el cuello hasta la unión con las clavículas y, por detrás, las vértebras de la nuca ligeramente salientes bajo los cabellos cuando inclinaba la cabeza. Pero los brazos de Clawdia estaban desnudos hasta los hombros; sus brazos, que eran a la vez frágiles y llenos, y al mismo tiempo frescos y cuya extraordinaria blancura se destacaba sobre la seda sombría de una manera tan seductora que Hans Castorp cerró los ojos y murmuró interiormente: «¡Dios mío!»
Jamás había visto aquello. Conocía los vestidos de baile, los escotes admitidos y solemnes, «reglamentarios», que eran mucho más grandes que ése, sin ser, ni mucho menos, tan provocativos.
Quedaba plenamente demostrado el error de la antigua suposición de Hans Castorp considerando que el atractivo formidable de los brazos que había visto a través de un velo de gasas, no hubiera sido tan profundo sin aquella «transfiguración» sugestiva. ¡Error! ¡Fatal extravío! La desnudez completa, impresionante, de esos admirables miembros de un organismo enfermo y envenenado, constituía una seducción mucho más emocionante que la transformación de antes, una aparición a la que no se podía contestar de otra manera que bajando la cabeza y exclamando sin voz: «¡Dios mío!»".

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